Capítulo VIII "Las piedras"
El beso había tomado a la chica por sorpresa, siendo ella algo despreocupada de todo, jamás se había puesto a pensar lo que sentía por el profesor de pociones. Poco a poco se había ido acostumbrando a su presencia, pero aún así no sabía si había algo mas que afecto dentro de ella. Por fin terminó el beso, y Alanis se fue haciendo para atrás poco a poco, hasta que quedó a la par de la pared. Había tantas interrogantes en su cabeza que no encontraba palabras o pensamientos que le ayudaran en ese momento.
-Alanis yo...- comenzó a explicarse Snape, pero fue interrumpido por la apagada voz de la chica.
-Profesor, por favor, no diga nada.... Solo.... No se me acerque- murmuró ella. Severus la miró comprendiendo. Todo la había tomado por sorpresa, pero aún así se sentía demasiado mal, el no estaba acostumbrado al rechazo. Fijó su vista en cualquier punto perdido de la casa.
-Disculpe, no quería incomodarla- contestó Snape en tono frío, como no lo había usado en mucho tiempo.
Alanis trató de correr y subir las escaleras en dirección a las habitaciones, sin embargo, a medio camino soltó un grito y al instante cayó dando tumbos, a lo largo de todas las escaleras, rompiéndose varios huesos en el trayecto, hasta llegar desmayada a la parte mas baja.
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-Fue bueno que la trajeras a tiempo Severus, ella está bien- decía la tranquilizante voz de Dumbledore. Todo era negro, pero podía escuchar las conversaciones que tenían lugar al lado, sin embargo, parecían que se efectuaran a mucha distancia. Se removió entre las blancas cobijas, pero aún así no lograba que sus ojos enfocaran algo.
-Estaré en mi despacho- dijo Snape, y al instante se escuchó el portazo que daba al salir. Sintió que alguien mas se sentaba a los pies de su cama. Sus ojos comenzaban a distinguir tenues sombras cerca y lejos. Trató de incorporarse, pero los brazos de su tío la tranquilizaron.
-Estas bien, ahora estas en Hogwarts hija mía, en la enfermería. Severus me dijo que te habías desmayado- Alanis asintió. Una lágrima luchaba por salir, pero la detenía la figura paternal a los pies. Pronto comenzó a distinguir perfectamente las figuras, y pudo enfocar a su tío querido, quien le sonreía desde donde estaba.
-¿Te sientes bien pequeña?- preguntó Dumbledore, pero Alanis solamente lo abrazó y ocultó su rostro en sus ropas. El director le acariciaba sus rojos cabellos con cariño, preguntándose el por que del estado de su querida sobrina.
-¿Qué fue lo que pasó?- preguntó al cabo de un rato. El rostro del anciano se tornó totalmente serio, y no dijo nada. Alanis comprendió que no debía preguntar nada mas por el momento, así que decidió que lo mejor era esperar al menos hasta recuperarse, hasta entonces podría acosar a todo mundo con preguntas. Se despidieron y Dumbledore salió, quedando la muchacha completamente a merced de la enfermera, quien ya rebuscaba pócimas y demás en el cajón destinado a ella. Por fin pareció encontrar el remedio, y le extendió la botellita a la chica, quien estaba renuente a tomarla.
-Señorita Skinner, hágame el favor de tomarse la poción, de lo contrario, los huesos internos que están rotos podrían provocar serias lesiones en sus órganos- ordenó Madame Pomfrey.
-¿Tengo huesos rotos? ¿Por qué no me duelen?-
-¡Cayó de las escaleras! ¿Esperaba salir ilesa?- exclamó la enfermera fuera de sus casillas. –El profesor Dumbledore le aplicó un hechizo contra el dolor, el cual dura solamente mientras duerme, tiene media hora para tomarse la poción antes de que comiencen a dolerle sus heridas- y dicho esto, dejó la poción en su mesita de noche y salió hacia su propio despacho. Alanis quedó sola con sus pensamientos, pero decidió tomarse la poción, antes que comenzara a quejarse su cuerpo.
Poco a poco fue dormitando, hasta que por fin se durmió, soñando con extrañas cosas y arañas gigantes. Despertó con el sonido de pasos en la puerta, y al abrirse pudo enfocar la figura del profesor de pociones, quien al verla despierta se quedó estático, no sabiendo si retirarse o no. Alanis le hizo ademán de saludo, cosa que incitó a Snape a quedarse.
-Profesor Snape yo....- comenzó la chica, pero esta vez ella fue la interrumpida.
-Señorita Skinner- ya no había frialdad en su voz, pero volvía a ser algo cortante. Miraba hacia otro lado, evitando los ojos de la muchacha en todo momento –Quiero pedirle disculpas por mi comportamiento de ayer, fue un error y no quisiera que eso afectara mi trabajo-
-No se preocupe profesor, todo está olvidado ya- declaró Alanis, sin embargo, sentía algo dentro de ella como quebrándose en mil piezas. Por fin comenzaba a comprender exactamente lo que sentía, solo faltaba que lo admitiera. Pero ahora era demasiado tarde, ya el error había sido cometido. No se podía retractar.
Le tendió la mano con una sonrisa inocente y ella la estrechó con agradecimiento por fuera y pesar por dentro. Todo estaba olvidado.
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Su vuelta a Hogwarts le sentaba algo extraña. Las vacaciones que se había tomado daban mucho que pensar, sin embargo, no todo estaba mal. Remus Lupin había sustituido a Snape en el cuidado de la muchacha, ya que sería peligroso que lo vieran todo el tiempo junto con ella.
El licántropo había aceptado encantado la propuesta, sin embargo, debería tener sumo cuidado, ya que en vista de que estaba en calidad de protector, estaba mas propenso que ella misma a los ataques. Pronto comprendieron todos que sentía algo por la chica, pero Dumbledore no puso objeción alguna, así que nadie mas dijo esta boca es mía.
Poco a poco Alanis se acostumbró a estar en sus habitaciones de nuevo, y que Lupin siempre la acompañara al comedor. Era totalmente diferente de Snape, ya que siempre traía una sonrisa en el rostro y algunas palabras de ánimo.
Se habían conocido en la escuela, pero aún así estaban afianzando mas su amistad ahora que pasaban mas tiempo juntos, para coraje de cierto profesor huraño.
Por fin llegó un fin de semana de salida a Hogsmeade, el primero desde las vacaciones de navidad, y la escuela quedó semi-vacía, a excepción de los alumnos de los primeros años, quienes preferían salir a los jardines a disfrutar de su escasa liberta.
En el despacho de Dumbledore se celebró una conferencia entre Alanis y el anciano director, quien le explicó el por que de sus desmayos.
-Necesito que te sientes, puesto que va a ser una historia un poco larga- le dijo su tío. Alanis obedeció y se sentó en la silla enfrente del escritorio. Albus comenzó a relatarle la historia.
"Hace mucho, mucho tiempo, cuando Merlín caminaba por la tierra con su apariencia humana, la vida de los magos transcurría en paz, viviendo aislados de los muggles, pero felices. El Rey Arturo era el único que sabía de la existencia de los magos, y para agrado de Merlín, mandó construir tres piedras. Una de ellas llevaría el sello del dragón, la otra llevaría el sello del hombre y la otra llevaría el fuego. Si las piedras lograban juntarse, se podría convocar el fuego sellado en el cuerpo de Merlín para destruir el mundo.
Merlín accedió a ello, de tal manera que las piedras fueron ocultadas y así nadie jamás podría despertar el fuego y destruir la vida de los muggles. El objetivo de ello era la supervivencia de la gente que no tenía magia. Sin embargo, cuando murió Arturo y los pasos de Merlín se borraron, alguien encontró una de las piedras. La del fuego. Convocó su poder, y así el próximo heredero de Merlín nacería con el poder. Solo faltaba localizarlo y así utilizarlo, sin embargo, ese alguien sabía perfectamente que le era imposible de no tener las tres piedras, por lo que se dedicó a su búsqueda en todo momento, sin mucho éxito"
-Y es así como tu naciste con tus poderes y la tres piedras. Ahora, la única forma de saber donde estaban las otras dos eres tu. El desmayo que sufriste se debió a un movimiento de poderes dentro de ti que provocó la piedra, en donde pusiste tu pie. Estaba escondida en esa pequeña casa, desde tiempos de Merlín, y ahora está escondida y a salvo en Hogwarts.- Dumbledore había entrelazado los dedos y miraba fijamente a su sobrina.
-¿Y solamente yo se donde se pueden encontrar las piedras?-
-Bueno, así debería ser, pero dado que Voldemort ya encontró una y la otra está en Hogwarts y a salvo, no podemos temer nada por el momento-
Alanis miraba sus manos. Ahora estaba un poco mas preocupada. Voldemort ya tenía una piedra, ¿Qué le decía que no era capaz de encontrar las otras dos piedras en cualquier momento y terminar con la existencia de los muggles?. No se percató de la entrada de dos hombres.
-Alanis... Es hora de cenar...- dijo Lupin, posando su mano en el hombro de la chica. Snape sintió una punzada en el estómago, la cual casi provoca un puñetazo, pero se supo contener. Ya había cometido demasiados errores con la muchacha, no quería empeorar la cosa.
-Si, claro, en un segundo bajo- contestó la muchacha con una sonrisa. Lupin salió del despacho. Al voltear se dio cuenta que Dumbledore había desaparecido ya.
-¿Tío?- preguntó.
-Salió por la chimenea. Fue a buscar unas cosas- le aclaró Snape.
-Oh, bueno... Entonces... creo que lo mejor será que me retire.... Buenas tardes profesor Snape- y dicho esto, salió en dirección al Gran Comedor.
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Habían pasado ya dos meses desde que ocurriera el incidente del beso, y Alanis estaba con los nervios de punta. Sabía que debía decirle a Snape lo que ocurría, sin embargo, no tenía el valor para hacerlo. Menos después de lo que le había dicho. El se había comportado demasiado caballeroso para con ella, y lo reconocía, sin embargo, aún era difícil para ella aceptar algo así.
Se habían tratado formalmente, limitándose a unas escasas palabras de saludo y despedida, pero solo eso, nunca hablaban mas largo o extendido, después de todo, Lupin cuidaba ahora de la chica y esto la cansaba un poco. Extrañaba la forma de ser tranquila e impasible de Snape.
Una mañana de sábado, cuando sabía perfectamente donde encontrar al profesor, se escabulló de la vigilancia de Remus, y se fue corriendo a las mazmorras, buscando el despacho del profesor por todas partes. Por fin dio con él, y dijo la contraseña.
Entró. Se encontró con el lugar vacío y las llamas de las velas apagadas. El fuego de la chimenea moría lentamente. La muchacha no pudo mas y una lágrima se escapó por su ojo, deslizándose hasta llegar al suelo.
Mas de esas comenzaron a manar. Ella se sentó en el sillón negro que había ahí, espaldas a la puerta.
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Snape había estado toda la mañana ocupándose de un castigo que le había dejado a Potter y Weasley, quienes habían peleado la clase del viernes con Malfoy. Los había hecho limpiar todas las mazmorras antes de las once de la mañana, y ambos estaban exhaustos. Al terminar salieron corriendo en busca de sus dormitorios, para descansar. Hoy Harry no iría a la práctica de Quidditch.
Severus dijo la contraseña y entró a su despacho, captando al instante los sonidos apagados de unos sollozos. Se extrañó por el hecho, y buscó hasta encontrar a la persona culpable.
-¿Señorita Skinner?- preguntó algo extrañado. Ella volteó y lo miró a los ojos. -¿Qué hace usted en mi despacho?- No obtuvo respuesta por parte de la chica. Decidió que lo mejor era hacer otra cosa, no serviría de nada el hacerse el duro, sabía de sobra que Alanis lo iba a ignorar por completo si hacía eso. -¿No debería estar el profesor Lupin con usted?-
Siguió el silencio. Severus comenzó a sentirse nervioso, nunca antes le había tocado consolar a alguien. Bueno, tal vez si, a una persona, hace mucho, mucho tiempo atrás.
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Elanie estaba sentada en el sillón de su padre, llorando a mares, mientras que Severus se limitaba a observarla. Por fin el hombre a quien llamaban así salió de la habitación, y Severus se acercó rápidamente a la muchacha.
-Elanie... ¿Qué hacían tu y padre aquí?- preguntó en voz baja. La chica lo ignoró por completo, haciendo que captara el poco tacto que estaba teniendo. Refunfuñó, jamás le había gustado que las personas lloraran enfrente de él, sin embargo, su hermanita era la persona, así que haría todo por consolarla. Se acercó a ella y la abrazó. –Por que lloras Mía- le preguntó. Le llamaba así cuando nadie mas les veía. Era como decirle "hermana mía", solo que mas corto.
-Padre me dijo que debíamos unirnos a él- contestó la chica. -¡No quiero! ¡Jamás lo haré! No quiero ser una asesina que se alimenta de odio, no quiero ser como él...- Lágrimas brotaban de sus ojos, mientras que Snape la abrazaba y le daba un beso en la mejilla.
-Lo se... Lo se...-
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Severus refunfuñó. Solamente le había tocado consolar a su hermana, pero esta vez era diferente. La persona que lloraba era la chica que le importaba, y no sabía como actuar. Se acercó a su rostro tiernamente.
-Señorita Skinner.... ¿Por qué llora?- preguntó suavemente. Para su sorpresa, en el rostro de ella se dibujó una sonrisa nostálgica.
-Por que no estabas- murmuró por lo bajo, totalmente roja. Severus estaba helado. Entonces... eso significaba que..... Ella asintió. Estaba leyendo sus pensamientos. Snape tomó una de las manos de ella entre las suyas y la besó con respeto.
-¿Es cierto?- preguntó él. Por toda respuesta, ella lo abrazó y le dio un pequeño beso en los labios.
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Notas: Por favor, no crean que este es otro capítulo. Es la continuación del pasado, que decidí dividir en dos, así estaría mas fácil para mi escribirlo. Es por eso que me tardé menos tiempo en subirlo. Espero que sea de su agrado, y aceptaría sus comentarios.
