Guilwarthon
(Los Muertos que Renacen)
Olórin el mago bostezó y se desperezó. La luz del día se filtraba a través de las cortinas blancas y le llegaba a la cara anciana con un suave escalfor matinal. Se encontró que no estaba tumbado en la cama, sinó sentado en su sillón, y le dolía la nuca por haber dormido en esa postura. Se llevó una mano arrugada a la nuca y se la frotó con un gruñido. Fue entonces cuando recordó lo sucedido el día anterior: como había encontrado al extraño Elfo en los jardines de Lórien, como lo había llevado a su casa y, por último, el accidente de anoche con la hoguera.
El mago volvió una mirada tierna a la cama a su lado, donde Glorfindel dormía plácidamente... Pero la cama estaba vacía y perfectamente hecha, como si nadie hubiera dormido ahí. Por un mometo, Olórin se preguntó si no lo habría soñado todo; pero no, estaba convencido que lo ocurrido el día de ayer había sucedido de verdad.
De un salto Olórin se puso en pie, sintiendo que el corazón le latía rápidamente, temiendo que el bello Elfo se hubiera escabullido por la noche y que le hubiera pasado algo malo. Rápidamente, Olórin corrió hacia la salida, olvidando su bastón y su sombrero picudo, cuando la puerta del comedor se abrió y casi le golpeó en plena carrera. Detrás de la puerta asomó el Elfo de hermosos cabellos dorados y ojos azul celestes.
Olórin dejó escapar un suspiro de alivio al verle.
"Buenos días, mi Señor." - dijo Glorfindel con esa voz tan dulce y angelical que poseía, haciéndose a un lado e indicándole al mago que entrara en la sala. - "Espero que no hayáis dormido muy incómodos en ese sillón..."
Olórin le miró y le sonrió, recordando el dolor de su nuca. Decidió no decir nada al respecto. "Buenos días te deseo yo también a ti, mi buen Glorfindel. Pero llámame Olórin o no me llames nada." - dijo sencillamente, tratando de no mostrar en su voz la maravilla y el asombro que sentía al contemplar aquel Hijo de Eru; tan bello, tan poderoso y a la vez tan vulnerable, tan sabio y a la vez tan inocente. Los largos cabellos caían como ríos de oro sobre sus hombros desnudos, tan resplandecientes que ni una guirnalda de flores de Laurelin podrían mejorar su esplendor. La pálida piel brillaba con tenue luz própia bajo el manto gris con el que se cubría la desudez.
Glorfindel mostró una pequeña sonrisa y asintió suavemente, cerrando la puerta tras ellos. Olórin vio soprendido que la merienda estaba servida en la mesa: panecillos con mantequilla y pastelillos, justo lo que a él le gustaba tomar todas las mañanas; su despensa estaba llena de esos pastelillos.
"¿Me has preparado el desayuno, Glorfindel? No tenías porqué hacerlo. Eres mi invitado."
Glorfindel bajó la mirada con timidez. Las pálidas mejillas tomaron un bonito color rosado, y Olórin sonrió al verlo.
"He pensado que como usted ha sido tan amable conmigo y me ha dado cobijo y una cama... Quería agradecérselo de algún modo..."
Olórin le tomó de la mano, una brillante sonrisa bajo la gran nariz y el mostacho gris, y sentándose juntos en la mesa le dio las gracias. Pero Glorfindel volvió a sonrojarse y parecía incómodo.
"Siento que no haya podido prepararle un té..." - dijo, mirando de reojo la hoguera extinguida. El mago le miró con compasión, sintiendo lástima, y estrechó la mano de él entre las suyas, con cuidado de no dañarle donde las heridas habían cicatrizado.
"No importa. Esta mañana sólo tomaré agua fresca." - dijo sonriente - "Y quisiera pedirte perdón por asustarte anoche. Si hubiera sabido que el fueg-"
"No tiene importancia." - le interrumpió Glorfindel súbitamente. - "Usted no podía saberlo. A demás, soy yo quien debería disculparse por mi comportamiento de anoche. Estaba... confuso. Siento haberle causado tantas molestias."
Olórin asintió seriamente, nunca apartando su mirada de los ojos del Elfo, notando que de repente se había encendido una luz en ellos. Una luz que podría ser tal vez un recuerdo del pasado.
Los dos comieron su merienda lentamente, pues Olórin le hablaba a Glorfindel y él escuchaba con atención. Le habló de los acontecimientos ocurridos en Valinor desde la partida de los Noldor (pues el mago acertó en que Glorfindel era uno de los exiliados), de como con muchos esfuerzos lograron que Laurelin y Telperion dieran una última flor y un fruto, y cómo los dispusieron en barcos conducidos por Arien y Tilion para que dieran vueltas a lo largo de la Tierra Media y la Tierra Bendecida (creando así el día y la noche). También le habló de la Valië Nienna, quien le había encontrado en los jardines de su hermano. Todo cuanto Olórin le contaba, Glorfindel escuchaba silencioso y sin interrumpir con preguntas.
Una vez terminaron sus desayunos, Olórin se sentó jutno la ventana abierta, la mirada perdida en el inmenso valle verde de afuera; una suave brisa fresca que arrastraba la fragancia de las flores entraba por la ventana. Glorfindel no se había movido de su lugar, y miraba al mago intesamente. Aunque Olórin no le prestaba atención, sabía que el Elfo le estaba mirando con esos ojos celestiales llenos de sabiduría y poder. Le estuvo mirando largo tiempo, hasta que de repente preguntó:
"¿Quién sois vos, Olórin?"
El anciano se volvió a él, sorpendido por la pregunta.
"Soy Olórin, el mago gris." - dijo con voz grave.
"Eso ya lo sé." - respondió Glorfindel. - "¿Pero quién sois vos?"
Olórin le miró largamente con esos ojos brillantes bajo largas cejas. Finalmente le respondió. "Soy uno de los Cinco Istari. Maiar de Manwë y Varda." - dijo, ante la mirada impasiva del otro, como si ya hubiera adivinado la verdadera gran identidad del que simplemente se hacía llamar 'mago gris'.
Olórin se acomodó en su asiento, y se inclinó hacía el Elfo. "¿Y quién eres tú?"
"Glorfindel."
"Eso ya lo sé." - respondió Olórin con ironía - "¿Pero quién eres tú?"
El Elfo se quedó silencioso. Con pies ligeros se acercó a la ventana, junto al mago, aunque no le miraba a él, sino a la campiña verde. Los rayos de Vása de le acarciaban el rostro resplandeciente. Cerró los hermosos ojos azules y respiró hondo.
"¿Qué quien soy?" - dijo, volviéndose a Olórin con el semblante triste de alguien que añora los tiempos pasados. - "Fui alguien una vez, pero ahora ya no soy nadie."
"¿Quién eras?" - le preguntó el mago, mirándole con maravilla y compasión al mismo tiempo. Pero Glorfindel permaneció largo tiempo en silencio, hasta que lentamente se volvió al mago.
"Glorfindel... Glorfindel de Gondolin. Capitán de la Casa de la Flor Dorada." - dijo al fin, estremeciéndose y arropándose el manto sobre los hombros como si de repente tuviera frío. La voz le titubeó. - "Me rebelé contra la autoridad de Manwë huniéndome a la hueste del Rey Turgon, y crucé el Hielo Crugiente. Serví a mi Señor en Gondolin, hasta su caída." - hizo una pasua, y suspiró. Los ojos le brillaban con lágrimas, como estrellas reflejadas en la superfície de un zafiro. - "Mi amigo Ecthelion, Capitán de la Casa de la Fuente, murió dando muerte a Gothmog; y yo- la señora Idril y... Tuor... el túnel... E-Echoriath..."
La hermosa voz se le quebró, y no podía dejar de temblar. Olórin le rodeó los hombros con los brazos, y le habló con dulzura.
"Está bien..." - dijo, secándole una lágrima que se deslizaba rápida por la suave mejilla - "No digas más. Todo a su debido tiempo. Ahora, Glorfindel de Valinor, Amigo del mago Olórin (pues eso es quien eres, aunque tú dices no ser nadie), serénate y descansa."
Y con esta palabras Olórin le condujo despacio y le tumbó nuevamente en la cama. Quitándole la túnica le cubrió con las suaves mantas y gentilmente apartó los cabellos de oro que se le habían pegado a las mejillas a causa de las lágrimas.
"Duerme." - le susurró, y con esto se dio la vuelta, pero no llegó muy lejos.
"¿A dónde vas?" - oyó la voz del Elfo, llorosa. Parecía no estar dispuesto a separarse del mago todavía.
"Ahora
me voy, pero volveré pronto, y traeré ropas adecuadas para tí." - dijo
Olórin , y Glorfindel no dijo más ni le impidió que se marchara de su
lado, pero cerró los ojos con fuerza cuando el mago se fue y oyó el
golpe seco pero débil de una puerta al cerrarse.
Glrofindel se sentía solo y triste en esa casa tan silenciosa, pero a pesar de ello pronto el sueño lo reclamó. El cantar de los pájaros se convirtió en un sonido claro pero lejano, y Glorfindel durmió en la rara forma de los Elfos, los ojos abiertos, uniendo el día viviente al profundo sueño. Su descanso no duró mucho, sin embargo, porque poco tiempo había dormido cuando despertó bruscamente, el cuerpo cubierto en sudor y el corazón gopeándole en el pecho, los fuertes latidos resonando en sus oídos.
Respirando pesadamente se llevó una mano al pecho y cerró los ojos, tratando de calmar su corazón. Después se llevó las manos al hermoso rostro, y cuando abrió los ojos vio las cicatrices de las heridas que se había causado él mismo la noche anterior. Se habían reabierto. Sangre brotaba de las pequeñas heridas como florecitas carmesí.
Glorfindel se quedó inmóbil, mirándose la manos con ojos impasibles. De repente se le removió el estómago y sintió mareos. Rápidamente Glorfindel se hechó a un lado de la cama y vomitó todos los contenidos de aquella mañana, y los mechones de pelo dorado que le cayeron sobre la cara se ensuciaron.
Cuando terminó, no se movió, esperando que la cabeza dejara de darle vueltas, y entonces se pasó el reverso de la mano por la boca, haciendo un mueca de asco ante el mal sabor y el hedor. No era un trabajo muy agradable, pero se levantó y limpió el suelo lo más bien pudo, y abrió las ventanas para que cualquier mal olor desapareciese, pues no quería que su buen anfitrión se enterase ni tuviera que preocuparse.
Luego tomó las sábanas, las lavó también en una pequeña fuente que había descubierto en el jardín (pues las había empapado con su sudor) , y las tendió al sol. Cuando hubo terminado, le llegó el turno a él.
Las aguas de la fuente eran frescas y cristalinas. En ellas se miró Glorfindel y, poco a poco, en la superfície apareció el reflejo de su rostro tan claramente como si de un espejo se trastase. Fue cuando se percató de las manchas rojas en sus mejillas; se había ensuciado de sangre cuando al despertar de su mal sueño se había llevado las manos al rostro. Con un suspiro tomó agua en sus manos y se lavó la cara cuidadosamente, hasta que toda marca de sangre seca desapareció. Luego se lavó las heridas de las manos, frotándoselas con gentileza para no dañarlas. Finalmente se lavó los mechones de pelo rúbio que se habían ensuciado con el vómito, y miŕandose en el espejo de agua se soltó las trenzas y comenzó a peinarse los rizos con los largos dedos, cuidadosamente. De vez en cuando cerraba los ojos y respiraba hondo, cuando fugaces imágenes del mal sueño que le había despertado en ese mal estado regresaban para atormentarle.
Glrofindel se sentía solo y triste en esa casa tan silenciosa, pero a pesar de ello pronto el sueño lo reclamó. El cantar de los pájaros se convirtió en un sonido claro pero lejano, y Glorfindel durmió en la rara forma de los Elfos, los ojos abiertos, uniendo el día viviente al profundo sueño. Su descanso no duró mucho, sin embargo, porque poco tiempo había dormido cuando despertó bruscamente, el cuerpo cubierto en sudor y el corazón gopeándole en el pecho, los fuertes latidos resonando en sus oídos.
Respirando pesadamente se llevó una mano al pecho y cerró los ojos, tratando de calmar su corazón. Después se llevó las manos al hermoso rostro, y cuando abrió los ojos vio las cicatrices de las heridas que se había causado él mismo la noche anterior. Se habían reabierto. Sangre brotaba de las pequeñas heridas como florecitas carmesí.
Glorfindel se quedó inmóbil, mirándose la manos con ojos impasibles. De repente se le removió el estómago y sintió mareos. Rápidamente Glorfindel se hechó a un lado de la cama y vomitó todos los contenidos de aquella mañana, y los mechones de pelo dorado que le cayeron sobre la cara se ensuciaron.
Cuando terminó, no se movió, esperando que la cabeza dejara de darle vueltas, y entonces se pasó el reverso de la mano por la boca, haciendo un mueca de asco ante el mal sabor y el hedor. No era un trabajo muy agradable, pero se levantó y limpió el suelo lo más bien pudo, y abrió las ventanas para que cualquier mal olor desapareciese, pues no quería que su buen anfitrión se enterase ni tuviera que preocuparse.
Luego tomó las sábanas, las lavó también en una pequeña fuente que había descubierto en el jardín (pues las había empapado con su sudor) , y las tendió al sol. Cuando hubo terminado, le llegó el turno a él.
Las aguas de la fuente eran frescas y cristalinas. En ellas se miró Glorfindel y, poco a poco, en la superfície apareció el reflejo de su rostro tan claramente como si de un espejo se trastase. Fue cuando se percató de las manchas rojas en sus mejillas; se había ensuciado de sangre cuando al despertar de su mal sueño se había llevado las manos al rostro. Con un suspiro tomó agua en sus manos y se lavó la cara cuidadosamente, hasta que toda marca de sangre seca desapareció. Luego se lavó las heridas de las manos, frotándoselas con gentileza para no dañarlas. Finalmente se lavó los mechones de pelo rúbio que se habían ensuciado con el vómito, y miŕandose en el espejo de agua se soltó las trenzas y comenzó a peinarse los rizos con los largos dedos, cuidadosamente. De vez en cuando cerraba los ojos y respiraba hondo, cuando fugaces imágenes del mal sueño que le había despertado en ese mal estado regresaban para atormentarle.
En
el sueño, se había visto a sí mismo vestido con dorada armadura que
lanzaba extraños destellos a la luz de la luna, pero estaba manchada de
sangre negra que ensombrecía su esplendor. Su capa bordada con hilos de
oro, de tal manera que estaba cubierta de celidonias como una campiña
en primavera, estaba hecha girones y ennegrecida por quemaduras. Hacía
mucho frío donde se econtraba, y la nieve que caía y giraba en
remolinos le entraba en los ojos, lo que le impedía ver con la claridad
necesaria, y sentía temor, porque se enfrentaba a un enemigo del doble
tamaño de su estatura.
Era un gran demonio, con cuernos, cuerpo de hombre fornido y látigo flameante, que parecía estar hecho de fuego y sombra en lugar de carne y piel; con cada paso que avanzaba hacia él, llamas brotaban de sus pies como lenguas de serpiente y derretían la nieve debajo. La cota de malla que vestía Glorfindel le protegía de los latigazos y de las garras de aquel ser siniestro, pero no era suficiente para impedir que sintiera los golpes como mordeduras de serpiente y que le hicieran trastabillar hasta casi caer sobre sus rodillas.
Él luchaba encarnizadamente, pero una mano negra y flamenate le agarró el hombro como una garra, y el fuego le quemaba el hombro y él agonizaba de dolor. El repentino calor en ese paraje nevado le causó nausea, y la sombra del demonio le debilitaba los sentidos. Una daga resplandeció a la luz de la luna y el fuego, y con un chillido el Demonio de Fuego cayó de espaldas al abismo, la mortal hoja clavada en su pecho.
La mano de fuego alcazó a agarrarse a los cabellos dorados, y ambos demonio y Elfo se precipitaron al abismo oscuro. El brusco y poderoso tirón a sus cabellos le había dejado seminconsciente, pues por poco le rompe el cuello, mas hundido en un mundo sombrío Glorfindel se sentía caer, y mientras caía se le prendían fuego los cabellos y ni la brillante armadura le protegía del ardiente abrazo que le quemaba la piel y la carne, y el dolor era insoportable, tanto que el Elfo abría la boca para gritar y agonizar, pero ningún sonido salía de su labios; ni siquiera podía respirar. Ni mil cuchillos clavados en su carne podrían causarle más dolor.
El estruendo de su caída resonó en las colinas y el abismo del Thorn Sir se estremeció.
Glorfindel se apoyó contra el borde de la fuente, las manos agarradas fuertemente a la piedra y la cabeza gacha, cuando volvieron los mareos y se sintió cayendo como en su sueño. Los cabellos le resbalaron sobre los hombros y la frente, cayendo hasta el agua cristalina como cataratas de oro. Tomando más agua con una mano se refrescó la cara y de pronto se sintió mejor, pues aquellas aguas eran mágicamente refrescantes, y permanceió recostado sobre la fuente, admirando sus cabellos.
Siempre había estado orgulloso de ellos, pues en verdad que eran hermosos. Una pequeña sonrisa se formó en los labios de Glorfindel, recordando las miradas enamoradas que le echaban muchas doncellas en Gondolin. A ellas les ecantaba su pelo rubio. Glorfindel tuvo que acostumbrarse a las miradas y a los cumplidos que le hacían las doncellas sobre su cabello, mientras éstas se sonrojaban, y cuando él les besaba la mano al despedirse, ellas temblaban y al darse la vuelta las oía suspirar de forma soñadora. Sí, hubo un tiempo en que Glorfindel estuvo orgulloso de sus cabellos, porque atraía a las mujeres, y él las adoraba, aunque aun no había tenido la oportunidad de conocer la mujer de su vida.
Los labios del Elfo seguían curvados en una pequeña sonrisa, pero una lágrima descendió por su mejilla y cayó en la fuente, y la superfície rieló con una pálida luz trémula. Recordaba como Ecthelion, su mejor amigo, solía reirse de su pelo, diciéndole que era demasiado femenino.
"Pero los cabellos femeninos son perfectos para un hombre afeminado." - le bromeaba, y Glorfindel reía, respondiendo que lo que en realidad pasaba era que le envidiaba por sus cabellos, porque atraía a más doncellas que él. Y Ecthelion sólo le sonreía maliciosamente y, sacando su flauta, comenzaba a tocar una melodía que él mismo había compuesto, y a la que había llamado 'Glorfinniel'.
Pues Ecthelion le bromeaba a menudo llamándole por un nombre de mujer, Glorfinniel (en lugar de Glorfindel), que significa 'Rizos de Oro'.
"Lo llevas demasiado largo, mi querida Glorfinniel." - le dijo Ecthelion más de una vez, en tono serio pero siempre bromeando - "Sólo las doncellas presumidas llevan el pelo así. Para los hombres y los gallardos caballeros como yo, eso es un insulto; deberías cortártelo a la altura del pecho."
Glorfindel nunca le había escuchado, sin embargo ahora se encontraba mirándose en el espejo de agua, preguntándose si no hubiera sido mejor que se hubiera cortado los cabellos, tal y como Ecthelion le dijo. De pronto las manos se le cerraron al borde de la fuente con furia, con fuerza creciente, hasta que empezaron a dolerle los dedos y el dolor se extendió hasta sus muñecas, y parecía que podía arrancar de cuajo la piedra con esas manos élficas. Los ojos le ardieron con lágrimas de rabia.
"¿Por qué no le hice caso a Ecthelion?" - se preguntó, diciéndose para sus adentros, - "Si no fuera por estos asquerosos cabellos, nada de esto habría ocurrido. ¡Malditos sean!"
Entonces, en un arrebato de rabia y furia, Glorfindel comenzó a tirarse de los cabellos con una violencia no esperda en un Hijo de Eru, tratando en su locura de arrancárselos, tironeando salvajemente, chillando. Inconsciente de sus acciones, Glorfindel permaneció un rato así, arrancándose los cabellos, gritando al mismo tiempo de rabia y dolor; y ya algunos hilos de oro yacían en el suelo y flotando en la fuente, cuando se detuvo, respirando pesadamente, viendo que así no lograba su propósito.
Sin pernsárselo dos veces entró en la casa, y allí en la cocina no tardó en hallar un cuchillo; uno bien afilado. Volviendo a la fuente con una sonrisa alocada en el rostro, Glorfindel hechó una última mirada a su reflejo.
"Un nombre muy adecuado para tí." - oyó las palabras de Olórin en su mente - "Tus cabellos son en verdad una bendición de los Valar. Te hacen merecedor de tan bello nombre."
Si Olórin le hubiera visto ahora, el mago no le hubiera reconocido. El rostro siempre gentil y bondadoso de Glorfindel era ahora una mueca maliciosa. Su sonrisa era retorcida cuando veía en el suelo los pocos cabellos que había logrado arrancarse, no más resplandecientes como el oro, sino opacos, ensombrecidos, pues habían perdido la vida.
Sintiendo repulsión, Glorfindel tomó un gran mechón de sus cabellos rubios junto al filo brillante del cuchillo, en cuya hoja se reflejaban en destellos brillantes. Lentamente, Glorfindel comenzó a cortar, cerrando los ojos ante el placer y la satisfacción de sentir los primeros cinco cabellos deslizarse desde su mano al suelo.
-Vása = Sol, el barco en el que Arien transporta en fruto de Laurelin (el nombre que le dan los Noldor.)
-Echoriath = Las Montañas Circundantes.
Balrog of Altena: ¡Siento la tardanza! No he estado muy inspirada y ahora que mi hermano está en casa no puedo escribir tanto como quisiera. ¡Sorry!
- Kea Langrey: ¡Gracias! «» La historia tiene lugar poco después de la Caída de Gondolin, así que aun faltan unos miles de años hasta que Gandalf acuda a la Tierra Media. Espero que este cap haya sido de tu agrado también; la verdad es que no estoy muy satisfecha con éste. ¡Muchas gracias por tu review!
- Kydre: Hola wapa! com va? Esper que l'últim paragraf no t'hagi espantat molt jaja, pobret Glorfindel! Moltes gràcies pel teu review!
- Lalwen Tinúviel: Aquí tens el capítul que et vaig prometre! Ultimament no he pasat pel messenger, pero potser pasi un dia d'aquest i esper poder tornar parlar amb t i la Kydre. Moltes gràcies pel teu review!
