-Cambios en los planes-

Ni siquiera se había enterado de que le habían dejado inconsciente de nuevo y tampoco que le habían encadenado a una pared, de las muñecas, con los pies a un par de centímetros del suelo. Le dolían los brazos, seguramente llevaba así bastante rato. Revisó la habitación con la vista, tratando de no moverse mucho, para que el duro metal de los grilletes no le hiciera más daño del que ya estaba recibiendo. Brena estaba en la pared de enfrente, sentada en el suelo, con un pie encadenado a la pared, y estaba desmayada.

- ¡Brena, despierta! – Le gritó.

- No la despiertes aún, cuando lo haga, empezará el interrogatorio. ¿No querrás que sufra antes de tiempo, verdad, Edgar?

El chico giró la cabeza para ver a quién hablaba, estaba en una esquina en penumbra, y casi no se le distinguía la cara.

- Para usted soy McHamill. – No le hizo falta presentación para saber de quién se trataba aquel oculto personaje.

- Muy bien, McHamill. – Salió de la sombra. Era un hombre de una edad similar a la de Snape, tal vez mayor; con el pelo largo y de color castaño, con canas, y que empezaba a escasearle por la zona de la frente. Llevaba ropa completamente negra y giraba un objeto en sus manos, Edgar lo reconoció como una máscara.

- ¡Tú mataste a mis padres! Desde que me suelte, ten por seguro que te mataré.

- Palabras muy grandes para alguien de tu edad. – Se acercó más al joven y le sonrió suavemente. – En un ratito, tú y yo tendremos una amena charla. Hasta entonces, disfruta de mi hospitalidad. – Y saliendo por la puerta de la mazmorra, desapareció de la vista.

- Bastardo... - Volvió de nuevo su atención hacia Brena. No quería despertarla. La observó durante un par de minutos. Le había seguido... por su culpa estaba en este problema, si él no se lo hubiera contado todo en un principio... si él no hubiera salido a buscar a los seguidores de Barron, ella estaría a salvo en Hogwarts... Era un estúpido egoísta... por su culpa le harían daño y probablemente la matarían.

- ¿Ed-Edgar? – La voz de la alemana le despertó de sus pensamientos. - ¿Dónde estamos? ¿Qué ha pasado?

Lamentó que se hubiera despertado tan pronto, antes de tener una idea para sacarla de allí.

- Nos han cogido Barron y sus seguidores. – Le informó. – Y nos van a torturar.

Wagner abrió la boca para hablar, pero ningún sonido salió de sus labios.

- Perdóname, por favor.

- ¿Por qué?

- Por meterte en este lío. – Apartó la vista de ella.

- Fui yo quien decidió seguirte...

- Te van a hacer daño, para sacarme información.

- Juego al Quidditch, me he roto tres veces el brazo y una vez la pierna en mitad de partidos... no me da miedo el dolor.

Edgar levantó la vista hacia ella, parecía tan fuerte...

- Pase lo que pase, tú no respondas a lo que te pregunten, no importa lo que me hagan.

- No puedo permitir que te hagan daño.

- Prométemelo.

- No...

- ¡Prométemelo!

- Lo prometo.

Cuando acabó la frase, la bruja que les había traído allí y tres hombres más, los desencadenaron y los subieron hasta la planta baja de lo que parecía una gran mansión, muy antigua, con cuadros inmensos por las paredes, retratos cuyos fríos ojos seguían al grupo hasta lo que parecía un antiguo salón de baile. Allí, sentados, había varios personajes vestidos de color oscuro, Barron estaba en el medio y tenía la piedra incompleta entre sus enguantadas manos.

- Buenos días, señorita Wagner. Es un placer conocerla. – Dijo poniéndose en pie.

- El placer es todo suyo... - Respondió ella poniendo una cara.

La bruja estuvo a punto de golpearla, pero no lo hizo ante la mirada severa de Barron, tenía cosas más dolorosas en mente. Les encadenaron las muñecas al suelo, a él cerca de las sillas y a ella a unos metros de estas. Estaban arrodillados mirándose de frente, como en las mazmorras, pero ahora en iguales condiciones.

- Bien, hechos ya los preparativos creo que podemos empezar. – Indicó el jefe del grupo. – McHamill, ¿dónde está la piedra que le confió su madre?

No lo sabía, realmente no sabía que la piedra de su anillo era lo que estaba buscando con tanta ansia... Miró a Brena y esta negó con la cabeza.

- No sé de qué me está hablando.

Barron respiró hondo.

- Si no me lo dices, tu amiga será la que sufra tu carencia de sentido común.

Edgar se le quedó mirando.

- Muy bien... Rory, haz los honores.

La bruja encaró a la chica encadenada y apuntó hacia ella con su varita.

- Crucio. – Ante aquel hechizo, uno de los tres Imperdonables, el cuerpo de Brena comenzó a retorcerse de dolor, consiguiendo arrancar gritos de la chica.

- Basta. – Dijo Barron. Rory levantó la varita y la alemana dejó de sufrir.

- ¿Y bien?

Edgar mantenía la compostura, había pasado mucho tiempo ensayando aquel modo frío. Brena lloraba en el suelo, lo más encogida que podía estando encadenada. En silencio Edgar le pedía que le perdonase.

- Si el dolor de tu amiga no es suficiente incentivo para hacerte hablar, tú sufrirás su suerte.

- Pues ya puede empezar. – Estrechó los ojos, mirándole con fiereza.

- Como quieras. ¡Crucio! – Usó aquel infame hechizo contra él y al igual que Wagner el dolor fue indescriptible. Pero no le sacaron un sólo grito. El dolor cesó. – Eres duro, muchacho, como lo fue tu madre. ¿Sabes lo que tuve que hacerle intentando sacarle información? Claro que no lo sabes... pero te lo voy a contar.

El chico le miraba con odio, respirando pesadamente.

- Verás. Hicimos esto mismo, ella a un lado y tu padre a otro. Torturamos a tu padre, mientras ella miraba, sin resultado, como ahora. Cruciatus tras Cruciatus, pero nada. Tu padre se derrumbó enseguida, no hablaba, pero sí gritaba, mucho, además. No nos era demasiado útil, así que le matamos, poco a poco, no hubo Avada Kedravra para él, ni tampoco lo habría para tu madre.

Edgar cada vez tenía más ganas de sacarle los ojos con sus propias manos.

- Después de matarle a él, seguimos "trabajando" con ella. Más tortura, al igual que tú, no mostró ni el más mínimo signo de dolor, ni una lágrima, ni un gemido. Era obvio que no hablaría. Así que la sacamos de las mazmorras de tu casa y la subimos hasta el jardín, el sol brillaba deslumbrante... Sus cenizas volaron por todas partes... - Sonrió ante la cada vez más agresiva expresión del chico. – Pusimos patas arriba tu casa, ni rastro de la gema... Pero nos imaginamos que eras tú el que la tenía, sólo quedabas tú, tu familia vampira digamos que... tampoco sabían nada y si lo sabían, se lo llevaron consigo. Por suerte, los Caballeros de Caesar sabían sus paraderos, de todos y cada uno... y sólo hubo que sacarles al exterior... Son muy útiles cuando quieren... Por desgracia para ti, el sol no te mata... así que tu sufrimiento durará un poco más. Conseguiré la piedra, aunque tenga que arrancarte su localización a golpes.

Edgar estaba ciego de rabia, había exterminado a su familia... y los de Caesar le habían ayudado...

- ¿No tienes nada que decir?

No hubo palabras, el mestizo le escupió a la cara. Barron se limpió con un pañuelo que tenía en su chaqueta y luego le golpeó con el reverso de la mano.

- Maldito sangresucia... - Eso le había hecho perder aquel aire graciosillo y calmado de hasta entonces. – Sigan con ella. Ya veremos si los gritos de la chica le hacen cantar.

Brena cerró los ojos y esperó el dolor de nuevo. Con otro Cruciatus volvió a llorar y gritar, su voz inundaba y resonaba en la estancia. La tortura paró, permitiendo respirar a la muchacha durante unos pocos segundos, para volver de nuevo al principio. McHamill trataba de no echarse a llorar viendo el sufrimiento de su mejor amiga. Pero no pudo seguir concentrándose en ella cuando él mismo sintió de nuevo el efecto de la maldición.

- Ya vale. Vamos a hacer un descanso... dejémosle despedirse. Seguro que tienen mucho que decirse antes de morir.

A esto, los torturadores y el mortífago salieron de la estancia, dejándoles solos.

- Brena, Brena, mírame... ¿cómo estás? – Era una pregunta estúpida, pero su mente no estaba para juegos florales.

- No-no te preocupes... - Hipó. – Snape vendrá a buscarnos... como cuando te salvó la otra vez... - Dijo forzándose a sonreír.

- Esta vez no vendrá... ella me quitó el cristal... Vamos a morir, Brena, lo siento... -

- Sí que vendrá... yo recogí el cristal del suelo... lo tengo colgado, por dentro de la camisa. Tienes que aguantar hasta que venga con la ayuda, Edgar...

La miró incrédulo, eso había sido inteligente, por eso le había hecho prometer que no hablase aunque le hicieran daño a ella... entre más daño le hacían, más probable era que el profesor les encontrara.

- Aguanta tú también, por favor... Por mí.

Una expresión que Brena jamás había visto en la cara de su amigo, apareció, se había vuelto tan humano... como si su lado vampiro, el que normalmente le hacía comportarse de manera tan distante; no le controlase en ese momento.

- Claro, por ti. – Sonrió.

- Se está haciendo de noche, tendré más fuerza... y más hambre... Si actúo de forma extraña no te preocupes, tú sigue igual... - Aquel calmado momento se acabó al reentrar todos sus torturadores.

- Espero que ya se hayan dicho todo lo que se tenían que decir, porque ya no tendrán más oportunidades. Bien, McHamill, ¿se te ocurre algo interesante que decirme? – Le levantó la barbilla con cuidado, apartando el pelo negro de la cara del muchacho delicadamente.

- Sí... - Dijo con aire derrotado. Barron se acercó más a él, con una amplia sonrisa de satisfacción en su cara. - ¡Qué te folle un calamar, cabrón! – Y se empezó a reír como un loco, el eco de sus carcajadas llenaron la habitación.

- Estás agotando mi paciencia, jovencito. – Trataba de mantener la compostura, el chico estaba ya en tal estado de dolor que reía por no llorar.

- ¿Sí? Pues espera, porque lo mejor está por venir. – Dijo con una de sus sonrisas enigmáticas, calmándose al momento. - ¿Te puedo preguntar una cosa? – Entre más tiempo ganasen, mejor.

- Pregunta. – Barron parecía encontrar bastante cómica la actual actitud irregular del estudiante.

- ¿Qué hora es?

- Las ocho y media. – Respondió mirando el reloj que estaba a las espaldas del chico, en una pared.

- Mmh... justo la hora de la cena. – Y apoyando las manos en el suelo, consiguió, con un pie, darle una patada en la cara, rompiéndole la nariz. Tiró de las cadenas, a la vez que se incorporaba, mientras los demás tipos reaccionaban, y arrancó las argollas que las agarraban al suelo, sus manos sangraban por los cortes del metal sobre su piel. Una vez de pie, le dio un cadenazo a Barron, quitándole la varita de la mano y recogiéndola. - ¿Nunca te dijo tu madre no acercarte a un semivampiro en ayunas de noche? – Su cara se contrajo, mostrando unos ojos casi tan afilados como sus colmillos. – Que esos no se acerquen, o desearás que use el Avada Kedravra contigo. Den las varitas a Brena.

- ¡Háganlo! – Gritó con la cara ensangrentada. Cuando el chico estaba viendo lo que hacían, Barron le dio una patada en una rodilla y se levantó, saliendo corriendo. Edgar fue tras él.

En ese momento de caos, una gran explosión causada por el hechizo Bombarda, irrumpió en la sala; el profesor Snape, Dumbledore, McGonagall y la hermana Leibengood entraron a través del humo.

Ante su llegada y por la falta de varitas en ese momento, todos se quedaron inmóviles. McGonagall fue a atender a la chica encadenada que tenía más de media docena de varitas en sus manos.

- ¿Cómo estás, querida? – Le preguntó. -Esteim Apeiro. – Dijo señalando las cerraduras de las cadenas con su varita, para abrirlas.

- Me duele todo... Edgar se ha ido tras Barron... Por ahí. – Señaló la puerta por donde se fueron. Severus no perdió más tiempo y siguió el rastro de destrozos y objetos derrumbados al paso de aquellos dos.

Edgar había logrado acorralar a Barron en un pasillo, las puertas más cercanas a él estaban cerradas y no había más salidas.

- Mataste a mis padres, a mi clan...

Barron no sabía qué hacer, sin pensárselo mucho le arrojó la piedra, que tenía el tamaño de una mandarina.

- Quédatela, muchacho. Te enseñaré cómo usarla, el mundo será nuestro, pero déjame escapar.

El semivampiro recogió la gema del suelo y la miró, luego miró a Barron.

- ¿Sabes lo más gracioso de todo? Que la has tenido a tu alcance todo este tiempo y no lo sabías. – Se quitó el anillo y dobló la serpiente que mantenía la piedra roja en su sitio, para sacarla. La añadió a la original y se fundieron, brillando. Tiró la montura del anillo al suelo y esta soltó un tintineo al chocar contra el suelo de mármol. – Pero yo no la quiero. Lo único que quiero es lo que tú le has arrebatado a todos los míos. Quiero tu vida. – Levantó la varita hacia él. – Avada...

El mortífago cerró los ojos, esperando su castigo final, pero este no llegó. Al abrir los ojos, Severus Snape, que fue uno de los suyos hacía años; sujetaba la mano en la que el chico tenía la varita.

- No merece la pena ir a Azkaban por este desecho, McHamill. – Le dijo en un tono suave, sin soltarle en ningún momento.

- Por su culpa estoy solo. Mis padres sufrieron durante horas sus torturas, incluso Brena... y yo... Y mi clan... Merece morir. ¡Merece morir! – Trató de levantar de nuevo la varita, pero la mano del profesor, que le sujetaba sin fuerza, lo impidió. – Quiero venganza...

- Azkaban es peor que estar muerto, Edgar. Eso es lo que tus padres y tu clan querrían. Ellos no hubieran deseado que te convirtieras en algo como él. – Señaló a su antiguo aliado, que observaba su conversación.

Edgar bajó la vista y dejó de hacer fuerza con la mano. Miró el anillo en el suelo, a sus pies y lo recogió, aún sin la gema representaba a su gente. Se lo puso de nuevo y le dio la piedra y la varita a Snape. Dio un par de pasos alejándose del profesor y este usó de nuevo un hechizo paralizante contra el mortífago para dejarlo a merced de la gente del Ministerio de Magia, que estaban al llegar.

- Lo has hecho muy bien. – Pasó una mano por el lacio pelo del muchacho. – Vamos con los demás. Tu amiga debe estar mordiéndose las uñas de los nervios.

Los dos magos se reunieron con el grupo de profesores y con los torturadores, que eran un atajo de estatuas. Brena se colgó del cuello de Edgar y se echó a llorar. Snape le dio la piedra a Dumbledore, que la guardó en un bolsillo de su túnica.

A la media hora llegaron los del Ministerio y todos los asistentes a Hogwarts pudieron volver allí. Los dos alumnos fueron llevados a la enfermería, donde durmieron esa noche, tras haber comido algo. Al fin había acabado su pesadilla.