Habían pasado dos días después de aquella visita.
Tomoyo cerró su baúl reteniendo por centésima vez una lagrima furtiva. Varios sentimientos se mezclaron en su corazón cuando oyó la llamada a la puerta del cochero de Eriol Hiiraguizawa: Vergüenza, ira, indignación, terror, desesperación.........tristeza; una tristeza infinita.
Al pasar por el pequeño recibidor, ni siquiera se atrevió a mirar la fotografía de su tío. Se despidió con una sonrisa fingida -que tan bien sabia hacer de un tiempo a la fecha- de la vieja ama de llaves de la casa, y le entregó el sobre que iba dirigido a Yukito.
Miro el lujoso automóvil como si fuera la barca de Caronte y cuando subió, tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para agitar la mano alegremente a la señora Pickles, que la veía con ternura. Por supuesto, la anciana señora no tenía idea de a donde se dirigía realmente la jovencita.
El clima seguía siendo lluvioso. Tomoyo sentía que el cielo, lloraba las lágrimas que ella no podía afluir.............
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Yukito sonreía tranquilo mientras observaba a sus amigos beber alegres en el Pub. Se sentía dichoso por la noticia que Tomoyo le había dado. ¡Al fin conseguirían el dinero para la expedición! Por fin los sueños de Fujitaka y Tomoyo se harían realidad. Y para él, ver feliz a la joven era lo mejor que podía pasarle.
Escuchaba las canciones que cantaban sus compañeros y los alegres cotilleos a su alrededor.
De repente; escuchó algo que hubiera deseado nunca escuchar: El nombre de Tomoyo relacionado con el de Lord Eriol Hiiraguizawa.
El conocía al tal lord de oídas. Era famoso en Londres por sus éxitos amorosos. Sus devaneos con lo más alto de la aristocracia europea a la par de actrices y cortesanas.
El joven lord tenia fama de que no existía mujer que pudiera resistírsele. A la que él escogiera, él tendría.
Debido a esa información, a Yukito no le sentó muy bien escuchar lo que hablaban dos hombres en librea de auriga:
-La he llevado a la mansión hace cerca de media hora-
-Tendré que estar allá entonces antes de mediodía, lo mejor será que me apresure. El barco zarpará mañana, así que estoy seguro que querrán estar en Dover para el anochecer.-
-Es mucho más bonita que el resto-
-Cierto, no parece prima de la Dama Mizuki-
-Es verdad, pero la "Dama" tiene mundo, y esta jovencita, puedo jurar que iba llorando-
-¡Vaya! Eso si me extraña; según tengo entendido ninguna mujer lloraría por "estar" con nuestro señor-
-Pues la señorita no iba feliz, eso te lo aseguro. Y déjame decirte que me dio pena ver en esos ojos tan increíbles como un dolor oculto.-
-Ese jovencito está yendo algo lejos, tal vez. A mi me consta todos los regalos que le enviaba con la pelirroja.-
-Si, que la hacían poner una cara de asco en esas facciones tan lindas, a esa buena Dama Mizuki-
-A decir verdad; yo nunca pensé que la srita. Daidouji fuera a caer algún día.-
-Pues ya ves; no hay mal que dure cien años; ni cuerpo que lo resista. ¡Salud por el señor! ¡Que todo lo que quiere, lo consigue!-
Yukito se levantó en ese momento. Se sentía bastante descompuesto. Avanzó como si estuviera ebrio hacia los choferes, y sintiendo que toda la vida se le iba en ese momento, encaró al primero de ellos.
El hombre se estaba llevando el tarro de cerveza a la boca, cuando fue interrumpido por una mano que se adueño del cuello de su uniforme y lo jaló hacia arriba, en un movimiento fuerte.
Lo siguiente que vio fueron los ojos más fríos que hubiera contemplado. Y sin saber por qué, se sintió quemar por un miedo que nunca había experimentado en su vida.
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-¿Se encuentra cómoda, srita.?- Preguntó una mujer de aspecto afable a una cabizbaja Tomoyo.
La joven no respondió, y la mujer no insistió. La experiencia y la edad, le habían enseñado a catalogar a cada una de las mujeres que llevaba su señor a la mansión. Las había visto frívolas, interesadas, enamoradas, indiferentes y hasta obsesionadas; pero jamás había contemplado a una criatura desolada. Por primera vez en su vida, y a pesar de su libertad de criterio sintió enojo contra el niño que había visto crecer.
El "niño" al que había estado contemplando las últimas semanas. Jamás había observado aquel grado de excitación en el indolente lord. Pasaba las noches mirando el fuego de la chimenea. Y los días los utilizaba en buscar regalos que luego enviaba a la mansión de Lady Mizuki. Pero la señora sabía que no eran para la dama, sino que su destino eran las manos tiernas de la niña que tenía enfrente. Manos que regresaban indignadas los costosos presentes.
Por último, la señora supo que Lord Hiiraguizawa había llevado su deseo al grado de hacer una oferta de compra a la señorita.
Pensó que sería rechazada. Pero se equivocó. Como siempre, su señor había conseguido lo que deseaba.
La mujer salió de la habitación con un suspiro pesaroso, y se encontró cara a cara con el joven Eriol.
-Sra. Stuart; ¿Está cómoda Miss Daidouji?- La aludida hizo una pequeña reverencia y asintió. Vio como el joven miraba a la puerta y después vacilaba un poco antes de tocar.
Cuando le fue dado el permiso para entrar y lo hizo; la Sra. Stuart parpadeó asombrada.
Si Lord Eriol Hiiraguizawa había conseguido su objetivo ¿Por qué lucia tan sorprendentemente abatido? ¿Por qué sentía que su señor ya no era, en alguna manera, el mismo que ella conociera?
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Yukito Tsukishiro corría sin alma por las calles de Londres. Era cerca del mediodía, y se dirigía a la casa que había sido de Fujitaka Kinomoto, y en donde actualmente vivía Tomoyo.
Tropezó un par de veces y estuvo a punto de caer. La lluvia estaba empezando a arreciar, pero nada de eso le importaba. Su objetivo era llegar cuanto antes. Al doblar la esquina de un callejón, alcanzó a ver el techo gris de la casa de su maestro.
Adentro de la acogedora casita, la señora Pickles preparaba el almuerzo para ella y el viejo barrendero de la calle. El clima era agradable. La conversación giraba en torno a lo que Tomoyo les había dicho.
-La señorita ha ido a York, a la casa de su abuela. Es bueno que esa dama al final se haya acordado que tenía otra nieta, y le dejara lo justo- Decía el anciano Joseph mientras arreglaba un poco la mesa.
-Desde que era pequeña, la dama nunca le tomó importancia. Pero la muerte llama a la sangre. Y esto ha servido tanto a la señorita; al fin podrá realizar ese viaje que ha estado planeando.- Contestó Pickles con una sonrisa.
-Si no apreciara tanto a la señorita y si no hubiera querido tanto al maestro Fujitaka, no estaría de acuerdo con la idea de esa expedición.- Indicó el hombre con el ceño fruncido.
-El maestro confiaba ciegamente en eso. Lo recuerdo cuando regresó de Egipto. Su mirada no era la misma, había un brillo extraño en sus ojos.- Caviló la señora, sin desatender la sopa.
-¿Qué se puede esperar después de haber estado perdido más de cinco años en esos lugares? De milagro no se volvió loco.......aunque esa insistencia en encontrar ese extraño lugar-
-Pero no era el mismo........tenía pesadillas, y cuando se enfermó y tuvo fiebre, dijo cosas muy extrañas.....-
-¿Qué cosas?-
-Hablaba sobre una isla....sobre un lago.....y llamaba a varias personas- La señora suspiró. -Nunca hable de esto con él, ni con la señorita Tomoyo. Pero me rompía el corazón escuchar el acento de su voz cuando decía esos nombres-
-¿Qué nombres?-
-Llamaba a .........- Pero los golpes en la puerta interrumpieron a la buena mujer, y también la asustaron.
-¡Jesús!- Exclamó inquieta -¿Quién toca a la puerta de esa manera Joseph?-
-Espere aquí señora, iré a ver-
El anciano tomó un bastón de roble que se encontraba en una esquina de la cocina, y que alguna vez, había usado Kinomoto cuando se restablecía de su enfermedad.
-¿Quién llama?- Preguntó, aferrándose a la madera. Pero aunque la voz sonó desesperada al dar la respuesta, tranquilizó inmediatamente al hombre.
-Señor Joseph, se lo suplico, ábrame, soy Yukito Tsukishiro-
-Tranquila, señora Pickles, es sólo el joven Yukito-
-¡Abra entonces señor Joseph, que algo le habrá pasado a ese muchacho para que se escuche así!-
Cuando el hombre abrió la puerta, se encontró con algo que le impresionó: Yukito tenía la mirada extraña; sus ojos, antes cálidos, se veían helados y desesperados. El cabello se le pegaba en la cara, no llevaba saco y su cara era una expresión de dolor e incredulidad.
-Pero muchacho....¿qué te ha pasado?-
La señora Pickles se acercó apresurada.
-Pasa jovencito, por el amor de Dios, ¿qué tienes?-
-¿Señora Pickles? Tomoyo está en casa ¿verdad?-
Había ansiedad en su voz, y los dos ancianos se conmovieron.
-No querido, Tomoyo salió al norte, tardará algunas semanas en volver. Dejó esto para ti. Pasa, siéntate. Te prepararé un té. Cuéntanos, hijo, ¿por qué vienes así?-
Yukito apenas la escuchó. Tomó la carta con manos temblorosas, desgarró el sobre y leyó con una palidez mortal, las líneas escritas finamente.
Los señores lo veían con asombro. Este ser distaba mucho del tranquilo muchacho que habían visto crecer.
Pero se asombraron más cuando, al terminar de leer la carta y alzar la mirada, se dieron cuenta que Yukito había cambiado completamente.
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N.A.
Saludos y miles de gracias por sus ánimos. Espero que este capitulo les agrade. Esto apenas empieza. Digamos que es sólo la punta del iceberg. ^ . ^
¡Nos vemos!
Tomoyo cerró su baúl reteniendo por centésima vez una lagrima furtiva. Varios sentimientos se mezclaron en su corazón cuando oyó la llamada a la puerta del cochero de Eriol Hiiraguizawa: Vergüenza, ira, indignación, terror, desesperación.........tristeza; una tristeza infinita.
Al pasar por el pequeño recibidor, ni siquiera se atrevió a mirar la fotografía de su tío. Se despidió con una sonrisa fingida -que tan bien sabia hacer de un tiempo a la fecha- de la vieja ama de llaves de la casa, y le entregó el sobre que iba dirigido a Yukito.
Miro el lujoso automóvil como si fuera la barca de Caronte y cuando subió, tuvo que hacer acopio de toda su fuerza de voluntad para agitar la mano alegremente a la señora Pickles, que la veía con ternura. Por supuesto, la anciana señora no tenía idea de a donde se dirigía realmente la jovencita.
El clima seguía siendo lluvioso. Tomoyo sentía que el cielo, lloraba las lágrimas que ella no podía afluir.............
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Yukito sonreía tranquilo mientras observaba a sus amigos beber alegres en el Pub. Se sentía dichoso por la noticia que Tomoyo le había dado. ¡Al fin conseguirían el dinero para la expedición! Por fin los sueños de Fujitaka y Tomoyo se harían realidad. Y para él, ver feliz a la joven era lo mejor que podía pasarle.
Escuchaba las canciones que cantaban sus compañeros y los alegres cotilleos a su alrededor.
De repente; escuchó algo que hubiera deseado nunca escuchar: El nombre de Tomoyo relacionado con el de Lord Eriol Hiiraguizawa.
El conocía al tal lord de oídas. Era famoso en Londres por sus éxitos amorosos. Sus devaneos con lo más alto de la aristocracia europea a la par de actrices y cortesanas.
El joven lord tenia fama de que no existía mujer que pudiera resistírsele. A la que él escogiera, él tendría.
Debido a esa información, a Yukito no le sentó muy bien escuchar lo que hablaban dos hombres en librea de auriga:
-La he llevado a la mansión hace cerca de media hora-
-Tendré que estar allá entonces antes de mediodía, lo mejor será que me apresure. El barco zarpará mañana, así que estoy seguro que querrán estar en Dover para el anochecer.-
-Es mucho más bonita que el resto-
-Cierto, no parece prima de la Dama Mizuki-
-Es verdad, pero la "Dama" tiene mundo, y esta jovencita, puedo jurar que iba llorando-
-¡Vaya! Eso si me extraña; según tengo entendido ninguna mujer lloraría por "estar" con nuestro señor-
-Pues la señorita no iba feliz, eso te lo aseguro. Y déjame decirte que me dio pena ver en esos ojos tan increíbles como un dolor oculto.-
-Ese jovencito está yendo algo lejos, tal vez. A mi me consta todos los regalos que le enviaba con la pelirroja.-
-Si, que la hacían poner una cara de asco en esas facciones tan lindas, a esa buena Dama Mizuki-
-A decir verdad; yo nunca pensé que la srita. Daidouji fuera a caer algún día.-
-Pues ya ves; no hay mal que dure cien años; ni cuerpo que lo resista. ¡Salud por el señor! ¡Que todo lo que quiere, lo consigue!-
Yukito se levantó en ese momento. Se sentía bastante descompuesto. Avanzó como si estuviera ebrio hacia los choferes, y sintiendo que toda la vida se le iba en ese momento, encaró al primero de ellos.
El hombre se estaba llevando el tarro de cerveza a la boca, cuando fue interrumpido por una mano que se adueño del cuello de su uniforme y lo jaló hacia arriba, en un movimiento fuerte.
Lo siguiente que vio fueron los ojos más fríos que hubiera contemplado. Y sin saber por qué, se sintió quemar por un miedo que nunca había experimentado en su vida.
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-¿Se encuentra cómoda, srita.?- Preguntó una mujer de aspecto afable a una cabizbaja Tomoyo.
La joven no respondió, y la mujer no insistió. La experiencia y la edad, le habían enseñado a catalogar a cada una de las mujeres que llevaba su señor a la mansión. Las había visto frívolas, interesadas, enamoradas, indiferentes y hasta obsesionadas; pero jamás había contemplado a una criatura desolada. Por primera vez en su vida, y a pesar de su libertad de criterio sintió enojo contra el niño que había visto crecer.
El "niño" al que había estado contemplando las últimas semanas. Jamás había observado aquel grado de excitación en el indolente lord. Pasaba las noches mirando el fuego de la chimenea. Y los días los utilizaba en buscar regalos que luego enviaba a la mansión de Lady Mizuki. Pero la señora sabía que no eran para la dama, sino que su destino eran las manos tiernas de la niña que tenía enfrente. Manos que regresaban indignadas los costosos presentes.
Por último, la señora supo que Lord Hiiraguizawa había llevado su deseo al grado de hacer una oferta de compra a la señorita.
Pensó que sería rechazada. Pero se equivocó. Como siempre, su señor había conseguido lo que deseaba.
La mujer salió de la habitación con un suspiro pesaroso, y se encontró cara a cara con el joven Eriol.
-Sra. Stuart; ¿Está cómoda Miss Daidouji?- La aludida hizo una pequeña reverencia y asintió. Vio como el joven miraba a la puerta y después vacilaba un poco antes de tocar.
Cuando le fue dado el permiso para entrar y lo hizo; la Sra. Stuart parpadeó asombrada.
Si Lord Eriol Hiiraguizawa había conseguido su objetivo ¿Por qué lucia tan sorprendentemente abatido? ¿Por qué sentía que su señor ya no era, en alguna manera, el mismo que ella conociera?
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Yukito Tsukishiro corría sin alma por las calles de Londres. Era cerca del mediodía, y se dirigía a la casa que había sido de Fujitaka Kinomoto, y en donde actualmente vivía Tomoyo.
Tropezó un par de veces y estuvo a punto de caer. La lluvia estaba empezando a arreciar, pero nada de eso le importaba. Su objetivo era llegar cuanto antes. Al doblar la esquina de un callejón, alcanzó a ver el techo gris de la casa de su maestro.
Adentro de la acogedora casita, la señora Pickles preparaba el almuerzo para ella y el viejo barrendero de la calle. El clima era agradable. La conversación giraba en torno a lo que Tomoyo les había dicho.
-La señorita ha ido a York, a la casa de su abuela. Es bueno que esa dama al final se haya acordado que tenía otra nieta, y le dejara lo justo- Decía el anciano Joseph mientras arreglaba un poco la mesa.
-Desde que era pequeña, la dama nunca le tomó importancia. Pero la muerte llama a la sangre. Y esto ha servido tanto a la señorita; al fin podrá realizar ese viaje que ha estado planeando.- Contestó Pickles con una sonrisa.
-Si no apreciara tanto a la señorita y si no hubiera querido tanto al maestro Fujitaka, no estaría de acuerdo con la idea de esa expedición.- Indicó el hombre con el ceño fruncido.
-El maestro confiaba ciegamente en eso. Lo recuerdo cuando regresó de Egipto. Su mirada no era la misma, había un brillo extraño en sus ojos.- Caviló la señora, sin desatender la sopa.
-¿Qué se puede esperar después de haber estado perdido más de cinco años en esos lugares? De milagro no se volvió loco.......aunque esa insistencia en encontrar ese extraño lugar-
-Pero no era el mismo........tenía pesadillas, y cuando se enfermó y tuvo fiebre, dijo cosas muy extrañas.....-
-¿Qué cosas?-
-Hablaba sobre una isla....sobre un lago.....y llamaba a varias personas- La señora suspiró. -Nunca hable de esto con él, ni con la señorita Tomoyo. Pero me rompía el corazón escuchar el acento de su voz cuando decía esos nombres-
-¿Qué nombres?-
-Llamaba a .........- Pero los golpes en la puerta interrumpieron a la buena mujer, y también la asustaron.
-¡Jesús!- Exclamó inquieta -¿Quién toca a la puerta de esa manera Joseph?-
-Espere aquí señora, iré a ver-
El anciano tomó un bastón de roble que se encontraba en una esquina de la cocina, y que alguna vez, había usado Kinomoto cuando se restablecía de su enfermedad.
-¿Quién llama?- Preguntó, aferrándose a la madera. Pero aunque la voz sonó desesperada al dar la respuesta, tranquilizó inmediatamente al hombre.
-Señor Joseph, se lo suplico, ábrame, soy Yukito Tsukishiro-
-Tranquila, señora Pickles, es sólo el joven Yukito-
-¡Abra entonces señor Joseph, que algo le habrá pasado a ese muchacho para que se escuche así!-
Cuando el hombre abrió la puerta, se encontró con algo que le impresionó: Yukito tenía la mirada extraña; sus ojos, antes cálidos, se veían helados y desesperados. El cabello se le pegaba en la cara, no llevaba saco y su cara era una expresión de dolor e incredulidad.
-Pero muchacho....¿qué te ha pasado?-
La señora Pickles se acercó apresurada.
-Pasa jovencito, por el amor de Dios, ¿qué tienes?-
-¿Señora Pickles? Tomoyo está en casa ¿verdad?-
Había ansiedad en su voz, y los dos ancianos se conmovieron.
-No querido, Tomoyo salió al norte, tardará algunas semanas en volver. Dejó esto para ti. Pasa, siéntate. Te prepararé un té. Cuéntanos, hijo, ¿por qué vienes así?-
Yukito apenas la escuchó. Tomó la carta con manos temblorosas, desgarró el sobre y leyó con una palidez mortal, las líneas escritas finamente.
Los señores lo veían con asombro. Este ser distaba mucho del tranquilo muchacho que habían visto crecer.
Pero se asombraron más cuando, al terminar de leer la carta y alzar la mirada, se dieron cuenta que Yukito había cambiado completamente.
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N.A.
Saludos y miles de gracias por sus ánimos. Espero que este capitulo les agrade. Esto apenas empieza. Digamos que es sólo la punta del iceberg. ^ . ^
¡Nos vemos!
