-Cuando las cosas sólo pueden ir a peor-

Los exámenes y los trabajos de clase se volvían cada vez más duros y difíciles. En ocasiones como aquella, agradecía tener un metabolismo que le dejaba quedarse toda la noche estudiando y trabajando, sin necesidad de ayudas externas, como café o unas grageas que tomaban algunos de sus compañeros, para permanecer despiertos.

Estaba sentado releyendo un capítulo de Historia de la Magia, acompañado por un par de chicas y otros tres chicos, todos en pijama y batín, cuando en la sala común entró el cabeza de la casa.

- McHamill... Haga el favor de venir... - Como cuando se enteró del tema de la gema, el profesor le pedía que le siguiera, mientras leía... ¿Una casualidad?

Edgar dejó el libro sobre el asiento y fue tras Snape.

- ¿De nuevo tendré que esperar a llegar al despacho del director para enterarme de lo que pasa, señor? – Le preguntó, caminando ligeramente por detrás de él.

Snape se detuvo y se giró hacia el muchacho.

Aquella fría mirada que McHamill pensaba encontrar en el rostro de su jefe de casa, no estaba allí. Los imposiblemente negros ojos del hombre, estaban llenos de tristeza, incluso cuando trataba de esconderlo.

- McHamill... Edgar... - Era la primera vez que usaba su nombre de pila, El estudiante se le quedó mirando, completamente extrañado por aquel inesperado trato. – El director va a darte una noticia en extremo... delicada. – Contó, poniendo una mano sobre su hombro.

Edgar se lo estaba temiendo... pero no quería creerlo.

- Vamos, nos están esperando. – Añadió el profesor, con un tono de voz muy suave. Edgar no se movió del sitio.

- No, aclárelo... No tire la piedra y esconda la mano... Les ha pasado algo a mis padres, ¿no es así?

Severus observó su indignada expresión, que se tornaba más extraña a cada momento, porque sus ojos se estrechaban y volvían más claros, casi blancos. De no ser porque tenía los labios fruncidos hubiera visto cómo los caninos del chico crecían a la misma velocidad que su impaciencia.

- Sí, así es. – El mago respiró hondo, no solía ser cosa suya dar ese tipo de noticias, no tenía el tacto suficiente.

- ¿Están... muertos? – Su cara se ensombreció.

Snape no apartó la mirada en ningún momento, ni siquiera cuando asintió con la cabeza. La, ya de por sí, pálida tez del chico palideció aún más al saber la noticia. El profesor estaba atento no fuera que, debido al shock, el muchacho se derrumbase... pero eso no ocurrió, ni una lágrima emergió de los plateados ojos de Edgar. McHamill comenzó a caminar hacia el despacho del director, ahora era Severus quien seguía. Traspasaron la gárgola y la puerta y como en la anterior reunión, Iván del León estaba allí, junto con Dumbledore.

- Edgar, siéntate, por favor. ¿Quieres tomar algo? – Le ofreció el director.

- Vaya al grano por favor... - Musitó, sin mirar a nadie, sin apartar la vista del suelo, mientras tomaba asiento.

Dumbledore miró a Snape y este asintió. No hizo falta saber más.

- Esta tarde, hubo un ataque a tu casa... Y ante su negación a decir dónde estaba la gema... Lo siento, Edgar... - Albus le dedicó una de sus apacibles miradas, pero el adolescente no le prestaba atención.

Sin embargo, se puso de pie y encaró al cazador de vampiros.

- ¡Tú, sucio bastardo! TÚ TENÍAS QUE PROTEGERLOS. – El templado modo en el que había llegado hasta el despacho redondo, explotó. Snape tuvo que sujetarlo para que no se lanzara, colmillos por delante hacia el líder de Caesar. – Tenías que protegerlos... tenías que protegerlos... - Repitió varias veces, cada vez más bajo y con un tono mucho más miserable. Edgar no quería darle la satisfacción de verle llorando, pero no lo pudo evitar, se echó a llorar sin remedio, casi cayéndose al suelo, de no ser porque aún estaba agarrado por los brazos de su profesor de pociones. Trató de soltarse, pero toda la fuerza se le iba con el llanto.

- Severus, llévatelo y procura que descanse... seguiremos hablando mañana... - Dumbledore miró de reojo a Del León, que no escondía una media sonrisa.

Snape sacó de allí al alterado alumno, luchando para que no se liberase. Le sujetó por los hombros, tratando de apaciguarlo, pero lo que consiguió es que el muchacho se le agarrase de las solapas de la capa y apoyase la frente en su pecho, sin dejar de llorar. El profesor se quedó paralizado sin saber qué hacer en esa situación. Miró la cabeza de largo y lacio pelo negro, vibrar entre sollozos y aquellos dos puños blancos fuertemente aferrados a los bordes de la túnica; y con un suspiro pasó los brazos alrededor de sus hombros, permitiéndole desahogarse con él. Pasaron varios minutos hasta que el chico empezó a calmarse.

- Los he perdido... ya no me queda nada... - Dijo al fin, aún en la misma postura, con los ojos abiertos, mirando la extensión negra delante suya.

- Ya sabes que el director... y yo mismo, estamos aquí para lo que necesites... Al igual que seguro la señorita Wagner. - Severus le habló igual de suave que cuando le daba la noticia. Edgar asintió, pero sin muchas ganas.

- ¿Encontraron lo que buscaban? – Preguntó después de levantar la cabeza para encontrarse con dos profundos ónices.

- No, pero saben donde está. – Respondió.

- ¿Dónde?

- La tienes tú.

Aquella revelación le dejó estupefacto.

- ¿Yo? Eso es imposible... Lo sabría. – Se separó del cuerpo de su mentor.

Snape negó con la cabeza.

- Tus padres te dijeron que nunca te quitases qué. – Levantó las cejas.

Edgar bajó la vista... el anillo de su clan, su madre le había dicho que nunca, jamás, por ninguna razón, se lo quitase.

- Así es. Tu madre camufló la gema en el anillo, sabía que estaría más segura en Hogwarts como en ninguna parte: tanto la piedra como tú.

- Pero... ¿por qué no me lo dijeron?

- Para no preocuparte, por supuesto.

El joven miró para otra parte, meditando la información.

- Deberías irte a dormir. Mañana no te preocupes por las clases, quedas excusado esta semana. Ya recuperarás los exámenes y los trabajos más adelante.

Edgar volvió a asentir y comenzó a irse hacia la casa de Slytherin, lentamente, mientras el profesor se quedaba en el sitio, contemplando su errático caminar.

Una hora más tarde, el estudiante estaba acostado hecho un ovillo en su cama, aún pensando acerca de toda las noticias... las tristes y pésimas noticias que había recibido esa noche.

'Solo. Me he quedado completamente solo. Mis padres han muerto... mi única familia viva, ha muerto. Bueno, aún me queda el clan de mi madre... seguramente tendré que ir a vivir con ellos hasta que cumpla la mayoría de edad... Esos malditos cazadores de vampiros... Bastardos... seguro que ni siquiera estaban allí para ayudarles...'

La ventana estaba abierta y entraba una brisa fresca que mecía ligeramente las cortinas del dosel de la cama.

'Mamá... Padre... Juro que ese maldito Barron morirá pronto... si averiguo donde está, le mataré con mis propias manos.'

Varias lágrimas brotaron de sus ojos nuevamente.

'Maldito sea... Aunque acabe en Azkhaban juro que usaré el Avada Kedabra con él... y con esos cazadores... Guardianes... Qué chiste... no están cuando se les necesita... ¿para qué aceptaron entonces ser nuestros protectores si no mueven un dedo para protegernos?'

Trató de abandonar ese tren de ideas antes de llegar a una conclusión que le gustase menos de lo que esperaba.

'El profesor Snape me ha tratado de "tú"... Qué curioso. Incluso me ha reconfortado... o al menos lo intentó... Quién lo hubiera dicho.'

Una suave sonrisa apareció en su rostro, recordando lo bien que se había sentido cuando el profesor le había abrazado mientras lloraba...

'Mi padre nunca lo habría hecho... es... era demasiado recto y distante. De haberme visto llorando probablemente me hubiera mandado callar y habría dicho que los hombres no lloran... Era un hombre muy impersonal.'

Poco a poco se comenzó a quedar dormido, escuchando el suave canto del viento entre las cortinas y la tenue luz que entraba por la ventana. De fondo solo podía oír la profunda respiración de sus compañeros de cuarto, lo que le ayudó a conciliar el sueño.