RUMBOS OPUESTOS
La noche serena anunciaba una velada de estrellas, de cielo iluminado y fresco. Era ya mediados de Lotessë, de días cálidos y de noches de brisa ligera y refrescante.
Así siempre las noches hechas para los amantes, esas que parecen tan cortas y a la vez infinitas. Cuando en brazos suaves consiguen cobijo, o en suaves susurros consiguen el placido sueño. Esas eran los noches de los recién reencontrados Gilheniel y Aiwan, que descansaban bajo un techado sencillo en las cercanías del mar, de aquella orilla escondida. Esa era la gloria del amor bajo la luna creciente y siempre brillante, de paz y serenidad; No como la que semanas antes viviera uno de los habitantes de la creciente Olostion. Aquella que desataría tantos sucesos y que sería como la primera gota que cae del cielo sobre la alta montaña, bajando entre las ramas hasta que convirtiéndose en riachuelo atrae mas agua y forma un río indetenible y tempestuoso.
Aquella oscura noche, cuando se levantó un gran bullicio y muchos jinetes negros encendían los cultivos y daban muerte a quienes salían en su defensa.
Aquella noche estaba Valamir en pie, con el sueño tranquilo arrancado de sus ojos y presto con la primera cosa que consiguió a la mano: un tridente del granero para ayudar a su padre a expulsar a los invasores de sus tierras. Eran tiempos pacíficos y no estaba instruido en el camino de la espada por petición de su madre Aëregwen, pero principalmente de Galahir, su padre.
Así entre los gritos lejanos y el fuego peleaban los hombres, y más allá la guardia real ya rechazaba los intrusos y estos huían con lo poco que pudieron robar; otros morían por la lanza y la flecha certera, también por la mordedura fría de las espadas brillantes. Sin embargo Galahir y su hijo aun combatían con cuatro Morhunrim, los guerreros de corazón negro, como se hacían llamar: uno a caballo y tres que peleaban a pie.
Uno de ellos se enfrentaba cuerpo a cuerpo contra Valamir, los otros dos a pie tenia la lucha perdida contra el gondoriano Camelong (manos pesadas), que demostraba increíble habilidad con ambos brazos; portaba una espada corta en su izquierda y una espada mas gruesa y rojiza en su diestra llamadas Sigilach y Crislach (La Daga y Espada de la llama danzante) también conocidas como Muinthel (las Hermanas) que anteriormente habían dado fin a muchos; por que aun en las tierras que le vieran nacer, Galahir tuvo que combatir desde muy joven y ya para ese entonces prometía mucho como guerrero. Sin embargo su único norte fue su familia y demostraba su destreza que no menguaba con el tiempo, solo cuando era necesario, como en esta ocasión por ejemplo: Se enfrentaba cómodamente a dos adversarios a la vez y ya uno estaba herido de muerte.
Valamir Mithenel (de los ojos grises) había aniquilado a su oponente y le daba la estocada final al herido por su padre, mientras éste terminaba con su enemigo. Pero quiso el destino serle adverso cuando al detener un ataque con Sigilach y esgrimir la espada hacia el corazón del Morhunin; al fin se decidiera a atacar el jinete que se había mantenido observando la lucha, tomándolo desprevenido.
Dhurog era el nombre de aquel jinete. Era de piel blanca, tostada por el sol, no era muy grueso de cuerpo, no tenía cabello y usaba barba corta pero espesa de color rojizo oscuro. No portaba espada, solo un guante negro metálico en su mano derecha que le cubría parte del antebrazo. A simple vista parecería alguien que representa poco peligro, pero no era así; sobre su corcel Rhoscel se lanzó sobre Galahir que le daba casi la espalda y éste no le vio venir de pronto.
Dhurog con la rapidez y agilidad de su mano izquierda desplegó una cinta oscura que llevaba al cinto, que como una serpiente atrapó al padre de Valamir por el cuello y éste sintió el golpe y la asfixia repentina, además de la presencia del caballo a sus espaldas mientras era sujetado y quedaba a merced de su adversario en tierra.
Su hijo corrió para ayudarle, mientras el enemigo que casi perecía ante Muinthel aprovechó para con la espada destajarlo, y sobre el pecho le hizo una herida muy seria, que hubiese sido mortal si Mithenel no se hubiese abalanzado sobre él matándole, al clavarle la lanza por la espalda. Rápidamente atacó a Dhurog para salvar a su padre que ya estaba casi desvanecido, y éste le soltó para evitar la muerte segura, mientras Galahir caía ahora de bruces.
Dhurog esquivó el golpe y dio media vuelta en su caballo alejándose de Valamir, mientras como serpiente lista para atacar de nuevo, enroscó el látigo sobre sí mismo, para volver sobre un buen ángulo y castigar al muchacho insolente.
Mithenel pensando solo en su padre que estaba de cara al suelo y sangrando, corrió hacia él, sin percatarse que el enemigo no había huido como imaginó, si no que vendría por él de nuevo. Así, cuando al tratar de levantar a Galahir, Lygoth le mordió el brazo izquierdo y le jaló hacia atrás cayendo boca arriba dejándolo desconcertado. Dando un salto rápido desde Rhoscel, fue a buscarle mientras aun le sostenía. Valamir trató de incorporarse y con el tridente atacarle pero el Heiredan (el hombre zurdo) le soltó, y a cierta distancia se mantuvo con el látigo extendido en el suelo delante de él.
Tomando su arma de ocasión con ambas manos, Mithenel se mantuvo en guardia, mientras Rhoscel se encabritaba y con pasos fuertes y elegantes, pisaba el suelo detrás de su amo, como mofándose del joven.
Valamir era un hombre fuerte de contextura no muy gruesa, de cabellos claros como el cielo a la hora del alba, de ojos grises que recuerdan a los nobles numenoreanos en las tierras de Andor, alto, apenas en la edad viril, de hermoso rostro, inocente a pesar de su porte valiente y guerrero. Dhurog lo vio y se quedo quieto por unos minutos como pensando. De pronto sacudió a Lygoth contra el suelo y generando una onda acaricio las manos de Mithenel y una herida leve apareció en ellas, y en otro movimiento rápido del látigo ataco al frente y el joven esquivo el golpe, colocando la lanza tri punteada en defensa, pero le fue arrebatada lanzándole lejos y este quedo indefenso.
El Heiredan jugando con el joven, ejecutó un próximo movimiento de ataque girando el látigo casi en la cara de su adversario y le pareció a Valamir que la suerte le acompañaba y que había fallado el golpe, pero estaba errado; había sido solo para distraer su atención y tomar fuerza en un giro sobre sí mismo hacia la izquierda, así con la velocidad adquirida en el primer lance y un segundo giro de su brazo sobre su cabeza, dirigía ahora una mordida violenta a la pierna izquierda de Mithenel, hacia el tobillo, quedando a media espalda de Valamir. Le alcanzó entonces y enroscándole con fiereza y dolor, sintió la dura tensión aplicada a través del látigo y luego de súbito sintió el jalón, que bruscamente lo arrastraba por el suelo hacia el enemigo, mientras aun en su sorpresa había recibido un golpe fuerte en la cabeza y le dejaba aturdido. Dhurog no se detenía y reía a la par que lo atraía hacia él.
Al fin lo tuvo cerca y le colocó la bota de cuero sucia y gastada sobre el pecho y le escupió.
"Ja! Gusano! Arrástrate... si! Arrástrate siempre! Así te pisare cada vez que me plazca... jajajaja ya que al igual que este hombre muerto habrás de comer tierra también! O quizás deba alargar tu dolor con una muerte en vida? Ja! Ya se verá!"
En ese momento lo agarro por los cabellos y lo alzó mientras silbaba fuerte y llegaba a su encuentro el corcel oscuro como la tierra árida y seca, Rhoscel. Tomó a Valamir casi inconsciente y lo monto en la cruz del caballo y acto seguido subió a lomo y partió rápido al oeste, ya que llegaba ya la guardia real al sitio y otros de su banda que escapaban también le cubrían desde atrás la huida.
Mithenel, como en un mundo distante escucho lo que gritaban unos y otros y solo llegó a sentir algo de sosiego al saber que quizás su padre se salvaría, a diferencia de lo que le esperaba según él: una muerte dolorosa.
Había sido una noche de luna velada y las aguas del Nargaerur quietas y serenas acariciaban las costas a las primeras horas del la mañana. Corría el primer día de Lotessë ( -Mayo- Quenya) y los vientos habían cesado un poco; el calor comenzaba a sentirse radiar del suelo al morir la tarde y el vapor caliente se elevaba en la atmósfera hasta entrada la noche cuando se atenuaba un poco al venir del norte las brisas frías a refrescar el ambiente, así hasta las primeras horas de la mañana, cuando aun Anar en el cielo apenas iluminaba por sobre las altas montañas de las Meneltobas y conseguía el valle del Sirineldion, a los pies de las tres cascadas, en nieblas finas como brumas, que huían asustadas ante el Aran Elenion del Ilmen (el rey de las estrellas: El Sol), dejando al descubierto la hierba alta, las hojas tiernas y las ramas de los árboles, cargadas de frutos de la estación y hasta los capullos de las flores en rocío cristalino y brillante ante la luz. Así despertaba otro día en el valle; tranquilo para muchos, sereno. Para otros desesperado, de angustia.
Aëregwen al lado de Galahir, lloraba desconsolada. Desde Altari, se veían las volutas de humo, de incendios moribundos, y aun sobre los muros de la ciudad se podían ver los caballeros de la guardia aquí y allá.
Desde las Mithram, los muros de plata, miraba Nódriem hacia el Oeste, con la vista perdida en la lejanía. Junto a él, Aredhel el noble, que le hablaba acerca de lo sucedido la noche anterior y también del rapto y el futuro incierto de Valamir.
Nódriem Ionedhel ("Hijo de Elfo"; Sindarin) era amigo de Galahir, ya que su padre y Camelong, eran también amigos cuando vivian en Gondor. Luego de la muerte de sus padres Nódriem dejo la ciudad y se marcho lejos. En ese entonces, Valamir era aun pequeño y sin embargo grande era el afecto que sentía por él. Luego de muchas travesías y de ser llevado a Olostion durante el éxodo de la mano de su padre adoptivo Aredhel, se vieron de nuevo y fue feliz el encuentro.
Habían pasado muchos años y Valamir había ganado edad y estatura. Sin embargo, Ionedhel no dejaba de estar al pendiente de él; le enseñaba las artes escritas élficas aprendidas a su vez por el elfo Aredhel Lasscalen (Hoja Verde), lo instruía acerca de la historia antigua, acerca de la minería y el tallado de las gemas además de una que otra clase de ataque y defensa a escondidas de su padre. Mithenel, por su parte lo seguía y le admiraba; Siempre le había visto como un hermano mayor y le guardaba mucho respeto y cariño.
Mucho sufría Nódriem y su dolor le impelía a hacer algo al respecto; no pensaba quedarse de brazos cruzados. Así que organizando un grupo junto a Aredhel y algunos hombres, emprendieron la búsqueda hacia mas allá del Sirhelë, al oeste, que duró varios días pero ni huella, ni rastro encontró que le llevara a Valamir y su pena crecía con el pasar de las horas, de los días.
Por esos días, el segundo del mes para ser exacto, hacia el oeste distante, un hombre y varios compañeros lograban salir del gran desierto de Eärnar, el desierto del fuego, con rumbo incierto hacia las Ered Gaerin, buscando la ciudad de los tres ríos entre las montañas, sin hallarle durante los cuatro días siguientes. Nadie esperaría su llegada, valiosa sería su ayuda entonces.
Ionedhel al tercer día de viaje venía de regreso de las cercanías de Uileulca-ména (Región de la Enredadera Maligna, Quenya. Uilumgardh en sindarin, mismo significado) donde lograron avanzar muy poco, ya que eran tierras anegadas como pantanos, donde cierto artificio desconocido reinaba, haciendo a las plantas crecer en retorcidas formas y volverse traidoras a sus visitantes.
Se decía que atrapaban con sus largas ramas rastreras, los pies de los que osaban entrar y los ahogaban en las aguas oscuras; que los colgaban de cabeza en algún árbol marchito dejándolos a merced de alguna bestia salvaje o los envolvían como capullos y los mataban de hambre y sed. Rumores quizás, pero nadie se atrevía más allá de lo debido. Solo se supo de alguien que los cruzó alguna vez y salió de allí intocado, pero esos hechos pertenecen a otra historia.
Luego de comer un almuerzo furtivo, Nódriem le habló a Aredhel para que volviese a Olostion con los demás, ya que quizás sus fuerzas serian necesarias allá en la protección de las fronteras, mientras él continuaba solo hacia el norte, hacia las tierras de Sein Cair Andros, cruzando las Ered Meneltobas por el paso de Cîlross (Sindarin) con el fin de hablar con el duque en persona para pedir su ayuda.
Aredhel, creyó conveniente la propuesta y se decidió a partir prontamente, no sin antes hablarle:
"Hijo mío, vos que no procedéis de mi; grande como el cielo sobre nosotros es mi amor hacia vos. Sé perfectamente vuestra preocupación y vuestro afán, ya que tenéis en alta estima al joven de los ojos grises. Pero debéis entender también que hay ciertas cosas que escapan de nuestras manos y que el destino no os permite conseguir, por más fuerte que sea nuestro deseo.
Es desconocido para cualquiera, que tiene destinado Erú para cada uno de nosotros y os digo esto por que es posible que no este en vos hallarle y sea otro el hado que guíe a Valamir. Miradme! Bendecido fui en verdad al encontraros aquel día y bienaventurado nuestro camino hasta el sol de hoy.
Sin embargo, como ya he dicho, no está en nosotros decidir las maneras de cómo las cosas han de venir o suceder, solo podemos sortearlas para que nos favorezcan lo mas que se pueda.
Os ruego volváis a mi pronto, ya que al igual que vos, me entristecería no saber de alguien que es caro a mi corazón y mas aun saberlo perdido para siempre.
Aguardaremos hasta vuestro regreso, trayendo buenas nuevas con vos. Axor y yo esperaremos hasta entonces! Adiós!"
Y marchando con sus camaradas hacia el este, Aredhel se marchó, despidiéndose de Nódriem, mientras este se alistaba para encaminarse ahora hacia el noreste. Alejándose así más que nunca de Valamir, ya que Dhurog lo había llevado hacia el sur y no hacia el norte o el oeste, donde se pensaba habían huido los Morhunrim. A esas horas ya estaba en las cercanías del bosque muerto, hacia un lugar llamado Malt-hrota Casarion; Ya con anticipación, se habían cumplido las palabras de Aredhel.
La noche serena anunciaba una velada de estrellas, de cielo iluminado y fresco. Era ya mediados de Lotessë, de días cálidos y de noches de brisa ligera y refrescante.
Así siempre las noches hechas para los amantes, esas que parecen tan cortas y a la vez infinitas. Cuando en brazos suaves consiguen cobijo, o en suaves susurros consiguen el placido sueño. Esas eran los noches de los recién reencontrados Gilheniel y Aiwan, que descansaban bajo un techado sencillo en las cercanías del mar, de aquella orilla escondida. Esa era la gloria del amor bajo la luna creciente y siempre brillante, de paz y serenidad; No como la que semanas antes viviera uno de los habitantes de la creciente Olostion. Aquella que desataría tantos sucesos y que sería como la primera gota que cae del cielo sobre la alta montaña, bajando entre las ramas hasta que convirtiéndose en riachuelo atrae mas agua y forma un río indetenible y tempestuoso.
Aquella oscura noche, cuando se levantó un gran bullicio y muchos jinetes negros encendían los cultivos y daban muerte a quienes salían en su defensa.
Aquella noche estaba Valamir en pie, con el sueño tranquilo arrancado de sus ojos y presto con la primera cosa que consiguió a la mano: un tridente del granero para ayudar a su padre a expulsar a los invasores de sus tierras. Eran tiempos pacíficos y no estaba instruido en el camino de la espada por petición de su madre Aëregwen, pero principalmente de Galahir, su padre.
Así entre los gritos lejanos y el fuego peleaban los hombres, y más allá la guardia real ya rechazaba los intrusos y estos huían con lo poco que pudieron robar; otros morían por la lanza y la flecha certera, también por la mordedura fría de las espadas brillantes. Sin embargo Galahir y su hijo aun combatían con cuatro Morhunrim, los guerreros de corazón negro, como se hacían llamar: uno a caballo y tres que peleaban a pie.
Uno de ellos se enfrentaba cuerpo a cuerpo contra Valamir, los otros dos a pie tenia la lucha perdida contra el gondoriano Camelong (manos pesadas), que demostraba increíble habilidad con ambos brazos; portaba una espada corta en su izquierda y una espada mas gruesa y rojiza en su diestra llamadas Sigilach y Crislach (La Daga y Espada de la llama danzante) también conocidas como Muinthel (las Hermanas) que anteriormente habían dado fin a muchos; por que aun en las tierras que le vieran nacer, Galahir tuvo que combatir desde muy joven y ya para ese entonces prometía mucho como guerrero. Sin embargo su único norte fue su familia y demostraba su destreza que no menguaba con el tiempo, solo cuando era necesario, como en esta ocasión por ejemplo: Se enfrentaba cómodamente a dos adversarios a la vez y ya uno estaba herido de muerte.
Valamir Mithenel (de los ojos grises) había aniquilado a su oponente y le daba la estocada final al herido por su padre, mientras éste terminaba con su enemigo. Pero quiso el destino serle adverso cuando al detener un ataque con Sigilach y esgrimir la espada hacia el corazón del Morhunin; al fin se decidiera a atacar el jinete que se había mantenido observando la lucha, tomándolo desprevenido.
Dhurog era el nombre de aquel jinete. Era de piel blanca, tostada por el sol, no era muy grueso de cuerpo, no tenía cabello y usaba barba corta pero espesa de color rojizo oscuro. No portaba espada, solo un guante negro metálico en su mano derecha que le cubría parte del antebrazo. A simple vista parecería alguien que representa poco peligro, pero no era así; sobre su corcel Rhoscel se lanzó sobre Galahir que le daba casi la espalda y éste no le vio venir de pronto.
Dhurog con la rapidez y agilidad de su mano izquierda desplegó una cinta oscura que llevaba al cinto, que como una serpiente atrapó al padre de Valamir por el cuello y éste sintió el golpe y la asfixia repentina, además de la presencia del caballo a sus espaldas mientras era sujetado y quedaba a merced de su adversario en tierra.
Su hijo corrió para ayudarle, mientras el enemigo que casi perecía ante Muinthel aprovechó para con la espada destajarlo, y sobre el pecho le hizo una herida muy seria, que hubiese sido mortal si Mithenel no se hubiese abalanzado sobre él matándole, al clavarle la lanza por la espalda. Rápidamente atacó a Dhurog para salvar a su padre que ya estaba casi desvanecido, y éste le soltó para evitar la muerte segura, mientras Galahir caía ahora de bruces.
Dhurog esquivó el golpe y dio media vuelta en su caballo alejándose de Valamir, mientras como serpiente lista para atacar de nuevo, enroscó el látigo sobre sí mismo, para volver sobre un buen ángulo y castigar al muchacho insolente.
Mithenel pensando solo en su padre que estaba de cara al suelo y sangrando, corrió hacia él, sin percatarse que el enemigo no había huido como imaginó, si no que vendría por él de nuevo. Así, cuando al tratar de levantar a Galahir, Lygoth le mordió el brazo izquierdo y le jaló hacia atrás cayendo boca arriba dejándolo desconcertado. Dando un salto rápido desde Rhoscel, fue a buscarle mientras aun le sostenía. Valamir trató de incorporarse y con el tridente atacarle pero el Heiredan (el hombre zurdo) le soltó, y a cierta distancia se mantuvo con el látigo extendido en el suelo delante de él.
Tomando su arma de ocasión con ambas manos, Mithenel se mantuvo en guardia, mientras Rhoscel se encabritaba y con pasos fuertes y elegantes, pisaba el suelo detrás de su amo, como mofándose del joven.
Valamir era un hombre fuerte de contextura no muy gruesa, de cabellos claros como el cielo a la hora del alba, de ojos grises que recuerdan a los nobles numenoreanos en las tierras de Andor, alto, apenas en la edad viril, de hermoso rostro, inocente a pesar de su porte valiente y guerrero. Dhurog lo vio y se quedo quieto por unos minutos como pensando. De pronto sacudió a Lygoth contra el suelo y generando una onda acaricio las manos de Mithenel y una herida leve apareció en ellas, y en otro movimiento rápido del látigo ataco al frente y el joven esquivo el golpe, colocando la lanza tri punteada en defensa, pero le fue arrebatada lanzándole lejos y este quedo indefenso.
El Heiredan jugando con el joven, ejecutó un próximo movimiento de ataque girando el látigo casi en la cara de su adversario y le pareció a Valamir que la suerte le acompañaba y que había fallado el golpe, pero estaba errado; había sido solo para distraer su atención y tomar fuerza en un giro sobre sí mismo hacia la izquierda, así con la velocidad adquirida en el primer lance y un segundo giro de su brazo sobre su cabeza, dirigía ahora una mordida violenta a la pierna izquierda de Mithenel, hacia el tobillo, quedando a media espalda de Valamir. Le alcanzó entonces y enroscándole con fiereza y dolor, sintió la dura tensión aplicada a través del látigo y luego de súbito sintió el jalón, que bruscamente lo arrastraba por el suelo hacia el enemigo, mientras aun en su sorpresa había recibido un golpe fuerte en la cabeza y le dejaba aturdido. Dhurog no se detenía y reía a la par que lo atraía hacia él.
Al fin lo tuvo cerca y le colocó la bota de cuero sucia y gastada sobre el pecho y le escupió.
"Ja! Gusano! Arrástrate... si! Arrástrate siempre! Así te pisare cada vez que me plazca... jajajaja ya que al igual que este hombre muerto habrás de comer tierra también! O quizás deba alargar tu dolor con una muerte en vida? Ja! Ya se verá!"
En ese momento lo agarro por los cabellos y lo alzó mientras silbaba fuerte y llegaba a su encuentro el corcel oscuro como la tierra árida y seca, Rhoscel. Tomó a Valamir casi inconsciente y lo monto en la cruz del caballo y acto seguido subió a lomo y partió rápido al oeste, ya que llegaba ya la guardia real al sitio y otros de su banda que escapaban también le cubrían desde atrás la huida.
Mithenel, como en un mundo distante escucho lo que gritaban unos y otros y solo llegó a sentir algo de sosiego al saber que quizás su padre se salvaría, a diferencia de lo que le esperaba según él: una muerte dolorosa.
Había sido una noche de luna velada y las aguas del Nargaerur quietas y serenas acariciaban las costas a las primeras horas del la mañana. Corría el primer día de Lotessë ( -Mayo- Quenya) y los vientos habían cesado un poco; el calor comenzaba a sentirse radiar del suelo al morir la tarde y el vapor caliente se elevaba en la atmósfera hasta entrada la noche cuando se atenuaba un poco al venir del norte las brisas frías a refrescar el ambiente, así hasta las primeras horas de la mañana, cuando aun Anar en el cielo apenas iluminaba por sobre las altas montañas de las Meneltobas y conseguía el valle del Sirineldion, a los pies de las tres cascadas, en nieblas finas como brumas, que huían asustadas ante el Aran Elenion del Ilmen (el rey de las estrellas: El Sol), dejando al descubierto la hierba alta, las hojas tiernas y las ramas de los árboles, cargadas de frutos de la estación y hasta los capullos de las flores en rocío cristalino y brillante ante la luz. Así despertaba otro día en el valle; tranquilo para muchos, sereno. Para otros desesperado, de angustia.
Aëregwen al lado de Galahir, lloraba desconsolada. Desde Altari, se veían las volutas de humo, de incendios moribundos, y aun sobre los muros de la ciudad se podían ver los caballeros de la guardia aquí y allá.
Desde las Mithram, los muros de plata, miraba Nódriem hacia el Oeste, con la vista perdida en la lejanía. Junto a él, Aredhel el noble, que le hablaba acerca de lo sucedido la noche anterior y también del rapto y el futuro incierto de Valamir.
Nódriem Ionedhel ("Hijo de Elfo"; Sindarin) era amigo de Galahir, ya que su padre y Camelong, eran también amigos cuando vivian en Gondor. Luego de la muerte de sus padres Nódriem dejo la ciudad y se marcho lejos. En ese entonces, Valamir era aun pequeño y sin embargo grande era el afecto que sentía por él. Luego de muchas travesías y de ser llevado a Olostion durante el éxodo de la mano de su padre adoptivo Aredhel, se vieron de nuevo y fue feliz el encuentro.
Habían pasado muchos años y Valamir había ganado edad y estatura. Sin embargo, Ionedhel no dejaba de estar al pendiente de él; le enseñaba las artes escritas élficas aprendidas a su vez por el elfo Aredhel Lasscalen (Hoja Verde), lo instruía acerca de la historia antigua, acerca de la minería y el tallado de las gemas además de una que otra clase de ataque y defensa a escondidas de su padre. Mithenel, por su parte lo seguía y le admiraba; Siempre le había visto como un hermano mayor y le guardaba mucho respeto y cariño.
Mucho sufría Nódriem y su dolor le impelía a hacer algo al respecto; no pensaba quedarse de brazos cruzados. Así que organizando un grupo junto a Aredhel y algunos hombres, emprendieron la búsqueda hacia mas allá del Sirhelë, al oeste, que duró varios días pero ni huella, ni rastro encontró que le llevara a Valamir y su pena crecía con el pasar de las horas, de los días.
Por esos días, el segundo del mes para ser exacto, hacia el oeste distante, un hombre y varios compañeros lograban salir del gran desierto de Eärnar, el desierto del fuego, con rumbo incierto hacia las Ered Gaerin, buscando la ciudad de los tres ríos entre las montañas, sin hallarle durante los cuatro días siguientes. Nadie esperaría su llegada, valiosa sería su ayuda entonces.
Ionedhel al tercer día de viaje venía de regreso de las cercanías de Uileulca-ména (Región de la Enredadera Maligna, Quenya. Uilumgardh en sindarin, mismo significado) donde lograron avanzar muy poco, ya que eran tierras anegadas como pantanos, donde cierto artificio desconocido reinaba, haciendo a las plantas crecer en retorcidas formas y volverse traidoras a sus visitantes.
Se decía que atrapaban con sus largas ramas rastreras, los pies de los que osaban entrar y los ahogaban en las aguas oscuras; que los colgaban de cabeza en algún árbol marchito dejándolos a merced de alguna bestia salvaje o los envolvían como capullos y los mataban de hambre y sed. Rumores quizás, pero nadie se atrevía más allá de lo debido. Solo se supo de alguien que los cruzó alguna vez y salió de allí intocado, pero esos hechos pertenecen a otra historia.
Luego de comer un almuerzo furtivo, Nódriem le habló a Aredhel para que volviese a Olostion con los demás, ya que quizás sus fuerzas serian necesarias allá en la protección de las fronteras, mientras él continuaba solo hacia el norte, hacia las tierras de Sein Cair Andros, cruzando las Ered Meneltobas por el paso de Cîlross (Sindarin) con el fin de hablar con el duque en persona para pedir su ayuda.
Aredhel, creyó conveniente la propuesta y se decidió a partir prontamente, no sin antes hablarle:
"Hijo mío, vos que no procedéis de mi; grande como el cielo sobre nosotros es mi amor hacia vos. Sé perfectamente vuestra preocupación y vuestro afán, ya que tenéis en alta estima al joven de los ojos grises. Pero debéis entender también que hay ciertas cosas que escapan de nuestras manos y que el destino no os permite conseguir, por más fuerte que sea nuestro deseo.
Es desconocido para cualquiera, que tiene destinado Erú para cada uno de nosotros y os digo esto por que es posible que no este en vos hallarle y sea otro el hado que guíe a Valamir. Miradme! Bendecido fui en verdad al encontraros aquel día y bienaventurado nuestro camino hasta el sol de hoy.
Sin embargo, como ya he dicho, no está en nosotros decidir las maneras de cómo las cosas han de venir o suceder, solo podemos sortearlas para que nos favorezcan lo mas que se pueda.
Os ruego volváis a mi pronto, ya que al igual que vos, me entristecería no saber de alguien que es caro a mi corazón y mas aun saberlo perdido para siempre.
Aguardaremos hasta vuestro regreso, trayendo buenas nuevas con vos. Axor y yo esperaremos hasta entonces! Adiós!"
Y marchando con sus camaradas hacia el este, Aredhel se marchó, despidiéndose de Nódriem, mientras este se alistaba para encaminarse ahora hacia el noreste. Alejándose así más que nunca de Valamir, ya que Dhurog lo había llevado hacia el sur y no hacia el norte o el oeste, donde se pensaba habían huido los Morhunrim. A esas horas ya estaba en las cercanías del bosque muerto, hacia un lugar llamado Malt-hrota Casarion; Ya con anticipación, se habían cumplido las palabras de Aredhel.
