-Una luz al final del túnel-

Al día siguiente, durante las horas de clase, estaba sentado solo en el Gran Salón, observando a los fantasmas ir de un lado para otro, charlando. ¿Serían sus padres fantasmas ahora?

Casi sin darse cuenta, el director Dumbledore se sentó a su lado.

- ¿Qué tal estás hoy, Edgar?

- No lo sé, señor. Todo ha pasado tan rápido... Aún casi ni me lo creo.

- Te comprendo... Es un golpe muy duro, perder a tus padres de la noche a la mañana.

- Sí. He estado pensando... ¿qué pasará conmigo este verano? Yo cumplo los 17 al final del curso que viene casi.

- Anoche, después de que te fueras, y esta mañana, el profesor Snape y yo estuvimos hablando sobre eso. Sabemos que a pesar de tu corta edad sabes valerte por ti mismo... pero no podemos mandarte con el clan de tu madre. Ellos no podrían ocuparse de ti durante el día... y por supuesto los de la guardia de Caesar no podrían custodiarte, tu clan no lo permitiría.

- Ni yo tampoco, no quiero a esos tipos cerca de mí. – Frunció las cejas.

- No te preocupes, no les verás más por aquí. Yo tampoco creo que su presencia sea necesaria en Hogwarts.

- Es un alivio. ¿Entonces a qué conclusión llegaron?

- Severus Snape será tu tutor este verano. – Dijo con una sonrisa.

- ¿Mi tutor? Perdone, pero no le entiendo. - Apoyó los brazos en la mesa y dejó caer el peso hasta los codos.

- Este verano, el profesor Snape se encargará de ti – Explicó. – Pasarás el verano con él y al final del curso que viene, cuando tengas mayoría de edad y tu carné de mago adulto, te encontraremos una casa segura y podrás buscar trabajo y ocuparte de ti mismo. ¿Qué te parece?

- ¿Y el señor Snape que piensa de todo esto?

Dumbledore volvió a sonreír.

- Está de acuerdo en que con él estarás mucho más seguro que con los caballeros de Caesar.

- Señor... - Respiró hondo, jugueteando con el anillo que había costado la vida de sus padres. - ¿Y si usted cuida del anillo? Si a mí me cogen, recuperarán el trozo de gema... - Estaba a punto de quitárselo cuando el director puso una mano sobre este, aún en su dedo.

- Edgar, estará más seguro en tus manos, porque tu seguridad es lo que más nos importa. Ellos no conseguirán hacerse con una cosa ni con la otra si sigue unido a ti. ¿Lo entiendes?

- Sí señor... creo que sí. – Bajó la vista hacia la joya. - ¿Entonces iré a vivir este verano con el profesor Snape?

- En efecto. Pero ten en cuenta que tu profesor no está muy acostumbrado a la compañía... y mucho menos de adolescentes, ten mucha paciencia con él. – Le guiñó un ojo. Edgar sonrió.

- Lo comprendo... Me gustaría darle las gracias... ¿qué hora tiene libre? ¿Lo sabe?

- Creo que la siguiente hora la tiene libre, si no me equivoco. Ya sabes donde encontrarle. – El anciano se puso de pie.

- Gracias también a usted por todo lo que está haciendo por mí.

- No, Edgar, soy yo el que debe agradecerte a ti mantenerte fuerte ante tanta adversidad.

- Me eché a llorar en el despacho, frente a mi peor enemigo... eso no es de seres fuertes. – Bajó la vista.

- Más de lo que te piensas. Mucho más. – Dijo alejándose del muchacho.

McHamill lo vio alejarse con paso calmado y se levantó, el tiempo que quedaba hasta que sonase la campana que daba fin a las asignaturas de ese periodo, sería el que le tomase llegar hasta las mazmorras, a encontrarse con su tutor.

Según caminaba por los corredores, trataba de ignorar a Peeves, el poltergeist, que gritaba cosas a fin de volver loco al señor Filch.

Bajó las escaleras que llevaban a la clase de pociones cuando sonaron las suaves campanadas. Al poco, un grupo numeroso de alumnos de segundo subían esquivándole. Cuando llegó delante de la pesada puerta de la clase se detuvo, el profesor Snape estaba riñendo a una chica de Hufflepuff, que al parecer había derramado su poción por el suelo del aula. Esperó a que acabase de quitarle puntos a su casa debido a su torpeza, y cuando la niña salió bastante afectada, se asomó. Snape usaba un hechizo limpiador para deshacerse del líquido que ensuciaba el lugar. Llamó con los nudillos a la puerta entreabierta y el hombre levantó la vista para mirarle.

- Pase, señor McHamill. – Estaba claro que el trato cordial de la noche anterior se había pasado.

- Buenos días, profesor. – Saludó según entraba.

- Supongo que no habrá venido hasta aquí abajo sólo para darme los buenos días... - Volvió a su mesa.

- A decir verdad, no. – Caminó hasta quedarse delante de la mesa detrás de la que se sentaba el mago. – Hace un rato, el director y yo estuvimos hablando y... Quería darle las gracias por permitirme quedarme con usted este verano.

- No tiene que agradecérmelo. Es prioridad, tanto de la escuela, como del Ministerio; que tanto usted, como el anillo estén lo más seguros posible. – Repitió, como si esto fuese lo que se esperaba que dijera.

- Aún así, gracias. Prometo que ni se dará cuenta de mi presencia, lo menos que querría sería perturbar su descanso durante las vacaciones.

- Muy bien. Un grupo del Ministerio irá a su casa y recogerá sus enseres personales y los traerá aquí, al final de curso los transportaremos hasta mi residencia.

- Disculpe la pregunta pero... ¿Porqué no lo mandan directamente a su residencia?

Snape le miró durante un momento, le iba a responder que ese no era asunto suyo, pero no creyó que fuera la manera más acertada de tratar al chico, estando tan reciente lo de sus padres.

- No quiero que la gente del Ministerio esté en mi casa sin estar yo presente. Considérelo una excentricidad por mi parte.

En realidad Edgar no lo tenía como una cosa tan extraña, habiendo sido un mortífago, era normal que la presencia de esa gente sin su supervisión, le pareciera desacertada.

- Lo comprendo. – Respondió al fin.

- ¿Alguna cosa más?

- Sí... bueno... me gustaría saber si mis padres serán enterrados o algo.

- No me han comunicado nada al respecto, pero desde que lo sepa, se lo indicaré.

El estudiante asintió con la cabeza.

- Ahora, si no tiene nada más que preguntarme, le rogaría que me dejase terminar de corregir estos... trabajos... a falta de una palabra mejor. – Miró con desagrado los pergaminos sobre su mesa. – Y cierre la puerta al salir.

- Sí, señor. – Y salió en completo silencio. Las mazmorras estaban en calma, el único sonido era el de sus pasos, recorriéndolas hasta las escaleras.

Mientras tanto, en la clase, Snape, prestando más atención a sus pensamientos que a los escritos de los alumnos, se cuestionaba cómo sería tener al joven McHamill pululando por su casa, una casa que no había visto a un adolescente desde que él mismo lo había sido.

Edgar subió y se encontró de bruces con Brena que le andaba buscando.

- ¿Dónde estabas? Le he preguntado a todos los de tu casa y ninguno me ha sabido decir...

- Estaba hablando con el profesor Snape.

- Oh. ¿Y sobre qué?

Él se le quedó mirando, claro, aún no le había dicho nada.

- Asesinaron a mis padres anoche. – Le contó, en voz baja.

- Edgar... - Se llevó las manos a la boca. - Lo siento muchísimo... - Le dio un abrazo. - ¿Cómo estás?

- Dentro de lo que cabe, bien.

Los dos caminaron por el corredor, ella con un brazo sobre los hombros de él.

- ¿Y la gema, la consiguieron?

Edgar no le respondió, simplemente levantó la mano enjoyada.

- ¿El anillo? Entonces ha estado contigo todo este tiempo.

- Sí... imagina... Ellos han muerto, para proteger esta cosa y ni siquiera la tenían.

- ¿Y tú qué vas a hacer ahora?

- Me voy a ir a vivir este verano con el profesor Snape, cuando termine el colegio iré a vivir a alguna parte, por ahí. – Contestó, con bastante resignación.

- ¿Con Snape? ¿No tienes más familia?

- Sólo el clan de mi madre y no pueden ocuparse de mí.

- Chico, qué horror, no sólo lo tendrás controlándote aquí, sino que además pasarás tus vacaciones con él. Te compadezco, mucho. – Le dio un par de palmaditas.

Brena, con su incansable sentido del humor, siempre trataba de aliviarle las penas... como cuando sus compañeros se enteraron de que era un medio-vampiro y le hicieron un vacío, incluso negándose a dormir cerca de él, por temor a que les atacase... ella estuvo allí todo el tiempo, tratando de hacerle pensar en otras cosas más agradables... posiblemente eso era lo que le había permitido continuar. Poco a poco, los temores de sus compañeros hacia él se mitigaron, casi se habían olvidado de lo que era, pero rara vez le dirigían la palabra de un modo personal, nada aparte de cosas de clase, era un paria, pero como aún le tenían un respeto, y por qué no, un cierto temor, nunca se atrevían a decirle nada fuera de tono, al menos no a la cara.

- Gracias por tus ánimos, Brena. – No faltó su ligero tono sarcástico, ni la mirada de reojo.

- Lo que sea por un amigo. – Respondió con una sonrisita.

- ¿No tienes que ir ahora a Transformaciones? – Levantó las cejas, lo que acompañado de una de sus misteriosas sonrisas, le creaba un gesto de lo más malévolo.

- ¡Ahí va! ¡McGonagall me mata! – Se dio un golpe en la frente con la base de la mano y despidiéndose de él, se marchó corriendo.

- Perdería la cabeza si no fuera porque la lleva pegada... - Dijo para sí, viéndola alejarse a toda velocidad sobre sus largas piernas.

- Buenos días. – Sonó una amistosa voz a su espalda, llegando a su altura.

- Buenos días, señor. – Contestó el muchacho.

El que le había saludado resultó ser profesor de Estudios Muggles; Laertes Leibengood, un pelirrojo con los ojos azules y sonrisa encantadora, hermano mellizo de Lamia Leibengood, la maestra de Defensa Contra las Artes Oscuras. A pesar de tener unas facciones muy similares, no podría decirse que eran hermanos, eran la noche y el día: ella fue seleccionada para Slytherin y él para Gryffindor, cuando estudiaron en Hogwarts; ella era callada y bastante estricta, para su suave aspecto, y él muy abierto y educado para su apariencia rebelde. Además, era el único profesor que vestía de forma muggle: con pantalones vaqueros, camisas de botones y zapatillas de deporte; probablemente por haberse relacionado tanto con ellos, durante sus investigaciones para darles clase. Posiblemente, lo único que podría distinguirle en ese momento de un muggle era la larga chaqueta de terciopelo rojo granate con bordados de soles en dorado.

Edgar lo vio alejarse por el pasillo, muy tranquilo, con aquella vistosa prenda barriendo el suelo a su paso.

Pasó las horas deambulando por la escuela. Mientras los alumnos y profesores se congregaban en el comedor, él estaba en la biblioteca leyendo, repasando encantamientos, y cuando hubo pasado la tarde, al fin llegó algo que sí necesitaba... el club de duelo. Tenía un especial interés en ir ese día... practicar para su encuentro con Barron. Lo que le había pasado en Hogsmade no volvería a pasar.

Anduvo hasta el comedor, donde se había montado la superficie donde batirse. Atravesó las grandes puertas de madera y vio dentro a algunos alumnos charlando, pero ninguno parecía estar preparándose para ejercitarse.

- ¿Alguien quiere batirse conmigo? Necesito practicar. – Comentó en general, atándose el pelo en la nuca con una cinta negra, para que no se le metiera en medio.

- Yo. Hace tiempo que no me enfrento a nadie de Slytherin. - Un chico de Ravenclaw, de séptimo curso, salió del grupo.

Edgar dejó la túnica a un lado, el muchacho de Ravenclaw hizo lo mismo. Caminaron desde los extremos opuestos del tablado, bajo sus pies, un gran tapete mostraba las distintas etapas de la Luna. La gente se mantuvo en silencio mientras les observaban. Pusieron las varitas delante de sus rostros y se miraron intensamente a los ojos. Alargaron los brazos hasta mantener las varitas a los costados, dieron unos pasos para separarse y se giraron. El primero en atacar fue el de Ravenclaw.

- ¡Depulso! – Aquel hechizo lanzó a Edgar hacia atrás.

Cayó al suelo, y soltó un quejido por el golpe, pero se levantó ágilmente, volviendo a ponerse en guardia.

- ¡Expelliarmus! – Volvió a atacar.

- ¡Impedimenta! – Exclamó Edgar, pero llegó tarde y la varita salió disparada de su mano, tenía que ser más rápido. El siguiente ataque no tardó en llegar, era obvio que aquel estudiante era un veterano en eso de los duelos.

- ¡Serpensortia! – Una serpiente emergió de la varita y esta atacó al Slytherin.

- ¡Accio! – Miró la varita y esta volvió a su mano, en lo que esquivaba a la cobra. Tardó un segundo en recordar cualquier cosa que hiciese que aquella serpiente no le mordiese, dio tres golpes en el aire con la varita y apuntó al reptil.

- ¡Vera Verto! – Y la serpiente tomó la forma de un cáliz de agua. Luego apuntó al Ravenclaw y siguió, sin perder más tiempo. – ¡Rictusempra!

- ¡Impedimen...! – El atacado cayó al suelo riéndose sin parar. - ¡Me rindo, me rindo! – Gritó entre carcajadas, encogido agarrándose el estómago.

- Finite Incantatem. – Tras decir esto, el chico dejó de reírse, grandes lágrimas caían de sus ojos por la risa. – Gracias por la práctica, eres muy bueno. – Le ofreció la mano para levantarse y la aceptó.

- Para ser de sexto tú tampoco eres malo. – Se secó la cara con la manga de la camisa. – Ya te pediré la revancha. – Salió de la superficie, algunos de los espectadores aplaudían, Slytherins en su mayoría.

- ¿Alguien más? – Preguntó al público, aún sobre las tablas. Salió una chica de Gryffindor, a la que abuchearon los de Slytherin.

El duelo duró poco, ganó ella usando un Silencius, con lo cual, Edgar no pudo convocar ninguna nueva orden a su varita. Lo liberó y él bajó hasta el público, donde otra chica salió a enfrentarse con la primera. Así pasó gran parte de la tarde, entre duelos, acabó participando en seis, ganando cuatro. No estaba mal, pero tenía que ser mejor. Por lo menos ser espectador de tantos combates le había servido para aprender algo de estrategia y recordar algunos hechizos que casi había olvidado.

Pasó toda la semana quedando con gente con la que batirse en la Sala de los Menesteres, practicando y procurando cada vez ser mejor, cada vez más rápido pensando los hechizos a usar.

Reanudó sus clases, por suerte, los profesores no tuvieron impedimento en hacerle los exámenes perdidos, en sus horas libres. Era como si nada hubiera ocurrido, por lo menos por su parte. Trataba de aparentar ser igual que antes de la muerte de sus padres; nadie tenía que darse cuenta de lo que estaba sufriendo y lo que odiaba a Barron y cómo sus deseos de venganza hacia él eran cada vez más fuertes... nadie tenía que darse cuenta de que tenía un plan... y que pensaba llevarlo a cabo pronto.