Notas de la autora:

Al fin un nuevo capítulo ¿ne? Espero lo disfruten mucho. Como ya dije en otro fic, estoy en uno de esos bloqueos máximos de inspiración y es así que cada capítulo que actualizo me cuesta mucho hacerlo. Aún así lo hago por mis reviewers que siempre me apoyan. Y esta vez quiero hacer una especial mención a una de mis lectoras que ha estado estimulándome para actualizar de forma continua: Leticia-chan. ¡Por ella también es que tienen este capítulo! ¡Que lo disfrutes amiga! ^-^

¡VAMOS AL FIC!

Dedicatoria:

Este fic está dedicado a mi hermana mayor Ariana (Kitiara) a quien quiero con locura y ella lo sabe muy bien ;)

Disclaimer:

El oniwabanshu se caracterizaba por tener ninjas con habilidades extraordinarias a la hora del combate frontal y, a la vez, de tener una agilidad envidiable. Yo, que me canso con dos abdominales y que dándole la vuelta al parque se me sale el alma del cuerpo no puedo tener ni siquiera la más mínima conexión con este grupo. Así que ni siquiera sueñen con que me pertenezca o tenga alguna relación directa con ellos. Si no lo tengo con ellos menos con todo el staff de Rurouni Kenshin. ¡¡¡Y si no tengo relación con nadie menos me va a pertenecer!!! ¡Creo que todo quedó claro! ^-^



¿Es realmente amor?


"El verdadero amor no se le conoce por lo que exige,
sino por lo que ofrece"

Capítulo sexto

...

¡Yo te conozco! ¡Tenken no Soujiro! ¿Qué diablos buscas? ¿Por qué me expiabas? ¡Responde!

Sabía que se le hacía conocida. Aquella mujer era la misma chiquilla con quien vio a Himura viajar, la misma que llegó con él al escondite de Makoto Shishio y que permaneció tras los arbustos con aquel otro niño cuyos padres fueron asesinados por los subordinados de Shishio. A pesar de todo algo en ella la hacía ver distinta. Su mirada tenía la misma ferocidad de la primera vez que hizo con ella contacto visual pero esta vez sus ojos estaban enrojecidos por el llanto que había presenciado y por algo más que no podía distinguir bien. Nunca fue bueno para descifrar emociones, ni las suyas propias para tal caso. La kunai que estaba contra su yugular estaba a punto de incrustarse, ya podía sentir aquella sensación única e indescifrable que solo se registra cuando la piel está a punto de abrirse.


El cabello de la joven estaba pegado a su frente, quizá por la lluvia o por el sudor; sus cejas desordenadas llamaban a que él las arreglase con sus dedos suavemente; sus pestañas largas y espesas estaban separadas en grupos que apuntaban a direcciones opuestas. Su ceño estaba fruncido, causando que su frente se arrugase y con especial repercusión el espacio entre sus cejas. Sus ojos lo veían fijamente; dos esmeraldas. Las únicas manchas que aquellas prístinas joyas podían tener, sus irises, estaban enfocadas fijamente en él. Su rostro muy cerca al de él le dejaba ver los vellos diminutos y casi transparente de su rostro joven y lozano exigiéndole sentir la textura celestial de aquellas mejillas sonrosadas por el llanto de hace unos momentos y por la presión que exigía la pose en la que lo tenía preso.

¿No vas a responder? ¿No sabes que si quisiera podría matarte en este instante? Si valoras tu vida responde a la pregunta que te hice ¿qué diablos haces aquí? ¿Si le respondo bajará la kunai, Makimachi-san? - preguntó él sin variar su sonrisa. Quizá -respondió ella ejerciendo un poco más de presión, pero lo suficiente como para sacar algo de sangre. La herida no era profunda. Lo había hecho a propósito para demostrarle de lo que era capaz- Pero creo que no estás en condiciones de estipular las condiciones, Tenken no Soujiro. Parece que no ¿no es así?- respondió sonriendo aún más- Está bien, responderé, aunque déjeme decirle que esta posición no es de las más cómodas para un interrogatorio, Makimachi-san- una pequeña risa se le escapó. Misao lo observó como a un lunático. ¿Quién es estas condiciones se atrevería a reírse en frente de su posible asesino? Solo una persona que estaba segura de tener todas las de ganar. Con que me está subestimando... Misao hizo más agudo el gesto de molestia en su rostro y se acercó más él, haciéndole más difícil todavía el movimiento. Lo apretó más contra el tronco. La rodilla que estaba entre sus piernas subió un poco más.


Soujiro se sonrojó un poco y Misao se dio cuenta de la situación en que estaban. No pudo evitar ella también ruborizarse pero no se movió ni un segundo sino que ejerció más fuerza a lo que Soujiro respondió con un gesto de incomodidad y dolor. El hombre era peligroso y tan solo moviendo su mirada de él por un segundo podría darle la perfecta oportunidad para soltarse y asesinarla; si demostraba que podía ser dominada por sus emociones le daría espacio a pensar que no era un rival para él. Eso no lo permitiré. El nombre de los Oniwabanshu está en juego y no permitiré que me derrote. Le demostraré a Aoshi de que sí soy capaz de usar este uniforme.

No creo que sea la ocasión para bromas. Al menos yo no las haría si estuviesen a punto de separar mi cabeza de mi cuerpo. Nunca se sabe de qué humor esta el contrincante. - le dijo con una sonrisa sarcástica.


Él se le quedó mirando. Podía sentir su ki y no era difícil saber que había una gran conmoción. Una lucha de emociones encontradas causaban inestabilidad y la tenían fuera de carácter. Podía deducirse de que no era una persona con malicia; al menos no estaba en su naturaleza matar, de eso estaba seguro, podía distinguir el aura de un asesino mejor que sus rasgos en un espejo. Le sorprendía cómo era que no se hubiese arredrado al ver que con su kunai había hecho emanar sangre de su cuello. Mejor no tentar su paciencia ya que en este estado cualquier emoción fuerte podía llevarla a límites que luego lamentaría.

Tiene razón, Makimachi-san, las bromas están demás. Responderé a su pregunta. ¿Qué hacía por aquí? Pues aunque sé que quizá no me lo va a creer, pasaba por aquí buscando un refugio para pasar la noche cuando la encontré. No la reconocí al principio, pensé que era una ni- no, quiero decir, una persona en peligro- y quise auxiliarla pero terminé en este estado - terminó viéndola a los fijamente. Sabía que no la había convencido. ¡¿Cómo quieres que te crea semejante cosa?! ¡¿Qué hace un asesino como tú buscando un refugio en el bosque?! ¿Qué buscas eh? ¿Qué tramas esta vez? ¡¿No te basta con saber que el asesino que era tu jefe está muerto?! Solo falta que quieras seguir sus pasos pero ¿sabes qué? ¡no te lo permitiré! Yo misma me encargar- ¿Qué hace de mi situación diferente a la suya?- intervino él interrumpiéndola por primera vez. Su mirada ya no reposaba gentil en ella. - ¿Qué hace un oniwabanshu fuera de su escondite? ¿Qué hace un ninja lejos de su grupo cuando tiene un lugar donde estar? ¡Eso no te incumbe, Tenken no Soujiro! ¡No somos iguales! ¡Yo puedo salir a donde quiera en esta ciudad! ¡Yo vivo aquí! Muy cierto- respondió él- pero lo que le dije es tan cierto como que no comos iguales. Además ya no uso más ese apelativo, Makimachi-san, ahora solo soy Seta Soujiro, un rurouni que emprendió un largo camino en busca de sus respuestas y que mientras las encuentra ayuda y vive por los demás. Y aunque no viva en Kyoto como usted no puedo evitar pasar por esta ciudad para seguir mi camino aunque sea a altas horas de la noche ya que no tengo a quien preocupar en casa. Ahora que se lo dije, dígame usted, ¿es su caso el mismo? No lo creo. Sucede que yo estoy de paso por aquí y que fortuitamente llegué por este bosque para guarecerme de la lluvia sin saber que usted estuviese escondida por aquí. No invadí su casa ni su territorio ya que según sé su vivienda no está tan cerca de aquí. Entonces ¿qué me hace un presunto asesino? ¿o qué le hace creer que puedo estar tras usted? Quizá sea yo quien deba temerle ya que el que usted esté aquí es mucho más sospechoso teniendo en cuento la hora y la kunai en mi yugular. ¿Rurouni? ¿Al igual que Himura?-preguntó ella sin creer lo que sus oídos percibían. Dejó pasar todo lo demás que él había dicho. Soujiro pudo percibir un cambio en su ki. Estaba bajando la ofensiva. ¿Acaso sus palabras tuvieron alguna injerencia en ello? Precisamente Himura-san tuvo mucho ver en esta decisión. Durante nuestra pelea pude entender parte de su filosofía de vida y decidí seguir sus pasos; quizá como él pueda algún día encontrar mis respuestas. Ahora que respondí a sus preguntas puede bajar esa kunai. Créame, Makimachi-san, que es muy difícil hablar con el filo de un arma amenazando con incrustarse totalmente en mi cuello. ¿Cómo he de saber si no estás mintiendo?-preguntó ella buscando en su rostro algún gesto que delatara que estaba mintiendo. Aunque la pregunta podría haber confundida a cualquiera sobre la amenaza que ella representaba, Soujiro sabía muy bien que su ofensiva estaba totalmente baja para este momento. Le había creído. Es ingenua, aunque no quiera demostrarlo. Bien podría estar mintiendo. Eso no lo sé, queda en sus manos creer o no en lo que el digo. Sé que tiene razones para no creer a alguien con un pasado como el mío y es por eso que solo puedo asegurarle bajo palabra que digo la verdad y que no corre peligro si baja su arma. Qué gracioso decir esto cuando si lo quisiera yo  ahora mismo quien estaría en peligro inminente es ella. Me iré tal como vine y no la molestaré más, Makimachi-san. Shinomori- dijo ella bajando la kunai lentamente sin perderlo de vista un solo momento. Después de ver que no corría peligro sacó su rodilla de entre sus piernas y se paró frente a él con un gesto sereno en el rostro. ¿Suminasen? Que no soy más Makimachi, mi apellido ahora es Shinomori. Parece que todos hemos cambiado en algo nuestros nombres ¿no es así?- preguntó con una sonrisa en los labios. Kirei... esa sonrisa adorna mejor sus rostro que las lágrimas de hace un momento. Quien los viera no podría creer que breves segundos atrás esta mujer de cabellos negros y tímida sonrisa era la misma que estaba decidida a matar a este joven. Oh ya veo. Congratulaciones, Shinomori-san- dijo haciendo una reverencia- no sabía que usted y Shinomori-san habían contraído matrimonio. No importa; no tendrías por qué saberlo tampoco ¿verdad?- dijo dándose la vuelta y dirigiéndose al lugar donde momentos antes estaba para buscar el lazo con el que ataba su trenza.


Soujiro la observó por unos segundos dar vueltas por los alrededores. Luego recogió de en medio de unos arbustos una cinta color negro y se encaminó hacia ella.

¿Es esto lo que busca? ¡Sí!- dijo ella sonriente- temía que hubiese perdido esa cinta. Es muy antigua ¿sabes? La uso desde que era una niña; mi madre me la dio. Es uno de los pocos recuerdos que tengo de ella- terminó mirando con notable melancolía a la desgastada cinta. Me alegro de haberla encontrado, entonces. - dijo mientras la veía trenzándose el cabello con la facilidad que solo la práctica y el uso otorga. El silencio reinó. Él seguía observando su espalda mientras su mente le repetía que ya debía irse. ¿Irme? Pero si yo soy quien buscaba un refugio por aquí. En todo caso ella debería irse... Mas dentro de sí sabía que solo quería quedarse un tiempo más para verla. Es mejor irme, lo prometí después de todo... Cuando se paró del tronco de un árbol caído en el que estuvo sentado observando a Misao sintió de repente como si todo diera vueltas. Era raro, nunca se mareaba. Dio unos pasos y se recostó en el primer árbol que alcanzó. La vista le fallaba; comenzaba a ver doble.


Unos segundos más tarde lo último que alcanzó a ver fue el rostro preocupado de Misao que gesticulaba con las manos y decía algo que no le era posible oír. Antes de desmayarse totalmente llegó a pensar que aun cuando su cabello estaba a medio trenzar y con ese gesto de espanto en el rostro se veía muy bella.

Había dejado de llover durante algún momento de su conversación y los truenos ya no se oían a la distancia. El cielo estaba más oscuro que nunca; los arbustos y árboles chorreaban los remanentes de agua que quedaron en sus hojas. Un caracol pasó por el tronco en que él estaba sentado momentos antes dejando su característica estela tras de sí. El viento se hacía sentir muy frío; la luna llena brillaba en lo alto con la majestuosidad que solo adquiere cuando un fondo color ébano hace resaltar su belleza. Dos brazos estaban alrededor de él y gotas de agua caían sobre su rostro; no, no era la lluvia, eran lágrimas. Todo permanecía tan igual y a la vez tan diferente a su alrededor. Aun así,  era imposible que él se diera cuenta de ello.

****


La luz estaba apagada. Por la forma en que la luna iluminaba el lugar podía saber que pasaban de las doce de la noche. Era tarde. Muy tarde. Misao no regresaba y hace rato que había comenzado a preocuparse. Todos los oniwabanshu dormían en sus recámaras ignorantes de lo que había acontecido momentos antes.


Él permanecía ahí en la misma pose que siempre usaba para meditar y con el mismo rostro impasible en el que era imposible identificarse emoción alguna. Aún así, con todas las características físicas inalterables, había algo que diferente en él: no estaba meditando. Sus dilemas existenciales no eran la prioridad; ni siquiera ocupaba su mente el constante remordimiento por la muerte de sus amigos que lo hacía permanecer alejado del mundo hasta que pudiese encontrar una justificación que lo hiciese conseguir la paz tan anhelada para su alma. Una extraña sensación, aquella que sentimos cuando sabemos que hacemos algo que va contra lo que quisiésemos en verdad hacer y que al cuestionarnos de si en realidad es lo mejor nos deja dentro una duda que no es más que la admisión a veces inconsciente de la posibilidad de haber sacrificado tanto por nada, estaba anidada en su corazón.

Dudaba de las decisiones que había tomado y de las que estaba por tomar. Ponderaba si en verdad lo que venía haciendo era lo correcto. Siempre dudó; desde el instante en que tocó la puerta de la oficina de Okina para comentarle su repentina decisión de casarse con Misao y luego se lo anunció a ella; cuando aquella noche la vio en esa yukata que sabía era nueva y comprada solo para que él la viese y se vio tentado a tenerla entre sus brazos y hacerla realmente suya; también durante las cuatro semanas que llevaban de casados y despertaba junto a ella guardando las distancias del caso para no dar la impresión de que algo había cambiado en su actitud, peleándose con su conciencia y con sus instintos de atraerla hacia sí y calmar el deseo de rozar su piel con las puntas de sus dedos, acariciando la textura de su cuerpo cada vez más tibio a medida que la presión de sus dedos hacían contacto con distintas partes de su anatomía. Sí. Fantasías. Deseos reprimidos hacia a aquello que le pertenecía pero que no se atrevía a tocar y con esto mancillar. Las sensaciones también podían apoderarse de él, de su conciencia, podían hacer débil su decisión... era humano después de todo, aunque no lo aparentase.

Sí, porque contrario a los que muchos pensaban él era tan capaz de sentir como cualquiera. Si había quienes pensaban que él era de verdad tan frío como daba la impresión de ser se equivocaban. ¡Tenía sentimientos! No había dejado de ser humano en ningún momento. Ni al unirse a Kanryu Takeda al dejar al Oniwabanshu y más tarde ver morir a sus amigos, o a Shishio Makoto y luego pelear con Himura por última vez. No, no se había hecho una isla viviente, solo dejó de importarle lo que tenía alrededor; no dejó de sentir o emocionarse como cualquiera; no enterró su lado emocional aunque así lo pareciese. Todo eso era una máscara porque también era cierto que detrás de aquella mirada inconmovible y de aquel rostro que parecía ser incapaz de tener reacción ante algo o alguien estaba un hombre golpeado por la vida, por la desventura, por lo terrible de saber que vivió tanto tiempo en error y al mismo tiempo por no saber qué camino a seguir era el correcto; era un hombre herido por los fracasos del pasado que aún pesaban sobre su conciencia. Eso lo hacía indefenso, débil... un guerrero y un hombre incompleto. Himura se lo había hecho ver con tan solo una derrota y una agrupación de palabras agudas que certeramente fueron dirigidas directamente a su punto débil, al emocional, del que parecía carecer pero que en el fondo solo escondía por el temor natural de demostrar aquella inestabilidad en que vivía, aquel vacío insondable que ni las sesiones más largas de meditación ayudaban a cubrir.

Después de la vez que fue derrotado por Himura por segunda vez descubrió que era necesario encontrar primero el norte de su vida antes de empezar de nuevo, pues es más que sabido que es imposible empezar de cero totalmente sin antes aceptar al pasado como eso mismo: un tiempo que ya pasó y que si bien pudo haber dejado cicatrices no es nuestro deber escocerlas con el constante arrepentimiento sino dejarlas ser curadas por el tiempo y, al final, si quedara alguna mancha imborrable fuera tan solo el recordatorio de un pasado del que se aprendió; esto lo tenía muy claro mas antes de llegar a eso había que llegar a una comunión con el pasado; necesitaba aceptarlo y no verlo como un constante recuerdo de un fracaso y a la vez un obstáculo para el presente y, así, tomar cada paso en falso que pudo haber dado como parte del aleccionamiento por el que todos pasamos para ser mejores. Pero no era tan fácil como decirlo; no era cuestión de sonreírle a la vida súbitamente, de abrazar a todos y de disculparse de repente y empezar de nuevo olvidándose de todo, enterrando el pasado o aceptándolo. Todo requiere un lapso de tiempo y curar las heridas que tenía en el alma solo podía hacerlo él y para eso necesitaba tranquilidad. Himura se redimía ayudando a la gente mientras buscaba sus respuestas. La forma de hallar la paz de Shinomori era meditar, buscar en la profundidad de la reflexión las respuestas que necesitaba e introducirse aun más en ellas, satisfaciendo su búsqueda incesante de soluciones para luego, una vez que él lograse conocerse a sí mismo, comenzar a redimirse pero ¿quién se redime sin saber qué camino seguir? Para eso meditaba; requería saber lo que debía hacer y cómo hacerlo. No era un hombre que tomaba decisiones a la ligera; ni las de menor importancia y mucho menos las de trascendencia.

Tenía que pensar, llegar a un acuerdo consigo mismo y con sus acciones pasadas, y buscar el camino hacia la nueva vida que quería empezar. Para eso debía ser una persona nueva y simplemente no podía serlo sin antes obtener respuestas a sus interrogantes y saber qué era lo correcto, porque sin tener la seguridad de que vivir por lo que vivía estaba bien era simplemente imposible.

Nadie empieza a caminar sobre cenizas calientes fáciles de atisbar con el más mínimo soplido del viento ya que se corre el riesgo de quemarse una vez más. Aceptar los errores, sanar las heridas del alma, perdonarse a sí mismo para perdonar al mundo; ser sincero consigo mismo, entenderse y no sentir desprecio por su vida para que los demás empezaran a hacer lo mismo no era fácil, por el contrario, era más que difícil. Aceptar el fracaso y levantarse con un propósito de enmienda en la mente para seguir hasta un punto trazado era lo que él buscaba. No era suficiente tener la conciencia de haber fracasado ya que saber eso y no tener un lugar al que mirar y saber que algún día se alcanzará nos hace más fácil hundirnos en el desconsuelo y en el odio a nosotros mismos. Aoshi no vivía en su mundo de reflexión ni estaba abstraído de la realidad. Estaba tan inmiscuido en ella como los demás; lo que lo diferenciaba de ellos es que no comunicaba lo que pensaba, no se hacía parte del conjunto, no podía, no se sentía con derecho mientras no fuera una persona como ellos, normal, sin miedo a expresar sus debilidades. Sí. Era orgulloso. Quizá era un defecto pero así era él. El miedo a demostrar su lado débil y quedar como una persona indefensa lo hacía reprimir lo que sentía pero también influía su deseo de querer evitar preocupar a las personas que tenía a su alrededor, a aquellos que lo acogieron sin importarles su traición y trataban de mostrarle una sonrisa cálida todos los días. Después de todo, no tenía derecho de causarles más problemas y además también sabía que solo él podía sanarse y nadie, por más buenas intenciones que tuviesen, podía hacerlo por él. Nadie podía ayudarlo a resolver un problema netamente personal. Nadie sabía por lo que pasaba, ni siquiera Misao, que era quien estaba más cerca a él.


Misao... ella era la principal fuente de duda en su vida. Ella era la excepción a su filosofía de esperar a sanarse totalmente para buscar formas de redención de sus acciones pasadas. Todo había pasado tan rápido. Ni siquiera fue su amigo y ya estaba casado con ella. A veces sentía como si estuviese jugando con ella, como si le estuviese haciendo daño intencionalmente por el mero gusto de hacerlo y por esto se sentía un canalla... pero no, él lo hacía para protegerla, ella era... era aún una niña que veía el mundo con ojos llenos de esperanza. Sus ideales eran sublimes, feéricos, y no por eso menos loables, el problema era que  estaban basados en utopías. Creía que todo se arreglaba si alguien así lo quería, que toda la gente sería como Himura, capaz de cambiar como si la naturaleza del ser humano fuera ser bueno. Quizá ignoraba la complejidad del ser humano o quizá no quería verla por la posibilidad de teñir la belleza de sus pensamientos. Con esa forma de ser tan libre, confiada en sí misma, tan independiente, liberal, informal, y extremadamente optimista estaba en peligro. No conocía de límites y barreras... creía en su capacidad de lograr todo no importa qué sea. Aquella temeridad e imprudencia típica del joven estaba en ella inalterable; la falta de reflexión antes de hablar o actuar era una pequeña muestra de su carácter inmaduro. Eso no podía seguir así. No era su culpa, la habían dejado crecer engreída, a su libre albedrío, haciéndole creer que si ella era buena el mundo no tenía por qué ser distinto y eso la hacía indefensa, presa fácil ante cualquier persona mal intencionada. Sus arranques o muestras de afecto causaban una sonrisa en todos; nadie era capaz de decirle qué estaba bien o mal porque sabían que ella no era mala, que lo que hacía constituía una gracia más del avatar inmenso de Misao pero ¿alguien la corregía? ¿corregir? ¿quién podría corregir a una persona como Misao que no tenía ni una pizca de maldad dentro? Se corrige lo malo, los defectos pero no aquello que se lleva acabo por la ingenuidad. Ahí residía el error de todos. Grave error que hacía de Misao una persona indefensa, tanto o más que cualquier otra. Se corrige aquello que puede convertirse en error; aquello que puede causar un daño posterior; se debe evitar la posibilidad de equivocarse porque ni la ingenuidad ni las buenas intenciones son suficientes para pasar por alto una falla. Ya que si no se corrige a tiempo esto luego se hará una costumbre y después una tara incorregible. No, no era la culpa de Misao pero alguien debía corregirla y esa persona era él pues, al parecer, nadie se daba cuenta del mal que indirectamente le habían hecho y le hacían.


El recuerdo de lo que algunas horas atrás había sucedido entre ellos lo intranquilizaba. Sabía que la había lastimado pero ya no sabía más si era lo mejor para ella. Se incorporó de la posición en que estaba. La espalda comenzaba a dolerle. No estaba tranquilo ni había sobrepasado el plano corporal que la meditación le exigían para mantenerse en la misma incómoda posición por tanto tiempo. Se dirigió a la puerta, la misma por la que ella había entrado. En el umbral se quedó observando la luna. Si no volvía en una hora más tendría que ir a buscarla ¿dónde estaría? Era muy peligroso caminar sola de noche. Sabía que era capaz de defenderse sola pero aún así nunca se sabe qué clase de peligros puede haber en las calles llenas de maleantes. Se pasó la mano por la frente y deslizó sus manos por su cabello color ébano. Cerró los ojos y en su mente se repitió la escena; sentimientos encontrados en su interior chocaban causando que su ki se inestabilice y que el remordimiento, muy bien conocido por él, comenzara a ganar la batalla dentro de él.


El había sentido que Misao entraba en el templo. Por un momento pensó que seguro traía su té pero luego recordó que ya lo había hecho unas horas antes. ¿Qué podía traerla cuando se acercaba la hora de su entrenamiento? Antes de que ella lo saludase él le preguntó con el mismo tono de voz que usaba para referirse a todos,

Misao ¿qué te trae por aquí? Kon ban wa, anata. Es que yo pensé que... que... que como se acerca la hora de tu entrenamiento yo podía... ¿Podías qué, Misao?- le dijo levantándose y volteando para verla de frente. Lo que vio ciertamente lo sorprendió.


Misao estaba en su uniforme de los Oniwabanshu. Su cabello estaba trenzado como solía usarlo antes de que se casaran. Sus manos estaban a sus costados, cogiendo fuertemente los flancos de su ropa. Lo vio a los ojos y sonrió una sonrisa pequeña, insegura.

¿Qué significa esto?- preguntó él fingiendo no saber la razón de su atavío. Yo... yo vine porque pensé que quizá podría entrenar contigo, anata, ya que hace tiempo que no entreno. Me gustaría hacerlo contigo, si no es mucha molestia...- dijo ella bajando la mirada ya que la que él le estaba dando la ponía nerviosa. Pues sí sería una molestia, Misao.- Ella lo vio con una expresión de tristeza. La había herido- Anda y cámbiate el uniforme que no se debe jugar a los disfraces con él. Es en serio, Misao. Por eso mismo - dijo ella con la vista en el piso. Su tono de voz era firme; el mismo que usaba cuando estaba molesta. ¿A qué te refieres, Misao? Dilo rápido que debo empezar... Piensas que considero el entrenamiento un juego ¿verdad, Aoshi? Déjame decirte que estás equivocado. No es así. Recuerda que yo también soy una oniwabanshu y además fui Okashi- No lo digas, Misao, sabes muy bien cuáles fueran las circunstancias para que tu ocuparas ese cargo. Claro que las recuerdo, Aoshi- dijo ella viéndolo directamente a los ojos. Las lágrimas comenzaban a brotar de sus ojos. En ese momento se arrepintió de haberle dicho eso. La había herido profundamente.- Alguien tenía que ocupar el cargo ¿no? Yo no iba a dejar que el nombre del Oniwabanshu fuera pisoteado, por eso tomé el cargo. Yo- Si tú lo dices, Misao, ahora, por favor, necesito tranquili- Aún no he terminado. A mí tampoco me gusta ser interrumpida cuando hablo.- Una sonrisa sarcástica se posó en su rostro. Sus manos hacían lo que podían para secarse las lágrimas.- Iba a decirte que yo no iba a abandonar a mis amigos a pesar de que no estuviese preparada para ser Okashira- Aoshi se le quedó observando atónito por lo que acababa de oír-. Sé que no soy muy fuerte, Aoshi, o no lo suficiente y es por eso que tenía la idea de que podía entrenar contigo para poder... superarme, sí, eso mismo pero, bueno, al parecer, soy una molestia ¿verdad? Te incomoda mi presencia en tu entrenamiento, como para todo. ¿Sabes? Creo que te incomodo demasiado ¿no es así, Aoshi? tanto como para no ser tu mujer estando casada contigo. ¿Terminaste?- preguntó él ignorando completamente todo lo que le había dicho. Interiormente él sabía muy bien que ella había tocado un nervio pero, como siempre, no lo exteriorizó. Una vez más asumió que era uno de sus arranques infantiles. ¡No!- gritó. Sabes muy bien que no debes dirigirte así... Al diablo con las maneras, Aoshi. Estoy cansada de ellas y de pretender vivir bien con ellas. Hago todo lo posible por agradarte y tú... tú ni siquiera lo notas. Entonces no creo que haya motivo para que tenga maneras ya que de todas formas te da igual ¿verdad, anata?- La última palabra la pronunció en tono de ironía. Misao será mejor que hablemos mañana o en otro momento. No sé qué te pasa hoy; no creo que podamos conversar correctamente de este modo. - Tras decir esto trató de dirigirse a la puerta cuando ella se le interpuso.- Misao, si fueras tan amable y me dejaras pasar... ¿Alguna vez conversamos? No me mires así, vamos, no me voy a mover a menos que tú me fuerces,  ¡contéstame! ¿Conversamos? - soltó una risa fingida- Nunca lo hacemos, Aoshi. La rutina sigue siendo la misma desde que volviste. No cambió nada con este matrimonio. No recuerdo haberte prometido algo, Misao. Sí, quizá fui yo la que se hizo ilusiones ¿verdad? Una vez más me equivoqué contigo. Esperé demasiado, quizá. Vaya, nunca pensé que diría esto pero francamente no sé por qué te casaste conmigo. - dijo esto último con otra sonrisa falsa. Las lágrimas corrían por sus mejillas. Créeme que a veces pondero lo mismo. Ahora si me permites- dijo antes de rodearla y retirarse sin mirar atrás.

Mientras se alejaba del templo la vio traspasarlo y correr hacia la puerta. Estaba llorando. Una vez más, por él.


Movió la cabeza como para deshacerse del recuerdo. Llevaba casi tres horas tratando de convencerse a sí mismo de que todo tenía un por qué y de que quizá esta era una forma de redimirse, de hacer el bien... pero si era así ¿por qué no se sentía bien con lo que hacía? ¿Por qué cada vez que veía su rostro desilusionado o sus ojos a punto de estallar en lágrimas algo dentro de él lo incitaba a retractarse? La duda, algo que no debía permitirse después de haber tomado una decisión que creía la correcta, lo tenía disconforme. La satisfacción que da el seguir el camino correcto no estaba en él. Sus emociones lo estaban traicionando o ¿sería quizá su conciencia?

Continuará…



Notas finales:

¡Listo, Minna-san! Ya lo terminé. Quizá estuvo un poco denso en capítulo pero quise acercarme un poco más a lo que creo yo es la razón de la actitud fría de Aoshi Shinomori. Ya veremos qué pasará en el siguiente capítulo. ¡Espero que sus reviews me acompañen como siempre! ;)


Ya saben, para cualquier cosa a mi mail o
al MSN (cheerfulandsmilinggirl@hotmail.com)

¡Un beso a todos! Ja ne!

Shiomei