La primera sala de la fábrica era un gigantesco recibidor con una gran vidriera en el techo, que representaba al dios griego Dionisos escanciando una gran copa de chocolate líquido; y un suelo de mosaicos marrones y color crema que parecía chocolatinas. No pasó nada hasta que las puertas de la calle se cerraron automáticamente, con un ruido metálico. Entonces, una voz resonó en la sala:

-Bienvenidos a la fábrica de chocolate, afortunados visitantes. Pronto conoceréis al inventor de todas las delicias que aquí se fabrican. Pero antes habéis de presentaros, uno por uno.

Los cinco se miraron, interrogantemente. Nadie se decidía a empezar, así que habló Harry, un poco tímidamente.

-Me llamo Harry y soy estudiante de Hogwarts. Tengo diecisiete años.

La voz respondió:

-Bienvenido, Harry. El siguiente.

-Bueno, yo... mi nombre es Ron y también... estudio en Hogwarts... séptimo año.

La voz también saludó a Ron. Entonces habló el anciano.

-Serenus Salamander. Soy cocinero. He estado empleando productos Wonka en mis postres desde que existe la fábrica. Como empleaba tantas cantidades de chocolatinas, era normal que encontrara una con premio. Me gustaría poder aprender mucho en esta fábrica sobre el arte de la cocina.

-Bienvenido, Serenus. El siguiente.

La niña no se decidía a hablar, pero Harry la animó con un golpecito afectuoso en el hombro.

-Yo... me llamo Pearl, y soy de Liverpool. Tengo... seis años. Me gustan las de nata con limón, son mis favoritas.

La voz le dio la bienvenida. Entonces se hizo un silencio: Dudley no parecía dispuesto a saludar. Por fin lo hizo, para romper la tensión, pero se notaba que lo consideraba una estupidez.

-Soy Dudley Dursley, y que quede claro que no soy un bicho raro como todos estos.

Había un tono diferente, sutilísimamente hostil, en la voz que dijo:

-Bienvenido, Dudley. ¡Y ahora, la fábrica os presenta a su creador!

Una de las puertas se abrió, creando un momento de expectación hasta que apareció una figura en el umbral. Harry esperaba ver aparecer algún hombrecito vivaracho, o algún cocinero orondo y bonachón. Lo que nunca hubiera imaginado era lo que tenía delante de los ojos.

Se trataba de su profesor de pociones, Severus Snape.

...oooOOOooo...

-Bienvenidos los cinco. Voy a guiaros en un recorrido especial por la fábrica. Debéis saber que se trata de todo un privilegio: ningún visitante ha estado nunca en las salas que vais a conocer... seguidme, por favor.- dijo Severus Snape con su voz grave y ceremoniosa.

Harry y Ron tenían la boca abierta de puro asombro.

-Harry, dime que no me estoy volviendo loco- susurró Ron mientras caminaban.

-Estoy igual que tú... parece diferente porque sonríe y va vestido con esa bata blanca, pero es él. Es él, sin duda. Me pregunto por qué no nos ha dicho nada.

-Pero no puede ser él, ¿verdad?, quiero decir... no puede ser él quien invente las recetas Wonka...

-¿Por qué? Recuerda que es profesor de pociones, y un químico excelente. Seguramente estas facultades están relacionadas con la cocina, ¿no? Y además eso explicaría ese rumor de que es muy rico.

-Esto es lo más raro que me ha pasado en mi vida- dijo Ron, sin poder cerrar la boca.

Harry se dio cuenta de que la característica manera de caminar de su profesor, tan seguro de sí mismo, quedaba resaltada por la bata blanca de laboratorio, que llevaba con mucha elegancia, como Harry, sorprendido de sí mismo, tuvo que reconocer. Es fácil resultar sinuoso vestido con alas negras, pero Snape hacía que incluso ese simple atuendo de científico le cayera a la perfección. ¿Pero qué demonios estaba pensando? Harry sacudió la cabeza para ahuyentar los pensamientos extraños.

El pequeño grupo siguió a Snape hasta una especie de invernadero. Estaba lleno de plantas muy variadas, pero sobre todo de unos extraños árboles gruesos como baobabs.

-Esta es el árbol de cacao mágico Wonka. Nos costó décadas desarrollarlo, a base de complicados injertos y de la colaboración de muchísimas abejas. Como pueden ustedes comprobar, posee un gran tronco abultado: debo explicarle que ese tronco no es tal, sino un fruto gigantesco, que está relleno por dentro de jugosa manteca de cacao y de aromáticas semillas. Cada árbol tarda unos cuatro años en desarrollarse, pero luego nos da media tonelada de materia prima. ¿alguna pregunta?

-Es él. Ha dicho lo de "alguna pregunta" exactamente igual que cuando nos lo pregunta en clase- susurró Ron.

-Señor Weasley, ¿tiene algo que desee compartir con el resto de la... de nosotros?

-Eh...no, no, señor, perdone, señor..

Ron había palidecido, pero Harry se divertía con la situación, aunque no la comprendiera muy bien. Era curioso ver a Snape tan diferente, sonriente, y con un tono de voz mucho más amable y relajado. Los cinco visitantes exploraban maravillados las diferentes plantas del gigantesco invernadero. Serenus tomaba notas febrilmente, y Pearl se cogió de la mano de Harry, mientras comentaban cada hallazgo semioculto entre las hojas: ramas que daban flores y frutos de distintos colores, racimos de plátanos diminutos y transparentes, guisantes dorados que ya nacían en vainas de azúcar moreno.

-Les ruego que no prueben ningún fruto directamente del arbusto. Hay especies que aún están en estudio o en proceso de modificación, así que no podemos responsabilizarnos de lo que pasaría sí...

-¡Dudley! ¿Es que no estás oyendo? ¡Deja esa fruta!- le gritó Harry a su primo.

Pero Dudley, con mirada de ratón malévolo, contemplaba una gran frambuesa que tenía en la mano. Era un jugoso fruto del tamaño de un mango.

-No debes comerla. Nadie sabe lo que podría pasar- advirtió gélidamente Snape.

Pero era demasiado tarde. En dos grandes bocados, la jugosa frambuesa gigante había desaparecido dentro del primo gigante.

-Continuemos la visita- dijo Snape con resignación. Nunca había podido soportar a ciertos muggles imprudentes.- Ahora pasaremos a la sala de los molinos.

-¡Oh, no!- exclamó la pequeña Pearl- ¡Mirad a Dudley!

Dudley estaba cambiando. No sólo era el color de su piel, que viraba rápidamente del rosado lechón al malva de las frambuesas, sino que la misma textura de su carne estaba derivando a un estado gelatinoso. Se hacía transparente por segundos, mientras se iba desmoronando.

-¡Se está convirtiendo en jalea!- dijo Ron, demasiado asombrado como para alegrarse por ello. Snape sacó su varita con un ágil gesto e hizo aparecer una carretilla.

-¡Accio jalea!

La montaña de gelatina de frutas que era Dudley fue cargada en la carretilla.

-Harry, ¿te importaría llevar a tu primo, por favor? Cuando lleguemos a la enfermería intentaremos hacer algo por él.

-¡Pero ten cuidado, eh, capullo!- balbuceó confusamente la masa de baba malva.

Harry no daba crédito a la situación. No sabía si le parecía más sorprendente que Dudley fuera una montañita de gelatina roja parlante, cosa que tampoco suponía una gran diferencia respecto a su estado normal, o el que Snape le hubiera llamado "Harry". Qué extraño. Una especie de pequeño escalofrío había recorrido la espalda del chico de la cicatriz al oír su nombre en los precisos labios de Snape.

-Oye, ¿cómo sabe el señor Wonka que... que esto... que Dudley es tu primo?- le preguntó Pearl a Harry.

-Es mi profesor de pociones en Hogwarts. Pero yo no sabía que también trabajaba aquí.

-Ah- dijo Pearl, y continuó caminando.- Pues creo que le caes muy bien. Te ha mirado como mi profe me mira cuando termino todos los deberes.

Harry sonrió, un poco irónicamente. Entonces llegaron a un pasillo donde se oía un ruido atronador.

...oooOOOooo...

En ese mismo momento, en Hogwarts, Hermione Granger entraba distraída en la biblioteca, con una gran pila de libros. No veía por dónde caminaba, así que tropezó contra alguien. Las dos personas cayeron aparatosamente al suelo entre todos los libros.

-¡Perdona! ¿Te he hecho daño?

-No...- dijo Lena, frotándose el codo- espero que no.

-Te ayudaré a levantarte... dame la mano...

Cuando Hermione rozó los dedos de Lena, sintió un escalofrío, una sensación casi eléctrica. La ayudó a levantarse y recogieron los libros.

-Oye, lo menos que puedo hacer es invitarte a un té en la sala común...

-Me parece una idea muy buena- contestó Lena, con un brillo en sus ojos oscuros.

...oooOOOooo...

-Hay que taparse los oídos con estas gomas para entrar en esta sala. Le llamamos la sala de los "molinos" porque es aquí donde se aplastan las semillas gigantes de cacao. Tengan mucho cuidado. Nadie debe desviarse del pasillo central, pues los "molinos" pueden ser peligrosos, ya que son sordos.

-¿Molinos sordos?- se asombró Serenus, el viejo cocinero.

-Ahora lo verán. Repito: que nadie salga del pasillo central.

La voz de Snape sonó amenazadora. Los cinco se taparon los oídos con las gomas que distribuía Snape. Respecto de la carretilla de gelatina no se hizo nada, por que era imposible detectar dónde tenía las orejas. Se hizo el silencio. Pearl se apretó contra la mano de Harry, mientras este y Ron seguían empujando la pesada carretilla de jalea. Entraron a una habitación donde había una especie de mesas tan grandes como casas de un piso, y en ellas, unos veinte gigantes armados con mazas machacaban grandes nueces de cacao, y echaban los pedazos en grandes cestos de mimbre. Cada golpe hacía retumbar el suelo. Los gigantes estaban muy concentrados en su tarea, y entre ellos Harry reconoció al hermano de Hagrid, al que se alegró de ver con un empleo como debe ser.

Entonces Harry se dio cuenta de que Ron estaba saliendo del pasillo central para recoger una astilla de cacao con pinta deliciosa que se había caído al suelo. Le gritó, pero el pelirrojo no podía oírle, y de todas formas ya estaba agarrando el pedazo de cacao recién partido, y miraba a su alrededor relamiéndose los bigotes, por si hubiera alguno más. Pero justo en ese momento apareció un camión de basura con una escoba gigante, que barrió todo el suelo incluyendo a Ron.

Harry fue corriendo a avisar a Snape, pero este le hizo un signo de que esperara a salir de la habitación. Harry volvió a recoger la carretilla, y todos salieron por fin de la habitación del ruido.

-¡Ron ha sido barrido!- gritó Harry en cuanto Snape se sacó los tapones de los oídos, -¿qué va a pasar con él?

-Bueno, espero que nada que una ducha con lejía no pueda solucionar. El señor Weasley es más atolondrado aún de lo que pensaba. Pasaremos a buscarle al final de visita, ha sido llevado al vertedero de la fábrica. Sólo espero que sepa defenderse...

-¡Defenderse de qué?

-Oh, no son nada comparadas con aquella araña gigante a la que el señor Weasley derrotó hace unos años. La mitad de pequeñas... Viven en el basurero y se alimentan de las sobras de la fábrica. Nos ahorramos mucho dinero.- Snape sonrió sutilmente.

-¡Que se lo coman! ¡!Que se lo coman!- escupió una voz de chicle que venía de la carretilla.

-Oh, cállate, bola de sebo- le dijo Harry, con fastidio.

Pearl parecía asustada, pero no dijo nada, y siguió caminando. El señor Salamander parecía un poco perplejo. Pero Harry estaba muy enfadado.

-¡Vamos por Ron ahora mismo!

-Sería inútil, Harry. El circuito de desperdicios es robótico y está completamente automatizado. Si lo detengo, Ron podría quedar atrapado en cualquier recámara, que se sellaría, y en poco tiempo se quedaría sin oxígeno.- Snape parecía más razonable esta vez, intentando explicarle a Harry la situación.

-Fantástico- masculló Harry, de muy mal humor.

Entonces llegaron un par de enfermeros.

-Harry, puedes darle la carretilla a estos dos chicos. Ellos se encargaran de Dudley a partir de ahora.

Harry lo hizo, mientras la carretilla gritaba que quería una chocolatina.

-Pero sigamos con la visita. Por aquí, por favor. Ahora pasaremos a una sala muy especial: en ella se fabrican uno de los tres grandes secretos de esta fábrica. Pueden vestirse con esas batas blancas: a partir de ahora vamos a visitar laboratorios.

Había varias batas de diferentes medidas en una pared. Serenus ayudó a Pearl a ponerse una pequeña, y él mismo se vistió otra, mientras Harry hacía lo mismo. Por un momento, el chico de los ojos verdes tuvo la impresión de que su profesor le miraba con interés. Pero debió de ser un error. Una puerta se abrió, dejando ver un laboratorio en el que varias mujeres jóvenes manejaban probetas y pipetas. Snape explicó, con una misteriosa sonrisa en el borde de la boca, y mirando directamente a Harry:

-En este laboratorio se fabrica una de las esencias más maravillosas del mundo: el filtro del amor intenso