-Repercusiones-
Un mes más tarde, durante fin de semana libre en el que podían ir a Hogsmade, el tranquilo pueblo, relativamente cerca de la escuela, Edgar decidió que necesitaba un paseo. Brena había decidido quedarse en Hogwarts, para preparar un examen que la tenía preocupada, pero Edgar salió, acompañado de otros de la casa Slytherin. Casi agradeció haber pasado tan desapercibido entre sus compañeros, que ninguno de los guardias le vio partir hacia el pueblo y pudo salir en solitario.
Hogsmade era un lugar muy cómodo para estar. Todos allí eran magos, así que todas las tiendas y las tabernas estaban frecuentadas sólo por magos y contenían productos para ellos. Edgar se detuvo delante de La Casa de las Plumas, aprovecharía la escapada para comprar material. El día empezaba muy bien, momentos para relajarse, compras... y sin un solo caballero de la Orden de Caesar a la vista. Respiró hondo mientras elegía una pluma nueva y cogía varios tinteros de un estante. Pagó al dependiente y salió.
Caminaba mirando la cuenta cuando alguien le agarró de un brazo y tiró de él dentro de un zaguán. Una mano se posó en su boca para que no gritase, pero el muchacho no gritó, le mordió la mano con fiereza, haciendo que su captor le soltase. Estaba a punto de salir a calle abierta cuando oyó gritar a su atacante a su espalda.
- ¡Locomotor Mortis!
Edgar sintió cómo sus piernas de repente se quedaban unidas, haciéndole caer al suelo de bruces. Paró el golpe con las manos y no perdió el tiempo en buscar su varita entre los pliegues de la túnica. La encontró y no dudó en blandirla contra su oponente, que se acercaba para agarrarlo nuevamente.
- Depu... - Empezó a decir, para alejarle de sí, tal y como le habían enseñado en el club de duelo. Pero fue interrumpido por el siguiente conjuro del desconocido.
- ¡Expelliarmus! – Con aquel hechizo básico, un rayo de luz roja le separó de su varita, que voló a varios metros. – Lo siento, muchacho, pero te vienes conmigo y tu varita no esta incluida. – Dijo aquel tipo con un tonillo gracioso. Edgar le miró algo atemorizado, para una vez que no estaban aquellos estúpidos guardianes, van y le atacan. Aún así encontró fuerzas para ponerse a gritar.
- ¡SOCORRO!
- ¡Estúpido niño! – El atacante le sujetó y golpeó, tratando de hacerle callar, pero el muchacho no cesaba de gritar y cada vez más alto. Miró hacia la calleja que se abría ante ellos, estaba vacía, pero no tardaría en aparecer alguien en ayuda del chico. Tenía que hacer algo para acallarle. - ¡Desmaius! – Bramó mientras le apuntaba con la varita, casi en ese mismo instante, Edgar se quedó inconsciente. – Al fin... - Soltó el cuerpo del dormido Edgar y se limpió el sudor de la frente, guardando su varita en un bolsillo, sin darse cuenta de que algo brillaba dentro de la túnica del estudiante. Cogió nuevamente al chico, cargándoselo al hombro y salió del portal, hacia las afueras del pueblo. – Barron estará contento por esto. – Dijo sonriéndose.
- Al menos a alguien le hace feliz esta situación. – Dijo una voz fría y llena de cinismo. Cuando se giró para ver de quién se trataba, no vio a otro que a Severus Snape, ex-mortífago, vestido de pies a cabeza de negro, como siempre hacía desde que le recordaba. – Baja al chico. – Ordenó, apuntándole con su varita.
- Snape... sucio traidor. Acabaré contigo de una vez. – Trató de volver a sacar su arma cuando el profesor se lo impidió.
- ¡Petrificus totallus! – Y a este conjuro, el desconocido se quedó paralizado y cayó redondo al suelo, como si fuera una estatua, Edgar cayó a su lado. Snape se acercó bastante aceleradamente y se agachó a comprobar su pulso. – Vivo, lleno de contusiones, pero vivo. – Observó lo que brillaba y lo puso a la vista, era el cristal que le había dado y que le había avisado de que ocurría algo malo. – Menos mal que al menos sigue una orden. – Soltó la gema suspirando, distinguió la varita un poco más allá. – Accio varita. – El instrumento del muchacho subió hasta una de sus manos. La guardó en su capa, junto a su propia varita y cogió a Edgar en brazos.
Aquellos idiotas de los guardianes le habían dejado solo... Tendría unas palabritas con ellos acerca de sus supuestas responsabilidades... que un crío de quince años les diera esquinazo... menuda vergüenza... ¿Y ellos mataban vampiros? Pues debían tener una suerte envidiable si aún no se habían matado a sí mismos... Miró al petrificado en el suelo.
- Ahora mandaré a alguien a buscarte, no te preocupes. – Le dijo con su acostumbrado tono sarcástico, dando media vuelta y encaminándose hacia donde había dejado su escoba.
Una vez allí, subió al chico delante de él y lo sujetó por la cintura con un brazo, para que no se cayese, mientras con la otra mano se agarró a la montura. En pocos momentos estuvieron volando hacia Hogwarts.
Una vez allí, se topó casi de narices con un grupo de guardianes, que le miraban a él y al adolescente en sus brazos, alternativamente.
- ¿Van a quedarse ahí todo el día? ¡Vayan a avisar al director! – Exclamó el profesor de pociones, llevándose a McHamill hasta la enfermería.
Madame Pomfrey se acercó casi corriendo al ver que Snape entraba en la sala con el alumno en brazos.
- ¡Santo Merlín! ¿Pero qué le ha pasado a este niño? Póngalo sobre la cama. – Dijo muy seguido. El profesor dejó al semivampiro donde le indicaba la enfermera y se alejó un par de pasos. - ¿Me va a contar que ha pasado, Severus? – Insistió al ver que no obtenía respuesta.
- Le atacaron. No pregunte, Poppy y cúrelo.
- Está bajo el efecto del Desmaius, Severus, y sería mejor que estuviese despierto. ¿Lleva ahí su varita?
Sin más dilación lanzó un hechizo para contrarrestar lo que fuera que mantenía al joven dormido.
- Ennervate.
Los ojos de Edgar se abrieron y se incorporó, confuso y aún tratando de defenderse de su atacante. Madame Pomfrey se puso delante suya y le sujetó de los hombros para tratar de tranquilizarlo.
- ¡McHamill, tranquilícese, está en la enfermería de la escuela! – Exclamó Snape, ayudando a sujetar al muchacho, que como buen medio-vampiro tenía mucha más fuerza de lo que aparentaba. Poco a poco, dándose cuenta de la situación, se tranquilizó y permaneció sentado en la cama, empapado en sudor.
- Bien, ahora que está más tranquilo y despierto, le curaré. Estará perfecto en pocos minutos. – Aseguró la enfermera.
En ese momento, Dumbledore, acompañado de un grupo de guardias, apareció en la puerta.
- Quédense ahí, no creo que le convenga estar tan rodeado de gente. – Dijo el anciano mago, acercándose a la cama donde reposaba el chico. Las puertas de la enfermería volvieron a cerrarse tras él. – Edgar, ¿cómo te encuentras? ¿Qué te ha pasado?
- Sobreviviré. – Dijo con una de sus sonrisas.
Madame Pomfrey se puso a limpiarle los cortes abiertos en los labios del chico, con una poción limpiadora; impidiéndole seguir hablando.
- Uno de los antiguos seguidores del Señor Oscuro le atacó en Hogsmade. Por cierto, lo he dejado petrificado en un callejón. – Explicó Snape.
- ¿Un mortífago?
- Ni mucho menos. Sólo uno del montón, bastante torpe, a decir verdad. – Levantó las cejas y movió los extremos de su capa hasta cubrir sus brazos con ella. – Y hablando de torpezas... todo esto se hubiera evitado si esos a los que llamamos guardianes hicieran su trabajo y se dedicaran menos a pasear por las instalaciones y más a cuidar de su seguridad.
- Hablaré con Del León acerca de lo sucedido tan pronto como pueda. – El director miró al chico, que contemplaba con cierta repulsión la poción curativa que le daba la enfermera. – Si quieres, le decimos a la señorita Wagner que estás aquí. – Le dijo.
- No, gracias, lo menos que quiero es que se preocupe por esto.
- Eso debería haberlo pensado antes de contarle nada. – Intervino Snape, lanzando una de aquellas miradas perturbadoras.
Edgar se le quedó mirando, mientras se tomaba la cucharada que le daba Pomfrey.
- Bien, pues yo voy a contactar con Del León, entonces, para contarle lo que ha pasado. – Dijo Dumbledore sonriendo a McHamill, que ponía una cara de desagrado ante el sabor de la poción. Después de lo dicho, se fue, su larga túnica ondeando según caminaba, hasta que traspasó el umbral de la puerta de salida.
La señora Pomfrey cerró la botella con el líquido de curación y se fue hacia el otro lado del cuarto para devolverlo a su armario. Snape y McHamill se quedaron solos y mirándose.
- Tome. – El profesor, de dentro de su capa sacó la varita del chico y se la tendió.
- Gracias, ya pensaba que tendría que comprar otra. – Le sonrió suavemente y comenzó a incorporarse. - ¿Cómo llegó tan deprisa? – Sus ojos comenzaron a entrecerrarse.
- El cristal me avisó... - Dejó de hablar cuando tuvo que apresurarse a coger al chico, que se había desfallecido. – ¡Poppy! – Gritó a fin de que la enfermera acudiese.
Estaba yendo hacia a la puerta cuando oyó que la llamaban.
- ¡Oh! – Volvió a entrar corriendo y se puso una mano en la boca al ver de nuevo el estado desmayado del adolescente. – Jamás había visto a alguien desmayarse tras tomarse un curativo...
Edgar volvía a estar en la cama y la enfermera le observaba.
- ¿Había tratado alguna vez a alguien como él? – Preguntó el profesor, intentando ocultar que estaba preocupado por que la poción hubiera podido volverse venenosa por su naturaleza no-humana.
- ¡Merlín, olvidé por completo que McHamill es mitad vampiro!
- Esperemos que esa inoportuna laguna mental suya no le vaya a costar la vida al chico, Pomfrey... - Severus Snape nunca había sido del tipo de persona a quién se le podría tachar de emotiva, salvo cuando la emoción a mostrar fuera desprecio u odio, pero la situación se ponía cada vez peor.
Después de unos tensos momentos, bastante angustiosos, la enfermera declaró que el joven estaba fuera de peligro, la poción había resultado causarle una reacción "alérgica" y por eso se había desmayado, pero nada mucho más peligroso, eso sí, dormiría un buen rato.
- Bueno, será mejor que lo dejemos descansar, Severus, ya se despertará cuando quiera. Vuelva luego, si le apetece. – Madame Pomfrey "echó" al profesor de pociones fuera de la enfermería, donde habían varios guardianes, que se giraron para mirar al hombre vestido de negro.
- Agradezcan que está vivo, si llega a pasarle algo... los alumnos no serían los únicos que no les verían por aquí... nunca más. – Amenazó el profesor, marchándose por el pasillo.
Unas horas más tarde, ya anocheciendo, Edgar despertó, miró alrededor, no había nadie... salvo Brena, sentada a su lado, leyendo. La miró un momento, antes de que se diera cuenta de que ya tenía los ojos abiertos. A pesar de que era una chica activa, deportista y con bastante mal carácter, era muy estudiosa y amaba un buen libro sobre casi tanto como jugar al Quidditch.
- ¿Cuánto llevas ahí? – Le preguntó, sacándola de su lectura.
- Un rato. Dumbledore me dijo que estabas aquí y que seguramente agradecerías un poco de compañía.
- Y eso que le dije que no te contara nada, para no preocuparte... creo que es su forma de vengarse por yo contarte aquello. – Se permitió sonreír, a pesar de que aún le dolía el cuerpo.
Brena se rió, incluso en sus peores momentos, Edgar tenía una frase ingeniosa.
- ¿Quieres que te ayude a levantar?
- No, ya me levanto solo, gracias. – Y dicho y hecho, se puso en pie, aunque tuvo que agarrarse al hombro de su amiga para no caerse.
- Seguro que estás muerto de hambre. – Brena cogió una cajita que tenía a su lado y se la dio.
- ¿Una rana de chocolate? – Edgar levantó una ceja.
- La enfermera Pomfrey dice que el chocolate va bien para estas cosas. – Respondió, mientras el chico, con un tanto de incomodidad, se comía el dulce. - ¿Te puedes creer que es la primera vez que te veo comer? Pensaba que nunca comías...
McHamill se le quedó mirando y luego se echó a reír, cubriéndose la boca con la mano.
- ¡Es en serio! ¡No te rías!
- Gracias por hacerme reír, lo necesitaba... - Dijo empezando a tranquilizarse. – Sólo como de noche, cuando único me da hambre. – Le aclaró.
- Vaya... eres una caja de sorpresas. Venga, vamos, seguro que estás harto de estar aquí metido.
Los dos estudiantes salieron de la enfermería. En la puerta, al igual que cuando salió Snape, estaban un grupo de guardias de Caesar, que para variar, no hicieron ningún comentario jactancioso por la cercanía del chico.
- Por cierto, ¿has visto mi varita? El profesor Snape me la dio antes de volver a desmayarme, pero no la llevo encima... - El muchacho se puso a rebuscar en su ropa.
- Sí, toma. Me la dio cuando fui a verte. – Le tendió la varita.
- ¿Te la dio? ¿Quieres decir que él estaba allí? ¿Conmigo?
- Sí, al menos hasta que llegué yo. Entonces me dio tu varita y se fue. Es un tipo muy raro, te lo digo yo. – La chica miró hacia el pasillo y saludó a Nick-Casi-Decapitado, el fantasma de Gryffindor.
Edgar miró a Brena de nuevo y se quedó pensativo, intrigado al saber del comportamiento del esquivo profesor, que verdaderamente daba la impresión de estar preocupándose por él.
