Notas de la autora:
Al fin un nuevo capítulo ¿ne? Espero lo disfruten mucho. Como ya dije en otro fic, estoy en uno de esos bloqueos máximos de inspiración y es así que cada capítulo que actualizo me cuesta mucho hacerlo. Aún así lo hago por mis reviewers que siempre me apoyan. Y esta vez quiero hacer una especial mención a una de mis lectoras que ha estado estimulándome para actualizar de forma continua: Leticia-chan. ¡Por ella también es que tienen este capítulo! ¡Que lo disfrutes amiga! ^-^
¡VAMOS AL FIC!
Dedicatoria:
Este fic está dedicado a mi hermana mayor Ariana (Kitiara) a quien quiero con locura y ella lo sabe muy bien ;)
Disclaimer:
El oniwabanshu se caracterizaba por tener ninjas con habilidades extraordinarias a la hora del combate frontal y, a la vez, de tener una agilidad envidiable. Yo, que me canso con dos abdominales y que dándole la vuelta al parque se me sale el alma del cuerpo no puedo tener ni siquiera la más mínima conexión con este grupo. Así que ni siquiera sueñen con que me pertenezca o tenga alguna relación directa con ellos. Si no lo tengo con ellos menos con todo el staff de Rurouni Kenshin. ¡¡¡Y si no tengo relación con nadie menos me va a pertenecer!!! ¡Creo que todo quedó claro! ^-^
¿Es realmente amor?
"El verdadero amor no se le conoce por lo que exige,
sino por lo que ofrece"
Capítulo sexto
...
¡Yo te conozco! ¡Tenken no Soujiro! ¿Qué diablos buscas? ¿Por qué me expiabas? ¡Responde!Sabía que se le hacía conocida. Aquella mujer era la misma chiquilla con quien vio a Himura viajar, la misma que llegó con él al escondite de Makoto Shishio y que permaneció tras los arbustos con aquel otro niño cuyos padres fueron asesinados por los subordinados de Shishio. A pesar de todo algo en ella la hacía ver distinta. Su mirada tenía la misma ferocidad de la primera vez que hizo con ella contacto visual pero esta vez sus ojos estaban enrojecidos por el llanto que había presenciado y por algo más que no podía distinguir bien. Nunca fue bueno para descifrar emociones, ni las suyas propias para tal caso. La kunai que estaba contra su yugular estaba a punto de incrustarse, ya podía sentir aquella sensación única e indescifrable que solo se registra cuando la piel está a punto de abrirse.
El cabello de la joven estaba pegado a su frente, quizá por la lluvia o por el
sudor; sus cejas desordenadas llamaban a que él las arreglase con sus dedos
suavemente; sus pestañas largas y espesas estaban separadas en grupos que
apuntaban a direcciones opuestas. Su ceño estaba fruncido, causando que su
frente se arrugase y con especial repercusión el espacio entre sus cejas. Sus
ojos lo veían fijamente; dos esmeraldas. Las únicas manchas que aquellas
prístinas joyas podían tener, sus irises, estaban enfocadas fijamente en él. Su
rostro muy cerca al de él le dejaba ver los vellos diminutos y casi
transparente de su rostro joven y lozano exigiéndole sentir la textura
celestial de aquellas mejillas sonrosadas por el llanto de hace unos momentos y
por la presión que exigía la pose en la que lo tenía preso.
Soujiro se sonrojó un poco y Misao se dio cuenta de la situación en que
estaban. No pudo evitar ella también ruborizarse pero no se movió ni un segundo
sino que ejerció más fuerza a lo que Soujiro respondió con un gesto de
incomodidad y dolor. El hombre era peligroso y tan solo moviendo su mirada de
él por un segundo podría darle la perfecta oportunidad para soltarse y
asesinarla; si demostraba que podía ser dominada por sus emociones le daría
espacio a pensar que no era un rival para él. Eso no lo permitiré. El
nombre de los Oniwabanshu está en juego y no permitiré que me derrote. Le
demostraré a Aoshi de que sí soy capaz de usar este uniforme.
Él se le quedó mirando. Podía sentir su ki y no era difícil saber que había una
gran conmoción. Una lucha de emociones encontradas causaban
inestabilidad y la tenían fuera de carácter. Podía deducirse de que no era una
persona con malicia; al menos no estaba en su naturaleza matar, de eso estaba
seguro, podía distinguir el aura de un asesino mejor que sus rasgos en un
espejo. Le sorprendía cómo era que no se hubiese arredrado al ver que con su
kunai había hecho emanar sangre de su cuello. Mejor no tentar su paciencia ya
que en este estado cualquier emoción fuerte podía llevarla a límites que luego
lamentaría.
Soujiro la observó por unos segundos dar vueltas por los alrededores. Luego
recogió de en medio de unos arbustos una cinta color negro y se encaminó hacia
ella.
Unos segundos más tarde lo último que alcanzó a ver fue el rostro preocupado de
Misao que gesticulaba con las manos y decía algo que no le era posible oír.
Antes de desmayarse totalmente llegó a pensar que aun cuando su cabello estaba
a medio trenzar y con ese gesto de espanto en el rostro se veía muy bella.
Había dejado de llover durante algún momento de su conversación y los truenos ya no se oían a la distancia. El cielo estaba más oscuro que nunca; los arbustos y árboles chorreaban los remanentes de agua que quedaron en sus hojas. Un caracol pasó por el tronco en que él estaba sentado momentos antes dejando su característica estela tras de sí. El viento se hacía sentir muy frío; la luna llena brillaba en lo alto con la majestuosidad que solo adquiere cuando un fondo color ébano hace resaltar su belleza. Dos brazos estaban alrededor de él y gotas de agua caían sobre su rostro; no, no era la lluvia, eran lágrimas. Todo permanecía tan igual y a la vez tan diferente a su alrededor. Aun así, era imposible que él se diera cuenta de ello.
****
La luz estaba apagada. Por la forma en que la luna iluminaba el lugar podía
saber que pasaban de las doce de la noche. Era tarde. Muy tarde. Misao no
regresaba y hace rato que había comenzado a preocuparse. Todos los oniwabanshu
dormían en sus recámaras ignorantes de lo que había acontecido momentos antes.
Él permanecía ahí en la misma pose que siempre usaba para meditar y con el
mismo rostro impasible en el que era imposible identificarse emoción alguna.
Aún así, con todas las características físicas inalterables, había algo que
diferente en él: no estaba meditando. Sus dilemas existenciales no eran la
prioridad; ni siquiera ocupaba su mente el constante remordimiento por la
muerte de sus amigos que lo hacía permanecer alejado del mundo hasta que
pudiese encontrar una justificación que lo hiciese conseguir la paz tan
anhelada para su alma. Una extraña sensación, aquella que sentimos cuando
sabemos que hacemos algo que va contra lo que quisiésemos en verdad hacer y que
al cuestionarnos de si en realidad es lo mejor nos deja dentro una duda que no
es más que la admisión a veces inconsciente de la posibilidad de haber
sacrificado tanto por nada, estaba anidada en su corazón.
Dudaba de las decisiones que había tomado y de las que estaba por tomar. Ponderaba si en verdad lo que venía haciendo era lo correcto. Siempre dudó; desde el instante en que tocó la puerta de la oficina de Okina para comentarle su repentina decisión de casarse con Misao y luego se lo anunció a ella; cuando aquella noche la vio en esa yukata que sabía era nueva y comprada solo para que él la viese y se vio tentado a tenerla entre sus brazos y hacerla realmente suya; también durante las cuatro semanas que llevaban de casados y despertaba junto a ella guardando las distancias del caso para no dar la impresión de que algo había cambiado en su actitud, peleándose con su conciencia y con sus instintos de atraerla hacia sí y calmar el deseo de rozar su piel con las puntas de sus dedos, acariciando la textura de su cuerpo cada vez más tibio a medida que la presión de sus dedos hacían contacto con distintas partes de su anatomía. Sí. Fantasías. Deseos reprimidos hacia a aquello que le pertenecía pero que no se atrevía a tocar y con esto mancillar. Las sensaciones también podían apoderarse de él, de su conciencia, podían hacer débil su decisión... era humano después de todo, aunque no lo aparentase.
Sí, porque contrario a los que muchos pensaban él era tan capaz de sentir como cualquiera. Si había quienes pensaban que él era de verdad tan frío como daba la impresión de ser se equivocaban. ¡Tenía sentimientos! No había dejado de ser humano en ningún momento. Ni al unirse a Kanryu Takeda al dejar al Oniwabanshu y más tarde ver morir a sus amigos, o a Shishio Makoto y luego pelear con Himura por última vez. No, no se había hecho una isla viviente, solo dejó de importarle lo que tenía alrededor; no dejó de sentir o emocionarse como cualquiera; no enterró su lado emocional aunque así lo pareciese. Todo eso era una máscara porque también era cierto que detrás de aquella mirada inconmovible y de aquel rostro que parecía ser incapaz de tener reacción ante algo o alguien estaba un hombre golpeado por la vida, por la desventura, por lo terrible de saber que vivió tanto tiempo en error y al mismo tiempo por no saber qué camino a seguir era el correcto; era un hombre herido por los fracasos del pasado que aún pesaban sobre su conciencia. Eso lo hacía indefenso, débil... un guerrero y un hombre incompleto. Himura se lo había hecho ver con tan solo una derrota y una agrupación de palabras agudas que certeramente fueron dirigidas directamente a su punto débil, al emocional, del que parecía carecer pero que en el fondo solo escondía por el temor natural de demostrar aquella inestabilidad en que vivía, aquel vacío insondable que ni las sesiones más largas de meditación ayudaban a cubrir.
Después de la vez que fue derrotado por Himura por segunda vez descubrió que era necesario encontrar primero el norte de su vida antes de empezar de nuevo, pues es más que sabido que es imposible empezar de cero totalmente sin antes aceptar al pasado como eso mismo: un tiempo que ya pasó y que si bien pudo haber dejado cicatrices no es nuestro deber escocerlas con el constante arrepentimiento sino dejarlas ser curadas por el tiempo y, al final, si quedara alguna mancha imborrable fuera tan solo el recordatorio de un pasado del que se aprendió; esto lo tenía muy claro mas antes de llegar a eso había que llegar a una comunión con el pasado; necesitaba aceptarlo y no verlo como un constante recuerdo de un fracaso y a la vez un obstáculo para el presente y, así, tomar cada paso en falso que pudo haber dado como parte del aleccionamiento por el que todos pasamos para ser mejores. Pero no era tan fácil como decirlo; no era cuestión de sonreírle a la vida súbitamente, de abrazar a todos y de disculparse de repente y empezar de nuevo olvidándose de todo, enterrando el pasado o aceptándolo. Todo requiere un lapso de tiempo y curar las heridas que tenía en el alma solo podía hacerlo él y para eso necesitaba tranquilidad. Himura se redimía ayudando a la gente mientras buscaba sus respuestas. La forma de hallar la paz de Shinomori era meditar, buscar en la profundidad de la reflexión las respuestas que necesitaba e introducirse aun más en ellas, satisfaciendo su búsqueda incesante de soluciones para luego, una vez que él lograse conocerse a sí mismo, comenzar a redimirse pero ¿quién se redime sin saber qué camino seguir? Para eso meditaba; requería saber lo que debía hacer y cómo hacerlo. No era un hombre que tomaba decisiones a la ligera; ni las de menor importancia y mucho menos las de trascendencia.
Tenía que pensar, llegar a un acuerdo consigo mismo y con sus acciones pasadas, y buscar el camino hacia la nueva vida que quería empezar. Para eso debía ser una persona nueva y simplemente no podía serlo sin antes obtener respuestas a sus interrogantes y saber qué era lo correcto, porque sin tener la seguridad de que vivir por lo que vivía estaba bien era simplemente imposible.
Nadie empieza a caminar sobre cenizas calientes fáciles de atisbar con el más mínimo soplido del viento ya que se corre el riesgo de quemarse una vez más. Aceptar los errores, sanar las heridas del alma, perdonarse a sí mismo para perdonar al mundo; ser sincero consigo mismo, entenderse y no sentir desprecio por su vida para que los demás empezaran a hacer lo mismo no era fácil, por el contrario, era más que difícil. Aceptar el fracaso y levantarse con un propósito de enmienda en la mente para seguir hasta un punto trazado era lo que él buscaba. No era suficiente tener la conciencia de haber fracasado ya que saber eso y no tener un lugar al que mirar y saber que algún día se alcanzará nos hace más fácil hundirnos en el desconsuelo y en el odio a nosotros mismos. Aoshi no vivía en su mundo de reflexión ni estaba abstraído de la realidad. Estaba tan inmiscuido en ella como los demás; lo que lo diferenciaba de ellos es que no comunicaba lo que pensaba, no se hacía parte del conjunto, no podía, no se sentía con derecho mientras no fuera una persona como ellos, normal, sin miedo a expresar sus debilidades. Sí. Era orgulloso. Quizá era un defecto pero así era él. El miedo a demostrar su lado débil y quedar como una persona indefensa lo hacía reprimir lo que sentía pero también influía su deseo de querer evitar preocupar a las personas que tenía a su alrededor, a aquellos que lo acogieron sin importarles su traición y trataban de mostrarle una sonrisa cálida todos los días. Después de todo, no tenía derecho de causarles más problemas y además también sabía que solo él podía sanarse y nadie, por más buenas intenciones que tuviesen, podía hacerlo por él. Nadie podía ayudarlo a resolver un problema netamente personal. Nadie sabía por lo que pasaba, ni siquiera Misao, que era quien estaba más cerca a él.
Misao... ella era la principal fuente de duda en su vida. Ella era la excepción
a su filosofía de esperar a sanarse totalmente para buscar formas de redención
de sus acciones pasadas. Todo había pasado tan rápido. Ni siquiera fue su amigo
y ya estaba casado con ella. A veces sentía como si estuviese jugando con ella,
como si le estuviese haciendo daño intencionalmente por el mero gusto de
hacerlo y por esto se sentía un canalla... pero no, él lo hacía para
protegerla, ella era... era aún una niña que veía el mundo con ojos llenos de
esperanza. Sus ideales eran sublimes, feéricos, y no por eso menos loables, el
problema era que estaban basados en
utopías. Creía que todo se arreglaba si alguien así lo quería, que toda la
gente sería como Himura, capaz de cambiar como si la naturaleza del ser humano
fuera ser bueno. Quizá ignoraba la complejidad del ser humano o quizá no quería
verla por la posibilidad de teñir la belleza de sus pensamientos. Con esa forma
de ser tan libre, confiada en sí misma, tan independiente, liberal, informal, y
extremadamente optimista estaba en peligro. No conocía de límites y barreras...
creía en su capacidad de lograr todo no importa qué sea. Aquella temeridad e
imprudencia típica del joven estaba en ella inalterable; la falta de reflexión
antes de hablar o actuar era una pequeña muestra de su carácter inmaduro. Eso
no podía seguir así. No era su culpa, la habían dejado crecer engreída, a su
libre albedrío, haciéndole creer que si ella era buena el mundo no tenía por
qué ser distinto y eso la hacía indefensa, presa fácil ante cualquier persona
mal intencionada. Sus arranques o muestras de afecto causaban una sonrisa en
todos; nadie era capaz de decirle qué estaba bien o mal porque sabían que ella
no era mala, que lo que hacía constituía una gracia más del avatar inmenso de
Misao pero ¿alguien la corregía? ¿corregir? ¿quién podría corregir a una persona como Misao que no tenía
ni una pizca de maldad dentro? Se corrige lo malo, los defectos pero no aquello
que se lleva acabo por la ingenuidad. Ahí residía el error de todos. Grave
error que hacía de Misao una persona indefensa, tanto o más que cualquier otra.
Se corrige aquello que puede convertirse en error; aquello que puede causar un
daño posterior; se debe evitar la posibilidad de equivocarse porque ni la
ingenuidad ni las buenas intenciones son suficientes para pasar por alto una
falla. Ya que si no se corrige a tiempo esto luego se hará una costumbre y
después una tara incorregible. No, no era la culpa de Misao pero alguien debía
corregirla y esa persona era él pues, al parecer, nadie se daba cuenta del mal
que indirectamente le habían hecho y le hacían.
El recuerdo de lo que algunas horas atrás había sucedido entre ellos lo
intranquilizaba. Sabía que la había lastimado pero ya no sabía más si era lo
mejor para ella. Se incorporó de la posición en que estaba. La espalda
comenzaba a dolerle. No estaba tranquilo ni había sobrepasado el plano corporal
que la meditación le exigían para mantenerse en la misma incómoda posición por
tanto tiempo. Se dirigió a la puerta, la misma por la que ella había entrado.
En el umbral se quedó observando la luna. Si no volvía en una hora más tendría
que ir a buscarla ¿dónde estaría? Era muy peligroso caminar sola de noche.
Sabía que era capaz de defenderse sola pero aún así nunca se sabe qué clase de
peligros puede haber en las calles llenas de maleantes. Se pasó la mano por la
frente y deslizó sus manos por su cabello color ébano. Cerró los ojos y en su
mente se repitió la escena; sentimientos encontrados en su interior chocaban
causando que su ki se inestabilice y que el remordimiento, muy bien conocido
por él, comenzara a ganar la batalla dentro de él.
El había sentido que Misao entraba en el templo. Por un momento pensó que
seguro traía su té pero luego recordó que ya lo había hecho unas horas antes.
¿Qué podía traerla cuando se acercaba la hora de su entrenamiento? Antes de que
ella lo saludase él le preguntó con el mismo tono de voz que usaba para
referirse a todos,
Misao estaba en su uniforme de los Oniwabanshu. Su cabello estaba trenzado como
solía usarlo antes de que se casaran. Sus manos estaban a sus costados,
cogiendo fuertemente los flancos de su ropa. Lo vio a los ojos y sonrió una
sonrisa pequeña, insegura.
Mientras se alejaba del templo la vio traspasarlo y correr hacia la puerta. Estaba llorando. Una vez más, por él.
Movió la cabeza como para deshacerse del recuerdo. Llevaba casi tres horas
tratando de convencerse a sí mismo de que todo tenía un por qué y de que quizá
esta era una forma de redimirse, de hacer el bien... pero si era así ¿por qué
no se sentía bien con lo que hacía? ¿Por qué cada vez que veía su rostro
desilusionado o sus ojos a punto de estallar en lágrimas algo dentro de él lo
incitaba a retractarse? La duda, algo que no debía permitirse después de haber
tomado una decisión que creía la correcta, lo tenía disconforme. La satisfacción
que da el seguir el camino correcto no estaba en él. Sus emociones lo estaban
traicionando o ¿sería quizá su conciencia?
Continuará…
Notas finales:
¡Listo, Minna-san! Ya lo terminé. Quizá estuvo un poco denso en capítulo pero quise acercarme un poco más a lo que creo yo es la razón de la actitud fría de Aoshi Shinomori. Ya veremos qué pasará en el siguiente capítulo. ¡Espero que sus reviews me acompañen como siempre! ;)
Ya saben, para cualquier cosa a mi mail o
al MSN (cheerfulandsmilinggirl@hotmail.com)
¡Un beso a todos! Ja ne!
Shiomei
