Capítulo 5
Habían transcurrido meses desde su partida de Seyllune. Pero ahí estaba él, solo, cruzando el desierto; su nombre no importaba ya que no permanecería allí mucho tiempo. ¿O tal vez sí? No sabía si seguir hacia delante o quedarse allí mismo, sobre aquella roca que llevaba al pueblo más cercano, y morir.
Se encontraba solo. No era ninguna novedad, pues él siempre se había sentido así. Pero esta vez era diferente. Era un sentimiento que hacía mucho tiempo no lo notaba. él siempre pensó que estaba ahí, pero lo cierto era que hacía tres años, más o menos, que tan solo lo llevaba como un fantasma pegado en su mente y cargado a la espalda. Se sentía como cuando Rezo, su bisabuelo, le engañó y vio cómo por su propia codicia todo el mundo que le rodeaba caía con todo su peso sobre él.
El joven muchacho decidió seguir adelante. Había hecho una promesa, y debía cumplirla.
Inconscientemente posó su mano sobre el brazalete, que seguía colgando de su cantimplora. Por mucho que lo intentaba no podía dejar de pensar en ella. Cada vez que lo hacía, y creía haber conseguido mantener sus emociones en regla, ahí estaba su subconsciente para traicionarlo. En el fondo sabía que todo estaba bien, que seguirían siendo amigos, o tal vez ¿Algo más? "Qué más quisiera yo..." -Pensó-. Pero aun así... los temores, temores que nunca había tenido, que le costó interpretar, pues eran totalmente nuevos para él, (como el sentimiento por ella que aún seguía creciendo en su interior, al cual aún no se había acostumbrado),. Los mismos temores que no le dejaban dormir por la noche, se encontraban ahora, como en las últimas semanas, aferradas a su mente.
Sin darse cuenta sus pies lo habían llevado frente a una posada. La alegría de los hombres, que disfrutaban de su gloria bebiendo, y las mujeres, que se divertían mirándoles e incluso se podría decir "flirteando" con algunos de ellos, salía por cada rincón del antiguo edificio. Ahora más que nunca sentía la necesidad de su gorro y todo lo que pudiera para ocultarse tras ello.
*Imagen de Zel (Not up yet).
Nada más entrar, una joven se le acercó:
-Disculpe Sr., ¿Puedo ayudarle?. Si está buscando alojamiento está de suerte. Aún tenemos un par de habitaciones libres.-Le sonrió.
-Deme una habitación, por favor.
Se sorprendió de oír su propia voz. Hacía tiempo que no mediaba palabra con nadie. La muchacha después de asentir le condujó por unas escaleras hasta su habitación:
-Esta será su habitación. No es muy lujoso, pero mod-
-No se preocupe.
Zelgadiss abrió la puerta y tras echar un vistazo a su alrededor, comenzó a posar sus cosas en ella.
-Que disfrute de su estancia.
Después de volverle a sonreír, abandonó el lugar y le dejó en compañía de sí mismo.
Dejó escapar un leve suspiro antes de sentarse sobre la cama echa de paja. Era cierto, no era muy lujoso, pero estaba bien cuidado. A la izquierda de la entrada, había un espejo redondo, libre de telarañas y fracturas. Frente a su cama, un pequeño mueble de madera, algo estropeada por el tiempo, le daba un toque amueblado a la habitación.
Comenzaba a notarse frío, era más de media noche y el invierno pronto llegaría. En uno de los cajones del mueble encontró un par de mantas.
Se tumbó en la cama y cerró los ojos, aunque en realidad no sabía por qué, pues era cierto que no podría dormir; aún no comprendía cómo conseguía mantenerse en pie. Las pocas veces que lograba conciliar el sueño imágenes de su maldición recorrían su mente, y tras despertarse, dulces recuerdos de "La señorita Rayo de Sol" (como recordaba haberla llamado alguna vez) llenaban su mente, tan dulces que eran dolorosos.
Se había prometido a sí mismo no volver a llorar, pero tras los últimos acontecimientos, aquello cada vez parecía más imposible. Todo le resultaba tan extrano que incluso llegaba a crearle rabia por dentro:
-Si fuera humano todo sería diferente...-Murumuró- ¡Yo nunca pedí esto!
Comenzó a abrazarse a sí mismo intentando protegerse de su dolor. Tras unos momentos parecía que había vuelto a lograr reprimirlo, comenzó a relajarse suavemente. "Supongo que me lo merezco" -Pensó-. Era algo que había aprendido a creérlo en su subconsciente.
Mañana partiría de nuevo en una cegada búsqueda que ya comenzaba a perder sentido. Ya casi lo hacía por pura rutina y si tenía suerte y encontraba lo que "buscaba", entonces perfecto. Aun así, en el fondo sabía que eso no era lo que quería, la vida que deseaba, se sentía más bien condenado a ello y estaba completamente convencido de que la única manera de ser libre y "feliz" (palabra extraña para sus oídos) era vivir con esa carga y encontrar una cura. Aunque si algo le había enseñado Ameria, una de las pocas personas que le hacía sonreir, en estos cortos años, era que " Es suficiente sentirse humano para serlo y vivir feliz. Procura ver el lado positivo de las cosas". Era difícil para él hacerlo, se había sumergido en la negatividad los últimos 5 años y la mayoría de los 4 que había compartido parcialemente con ella. Pero lo intentaba.
Volvió a suspirar. Siempre había creído que la veía como a una hermana pequeña. Pero con el tiempo había descubierto que se equivocaba y que ella no era tan diferente a él, como en un principio pensaba. También se sentía sola y era bastante más madura de lo que todos creían.
Ahora recordaba una de las muchas conversaciones que había mantenido con ella, charlas que ni siquiera Reena o Gaudy sabían que habían tenido. Era una de las pocas cosas que hacían juntos que podían llevar en secreto. Incluso a veces quedaban en la cafetería de la posada, o en el cuarto de alguno de los dos para hablar cuando él o ella lo necesitaban. Si algo sabía Ameria hacer bien, era escuchar. En ocasiones, incluso llegaba a ver la cara de esfuerzo que ella solía poner cuando intentaba comprender lo que le comentaba. Zelgadiss sonrió ante el recuerdo.
Y sí, la mayoría de las veces se trataba de sus sentimientos. Era cierto que no le gustaba hablar sobre ellos con nadie, pero con ella era diferente, sabía que al final conseguía comprenderle, e incluso le daba buenos consejos y al final siempre una sonrisa que lo dejaba tranquilo para el resto del día. Eran consejos y palabras que a él jamás se le ocurrirían. Pero aquella noche fue especial:
"La noche que en estos momentos recordaba, fue una de las muchas que pasaron todo el grupo durmiendo al aire libre.
él se sentía con las suficientes fuerzas como para montar la guardia toda la noche y se ofreció voluntario. Gaudy, como siempre, ofreció su ayuda, pero este se negó.
No era una noche muy clara y hacía frío. Ameria se removía en sus sueños.
Zelgadiss la observaba, como siempre, silencioso. Quería acercarse a ella y tranquilizarla, pero sabía de sobra que no podía. Tenía una pesadilla. Hasta entonces nunca se las había contado, había hablado con él del miedo que sentía, pero jamás del por qué. Y le había visto tener muchas (como las tenia él), probablemente sobre su madre.
De pronto, se despertó casi en un salto. El muchacho, evidentemente, estaba preocupado, y aún más cuando le vio la cara de asustada que tenía. Estaba sudando:
-¿Estás bien?
-¿Eh?
Le miró y asintió levemente con la cabeza. Se levantó y se sentó a su lado, frente al fuego, mientras se aferraba a su capa. Reena y Gaudy se econtraban durmiendo como dos grandes bebés asombrosamente en silencio y prácticamente uno encima del otro buscando algo de calor y companía. Y Filia, la recién llegada, no sabía ni dónde meterse. Era una mujer muy extraña, y esa profecía que había comentado días atrás, lo era aún más.
él fue quien rompió el silencio:
-¿Otra pesadilla?
-Ajá
Asintió aún absorta. Se acercó algo más a él y se aferró fuertemente a su capa. Zelgadiss agarró un extremo de la suya propia y mientras avivó más el fuego con algunas ramas, rodeó el hombro y la espalda de la muchacha, y con un leve rubor y una expresion sería, la acercó hacia él.
Ella, algo más despierta y un poco avergonzada por la expontaneidad de su amigo, pronunció un suave "Gracias" y se abrazó ligeramente a él"
"Fue uno de los momentos más cercanos que hemos tenido juntos" -Pensó y suspiró- "Y de los más maravillosos"
"-Sabes que puedes contármelo.
La joven asintió con la cabeza.
-Todo ha empezado bien: E-estaba con mi hermana en el jardín de Palacio. Jugando, como solíamos hacer. -Su voz era casi un susurro- Las dos éramos pequeñas. Nos estábamos riendo y pasándolo en grande. Pero... de repente, todo se comenzó a nublar.. -Su rostro comenzó a torcerse y él la agarró algo más fírmemente dándole fuerzas para continuar- ..y solo conseguía oír una risa malévola y todas las flores comenzaron a marchitarse y se desató una tormenta y entonces... -Zelgadiss la miró. Vio cómo lágrimas comenzaban a recorrer su inocente rostro. Se sentía inútil. Quería poder hacer algo para frenar su dolor, de modo que la rodeó con su otro brazo y la posó sobre su pecho con extrema valentía. Ameria se sorprendió, pero rápidamente se relajó y suspiró.
-Zel, he vuelto a ver a mi madre rodeada de sangre y con aquella expresión de dolor pegada a su rostro -Empezó a llorar y temblar descontroladamente. Era una de las pocas y dolorosas veces que le había visto hacerlo.
-Tranquila, todo está bien... -Era lo único reconfortante que se le ocurrió en aquel momento, mientras frotaba su hombro.
Después de varios minutos, él tan solo le acariciaba y ella casi había dejado de llorar:
-Tú no te merecías vivir aquello, Ameria -Susurro- ...Ese sufrimiento... -Y prácticamente se sintió apunto de llorar.
-La echo de menos, Zel... -Susurró también.
Tras relajarse suspiró fuertemente:
-No se lo d-
-No debes preocuparte. Sabes de sobra que no se lo diré a nadie.
Volvió a suspirar:
-Gracias. Es una pesadilla que se me repite desde hace tiempo.
Después de varios segundos, la joven hechicera estaba apunto de dormirse:
-Ameria..
-¿Hmm?
-¿Alguna vez se lo has contado a alguien?
-No...
él asintió y después de una leve pausa, ella continuó:
-¿Sabes? Tú también cuentas conmigo -Levantó su rostro hacia el de él momentaneamente.
-Lo se. Como siempre.-Le sonrió.
-¿Qué es lo que te inquieta que te mantiene despierto?
Zelgadiss suspiró. Aun no la había soltado ni tenía la intención de hacerlo. él estaba muy agusto y a ella no parecía molestarle:
-Lo de siempre. La maldita cura -Enfatizó la palabra "maldita".
-Entiendo que la desees tanto. Pero aún no veo el por qué.
Los pequeños comentarios que ella hacía sobre la búsqueda de su cura ya no le molestaban. Se había acostumbrado, y sabía que tan solo estaba opinando. Siempre le decía lo mismo: El por qué:
-P-pues... pues porque la gente no me comprende, ni me acepta. ¡Ni siquiera lo intentan!
Ameria dirigió su mirada al rostro de la quimera:
-Nosotros te aceptamos.
-Lo se, pero... es diferente... y-yo... yo quiero tener mi propia vida, Ameria. Ser como los demás -Le miró a los ojos y le confesó- formar una familia.
Ella volvió a apoyar su cabeza sobre su pecho.
-Se a lo que te refieres... Dentro de poco me veré obligada a casarme. ¡Y probablemente con alguien a quien no conozca! -Suspiró- Es duro pensar que no tienes el derecho a la oportunidad de vivir como quieres por ciertas circunstancias que se han ido desarrollando en tu vida.
-Por lo menos, tenemos a unos grandes amigos, ¿No? Que intentan ayudarnos y no nos juzgan por lo que aparentamos, si no que miran en nuestro interior.
-...Sí... A mí me costó algo comprender eso, Zel. Tengo que confesártelo.
-Pero aprendes rápido, sabes hacer el bien y eres una gran persona.
Le dedicó una pequeña sonrisa a la cual ella respondió con otra mayor:
-Gracias.
Apoyó su cabeza de nuevo, y así se quedó dormida entre sus brazos. Y allí, en ese momento, observándola, fue cuando comprendió que se había enamorado de ella. A la mañana, inconscientemente volvería a poner su típica actitud seria. Pero no le importaba porque sabía que contaba con ella: su vía de escape.
Antes de los primeros rayos de sol, con mucha delicadeza, depositó a la princesa en su sitio para que nadie se diera cuenta. Nadie sabía en realidad lo mucho que habían profundizado su amistad a lo largo del tiempo, y más aún desde que las charlas se habían frecuentado desde hacía algun tiempo. Poco a poco, se iban sincerando y acercando el uno al otro. Incluso estaba aprendiendo a reír.
La sonrió una vez más y se sentó de nuevo en el tronco frente a la llama apagada con los brazos y las piernas cruzadas.
Aunque fuera poco, era todo un alivio hablar con ella. "Me alegro de haberte conocido" pensó mientras la seguía observando"
"Cómo echo de menos aquellas charlas" Suspiró una vez más al borde de las lágrimas "Ameria..."
Capítulo 6
