-Poniendo en marcha el plan-
Había pasado horas, días y noches planeándolo, y lo había hecho de forma tan silenciosa y tan discreta que ni siquiera Brena se había dado cuenta de nada. Ya no le dejaban salir a Hogsmade. Sugerencia, o más bien orden, de su tutor, pero eso no le impediría seguir con el plan.
Era bien entrada la mañana y no había nadie a la vista. Sacó su escoba al patio y montándose en ella, despegó hacia el pueblo.
De detrás de una columna salió Brena, que había estado siguiendo a Edgar cuando comenzó a darse cuenta de que su normal estado era demasiado extraño para alguien que acababa de perder a su familia. Le vio salir de la escuela y sin más dilación le siguió desde una distancia prudencial, para saber a dónde iba.
Volaron hasta Hogsmade, donde el medio-vampiro descendió y desmontó. Brena hizo lo propio, desde una esquina, escondiéndose aún. Lo siguió hasta la entrada a la taberna "Cabeza de Puerco". Brena miró a ambos lados antes de entrar, aquel lugar le ponía la carne de gallina. Se asomó dentro para ver por última vez a Edgar antes de esperarle afuera, era un lugar húmedo, oscuro y maloliente, ciertamente, el aspecto inmaculado del elegante muchacho sentado en la barra llamaba especialmente la atención. Muchos de los que estaban allí le miraron durante un segundo, antes de volver a lo suyo, sólo una bruja, con un sombrero de ala ancha, se quedó mirándole más. Brena salió de nuevo y se quedó al lado de la puerta, esperando a que su amigo saliera de nuevo.
Edgar había pedido un vaso de zumo de calabaza, con toda calma, pero no le dio ni un trago, intentaba concentrarse en la escasa gente que le rodeaba. Miró la bebida, el recipiente estaba muy sucio y el color mortecino del líquido no es que le inspirase demasiada confianza. Miró de reojo, a través de la cortina de su pelo, a una mujer de aspecto desaliñado, su ropa estaba hecha jirones por los bordes, el sombrero que llevaba estaba ajado y la gasa que lo decoraba había tenido mejores tiempos. La bruja tenía la tez oscura, algo más que Brena, y sus hundidos ojos eran de color verde, y no le quitaba la vista de encima.
El chico pensó que ya había conseguido lo que andaba buscando así que tras pagar al arisco tabernero, salió del lugar. No le hizo falta mirar hacia atrás para darse cuenta de que aquella mujer de la ropa gastada le seguía. En el exterior del local no había nadie, mejor.
Caminó hacia un callejón de enfrente y se subió con descuido el cuello de la capa, preparando con disimulo la varita en el bolsillo interior de la prenda. Una vez en la calleja, se giró y sacó el arma, se sorprendió, y mucho, de no ver a nadie tras él.
- ¿Dónde se ha metido? – Se preguntó.
- Aquí, muchacho. – Dijo una voz ronca de mujer a su espalda. Se dio la vuelta deprisa y trató de encarar a quien fuera, pero no había nadie tampoco detrás.
Edgar frunció el entrecejo, con una capa de invisibilidad o un conjuro Dissaparate, no contaba. Entonces lo oyó.
- Silencius. – Tras lo cual no pudo volver a hablar, ni siquiera para intentar usar sobre sí mismo el contrahechizo. – Immobilus. – Y se quedó completamente quieto en el sitio, en la misma postura, sin poder articular ni un miembro. La bruja se hizo visible de nuevo. – No sé cómo pudiste enfrentarte a Lordarus pero esta vez no has sido tan listo, querido. – Le sonrió, mostrando una dentadura desigual, pero la sonrisa desapareció al ver lo que pendía del cuello del joven. - ¿Un cristal de conexión? Muy inteligente, pero no muy útil si no recibes daño físico, ¿no es así? – Poco a poco lo extrajo de su cuello y lo tiró hacia una esquina. Entonces le quitó la varita. – Esto tampoco lo vas a necesitar. – Volvió a sonreír. – Vamos, pequeño, nos esperan. – Ya iba a usar un hechizo de transporte cuando de detrás de la esquina hacia donde había tirado el cristal, salió Brena, varita en mano.
- ¡Quítale las manos de encima! – Gritó.
La mujer la miró con una expresión socarrona y con un simple movimiento y un murmullo, Brena se desplomó.
- Niños... Seguro que tu amiga nos será muy útil, así que se viene con nosotros, ¿te parece bien? – Preguntó al inmóvil muchacho. – Lo tomaré como un "sí". – Y sin más dilación los tres desaparecieron por un transladador con forma de ejemplar destrozado de "El Profeta".
