Desclaimer: Ninguno de los personajes de Saint Seiya me pertenecen, son propiedad de Masami Kurumada y Shueshia.
The Other Side Of The Mirror
By Goddess Rhiannon 4/8/04
Side OneSantuario 10:30 am.
Un automóvil se estacionó en las afueras del Santuario, ya que se no podía entrar por las escarpadas y rocosas pendientes, arriesgaría decir que ni siquiera un helicóptero podría aterrizar allí ya que sería irremediablemente derribado antes de acercarse siquiera a tierra. Se podía decir que era uno de los lugares más seguros... claro, si los guardias estuvieran atentos en vez de roncando cuando los santos estaban en otras partes. Bueno, volvamos al auto. De este se bajaron dos personas, un hombre de unos cuarenta años, con aspecto afable, si no fuera por el ceño que fruncía su rostro habituado a sonreír, y un adolescente... podemos decir que era una persona, pero parecía un punk heavy metal más que otra cosa, es más, estaba con sus auriculares puestos a todo volumen, es por eso que hasta los soldados dormidos se despertaron ante el sonido de rock pesado. El hombre suspiró, más enfadado aún y llevó a tirones al muchacho.
El chico lo miró de soslayo debajo de esa boina verde militar que usaba casi calada hasta la nariz, en sus ojos pardo verdosos se reflejaba un extremo enfado, cosa que no hizo ni mella en el hombre mayor.
"Buenos días, señor Jefferys" Dijo uno de los soldados. El aludido saludó con un gesto de cabeza.
"Buenos días, espero que Saori esté" Dijo el hombre, el soldado asintió y le indicó que lo siguiera, Nikolas Jefferys era un hombre alto y bastante corpulento, así que no tuvo problemas en llevar al jóven agarrado del brazo a la rastra, el otro se resistió pero al tener menos contextura física, tuvo que caminar a su lado por mucho que le pesara.
"No me hagas quedar en más vergüenza, por favor, Arien, ya he tenido suficiente con tus verrinches" Le susurró el hombre.
"¡Mis verrinches! Tú me obligas a venir aquí mientras te vas con mamá de viaje, y me dices que yo armo lío, vaya padre que eres" Le espetó, Nicholas suspiró y meneó la cabeza, siempre era lo mismo.
Pronto llegaron donde Saori, para alivio del hombre. Ella se apresuró a recibirles, sonriendo.
"Nikolas, Arien, que gusto verlos. Vaya que has crecido, no recuerdo la última vez que nos vimos" Dijo Saori, Arien la miró con desconfianza y se soltó del brazo de su padre.
"Como estás Saori, me da gusto verte bien, tú también has crecido bastante, siento tener que molestarte con este retoño mío, pero prefiero que esté con compañía a que haga locuras en casa" Eso le valió al hombre una mirada agria de parte del 'retoño'. En cuanto su padre se retiró para indicar que trajeran la valija, Arien volvió su mirada pardo verdosa hacia Saori, claramente detestaba la sola presencia de la otra joven
"No voy a decir la falsedad de que me da gusto verte, además quiero recordarte que la última vez que tuvimos la desgracia de estar en un mismo lugar, se te había caído un bote de engrudo en la cabeza por accidente" Dijo Arien, sonriendo maliciosamente. Detestaba a Saori, la perfecta dama, malcriada como sabía que era. Ella le miró enfadada, por lo visto ser amable no la llevaría a nada. Así que dio su golpe de gracia.
"Pues para tu pésima suerte me tendrás que ver la cara por un tiempo, fenómeno como eres no me extrañaría que trataras de huir, pero de aquí no saldrás hasta que tu padre venga por ti" Arien la fulminó con la mirada, como la odiaba. Pero el inoportuno regreso de Nikolas le impidió responderle como deseaba.
"Bien, ya me voy o llegaré tarde. Arien, por todos los santos, compórtate ¿quieres?" Le dijo y después de una inclinación, los dejó solos. Arien se encaminó hasta su bolso y se lo cargó al hombro.
"Muy bien, tonta ¿Dónde está mi habitación?" Saori le sonrió fríamente, si no fuera porque Nikolas se lo había pedido encarecidamente, nunca hubiera aceptado a Arien en su Santuario.
"¡Tatsumi!" Gritó, el mayordomo apareció enseguida.
"Dígame, señorita Saori"
"Lleva a mi huesped a su habitación, déjale llaves por si quiere encerrarse... nos haría un favor" Con esto se dio media vuelta y se retiró.
"Sígame, por favor" Dijo Tatsumi, tratando de tomar el bolso.
"Yo llevo mis cosas, gorila, dime donde está mi cárcel y desaparece" Dijo, Tatsumi le miró de reojo, vaya que era insolente el niño.
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Tatsumi, después de haber dejado en su habitación a Arien, iba caminando a tomar un poco de aire, farfullaba por lo bajo de cómo le gustaría quitarle a golpes la insolencia, Aioria y Milo, que iban en sentido contrario, se miraron extrañados al ver a Tatsumi tan enfadado.
"¿Qué te pasa que andas tan enfadado?" Le preguntó Milo, Aioria se hizo eco de la pregunta arqueando una ceja. Tatsumi se volvió hacia ellos, no tenía ganas de hablar con los entrometidos santos dorados.
"¡Y a ustedes que le importa!" Gritó... respuesta incorrecta, en un segundo, ambos santos lo tenían colgando del aire agarrándolo de las solapas.
"A nosotros nos contestas con respeto, estúpido gorila, o atente a las consecuencias" Dijo Milo.
"¿Por qué rayos estás de tan pésimo humor?" Inquirió Aioria, Tatsumi tragó con fuerza, siempre olvidaba que estos no eran niños a los que podía castigar a su gusto. Detrás de ello se escuchó una risita, los tres miraron hacia allá. Para sorpresa de los dos santos dorados, una menuda presencia hizo acto de presencia
"Así que ustedes son los famosos santos dorados... ustedes deben ser los pobres esclavos de la tonta de Saori ¿verdad?" Dijo con sarcasmo Arien, de inmediato, Milo y Aioria soltaron a Tatsumi que quedó despatarrado en el suelo.
"¿Y tú quién demonios eres, niño?" Preguntó Milo, fastidiado por el descaro de esa cosa vestida con amplios pantalones jean azul oscuro, una cadena colgando de ellos, remera roja con un estampado de un zombi en estado de putrefacción, encima una camisa negra y una boina militar, sino agregamos que tenía aros en la nariz, y muchos en las orejas, tenía además los labios pintados de negro. Sus ojos pardo verdosos eran insolentes, unos mechones de cabello azul salían de debajo de la boina sobre su rostro.
"Je ¿La tonta no les dijo? Soy un huésped aquí por ahora... aunque me forzaron a venir a este fastidioso y aburrido lugar" Dijo, mirando de arriba abajo a los santos.
"Para tu información no somos esclavos de nadie, pero claro, viniendo de alguien del círculo social de la Srta. Kido, pues no me extraña que pienses eso... aunque no sé aún como encajas en la lata sociedad vistiendo de esa manera " Dijo Aioria, pagándole con la misma moneda, Milo se rió sin disimulo y miró con sorna al chico que le envió una mirada furibunda.
"Mejor me largo, no soporto a las personas 'normales' como ustedes se llaman, prefiero ser un fenómeno a parecerme al gorila o a la estúpida de Saori" Dijo y siguió en la dirección en la que Tatsumi estaba caminando. Aioria y Milo se miraron y tuvieron que reconocer que el sujeto tenía agallas.
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Arien siguió caminando hasta que llegó al límite del recinto principal, siguió bajando las interminables escaleras hasta que un profundo perfume a rosas invadió sus sentidos, eso le impulsó a continuar un poco más hasta llegar a la parte trasera del templo de Piscis. El lugar estaba plagado de enredaderas con las rosas rojas como la sangre más hermosas que había visto en su vida, su madre mataría por tenerlas en su jardín.
"Vaaaaaya, por fin un lugar interesante. ¿Quién será su jardinero? Le pediré algunas para mamá cuando regrese" Murmuró y siguió caminando, en estado de fascinación, tan encantada estaba por la vista que no se dio cuenta que ya estaba demasiado adentro del templo, acercándose confiadamente a oler una de las rosas que se enredaban bellamente en las columnas del templo y no pasaron tres segundos que caía al suelo sin sentido.
Afrodita regresaba de andar por ahí y vio al intruso o lo que fuera que estaba tendido en el suelo. Se le acercó arqueando una ceja, quien sería tan estúpido de oler sus rosas sabiendo que eran venenosas.
"¿Pero que tenemos aquí? Un chico... pero que poco sentido de la moda, parece más uno de esos pandilleros que están apareciendo últimamente en Rodorio" Se dijo el santo de Piscis; cuando le sacó la gorra para ver quién era, notó el chico parecía tan inocente así dormido, tan indefenso, el santo suspiró ¿por qué rayos tenía que inspirarle compasión? Sin detenerse a pensarlo, lo alzó en brazos, no calculó que fuera a ser tan liviano y casi termina sentado al suelo, una experiencia que su trasero no le agradecería. Recuperando el equilibrio, se llevó al chico adentro de su casa.
Enseguida lo acostó en su cama y le pasó un paño húmedo por el rostro, con eso tendría que disminuir el efecto de sus rosas. Había corrido con suerte, si se hubiese quedado tendido allí un rato más, de seguro habría muerto son remedio.
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"Ummm... ¿Dónde estoy?" Murmuró Arien mientras se despertaba, tenía un dolor de cabeza infernal, así que con esfuerzo trató de incorporarse sobre un codo; sintió algo mullido debajo de su mano, y cuando enfocó la vista un poco más, se encontró en una habitación, acostado en una enorme cama, que parecía muy cómoda e invitaba a seguir durmiendo. Pero por el cerebro de Arien pasaban otra clase de pensamientos.
"¡Rayos! Espero que no me hayan secuestrado... aunque pensándolo bien. ¡No, qué estoy diciendo! Esas rosas debían tener alguna droga o algo" Pensó, mientras sacaba sus piernas de la cama, estuvo un par de minutos convenciéndose de que tenía que pararse, más cuando lo intentó se volvió a caer a la cama.
"Yo que tú no haría eso" Dijo una voz, que sonaba suave, pero masculina. No había divisado a la persona que estaba sentada, observándole divertido desde una esquina de la habitación que estaba en sombras.
"¡¿Quién eres tú?!" Dijo Arien alarmada, Afrodita se levantó con gracia de su asiento y se acercó con paso seguro hacia donde estaba el chico.
"Eso mismo debería preguntar yo, ya que fuiste tú el que invadió mi templo" Le dijo, a unos centímetros de distancia. Los pardo verdosos ojos de Arien se abrieron de par en par. ¿Quién o qué era este sujeto? Parecía hombre por su contextura física, ya que Afrodita no llevaba puesta su armadura, pero su rostro era demasiado hermoso, con una belleza que muchas mujeres envidiarían.
"M-mi nombre es A-Arien" Dijo, tartamudeando, nunca nadie le había causado una impresión tan grande.
"Bien, Arien, me dicen Afrodita. Dime ¿qué hacías aquí y de dónde vienes?" Le preguntó amablemente, ya que Afrodita no faltaba a los modales como la mayoría de sus compañeros, a los que él personalmente consideraba una banda de desaforados sin educación. Milo encabezando la lista.
"Soy huésped de Saori hasta que mis padres regresen de su viaje de negocios" Arien habló sin insultar a la tonta de su carcelera, ya que este individuo era el primero en tratarle con amabilidad y cortesía desde que había llegado. Afrodita asintió y le tendió la mano. Arien le miró con desconfianza.
"No muerdo, sabes" Le dijo, eso le convenció y se dejó ayudar por el sujeto.
"Ven, te prepararé un té caliente, así te repondrás más rápido. No te aconsejo que vuelvas a oler las rosas que crecen allí, ya que si hubieras permanecido más tiempo, habrías ido a ver a tus antepasados y a hacerles compañía en el cementerio" Le advirtió, como el otro no le respondiera, se encogió de hombros y lo sentó en una silla de la mesa.
"Que nombre gracioso para un hombre, Afrodita ¿Qué no tenías nada mejor?" Le preguntó Arien, ya adoptando su forma descarada de hablar de siempre. Afrodita suspiró, no era el primero que le preguntaba eso.
"¿Y tú por qué te vistes como estropajo? Tienes poco sentido de la moda" Le respondió, Arien sonrió, parecía que se había encontrado con la horma de su zapato.
"Me visto así para ser diferente" Le espetó, el santo le acercó una taza de té y se sentó en la otra silla que estaba opuesta a la de su invitado. Le observó con atención, tenía rasgos delicados debajo de todo el maquillaje y los aros.
"Eres un muchacho extraño, pero yo también lo soy. Aunque sigo pensando que tienes un gusto horroroso para vestirte" Arien le miró con sorpresa y sonrió con sorna.
"¡Ja ja! no soy un chico, soy una chica ¿qué no se nota?" Ahora era el turno de Afrodita de sorprenderse, casi escupe el té cuando la escuchó.
"¡Una qué! Por todos los dioses, porque te vistes así, siendo que estoy seguro que serías una chica preciosa sin todo eso." Arien le miró de soslayo, un poco sonrojada, aunque su polvo facial ayudó a disimular eso. Era la primera vez que un hombre joven le decía un cumplido.
"Y yo digo lo mismo de ti, ya naturalmente eres por demás apuesto ¿por qué te maquillas tanto?" Afrodita le sonrió, le caía bien la chica, era como él en un sentido. Arien se retrotrajo en su asiento al ver su sonrisa, era una sonrisa acompañada de una mirada cálida y comprensiva, como la de su madre.
"Porque me gusta. Creo que tú y yo podremos ser amigos mientras dure tu estancia aquí. Si Atena se pone quisquillosa, puedes venir a pasar el rato en mi templo. Te puedo mostrar mis rosas normales para variar" Arien sonrió, era bueno contar con alguien allí, además pensaba que Saori era quisquillosa, quizás no todos estos tontos fueran esclavos sumisos después de todo. Asintió gustosa.
"Mi madre adoraría tener rosas como las tuyas ¿Me darías algunas para llevarle cuando vuelva?" Afrodita asintió.
"¿A ti te gustan las rosas?" Le preguntó el santo.
"Son mis flores favoritas, y tú tienes las más hermosas que he visto en mi vida, y eso es mucho decir, ya que mi madre tiene un vivero exclusivamente para sus flores" Le explicó, Afrodita la escuchó con atención. Así pasaron buena parte de la tarde charlando como si se conocieran de siempre.
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Ya caía la noche cuando Arien, acompañada de Afrodita, regresó al recinto principal; Saori, que la andaba buscando, se asombró de verla en compañía de uno de sus santos, más aún siendo que el santo en particular era Afrodita.
"Vaya, Afrodita, veo que conociste a mi huésped temporario. Me extraña que no hayas escapado para el lado puesto de donde se encuentra Arien" Dijo Saori, lo que le mereció una dura mirada por parte de Arien.
"Lo que pasa, tonta, es que no todos aquí parecen ser estúpidos e insulsos como tú" Le espetó, enfadada. Saori la miró duramente y ya estaba por contestarle mordazmente cuando Afrodita intervino.
"La verdad, princesa, la señorita me parece muy agradable y una buena compañía. Siendo que tiene que quedarse con nosotros por un tiempo, sería un honor ser su custodio mientras dure su estancia en el Santuario, claro, mientras usted lo apruebe" Dijo Afrodita, muy convincente. Saori lo pensó un momento, sería bueno delegar este problema en alguno de sus santos, ya lo había estado pensado, y ya que Afrodita se ofrecía tan amablemente...
"Está bien, serás su guardián, ella no puede salir del Santuario bajo ningún concepto sin compañía y mi autorización. ¿Está entendido?" Dijo Saori, muy altanera, Arien estaba a punto de decirle lo que pensaba, pero Afrodita le dio un leve apretón en el brazo, ella entendió y se mordió la lengua por ahora.
"Como ordene, princesa, yo me encargaré de lo que ella necesite hacer; pero pido entonces su permiso para llevarla al pueblo mañana, ya que necesita una pañoleta nueva, según me dijo hace un rato" Mintió el santo, Saori asintió y los despidió con una mano. Afrodita se retiró con una inclinación y se llevó a Arien fuera del rango de vista de Saori.
"¿Dónde está tu habitación?" Preguntó él, Arien le condujo hasta esta y allí se detuvieron.
"¿Por qué le dijiste eso a la tonta? No necesito nada" Afrodita le guiñó un ojo con astucia.
"Simple, quiero que no te sientas encerrada aquí, así que me pareció buena idea llevarte a dar un paseo, si tú le hubieras pedido eso, de seguro que se habría negado ¿estoy en lo cierto?" Le dijo, Arien lo miró asombrada, ya veía que la inútil de Saori tenía santos competentes, y ya lo había visto con los otros dos que se había cruzado primero, se notaba que pensaban por sí mismos y que no tolerarían estupideces de nadie. Quizás preguntara mañana a Afrodita sobre ellos.
"Tienes razón, gracias por todo. Te veré en la mañana entonces" Se despidió ella, Afrodita sonrió y quitándole la boina le revolvió el cabello un poco.
"Buenas noches" Le dijo él y se alejó. Ella se acomodó el pelo un poco, ya que lo llevaba atado en una coleta baja y siguió con la mirada a Afrodita hasta que desapareció. Luego entró a su habitación y cerró con llave.
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A la mañana siguiente, Arien se despertó muy temprano, realmente quería huir del Santuario por un rato, quizás podría evitar tener que desayunar con la estúpida de Saori, esperaba que al menos pudira comer algo en casa de Afrodita antes de que salieran al pueblo.
El sol apenas estaba asomando, por lo que Arien bajó con cuidado las escaleras adentrándose en poco tiempo dentro del templo de Piscis. Las rosas que adornaban las columnas se veían tentadoramente abiertas y llenas de pequeñas gotas de roció, Arien se moría por tocar alguna, pero sabía que eso le podría costar la vida, más aún sabiendo que Afrodita le había prevenido de no tocar las espinas u oler su perfume. Con un suspiro, se acercó a la puerta de la casa de su amigo y tocó. Nada. Ni un sonido.
"¿Acaso estará dormido?" Pensó la joven y volvió a tocar con más insistencia esta vez. Después de esperar cinco minutos y no escuchar nada, decidió entrar siendo que la puerta estaba sin llave. La casa estaba a oscuras, se notaba que su propietario aún dormía. La idea de despertarlo de un gran grito le pareció muy graciosa a Arien, así que de puntillas se acercó a su habitación.
Algunos pequeños rayos de luz se filtraban por entre las cortinas, dando una luz muy tenue, perfecto para ver algo y no llevarse nada por delante. El reloj marcaba las seis y media de la mañana, Arien miró entonces hacia Afrodita que dormía boca abajo, medio destapado. Arien tomó nota de su ancha espalda desnuda, su cabello todo revuelto hacia un costado y su rostro medio escondido en la almohada. Era un espectáculo adorable, parecía muy indefenso y atractivo así. Arien se preguntó si todos los demás santos presentaban esa faceta cuando dormían. Reprimió una risa, con lo puntilloso que le había parecido este hombre ayer, no creyó que se pusiera muy feliz cuando la viera. Se acercó un poco más, corriendo de su rostro algunos mechones de pelo, eran muy suaves, Afrodita se removió inquieto y cambió de posición, lentamente se puso boca arriba, tan dormido estaba que no se había percatado de la chica que lo miraba asombrada. Su rostro, sin maquillaje alguno realmente era soberbio. Ahora sí que Arien estaba dudando en despertarlo de golpe, no querría ver enfado en esos ojos celestes tan bonitos.
Ella se sentó en el borde de la cama con cuidado para no despertarlo, era la primera vez que se sentía atraída por un hombre, ella no era de las que miraban a todos los chicos guapos de su escuela como la mayoría de sus compañeras; aunque pensaba que si Afrodita se presentaba allí, haría que los demás palidecieran ante él. Por un momento se acordó de los otros dos santos. Ellos también ostentaban hermosos rostros, vaya si la tonta tenía un harén de hombres apuestos.
Arien acercó una de sus manos al rostro de él, acarició con cuidado su mejilla, dándole pequeños golpecitos.
"Hey, despierta, tengo hambreeeeee" Canturreó ella, Afrodita entreabrió los ojos un poco, y giró su rostro hacia ella.
"¿Arien? ¿Qué haces aquí? ¿Acaso me quedé dormido?" Dijo Afrodita, incorporándose de inmediato en la cama. Arien empezó a reírse de la expresión contrariada del joven.
"No sé de qué te estás riendo, pero no me causa ni pisca de gracia, ¿al menos serías tan amable de decirme que hora es?" Dijo él, pasándose una mano por la espesa cabellera color aguamarina. Arien se incorporó para dejarle lugar al santo de levantarse también.
"No te alarmes, son apenas las siete menos cuarto, disculpa que te haya despertado tan temprano, lo que pasa es que no quiero desayunar con tú ya sabes quién, y pensé que tal vez tuvieras algo de comer" Dijo ella, Afrodita la observó por un segundo, dejando que la información llegara a su cerebro aún dormido.
"Oh, claro, no hay problema, sólo deja que mi cerebro termine de reaccionar" Dijo él con una sonrisa, Arien le sonrió de nuevo, tratando de ocultar su humor al verlo todo desarreglado después de dormir toda la noche. Afrodita se levantó de la cama, desperezándose, a la chica casi le da un infarto cuando creyó que dormía desnudo, pero para su tranquilidad tenía puestos un par de shorts, ya que era verano y no hacía frío exactamente.
Arien se encaminó a la cocina, seguida por Afrodita, que luego se dirigió al baño, un buen baldazo de agua fría le vendría bien para terminar de despertarse. Arien buscó en las alacenas y encontró varias cosas. Lo primero que hizo fue hacer algo de café pues parecía que su amigo no despertaría sin algo fuerte.
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Luego de desayunar, Afrodita y Arien salieron del templo. Tenían que pasar el resto de los templos, pero parecía que caminar un poco nos les vendría mal.
"Gracias por dejarme quedar contigo, es más agradable desayunar en tu templo que con Saori" Dijo ella, Afrodita asintió, sabía lo malcriada que era su diosa, pero bueno, ella era Atena.
"Si quieres puedes venir siempre, no me molesta tu compañía en absoluto" Le respondió, Arien le sonrió, esta vez no se había pintado los labios de negro como era su costumbre, sólo se había puesto un poco de sombra en los ojos, negra por supuesto.
"Oye ¿Cuál es tu verdadero nombre? No creo que sea afrodita, ¿o sí?" Le preguntó, esto lo tomó por sorpresa, nadie le había preguntado nunca por su verdadero nombre.
"No me gusta, por eso lo cambié" Le respondió él, tratando de terminar con el tema.
"¿Pero cuál es? Anda dime, no se lo diré a nadie" Le rogó ella, picada de una gran curiosidad.
"Que no" Le dijo el santo de Piscis, intransigentemente. Arien entrecerró los ojos, no se daría por vencida.
"¿Eres griego?" Afrodita sonrió, chica tozuda.
"Nope, soy de Suecia" Arien le quedó observando por un segundo y le sonrió pícaramente, tomándolo del brazo.
"Tu nombre no puede ser tan horrible, no creo que te llames, umm, no lo sé, ¿Alfonso, Anastasio, o quizás Rigoberto?" Dijo ella, Afrodita se empezó a reír tanto que casi se doblaba por la mitad.
"¡No! No me llamo Alfonso... o las demás opciones; oh, está bien, pero si lo repites tendré que callarte de forma permanente" Le dijo él, Arien saltó contenta, se había salido con la suya.
"Mi nombre, el verdadero, es Erik y no me gusta" Le dijo Afrodita, ella quedó pensativa un segundo.
"Pues a mí me gusta, me gusta más que Afrodita, bueno, te llamaré Erik cuando estemos solos" Afrodita puso los ojos en blanco, no podía ganarle a Arien, por lo visto. Suspiró, derrotado.
"Como quieras, pero si se lo dices a alguien..." Le amenazó, ella rió y meneó la cabeza.
"Tu secreto está seguro conmigo. Dime, ayer me encontré con dos santos dorados, uno de largo cabello azul, un poco crespo y ojos celestes, el otro de cabello color miel corto y ojos azules, no es que fueron muy agradables, pero fue gracioso verlos sostener al gorila de Saori en el aire. ¿Quiénes son?" Preguntó ella. Afrodita meneó la cabeza, por qué tenían que ser ellos con los que se encontrara Arien.
"Bueno, son los santos de Escorpio y Leo respectivamente, el de cabello azul se llama Milo y el otro Aioria. Ambos suelen ser amables, pero debiste atraparlos en mal momento, también tengo que decirte que tienen novias un poco celosas, Milo tiene a una amazona china que le adora, aunque no sé porque, y Aioria tiene a Vera, que es una amazona del Santuario, te las presentaré más tarde si quieres" Le dijo, Arien le miró con cara de espanto.
"No, gracias, si están bajo el mando de Saori, deben ser como ella" Afrodita sonrió.
"No, la verdad es que en eso te equivocas, Vera no le hace caso a Atena y Ling Shu no tiene porque obedecer sus órdenes, la mayoría de las chicas no le llevan el apunte, es más, se le enfrentan cada dos por tres" Le comentó él, Arien sonrió, si se enfrentaban a la tonta, entonces podrían llegar a ser personas interesantes.
En el camino se encontraron primero con Camus y Shura, que los saludaron cordialmente, les pareció gracioso lo que la chica pensaba de su princesa, a Arien le cayeron bien, luego siguieron hasta el templo de Escorpio, por lo visto su guardián o bien no estaba o bien dormía. Una chica que salió a su encuentro, muy bonita, se presentó como Ling Shu, Arien le sonrió un poco tensa, la otra joven la intimidaba un poco. Pero Afrodita le palmeó el hombro como para indicarle que todo estaba bien. Luego conoció a Shaka y Kai, que la saludó con tranquilidad mientras seguía discutiendo con su novio. Cuando llegaron a Leo, Arien pudo conocer también a Vera, otra chica preciosa y volver a saludar a Aioria.
Así siguieron hasta llegar al templo de Aries, este santo agradó a Arien de inmediato, tenía una voz muy tranquila y dulce, lo mismo que su novia, que la saludó tímidamente, el pequeño pelirrojo, que se llamaba Kiki, le sonrió pícaramente antes de desaparecer detrás de su maestro.
Al fin en el pueblo, ambos recorrieron las calles las cuales estaban llena de personas que iban y venían llevando mercadería. Arien los miraba con gracia y Afrodita observaba las diferentes reacciones de su acompañante con disimulo, tomando nota de lo que le alegraba o interesaba.
Luego le mostró la playa, muy concurrida por esa época del año ya que era pleno verano. De todas formas caminaron por la rambla donde tan temprano no había tantos turistas, el sol empezaba a pegar fuerte y Arien se vio obligada a quitarse la camisa que llevaba puesta, aunque su holgada remera blanca era molesta también. Afrodita no parecía tan molesto a causa del calor, pero había sido prudente en atarse su largo cabello en una coleta baja como la de Arien.
Después de pasear un rato largo caminando, Afrodita se animó a preguntarle acerca de su familia, ya que parecía ser un tema delicado para Arien, la chica suspiró, pero decidió que no vendría mal que por una vez alguien la escuchara un poco.
"Mis padres son... um, bueno, empezaré por mi madre. Ella es muy dulce y buena con todos, siempre me escucha, bueno eso creo, pero se pone a su manera del lado de mi papá, no entiende que él no me comprende, mi padre es un poco exigente conmigo, hubiera querido que yo fuera la hija perfecta, una dama de pies a cabeza, como mi mamá. Pero yo nunca tuve esa pasta, al ser hija única se me complica bastante, tengo un solo amigo, Hank, es un punk peor que yo si es posible, pero al menos él comparte algunas cosas y gustos conmigo. Aunque se fuma lo que encuentra..." Relató ella, Afrodita la escuchaba con atención, Arien no parecía tener una vida fácil a nivel anímico.
"¿Tú no fumas nada raro, verdad?" Le preguntó él, Arien suspiró y se encogió de hombros.
"No te diré que no lo he probado, pero no me gusta, ni las drogas tampoco, pero no puedo hacer nada por Hank, él ya es adicto" Dijo, un poco a su pesar, Afrodita fruncía el ceño, Arien era una chica con problemas, pero al menos había sido lo suficientemente inteligente para no escaparse de la realidad consumiendo drogas o alcohol, ni siquiera fumaba, eso hablaba bien de ella.
"Me alegro que no te hayas metido en esas cosas, pequeña, y tu amigo... bueno, si no lo metes en un instituto de rehabilitación a la fuerza, no creo que se deje ayudar. Las personas que son adictas no pueden ver que están enfermos, es más dicen poder controlarlo, pero no es cierto. A veces tenemos que hacer cosas a la fuerza a nuestros seres queridos para ayudarlos, lo quieran o no" Dijo él, apoyando una mano en la cabeza de Arien, que sonreía un poco, pero la verdad es que no tenía muchos motivos para sonreír últimamente.
"Gracias por escucharme sin juzgarme, eres muy bueno conmigo, Erik" Le dijo, Afrodita le encasquetó la boina hasta la nariz por eso.
"¡Oye! ¡No hagas eso!" Le gritó ella, tratando de golpearlo con sus pequeños puños, aunque sabía que él ni sentiría eso. Afrodita se estaba riendo sinceramente de sus esfuerzos por alcanzarle, ya que había echado a correr y ella no le llegaba ni a los talones.
"¡Espérameeeeeeeee!" Le gritó ella, tratando de correr tras el otro joven, pero no llegando ni a la mitad de su velocidad
"¡Apresúrate o te dejaré atrás!" Le dijo él, pero de todas formas aminoró la marcha hasta que ella lo alcanzó.
Fin Side One
