-Las sospechas-
Clase de Astronomía en la torre más alta del castillo. Ya había pasado una semana desde la noticia de que debía ser protegido y Edgar se sentía cada vez más nervioso por la presencia, en todas partes, de los caballeros de la Orden de Caesar. No sólo por su presentación en cualquier lugar a donde iba, también porque aparte de verlos, les oía, comentando lo inútil de la misión, de cómo deberían aprovechar y liquidarle como el animal que decían que era. Estaba cada vez más deprimido y no podía desahogarse con nadie. La profesora Sinistra hablaba a la clase, pero él no la escuchaba en ese momento, hasta que la oyó pronunciar su nombre.
- Señor McHamill, ¿le aburro? – Preguntó cruzándose de brazos, todos los alumnos se giraron para mirarle.
- No, profesora, el tema me interesa soberanamente.
- Bien, entonces podrá resumirme lo que estaba diciendo...
- Hablaba de las lunas de Júpiter, que son fácilmente visibles desde aquí, pero sólo es posible verlas todas a la vez en algunas fechas precisas del año... - Respondió, con una sonrisa enigmática, que hizo responder a la mujer con otra sonrisa.
- De acuerdo, pero no deje de atender. – Y la lección prosiguió.
Brena, sentada a su lado le dio con el codo.
- ¿Qué te pasa? – Le preguntó en voz lo bastante baja para que él le oyera, pero Sinistra no.
- Nada. – Respondió encogiéndose de hombros. Tenía tantas ganas de decírselo... de contarle lo que aquellos tipos le hacían sentir cada vez que los veía u oía... pero se lo guardó.
Sonó la campana del cambio de clase, era hora del almuerzo al fin. Los estudiantes bajaron del torreón hacia el salón comedor. Y la inmensa mayoría de los grupos pertenecían a la misma casa, la mezcla de gente de diferentes casas era bastante poco usual. Poco usual, como la amistad de un medio-vampiro de Slytherin con una medio-muggle de Ravenclaw. Durante aquella hora se dedicó a escribir la segunda carta para su madre, luego la llevaría a la lechucería y la mandaría con Nocturno.
Queridos padres:
Aquí me tienen una semana más, escribiéndoles. Espero que la reclusión de mamá y las vigilancias en el ministerio de padre no les estén influenciando tanto como a mí. Ser seguido a donde quiera que voy, comienza a resultarme irritante y los profesores, a pesar de que saben el porqué de mi agitación, me riñen con regularidad por mi falta de atención. Pero lo que peor llevo es no poder decirle a Brena lo que me ocurre... está muy extrañada, sabe que pasa algo. Estoy a punto de contárselo, cuando está cerca puedo sentir su preocupación, de la misma manera que siento el odio de los guardias hacia mí y se me hace inaguantable. Le diré a Dumbledore que pienso ponerla al corriente, aunque sea sólo un poco por encima, sólo para que deje de pensar que me estoy volviendo loco... aunque ya hasta yo dudo de mi cordura. Ayer estuve a punto de gritarle a uno de los guardias invisibles que se callaran, decía cosas horribles acerca de las maneras que podían matarnos ahora que estaban tan cerca nuestra, sé que lo dicen para molestarme, para torturarme, pero un día perderé la compostura y no sé que haré. Los detesto y seguro que ustedes ya a estas alturas también.
Eso es todo por hoy, y no se preocupen, ya me acostumbraré... espero.
Edgar
Dejó la pluma en el tintero y sopló para secar la tinta de la firma. Entonces oyó un ruido a su espalda y se giró, Brena estaba detrás suya, con una expresión desconcertada. Edgar la miró un momento, sus ojos oscuros, el estrambótico corte de pelo que recordaba al de la señora Hooch, la profesora de vuelo de escoba y árbitro de Quidditch, su profesora favorita en todo Hogwarts por razones que Edgar aún desconocía; la línea de sus labios... pero sobre todo su mirada, demostraba, mejor que el resto de su lenguaje corporal, que no sólo había leído la carta, sino que al fin parecía que todas las piezas de su rompecabezas se ponían en orden.
- ¿Te vigilan? – Dijo al fin la chica con un marcado acento alemán.
Edgar miró para ambos lados de la sala, uno de los guardias, que estaba cerca de la mesa de los profesores miraba directamente hacia ellos.
- ¿No te enseñaron tus padres que es de mala educación leer el correo de los demás? – Su tono se volvió mucho más oscuro. Brena, al contrario que otras personas, cuando él usaba aquella cadencia, no se amedrentó, al contrario, puso una mano sobre las caderas y le miró con las cejas fruncidas, esperando a que se calmara. – Perdona... pero se suponía que era un secreto... - Miró de reojo cómo el guardia que les estaba mirando se acercaba. – Ven. – Se levantó y cogiéndola de la mano, con la carta en la otra, la sacó del comedor.
- ¿Qué está pasando, Edgar? ¿Por qué no me podías contar nada? – Preguntaba ella según él la arrastraba por los corredores, tratando de esquivar a aquel guardia.
- Te lo explicaré cuando le perdamos.
- ¿Perder? ¿A quién?
- A uno de los guardias que me vigilan. Creo que se huele algo. – Y caminando apresuradamente, subiendo por las cambiantes escaleras llegaron a la lechucería, donde se encontraba Nocturno, con otras lechuzas y búhos, entre los que también estaba Thor, el cárabo de Brena. – Bien, ya que le hemos despistado, te lo contaré todo. Pero tienes que jurarme que no se lo dirás a nadie. - Edgar enrolló la carta y con una cinta roja se la tendió al búho, que ululó y emprendió el vuelo.
- Claro que no se lo diré a nadie, ¿por quién me has tomado, por alguien de tu casa? – Respondió en un tono mitad ofendido, mitad cómico, cruzándose de brazos. – Ahora explícamelo.
Y le contó, con pelos y señales todo cuanto se habló en aquel despacho. Brena no daba crédito a sus oídos, tras el muchacho ponerle al corriente, se quedó pensativa, mientras acariciaba a Thor con un dedo entre el plumaje bajo el pico, el animal gorjeaba, encantado por la atención.
- ¿Y tu madre cómo lo está llevando? - Dejó de acariciar al cárabo y se acercó a su amigo, poniéndose a su lado.
- Bien... Bueno, eso es lo que dice para no preocuparme. – Pasó la mano por el pelo, apartándolo de la cara, dejando a la vista aquel lunar solitario en su mejilla izquierda.
- ¿Y Snape es tu guardián? – Intentó cambiar de tono la conversación, para que aquel aire triste abandonara el semblante de su amigo. Dejó escapar una sonrisa. La simple idea de su vida pudiese depender de aquel desagradable profesor, le repelía, pero tenía su gracia.
- Sí. Me dio esto, además. – Debajo de su corbata verde y plata descubrió la gema que le había dado Snape tras la reunión. – Dice que le avisará si estoy en peligro. Qué útil, ¿verdad?
Brena cogió la gema, aún unida a la cadena de plata que llevaba el chico al cuello y la miró.
- ¿Qué se supone que es? No se parece a ninguna piedra que conozca.
- No lo sé, tal vez es sólo un cristal coloreado. – Al volver el joyel a sus manos, lo observó con atención.
- Sería curioso ver cómo Snape te defiende. No me parece del tipo de persona que mueve un dedo para ayudar a alguien. – Comentó Brena viendo como su amigo volvía a esconder el cristal bajo su corbata de Slytherin.
- No es tan mal tipo como parece. Sólo tiene mala publicidad.
La Ravenclaw le respondió con una mirada escéptica y una sonrisita.
- Es pura fachada, te lo digo yo. – Aseguró con una sonrisita de medio lado.
- Bueno... ¿y hay muchos de esos tipos? – Thor se le subió al hombro, aguardando más mimos. Brena lo acarició mientras esperaba la respuesta de Edgar.
- Los suficientes para tenerme de los nervios. Mejor será que bajemos, no sea que como no me encuentran, se alteren... lo menos que necesito ahora es que se mosqueen más.
Asintiendo con la cabeza y despidiéndose del cárabo bajaron de la lechucería. En el pasillo, Edgar pudo ver a tres guardias, hablando entre ellos, preguntándose si le habían visto. Los dos adolescentes pasaron por su lado y se dieron por aludidos, hicieron algunos comentarios despectivos hacia el muchacho y se rieron. Edgar llevaba los puños fuertemente cerrados. Brena le puso una mano sobre el hombro, para intentar que se relajara y no hiciera nada de lo que luego se arrepintiese. Entonces, doblando una esquina se encontraron de frente con el profesor Snape.
- ¿Dónde estaba, McHamill? – Preguntó con un ligero tono irritado.
- En la lechucería, mandando la carta para mis padres de esta semana, Brena me acompañó.
Snape miró a Brena y luego a Edgar, algo en ellos le llevó a pensar que se lo había contado.
- ¿Hay algo que deba saber, McHamill?
- No, señor. – Sabía que mentirle era una falta y que el profesor se daría cuenta de que lo hacía, pero, ¿qué haría, quitarle puntos a su propia casa?
- Sabe que tengo poca paciencia, McHamill, no me haga repetir la pregunta, no tengo todo el día. – Y esperó a su respuesta.
- Se lo he contado a ella. – Confesó.
La fría mirada que le dedicó el maestro de pociones, a la alemana, hubiera amedrentado a cualquiera.
- Ya veo. – Dijo brevemente, sin quitarle la vista de encima. – Le creía mucho más responsable McHamill. – Los ojos azabache se viraron entonces hacia él de nuevo. Cuando su tono se volvía tan suave como cuando pronunció aquello, sólo podía indicar que estaba muy molesto, peligrosamente molesto además.
- Se lo he dicho porque tengo la suficiente confianza en ella.
- No se lo contaré a nadie, lo juro. – Intervino Brena.
- Enternecedor. – Dijo en su acostumbrado tono sarcástico. – Ya veremos que opina el director de su brillante idea, señor McHamill.
El implacable profesor de pociones los llevó hasta el despacho del director Dumbledore.
- Sorbete de limón. – Dijo Snape a la gárgola guardián, para que se apartara de la puerta y les dejara pasar.
Brena miró a Edgar por tercera vez desde que estaban a las puertas del estudio. Seguía muy tranquilo, ella nunca sabía cómo hacía su amigo para mantener la sangre fría en semejantes situaciones. Traspasaron la puerta, Dumbledore no estaba a la vista.
- Está allá arriba. – Indicó entonces uno de los cuadros, apuntando con el dedo hacia el observatorio en la parte alta de la estancia. Los tres miraron hacia donde señalaba el mago retratado, efectivamente, el director se encontraba alineando su telescopio.
- Señor. – Le llamó Snape. El anciano dejó su quehacer y se asomó por la balaustrada.
- ¿Dónde estaba? - Sonrió afectuosamente al trío que estaba delante de su mesa.
- En la lechucería. Pero eso no es lo importante ahora... Me ha confesado que ha contado lo que reiteradamente se le ordenó mantener en secreto... A la señorita Wagner. – Añadió.
Dumbledore bajó sosegadamente las escaleras de madera y miró a ambos estudiantes: él muy tranquilo, casi indiferente; ella nerviosa, pero manteniéndose en su sitio; y luego miró a Snape, de brazos cruzados, sus alargadas manos se escondían bajo los pliegues de su larga túnica negra.
- ¿Y puedo saber el motivo de tal acción? – Su mirada azul volvió a moverse hacia el mestizo.
- Necesitaba contárselo a alguien. Hablar del tema con cualquiera de confianza que no fuese un profesor... Señor, sé que no hice bien, lo admito, pero Brena es una persona muy discreta y sé que jamás lo divulgaría por ahí. De no ser así jamás se me hubiera ocurrido semejante idea. – Miró de reojo a la alemana.
Hubo un silencio.
- Comprendo tu situación, Edgar: no estás cómodo con la presencia de esos guardias, con no poder estar tu aire... incluso que tengas que guardarte tus emociones ante las sensaciones que te producen las actuales circunstancias... No es que te esté disculpando, ya que era una de las prioridades el mantener el estado de alerta en secreto; y tú lo sabías...
Edgar bajó la cabeza.
- Pero te entiendo. – Agregó. – Brena. – Miró a la chica, que escuchaba con suma atención todo lo que iban diciendo. - ¿Estás segura de que guardarás el secreto?
- Sí, señor.
- Yo opino que mejor sería usar un conjuro desmemorizante y zanjar el asunto. – Intervino el profesor de pociones.
- ¿Y de verdad piensas que el señor McHamill no sea capaz de repetirlo? Severus, sabes mejor que nadie que cuando alguien de tu casa quiere algo, lo acaba consiguiendo. – El anciano le miró por encima de sus gafas de media luna.
Snape observó cómo Edgar sonreía, dando por cierto lo que acababa de decir el director. Brena intentó no reírse.
- Bueno, mirándolo por este lado, Edgar tiene otra guardiana. – Añadió Dumbledore con una sonrisa. – Y ahora... si me disculpan tengo que seguir alineando el telescopio.
Tras lo dicho, los tres abandonaron el lugar.
- Espero que sepa lo que está haciendo, señor McHamill. – Dijo el profesor Snape una vez estuvieron en el pasillo. – Y que usted sea, como asegura él, tan discreta. Imprudencias como esta pueden tener terribles consecuencias. – Sus dos ojos como ónices se clavaron en los ámbares ojos de la alemana, que simplemente asintió. El adulto se alejó de ellos, dejándolos solos de nuevo.
- ¿Y tú dices que no es tan malo? Qué quieres que te diga, a mí me parece un monstruo... - Brena rompió el silencio dejado por la partida del profesor.
- Sólo se preocupa. Es normal. – El chico seguía defendiéndole contra viento y marea.
- Lo que tú digas. Bueno, yo me voy marchando, que tengo entrenamiento. – Le dio un beso en la mejilla. – Nos vemos luego. – Y se fue corriendo, la túnica voló por detrás suya.
Edgar la observó marcharse y luego se tocó el carrillo que su amiga había besado. Sólo su madre solía tener aquel gesto con él.
