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CYBORG 009 [Shotaro Ishinomori]

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Hola de nuevo, éste es el segundo capítulo de este fic, . hmmmm, que felicidad nn, me siento también un poco mareado . Dado que no soy una persona constante espero terminar pronto este fic de CYBORG 009.

No todos los días son brillantes, ni todos son opacos, lo que los hace asombrosos es él echo de saber que sigo vivo.

CAP. 02: BLUE EYES.

Esa mañana fue tranquila, los pájaros trinaban, las ardillas correteaban una detrás de otra, los caracoles se arrastraban perezosamente sobre las hojas de los arbustos dejando un camino de baba detrás de ellos, los pichones gorjeaban con rabia para llamar la atención de sus padres y ser alimentados. Pero no todo era tranquilidad, la muerte había merodeado esa noche.

Frente al edificio, había cuando menos cinco automóviles de la policía, sus sirenas estaban encendidas chillando constantemente, un ir y venir de uniformados y algunos cuantos curiosos. Bueno, aquello no era normal, no todos los días se reportaba un ataque en un hospital, dos camilleros extrajeron los cuerpos de tres personas, dos de ellas cubiertas con las bolsas de la morgue, que reflejaban poco la luz del sol que les daba directamente, la tercera era una mujer joven tal vez de diecinueve o veinte años que parecía no tener nada dado que se encontraba conciente. Los reporteros no dejaban de hacerle preguntas ¿Quién podría querer hacerle daño señorita Arnoul?, ¿Sospecha de su padre el señor Arnoul?, ¿Se dice que fue atacada hace solo dos días en la entrada de la mansión Arnoul?, ¿Es eso cierto? La joven los miraba con odio, ¿Por qué le hacían esas preguntas tan estúpidas?, ¿Por qué no se encargaba de sus propios problemas?

En ese instante una enorme limosina de un negro obsidiana se detuvo delante de las ambulancias que pretendían transportar a los cadáveres y a la señorita Arnoul, de ella bajaron tres personas a las cuales podríamos comparar con gorilas con sacos y corbatas, altos como dos jirafas y tan anchos como secoyas, sus ojos estaban cubiertos por unos lentes muy obscuros que por lo visto no los dejaban ver demasiado bien ya que tropezaban con todo lo que podían hacerlo, la cara de Francoise se había puesto roja, habría reconocido a aquellos tres sujetos en donde fuera. Era su escolta personal.

Los tres gorilas miraron a su protegida, una bondadosa, aunque horrenda sonrisa, se dibujó en los rostros de los tres, la chica les devolvió la sonrisa afablemente.

-¿Qué hacen aquí?-. Preguntó lacónicamente.

-Su padre nos dijo que viniéramos por usted- dijo en un perfecto español, que nadie se hubiera esperado, dado que parecía más un simio que otra cosa y daba la impresión que se iba a poner a chillar como un mono en cualquier momento.

-Está bien-. Dijo Francoise -. Pero me gustaría cambiarme la ropa-. Dijo mirando la pequeña bata de hospital que traía encima.

-Trajimos un poco de ropa para que usted escogiera señorita-. Dijo el gorila y ayudó a la Señorita Francoise a bajar de la camilla.

-Será mejor que se ponga esto señorita-. Dijo otro grandullón y le dio su saco a Francoise.

La joven tomó el saco y se lo puso le quedaba tan bien como una de esas playeras de un jugador de Fútbol, abotonó el saco y caminó escoltada por sus tres enormes protectores hasta el vehículo, entró y cerró la puerta. Tardó entre treinta y cincuenta minutos para volver a salir, cuando salió se encontraba incluso peinada, llevaba una falda negra y un suéter muy pegado al cuerpo, un saco de color blanco y unas zapatillas negras.

-Gracias -. Dijo y le entregó el saco al gorila.

-No fue nada -. Contesto este y luego agregó -. Nos vamos ya, señorita Arnoul.

La rubia asintió, un escalofrió le recorrió la espalda como si le hubieran puesto un hielo en el cuello o alguien le hubiera tocado el hombro de imprevisto, se dio vuelta y lo vio, como un espectro parado entre todas esas personas, ¿humano? Sí, ¿corpóreo? También. Sus ojos de color café se posaron en los de ella, la fulminaba, la miraba con tal odio y frialdad que aún estando en aquella multitud se sintió insegura, tenía miedo, temblaba, cuándo la mano de uno de sus guardaespaldas se poso en su hombro tuvo un pequeño respingo, giró la cabeza hacia su defensor este le sonrió, giró nuevamente la cabeza buscando al que la miraba pero ya no se encontraba ahí. Se había marchado.

Pero no era el único que la miraba, un poco alejado, un hombre con el cabello de un gris azulado y ojos azules como el cielo, la miraban de la misma manera, llevaba una pañoleta amarilla en el cuello, una chaqueta de piel, negra, unos pantalones blancos y zapatos negros, sus facciones eran suaves pero su mirar siniestro, como el de un lobo, tenia los pulgares enganchados en las bolsas delanteras de su pantalón, dio media vuelta y se perdió entre la multitud.

-Los días se ven mejor en color sepia -. Dijo con un acento alemán muy definido -. Como en mi querido país, joven 009.

El joven que lo seguía de cerca pero escondiéndose se sorprendió.

-Hola Albert -. Saludo 009 -. ¿Que te trae por aquí?

-Veo que tu presa aún sigue viva -. Sentencio Albert -. ¿Por qué, Shimamura?

No contestó, ni él mismo entendía por que no pudo matarla, pero ella le daba nostalgia como un viejo y muy agradable recuerdo, como una visita a casa de los abuelos, un cumpleaños o un día con mamá y papá, pero él nunca había vivido, él no tenía ni tuvo familia. Jamás. Miró a Albert con desconcierto y cambio el tema.

-Pensé que estabas en Alemania -. Comentó el joven y concluyó -. Visitando a tu esposa.

-Pasé unos días con ella -. Contestó el alemán -. Pero ayer recibí una llamada de Black Gohst, diciendo que habías fallado en matar a esa chiquilla, y hoy que te vi fallar una vez más.

Apretó los puños tan fuerte que los nudillos se le pusieron blancos, se recostó en la pared del callejón y miró al alemán durante unos instantes.

-Debo deducir que has venido a matarla, 004 -. Dijo con frialdad el joven.

-No, todavía no, te daré una oportunidad más -. Dijo en un tono frío y amenazador -. Pero si fallas una vez más será mi presa.

Shimamura arrugó el entrecejo, miró a 004 de una manera por demás amenazante, se cruzó de brazos y pensó que podía hacer, si realmente Black Gohst había decidido remplazarlo no podía hacer nada, pero su trabajo era matar a la chica y lo haría, no importaba si tuviera que enfrentarse a Albert, normalmente él y Albert podían considerarse como amigos, pero ese era su trabajo y él nunca había fallado.

Una suave llovizna comenzó a caer, 009 miró hacia el cielo, el sol estaba tapado por unas nubes de color gris, Albert caminó hasta una desvencijada camioneta, abrió la puerta del conductor, subió a la cabina, giró el seguro del volante y puso en marcha el pesado vehículo, miró a 009 y le dijo.

-Lo ve, joven Shimamura, es casi igual que Alemania, pero debería ser un poco más gris.

Piso el clutch, puso primera, soltó el clutch y aplastó suavemente el acelerador, la camioneta comenzó a moverse y se alejó en una sinfonía de estallidos y repiqueteo de carrocería.

009 sacó unos cigarrillos del pantalón, pero estaban húmedos y se despedazaron en su mano.

-Mierda -. Se quejó 009 -. Bueno, no importa compraré unos de regreso a casa.

Ya en la sala de su casa  se recostó en el sofá, sacó la caja de cigarrillos que compró en la tienda que quedaba enfrente del edificio donde vivía, rompió la envoltura y quitó el papel protector, sacó un cigarrillo y lo encendió con un viejo encendedor, inhaló el humo y se impregnó los pulmones con el humo del tabaco.

-¿Sabes? Ése es un mal hábito -. Dijo una voz fría -. Podría costarte la vida.

Shimamura se quedó como una piedra, nunca había hablado con él en persona. pero esa voz no era para nada difícil de olvidar, el corazón le latía muy deprisa, giró la cabeza y abrió desmesuradamente los ojos, ahí, frente a él, completamente de negro, se encontraba... Black Gohst.