EL REGRESO DE MIRELEN

Mirelen Laitalë, la hermosa y bendita elfa, cabalgaba con rapidez desde el oeste, desde el paso gris, no pudiendo evitar los enfrentamientos con las hordas malignas de esas tierras y los largos días de camino. Pero no estaba sola como en un principio, de vuelta al tiempo en que conocía a Vilendil en Rivendel, al igual que ahora él tampoco lo estaba.

Mirelen tenía bajo su comando ahora, un ejercito aguerrido de elfos reclutados a través de los años y de la cosecha de triunfos y alianzas, que la seguían y les eran fieles, reconociendo en ella la voluntad de los Valar además del coraje y el poder que representaba haber nacido y pertenecer a la raza Vanyar, venida de Aman en tiempos remotos.

Esto ocurría días antes del rapto de Valamir, venía con prisa ya que sabía que el tiempo de volver había llegado y que ahora mas que nunca su ayuda sería necesaria en la ciudad profetizada, que ya para entonces estaba bien adelantada en construcción.

Venía con la noticia de que un Istar, al cual le venía siguiendo los pasos desde muchos años atrás, había caido en las sombas y que motivado por un rencor que ella desconocía, pretendía huir hacia las tierras del este buscando quizás aliados o agrupar fuerzas oscuras; sus intenciones le eran veladas aun.

El séquito que acompañaba a Mirelen, era digno de admiración ya que en su mayoría era líderizado por doncellas de porte aguerrido y fuerte, sin dejar de asombrar aun más por su belleza y su destreza para combatir a caballo y hasta en enfrentamientos de cuerpo a cuerpo. Algunas eran damas descendientes de grandes nobles, y otras de diversos orígenes motivadas por grandes ideales de justicia y honor que seguían a la elfa, con el único propósito de reunir fuerzas contra el mal y erradicarlo de Arda, aunque algunas tenían otros propósitos quizás más personales motivados por rencores o sed de venganza, entre otros sentimientos.

Dos de sus más cercanas compañeras eran una elfa y una mujer mortal; respondían a los nombres de Dierdre Rhianion y la señora de Ithilien: Aranel Galadhel. La primera era serena y silenciosa, de rápido y efectivo actuar tanto con las palabras como con las armas; su rostro lo llevaba velado la mayoría del tiempo; lo cubría un turbante ligero que le envolvía parte de la cabeza y solo dejaba una abertura para la fácil visión. Quien la viera solo alcanzaba a ver sus ojos profundos y claros. En esta ocasión llevaba vestiduras de guerrera Gondoriana, de tonos oscuros y botas altas, sim embargo, por lo general vestía a la usanza élfica; ligera y funcional.

"La señora", como era llamada por sus fieles, en cambio tenía la faz descubierta; llevaba sus rubios cabellos al aire, recogidos por una especie de semi yelmo que le cubría la frente con elegancia, y parte de la cabeza dejando la parte posterior abierta por donde corrían las sutiles hebras doradas que le adornaban; además llevaba una cota de malla de perfecto acabado, coronado por un manto rojizo y altas botas. Algunos de los mas allegados a Aranel la conocían como Carangollo, la del manto rojo, símbolo que adoptó en honor al Maia al que servía: Melian.

Grande era la hermosura de estas doncellas y sobresalía sobre manera entre tantos hombres y elfos que obedecían y ejecutaban sus ordenes. Sin embargo aun detrás de la estela de polvo y curiosidad que desataban sus corceles y sus jinetes, iba la prisa y la urgencia de sus corazones al presagiar malos augurios con respecto a la ciudad; sospechaban que quizás no tardarían en llegar las primeras confrontaciones de la recién levantada Olostion.

La historia que conocían, era que Lirezel, el Istar caído, había dirigido sus pasos hacía el este en busca de fuerzas, envuelto en llamas de odio y venganza, pero solo eso sabían; desconocían su obejtivo.

A la par de esto, como se cuenta en otro sitio, Mirelen sabía que el momento de volver ya había sido fijado y que contaba con fuerzas suficientes para partir definitivamente hacia Olostion y establecerse allí de forma permanente, dejando al fin de lado, la vida errante junto a la persona que amaba. En los largos años siguientes al encuentro con Vilendil, había logrado hallar algunas semillas del "gran árbol" como los había llamado Rhinhiriel a los elegidos y los iluminados por los Valar y con ellos al fin se encaminaba hacia el este.

Sin demora comenzaron la marcha y con el transcurrir de muchos soles y lunas llegaron al fin, el cuarto día del mes de Víressë hacía las regiones entre Aridor y el Nargaerur y pasaron la noche allí en campamentos sencillos y con pocas luces. Luego de la revisión de las tropas y la respectiva guardia nocturna, Mirelen se marchó a dormir y esa noche, en sueños, observó a un hombre correr sobre su corcel con prisa hacía el norte y al mismo tiempo una voz le indicaba que debía apresurarse en llegar al lugar donde aquel hombre se dirigía, y de pronto una imagen nocturna de una torre entre aguas apareció como si de una visión se tratase, y con la imponencia de sus formas quedó grabada en sus pensamientos, aun después de despertar en sobresalto a mitad de la noche.

A la mañana siguiente comentó su sueño a sus hermanas de armas y ellas concordaron que era una revelación acerca de las prioridades del viaje y que sin duda debían partir de inmediato. Mirelen asintió sin dilación pero decidió ir sola tratando de tomar la delantera al séquito, con la intención de asegurarles el camino además de descifrar el enigma de sus sueños; iría acompañada solamente por un grupo de sus hombres, mientras sus compañeras daban a su vez tiempo a que llegase la otra parte de las fuerzas que estaban en camino y que desde un par de días atrás seguían sus huellas. Esas tropas era liderizadas por un poderoso Istar, que era guiado a su vez por el amado señor de las formas, el mismisimo Aulë Valarion.

Entre las filas de los Laitalhossë, el ejercito bendito, (llamado así en honor al epessë de Mirelen: Laitalë) había un medio elfo que se unió a la cruzada de los enviados que era proveniente de Esgaroth. Fue hallado por el "Mago Pardo",(como es conocido entre los hombres; "Varnel" llamado comúnmente en el lenguaje Noldorin), en las costas hacia el sur de Eriador, más precisamente donde desemboca el Isen, unos dos años atrás, cuando siguiendo las palabras de Ulmo, Aiwan Uvanwë fué guiado hasta allí.

Aun cuando no recordaba nada de su lejano pasado, mostraba ser un hombre de gran valor y coraje a la hora de defender sus ideales y de sutiles artes para el canto y la palabra, heredado sin duda de su linaje élfico.

Aiwan amaba el mar y hasta había nacido en un poblado en medio de las aguas (Esgaroth); así que le pidió a Mirelen acompañarle en este viaje hacia el norte, ya que así según le dijo, podría conocer las costas del lejendario mar interno y todas esas tierras nuevas para él de las cuales tanto había escuchado hablar. Ella asintió y Aiwan fue incluido en la compañía centinela. Partieron rápidamente ese día y en el atardecer ya estaban cerca de la desembocadura de Sirellë, del cual desconocían su nombre por ese entonces.

Sucedió que al día siguiente de la expedición, luego de haber acampado furtivamente en la orilla este del río, Mirelen decidió cambiar el rumbo del viaje; sus centinelas le advirtieron de cierto grupo de hombres de sucio aspecto, que viajaban en gran numero hacía el norte, dirigido por un hombre calvo de barba rojiza según les pareció, al levantar el alba. Eran muy pocos para hacerles frente así que pensaron seguir por la costa hacia el este y tratar de pasar los más desapercibidos posible hasta poder tomar de nuevo alguna ruta hacia el norte, siguiéndoles los pasos de cerca.

Ese día al amanecer, Dhruog llegaba a Maltrota montando a Rhoscel para confusión y hasta sorpresa de muchos de los que quedaron allí.

Con desespero y apremio llegó hasta la guarida y vio hecho realidad lo que se había imaginado: Lirezel a esas horas ya había movido sus piezas y solo le quedaba tratar de recuperar su liderazgo o morir en el intento. Pero fue inúti: el resto de los hombres que habían permanecido allí, al verle lo tomaron por impostor y quisieron matarle. Al parecer estaban bajo cierto hechizo, y aun cuando identificaron al corcel del líder no lo reconocieron. Para rabia y frustración de Dhurog, tuvo que defenderse y matar a sus compañeros, mientras otros huían lejos y escapaban.

Entendiendo la profundidad de las cosas, cayó en desesperación, viéndose perdido y solo.

"Que hace un líder sin nadie que lo siga? Ja.. "-se dijo desesperado con una risa histérica dibujada en el rostro.

Ya luego de ver todo perdido, estaba por salir de allí para darle alguna sepultura a sus compañeros muertos por su propia mano, cuando se percató de que alguien estaba aun en la mina. Y acercándose con cuidado vio a Valamir allí y sintió pena entonces dentro de sí.

Dhurog dentro de su coraza dura e insensible, aun era humano y al ver al joven desfallecido y moribundo, lo saco de allí y le dio de beber para reanimarlo. Desde aquella noche del rapto, le parecía que podía sacar algún provecho de él, y lo había mantenido con vida y sin daño alguno. Sin embargo ahora lo veía con otros ojos: con piedad, pero no lo reconoció, se lo negó así mismo.

Sin rumbo ahora, pensaba que hacer y no hallaba nada coherente. De pronto Valamir, que volvía en sí mismo lo vio sentado a un lado y le dijo con lentitud:

"Perdiste todo verdad?

Hasta aquello que creías tuyo te fue arrebatado..

Es lo justo no crees?

Tú de igual forma me arrebataste mi hogar y hasta mi familia. -dijo e hizo una pausa.

Aun cuando me has hecho mal te agradezco el que no me hayas matado. Al menos tengo esperanzas de ver de nuevo a los míos.

Guardas tú, alguna esperanza Dhurog?"

Dhurog no respondió. Solo lo miro de reojo y caminó alejándose un poco de Mithenel, ahogado en profundos pensamientos. Al cabo de un largo rato dijo:

"Vete, eres libre de marcharte...... has lo que te plazca. Si aun crees que puedes recuperar algo, ve y búscalo. No tiene sentido que te retenga. Lárgate! Antes que me arrepienta!"

Y caminó lejos hacia Rhoscel, y montó sobre él viendo de nuevo a Valamir por unos instantes. Con cara endurecida se marchó y desapareció en una nube de polvo.

Valamir desorientado y sin saber donde estaba, trató de guiarse con el andar del sol y comenzó a caminar hacia el norte, siguiendo las montañas a su derecha, pensando quizás que aquellas que viera en la distancia serian señal de la cercanía del reino detrás de ellas. Partió no sin antes tomar algunas provisiones de la mina, que estaba sola por el momento.

Valamir comenzó su recorrido a pie y le parecían cercanas las montañas del que protegían el reino, pero desconocía el lugar y al cabo de varios días se da cuenta que aun le falta mucho camino por andar.

Luego de dos horas, pasado el medio día, Mirelen y los suyos habían cruzado el río y estaban de nuevo tierra adentro, cuando de pronto vieron vio con extrañeza, a un hombre de igual características al que habían visto los Cenalaros (centinelas) antes de que Anar saliera sobre las montañas lejanas del este, pero esta vez solo y dirigiéndose hacia el sur; la elfa dudo por un momento la certeza del primer avistamiento y pidió de nuevo seguridad de lo que habían observado y juraron ante ella, que en verdad había visto al mismo hombre pero sobre otro corcel y dirigiendo a un gran numero de hombres hacia el norte. Mirelen pensó entonces que podía tratarse de él, pero no estaba segura cual de los dos sujetos era el mago así que decidió enviar a dos mensajeros de vuelta hacía las tropas agrupadas frente al Nargaerur para estar alertas y comunicarle posteriormente a Varnel las nuevas acerca del Istiar oscuro.

Mirelen envió a Aiwan junto a Calatirno, otro de los hombres del Laitalhossë, a volver para notificar lo sucedido a sus hermanos de armas y también indicarles el camino que tomarían en adelante: Aranel y Deidré seguirían hacia el norte como fue previsto, pero Varnel junto a las tropas retrasadas le buscarían hacia el noreste del Nargaerur, hacia un paso entre las montañas bajas de la cadena del Meneltobas. Cuando el momento fuese justo le daría una señal para guiarle e indicarle el estado de su posición, ya que aunque no seguiría al sujeto hacía el sur, debía estar vigilante de los pasos del otro, el que se dirigía hacia el norte. Además de esto, la ruta elegida era por el impuslso de seguír el pensamiento de aquel sueño que tubiese la noche anterior y la imagen impresionante de la torre.

Así se hizo. Sin embargo, sucedió que en el camino de regreso, los compañeros se detuvieron por un momento en las cercanías del mar y Aiwan deseo profundamente poder pasar un momento allí y ver la noche estrellada y el canto de las olas mientras caminaba en sus claras aguas y su blanca arena. Y sufue tal su deseo que comenzó a realizarse desde ese momento. Siguieron su camino y ya la última hora de la tarde los arropaba cuando llegaron al borde este del Sirellë, y descansaron por un par de horas. Luego con paso apresurado siguieron hacia el sur y a primeras horas de la mañana estaban ya en el campamento junto a los suyos.