Este es un homenaje al enorme, grandísimo Roald Dahl, y a todos y todas las golosas de Fanfiction.

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Todo Griffyndor se iba espabilando mientras daba cuenta del abundante desayuno: chocolate caliente, batido de frutas, café con helado; panecillos con mantequilla y miel, magdalenas con grosellas, galletas de tofee, grandes fuentes de pasteles diversos, bizcochos y crema para empaparlos...

-Hermione, ¿Me pasas el pan de plátano?

La chica más lista de su clase se sobresaltó ante esta petición, que venía de otra estudiante de pelo negro a la que no conocía mucho, porque era nueva. Sólo sabía su nombre: Lena. Pero sentía un extraño cosquilleo cada vez que la veía o escuchaba su voz de tonos graves. Le pasó el plato, sin darse cuenta de que le temblaba un poco la mano. Volvió a refugiarse en su lectura, mientras comía distraídamente una tostada con mermelada de naranja.

Entonces, una lechuza oscura irrumpió a toda velocidad, llevándole a Ron un pequeño paquete, que este cogió al vuelo y desdobló con avidez.

Querido Señor Weasley: por ser usted un consumidor habitual de nuestros productos, le enviamos estas nuevas chocolatinas, para que las pruebe antes que nadie.
Atentamente,

Chocolates Wonka

-¡Fantástico!- Exclamó Ron, mientras analizaba científicamente los cinco envoltorios y los clasificaba por colores. -¡Chocolate blanco relleno de piña, chocolate negro con naranja escarchada que estalla en la boca, chocolate acaramelado con burbujas de galleta, dulce de leche esponjoso con menta líquida, y el nuevo chocolate elástico! ¡Esto es lo mejor que me ha pasado en meses!

A su alrededor, algunos curiosos mostraban cierto interés, pero la mayor parte encontraba excesivo y un poco infantil el interés de Ron hacia las golosinas. No era el caso de Harry.

-Qué suerte, Ron. Se ve que eres un gran consumidor de esa marca... ¿me dejarás probarlas?

-Espera, dentro hay otra carta... escucha:

¡Participa en el concurso del papel dorado! ¡Si al abrir una de nuestras barras encuentras un envoltorio dorado por dentro, serás invitado a visitar la fábrica original Wonka, en Sussex, y podrás conocer al inventor de todas tus golosinas preferidas! Busca en las nuevas chocolatinas, ¡cuantas más compres, más posibilidades tendrás de ganar!

-¡Te imaginas? Sería alucinante poder visitar la fábrica original...

-Sí, pero me imagino que habrá muy pocas barras con premio... No te hagas ilusiones.

-¿Sabes, Harry? No me importa. Pienso comprarme todas las que haga falta. Un día en la fábrica de chocolate... sólo de imaginarme el perfume de semejante lugar...

Ron olisqueaba sus barritas de chocolate como un perrito. Dos o tres estudiantes se reían de su espectáculo. Abrió una de las barritas, le dio un tercio a su amigo y le ofreció otro a Hermione. Pero Hermione Granger ni siquiera se daba cuenta de las payasadas glotonas de sus compañeros de aventuras. Estaba pensativa. De vez en cuando, sentía posarse sobre ella unos ojos oscuros como el vuelo de un pájaro.

...oooOOOooo...

Pasaron varias semanas. Era una época feliz y tranquila: después de una cruenta batalla, Voldemort se había desvanecido de nuevo. Quizá no estuviera muerto del todo, pero por lo menos no molestaba. Harry se pasaba el día escuchando música y jugando al quidditch: a pesar de que ese era su último año, y en el que más debería estar estudiando, era el primero en el que no parecía haber ningún problema. Ni Dobby ni Trelawney le habían pronosticado una muerte segura; todo estaba tranquilo por primera vez en mucho tiempo. Así que Harry se estaba tomando el año un poco sabático. Casi le daba igual repetir curso: de hecho, sospechaba que no iba a gustarle nada marcharse de Hogwarts... Pero, ¿por qué?

Ron coleccionaba tantas chocolatinas como podía, escapándose a menudo a Hogsmeade, y llegando al extremo de pedir prestado dinero. El concurso de las chocolatinas Wonka se estaba convirtiendo en una obsesión para él.

-¡Harry! El concurso se termina dentro de una semana y aún no he encontrado ningún envoltorio dorado! Esta noche voy a ir por el pasadizo secreto hasta la tienda de caramelos, ¿me acompañas?

-Ron, creo que te estás pasando un poco, ¿no? Pareces un niño de siete años, y ya tienes algunos más...

-Quizá tengas razón... es sólo una chiquillada. Bueno, entonces vámonos a dar unos pases de Quidditch, ¿vale?

Harry sonrió al ver la repentina pesadumbre de su amigo.

-Venga, al campo...

...oooOOOooo...

En el dormitorio de las chicas de Griffyndor estaba empezando a producirse un extraño tráfico de miradas. Hermione intentaba concentrarse en sus libros: sólo faltaban siete meses para los exámenes. Pero había una sensación que le impedía estar tranquila. Era el mismo tipo de presentimiento que experimentaba cuando había peligro cerca, sólo que no se trataba de una sensación de amenaza, sino otro tipo de alerta, otro hormigueo. Si hubiera podido describirlo, quizá hubiera dicho que se era la sensación de que "todo puede ocurrir".

Cada vez más a menudo, su mirada se cruzaba con la de Lena, de un lado a otro del dormitorio, y mantenían ese contacto durante un rato, sin decirse nada.

...oooOOOooo...

El sábado siguiente los tres amigos fueron a Hogsmeade. Empezaron por la bolera zombie, recientemente inaugurada, en la que las bolas eran cabezas reducidas por los jíbaros, y los bolos piernas y brazos semiputrefactos. Luego se acercaron a un puesto automático de buenaventura, también una novedad. Era una caseta de metal que tenía una bruja dibujada, en relieve. Había que echarle monedas por los ojos, y entonces de su boca salía un pronóstico de futuro. Hermione echó un par de knuts en la máquina, sólo para divertirse, y sacó el siguiente resultado:

-No debes forzar tanto tu mente.

-Si no intentas controlarlo todo podrás encontrar la felicidad.

-Hay una chica morena detrás de ti.

-Te casarás con ella dentro de catorce meses.

-¡Vaya sarta de tonterías!- exclamó Hermione.

-Bueno, la verdad es que las dos primeras frases... como que te pegan bastante, ¿no crees, Harry?- dejó caer Ron con malicia.

-No seas tonto, haz un esfuerzo. ¿No ves que son pronósticos aleatorios? Se trata de respuestas que le valen casi a cualquiera. Excepto el género, claro. Supongo que la máquina es tan imperfecta que no tiene medio de saber si el que echa las monedas es un chico o una chica.

-¿Por qué no se va a poder enamorar una chica de ti?- dijo Harry. Yo lo veo natural.

-¡Quéee?- exclamó el pelirrojo- Oye, Harry, no tienes que decir esas cosas aquí, eh, que no hace falta fingir que eres políticamente correcto con nosotros.

-No, Ron, realmente pienso así. No me parece raro.

-Bueno, bueno, vamos a comprarnos unas chocolatinas, ¿eh? Hoy es el último día para el concurso...

Hermione estaba decididamente irritable, quien sabe porqué.

-Ron, ¿quieres dejar de dar la lata con ese maldito concurso? Vamos a comprar las dichosas chocolatinas, para que te calles, pero son las últimas! ¡Y luego, ni una palabra más, o te ahogamos en chocolate!

Ron y Harry, sorprendidos por la enérgica salida de Hermione, la siguieron en silencio hasta la tienda. Hermione compró cinco chocolatinas, Ron diez, y Harry dos. Luego se dirigieron a un banco de la plaza.

-Nada por aquí... ¿y tú, Hermione?

-No hables con la boca llena. Tampoco.

Ron devoraba ávidamente barra tras barra, desechando los envoltorios sin premio Hermione desenvolvía cuidadosamente una esquina de la chocolatina, y la volvía a cerrar cuando veía que el interior no era dorado. Harry los miraba, divertido. Había tanto contraste entre sus dos amigos...

Al cabo de un rato, Ron se había dado una panzada hiperglucémica que le hubiera matado de colesterol si lo hubiera tenido un poco más alto, pero no había encontrado el ansiado premio. Hermione tampoco.

-¡Harry, aún no has abierto las tuyas!

Harry se había olvidado. Cogió la primera de ellas, una de chocolate negro con naranja escarchada que estalla en la boca, y la abrió. Un resplandor dorado inundó el rostro de Ron.

-¡Harry! ¡El premio!

Había un temblor en la voz de Ron, en el que se adivinaba el temor de que su amigo no le cediera el envoltorio.

-Toma, tonto. Que disfrutes de tu visita a la fábrica esa.

-¡Gracias, Harry, gracias! De verdad, no sabes cuánto...

-¡Oh, sí que lo sé, pesado! Anda, vámonos a beber una cerveza de mantequilla...

Se encaminaron hacia la taberna más cercana. Ron daba saltos de alegría mientras Harry disfrutaba de su chocolatina, que se le terminó en seguida.

-Oye, la verdad es que están buenas de verdad... creo que me voy a comer la otra.

Rompió el envoltorio. Tenía el interior dorado. Ron se puso verde.

-¡Serás... maldito niñato afortunado!

...oooOOOooo...

La invitación decía que los ganadores tenían que presentarse delante de la fábrica Wonka, en Sussex, a las doce de la mañana del día doce de Diciembre. El problema era que no había dirección. Pero Harry y Ron encontraron la fábrica fácilmente, guiados por el cálido y dulce olor a nata y a cacao.

-Harry, creo que este es el día más emocionante de mi vida... por ahora- añadió con picardía el pelirrojo.

-La verdad es que tiene buena pinta... seguro que nos regalan un montón de chucherías.

-Y podremos probar productor que aún no han salido al mercado... y saber cómo consiguen el sabor esponjoso... y habrá barriles y barriles del licor ese con el que rellenan las guindas de chocolate...

A Ron se le hacía la boca agua. Llegaron a la explanada delantera de la fábrica, donde había algunas personas más: una familia joven con su niña de seis años, los tres con túnicas moradas; un señor de unos ochenta años, con sombrero de hongo verde y la barba recogida en un trenza, y ¡los Dursley! Bueno, el señor Dursley no estaba, sólo la tía Petunia y el encantador primito de Harry, Dudley

-¿Qué demonios haces tú aquí?- le saludó Dudley.

-Bueno, más bien... soy yo quien debería hacerte esa pregunta. ¿Te das cuenta de que estás en una fábrica mágica?

Harry se preguntaba dónde podía Dudley haber conseguido chocolatinas Wonka en su pequeño mundo muggle.

-Me da igual. El chocolate es chocolate, aquí y en el maldito infierno, bueno, en el infierno es chocolate derretido... Te llegó un paquete a casa con algunas de esas chocolatinas, que estaban buenísimas...

- ¡Abriste mi correspondencia!

-Olía muy bien.

-¿Y quién lo enviaba?

-Tu padrino ese, Sirius el pirado. Supongo que ni siquiera sabe calcular cuándo mandar un paquete para que llegue en navidad.

Harry pensó que Sirius habría utilizado el correo muggle para no hacerse notar en el mundo mágico, ya que a pesar de que en el ministerio se conocía su inocencia, permanecía oculto dentro del programa de protección de testigos, mientras no se supiera si Voldemort había desaparecido o no para siempre. Claro, se dijo el chico, por eso creyó que debía mandármelo con casi un mes de adelanto... Harry se emocionó un poco pensando en su padrino, tanto que no le importó que Dudley le hubiera robado. Se daba cuenta, hoy más que nunca al verlo pegado a las faldas de su mamá, de que su primo era un infeliz.

Entonces se abrieron las grandes puertas de la fábrica. Una voz explicó que sólo los ganadores podían entrar. Dudley se sobresaltó, pero Petunia le dio ánimos, y el delicioso olor a dulces le dio valor para ir solo. La niña de seis años se despidió de sus padres con un beso, sujetando su envoltorio con la mano. El anciano del sombrero verde sacó con cuidado una hoja dorada del libro que tenía en la mano. Dudley apretaba fuerte la suya, como para que nadie se la robara. Harry y Ron las llevaban en el bolsillo.

Los cinco afortunados pasaron al interior de la Fábrica, preguntándose qué sorpresas les esperarían en el interior.