Adivina De Qué Color Es El Cielo
Capítulo Dos · BelloHarry bajó de su escoba aún anonadado. La Snitch en su mano se movía desesperadamente intentando liberarse de su captor. Lo cierto es que había sido un golpe de suerte, pues Malfoy había conseguido despistarle demasiado como para poder seguir atento al juego. Si una bludger no hubiera estado a punto de derribar a su rival Harry no habría podido coger la pequeña esfera dorada que revoloteaba justo delante de sus narices.
"Claro," se dijo entonces, "seré estúpido... Malfoy sólo pretendía desconcentrarme." Harry lamentó haber sido tan ingenuo. Malfoy había perdido el partido, pero probablemente ahora se dedicaría a pregonar por toda la escuela que a Harry Potter le gustaba que le susurrasen obscenidades al oído. El chico sacudió la cabeza para intentar disipar el recuerdo de aquella voz extremadamente sensual y aterciopelada martilleándole el cerebro. Necesitaba una ducha fría. Esquivó a sus compañeros de juego y también a Ron y Hermione y se fue directo a los vestuarios. Una vez allí se quitó la túnica con ganas, el día era caluroso, tal vez demasiado, y cierta humedad en el aire provocaba que ese calor se pegase al cuerpo dando una molesta sensación de sudor pegadizo.
Estuvo bajo el agua helada y refrescante mucho rato, no supo muy bien cuánto, pero lo suficiente como para que el resto de sus compañeros ya se hubiesen marchado. Harry tenía ganas de estar solo, tal vez para poner sus ideas en orden. Ya había sido lo suficientemente duro reconocer dos años atrás que ni siquiera la visión de una Cho desnuda le provocaría el más mínimo deseo, así que habría preferido fijarse en cualquier otra persona del mundo antes que en Malfoy, incluso en Snape, por el amor de dios. Pero Draco resultaba tan asquerosamente atractivo que tenía que hacer enormes esfuerzos para no caer en la tentación de mirarle 'demasiado' a menudo. Su único consuelo era que desde luego no se trataba de amor, sino de un extraño anhelo.
¿Pero cómo evitar esos ojos grises?
Harry de repente sintió un escalofrío en los brazos, no por frío o temor, era más bien de esos que se tienen cuando algo excita la mente. Una fuerte punzada le atravesó el abdomen y subió hasta su estómago, provocándole un ardor repentino en el pecho. "Pero ¿qué ha sido eso?", se dijo. Cerró el grifo de la ducha al fin y salió algo aturdido, llevándose una toalla rojo sangre con una gran "G" dorada bordada a la cintura. Se acercó hasta el espejo y se miró durante unos instantes, más que mirándose a sí mismo, relajándose al amparo de una cara conocida. Se frotó los ojos con los dedos y se puso las gafas mientras lanzaba un suspiro que tenía la sensación de haber estado conteniendo durante una eternidad.
Se vistió automáticamente, poniéndose unos pantalones que le había dado Ron, algo largos para él, pero que le daban un toque desenfadado y moderno, o al menos más moderno de lo que solía ir, con la ropa heredada de su seboso primo. La camiseta se la había regalado Hermione un par de meses atrás por su "A" en Pociones (Harry y Ron todavía pensaban que Snape definitivamente o se había confundido o estaba drogado el día que corrigió los trabajos); era negra, y en la parte de delante había una bonita llamarada roja dibujada. El chico aún sonreía al recordar lo que su amiga le dijo cuando se la probó: "Dios, Harry, jugar al Quidditch cada vez te sienta mejor". Ron estuvo el resto del día sin hablarle.
Ya había pasado una larga hora desde que terminó el partido. Fuera una repentina tormenta veraniega irrumpía con fuerza, pareciendo imposible que un rato antes un esplendoroso sol iluminase el estadio, sin embargo la humedad del aire ya había avecinado la tempestad. Harry aún tenía el pelo mojado, y como siempre le había gustado la lluvia, decidió volver al castillo cruzando el campo de Quidditch. El cielo era de un gris violáceo casi irreal, uno de esos regalos fugaces que de vez en cuando ofrece la naturaleza al ojo humano.
Harry iba ensimismado con sus pensamientos bajo la lluvia cuando a lo lejos, en la otra punta del campo, le vio a él de pie, sin hacer nada, tan sólo mirando la nada. ¿Qué hacía Malfoy allí? Estaba de espaldas a Harry, así que no pudo verle. El moreno decidió dar un pequeño rodeo para no tener que pasar por delante de él, pero sus pies parecían tener otros planes y se acercó peligrosamente al otro chico. Estaba a sólo unos tres metros de él cuando decidió tomar las riendas de su cuerpo e irse hacia otro lado, pero no sin antes echar un vistazo fugaz (o no tan fugaz) a Draco. La lluvia había empapado su pelo y su ropa, y Harry pudo divisar bajo la mojada camiseta blanca del chico una espalda perfecta y fibrosa, acostumbrada a hacer deporte y a una alimentación sana. Y bajo ella, una cintura delgada, sobre unas caderas también delgadas pero firmes...
"Basta, ¿qué estás mirando? ¡Es Malfoy!"
Aligeró su paso hacia el castillo, y si Draco le oyó, no dijo nada. Harry se preguntó durante un rato más qué sería lo que el otro chico hacía allí, solo bajo la lluvia. Una vez dentro del atrio, Harry se paró de repente al recordar. De pronto se sintió culpable, pero trató de sacar esa sensación de su cabeza. Después de todo, él no había tenido nada que ver con la muerte de Lucius Malfoy. Sin embargo, Harry no pudo evitar sentir cierta empatía por el chico, después de todo sabía lo que era perder a un padre.
Draco Malfoy era la viva imagen de Lucius. Durante diecisiete años había estado siguiendo los pasos de su progenitor, fueran cuales fueran, imitando sus maneras, su porte elegante y sus arrogantes aunque siempre sensuales palabrerías. Narcisa era, por su parte, el tipo de mujer a la que debía aspirar: elegante, educada, de buena familia y rica. Poco importaba que la amara o no, pues la mayoría de matrimonios entre "sangres limpia" no eran más que un paripé, un elaborado montaje para seguir guardando las apariencias al exterior, dando la imagen de familia perfecta.
Draco había sido criado en un ambiente frío, donde las caricias o el cariño eran cosa extraña, pero esa siempre ha sido la actitud de la sangre aristocrática. Lo cierto es que Draco nunca echó de menos el afecto, eso era algo totalmente prescindible. No le gustaba el contacto físico, mucho menos los besos o los abrazos, y le molestaban en sobremanera las palmaditas en el hombro o que la gente se apoyase en su espalda como signo de compañerismo. Apenas sí aguantaba estrechar la mano, pero eso era algo que 'debía' soportar, así lo exigía el protocolo.
Draco simbolizaba, en el cerrado mundo de la sangre azul, la "perfección". Nadie podía negar su belleza, incluso Ron debía admitirlo, aunque fuera bajo la más cruel de las torturas. Una antigua casta aria se reflejaba en sus cristalinos ojos grises, su pálida piel y su lacio cabello rubio. Sí, Draco Malfoy era 'deseable', pero prohibido. Su padre había conquistado en sus tiempos de estudiante a media escuela, y Draco parecía ir por el mismo camino, aunque realmente no lo deseara.
