Disclaimer: Los nombres de los profesores, de la escuela y toda la base, son propiedad de JK. Rowling. Quien tuvo la brillante idea de crear este mundo. Edgar McHamill, Brena Wagner y esta historia, así como los Caballeros de Caesar, Warwick Barron y algunos personajes más que aparecerán más adelante, son propiedad mía.

-La Reunión-

Edgar McHamill tenía ya 15 años y estaba en 6º curso de la Escuela Hogwarts de Artes mágicas y hechicería. Llevaba su lacia melena negra suelta, caída sobre sus hombros. Se había vuelto notablemente alto en los últimos años, y seguía teniendo aquel tipo atlético, de espalda ancha y cintura estrecha. Estaba sentado en el patio interior, bajo un árbol, estudiando, cuando el jefe de Slytherin y profesor de pociones, Severus Snape, se le acercó, su negra figura de pie frente a él era como una sombra viviente.

- ¿Quería algo, profesor? – Sus ojos color plata se alzaron de su lectura para mirar al oscuro maestro.

- Venga al despacho del director. – Dijo sin apenas gesticular.

Edgar se levantó, despacio, se sacudió la ropa y siguió a Snape, que siempre parecía deslizarse en lugar de andar, como si de una serpiente se tratase. Llegó a su altura, manteniendo el mismo ritmo que él.

- Profesor Snape, ¿qué es lo que ocurre?

- Dumbledore le informará.

Siguió caminando a su lado, mirándole de vez en cuando de reojo. Tras decir la contraseña a la gárgola de la entrada, llamaron a la puerta que llevaba al despacho de Albus Dumbledore y pasaron dentro. En un primer vistazo, aquel estudio redondo daba la sensación de ser regio, pero confortable, que sólo podía ser debido a la mano del apacible mago de barba blanca que estaba de pie, al lado de Fawkes, su fénix. Pero en la estancia había alguien más, sentado delante de la mesa, de espaldas a la puerta, incluso desde detrás, Edgar pudo identificarlo y su presencia no le era nada grata.

- ¿Qué hace él aquí? – Su tono de voz se volvió glaciar. Casi pudo sentir cómo el extraño sonreía, aún sin mostrar su rostro.

- Edgar, me alegro de que el profesor Snape te haya encontrado tan deprisa. Siéntate, por favor. – Dumbledore usó su siempre amigable y suave tono con el joven estudiante, señalando la silla libre a la izquierda del visitante.

- Sabe que no me quedaré en el mismo cuarto que él. – Le señaló con la mirada. El director repitió el gesto, acompañándolo con la cabeza y Edgar se sentó, de brazos cruzados, aún con el libro en su mano derecha y sin quitarle la vista de encima a la persona que se encontraba a su derecha. Severus se mantuvo apartado.

- Respondiendo a tu pregunta... Iván Del León está aquí con buenas intenciones, no tienes que preocuparte. – Explicó el director.

- Dejaré de preocuparme cuando este asesino esté en el infierno del que nunca debió salir.

- ¡McHamill! – La voz de Snape sonó más atrás. Edgar hizo un gesto de desagrado.

- Curiosas palabras viniendo de un medio-demonio. – Al fin, el nombrado Del León, habló. El chico giró la cabeza hacia él y sus de por sí ya estrechos ojos se volvieron una fina línea donde grises nubes amenazaban tormenta.

- Vete a... - No concluyó la frase por educación hacia sus profesores. Frunció los labios y se quedó a la espera de más explicaciones.

- Y su presencia se debe a que... estás en peligro, junto con tu familia.

- ¡Claro que estoy en peligro, este lunático y su orden son cazadores de vampiros! – Exclamó, casi tirando el libro.

- Permite que te lo explique, Edgar... - La paciencia de Dumbledore para con su actitud era increíble. – Al parecer... uno de los seguidores de Voldemort, Warwick Barron, está en conocimiento de que tu familia... o más bien, tu madre, está en posesión de una gema que perteneció a Voldemort y que contiene una serie de... cualidades, que él quiere recuperar.

- ¿Pero Potter no mató a Quien-no-debe-ser-nombrado, hace ya seis años?

- Harry Potter lo venció, sí. Pero algunos de sus discípulos aún siguen sus pasos y Barron cree que esa gema le ayudará en sus propósitos.

- ¿Y dice que la tiene mi madre? ¿Por qué iba a tener ella nada de ese tipo?

- Esa es una buena pregunta. Verás, hace muchos años, el clan de tu madre fue algo así como un falso aliado de Voldemort, y fue tan convincente que este les confió la gema. Para mayor seguridad, tu clan partió la gema en varios pedazos y los repartió entre los miembros más importantes, uno de ellos, tu madre... - Hizo una pausa para dejar al chico asimilar la información. – Cuando Voldemort se enteró de que el clan Coral no le era todo lo leal que se suponía, buscó y eliminó a los poseedores de todos los trozos... pero no pudo recobrarlos todos, porque tuvo que hacerse cargo de otros asuntos que reclamaban su atención. Entre ellos... matar a los Potter, salvo a Harry, cuya historia ya conoces. De modo que Barron, el encargado de custodiar los pedazos que ya tenía, ahora va a querer recobrar la pieza que falta.

- La de mi madre... - El tono de Edgar se ensombreció. Si ese tal Barron encontraba a su madre, la mataría para llegar a la gema, sin duda. - ¿Y si ella se la da?

- No se la dará, Edgar. De hacerlo, el mundo podría conocer a otro Voldemort.

- Vale, lo entiendo. ¿Pero qué pinta él en todo esto? – Señaló con el pulgar al cazador.

- Los de la Orden de Caesar son tan enemigos de Lord Voldemort como lo somos los magos decentes de todo el mundo. Y tu clan también, de modo que hemos formado una alianza, los caballeros protegerán a tu madre y a ti, hasta que nosotros nos hagamos cargo de Barron.

- ¿A mí?

- No queremos que traten de usarte de moneda de cambio para conseguir la gema. Además de ellos, el director de tu casa, el profesor Snape, también estará a cargo de tu seguridad.

Las manos del alto y siniestro profesor se posaron sobre los hombros del joven. Edgar levantó la vista para encontrarse con sus profundos y enigmáticos ojos negros.

- Ya puedes irte, Edgar, y por favor, no digas nada a tus compañeros, no nos gustaría que se asustaran.

- ¿Pero no sabrán que algo va mal si ven tipos con armadura dorada rondando por la escuela? – Preguntó según se levantaba.

- Eso corre a cuenta mía. Nadie, salvo los presentes y el resto del profesorado podrá verles.

Y tras lo dicho, Snape guió a McHamill hasta afuera.

- Ha sido una verdadera sorpresa que sea usted el encargado de velar por mí. – Dijo con aire jocoso.

- Soy el director de Slytherin, su seguridad, como la de todos los que pertenecen a la casa, es mi responsabilidad. – Su expresión dejaba bastante claro que era más una obligación que un placer.

- Bueno, aún así se lo agradezco. – Le sonrió, algo que incomodó visiblemente al hombre.

- Váyase a seguir con lo que estabas haciendo y recuerde, ni una palabra a nadie.– Después de decir esto, se alejó unos pasos, y luego volvió al lado del estudiante, del interior de su túnica negra sacó una cajita y la abrió, en su interior había una cadena de plata de la que colgaba un cristal verde como una esmeralda.– Póngaselo, y si está en peligro lo sabré.

Edgar se lo puso al cuello, y miró el cristal, cuando volvió a levantar la vista para agradecerle el detalle, Snape ya había desaparecido por el pasillo.

Aquella misma noche, mientras los demás de Slytherin dormían en sus confortables camas, Edgar estaba en la sala común, escribiendo en su diario, como de costumbre, hasta altas horas de la madrugada.

10-15

Hoy me han contado una historia increíble acerca de mi familia vampírica y sus idas y venidas con Voldemort, que no deja de molestar ni estando muerto. La historia en sí, casi ni me sorprende, pero el hecho de que precisamente sea mi madre la poseedora del último trozo de la dichosa gema, me deja perplejo. Pero más aún si cabe, la supuesta alianza con los de Caesar... su líder estuvo en la reunión... y de no ser por la presencia de Dumbledore y Snape, habría saltado sobre él y le hubiera sorbido hasta la última gota de sangre de su repugnante cuerpo, incluso sabiendo que el simple roce de esta en mis labios me hubiese deparado la más dolorosa de las muertes...

Vi a tres guardias cuando acompañaba a Brena hasta el campo de Quidditch, a entrenar, y a otros dos en el mismo campo. No me quitaban los ojos de encima y podía notar su odio hacia mí, tan palpable y tan real como la pluma con la que escribo. Por supuesto disimulé, porque Brena no los veía y enseguida sospecharía de mi actitud. Sentí tantas veces la necesidad de contarle lo que me habían contado a mí... nunca le escondía secretos... esta vez sería la primera y la última.

Para colmo estoy confinado en este cuartel hasta que se solucione todo, no más paseos nocturnos, ni siquiera con los guardias y Filch vigilando. Dumbledore me ha aconsejado que escriba una carta a mis padres y las mande con Nocturno, para que se queden más tranquilos, que les escriba cada semana contándoles que estaba bien. Es un buen consejo que pienso seguir, a la hora del almuerzo de mañana mandaría la primera... mi madre se preocupa con tanta facilidad... odiaría que esto le afectara más de lo que ya lo está haciendo seguramente.

Estoy tan preocupado por ella...Si ese tal Barron le hace algo... más le vale enterrarse en el centro de la Tierra... porque le buscaré para matarle, aunque me lleve 300 años.

Me pregunto cómo se lo ha tomado Padre. ¿Estaría él al tanto de lo de la gema? Supongo que sí. Al igual que yo con Brena, él nunca tiene secretos hacia mamá...

Bueno, me voy a acostar, no tengo mucho sueño, pero no tengo nada más que hacer, así que... Buenas noches.

E.McH.