A la mañana siguiente, Legolas se despertó muy temprano, o mejor dicho se levantó muy temprano, ya que casi no había dormido. Había estado esperando que Mislif volviera a la habitación un poco más relajada y serena para oír su explicación de todo, pero no había regresado.

Así que antes de que despuntara el Sol, Legolas se levantó y fue a la habitación del pequeño Ithril. Si su joven dama estaba en algún lugar, debía de ser en ese. Sin embargo, una vez que estuvo dentro, no vio señal alguna de la presencia de ella o del pequeño. Estaba desocupada.

- Disculpen...- dijo volviéndose a unos elfos que caminaban por el pasillo-, ¿han visto a Mislif o a Ithril?

- La joven señora se ha marchado, señor Legolas- dijo una elfa, jefa de los demás sirvientes del lugar.

- ¿Se marchó?- preguntó él ceñudo-. ¿A dónde? ¿Y qué pasó con Ithril?

- La joven señora dejó una nota para usted, señor- dijo la elfa-. Pero, de todas maneras, me avisó que partiría a casa del Príncipe de Ithilien de Gondor, el señor Faramir. Se fue con Ithril. No quiso aceptar compañía ni caballos, sólo se llevó a Eäros con ella.

- Eh... Bien, gracias. ¿Dónde está la nota?

- ¡Oh, qué despistada soy! Aquí tiene, señor- sonrió la elfa, estirándole un sobre.

- Gracias- murmuró Legolas, abriéndolo. Era una nota muy breve, escrita con una notoria letra rápida y temblorosa (acaso de rabia). Decía así:

"Legolas:

Estaré unos días en casa de Faramir y Éowyn. Necesito pensar. Me llevaré a Ithril, pues un hijo debe ser cuidado por su madre.

Adiós.

Mislif."

Era más que obvio que la había escrito ella. La falta de tacto para dirigirse y redactar nunca habían cambiado en Mislif. Aun así, parecía realmente molesta, y eso de "un hijo debe ser cuidado por su madre", le dejó a Legolas un amargo sabor.

- Sólo espero que regrese en mejor estado de ánimo- se dijo, mientras guardaba la carta en su sobre.

- ¡Mislif! ¡Qué agradable sorpresa! ¡No te esperaba!

- Lamento haber venido sin avisar, Éowyn, pero todo fue muy rápido.

- ¿Qué te ocurre?- preguntó la actual Dama Blanca de Ithilien. Ambas mujeres estaban en una iluminada y amplia sala dentro de la casa-. Tienes mala cara... Mejor será que nos sentemos. Lamento que Faramir no esté para saludarte. Ha tenido que partir a Minas Tirith: consejos mensuales, para dar cuenta de las acciones en cada lugar... ¡Oh, Ithril! ¡Qué grande estás!- sonrió hacia el pequeño-. Meramir está creciendo muy bien, ¿sabías? La última vez que lo viste era aún pequeño, ¿lo recuerdas, Mislif?

- Eh... Sí- murmuró la joven.

- ¡Cómo se nota que tienes problemas, amiga mía!- sonrió Éowyn-. Espérame un poco, por favor- se levantó e hizo traer a Meramir, su hijo. Lo sentó junto a Ithril y los pequeños se pusieron a jugar; así ellas conversaron con más libertad-. ¿Me dirás qué te ocurre?- le preguntó Éowyn al fin.

- Imagínate esto- dijo Mislif mirándola fijamente-: cierto día te enteras de que la mujer que te ayuda a cuidar a Meramir es el antiguo amor de Faramir, y que él, aun sabiéndolo, la dejó entrar en tu casa. Y lo que es peor, no sólo te enteras de eso, sino que también de que esa mujer aún lo ama. ¿Qué harías?

- Ya suponía yo que no era mentira que esa mujer mira demasiado a Faramir...- gruñó Éowyn, con los astutos ojos brillantes.

- ¡No, Éowyn!- exclamó Mislif riendo-. ¡No es nada de eso! ¡Sólo era un caso hipotético!

- ¡Oh...!- rió la aludida, con cierta vergüenza-. Pero... ¿a qué se debe tu pregunta? ¿Te ocurrió eso a ti?

- Sí...

- ¡No puedo creerlo!- exclamó Éowyn-. Legolas... ¿Y quién es la mujer aquella?

- No sé si la recuerdas...

- ¿Es esa elfa bastante bella de cabellos negros y ojos miel?

- ¡Qué memoria!

- Lo que ocurre es que tú tienes mala memoria, Mislif- sonrió Éowyn-. Pero dime: ¿es ella?

- La misma- contestó la joven.

- Mmm... Nunca me lo habría imaginado- murmuró su amiga-. ¿Estás realmente segura de todo? Puede ser que estés en un error. Sería muy... extraño que Legolas hubiera permitido que cuidara de Ithril sabiendo que...

- ¡Lo sé, Éowyn!- exclamó Mislif, cubriéndose el rostro con las manos-. Por eso es que estoy tan furiosa. ¡Él me mintió! ¡Esto me ofende como no tienes idea!

- ¿Y cómo te enteraste de todo?

- Pues...- Mislif le relató lo ocurrido la tarde anterior, con todo el detalle que pudo-. Y hoy muy temprano- concluyó- partí hacia acá con Ithril. No quería estar por más tiempo ahí, ni que esa mujer estuviera cerca de mi hijo.

- Me parece un poco apresurado, Mislif- dijo Éowyn-. Eso de dejar tu casa en estos momentos y así... me parece realmente apresurado.

- ¿Apresurado? ¡Pareces un Ent, Éowyn!- dijo Mislif-. ¿Qué habrías hecho tú en mi lugar?

- No lo sé...- la mujer pensó unos momentos-. Lo más probable es que... habría gritado mucho, pero luego le habría pedido explicaciones coherentes a mi esposo. Después de todo tienes que darle el beneficio de la duda. Apresurarte a sacar conclusiones y marcharte de su lado son actos de... ¡ejem!...

- Inmadurez, lo sé- gruñó Mislif-. ¡Pero yo no soy como el resto...!

- Lo tengo muy claro- sonrió Éowyn.

- ¿Qué hago ahora?

- Relajarte y pensar muy bien lo que quieres y debes hacer. Te hará bien alejarte un poco de esos problemas, pero no huir. Si quieres quedarte unos días aquí, para pensar todo, eres más que bienvenida, Ithril también; pero debes prometerme que regresarás a solucionar todo.

- Sí, te lo prometo. Gracias, amiga- sonrió Mislif.

- ¡Y anímate! No todo puede ser tan grave como antes. Ya Legolas no es el hombre que podría estar a tu lado, es tu esposo. Y como sé que te ama demasiado, debe de estar sufriendo como un pobre pajarillo que tiene un ala rota y...

- No me estás ayudando, Éowyn...- suspiró Mislif, con pequeña sonrisa triste.

- ¡Oh...! ¡Lo siento, amiga!- rió ella-. ¿Sabes lo que necesitas para relajarte?

- ¿Qué?

- ¡Un buen baño!- sonrió Éowyn poniéndose de pie-. No me refiero a que estés... ¡ejem...!

- Lo sé, te entiendo.

- ¡Excelente! ¡Sígueme, por favor!

- ¡Elanor!

- ¿Legolas? ¿Qué ocurre?

- Me alegra encontrarte...- dijo él-. Quiero decirte unas cuantas cosas.

- Dime- contestó ella tratando de no mirarlo a los ojos.

- Es por lo que me dijiste ayer...

- Olvida eso, por favor...

- No..., no es eso. Se trata de que si deseas alejarte de los problemas que te trae todo esto, libremente lo puedes hacer. Si quieres, puedes irte al sector oriental.

- Sí, tal vez sería lo mejor...- susurró Elanor pensativamente.

- Bueno, piénsalo- dijo Legolas dando un paso para irse-. Nos vemos.

- ¡Espera!- dijo ella, de pronto-. Mislif... Ella sabe la verdad, ¿no es así?

- Oyó nuestra conversación de ayer- murmuró Legolas tristemente-. Sólo eso sabe, pues no me dejó explicarle todo. Esta mañana se marchó a casa de Faramir de Gondor.

- Ya veo.

- ¿Cómo sabes que ella...?

- Anoche...- murmuró Elanor-. Anoche entró en la habitación de Ithril... Parecía molesta. Me dijo que no necesitaría más de mis servicios y que si me llegaba a necesitar, me llamaría, pero- la mujer sonrió con tristeza- dudo que me llame. Fue tan fría y directa que... me llegó a asustar.

- Son sus ojos...- dijo él.

- ¿A qué te refieres?

- Son los ojos de Mislif los que intimidan cuando está enojada- contestó Legolas-. El brillo que ellos emiten dan clara muestra de lo que está sintiendo su corazón. En el pasado he podido notarlo con frecuencia, cuando discutíamos durante el viaje, o en alguna otra situación.

- Es cierto aquello de sus ojos- asintió Elanor-. Anoche pude ver en ellos una marcada nota de...

- ¿De qué?

- Olvídalo...

- ¿De qué?- repitió Legolas, sintiéndose curioso.

- De odio y rencor.

- ¡Elanor!- exclamó él, bastante sorprendido.

- ¡Lo siento, pero eso fue lo que sentí!- se defendió la mujer-. Iba a preguntarle qué le ocurría, si estaba molesta conmigo o algo así, pero al ver sus ojos me sentí intimidada.

- Bueno, me tengo que ir- dijo Legolas, poniendo fin a la conversación-. Piensa en lo que te dije, y espero una respuesta. Adiós.

- Adiós.

Legolas se fue camino al lugar de trabajos. Los nuevos elfos estaban próximos a llegar, aquellos enviados del Bosque de las Hojas Verdes. Mientras tanto, Elanor, sin tener qué hacer, fue a sentarse en un jardín de flores. Una vez allí, la fragancia del lugar la hizo sentirse relajada y tranquila, y a su mente comenzaron a llegar los recuerdos de esos días que ella trataba de olvidar pero que no lo conseguía.

Legolas, en aquellos años, anteriores a la Batalla de los Cinco Ejércitos, era una especie de fantasma; un fantasma cuya fama era lo único que todas las mujeres del Bosque conocían. No había elfa en los distintos lugares del Reino que no hubiera oído hablar del atractivo del Príncipe. Sin embargo, sólo quedaba en eso: en tenerlo como un motivo de suspiros ociosos, mientras la vida real continuaba. Las mujeres tenían bien claro que era una especie de "tesoro inalcanzable". Y así estaba todo bien, en especial para Legolas, quien no quería problemas de faldas ni mucho menos.

Como había dicho su padre antes, Legolas se lo pasaba en distintos lugares del Bosque, escondido, por así decirlo, de todo. Seguía cumpliendo con sus deberes de Príncipe, pero sólo cuando era llamado a hacerlo. Él se decía libre, pero acataba siempre las órdenes de su padre, excepto las que tuvieran que ver con matrimonio. Solía decir que no era el momento, que no era necesario, que cuando lo fuera realmente acataría hacerlo pero que de momento, no. Y el Rey Thranduil le había encontrado razón a sus palabras, sin presionarlo. Hasta que apareció Elanor...

Ella era hija de un noble que vivía en otro sector del Reino. Había ido de viaje a visitar a su hermana recién casada, la cual vivía en la ciudad donde moraba el Rey y su familia. Elanor llevaba unas semanas en aquel lugar cuando decidió una tarde salir a dar un paseo junto a su hermana. Caminaron largo rato por senderos conocidos, pues alejarse mucho era peligroso. Ya había oscurecido cuando decidieron regresar, pero algo atrajo la intención de Elanor y su hermana. No lejos del lugar donde estaban ellas alguien tocaba un arpa. Era tan bella la música, tan relajante y cautivador el sonido, que no pudieron evitar ver quién tocaba el melodioso instrumento. Así que se encaminaron hacia el lugar de donde provenía, hasta llegar a un claro entre los árboles. Y fue en ese momento, ¡inolvidable momento!, cuando Elanor lo vio por primera vez.

Sentado sobre un tronco caído y sumido en profundos pensamientos, estaba Legolas, tocando con los ojos cerrados un arpa de tamaño medio. Parecía estar durmiendo, pero sus dedos se movían con una gran agilidad. No levantó la vista para mirarlas, ni siquiera se inmutó.

La hermana de Elanor, que conocía de vista al Príncipe se inclinó en una reverencia al verlo, pero Elanor no comprendió lo que pasaba, pues sólo había visto al hijo del Rey un par de veces y casi sin interés.

- Lamentamos mucho haberlo molestado, Señor- había murmurado su hermana, luego de haberse inclinado.

- No es problema ni molestia- había contestado Legolas, sin interés. Sus ojos se habían mantenido cerrados y sus dedos no habían alterado en lo más mínimo el sonido de la música.

- Con permiso- dijo la hermana de Elanor, volviéndose para regresar.

- ¿Él es el Príncipe?- había preguntado Elanor, con curiosa sorpresa.

- ¡Hermana! ¡No seas imprudente!

- Lo... lo siento- balbuceó la aludida. La música del arpa se había detenido de pronto y Legolas miraba con notorio interés a la recién llegada. Elanor le devolvió la mirada, creyendo que sería reprendida por su falta de cortesía, pero a cambio recibió una media y dulce sonrisa divertida.

- Primera persona con la que me topo que no sabe quién soy- dijo él, sin dejar de sonreír.

- Yo...

- No se preocupe, no me molesta- interrumpió Legolas volviendo a tocar el arpa.

Ambas mujeres permanecieron unos momentos más oyendo aquella música, pero no pasó mucho tiempo cuando ya regresaban a casa de la hermana mayor. Esa noche, Elanor no recordó a Legolas, sino que no podía quitar de su mente el bello sonido del arpa. Sintió unas poderosas ganas de volver a oírlo, y se dijo que iría al día siguiente. Así lo hizo, encontrando nuevamente a Legolas en ese lugar. Él le confesó que ese sitio era su lugar favorito, pues era tranquilo y muy poco concurrido. La tarde se les iba rápidamente, y Elanor no dejó de ir ni un día. Sus encuentros se limitaban a sentarse en aquel largo tronco a oír la música del arpa. Sólo eso... De vez en cuando, Legolas le decía que cierto día no podría estar, pues tenía asuntos que resolver y a veces tenía que asistir a distintas reuniones. Aquellas tardes en que no oía el arpa, Elanor sentía que algo le faltaba y trataba con todas sus fuerzas de retener en su mente el sonido. Pasaron unos meses más de encuentros, pero seguían limitándose a lo anteriormente dicho. Ninguno de ellos sabía mucho del otro, y no les interesaba mucho saber más. Eran dos personas desconocidas que sólo se unían unas horas a escuchar desinteresadamente música. Pero pronto, más pronto de lo que esperaban, uno de ellos sufriría un cambio en su visión del otro.

Legolas, desde que había conocido a Elanor se limitaba a cruzar unas cuantas palabras con ella y sólo eso; pero había algo en aquella mujer que le llamaba profundamente la atención. Era algo sencillo para los ojos de cualquier persona, pero para él era algo importante: siempre que una mujer se le acercaba, él podía percibir cierto interés por parte de ella al mirarlo. Sea por lo que fuere, Legolas siempre sintió que la compañía femenina era más bien interesada para estar a su lado, y por eso se sentía incómodo. Tanto así que gran parte de su aislamiento era por aquella razón, pues creía que no se le tomaba realmente en serio. Fue por eso, también, que a Legolas le gustaba mucho estar con Mislif, cuando llegó el momento de conocerla a ella; la joven, al ser muy reacia a los hombres, los veía como simples amigos, o por lo menos ocultaba muy bien su atracción hacia él. Era más bien fría y enojona, lo que le parecía divertidamente nuevo. Y así también le pareció Elanor. Aquella nueva mujer, que llegaba todas las tardes a oír su música, no reflejaba interés alguno en la persona de Legolas. Ella sólo se limitaba a oír su música.

Ante los ojos de Legolas comenzó a variar la visión de aquella fría y algo triste mujer. Ella no se interesaba en él, pero él sí en ella. Elanor era para Legolas una nueva visión de las elfas del Bosque Negro, la que hacía una marcada diferencia, y eso le atraía mucho. Además, había algo en los ojos de Elanor que a él le llamaba mucho la atención: eran melancólicos, como si una gran tristeza los invadiera; pero también reflejaban cierto temor. ¿A qué? Legolas no lo sabía.

Y así los días siguieron su curso. Ellos se seguían reuniendo, pero Elanor notaba que él se detenía a mirarla más de lo común. No se sintió incómoda, es más, comenzó a gustarle aquella situación, y ya no sólo a fijar su atención en la música, sino que también en quien la producía. Pasaban momentos tan relajantes y carentes de palabras, que todo parecía perfecto y con una monotonía exquisita. Sin embargo, una tarde de otoño, esa monotonía se vio alterada: Estaban sentados, igual que siempre; Elanor con los ojos cerrados, oyendo, y él tocando el arpa. De pronto, el sonido cesó, casi bruscamente. Ella levantó la mirada y vio a Legolas de pie frente a sí; una mano le pedía que se levantara, y ella en silencio lo hizo. Si alguno hubiera dicho alguna palabra, habría arruinado el momento, pero no lo hicieron. Elanor estaba de pie, frente a él y mirándolo fijamente; creía estar nerviosa, pero su corazón no había alterado su ritmo, y por la expresión de él, parecía que tampoco estaba nervioso ni emocionado. Aun así, la curiosidad de saber qué pasaría los llevó a besarse unos momentos. Luego de eso, Legolas volvió, sin decir palabra alguna, a tocar su arpa, y ella volvió a sentarse. Y los días siguieron pasando, sin más cambios en la monotonía.

Pero una noche, en la celebración del cumpleaños del Rey Thranduil, Legolas y Elanor se encontraron en una situación distinta, teniendo que verse las caras desde otra perspectiva y sin la tranquilidad de aquel claro en el bosque. Allí, algo alejados del resto, conversaron largamente de lo ocurrido. Él le había pedido perdón por su osadía, y ella también se disculpó; pero luego vinieron frases más sinceras. Legolas le dijo que se sentía profundamente atraído por ella, pero que aún estaba muy confundido. Elanor, por su parte, dijo algo parecido, pero su parte en la historia tenía una parte muy oscura. Le confesó que estaba comprometida con el hijo de un noble, amigo de su padre. Ella no lo amaba, pero obedecía las órdenes que le imponían; tampoco sabía si amaba a Legolas, pero sentía algo más fuerte por él que por su prometido.

Legolas no se sorprendió mucho con la noticia, sólo le dijo que hiciera lo que correcto. Y ella aceptó. A los pocos días Elanor regresó a su hogar y se despidieron como amigos. Legolas siguió concurriendo al claro de árboles a tocar su arpa como siempre, pero sintiendo un extraño vacío: faltaba alguien que lo oyera y lo acompañara. Mientras que Elanor creyó que separándose de él todo marcharía como estaba previsto, pero paulatinamente comenzó a necesitarlo con mucha fuerza. Pasaron algunos meses y ella regresó muy desesperada, diciendo que no podía aguantar más sin él. Legolas se alegró mucho por volver a verla, pero su amor hacia ella no había aumentado. No pasó mucho tiempo hasta que Elanor sintió aquello, y un miedo la abordó. Había abandonado su hogar, había desobedecido a su padre, le había dicho a su prometido la verdad y había regresado con Legolas; y descubría que él no la amaba como ella quería. Elanor se sintió mal, muy mal, y se lo hizo saber.

- ¿Qué te ocurre, Elanor?- le había preguntado Legolas una tarde juntos. Él la abrazaba, pero ella sabía los pensamientos de su amado no estaban ahí, sino que muy lejos.

- ¿De qué me sirve estar aquí, a tu lado, si tú no me amas, Legolas?- le preguntó ella, sin preámbulos-. Tú no sientes lo mismo que yo, lo sé bien. Me dijiste en otra ocasión que te sentías atraído por mí, pero nada más; y eso no ha cambiado. Estoy así contigo porque viste que yo te necesitaba, pero tú no sientes lo que yo. Esto me asusta, Legolas, me asusta mucho. No sé qué hacer.

- Esto es culpa mía.

- ¡No! No es tu culpa que no me ames. No es algo que puedas manejar, pero aun así me siento triste... y temerosa. Si yo fuera más fuerte, podría luchar por estar a tu lado, pero...

- Pero ¿qué?

- Pero tengo miedo de perder y de sufrir. Tal vez..., tal vez lo mejor sea que regrese a mi hogar. Tú tienes que seguir buscando a alguien por quien de verdad tu corazón se interese. No me amas, crees que lo haces, por eso debes seguir buscando.

- Podríamos intentar darnos una oportunidad...- había dicho Legolas.

- No.

- ¿Por qué no?

- Porque tengo miedo a sufrir. Esto no será sano para nosotros, o al menos para mí. Estoy demasiado involucrada en una relación que no es compartida completamente. Ya no quiero, ya no puedo hacer más. Lo siento. Adiós- y sin más, se había retirado. Regresó a su hogar, donde finalmente se casó con su prometido. Legolas siguió con su vida, superando lo ocurrido con Elanor, porque, a pesar de que no la amaba como ella a él, la había querido bastante.

Y así el tiempo siguió con su inalterable curso, llevándose días, meses y años, y convirtiéndolos en recuerdos de un pasado tal vez mejor. El esposo de Elanor había muerto en la Batalla de los Cinco Ejércitos, y ella seguía sin poder olvidar a Legolas. Ya no lo sentía como el viejo amor, sino que como la perdida oportunidad de haber sido feliz. Sin embargo, nunca se atrevió a volver a él, pues su miedo a sufrir más le envolvía el corazón en oscuras dudas.

Elanor abrió los ojos. Todavía estaba sentada en aquel jardín de flores. El Sol se había ocultado hacía bastante y las estrellas adornaban aquella noche sin Luna. Se levantó y se dirigió hacia la casa. Los recuerdos que habían vuelto a ver en su mente sólo le sirvieron para sentir que, a pesar de haber transcurrido muchos años, ella seguía siendo la misma cobarde de siempre. Pero esta vez no encontraría salida para su corazón. Legolas estaba casado con una joven que amaba profundamente; sus ojos lo decían todo: miraban a Mislif como nunca la habían mirado a ella. Tenían un hijo precioso, al que ella se había ofrecido cuidar, con la intención de borrar todas las tristezas y ansiedades de su corazón, pero no lo había conseguido. Ahora, en medio de todos aquellos nuevos problemas, le ofrecía la oportunidad de alejarse de aquel ambiente, y ella estaba pensando que quizá sería buena idea aceptar la propuesta.

- Sé que huiré de nuevo de los problemas- se dijo-, pero así es cómo vivimos los cobardes: huyendo de lo que nos causa daño. Los que no son fuertes para luchar deben buscar un lugar donde su debilidad pueda desaparecer. No se puede vivir siempre con miedo, eso debí haberlo pensado antes, antes de que ya no hubiera vuelta atrás. Lo único que me queda por buscar aquí, o fuera de Ithilien, es una oportunidad de ser feliz.