Salté de alegría de poder tener mi varita en las manos. Podría salir de ahí sin ningún problema, aunque nunca fui muy buena con la magia. Lo intenté pero vamos, no iba a ser mucho lo que podría

hacer contra una contraseña, lo cual implicaba un buen hechizo. Algo se me tendría que ocurrir...pero antes de que se me ocurriera algo, los tipos de negro llegaron para buscar mi cuerpo.

Obviamente aproveche de salir y respirar la luz de la mañana. Tenía...hambre, mi estómago rugía.

Ni siquiera podía ir a la cocina por que no sabía donde estaba.

No, tenía que aguantar el hambre, tenía que regresar a mi mundo espiritual. Que bien se sentía ahí estar sin que nadie te viera...no, no te engañes, Myrtle, sin poder espantar a nadie, ver

las caras de extrañeza cuando monologas, en fin, sin poder causar una reacción en el resto de los que te rodean, por muy de rechazo que sea, ahí si que la vida era aburrida y sin sentido.

Por lo menos allá conocía gente, y estaba Harry...

"Tengo que volver por Harry"

Busqué la oficina de Dumbledore. O sea, al parecer, la oficina de Dipet. "Cielos, estoy en el pasado acabo de caer en cuenta en lo que todo esto significa". Pero no podía habituarme a la idea de que no podría llegar y atravesar unas cuantas paredes y ya está. Bajé escalera por escalera ¡me cansé! sin haber comido nada, y no acostumbrada a tanta actividad (ni siquiera dormí), me sentía débil.

Ahora, ¿dónde demonios estaría? no lo sabía. Yo había llegado por casualidad. Demonios. Sólo me quedaba escuchar. Rondaban solo los profesores por el colegio. Sólo tenía que escuchar las conversaciones entre ellos, pero no me quedaba mucho tiempo, pronto me desmayaría.

"No puedo...controlar mi cuerpo"

Me senté en el suelo apoyada contra una pared y cerré los ojos. Todo me daba vueltas. Me di cuenta que había abierto los ojos pero no veía ni escuchaba nada. De pronto escuché un murmullo lejano.

Solo me di cuenta que eran dos personas dialogando. Fue como que mi inconsciente tratara de reanimarme desesperado sabiendo que era importante para mí, pero yo no podía darle órdenes a mi cuerpo. Como me levantaba...me apunté con la varita y me elevé unos centímetros del suelo.

Levité guiándome con la varita a través de la puerta que se había abierto. No sabía si era la puerta que yo necesitaba. Habían unas escaleras. Y me dejé caer sobre ellas golpeándome muy

fuerte.

Más rato, cuando desperté, pensé "ese debe haber sido Dipet, por eso estaba tan desesperada". Me

levanté despacio y subí. Ahí estaba él, efectivamente, escribiendo algo en un pergamino. No me interesaba saber lo que decía, sólo abrí la puerta del armario ese apenas vi que ya entonces existía, y me dejé caer de la olla que no humeaba.

- ¿Qué fue eso?- dijo un sobresaltado Armando Dipet- Habrá que ordenar este armario...

"Estoy cayendo...¿hacia arriba?"