Lúme Istarion
Por los días cuando las fronteras eran acechadas por ladrones y bárbaros venidos del sur y hasta del oeste según decían; vivían muchas familias en el valle fértil de Sirineldion, entre ellas la de Galahir, que junto a su esposa Aëregwen y su hijo Valamir habían emigrado con el pueblo que siguió a Haeré a Olostion unos años antes; hacia esas tierras que labraban y cultivaban mientras la prosperidad y la paz crecían con el pasar del tiempo.
Sucedió entonces, que una noche de Fuinran (luna nueva) los Morhunrim como hacían llamarse, atacaron la región del valle al tiempo que los caballeros de la guardia contra restaban el lance. Sin embargo, Galahir mientras defendía su hogar y a los suyos fue herido de gravedad y su hijo fue tomado cautivo. Aun cuando los caballeros llegaron al lugar y le salvaron la vida al hombre no pudieron evitar el rapto. Galahir fue llevado a las casas de curación; Larga y penosa fue su recuperación debido a que su herida estaba muy cerca del corazón, mientras siempre a su lado estaba su mujer atendiéndole y cuidándole.
Pocas veces se alejaba de él; de vez en caminaba hacia los pies del Herimistë, la cascada sobre la ciudad, y allí le imploraba a Erú que le devolviera a su hijo perdido y por su esposo para que al fin se curara, ya que aunque las artes de Gilheniel eran poderosas, nada podían hacer para aliviarle del todo, ya que más que el daño por la lanza en su pecho, su corazón sufría por su hijo, a quien amaba por sobre todas las cosas; el único hijo debido a que Aëregwen no pudo concebir otra vida en su vientre.
Muchos rumores corrían acerca del destino de aquellos que eran tomados por rehenes por los de corazón oscuro, los Morhunrim, ya que se decía que los que pusieran resistencia los mataban o en algunas ocasiones los ponían a trabajar y a servir de esclavos o hasta ladrones; Estas cosas ensombrecían la sonrisa de la madre que lloraba muchas lagrimas y su sufrimiento se le reflejo en el rostro con largas ojeras y demacrada faz.
Muchas veces fue buscado por la guardia real pero nunca se supo nada de Valamir.
Algunas veces salía de la gran ciudad y volvía a su antigua casa en busca de alguna señal de vida de su hijo y nada hallaba; solo los despojo de lo que fue un hogar feliz y las pocas pertenencias que aun les quedaban. Pero una tarde cuando el sol estaba pronto a ocultarse, apareció en el umbral de la puerta descuadrada de ese lugar un hombre, mientras que con su silueta tapaba la luz solar moribunda a sus espaldas. Era de apariencia lozana aun cuando sus ojos hablaban de largas edades, vistiendo una larga túnica verde y un bastón largo de madera grisácea. Tenia cabello largo y oscuro que le caía hasta los hombros y una sonrisa leve en su rostro que ocultaba algo mas que su hermosa dentadura. Acercándose a la mujer que estaba sentada en una silla, mientras susurraba entre sollozos, el hombre le dijo:
"Joven mujer. ¿por que lloráis? Que os ha hecho la vida para estar en esa situación tan poco agraciada? os lamentáis por alguien querido me dice vuestro llanto, y vuestras lagrimas me cuentan mas, pero quiero saberlo de vuestros labios resecos de tanto hablar al cielo acerca de tu pena y agrietados también cada vez que entre dientes os quejáis por no recibir respuesta. Anda. dime que os aqueja y os traeré a vuestro alcance aquello que tanto pedís con tu corazón herido de madre y que el padre de todo no os otorga aun no apiadándose de vuestro dolor... habla hija mía... os escucho"
Así le dijo con cara grave, mientras con su mano derecha le acariciaba el cabello a Aëregwen y ella le miraba con ojos llenos de lagrimas, buscando entre la mirada del extraño como una luz de esperanza que comenzaba a aflorar según le parecía.
Allí ella le abrió su corazón y le dijo acerca de la perdida de su hijo y de cuanto lo quería de vuelta y fue el momento cuando trazó un hilo del hado para su desgracia y la de su esposo. Ya que como es sabido, todo tiene un precio y el que el reclamaba a cambio de tan noble acto de piedad, era ínfimo realmente: información acerca de lo que sucedía dentro de la ciudad ya que su sagrada misión requería estar al tanto de los que según se rumoraba, eran los portavoces de los valar. Así el le daría de regreso a su hijo cuando estuviese culminada su tarea, que según le decía seria en unos días.
Ella motivada por la esperanza de ver Valamir sano y salvo entre sus brazos, le dijo que todo estaba en calma en la ciudad y hasta que se planeaba una expedición al sur del Sirhelë por algunos elfos el día siguiente, y que las fronteras eran custodiadas ahora mas que nunca por el rey y sus caballeros.
Aëregwen le pregunto su nombre y el respondió: "Lirezel me llamaban en el idioma de los custodios de Arda y por el momento me podéis llamar así." También le hablo que le encontrara en ese sitio de nuevo al morir la tarde del quinto día que el le daría razones de su hijo pero que guardara silencio y no hablara con nadie acerca de este encuentro y así lo hizo.
Nódriem como era sabido, tenía varios días de haber dejado la ciudad en busca de el joven y por ese entonces ya se encontraba a las puertas de Minien Mindon; esa mañana al encuentro de Aëregwen con el mago, había sido recibido en la ciudadela y luego de una pequeña recepción se entrevistó con él señor de Sein Cair Andros.
Arioch era un Maia con la apariencia de hombre de antaño; fornido, alto en estatura, de ojos claros y cabellos oscuros. Tenía una mirada aguda, sus ojos eran de un verde intenso que debajo de sus cejas ceñudas y oscuras brillaban logrando intimidar al más audaz. Inspiraba temor en demasía a sus adversarios, tanto que en ocasiones hasta sus más allegados temblaban.
Así era el duque; Fuerte entre los fuertes, temido como odiado, de carácter duro pero noble, entendido solo por sus verdaderos amigos, los que llegaban a conocerle y vivían para contarlo. Pocos realmente, pero los había.
De voz grave y profunda como de cuerno entre las llanuras; De cólera y furia sus frases y gritos cuando algún enemigo le hacía frente alguna vez y a la vez de palabras justas y cargadas de compromiso y honor, cuando de empresas valerosas y en pro del bien se trataba.
Así le vio Nódriem sobre la gran torre, cuando ya se acercaba en grandes y hermosas barcas junto a los fieles marineros, guardianes del Formeneärion, los mares del norte, los cuales siguieron al Maia desde el gran hacia muchísimo tiempo atrás, ayudándole a construir la torre y la ciudadela alrededor de ella, en medio de las olas.
Una torre de perfecto acabado. Construida con perfecta geometría, de muros altos y lisos de manera concéntrica; un hexágono amurallado dentro de otro, conjurando hermosas edificaciones y estancias en cada uno de ellos, repletos de murales tallados que recuerdan las guerras legendarias de antiguas edades, edificados con los más refinados y resistentes materiales, de los cuales solo el Duque conocía su origen. La estructura a medida que se sucedían los muros de la ciudad ascendía en nivel, mientras que a cada puerta cruzada desde la entrada principal, el espacio era mas reducido, pero no menos hermoso que el anterior, así culminando en la hermosa torre en la parte más alta del montículo en medio de la desembocadura del río.
Allí alta, erguida e imponente contra el cielo costero estaba Minen Mindon, de un tono gris plateado, que recuerda al Mithril; metal conocido como la plata de Moria, la mansión de los enanos, sitio que por cierto fue donde Arioch templó la espada segadora de almas, "Raumóra", la del extenso tormento, llamada "Tormentosa" entre los hombres, que no abandonaba nunca su mano.
Alrededor de la torre, la ciudadela lucia algo solitaria, para cualquiera que por primera vez llegaba allí. Solitaria, por su poca actividad, a diferencia de la actividad "común" entre los pobladores de las tierras vecinas; los Valles del Ulbanien por ejemplo. Mas que una ciudad para vivir era una ciudad para vigilar, para la alerta constante, para el orden y la disciplina, para las artes de la guerra y lucha. Grande más bien, sería la definición de la acción dentro de la ciudadela; El movimiento desoldados por sobres sus muros y calles, todos ellos bajo las ordenes del Duque que no descansaba nunca. Desde allí nada escapaba a la vista escrutadora de los centinelas de la torre y mucho menos de Arioch. Nada cruzaba el valle y las tierras hasta las montañas del Meneltobas sin que fuese antes conocido por el duque.
Así fue advertido Ionedhel al salir del paso del Cîlross el día anterior, aunque se sabía de su llegada con anterioridad. Lo cual sorprendió al hombre sobremanera, cuando al despertar se encontró frente a un grupo enviado por Arioch en su busca esa mañana. Algunos pobladores de los valles del folde este, decían que era un hechicero y que todo lo sabía, otros que poseía una de esas piedras famosas de las que tanto se llegaron a oír por las tierras del oeste de la tierra media: Un Palantír.
Sin embargo aunque se acercaban poco a la verdad, si llego a ver ese tipo de comunicaciones entre Altari Mindon en la ciudad de Olostion y la torre de Sein Cair Andros y la Torre del sur, pero eso sería muchos años después como se cuenta en otro sitio.
Nódriem, luego de un almuerzo abundante en las estancias bajas de la ciudadela, habló de su inquietud acerca de la desaparición de Valamir y para saber si tenía algún conocimiento de los Morhunrim por esas tierras, ya que todos concordaban que habían sido ellos los responsables de su rapto además de las matanzas y robos en el valle del Sirineldion. Arioch habló pausadamente pero con aplomo y certeza y le dijo que no había quedado ninguno vivo cuando intentaron invadir y quemar sus tierras hacia unos días antes, pero que no vieron con ellos ningún hombre con las características del joven Mithenel.
Nódriem sintió pesar al escuchar las nuevas y la tristeza se le reflejó en la mirada y el Maia entonces vio dentro del hombre y supo de la pena que crecía en su interior y le pareció por un momento que las esperanzas le abandonaban, sin embargo de pronto cambió el sentimiento y una fuerza extraña lo envolvía repentinamente impulsándolo a seguir buscando a Valamir y fue cuando Arioch se percato de una presencia que le era conocida, que protegía y guiaba al hombre en su empresa, pero calló y no dijo nada por ese entonces.
Ionedhel no queriendo perder ni un momento, agradeció la cortesía del duque al igual que su paciencia y su tiempo y se dispuso a marchar pronto hacia el sur, tratando de investigar las zonas del valle del folde este por su cuenta, además de que había escuchado de la boca de algún centinela que entre las montañas del sur habían avistado una luz brillante pero fugaz, unas horas antes de la llegada del alba. Arioch conocía este hecho pero sabía que no era el momento para ocuparse de esas cosas y para extrañeza de algunos no le dio importancia alguna.
Así montando en su caballo, emprendió de nuevo su camino al morir la tarde, sin embargo el duque lo persuadió a que descansara al menos en el pequeño poblado de los muelles al lado este de Minen y que partiera mejor por la mañana, con animo renovado y con provisiones que ya había ordenado de antemano. Sorprendiendo sobre manera a Ionedhel e incluso a sus fieles, Arioch parecía más espléndido que de costumbre, en comparación a su habitual:
"Que se las arregle entonces como pueda,
un soldado ha de estar preparado
para la larga lucha y el camino que llega,
Aun para lo que nadie ha nombrado.
Así he dicho y todo bien claro queda
Tienen alguna duda? Arioch ha hablado!"
Sin embargo nadie se atrevió a cuestionar los deseos del jefe mayor y con las cejas levantadas y los hombros encogidos, acordaron mejor callar. Nódriem no se quedó atrás y aceptando pasó la noche a la sombra de la torre hasta que el alba aclaró y ya se le veía cruzar las aguas llegando al otro extremo, para cabalgar con paso decidido y veloz sobre las llanuras del este del río y más allá al sur.
Esa noche, antes de la partida de Ionedhel fuera de los muros de la ciudadela hacia el sur; en Olostion, todos dormían en quietud y paz relativa; había una serenidad que desde esa tarde parecía haber descendido sobre la ciudad cubriéndola de sueño repentino y casi colectivo. Sin embargo Vilendil sobre la torre, no conseguía dormir y la noche cubierta de estrellas le sirvió de techo hasta entrada la madrugada que aun se le podía ver de pie, hurgando el viento que casi soplaba, sin conseguir susurro alguno. Pensaba en la verdad de las palabras que Gilorod le dirigiera la tarde anterior en ese mismo lugar y su posible significado:
"Quién sabe lo que entre las olas y la espuma traigan a vuestros pies un día? O quien conoce lo que podáis conseguir entre los árboles del bosque o las altas montañas? Hasta las mismas estrellas a veces no caen de cielo?"
No logró conseguir respuesta alguna y se decidió a descansar un poco antes de la faena que le esperaba. Entonces cuando se disponía a marcharse, justo cuando se acercaba ya la hora fría del alba, vio un destello como el de una estrella de gran fulgor que descendía lenta y verticalmente luego de hacer gala de sus luces unos instantes en lo alto, en la lejanía, hacia el sureste entre las montañas. Como no creyendo lo que sus ojos veían quedó atónito ante aquel suceso, y rápidamente le vino a la cabeza: " una señal!" -se dijo mientras repasaba lo dicho por la doncella de las nieves.
"¿había visto este hecho mucho antes?? ¿Acaso será la confirmación de que el tiempo se acerca en verdad? ¿Mirelen donde estáis? ¿Vendrás al fin a nuestro encuentro?" dijo mirando al cielo durante largo rato mientras el brillo de la estrella desaparecía por completo. Luego de largo rato pensativo bajó de Altari y se perdió entre los muros de la ciudad.
Junto a los Laitalhossë llegaba al fin Varnel, el Istar que venía detrás de ellos y con certeza vio la señal en el cielo al igual que Atanvardo y con presteza decidió a partir solo y sin demora, dejando instrucciones claras de cómo se dirigirían las tropas en lo sucesivo. Varnel el pardo, se encaminó en dirección de la estrella saludando levemente a las tropas y desapareciendo en una bruma ligera de polvo.
Cada cosa estaba tomando su lugar, Los Istari comenzaban a tomar parte de los hechos. La hora de los Istari (Lúme Istarion -Quenya-) ya estaba corriendo.
Por los días cuando las fronteras eran acechadas por ladrones y bárbaros venidos del sur y hasta del oeste según decían; vivían muchas familias en el valle fértil de Sirineldion, entre ellas la de Galahir, que junto a su esposa Aëregwen y su hijo Valamir habían emigrado con el pueblo que siguió a Haeré a Olostion unos años antes; hacia esas tierras que labraban y cultivaban mientras la prosperidad y la paz crecían con el pasar del tiempo.
Sucedió entonces, que una noche de Fuinran (luna nueva) los Morhunrim como hacían llamarse, atacaron la región del valle al tiempo que los caballeros de la guardia contra restaban el lance. Sin embargo, Galahir mientras defendía su hogar y a los suyos fue herido de gravedad y su hijo fue tomado cautivo. Aun cuando los caballeros llegaron al lugar y le salvaron la vida al hombre no pudieron evitar el rapto. Galahir fue llevado a las casas de curación; Larga y penosa fue su recuperación debido a que su herida estaba muy cerca del corazón, mientras siempre a su lado estaba su mujer atendiéndole y cuidándole.
Pocas veces se alejaba de él; de vez en caminaba hacia los pies del Herimistë, la cascada sobre la ciudad, y allí le imploraba a Erú que le devolviera a su hijo perdido y por su esposo para que al fin se curara, ya que aunque las artes de Gilheniel eran poderosas, nada podían hacer para aliviarle del todo, ya que más que el daño por la lanza en su pecho, su corazón sufría por su hijo, a quien amaba por sobre todas las cosas; el único hijo debido a que Aëregwen no pudo concebir otra vida en su vientre.
Muchos rumores corrían acerca del destino de aquellos que eran tomados por rehenes por los de corazón oscuro, los Morhunrim, ya que se decía que los que pusieran resistencia los mataban o en algunas ocasiones los ponían a trabajar y a servir de esclavos o hasta ladrones; Estas cosas ensombrecían la sonrisa de la madre que lloraba muchas lagrimas y su sufrimiento se le reflejo en el rostro con largas ojeras y demacrada faz.
Muchas veces fue buscado por la guardia real pero nunca se supo nada de Valamir.
Algunas veces salía de la gran ciudad y volvía a su antigua casa en busca de alguna señal de vida de su hijo y nada hallaba; solo los despojo de lo que fue un hogar feliz y las pocas pertenencias que aun les quedaban. Pero una tarde cuando el sol estaba pronto a ocultarse, apareció en el umbral de la puerta descuadrada de ese lugar un hombre, mientras que con su silueta tapaba la luz solar moribunda a sus espaldas. Era de apariencia lozana aun cuando sus ojos hablaban de largas edades, vistiendo una larga túnica verde y un bastón largo de madera grisácea. Tenia cabello largo y oscuro que le caía hasta los hombros y una sonrisa leve en su rostro que ocultaba algo mas que su hermosa dentadura. Acercándose a la mujer que estaba sentada en una silla, mientras susurraba entre sollozos, el hombre le dijo:
"Joven mujer. ¿por que lloráis? Que os ha hecho la vida para estar en esa situación tan poco agraciada? os lamentáis por alguien querido me dice vuestro llanto, y vuestras lagrimas me cuentan mas, pero quiero saberlo de vuestros labios resecos de tanto hablar al cielo acerca de tu pena y agrietados también cada vez que entre dientes os quejáis por no recibir respuesta. Anda. dime que os aqueja y os traeré a vuestro alcance aquello que tanto pedís con tu corazón herido de madre y que el padre de todo no os otorga aun no apiadándose de vuestro dolor... habla hija mía... os escucho"
Así le dijo con cara grave, mientras con su mano derecha le acariciaba el cabello a Aëregwen y ella le miraba con ojos llenos de lagrimas, buscando entre la mirada del extraño como una luz de esperanza que comenzaba a aflorar según le parecía.
Allí ella le abrió su corazón y le dijo acerca de la perdida de su hijo y de cuanto lo quería de vuelta y fue el momento cuando trazó un hilo del hado para su desgracia y la de su esposo. Ya que como es sabido, todo tiene un precio y el que el reclamaba a cambio de tan noble acto de piedad, era ínfimo realmente: información acerca de lo que sucedía dentro de la ciudad ya que su sagrada misión requería estar al tanto de los que según se rumoraba, eran los portavoces de los valar. Así el le daría de regreso a su hijo cuando estuviese culminada su tarea, que según le decía seria en unos días.
Ella motivada por la esperanza de ver Valamir sano y salvo entre sus brazos, le dijo que todo estaba en calma en la ciudad y hasta que se planeaba una expedición al sur del Sirhelë por algunos elfos el día siguiente, y que las fronteras eran custodiadas ahora mas que nunca por el rey y sus caballeros.
Aëregwen le pregunto su nombre y el respondió: "Lirezel me llamaban en el idioma de los custodios de Arda y por el momento me podéis llamar así." También le hablo que le encontrara en ese sitio de nuevo al morir la tarde del quinto día que el le daría razones de su hijo pero que guardara silencio y no hablara con nadie acerca de este encuentro y así lo hizo.
Nódriem como era sabido, tenía varios días de haber dejado la ciudad en busca de el joven y por ese entonces ya se encontraba a las puertas de Minien Mindon; esa mañana al encuentro de Aëregwen con el mago, había sido recibido en la ciudadela y luego de una pequeña recepción se entrevistó con él señor de Sein Cair Andros.
Arioch era un Maia con la apariencia de hombre de antaño; fornido, alto en estatura, de ojos claros y cabellos oscuros. Tenía una mirada aguda, sus ojos eran de un verde intenso que debajo de sus cejas ceñudas y oscuras brillaban logrando intimidar al más audaz. Inspiraba temor en demasía a sus adversarios, tanto que en ocasiones hasta sus más allegados temblaban.
Así era el duque; Fuerte entre los fuertes, temido como odiado, de carácter duro pero noble, entendido solo por sus verdaderos amigos, los que llegaban a conocerle y vivían para contarlo. Pocos realmente, pero los había.
De voz grave y profunda como de cuerno entre las llanuras; De cólera y furia sus frases y gritos cuando algún enemigo le hacía frente alguna vez y a la vez de palabras justas y cargadas de compromiso y honor, cuando de empresas valerosas y en pro del bien se trataba.
Así le vio Nódriem sobre la gran torre, cuando ya se acercaba en grandes y hermosas barcas junto a los fieles marineros, guardianes del Formeneärion, los mares del norte, los cuales siguieron al Maia desde el gran hacia muchísimo tiempo atrás, ayudándole a construir la torre y la ciudadela alrededor de ella, en medio de las olas.
Una torre de perfecto acabado. Construida con perfecta geometría, de muros altos y lisos de manera concéntrica; un hexágono amurallado dentro de otro, conjurando hermosas edificaciones y estancias en cada uno de ellos, repletos de murales tallados que recuerdan las guerras legendarias de antiguas edades, edificados con los más refinados y resistentes materiales, de los cuales solo el Duque conocía su origen. La estructura a medida que se sucedían los muros de la ciudad ascendía en nivel, mientras que a cada puerta cruzada desde la entrada principal, el espacio era mas reducido, pero no menos hermoso que el anterior, así culminando en la hermosa torre en la parte más alta del montículo en medio de la desembocadura del río.
Allí alta, erguida e imponente contra el cielo costero estaba Minen Mindon, de un tono gris plateado, que recuerda al Mithril; metal conocido como la plata de Moria, la mansión de los enanos, sitio que por cierto fue donde Arioch templó la espada segadora de almas, "Raumóra", la del extenso tormento, llamada "Tormentosa" entre los hombres, que no abandonaba nunca su mano.
Alrededor de la torre, la ciudadela lucia algo solitaria, para cualquiera que por primera vez llegaba allí. Solitaria, por su poca actividad, a diferencia de la actividad "común" entre los pobladores de las tierras vecinas; los Valles del Ulbanien por ejemplo. Mas que una ciudad para vivir era una ciudad para vigilar, para la alerta constante, para el orden y la disciplina, para las artes de la guerra y lucha. Grande más bien, sería la definición de la acción dentro de la ciudadela; El movimiento desoldados por sobres sus muros y calles, todos ellos bajo las ordenes del Duque que no descansaba nunca. Desde allí nada escapaba a la vista escrutadora de los centinelas de la torre y mucho menos de Arioch. Nada cruzaba el valle y las tierras hasta las montañas del Meneltobas sin que fuese antes conocido por el duque.
Así fue advertido Ionedhel al salir del paso del Cîlross el día anterior, aunque se sabía de su llegada con anterioridad. Lo cual sorprendió al hombre sobremanera, cuando al despertar se encontró frente a un grupo enviado por Arioch en su busca esa mañana. Algunos pobladores de los valles del folde este, decían que era un hechicero y que todo lo sabía, otros que poseía una de esas piedras famosas de las que tanto se llegaron a oír por las tierras del oeste de la tierra media: Un Palantír.
Sin embargo aunque se acercaban poco a la verdad, si llego a ver ese tipo de comunicaciones entre Altari Mindon en la ciudad de Olostion y la torre de Sein Cair Andros y la Torre del sur, pero eso sería muchos años después como se cuenta en otro sitio.
Nódriem, luego de un almuerzo abundante en las estancias bajas de la ciudadela, habló de su inquietud acerca de la desaparición de Valamir y para saber si tenía algún conocimiento de los Morhunrim por esas tierras, ya que todos concordaban que habían sido ellos los responsables de su rapto además de las matanzas y robos en el valle del Sirineldion. Arioch habló pausadamente pero con aplomo y certeza y le dijo que no había quedado ninguno vivo cuando intentaron invadir y quemar sus tierras hacia unos días antes, pero que no vieron con ellos ningún hombre con las características del joven Mithenel.
Nódriem sintió pesar al escuchar las nuevas y la tristeza se le reflejó en la mirada y el Maia entonces vio dentro del hombre y supo de la pena que crecía en su interior y le pareció por un momento que las esperanzas le abandonaban, sin embargo de pronto cambió el sentimiento y una fuerza extraña lo envolvía repentinamente impulsándolo a seguir buscando a Valamir y fue cuando Arioch se percato de una presencia que le era conocida, que protegía y guiaba al hombre en su empresa, pero calló y no dijo nada por ese entonces.
Ionedhel no queriendo perder ni un momento, agradeció la cortesía del duque al igual que su paciencia y su tiempo y se dispuso a marchar pronto hacia el sur, tratando de investigar las zonas del valle del folde este por su cuenta, además de que había escuchado de la boca de algún centinela que entre las montañas del sur habían avistado una luz brillante pero fugaz, unas horas antes de la llegada del alba. Arioch conocía este hecho pero sabía que no era el momento para ocuparse de esas cosas y para extrañeza de algunos no le dio importancia alguna.
Así montando en su caballo, emprendió de nuevo su camino al morir la tarde, sin embargo el duque lo persuadió a que descansara al menos en el pequeño poblado de los muelles al lado este de Minen y que partiera mejor por la mañana, con animo renovado y con provisiones que ya había ordenado de antemano. Sorprendiendo sobre manera a Ionedhel e incluso a sus fieles, Arioch parecía más espléndido que de costumbre, en comparación a su habitual:
"Que se las arregle entonces como pueda,
un soldado ha de estar preparado
para la larga lucha y el camino que llega,
Aun para lo que nadie ha nombrado.
Así he dicho y todo bien claro queda
Tienen alguna duda? Arioch ha hablado!"
Sin embargo nadie se atrevió a cuestionar los deseos del jefe mayor y con las cejas levantadas y los hombros encogidos, acordaron mejor callar. Nódriem no se quedó atrás y aceptando pasó la noche a la sombra de la torre hasta que el alba aclaró y ya se le veía cruzar las aguas llegando al otro extremo, para cabalgar con paso decidido y veloz sobre las llanuras del este del río y más allá al sur.
Esa noche, antes de la partida de Ionedhel fuera de los muros de la ciudadela hacia el sur; en Olostion, todos dormían en quietud y paz relativa; había una serenidad que desde esa tarde parecía haber descendido sobre la ciudad cubriéndola de sueño repentino y casi colectivo. Sin embargo Vilendil sobre la torre, no conseguía dormir y la noche cubierta de estrellas le sirvió de techo hasta entrada la madrugada que aun se le podía ver de pie, hurgando el viento que casi soplaba, sin conseguir susurro alguno. Pensaba en la verdad de las palabras que Gilorod le dirigiera la tarde anterior en ese mismo lugar y su posible significado:
"Quién sabe lo que entre las olas y la espuma traigan a vuestros pies un día? O quien conoce lo que podáis conseguir entre los árboles del bosque o las altas montañas? Hasta las mismas estrellas a veces no caen de cielo?"
No logró conseguir respuesta alguna y se decidió a descansar un poco antes de la faena que le esperaba. Entonces cuando se disponía a marcharse, justo cuando se acercaba ya la hora fría del alba, vio un destello como el de una estrella de gran fulgor que descendía lenta y verticalmente luego de hacer gala de sus luces unos instantes en lo alto, en la lejanía, hacia el sureste entre las montañas. Como no creyendo lo que sus ojos veían quedó atónito ante aquel suceso, y rápidamente le vino a la cabeza: " una señal!" -se dijo mientras repasaba lo dicho por la doncella de las nieves.
"¿había visto este hecho mucho antes?? ¿Acaso será la confirmación de que el tiempo se acerca en verdad? ¿Mirelen donde estáis? ¿Vendrás al fin a nuestro encuentro?" dijo mirando al cielo durante largo rato mientras el brillo de la estrella desaparecía por completo. Luego de largo rato pensativo bajó de Altari y se perdió entre los muros de la ciudad.
Junto a los Laitalhossë llegaba al fin Varnel, el Istar que venía detrás de ellos y con certeza vio la señal en el cielo al igual que Atanvardo y con presteza decidió a partir solo y sin demora, dejando instrucciones claras de cómo se dirigirían las tropas en lo sucesivo. Varnel el pardo, se encaminó en dirección de la estrella saludando levemente a las tropas y desapareciendo en una bruma ligera de polvo.
Cada cosa estaba tomando su lugar, Los Istari comenzaban a tomar parte de los hechos. La hora de los Istari (Lúme Istarion -Quenya-) ya estaba corriendo.
