BLANCARENAS Y LOS SIETE ASESINOS.

Capítulo 2: Muerte del príncipe, y Nacimiento de Blancarenas.

Y así fue. Quatre tenía en el pueblo la fama de sus correrías en el bosque. Le gustaba cortar flores que luego llevaba a las mujeres, por si eran medicinales, le hacían favores. El hermoso aún no había tenido pareja alguna, nadie había tocado su puro corazón, más que aquel caballero que vio dando de beber a su caballo en aquella oportunidad, en los lindes del bosque con el desierto, lo que llamaban el oasis de los viajeros. Aquel bebedero era frecuentemente usado por viajeros sin salvoconducto. Aquel era uno de ellos. No sabía nada de él, su nombre, ni su procedencia, o su idioma. Habíalo visto en espiar, y sólo se había reído, como quien se reía de una travesura. Quatre se había escondido amordazado con el miedo, y la sorpresa de ser sorprendido, el hombre aquel se había acercado, había acariciado su cabeza, y le había besado en los labios. Lo había tomado de la mano, y llevado junto al lago, para cantarle con su laúd. Era una canción lejana, de tierras que se extrañan, de pacíficos aldeanos que cantaban junto al río, como ranas, pero con voces de hadas. Sin hablar una palabra, Sandrock, el ave de Quatre, sobrevoló la zona, y aterrizó entrambos, mirando fijamente a aquel caballero de cabello tieso hacia un lado, y no grácil como los granos de trigo, como las aguas de los estanques. El extraño le había hablado en una lengua extraña, y el ave lo miró como a un amigo.  Entonces él dejó de sentir miedo, y había hablado. Pero el atardecer se acercaba, y debía volver a casa. Corrió lo más rápido que pudo, y montó en su caballo para correr antes que su padre se diera cuenta que no estaba.

Desde aquello, ocurrido hacía unas diez lunas atrás, que Quatre había cambiado. La luz de sus pasos era cada vez más fuerte, ya no pasaba para nadie inadvertido. Algunos comenzaron a temer que las dunas del desierto estuvieran tentando al príncipe a ser recorridas por la punta de su lengua, y que acabara cediendo a la tentación del desierto, en vez de las piernas de las muchachas del reino.

Aún así, Quatre nunca podía internarse tanto como quería en los bosques. Las sendas estaban marcadas, eran comunes aquellas que guían los astros hacia las hadas, pero la mayoría estaban ocultos a sus ojos, no podía entrar, aunque quisiera. Nadie podía ir más allá de ciertos límites.

Sus ojos azules, símbolo de realeza, le prohibían los secretos de los bosques y desiertos.

--------------------------------------------------------------------

Para el Rey, las aventuras de su hijo eran preocupantes, había que seguirlo, y cuidarlo. Al día siguiente irían de caza, y le pondría al tanto de sus nuevas ocupaciones. Mas, no alcanzó a ello. Para cuando hubo tomado aquella decisión, ya era tarde. El montero ya había sacrificado un ave ante el altar al dios de la muerte, para ser protegido en caso que alguna maldición se lanzase contra él.

Era un muy hermoso día. Todos se levantaron de buen humor, incluida la reina. Ése era el día, no cabía en sí de la emoción. No volvería a consultar el oráculo del espejo, al menos por un tiempo, pues la había dejado agotada. Los caballeros de las órdenes se alzaban en sus caballos de raza, perfectos todos ellos, la crianza de caballos en ése reino era un orgullo para sus habitantes. Briosos, de coraje. El más hermoso era aquél del amo Quatre, tan bello como él solo, le hacía complemento perfecto. Elegante en sus curvas, orgulloso como el solo alzaba su cabeza para mirar de frente al sol. Indomable, sólo las manos luminosas del príncipe habían conseguido sostenerlo a su servicio. El Rey pensó preocupado que Quatre tomaba demasiados riesgos, había que ser más cuidadoso, habría que conseguirle uno más tranquilo. Montaron todos, finalmente, y se escuché el cuerno de caza. De inmediato partió Quatre, a toda velocidad, siendo seguido por el resto de la comitiva. Nadie advirtió al soldado de negro, para ellos era otro más de los extranjeros, para éstos, uno más de los otros. Un alzán negro era su cabalgadura. De haberlo hecho ¡Ay! Cuantos suspiros y males no se habrían evitado en aquel pacífico reino, en aquel, su último día de sol. Nadie nunca imaginó que alguien llegaría para arrebatarles a su querido príncipe, nadie pensaba en la muerte, mas que en la de los viejos.

¡Miseria, llanto y lamento, se oirán para siempre en Sanc! La muerte viene de visita, y nunca se va con las manos vacías.

Como no encontraban piezas de caza, las acostumbradas aves y ciervos, se separaron en pequeños grupos. Era un deshonor volver sin caza, y era inquietante ver el bosque sin pájaros.

El montero de ojos azules se había descubierto la cabeza. Usaba el traje de la orden de Necro, resultaba inquietante, pero no extraño. Se alejó con Quatre, nadie le llamó la atención, puesto que con él sólo iban los más osados, y este se había mantenido junto a él en la loca carrera. Dejaron los caballos amarrados para seguir a pie. Se mantuvieron juntos. Quatre había sentido una puntada al ver su cabello café, pero sus ojos azul cobalto, como cielo de noche, sin luna, pero en un sector sin estrellas, le estremeció. No eran aquellos ojos de color corteza de roble con reflejos del estanque al atardecer, y no parecía hablar lenguaje alguno. De serpiente, tal vez, tan propio de su orden. Se adentró solo con él, sin miedo. Confiaba demasiado en la gente. Además había soñado que saltaba un agua sucia, y que un pájaro café lo llevaba a la otra orilla, pero no podía volver a cruzar, y el pájaro se iba. La anciana le había dicho que se iba a salvar de un grave problema, pero que todo tenía un precio, y toda acción, una consecuencia.

Estaba solos caminando hacía unas horas. Quatre iba atento a atacar todo lo que saltara, y miró para atrás. Se sorprendió de ver a aquel caballero, y no a alguno de sus compañeros de correrías de siempre. Los ojos del color... Ahora los reconocía... Eran del color del brillo que se produce entre las espadas, era el resplandor de la muerte. El caballero se descubrió la cara, por completo, y Quatre apreció con horror las hermosas y perfectas facciones del desconocido.

-Mi nombre es Heero Yuy, señor príncipe de éste reino.

-¿Y porqué me lo revelas ahora, caballero? ¿No lo has hecho acaso el día de tu llegada?

-No, la orden de los Necromancer no admite que la verdadera identidad sea conocida por nadie.

-Entonces... ¿Porqué me lo dices a mí?

El montero sólo sonrió. Quatre sabía que los Necro sólo revelan su nombre a los poderosos que asesinarán, para quedarse con su don, para poder invocarlos en medio de su noche eterna. Apuntó su espada doble, en posición de ataque. El montero, sonrió, despojándose de su capa negra, para quedar en el traje blanco de pechera púrpura, traje ritual para el sacrificio. De sus ropas extrajo un extraño arma.

La lucha no fue tal, fue muy corta. De dos movimientos, aquel hombre había tumbado a Quatre, y enviado sus espadas lejos, cuando por reflejo cerró los ojos al sentir un filo cerca. Sin ver, tiró a ciegas una patada que dio en su blanco, y huyó lo más rápido que pudo al interior del bosque. Alcanzó a darse cuenta que no conocía el lugar, y que probablemente no estaban en tierra de hadas, pero siguió adelante, aunque cayera. A veces miraba aterrorizado hacia atrás, para ver al montero persiguiéndolo, casi dándole alcance. Cayó finalmente sobre la tierra, y el montero lo alcanzó. Seguía luchando, pero un toque de su arma, junto con una palabra lo paralizó. No sus sentidos, sino su cuerpo. Ya no podía seguir huyendo. El montero lo amarró para el sacrificio. Miró aquella piel tan pura, casi sin broncearse, tal como la suya propia, sus ojos igualmente azules, pero de un color más claro. Y recordó el hermano que necesitaba dinero para financiar sus estudios. Un dibujo reciente de él le había llegado en su último reporte. Su padre había muerto tempranamente, y su madre, también asesina, había decidido que si no quería ser asesino, no lo sería. Tan parecidos... El príncipe Quatre era de la misma edad de su hermano... Su poder no era mucho. Con suerte le alcanzaría para sobrevivir en el bosque. Pero un milagro, sólo un ciervo blanco huidizo podría ayudarle en el hechizo que lo salvaría...

Quatre rogó por ayuda...

Y el milagro ocurrió. Ambos miraron con sorpresa aquel gloriosos animal casi mitológico. Sin soltar a su real caído, caminó al ciervo, hizo las plegarias tabúes, y sacrificó al animal. El largo proceso debía darse por comenzado.

Al caer el atardecer, el príncipe aún no había llegado. Los caballeros se miraban extrañados, y el Rey estaba francamente preocupado. El chico tenía fama de perderse de contínuo, pero nunca había hecho nada que deshonrara el reino, y no llegar de una caza lo era ciertamente. Alguien dijo al Rey que Quatre iba muy seguido al bosque, y que no volvía hasta el atardecer, por éso no se habían preocupado que no llegara a la hora establecida. Aún no caía la noche, y el Rey había ordenado montar para la búsqueda.

Y partieron, con sus antorchas encendidas, y su miedo arrodillado.

El montero se había acercado con una cuchilla donde estaba Quatre.

"No me verá temblar, aceptaré la muerte como quien soy. Como Quatre Raberva Winner"

-No por venir la muerte por mí, caminaré cabeza gacha bajo tierra...

"No le rogaré que me deje con vida por los hijos de mis hijos que ya no poblarán esta tierra"

-No entraré dócilmente en ésa noche quieta... -Recitaba mientras cortaba restos de su cabello, y rompía algo de sus ropas. Arrastró el ciervo sangrante, y le hizo quemar. Lo dejó sobre las ramas de un árbol, para que se lo acabaran los diferentes carroñeros que ya suspiraban por el aroma a sangre. Tomó el amuleto de los reyes, sin él, sólo era un humano. Lo dejó junto a sus rastros. Sólo caerían los huesos largos del ciervo, que serían confundidos.

-Rabia, rabia contra la agonía de la luz...

"No sé qué estará haciendo, ni que se propone, pero desde ahora estoy muerto como príncipe"

-Quatre Raberva Winner, príncipe de este reino, te libero de las ataduras de tu nacimiento, y te entrego de lleno a tu destino, en los bosques profundos y callados. Desde hoy no te llamarás más Quatre, tu piel es de arena, blanca como la arena que es el desierto, así que te llamarás Blanca Arenas. Quatre, que tienes los cabellos del trigo, cabellos dorados de trigo, y labios de uva, te ofrezco al bosque y a la naturaleza, como sacrificio por los pecados que no cometiste, para salvarte y rescatarte de una muerte segura. Créeme, la muerte eterna era tu destino, ahora lo es vivir oculto. Nunca vuelvas a aparecer. O tu padre morirá.

-Oye, Heero, ¿Me dejarás aquí en el bosque para ser devorado por los carroñeros?

-No. Te dejaré por que debes vivir para encontrar a Trowa, el cirquero con el que estuviste hace tiempo.

Quatre se congeló de la sorpresa. No se imaginaba que supiera aquello...

-¿Cómo lo sabes...?

-Aquel día yo también fui a beber. Quería hacer un viaje, y pensaba escapar. A él lo conocí en el país de donde proviene tu reina, que me pagará por esto. (y mostró el hígado del ciervo), debes comer esto (le hizo tragar algo del corazón) Te mantendrá protegido con el espíritu de aquel animal. El verles a ustedes me recordó mi misión aquí.

-Tengo que volver, yo tengo un destino, pilotear el reino... Sandrock! -Llamó a su ave.

-La hice paté, así que no te molestes. Ahora ya no tienes misión, puedes relajarte, creo que les gustará a los animales que seas parte de este sitio. Porque ésos eran tus verdaderos deseos.

No se necesitan guerreros como tu en tiempos de paz.

Quatre quedó mudo ante este caballero, que parecía saber más de él que él mismo, con sólo sus observaciones. Le soltó las manos, pero las ataduras de los pies le tomarían cinco minutos, suficiente ventaja para huir.

Y no olvidó lanzarle el hechizo de confusión que siempre traía preparado por si las dudas.

-¡Confusión! Desde ahora eres Blancarenas, y sólo tu príncipe podrá despertarte de tu letargo con un beso dorado, sólo el cirquero de los ojos amasados, el domador más exitoso del desierto y juglar mas amado podrá romper el hechizo que ahora recito. Crezca tu pelo, y olvides tu nombre hasta que el joven arquero llegue por ti. ¡Sea!

---------------------------------------------------------------

Bien, esto me está quedando bastante... Gótico, y mágico. Estoy usando hechizos que he encontrado tanto en los juegos de rol, como confusión, con otros que me acabo de inventar, al estilo shakespereano. Rara mezcla, eh? Y algo del poema de Dylan Thomas, No entres dócilmente en la noche quieta. Cualquier duda, comentario, o insulto, diríjanlo a jakito_kun@hotmail.com