El laboratorio era una habitación blanca, en la que varios matraces
burbujeaban, llenos de líquidos transparentes. Las científicas eran las
mujeres más atractivas que Harry había visto juntas: morenas, rubias,
pálidas, pelirrojas de ojos azules como el cielo, delicadas orientales,
elegantes chicas del color del ébano...
-El filtro del amor intenso es una de las pociones más poderosas que existen- explicó Snape con seriedad-. Como pueden ver, esta poción sólo puede ser destilada por mujeres muy bellas, que también son expertas químicas. Con sólo tres gotas del filtro, se puede conseguir un enamoramiento tan explosivo como el del joven Romeo...
-Perdone mi curiosidad, pero ¿Para qué usan este filtro en la fábrica?- preguntó el cocinero Salamander.
-Disolvemos cantidades microscópicas en el chocolate. Así nos aseguramos de que quienes las prueban "amen" nuestras chocolatinas, de una manera que no puede explicarse.
El cocinero estaba febril de curiosidad. Quería, a toda costa, conocer al menos uno de los ingredientes de la poción. Pero Snape era inflexible. Las muchachas, a pesar de estar muy concentradas pesando cantidades diminutas y decantando delicados ingredientes, le echaban de vez en cuando una mirada de reojo a Harry, cuyas mejillas adquirieron un leve rubor.
Pearl estaba cansada de caminar. No lo decía, porque era una niña muy bien educada, pero se le notaba en la manera de arrastrar las piernas. Entonces Snape le dijo:
-¿Quieres que te lleve un rato a hombros?
Harry parpadeó. ¿Snape, jugando con una niña pequeña, mostrándose cariñoso? Esa colisión de conceptos bloqueó un poco a Hary, que se despistó un segundo, justo antes de recibir en la cara un frasco entero de filtro.
Harry sintió que todo daba vueltas. Miró a su alrededor: las chicas le sujetaban para que no cayera al suelo, una tenía los ojos grises y una boca perfilada y rosa, otra unas grandes pestañas negras y labios jugosos, la tercera era una japonesita de piel perfecta y mirada misteriosa... Pero Harry se desmayó, cayendo al suelo.
...oooOOOooo...
En la sala común de Griffyndor, Hermione hablaba animadamente con Lena, mientras bebían un té de caramelo que había preparado la chica del pelo indomable.
-Entonces, ¿vienes de Africa?
-Sí. Yo nací en Inglaterra, cerca de Dover, pero mis padres son muy viajeros, y me llevaron con ellos. He pasado mi infancia en Benin, en Guinea, Congo...
-Cuéntame cómo es aquello...
Mientras conversaban, Hermione se dio cuenta de que tenía mucha curiosidad por saber todos los detalles de la vida de Lena, así que charlaron y charlaron durante horas, probando diferentes clases de té. Habían descubierto su pasión común por la asignatura de transformaciones, por contemplar mapas, por las comedias románticas de los cincuenta...
Por fin cayó la noche sobre las viejas piedras del castillo. Lena miró por la ventana.
-Oye, Hermione, ¿puedo enseñarte una cosa?
Hermione asintió con la cabeza, mientras miraba a la chica morena llena de curiosidad. Esta le tomó la mano y la condujo por los pasillos, en los que permanecía el eco de sus pasos.
...oooOOOooo...
Harry despertó en el suelo del laboratorio. Sólo se había desvanecido unos instantes. Se puso de pie con ayuda de las bellísimas mujeres, que le abanicaban sin parar. Una de ellas, la que había derramado el frasco, pedía disculpas insistentemente.
-¿Estás bien, Harry?- le preguntó ansiosamente Pearl, cogiéndole la mano.
-Bueno, yo... creo que sí...
-Si no has tragado ninguna gota, todo irá bien. Pero como seguramente has inhalado bastantes efluvios, estarás un poco atontado durante las próximas horas. ¿Seguimos?
Harry asintió con la cabeza, sin poder despegar los ojos de Snape. ¿Cómo es que nunca se había dado cuenta de lo perfecta que era la línea de sus cajas, el corte afilado de su mandíbula, la curva deliciosa de sus labios? Y su voz... su voz, con esos tonos modulados, era música... más que música...
-Ahora veremos cómo se consigue la textura elástica de nuestro nuevo chocolate... Por aquí...- les guió Snape, con los gestos comedidos de un perfecto anfitrión.
Serenus Salamander tenía los ojos como bolas gigantes de helado. Cada puerta parecía llevar a un maravilloso secreto del arte culinario, y esa fábrica era prácticamente un laberinto, con cientos, o quizá miles de salas...
Pearl se había vuelto a subir a hombros de Snape, que le iba contando cómo había que batir el chocolate con cierta resina y con gummibayas. Serenus tomaba notas fervorosamente. Y Harry no podía dejar de fijarse en el elegante ángulo de cada articulación de Snape; en sus manos, que describían curvas en el aire; en su perfil altivo pero sereno, en su mirada penetrante y oscura... Podría perderse en esa mirada profunda...
Desde fuera, Harry parecía haber sido hipnotizado.
-Señor Potter, ¿está usted absolutamente seguro de que se encuentra bien?
-Mejor que nunca en mi vida- susurró Harry sensualmente, muy despacio, paladeando cada palabra, y sin despegar los ojos de Snape.
-¿Seguro?- le preguntó el profesor, bastante mosqueado.
Harry asintió con la cabeza, y casi sin darse cuenta, se pasó la lengua por los labios.
-Oh, fantástico- dijo Snape con fastidio- Ven conmigo, te voy a quitar ese mareo.
Snape dejó a Pearl y a Serenus con una de las científicas, que continuó con ellos la visita, y se llevó a Harry a un ascensor lleno de botones. Pero los únicos botones que Harry veía en ese momento eran los de la bata de Snape.
-Severus... ¿puedo llamarte Severus? Creo que es el nombre más hermoso que he pronunciado en mi vida... ¿no te gusta cómo suena cuando lo digo?
-Harry, intenta controlar tus hormonas, ¿de acuerdo?- dijo enfadado Snape, mientras pulsaba un botón- Lo que no entiendo es por qué no te has encaprichado de alguna de las chicas. Debes de tener tendencias ocultas.
-Severus... ¿sabes que hueles maravillosamente bien?
Mientras decía esto, Harry se pegaba más y más al cuerpo de Snape, que estaba empezando a pasarlo mal. Él sí que tenía tendencias "ocultas", y no sólo eso: hacía ya bastante tiempo que había admirado la generosidad del tiempo y la naturaleza con Harry, que lo habían convertido un joven esbelto, aunque no tan alto como Snape, con sus músculos bien definidos, la piel perfecta y una sonrisa capaz de convocar a todos los demonios.
Snape intentaba separar al chico de su cuerpo, con muy poco éxito. Harry se escabullía, se colaba por cualquier rendija, y volvía a estar pegado a su torso, abrazándose fuertemente a él, con un ligero movimiento de fricción. En esta lucha, ya habían oprimido varios botones del ascensor. "Estupendo", se dijo Snape, mientras abrochaba lo que Harry le iba desabrochando "podemos aterrizar en cualquier sala de la fábrica".
...oooOOOooo...
La puerta del ascensor se abrió sobre una habitación completamente acolchada. Era la sala donde se hacían la pruebas de las pelotas de gelatina comestibles, garantizadas para botar como mínimo catorce veces en cada golpe. Eso sí: había que lavarlas muy bien antes de poder comérselas...
Harry había tirado de Snape, desgarrándole la manga de la bata, y ambos rodaban por el suelo, entre los jadeos de excitación de Harry y los gruñidos del profesor. Snape, con tanto movimiento, no conseguía atrapar su varita para detener al muchacho.
-¡Basta, harry! Estás muy alterado por la poción. ¡No sabes lo que haces!
-Me da igual. Lo que estoy sintiendo ahora por ti es puro, es hermoso y es... urgente, así que no me digas que no está bien.
Snape gimió. Harry le sujetaba los brazos, inmovilizándolo contra el suelo, y había conseguido sentarse a horcajadas sobre su estómago.
-¡Harry, te repito que intentes controlarte!
Pero toda la respuesta del chico fue trazar una línea con su lengua desde la frente hasta el cuelo del profesor, delineando su perfil, y continuarla después trazando arabescos en su pecho, para lo cual tenía que ir desabrochando botones con la boca.
El simple sonido de los botones al ceder ante la boca ávida de Harry fue demasiado para Snape, que empezó a sentir un desplazamiento masivo de su sangre en contra de la ley de gravedad. Tenía miedo de que Harry se diera cuenta, pero al mismo tiempo, sentir la cálida lengua del muchacho enredándose entre su vello, al verle olisqueando con ansia su cuerpo y pellizcándole los pezones con los dientes, estaba sintiendo una oleada de felicidad que le impedía hacer esfuerzos por levantarse, por abandonar esas caricias que le estaban llevando a otro mundo...
Entonces Harry se fue moviendo hacia abajo, y tropezó con un miembro inesperadamente erecto. La voz de Harry sonaba jadeante, desesperada y blanda como la mantequilla...
-Oh, sí, sabía que te gustaba... tiene que gustarte... déjame ver toda tu piel... dámela... dámela toda...
Harry se frotaba fuertemente contra el torso de Snape, cuyo rostro manifestaba un exceso de riego sanguíneo, y no sólo su rostro. Estaba acalorado, y murmuraba palabras inconexas, pero el gran autocontrol que poseía fue más fuerte que la necesidad de dejarse llevar... Harry le soltó los brazos para acercar su cabeza a...
-¡Rigidus!
Snape, sudoroso y acelerado, contemplaba la estatua inmóvil en que se había convertido Harry. El chico estaba arrodillado, con las manos apoyadas en el suelo, los ojos deliciosamente cerrados, y su lengüecita asomando, como iniciando un lametón. Y se quedaría así, paralizado, hasta que Snape lo sacara de su hechizo.
-Oh, demonios...- murmuró Snape mientras se levantaba y se abotonaba. - No puedo llevarlo así a la enfermería. Podrían pensar cualquier cosa.
Se quedó mirando al Harry inmovilizado. De tener menos escrúpulos, lo habría conservado en esa posición como juguete, y vaya si hubiera disfrutado con él. Pero no podía hacer eso. Primero tenía que conseguir administrarle el antídoto contra el filtro del amor intenso, y luego ya podría liberarle de su posición...
Hizo aparecer una silla, y colocó la estatua de Harry en ella como si estuviera sentado. Luego volvió a entrar rápidamente en el ascensor, y pulsó el botón que conducía a su recámara personal para ir a buscar la poción.
Pero en cuanto Snape abandonó la sala, una especie de humo rojizo empezó a llenar la habitación... Algo muy extraño estaba empezando a suceder. Y Harry, que a pesar de su inmovilidad total conservaba sus sentidos intactos, se daba cuenta de que estaba completamente indefenso.
-El filtro del amor intenso es una de las pociones más poderosas que existen- explicó Snape con seriedad-. Como pueden ver, esta poción sólo puede ser destilada por mujeres muy bellas, que también son expertas químicas. Con sólo tres gotas del filtro, se puede conseguir un enamoramiento tan explosivo como el del joven Romeo...
-Perdone mi curiosidad, pero ¿Para qué usan este filtro en la fábrica?- preguntó el cocinero Salamander.
-Disolvemos cantidades microscópicas en el chocolate. Así nos aseguramos de que quienes las prueban "amen" nuestras chocolatinas, de una manera que no puede explicarse.
El cocinero estaba febril de curiosidad. Quería, a toda costa, conocer al menos uno de los ingredientes de la poción. Pero Snape era inflexible. Las muchachas, a pesar de estar muy concentradas pesando cantidades diminutas y decantando delicados ingredientes, le echaban de vez en cuando una mirada de reojo a Harry, cuyas mejillas adquirieron un leve rubor.
Pearl estaba cansada de caminar. No lo decía, porque era una niña muy bien educada, pero se le notaba en la manera de arrastrar las piernas. Entonces Snape le dijo:
-¿Quieres que te lleve un rato a hombros?
Harry parpadeó. ¿Snape, jugando con una niña pequeña, mostrándose cariñoso? Esa colisión de conceptos bloqueó un poco a Hary, que se despistó un segundo, justo antes de recibir en la cara un frasco entero de filtro.
Harry sintió que todo daba vueltas. Miró a su alrededor: las chicas le sujetaban para que no cayera al suelo, una tenía los ojos grises y una boca perfilada y rosa, otra unas grandes pestañas negras y labios jugosos, la tercera era una japonesita de piel perfecta y mirada misteriosa... Pero Harry se desmayó, cayendo al suelo.
...oooOOOooo...
En la sala común de Griffyndor, Hermione hablaba animadamente con Lena, mientras bebían un té de caramelo que había preparado la chica del pelo indomable.
-Entonces, ¿vienes de Africa?
-Sí. Yo nací en Inglaterra, cerca de Dover, pero mis padres son muy viajeros, y me llevaron con ellos. He pasado mi infancia en Benin, en Guinea, Congo...
-Cuéntame cómo es aquello...
Mientras conversaban, Hermione se dio cuenta de que tenía mucha curiosidad por saber todos los detalles de la vida de Lena, así que charlaron y charlaron durante horas, probando diferentes clases de té. Habían descubierto su pasión común por la asignatura de transformaciones, por contemplar mapas, por las comedias románticas de los cincuenta...
Por fin cayó la noche sobre las viejas piedras del castillo. Lena miró por la ventana.
-Oye, Hermione, ¿puedo enseñarte una cosa?
Hermione asintió con la cabeza, mientras miraba a la chica morena llena de curiosidad. Esta le tomó la mano y la condujo por los pasillos, en los que permanecía el eco de sus pasos.
...oooOOOooo...
Harry despertó en el suelo del laboratorio. Sólo se había desvanecido unos instantes. Se puso de pie con ayuda de las bellísimas mujeres, que le abanicaban sin parar. Una de ellas, la que había derramado el frasco, pedía disculpas insistentemente.
-¿Estás bien, Harry?- le preguntó ansiosamente Pearl, cogiéndole la mano.
-Bueno, yo... creo que sí...
-Si no has tragado ninguna gota, todo irá bien. Pero como seguramente has inhalado bastantes efluvios, estarás un poco atontado durante las próximas horas. ¿Seguimos?
Harry asintió con la cabeza, sin poder despegar los ojos de Snape. ¿Cómo es que nunca se había dado cuenta de lo perfecta que era la línea de sus cajas, el corte afilado de su mandíbula, la curva deliciosa de sus labios? Y su voz... su voz, con esos tonos modulados, era música... más que música...
-Ahora veremos cómo se consigue la textura elástica de nuestro nuevo chocolate... Por aquí...- les guió Snape, con los gestos comedidos de un perfecto anfitrión.
Serenus Salamander tenía los ojos como bolas gigantes de helado. Cada puerta parecía llevar a un maravilloso secreto del arte culinario, y esa fábrica era prácticamente un laberinto, con cientos, o quizá miles de salas...
Pearl se había vuelto a subir a hombros de Snape, que le iba contando cómo había que batir el chocolate con cierta resina y con gummibayas. Serenus tomaba notas fervorosamente. Y Harry no podía dejar de fijarse en el elegante ángulo de cada articulación de Snape; en sus manos, que describían curvas en el aire; en su perfil altivo pero sereno, en su mirada penetrante y oscura... Podría perderse en esa mirada profunda...
Desde fuera, Harry parecía haber sido hipnotizado.
-Señor Potter, ¿está usted absolutamente seguro de que se encuentra bien?
-Mejor que nunca en mi vida- susurró Harry sensualmente, muy despacio, paladeando cada palabra, y sin despegar los ojos de Snape.
-¿Seguro?- le preguntó el profesor, bastante mosqueado.
Harry asintió con la cabeza, y casi sin darse cuenta, se pasó la lengua por los labios.
-Oh, fantástico- dijo Snape con fastidio- Ven conmigo, te voy a quitar ese mareo.
Snape dejó a Pearl y a Serenus con una de las científicas, que continuó con ellos la visita, y se llevó a Harry a un ascensor lleno de botones. Pero los únicos botones que Harry veía en ese momento eran los de la bata de Snape.
-Severus... ¿puedo llamarte Severus? Creo que es el nombre más hermoso que he pronunciado en mi vida... ¿no te gusta cómo suena cuando lo digo?
-Harry, intenta controlar tus hormonas, ¿de acuerdo?- dijo enfadado Snape, mientras pulsaba un botón- Lo que no entiendo es por qué no te has encaprichado de alguna de las chicas. Debes de tener tendencias ocultas.
-Severus... ¿sabes que hueles maravillosamente bien?
Mientras decía esto, Harry se pegaba más y más al cuerpo de Snape, que estaba empezando a pasarlo mal. Él sí que tenía tendencias "ocultas", y no sólo eso: hacía ya bastante tiempo que había admirado la generosidad del tiempo y la naturaleza con Harry, que lo habían convertido un joven esbelto, aunque no tan alto como Snape, con sus músculos bien definidos, la piel perfecta y una sonrisa capaz de convocar a todos los demonios.
Snape intentaba separar al chico de su cuerpo, con muy poco éxito. Harry se escabullía, se colaba por cualquier rendija, y volvía a estar pegado a su torso, abrazándose fuertemente a él, con un ligero movimiento de fricción. En esta lucha, ya habían oprimido varios botones del ascensor. "Estupendo", se dijo Snape, mientras abrochaba lo que Harry le iba desabrochando "podemos aterrizar en cualquier sala de la fábrica".
...oooOOOooo...
La puerta del ascensor se abrió sobre una habitación completamente acolchada. Era la sala donde se hacían la pruebas de las pelotas de gelatina comestibles, garantizadas para botar como mínimo catorce veces en cada golpe. Eso sí: había que lavarlas muy bien antes de poder comérselas...
Harry había tirado de Snape, desgarrándole la manga de la bata, y ambos rodaban por el suelo, entre los jadeos de excitación de Harry y los gruñidos del profesor. Snape, con tanto movimiento, no conseguía atrapar su varita para detener al muchacho.
-¡Basta, harry! Estás muy alterado por la poción. ¡No sabes lo que haces!
-Me da igual. Lo que estoy sintiendo ahora por ti es puro, es hermoso y es... urgente, así que no me digas que no está bien.
Snape gimió. Harry le sujetaba los brazos, inmovilizándolo contra el suelo, y había conseguido sentarse a horcajadas sobre su estómago.
-¡Harry, te repito que intentes controlarte!
Pero toda la respuesta del chico fue trazar una línea con su lengua desde la frente hasta el cuelo del profesor, delineando su perfil, y continuarla después trazando arabescos en su pecho, para lo cual tenía que ir desabrochando botones con la boca.
El simple sonido de los botones al ceder ante la boca ávida de Harry fue demasiado para Snape, que empezó a sentir un desplazamiento masivo de su sangre en contra de la ley de gravedad. Tenía miedo de que Harry se diera cuenta, pero al mismo tiempo, sentir la cálida lengua del muchacho enredándose entre su vello, al verle olisqueando con ansia su cuerpo y pellizcándole los pezones con los dientes, estaba sintiendo una oleada de felicidad que le impedía hacer esfuerzos por levantarse, por abandonar esas caricias que le estaban llevando a otro mundo...
Entonces Harry se fue moviendo hacia abajo, y tropezó con un miembro inesperadamente erecto. La voz de Harry sonaba jadeante, desesperada y blanda como la mantequilla...
-Oh, sí, sabía que te gustaba... tiene que gustarte... déjame ver toda tu piel... dámela... dámela toda...
Harry se frotaba fuertemente contra el torso de Snape, cuyo rostro manifestaba un exceso de riego sanguíneo, y no sólo su rostro. Estaba acalorado, y murmuraba palabras inconexas, pero el gran autocontrol que poseía fue más fuerte que la necesidad de dejarse llevar... Harry le soltó los brazos para acercar su cabeza a...
-¡Rigidus!
Snape, sudoroso y acelerado, contemplaba la estatua inmóvil en que se había convertido Harry. El chico estaba arrodillado, con las manos apoyadas en el suelo, los ojos deliciosamente cerrados, y su lengüecita asomando, como iniciando un lametón. Y se quedaría así, paralizado, hasta que Snape lo sacara de su hechizo.
-Oh, demonios...- murmuró Snape mientras se levantaba y se abotonaba. - No puedo llevarlo así a la enfermería. Podrían pensar cualquier cosa.
Se quedó mirando al Harry inmovilizado. De tener menos escrúpulos, lo habría conservado en esa posición como juguete, y vaya si hubiera disfrutado con él. Pero no podía hacer eso. Primero tenía que conseguir administrarle el antídoto contra el filtro del amor intenso, y luego ya podría liberarle de su posición...
Hizo aparecer una silla, y colocó la estatua de Harry en ella como si estuviera sentado. Luego volvió a entrar rápidamente en el ascensor, y pulsó el botón que conducía a su recámara personal para ir a buscar la poción.
Pero en cuanto Snape abandonó la sala, una especie de humo rojizo empezó a llenar la habitación... Algo muy extraño estaba empezando a suceder. Y Harry, que a pesar de su inmovilidad total conservaba sus sentidos intactos, se daba cuenta de que estaba completamente indefenso.
