CAPITULO SEGUNDO: EL SHAMAN DEL DIABLO.
Los jóvenes brujos se despertaron con la calidez de los rayos de sol que se filtraron por su ventana. Se vistieron rápidamente y bajaron a desayunar. Allí, sentados en una mesa rectangular grande, estaban todos los ayer mencionados a punto de desayunar.
-Creímos que no vendrían -saludó Ellyanne con su característico aire de madre. Remus, no obstante, no le dio más de 18 años.
-Imposible. Muchas preguntas -contestó el licántropo.
Desayunaron un nutritivo desayuno extranjero.
-Aquí tienen costumbres distintas.
-Somos todos latinos. No nos gustan los hábitos americanos - entenció Marianne.
-¿Latinos?, ¿Hablan español? -preguntó extrañado Sirius. Remus lo miró dudoso.
-¿Por qué lo dices Padfoot?
-Porque usan un inglés fluido. Casi no se nota su acento.
-Años de práctica -añadió Ellyl. Remus sonrió. Le gustaba aquella mujer. Niña...
-¿Qué edades tienen? -preguntó. Necesitaba quitarse esa duda. Las chicas rieron.
-¡Sacrilegio! -chilló Belz- no pueden preguntarle la edad a una dama.
Remus lanzó una carcajada.
-¡Vamos!, ¡Aún son jóvenes!, ¿Qué problema hay? -replicó el mago. Sirius lo miró con sorpresa. Nunca Remus se desenvolvía tan amenamente en un lugar extraño.
- Rondamos los 18 y 19 años... salvo Rick que tiene ya sus 20 y Chris sus dulce 24...
- ¡Hey, era un secreto! - chilló el chico con una tostada en la boca.
Todos rieron.
- ¿Y qué hacen aquí? - preguntó.
Ellyanne tragó un sorbo de sumo de naranja y habló:
- Somos el típico grupo "freak", cansado de la hipocresía y de las mentiras, que buscan la verdad a costo de sus propias vidas, para hacer frente a amenazas como Voldemort.
Todos salvo los dos merodeadores se atragantaron a la mención de aquel nombre.
- Ellyl, no sé qué me da más miedo. Si su nombre verdadero o cuando Iry lo llamaba "Voldy", "El loco ese" o "Valdemort"... - carraspeó Tabatha desde su lugar.
Sirius lanzó una sonora carcajada y casi se cae de su asiento.
- ¿En serio lo llamaba así?
- Todo el tiempo... era ya insoportable la cantidad de apodos que le ponía. Nunca lo tomó en serio - agregó Ellyanne.
- Te equivocas Ellyanne - cortó Frederick - Nunca le temió. Ella no le puede temer a un sujeto cuando mismamente se trata con el Diablo.
Un frío silencio se apoderó del lugar. No obstante alguien lo cortó.
- No está muerta - volvió a jurar Belz. Una lágrima se escapó y se arrastró por su mejilla. Tabatha la tomó de la mano.
- Lo siento pero... - a Remus le costaba sacar el tema pero necesitaba saber cuánto era posible - ¿Por qué dicen que...
- ...que se trataba con el mismo diablo? - terminó Ellyanne - Ella es un Shaman. Nuestro Shaman. El oráculo del grupo, la consejera. Pero le tendieron una trampa.
- ¿Una trampa?
- Sí. Ella trabajaba para el Consejo de Brujos. Daba asesoramiento y advertencias a importantes empresarios y ayudaba al Juez y al Presidente. Pero un día ellos decidieron que Iry era muy peligrosa para seguir viva... cuando ya vieron que no la necesitaban más, mandaron a matarla.
- ¿Por eso huyó?
- No. Iry es muy astuta. Se compró a sus asesinos. Los Dragones Rojos le perdonaron la vida y ella comenzó a trabajar para ellos. Se vengó de todo el Consejo. Esa fue la temporada oscura de la vida de Ireth. Después de un tiempo, hace no más de tres meses, ella descubrió lo que realmente los Dragones pretendían. Fue ahí cuando optó por hacer lo más estúpido que se le pudo pasar por su cabecita.
- ¿Intentar huir del grupo? - preguntó Remus interesado. Ellyanne sonrió amargamente.
- Intentar enfrentárseles ella sola. Robó no sé qué diablos y huyó a Inglaterra. Supongo que buscaba a Albus Dumbledore para que la ayude - continuó - pero... no sabemos si llegó a tiempo.
Remus sintió como su estómago daba un vuelco. Ellos eran enviados de Dumbledore para pedir respuestas. Si alguna muchacha extranjera hubiese llegado a ellos, tanto él como Sirius lo hubieron sabido.
- Lo siento... - se disculpó rápidamente.
- Descuida. Deben saberlo. Encima ella está como la más buscada del planeta. La ficharon como asesina terrorista. Le espera Azkaban sin juicio.
Remus quizo maldecir. Sirius maldijo en voz alta...
- ¡¿Con esa boca dices Marinne te quiero?! - exclamó la chica sorprendida del vocabulario del mago. Sirius no pestañeó. Remus se quedó con el café a medio tomar. Todos lanzaron una carcajada.
Las frías calles de Londres estaban abaratadas de gente aquella tarde. La noche estaba cayendo con lentitud y algunos copos de nieven amenazaban con soltar una fuerte tormenta. Melissa se abrigó más con su tapado. El cuero la protegía bastante del viento pero necesitaba algo que le cubriese la garganta. "Maldición, ¡cómo fui a olvidarla!" pensó en referencia a su bufanda verde que la había dejado en la casa de aquel sujeto. Melissa no quiso volver. No deseaba arriesgarse a que el tipo la aprisione y llame a la policía o al cuerpo de aurores.
La joven se preocupó al notar que la noche estaba haciendo su presencia. Tenía que buscar algún lugar donde pasar la velada. Un lugar seguro y discreto. No podían encontrarla. Melissa siguió caminando. Su cabello estaba desordenado y su maquillaje algo corrido. Tenía hambre. Metió una mano enguatada en su bolsillo y encontró unos cuantos sickles. Buscó con la mirada algún bar que le pareciese mágico pero rehusó la idea. Su cabeza valía mucho y era muy riesgoso ir a un lugar así. Volvió a introducir su mano en el bolsillo y sacó unos cuantos billetes muggles. Sonrió. Acto seguido, se dirigió a un bar pequeño situado en una esquina.
En otro lugar
Severus Snape llegó una hora más tarde. Su Señor lo había llamado. Al parecer surgía un convenio con un grupo de brujos extranjeros para aumentar las fuerzas. Eso era bueno. Gigantes, Dementores, Vampiros, Hombres lobo y ahora Asesinos a sueldo...
Severus sonrió amargamente. Muchos no saldrían vivos después de esta. Cuando hubo llegado a la habitación donde había dejado a la chica se paró en seco. En parte ya se lo esperaba, aunque albergaba un poco de esperanza de que así no fuese: ella ya no estaba. La buscó con la mirada en vano. Luego se acercó a la cama. Allí aún se podía sentir el fresco aroma a jazmines y algunos manchones de sangre - resultado de sus múltiples heridas - se dibujaban en las sábanas. "Desconsiderada. Pudo haberme limpiado la habitación" pensó mientras arrojaba a un lado su túnica negra y encendía un cigarrillo. Se echó sobre un sillón. Recostado y pensando en los hechos más recientes, el mago observó que la chica había dejado su bufanda. Era de color verde oscuro. Sonrió. Era color su color favorito. Como los días de colegio...
Severus tomó la prenda y alargó la mano para atrapar su varita. Con un rápido y majestuoso movimiento de muñeca hechizó la tela y está inmediatamente se tensó en el aire. El mago volvió a sonreír.
Melissa salió del pub en cuanto vio a aquel borracho debatirse con el otro sujeto. Prefería huir de cualquier problema hasta que la furor "Danvers" pasase. Mientras caminaba miraba los diarios del suelo en busca de alguna noticia interesante para ella. Sin embargo no encontró nada. Cansada de tanto estrés se desplomó sobre un banco de piedra. El sol ya se había puesto. Tendría que buscar alguna habitación para pasar la noche, a menos que quisiese dormir junto a los vagabundos de la zona.
Fue cuando se dispuso a partir cuando sintió una presencia extraña. De hecho eran dos. Melissa hizo como si nada y emprendió viaje. Caminó con paso rápido pero sus sombras no la perdían de vista. Se dirigió por las calles más transitadas, allí no se atreverían a hacerle daño. Pero su idea se vio apagada cuando sus ojos notaron la presencia de policías muggles y de hombres vestidos de forma extraña. "Aurores" pensó. Sin titubear se metió por una calle más angosta y salió a un parque. Maldijo para sus adentros. Era lo que menos se esperaba. Tragó saliva y emprendió viaje. Para su desgracia las sombras aún le seguían el paso. No tuvo otra opción: metió su mano dentro de su tapado y buscó su varita. No estaba.
Melissa se desesperó. No tenía forma de defenderse. De un movimiento brusco y rápido, alguien saltó desde el vacío. La chica calló de bruces al suelo. Un figura demacrada y blanca se abalanzó sobre su cuerpo. Melissa pudo adivinar que se trataba de un vampiro.
La criatura la tomó por los hombros y la arrojó contra un árbol. Melissa pudo sentir como sus costillas se rompían. Sin embargo, la chica se reincorporó y se lanzó contra el monstruo golpeándolo fuertemente con una patada en la mandíbula. El vampiro se tambaleó. Melissa aprovechó y volvió a golpearlo con el puño. El vampiro voló contra un banco. Sin titubear la chica tomó una rama caída y la usó contra el monstruo, partiéndosela en la nuca. El vampiro no se musitó. Con sus ojos inyectados buscó a la débil figura de la muchacha y se lanzó sobre ella. La tomó del cuello y la arrojó contra la pared sin soltarla. Hizo esto repetidas veces. Melissa podía sentir el frío muro de roca sólida avecindarse una y otra vez contra su cuerpo. Pero no podía rendirse. No obstante, no era lo suficientemente fuerte para enfrentársele al monstruo. En ese momento volvió a sentir la segunda presencia. La buscó con la mirada. La estaba observando. Melissa intentó concentrarse en pedirle ayuda pero el dolor y los golpes se lo impedían. Estaba a punto de morir, ya no sentía nada.
De un sutil susurro, la varita lanzó una ráfaga de luz que dio de lleno contra el vampiro. La criatura soltó a la chica y se miró. Tenía un hoyo en el estómago. Acto seguido, se desintegró.
La muchacha se encontraba débil y moribunda. No se había movido del suelo. De hecho, no podía moverse. Le dolía cada uno de sus huesos. Tenía frío y miedo. La sombra salió de su escondite. Melissa cerró los ojos. Luego los volvió a abrir. Era el hombre que la había salvado la primera vez.
- No se puede salir de noche - dijo con voz trémula - tendrás que acostumbrarte.
Melissa no contestó. Solo rogó porque él no se le ocurra darla a los aurores. Severus la ayudó a levantarse. Estaba sorprendido por la resistencia de la chica. Cualquiera hubiese muerto con el primer golpe.
- Lo siento - tartamudeó casi sin aliento por el dolor.
- Fue mi culpa - agregó este - Yo te quité la varita.
Después de decir esto, sacó de su túnica una varita oscura, cuidadosamente labrada, de color madera.
- Por... qué...
- Por si intentabas huir - explicó él - Pero ni te percataste de que no la tenías.
- ¿Cómo me encontraste? - inquirió. Severus sonrió.
- Dejaste tu bufanda. Usé un hechizo localizador.
Melissa abrió la boca pero no dijo nada. Era muy astuto. Se alegró por eso.
- Gracias... - susurró. Snape la observó. Sintió como se le encendían un poco las mejillas
Los jóvenes brujos se despertaron con la calidez de los rayos de sol que se filtraron por su ventana. Se vistieron rápidamente y bajaron a desayunar. Allí, sentados en una mesa rectangular grande, estaban todos los ayer mencionados a punto de desayunar.
-Creímos que no vendrían -saludó Ellyanne con su característico aire de madre. Remus, no obstante, no le dio más de 18 años.
-Imposible. Muchas preguntas -contestó el licántropo.
Desayunaron un nutritivo desayuno extranjero.
-Aquí tienen costumbres distintas.
-Somos todos latinos. No nos gustan los hábitos americanos - entenció Marianne.
-¿Latinos?, ¿Hablan español? -preguntó extrañado Sirius. Remus lo miró dudoso.
-¿Por qué lo dices Padfoot?
-Porque usan un inglés fluido. Casi no se nota su acento.
-Años de práctica -añadió Ellyl. Remus sonrió. Le gustaba aquella mujer. Niña...
-¿Qué edades tienen? -preguntó. Necesitaba quitarse esa duda. Las chicas rieron.
-¡Sacrilegio! -chilló Belz- no pueden preguntarle la edad a una dama.
Remus lanzó una carcajada.
-¡Vamos!, ¡Aún son jóvenes!, ¿Qué problema hay? -replicó el mago. Sirius lo miró con sorpresa. Nunca Remus se desenvolvía tan amenamente en un lugar extraño.
- Rondamos los 18 y 19 años... salvo Rick que tiene ya sus 20 y Chris sus dulce 24...
- ¡Hey, era un secreto! - chilló el chico con una tostada en la boca.
Todos rieron.
- ¿Y qué hacen aquí? - preguntó.
Ellyanne tragó un sorbo de sumo de naranja y habló:
- Somos el típico grupo "freak", cansado de la hipocresía y de las mentiras, que buscan la verdad a costo de sus propias vidas, para hacer frente a amenazas como Voldemort.
Todos salvo los dos merodeadores se atragantaron a la mención de aquel nombre.
- Ellyl, no sé qué me da más miedo. Si su nombre verdadero o cuando Iry lo llamaba "Voldy", "El loco ese" o "Valdemort"... - carraspeó Tabatha desde su lugar.
Sirius lanzó una sonora carcajada y casi se cae de su asiento.
- ¿En serio lo llamaba así?
- Todo el tiempo... era ya insoportable la cantidad de apodos que le ponía. Nunca lo tomó en serio - agregó Ellyanne.
- Te equivocas Ellyanne - cortó Frederick - Nunca le temió. Ella no le puede temer a un sujeto cuando mismamente se trata con el Diablo.
Un frío silencio se apoderó del lugar. No obstante alguien lo cortó.
- No está muerta - volvió a jurar Belz. Una lágrima se escapó y se arrastró por su mejilla. Tabatha la tomó de la mano.
- Lo siento pero... - a Remus le costaba sacar el tema pero necesitaba saber cuánto era posible - ¿Por qué dicen que...
- ...que se trataba con el mismo diablo? - terminó Ellyanne - Ella es un Shaman. Nuestro Shaman. El oráculo del grupo, la consejera. Pero le tendieron una trampa.
- ¿Una trampa?
- Sí. Ella trabajaba para el Consejo de Brujos. Daba asesoramiento y advertencias a importantes empresarios y ayudaba al Juez y al Presidente. Pero un día ellos decidieron que Iry era muy peligrosa para seguir viva... cuando ya vieron que no la necesitaban más, mandaron a matarla.
- ¿Por eso huyó?
- No. Iry es muy astuta. Se compró a sus asesinos. Los Dragones Rojos le perdonaron la vida y ella comenzó a trabajar para ellos. Se vengó de todo el Consejo. Esa fue la temporada oscura de la vida de Ireth. Después de un tiempo, hace no más de tres meses, ella descubrió lo que realmente los Dragones pretendían. Fue ahí cuando optó por hacer lo más estúpido que se le pudo pasar por su cabecita.
- ¿Intentar huir del grupo? - preguntó Remus interesado. Ellyanne sonrió amargamente.
- Intentar enfrentárseles ella sola. Robó no sé qué diablos y huyó a Inglaterra. Supongo que buscaba a Albus Dumbledore para que la ayude - continuó - pero... no sabemos si llegó a tiempo.
Remus sintió como su estómago daba un vuelco. Ellos eran enviados de Dumbledore para pedir respuestas. Si alguna muchacha extranjera hubiese llegado a ellos, tanto él como Sirius lo hubieron sabido.
- Lo siento... - se disculpó rápidamente.
- Descuida. Deben saberlo. Encima ella está como la más buscada del planeta. La ficharon como asesina terrorista. Le espera Azkaban sin juicio.
Remus quizo maldecir. Sirius maldijo en voz alta...
- ¡¿Con esa boca dices Marinne te quiero?! - exclamó la chica sorprendida del vocabulario del mago. Sirius no pestañeó. Remus se quedó con el café a medio tomar. Todos lanzaron una carcajada.
Las frías calles de Londres estaban abaratadas de gente aquella tarde. La noche estaba cayendo con lentitud y algunos copos de nieven amenazaban con soltar una fuerte tormenta. Melissa se abrigó más con su tapado. El cuero la protegía bastante del viento pero necesitaba algo que le cubriese la garganta. "Maldición, ¡cómo fui a olvidarla!" pensó en referencia a su bufanda verde que la había dejado en la casa de aquel sujeto. Melissa no quiso volver. No deseaba arriesgarse a que el tipo la aprisione y llame a la policía o al cuerpo de aurores.
La joven se preocupó al notar que la noche estaba haciendo su presencia. Tenía que buscar algún lugar donde pasar la velada. Un lugar seguro y discreto. No podían encontrarla. Melissa siguió caminando. Su cabello estaba desordenado y su maquillaje algo corrido. Tenía hambre. Metió una mano enguatada en su bolsillo y encontró unos cuantos sickles. Buscó con la mirada algún bar que le pareciese mágico pero rehusó la idea. Su cabeza valía mucho y era muy riesgoso ir a un lugar así. Volvió a introducir su mano en el bolsillo y sacó unos cuantos billetes muggles. Sonrió. Acto seguido, se dirigió a un bar pequeño situado en una esquina.
En otro lugar
Severus Snape llegó una hora más tarde. Su Señor lo había llamado. Al parecer surgía un convenio con un grupo de brujos extranjeros para aumentar las fuerzas. Eso era bueno. Gigantes, Dementores, Vampiros, Hombres lobo y ahora Asesinos a sueldo...
Severus sonrió amargamente. Muchos no saldrían vivos después de esta. Cuando hubo llegado a la habitación donde había dejado a la chica se paró en seco. En parte ya se lo esperaba, aunque albergaba un poco de esperanza de que así no fuese: ella ya no estaba. La buscó con la mirada en vano. Luego se acercó a la cama. Allí aún se podía sentir el fresco aroma a jazmines y algunos manchones de sangre - resultado de sus múltiples heridas - se dibujaban en las sábanas. "Desconsiderada. Pudo haberme limpiado la habitación" pensó mientras arrojaba a un lado su túnica negra y encendía un cigarrillo. Se echó sobre un sillón. Recostado y pensando en los hechos más recientes, el mago observó que la chica había dejado su bufanda. Era de color verde oscuro. Sonrió. Era color su color favorito. Como los días de colegio...
Severus tomó la prenda y alargó la mano para atrapar su varita. Con un rápido y majestuoso movimiento de muñeca hechizó la tela y está inmediatamente se tensó en el aire. El mago volvió a sonreír.
Melissa salió del pub en cuanto vio a aquel borracho debatirse con el otro sujeto. Prefería huir de cualquier problema hasta que la furor "Danvers" pasase. Mientras caminaba miraba los diarios del suelo en busca de alguna noticia interesante para ella. Sin embargo no encontró nada. Cansada de tanto estrés se desplomó sobre un banco de piedra. El sol ya se había puesto. Tendría que buscar alguna habitación para pasar la noche, a menos que quisiese dormir junto a los vagabundos de la zona.
Fue cuando se dispuso a partir cuando sintió una presencia extraña. De hecho eran dos. Melissa hizo como si nada y emprendió viaje. Caminó con paso rápido pero sus sombras no la perdían de vista. Se dirigió por las calles más transitadas, allí no se atreverían a hacerle daño. Pero su idea se vio apagada cuando sus ojos notaron la presencia de policías muggles y de hombres vestidos de forma extraña. "Aurores" pensó. Sin titubear se metió por una calle más angosta y salió a un parque. Maldijo para sus adentros. Era lo que menos se esperaba. Tragó saliva y emprendió viaje. Para su desgracia las sombras aún le seguían el paso. No tuvo otra opción: metió su mano dentro de su tapado y buscó su varita. No estaba.
Melissa se desesperó. No tenía forma de defenderse. De un movimiento brusco y rápido, alguien saltó desde el vacío. La chica calló de bruces al suelo. Un figura demacrada y blanca se abalanzó sobre su cuerpo. Melissa pudo adivinar que se trataba de un vampiro.
La criatura la tomó por los hombros y la arrojó contra un árbol. Melissa pudo sentir como sus costillas se rompían. Sin embargo, la chica se reincorporó y se lanzó contra el monstruo golpeándolo fuertemente con una patada en la mandíbula. El vampiro se tambaleó. Melissa aprovechó y volvió a golpearlo con el puño. El vampiro voló contra un banco. Sin titubear la chica tomó una rama caída y la usó contra el monstruo, partiéndosela en la nuca. El vampiro no se musitó. Con sus ojos inyectados buscó a la débil figura de la muchacha y se lanzó sobre ella. La tomó del cuello y la arrojó contra la pared sin soltarla. Hizo esto repetidas veces. Melissa podía sentir el frío muro de roca sólida avecindarse una y otra vez contra su cuerpo. Pero no podía rendirse. No obstante, no era lo suficientemente fuerte para enfrentársele al monstruo. En ese momento volvió a sentir la segunda presencia. La buscó con la mirada. La estaba observando. Melissa intentó concentrarse en pedirle ayuda pero el dolor y los golpes se lo impedían. Estaba a punto de morir, ya no sentía nada.
De un sutil susurro, la varita lanzó una ráfaga de luz que dio de lleno contra el vampiro. La criatura soltó a la chica y se miró. Tenía un hoyo en el estómago. Acto seguido, se desintegró.
La muchacha se encontraba débil y moribunda. No se había movido del suelo. De hecho, no podía moverse. Le dolía cada uno de sus huesos. Tenía frío y miedo. La sombra salió de su escondite. Melissa cerró los ojos. Luego los volvió a abrir. Era el hombre que la había salvado la primera vez.
- No se puede salir de noche - dijo con voz trémula - tendrás que acostumbrarte.
Melissa no contestó. Solo rogó porque él no se le ocurra darla a los aurores. Severus la ayudó a levantarse. Estaba sorprendido por la resistencia de la chica. Cualquiera hubiese muerto con el primer golpe.
- Lo siento - tartamudeó casi sin aliento por el dolor.
- Fue mi culpa - agregó este - Yo te quité la varita.
Después de decir esto, sacó de su túnica una varita oscura, cuidadosamente labrada, de color madera.
- Por... qué...
- Por si intentabas huir - explicó él - Pero ni te percataste de que no la tenías.
- ¿Cómo me encontraste? - inquirió. Severus sonrió.
- Dejaste tu bufanda. Usé un hechizo localizador.
Melissa abrió la boca pero no dijo nada. Era muy astuto. Se alegró por eso.
- Gracias... - susurró. Snape la observó. Sintió como se le encendían un poco las mejillas
