Un saludo para Marly, otro para Anita Puelma (ese amor por Voldy te va a arrastrar al lado oscuro...) y dos para Nevichii... muy buena tu pregunta. Quedará contestada en el próximo capitulillo.

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Serenus Salamander, Pearl y Violette Caramel, acompañados de muchos otros operarios de la fábrica, abandonaron ordenadamente el edificio y llenaron la explanada principal, preocupados por lo que pudiera estar sucediendo.

Fuera, estaban esperando los padres de Pearl, que le dieron un gran abrazo, y Petunia, que no dejaba de preguntar por su hijito Dudley. Nadie se atrevía a explicarle el incidente pegajoso del que Dudley había sido causante y víctima.

Nadie sabía nada acerca de la emergencia: sólo algunos rumores de quienes venían de la sala de máquinas. Pero todos esperaban ansiosamente que la situación no fuera grave, y que Snape no estuviera en peligro. Era un jefe muy querido, a pesar de su seriedad.

...oooOOOooo...

-Harry, por favor, deja de acariciarme... más vale que me concentre en esto...

Severus estaba sentado ante una gran fila de monitores, intentando prever los avances del fluido Voldemortiano, pero su alumno, que le miraba alternativamente con ojos de corderito y de lobito, no estaba dispuesto a dejarle tranquilo.

-Es que tu pelo es tan suave... y negro como la noche... una noche muy larga, de terciopelo, con olor a tierra mojada...

Severus suspiró. Los roces del muchacho le hacían perder totalmente cualquier hilo de pensamiento. Todo su cuerpo estaba en tensión... si pudiera... si sólo pudiera...

La sala de máquinas estaba iluminada por la luz roja de alerta. Había varios oficiales de confianza de Snape intentando desesperadamente volver a hacerse con los controles, pero la sustancia Voldemortiana ya había llegado hasta los depósitos de caramelo.

-¡Peter! ¿Podemos cerrar las esclusas del caramelo?- dijo Snape, un poco tembloroso mientras recibía tiernos besos de Harry en la mejilla y en el cuello.

El oficial pareció intentarlo.

-¡Sí! ¡El sistema aún responde! Muy buena idea. Creo que hemos atrapado la mayor parte de esa cosa en el depósito de caramelo.

Snape se alegró. Por fin tenía un segundo de reposo. Así que aprovechó para darse la vuelta, aferrar con sus fuertes brazos a Harry, y besarlo largamente en la boca, mientas hundía profundamente los dedos en su cabello sedoso, aromático y revuelto. Cuando se separaron, Harry estaba en las nubes, mucho más que borracho. Snape estaba en calma, por fin se había desahogado.

-¿Ya estás contento? ¿Tienes bastante con eso?- le preguntó al chico, sonriendo.

Harry no respondió, en su micromundo de luces de colores. Snape lo sentó en una silla a su lado.

-Severus, ¿quieres que nos lo llevemos de aquí?- le susurró un operario a Snape.

-No. Él es lo que esa cosa está buscando. Tengo que tenerlo controlado y al alcance de la vista.

Entonces saltó una alarma, chillona y urgente. Todos miraron sus monitores.

-¿Qué pasa? No encuentro nada...

-¡Todo el caramelo está saliendo del depósito!- gritó Peter.

-Pero eso es imposible... ni siquiera estaba a la tercera parte de su capacidad. No puede desbordarse.

-Bueno, no se está desbordando exactamente... es que tiene patas.

Efectivamente, como podían ver en el monitor de Peter, todo el caramelo se había cuajado alrededor de una forma alargada, que pretendía representar un hombre encapuchado, pero que también podía considerarse un simple y dulce pirulí. Sólo que con ese caramelo hubiera bastado para un país entero: medía doce metros de alto.

Cada vez que el gigantesco cono de caramelo daba un paso, con una de sus patas como secuoyas, todo el suelo retumbaba. Se oían algunos gritos contenidos de terror: el monstruo se acercaba lentamente a la sala de máquinas.

-Harry, por favor, te doy lo que quieras si me dejas pensar con claridad...- dijo Snape, con la piel de gallina debido a un diminuto lametón del chico, muy cerca de la oreja-. Es una situación de emergencia, ¿no te das cuenta?- le explicó casi con dulzura.

Harry se quedó serio de repente.

-¿De verdad? ¿Lo que quiera? ¿Y cumplirás tu promesa?

Snape se preguntó si el señor Potter quedaría tan afectado por el filtro como para no recordar su estado actual, y se dijo que había bastantes posibilidades. De todas maneras, no podía arriesgarse a hacer una promesa que luego no fuera a cumplir. No era su estilo.

-Si es razonable...

-Cuando todo esto acabe, quiero tenerte un día para mí solo- dijo decididamente Harry.

"Angelito. Cuando todo esto acabe, como tú dices, te daré la poción y todo ese amor que crees sentir también acabará, y sólo con pensar en pasar un día conmigo te darán náuseas, como siempre", pensó Snape, con una extraña tristeza. De todos modos, eso sí podía prometérselo, y lo hizo.

-Pero ni una caricia ni un susurro ni un beso más, ¿de acuerdo?- le explicó Snape como si deletreara, en tono asertivo.

Harry asintió con la cabeza, satisfecho, y se alejó un poco de su profesor para reducir las tentaciones de tocarle. Se limitaba a mirar, con un calor en los ojos que Snape seguía sintiendo en su nuca.

Mientras tanto, el gigante acaramelado destrozaba puertas y pisoteaba laboratorios, de camino a la sala donde sabía que estaba Harry.

-¡Rápido!- ordenó Severus, con la cabeza por fin despejada- ¡hay que preparar tres tanques de almíbar disolvente, con mangueras, y traerlos aquí lo antes posible!

...oooOOOooo...

Mientras tanto, en la explanada de la fábrica, la gente estaba cada vez más asustada. Habían oído la sirena de alarma, y ahora estaban escuchando claramente cómo se desgarraban paredes e instalaciones.

La enfermería se había instalado en una furgoneta, donde atendían a los que se había herido o desmayado, y también estaban dando los últimos retoques a Dudley. Habían tenido que reconstruir todos sus tejidos después de la metamorfosis, y había quedado casi como era antes. Casi.

-¡Esto no puede ser mi niño!- chilló histéricamente Petunia, mirando a la criatura rosada que tenía delante. El equipo de emergencias había hecho lo posible, pero la verdad es que el resultado se parecía demasiado a un... cerdito.

...oooOOOooo...

Arrancando de cuajo el arco metálico de entrada a la sala de maquinas, apareció un cono gigantesco de color tostado, en cuyos ojos rojizos e hirvientes se reflejaba toda la maldad del mundo. No tenía nariz, más que dos hendiduras diminutas por las que chorreaba de vez en cuando un poco de tofee. Y su boca... su boca era un agujero negro, incapaz de hablar. Pero no le hacía falta.

Miró con furia hacia Severus, y luego hacia Harry, que se agarró la cabeza entre los brazos, aullando de dolor en la cicatriz. Hacía mucho tiempo que no le dolía, y era algo inesperado e insoportable. Severus también había notado su marca al rojo vivo, candente, pero no iba a darle a Voldemort la satisfacción de retorcerse. Sin embargo, sufría por Harry...

-¡Tom!

Voldemort dejó de mirar a Harry y se volvió hacia Severus, como un glaciar muy sucio y muy enfadado. No soportaba que lo llamaran Tom. Así que se dirigió hacia el profesor de pociones, con la intención de aplastarlo de una vez por todas.

-Se te está cayendo un poco de guirlache, Tom... espero que no lo necesites como hígado, o algo así... la verdad es que te felicito por haber encontrado un cuerpo tan... tan dulce. Todos te querrán esta vez, no te preocupes.

Harry estaba asombrado. Por supuesto que conocía bien la faceta sarcástica de su profesor, pero esta vez era diferente. Se estaba divirtiendo. Además, era tan valiente, y tan guapo, con su pelo despeinado y sus ojos desafiantes y cínicos... Y estaba consiguiendo que la montaña de caramelo echara humo, mientras se le acercaba peligrosamente.

Severus echó una ojeada. Los carros de almíbar disolvente aún no estaban listos... tendría que inventarse otra cosa.

...oooOOOooo...

Los radares de la estación de vigilancia aérea saltaron todos a la vez.

-¿Qué pasa, Tim?

-No sé... tres cosas pequeñas pero muy rápidas... demasiado pequeñas, en serio... no pueden ser un avión.

-¿Helicópteros?

-Demasiado rápidos... es muy raro... mira...

Los dos ingenieros se rompían la cabeza pensando que podía ser aquellos objetos volantes no identificados, que se dirigían rápidamente a Sussex.

-¿Avisamos a comandancia?

-Sí, como aquella vez que viste escobas voladoras, ¿verdad?, o ese otro día de la alfombra mágica, ¿no?

-Cállate ya. No sabes nada- contestó Tim, enfurruñado.