Adivina De Qué Color Es El Cielo

Capítulo Cuatro · El Pintor Ciego

Draco se dejó caer en su cama. La habitación estaba oscura y fresca, por lo que pensó que ahí estaría mucho mejor que fuera.

¿Por qué le había dicho aquello a Potter? Al principio pensó que así podría despistarle y hacerle perder la concentración, pero luego se sorprendió a sí mismo diciendo cosas que resultaron ser mucho más efectivas de lo que esperaba, incluso para sí mismo. Era una actitud digna de los tiempos de lujuria de su padre. Su padre. Sólo habían pasado dos meses, pero Draco aún no estaba seguro de si debía o no llorar su muerte. Todo su mundo había muerto con Lucius Malfoy, porque el chico siempre había sido un reflejo de su padre, los deseos y esperanzas de éste.

Muy pocos en la escuela sabían que el Señor Tenebroso había acabado con la vida de su progenitor: los profesores, Crabb y Goyle y, seguramente —pensó Draco— también Potter. Aunque si era así, no lo había demostrado.

Potter. ¿Qué motivos 'reales' tenía para odiarlo ahora que su padre había muerto? Ahora que ya no tenía que demostrarle a Lucius Malfoy que podía ser tan arrogante y elegante como él, sentía que estaba perdido. Toda su vida había sido un examen cara a su padre, siempre demostrándole que podría llegar a ser como él, haciendo cualquier cosa, lo que fuera, para no decepcionarle, para que se sintiera orgulloso de su hijo.

Pero ¿y ahora?

Draco se sentía perdido, deseaba tener alguien que le dijese qué era lo que debía hacer a continuación, como siempre.

"Como siempre."

- Harry, ve a buscarme el libro de "Los remedios de la Terbescianis", por favor. – le dijo Hermione – Es que yo tengo que poner todo esto en orden.

Harry pensó que a aquellas alturas no era necesario que sus dos amigos le escondiesen que se gustaban, pero al chico le parecía divertido que buscasen cualquier ocasión para estar solos, así que se fue hacia la biblioteca sin rechistar, casi con una sonrisa en los labios.

Como de costumbre por esas fechas, no había casi nadie por los pasillos, y desde luego la biblioteca estaría vacía. El curso acabaría en dos semanas, los exámenes habían terminado justo la semana anterior y ahora ya sólo estaban esperando las notas y los resultados de aquellos tests que se suponen orientaban hacia la carrera profesional más adecuada para cada alumno. Así pues, esos últimos días eran casi unas vacaciones para los chicos de séptimo curso, aunque teóricamente las clases continuaban.

Harry buscó por las polvorientas estanterías el libro de Hermione, aunque dudaba de si realmente iba a utilizarlo. Lo que era seguro es que ella no le había dicho dónde estaba para que así tardase más, y él pensó que probablemente se trataría del libro más fino y discreto de toda la biblioteca. Como el lugar estaba desierto, Harry pudo sentirse libre de mantener el acostumbrado silencio sepulcral.

- Vaya, si es que estás en todas partes. – se quejó una aterciopelada voz a sus espaldas. No le hacía falta girarse para saber que se trataba de Draco Malfoy.

- Perdón por existir. – contestó Harry con sarcasmo. Dio media vuelta para encararse con Malfoy y se sorprendió al encontrarle a sólo un par de pasos de él, lo que le hizo sentir incómodo y se llevó la mano instintivamente al bolsillo del pantalón para coger su varita. Malfoy hizo un gesto de desagrado con la cara y chasqueó la lengua. Alargó un brazo hasta Harry, que se apartó como si aquel gesto fuera doloroso, y el otro chico simplemente cogió un libro de la estantería y se dirigió hacia el pasillo. Harry se preguntó por qué no le habría amenazado, o tal vez lanzado una maldición mientras estaba de espaldas, y cuando quiso frenar sus palabras ya era demasiado tarde.

- ¿Eso es todo?

Malfoy, que ya había llegado a la puerta y tenía el libro abierto entre las manos, se giró con una evidente expresión se sorpresa. Estuvieron unos momentos sin decir nada, mirándose con sus acostumbrados ojos de enemistad, y entonces, finalmente, Malfoy dijo:

- No tengo tiempo para tonterías. – y se marchó.

Harry se quedó desconcertado. Desde que se conocieron, el chico rubio nunca antes había rechazado una invitación tan clara a un duelo de varitas y palabras llenas de malicia, pero en aquel momento simplemente se marchó. Y aún sin lance, había humillado a Harry al tratarle como un crío con ganas de pelea. Tal vez, pensó el chico, Malfoy había evitado la escaramuza para no arriesgarse a oír palabras hirientes sobre su padre. "Puede que él lo haga, pero yo no jugaría con eso."

Le molestó que Malfoy pudiera pensar que era tan mezquino como para restregarle algo así por la cara. "Yo no soy como tú."

"Ese imbécil de Potter...", pensaba Malfoy de camino a su habitación, "Por fortuna voy a perderle de vista para siempre dentro de dos semanas."

Pero aquello no le servía de consuelo, porque sabía que entonces tendría que regresar a su lujosa pero melancólica mansión, y se encontró pensando que preferiría quedarse en la escuela encontrándose a ese 'caracortada' un año más que volver a una casa llena de dolor. Su madre ni siquiera estaba allí, pues se había ido con sus padres. Ella tampoco lloraba, por supuesto, aunque probablemente si no lo hacía era porque no estaba en sus cabales. Narcisa, como su hijo, había perdido aquello por lo que vivía, pero en vez de asumirlo se sumergió en un falso recuerdo, y estaba convencida de que su marido estaba en una misión, como tantas otras veces, y regresaría pronto.

Estaba loca.

Draco sintió una punzada de dolor en el pecho al pensarlo. Reconocerlo era duro, tanto como ir a su casa y encontrarse totalmente 'solo'.

Tenía dinero de sobras para vivir tres vidas sin preocuparse de nada, pero aquello no era un consuelo. En su cabeza apareció una débil frase de sosiego, mas nada efectiva, una frase que le dijo que aún tenía a sus amigos para apoyarse. Draco se rió en voz alta, una risa llena de sarcasmo y de dolor.

- ¿Quiénes? ¿Crabb y Goyle?

Se tumbó en la cama, con el libro abierto sobre su pecho. Estaba cansado de pensar. Muy cansado.

Desde que terminaron los exámenes, Hermione y Ron se veían cada vez menos por la sala común de Gryffindor, y pronto comenzaron a surgir chistes sobre su de todo menos secreta relación amorosa. A Harry le divertía y le agradaba que sus dos amigos salieran juntos —aunque fuera en el más absoluto secreto— pero se sentía un poco solo. Por supuesto, tenía montones de amigos, Neville o Luna entre ellos, sin embargo había un vacío en él que iba creciendo peligrosamente a medida que pasaban los días.

Harry había aprendido a confiar en su instinto, después de todo, eso le había salvado varias veces la vida, y podía 'sentir' cómo algo reclamaba su atención. Era como un pintor ciego, que siente los colores pero no puede verlos.