Anita Puelma Slytherin: actualizo cada día o cada dos, porque tengo la historia casi terminada ya. Lilith, Siward y Nunu: ahí va otro capítulo... pero como veréis, no es tan fácil acabar con el señor oscuro... y aún os haré esperar un poco para el limón, me siento malévola... también podemos ser pícaros en Ravenclaw.
Besos para Nevi.
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Severus Snape parecía una muñequita negra al lado de una montaña de lodo en movimiento. Harry sacó su varita y probó un par de hechizos, pero los encantamientos normales no funcionaban en ese extraño cuerpo. Peter y los otros oficiales le lanzaban bolas de fuego, que se quedaban pegadas en la cáscara de Voldemort como marshmallows derritiéndose lentamente, como volcanes diminutos, y Voldemort ni siquiera parecía darse cuenta..
Pero Snape podía defenderse sólo. Después de todo, ese caramelo era una de sus creaciones. Conocía su composición molécula a molécula, y pensaba aprovecharse de ello. En su cabeza de científico, estaba haciendo complicados cálculos químicos a toda velocidad.
-¡Tom!
La masa entera de tofee gruñó, como un elefante cuando le robas el postre.
-Ya sabes que me gusta mucho experimentar. Vamos a ver qué sucede cuando dejamos un átomo de carbono libre en la cadena de tu glucosa invertida especial... sólo para divertirnos...
Harry estaba descubriendo a otro Snape, a uno divertido y elegantemente juguetón... y estaba fascinado. Sin embargo, sentía que su pasión ya no era tan incontrolada y furiosa, ¿pudiera ser que se le estaba pasando el efecto de la poción? Pero entonces, porqué seguía encontrando a Snape increíblemente atractivo...?
Severus, antes de que un brazo lento y viscoso del tamaño de tres coches lo aplastara, hizo un elegante pase con la varita y murmuró un complicado hechizo.
De repente, el brazo se detuvo en el aire. El caramelo se solidificaba rápidamente, cristalizaba y se escarchaba, convirtiéndose en un sólido blanco, brillante y quebradizo. La viscosidad que permitía el movimiento de Voldemort ya no existía.
En el centro de la sala de máquinas, de nuevo tranquila, había un gran iceberg irisado, inmóvil como el polo Norte, inofensivo como un árbol de navidad.
Todos los presentes suspiraron de alivio a la vez.
Severus analizó la figura desde varios ángulos. La tocó, y era como poner la mano sobre el mármol de una catacumba. La exploró energéticamente con ayuda de los ordenadores y de Peter.
-Bueno, parece que ya está. No creo que pueda modificar mucho esta fase de materia, la molécula actual es muy estable. Así que creo que podemos relajarnos un poco. Detendremos toda la actividad y la producción de la fábrica durante una semana, y ya veremos cómo desmontamos y trasladamos esto...- dijo Severus, con su tono de perfecto organizador- quizá deberíamos intentar disolverlo con almíbar disolvente, tengo que pensar las posibles consecuencias. Pero eso será mañana.
Por cierto, los carros de almíbar disolvente, preparados con mangueras, por fin habían llegado, a buenas horas. Harry se dio cuenta de que Snape tenía mucha experiencia solucionando problemas, y de que todos le escuchaban con admiración. Es curioso lo poco que saben los alumnos de sus profesores.
-Y yo me voy a darle a este chico su antídoto, de una vez... De todas formas, que todo el mundo abandone rápidamente esta sala, y la fábrica. Nunca se sabe lo que puede ocurrir. Hasta mañana...
Todos los operarios y oficiales estaban agotados. Salieron ordenadamente, mientras se comentaban unos a otros la extraordinaria escena de la que habían sido testigos. Harry y Severus tomaron el ascensor de cristal, rumbo a algún laboratorio que no estuviera muy destrozado.
Pero algo estaba empezando a vibrar dentro de la afilada montaña de azúcar sólido. Era algo de color rojo, que al principio fue sólo un átomo, pero que se expandía como el cáncer, quemando el azúcar desde el interior, y convirtiéndolo en otra cosa.
Aparecieron dos malvados y ardientes ojos rasgados, que latían con una ira llameante en medio de tanta rigidez, y decían "ahora ssssí que essssstoy enfadado... ahora ssssí, Ssssseverussss..."
...oooOOOooo...
En el ascensor, Harry y Severus estaban en silencio. Pero Harry parecía estar en la luna, y Severus muy en la tierra, analizando todas las consecuencias de la nueva aparición de Voldemort. Pensaba en Dumbledore, en la Orden, en los demás mortífagos, en las consecuencias económicas de tener que detener la fábrica... pero no por él, sino por sus empleados...
Llegaron a uno de los laboratorios. Era el de los robots exprimidores, que ni siquiera se habían detenido, ajenos a los conflictos humanos, inalterables. Tenían las proporciones de una figura humana, sólo que, en lugar de manos, estaban dotados de prensas, cizallas, martillos, machacadoras, filtros, exprimidoras y licuadoras.
-¿Qué son?- preguntó Harry, que se había perdido esa parte de la visita.
-Son robots que se dedican a extraer el jugo o la esencia de todos los alimentos y sustancias comestibles del mundo. Con esas esencias fabricamos después las "grageas de todos los sabores". Los llamamos "exprimidores". Quédate ahí, creo que en esta sala encontraré todo lo que necesito para hacer la poción que necesitas.
-A lo mejor no la necesito- susurró Harry.
-¿Qué has dicho?- Snape giró sobre sus talones, creyendo haber oído mal.
-Que así... me encuentro bien.
Harry se le acercó lentamente, manteniendo la tensión. Desde luego, su mirada ya no era la del adolescente embriagado de un rato antes. Snape se preguntaba qué le estaría pasando por la cabeza.
Entonces Harry lo abrazó. Simplemente eso: cerró sus brazos alrededor del cuerpo recubierto de negro de Severus. Lo aferraba como si no quisiera separarse nunca de él. Pero no era posible. Snape dominó sus ganas de abrazarle también, de besarle la cara, de llevárselo con él a cualquier parte, de no darle nunca la poción... y se separó de Harry.
Snape suspiró. A Harry le pareció el gesto más encantador del mundo.
-Harry, ¿no te das cuentas de que, por muy bien que te encuentres ahora, no eres tú? No puedes vivir bajo los efectos de una droga- le explicaba Snape mientras buscaba semillas de Beleño, una raíz pequeña de Rutabaga, flores de canela blanca, y otras cosas.
Harry suspiró. A Snape le pareció el gesto más encantador del mundo.
...oooOOOooo...
Lo que hervía, de un rojo tan oscuro como una granada, dentro de la montaña de azúcar, se dilataba furiosamente, se agitaba en su interior como una pequeña tormenta. De hecho, lo era: Voldemort estaba escogiendo la última forma que le quedaba: la de gas.
La montaña glaseada se tambaleaba, temblando, como si hubiera un terremoto. Pequeñas grietas rosadas se abrían aquí y allá, dejando escapar fumarolas de un gas fétido. El interior rojo se veía cada vez más intenso, más fuerte, más revuelto, hasta que...
Estalló. La montaña explotó en mil pedazos, como una cáscara inservible, liberando una nube roja como el infierno, con su propio campo eléctrico que centelleaba, y su propia ira, que la conducía a toda velocidad hacia... Harry y Severus.
...oooOOOooo...
-Ahora falta el polvo de piedra bezoar. ¿Puedo confiar en que removerás bien esta mezcla mientras voy a buscarla? Serán dos minutos.
-Espero hacerlo bien... He mejorado mucho, sabes- dijo Harry, un poco ofendido- Por cierto... -añadió soñador- esto me recuerda al día que nos conocimos. Me preguntaste por la piedra bezoar, y yo no supe la respuesta...
-Quería ponerte en evidencia. No me gusta que mis alumnos sean más célebres que yo- explicó Snape mientras se iba. –Pero me extraña que te acuerdes.
Hary se puso nostálgico recordando aquella primera vez que entró en la mazmorra de pociones... había sentido un escalofrío al ver a Snape, oscuro como un cuervo, con su mirada desafiante e infinita y sus gestos magnéticos... ¿Pero cómo podía tener este recuerdo si se suponía que sólo se había enamorado de él hace dos horas? Harry estaba tan ocupado pensando que no se dio cuenta de que un hilo de gas rojo iba entrando en la habitación, dirigiéndose a las cabezas de los robots exprimidores.
Cuando oyó que todos los robots a la vez dejaban de trabajar, levantó la cabeza, sorprendido. Se encontró con que todos le miraban, con unos nuevos ojos rojos y rasgados que él conocía muy bien.
...oooOOOooo...
Severus no llegó a la biblioteca de objetos. A mitad de camino, el ruido de mil pequeños cuchillos que se detenían le hizo regresar corriendo a donde estaba Harry.
Se lo encontró con la varita en la mano, saltando de mesa en mesa, mientras cien robots lo perseguían. Harry levantaba en el aire las frutas y jugos que había encima de las mesas y las arrojaba a los ojos de los robots, que se quedaban momentáneamente aturdidos. También se le daba muy bien esquivar las afiladas multipinzas que se le acercaban peligrosamente.
Severus, silenciosamente, se acercaba sin ser notado, derritiendo con su varita las baterías de los robots. Quedarían inutilizados para siempre, pero había que hacerlo: seguían siendo demasiados. Harry se defendía muy bien, pero no sabía cómo atacarlos, todo lo que recordaba de transformaciones se refería a plantas y animales, no al metal. Y empezaba a estar agotado...
En ese preciso instante, se rompieron las vidrieras de la sala para dejar pasar a tres figuras montadas en thestrals: eran Hermione, Lena y... Hagrid.
...oooOOOooo...
Dudley mejoraba poco a poco. Su piel seguía siendo rosada y su nariz respingona, pero las diferencias se acortaban entre el cerdito que había sido y el chico que quería volver a ser.
-Hijito mío, qué susto he pasado...- chilaba Petunia con su molesta voz.
Una de las enfermeras intentaba separarla del chico, para que no le atosigara. Pero era inútil.
Alrededor de la furgoneta que servía de enfermería, el patio se iba llenando más y más de curiosos.
-Ya no se oye nada dentro de la fábrica, ¿no crees que deberíamos entrar?- le preguntaba Pearl a Violette.- Estoy preocupada por Harry.
-¿No te da miedo entgag ahí?- le preguntó la francesa- Eges una niña muy valiente...
Desde luego, la que no se atrevía a entrar era ella. No estaba dispuesta a encontrarse de frente con cualquier manifestación de... de ya-sabéis-quién.
...oooOOOooo...
Hagrid evaluó la situación. Luego, con cierta calma, levantó una pesada mesa y fue aplastando robots uno a uno. Los dejaba en montoncitos en el suelo, en forma de meccano.
Hermione, la mejor alumna de transformaciones (y de otras muchas cosas), se limitaba a convertír el metal en papel. A su lado, Lena iba echando a los monigotes de celulosa cubos de agua, con la marca al rojo vivo. Era la primera vez que le dolía, ya que Voldemort la creía muerta hacía muchos, muchos años. Pero una gran cantidad de robots la atacaban a ella. Harry se dio cuenta, y se acercó para servir de escudo protector.
Las hojas metálicas silbaban y rugían, y los malignos ojos centelleaban diabólicamente. Era una lucha dura. Pero entre los cinco, fueron acabando con la mayor parte de los robots.
Harry se distrajo por un momento, mirando a Snape, tan concentrado y tan atractivo, y una cuchilla casi le corta una oreja.
Sólo quedaban unos veinte robots. De pronto, todos ellos se dieron la vuelta y emprendieron la huida.
Harry, Hagrid, Hermione, Lena y Snape se miraron y sonrieron, un segundo antes de salir a perseguirlos.
Besos para Nevi.
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Severus Snape parecía una muñequita negra al lado de una montaña de lodo en movimiento. Harry sacó su varita y probó un par de hechizos, pero los encantamientos normales no funcionaban en ese extraño cuerpo. Peter y los otros oficiales le lanzaban bolas de fuego, que se quedaban pegadas en la cáscara de Voldemort como marshmallows derritiéndose lentamente, como volcanes diminutos, y Voldemort ni siquiera parecía darse cuenta..
Pero Snape podía defenderse sólo. Después de todo, ese caramelo era una de sus creaciones. Conocía su composición molécula a molécula, y pensaba aprovecharse de ello. En su cabeza de científico, estaba haciendo complicados cálculos químicos a toda velocidad.
-¡Tom!
La masa entera de tofee gruñó, como un elefante cuando le robas el postre.
-Ya sabes que me gusta mucho experimentar. Vamos a ver qué sucede cuando dejamos un átomo de carbono libre en la cadena de tu glucosa invertida especial... sólo para divertirnos...
Harry estaba descubriendo a otro Snape, a uno divertido y elegantemente juguetón... y estaba fascinado. Sin embargo, sentía que su pasión ya no era tan incontrolada y furiosa, ¿pudiera ser que se le estaba pasando el efecto de la poción? Pero entonces, porqué seguía encontrando a Snape increíblemente atractivo...?
Severus, antes de que un brazo lento y viscoso del tamaño de tres coches lo aplastara, hizo un elegante pase con la varita y murmuró un complicado hechizo.
De repente, el brazo se detuvo en el aire. El caramelo se solidificaba rápidamente, cristalizaba y se escarchaba, convirtiéndose en un sólido blanco, brillante y quebradizo. La viscosidad que permitía el movimiento de Voldemort ya no existía.
En el centro de la sala de máquinas, de nuevo tranquila, había un gran iceberg irisado, inmóvil como el polo Norte, inofensivo como un árbol de navidad.
Todos los presentes suspiraron de alivio a la vez.
Severus analizó la figura desde varios ángulos. La tocó, y era como poner la mano sobre el mármol de una catacumba. La exploró energéticamente con ayuda de los ordenadores y de Peter.
-Bueno, parece que ya está. No creo que pueda modificar mucho esta fase de materia, la molécula actual es muy estable. Así que creo que podemos relajarnos un poco. Detendremos toda la actividad y la producción de la fábrica durante una semana, y ya veremos cómo desmontamos y trasladamos esto...- dijo Severus, con su tono de perfecto organizador- quizá deberíamos intentar disolverlo con almíbar disolvente, tengo que pensar las posibles consecuencias. Pero eso será mañana.
Por cierto, los carros de almíbar disolvente, preparados con mangueras, por fin habían llegado, a buenas horas. Harry se dio cuenta de que Snape tenía mucha experiencia solucionando problemas, y de que todos le escuchaban con admiración. Es curioso lo poco que saben los alumnos de sus profesores.
-Y yo me voy a darle a este chico su antídoto, de una vez... De todas formas, que todo el mundo abandone rápidamente esta sala, y la fábrica. Nunca se sabe lo que puede ocurrir. Hasta mañana...
Todos los operarios y oficiales estaban agotados. Salieron ordenadamente, mientras se comentaban unos a otros la extraordinaria escena de la que habían sido testigos. Harry y Severus tomaron el ascensor de cristal, rumbo a algún laboratorio que no estuviera muy destrozado.
Pero algo estaba empezando a vibrar dentro de la afilada montaña de azúcar sólido. Era algo de color rojo, que al principio fue sólo un átomo, pero que se expandía como el cáncer, quemando el azúcar desde el interior, y convirtiéndolo en otra cosa.
Aparecieron dos malvados y ardientes ojos rasgados, que latían con una ira llameante en medio de tanta rigidez, y decían "ahora ssssí que essssstoy enfadado... ahora ssssí, Ssssseverussss..."
...oooOOOooo...
En el ascensor, Harry y Severus estaban en silencio. Pero Harry parecía estar en la luna, y Severus muy en la tierra, analizando todas las consecuencias de la nueva aparición de Voldemort. Pensaba en Dumbledore, en la Orden, en los demás mortífagos, en las consecuencias económicas de tener que detener la fábrica... pero no por él, sino por sus empleados...
Llegaron a uno de los laboratorios. Era el de los robots exprimidores, que ni siquiera se habían detenido, ajenos a los conflictos humanos, inalterables. Tenían las proporciones de una figura humana, sólo que, en lugar de manos, estaban dotados de prensas, cizallas, martillos, machacadoras, filtros, exprimidoras y licuadoras.
-¿Qué son?- preguntó Harry, que se había perdido esa parte de la visita.
-Son robots que se dedican a extraer el jugo o la esencia de todos los alimentos y sustancias comestibles del mundo. Con esas esencias fabricamos después las "grageas de todos los sabores". Los llamamos "exprimidores". Quédate ahí, creo que en esta sala encontraré todo lo que necesito para hacer la poción que necesitas.
-A lo mejor no la necesito- susurró Harry.
-¿Qué has dicho?- Snape giró sobre sus talones, creyendo haber oído mal.
-Que así... me encuentro bien.
Harry se le acercó lentamente, manteniendo la tensión. Desde luego, su mirada ya no era la del adolescente embriagado de un rato antes. Snape se preguntaba qué le estaría pasando por la cabeza.
Entonces Harry lo abrazó. Simplemente eso: cerró sus brazos alrededor del cuerpo recubierto de negro de Severus. Lo aferraba como si no quisiera separarse nunca de él. Pero no era posible. Snape dominó sus ganas de abrazarle también, de besarle la cara, de llevárselo con él a cualquier parte, de no darle nunca la poción... y se separó de Harry.
Snape suspiró. A Harry le pareció el gesto más encantador del mundo.
-Harry, ¿no te das cuentas de que, por muy bien que te encuentres ahora, no eres tú? No puedes vivir bajo los efectos de una droga- le explicaba Snape mientras buscaba semillas de Beleño, una raíz pequeña de Rutabaga, flores de canela blanca, y otras cosas.
Harry suspiró. A Snape le pareció el gesto más encantador del mundo.
...oooOOOooo...
Lo que hervía, de un rojo tan oscuro como una granada, dentro de la montaña de azúcar, se dilataba furiosamente, se agitaba en su interior como una pequeña tormenta. De hecho, lo era: Voldemort estaba escogiendo la última forma que le quedaba: la de gas.
La montaña glaseada se tambaleaba, temblando, como si hubiera un terremoto. Pequeñas grietas rosadas se abrían aquí y allá, dejando escapar fumarolas de un gas fétido. El interior rojo se veía cada vez más intenso, más fuerte, más revuelto, hasta que...
Estalló. La montaña explotó en mil pedazos, como una cáscara inservible, liberando una nube roja como el infierno, con su propio campo eléctrico que centelleaba, y su propia ira, que la conducía a toda velocidad hacia... Harry y Severus.
...oooOOOooo...
-Ahora falta el polvo de piedra bezoar. ¿Puedo confiar en que removerás bien esta mezcla mientras voy a buscarla? Serán dos minutos.
-Espero hacerlo bien... He mejorado mucho, sabes- dijo Harry, un poco ofendido- Por cierto... -añadió soñador- esto me recuerda al día que nos conocimos. Me preguntaste por la piedra bezoar, y yo no supe la respuesta...
-Quería ponerte en evidencia. No me gusta que mis alumnos sean más célebres que yo- explicó Snape mientras se iba. –Pero me extraña que te acuerdes.
Hary se puso nostálgico recordando aquella primera vez que entró en la mazmorra de pociones... había sentido un escalofrío al ver a Snape, oscuro como un cuervo, con su mirada desafiante e infinita y sus gestos magnéticos... ¿Pero cómo podía tener este recuerdo si se suponía que sólo se había enamorado de él hace dos horas? Harry estaba tan ocupado pensando que no se dio cuenta de que un hilo de gas rojo iba entrando en la habitación, dirigiéndose a las cabezas de los robots exprimidores.
Cuando oyó que todos los robots a la vez dejaban de trabajar, levantó la cabeza, sorprendido. Se encontró con que todos le miraban, con unos nuevos ojos rojos y rasgados que él conocía muy bien.
...oooOOOooo...
Severus no llegó a la biblioteca de objetos. A mitad de camino, el ruido de mil pequeños cuchillos que se detenían le hizo regresar corriendo a donde estaba Harry.
Se lo encontró con la varita en la mano, saltando de mesa en mesa, mientras cien robots lo perseguían. Harry levantaba en el aire las frutas y jugos que había encima de las mesas y las arrojaba a los ojos de los robots, que se quedaban momentáneamente aturdidos. También se le daba muy bien esquivar las afiladas multipinzas que se le acercaban peligrosamente.
Severus, silenciosamente, se acercaba sin ser notado, derritiendo con su varita las baterías de los robots. Quedarían inutilizados para siempre, pero había que hacerlo: seguían siendo demasiados. Harry se defendía muy bien, pero no sabía cómo atacarlos, todo lo que recordaba de transformaciones se refería a plantas y animales, no al metal. Y empezaba a estar agotado...
En ese preciso instante, se rompieron las vidrieras de la sala para dejar pasar a tres figuras montadas en thestrals: eran Hermione, Lena y... Hagrid.
...oooOOOooo...
Dudley mejoraba poco a poco. Su piel seguía siendo rosada y su nariz respingona, pero las diferencias se acortaban entre el cerdito que había sido y el chico que quería volver a ser.
-Hijito mío, qué susto he pasado...- chilaba Petunia con su molesta voz.
Una de las enfermeras intentaba separarla del chico, para que no le atosigara. Pero era inútil.
Alrededor de la furgoneta que servía de enfermería, el patio se iba llenando más y más de curiosos.
-Ya no se oye nada dentro de la fábrica, ¿no crees que deberíamos entrar?- le preguntaba Pearl a Violette.- Estoy preocupada por Harry.
-¿No te da miedo entgag ahí?- le preguntó la francesa- Eges una niña muy valiente...
Desde luego, la que no se atrevía a entrar era ella. No estaba dispuesta a encontrarse de frente con cualquier manifestación de... de ya-sabéis-quién.
...oooOOOooo...
Hagrid evaluó la situación. Luego, con cierta calma, levantó una pesada mesa y fue aplastando robots uno a uno. Los dejaba en montoncitos en el suelo, en forma de meccano.
Hermione, la mejor alumna de transformaciones (y de otras muchas cosas), se limitaba a convertír el metal en papel. A su lado, Lena iba echando a los monigotes de celulosa cubos de agua, con la marca al rojo vivo. Era la primera vez que le dolía, ya que Voldemort la creía muerta hacía muchos, muchos años. Pero una gran cantidad de robots la atacaban a ella. Harry se dio cuenta, y se acercó para servir de escudo protector.
Las hojas metálicas silbaban y rugían, y los malignos ojos centelleaban diabólicamente. Era una lucha dura. Pero entre los cinco, fueron acabando con la mayor parte de los robots.
Harry se distrajo por un momento, mirando a Snape, tan concentrado y tan atractivo, y una cuchilla casi le corta una oreja.
Sólo quedaban unos veinte robots. De pronto, todos ellos se dieron la vuelta y emprendieron la huida.
Harry, Hagrid, Hermione, Lena y Snape se miraron y sonrieron, un segundo antes de salir a perseguirlos.
