Capítulo I :3 DE NOVIEMBRE DE 1419 (C. DE LA C.): POR LA MAÑANA
Antes del amanecer del 3 de Noviembre, Frodo salió en silencio de la granja Coto. No quería despertar a la familia, ni a Sam. El día anterior había sido muy duro y los acontecimientos que se avecinaban aún iban a serlo más, según preveía. Todos necesitaban descansar...
Su pensamiento se dirigió a Pippin, que se había separado de ellos por la tarde, para galopar hacia las Colinas Verdes en busca de refuerzos, y a Merry, que llevaba toda la noche preparando su estrategia y organizando a los hobbits para el enfrentamiento con los hombres del Cruce. Aunque no era algo que realmente le sorprendiera, sus primos estaban demostrando, no solo el valor y la decisión propios de avezados guerreros, sino magníficas cualidades de liderazgo, que harían enorgullecerse al mismo Aragorn.
Él, sin embargo, sentía un desasosiego creciente. En la tenue claridad que precede a la salida del sol, paseó despacio, contemplando los campos, las colinas y los bosquecillos que emergían de la fría neblina...el paisaje tan amado de la Comarca que, en aquella zona no mostraba señales del maltrato recibido a manos de los hombres de Lotho. Pero, aunque desde allí no las pudiera observar, las heridas habían sido profundas: árboles talados, casas derribadas, hobbits aprisionados y sojuzgados, rabia, odio y miedo. Y también él estaba atemorizado, aunque no por sí mismo, sino por la Comarca, y tenía el corazón oprimido...
Escuchó el sonido de unos cascos golpeteando el camino, y sus ojos, que ahora veían demasiado bien en la penumbra, distinguieron un jinete que se acercaba por el sendero de Hobbiton. Supo en seguida que era Merry y se apartó a un lado del camino. Su silueta gris se fundió inmediatamente con el entorno y el pony le había casi sobrepasado cuando elevó su voz:
-¿Qué noticias hay de los alrededores, Jinete de Rohan?- dijo sonriendo, mientras recordaba el relato del encuentro de Aragorn y sus compañeros con los Rohirrim.
-¡Frodo!-exclamó su primo, deteniendo hábilmente su montura.-Suponía que aún estarías disfrutando de la hospitalidad del viejo Tom Coto.
A pesar de su extenuante actividad nocturna, Meriadoc parecía rebosar energía y determinación. Puso a Frodo al corriente de los preparativos y añadió:
-La única incógnita es si Pippin llegará a tiempo con su gente. Si no tenemos una clara superioridad sobre esos rufianes, temo que no podremos intimidarles y la lucha será más ardua.
-Sin embargo, es preciso evitar más muertes, Merry. No quiero que la Comarca sufra la infección del odio y la venganza. Ya ha sufrido demasiados daños, para que además la reguemos de sangre.-repuso Frodo con suavidad, clavando su mirada clara en la de su primo.
Merry se impacientó un poco:
-Querido Frodo, ya sé que no deseas que se mate a nadie. Pero, te lo dije ayer y te lo repito: si queremos liberar nuestra tierra, no será suficiente con lamentarnos y apenarnos. Esos tipos no van a soltar fácilmente su presa, así que habrá que combatir...y algunos morirán. Y, desde luego prefiero que sean ellos antes que nosotros.
-Es posible que sea como dices. Aún así, Merry, tú tienes la responsabilidad del mando en este asunto, y has de prometerme que mantendrás la calma y contendrás la mano, hasta que todas las posibilidades de una solución pacífica se hayan agotado.-la voz de Frodo se quebró ligeramente y añadió:-Me aterroriza tanto pensar que tampoco la Comarca pueda recuperar la salud...
Meriadoc frunció el entrecejo sin acabar de entender las palabras del Portador del Anillo, pero le abrazó antes de volver a montar en su pony y dijo con gravedad:
-Estate tranquilo, primo. Te prometo que haré todo lo posible. Ahora he de acercarme a otras granjas, pero volveré antes de las diez con las noticias que haya.
Cuando Frodo regresó a la casa de los Coto, la familia y Sam ya estaban en movimiento y pronto todos se sentaron a desayunar, tratando de disimular la preocupación por la inminente confrontación. Un mensajero llegó entonces desde Alforzada, para explicar que el Thain había sublevado su territorio y que Peregrin Tuk se había puesto ya en marcha con un centenar de hobbits.
Por fin, tal como había asegurado, Meriadoc galopó hasta la granja y el sol, que asomaba débilmente, hizo brillar el acero de su casco y el blanco caballo de Rohan sobre el tabardo verde.
-Ha llegado el momento. Los hombres que estaban en el Cruce y la mayoría de los que escaparon ayer se dirigen a Delagua. Me han dicho que van fuertemente armados y están incendiando todo lo que encuentran a su paso. ¡Vamos a detenerles!- dijo.
Tom Coto, con gesto adusto y rodeado de sus hijos, que ya habían reunido hachas, hoces y cuchillos para todos, asintió:
-¡Esos no atenderán a razones! Es claro que habrá lucha.
En silencio, Frodo también se preparó. Sam trajo los dos poneys y se ciñó a Dardo con un suspiro. Luego le ofreció a su señor la otra espada, la que procedía de Oesternesse y había sido suya antes. Sin embargo, antes de escuchar a Frodo, ya sabía cual iba a ser la respuesta:
-No, gracias Sam, no voy a llevar ninguna espada.
Sam recordó entonces aquel terrible día en Mordor, cuando Frodo se despojó de la impedimenta y la espada orcas y dijo: "No llevaré ningún arma, ni odiosa ni bella...", y sus ojos se nublaron.
-Pero señor Frodo –insistió sin demasiado convencimiento- Será peligroso. Quizás necesite defenderse.
-No te preocupes, amigo mío. La cota de mithril me protegerá si llegara el caso...- contestó él, con su amable tozudez.
El grupo partió al encuentro del resto de los voluntarios de Hobbiton y Delagua y, al poco, aparecieron también los Tuks, armados con arcos y bajo el mando de un joven guardia de Gondor de ojos brillantes, que era Pippin.
Merry dispuso entonces sus planes definitivos, contando con el refuerzo de la gente de Tukland, y distribuyó a su pequeño ejército en las posiciones previstas, ocultos tras los setos del camino.
Ya solo quedaba esperar al acecho, en silencio, tratando de mantener la tranquilidad...
Y entonces, los acontecimientos se precipitaron.
Un ruidoso centenar de hombres, armados con cuchillos largos, espadas y garrotes, pero de aspecto indisciplinado y desmañado, apareció por el recodo del camino. El jefe era un tipo muy fornido, con la cara ceñuda y atravesada por una cicatriz rojiza, con aspecto de semiorco. Los hobbits siguieron callados hasta que los primeros rufianes encontraron ante ellos una barricada que les cortaba el paso hacia el Oeste, y tuvieron que detenerse.
Pippin y un grupo de Tuks cerraron rápidamente el camino por el extremo Este, desplazando las carretas ocultas, y se dispusieron tras ellas, con sus arcos preparados.
Entonces Merry se irguió en toda su estatura sobre la cañada y gritó:
-¡Estáis atrapados!¡Deteneos y dejad vuestras armas en el suelo!¡El que intente escapar será hombre muerto!
A su voz, todo el contingente de hobbits se dejó ver, con los rostros rubicundos extrañamente amenazadores y esgrimiendo sus armas.
Los hombres miraron a su alrededor, sorprendidos. Algunos de ellos se acobardaron inmediatamente e hicieron gesto de obedecer a Merry. Pero el cabecilla y los que le rodeaban se echaron a reír burlonamente...En el tiempo que llevaban en la Comarca, nunca habían encontrado una oposición digna de ese nombre. Excepto contadas excepciones, los hobbits se habían dejado intimidar, robar y expoliar sin más
protestas que algunas palabras airadas o alguna débil y descoordinada resistencia, fácilmente aplastada. No estaban dispuestos a dejarse arrebatar tan suculenta presa porque unos recién llegados con ínfulas de guerreros estuvieran organizando un alboroto.
-¡No seáis estúpidos, medianos!¡Rendíos inmediatamente y entregadnos a esos estúpidos gallitos de pelea, a esos ridículos jefecillos vuestros, si no queréis ser castigados!- rugió el hombre de la cicatriz, agitando amenazadoramente su espada, y dirigiéndose al resto de los hobbits.
Los pocos hombres que habían estado a punto de rendirse volvieron a coger sus armas rápidamente, avergonzados por los insultos de sus compañeros. Entonces, cinco o seis de los que estaban más cerca de la barricada posterior, se lanzaron contra el grupo de Tuks que la defendía.
Pippin se subió de un salto a uno de los carros y, echándose hacia atrás la capa élfica, esgrimió su espada.
-¡Por Gondor y la Comarca!-gritó, mientras el emblema de la Torre Blanca brillaba sobre el negro de su uniforme de la Guardia de Minas Tirith
Sus compañeros dispararon entonces una andanada de flechas y varios hombres cayeron al suelo atravesados por ellas, aullando de dolor. Pero los restantes siguieron su carrera, entre rugidos de furia, y Pippin tuvo que asestar un mandoble al primero de ellos, que intentó derribarle con una gran maza. El hombre le miró con gesto sorprendido, mientras manaba la sangre a grandes borbotones de su cuello y su cuerpo se deslizaba lentamente hacia el suelo. A ambos lados de la posición de Pippin, dos o tres bandidos consiguieron sobrepasar la barrera, matando a su paso a los defensores, y huyeron campo a través.
Pronto la lucha se generalizó, y el camino y los campos de alrededor resonaron con los gritos y aullidos de los hombres atravesados por las certeras flechas de los arqueros Tuk, o heridos por las hachas, cuchillos y guadañas de granjeros, que nunca antes habían realizado nada más cruento que sacrificar a sus animales... Y no menos estremecedores se oían los lamentos de los hobbits alanceados o golpeados por las mazas de sus enemigos.
Era el sonido espantoso del miedo, el dolor y la muerte.
Algunos hombres, encabezados por su jefe, arrollaron a los hobbits que defendían el extremo Oeste. Aunque la estrategia de Merry estaba haciendo fácil dominar a los rufianes atrapados en el camino, aquellos que seguían al semi-orco consiguieron atemorizar a los medianos. Dándose cuenta de que su gente flaqueaba, Meriadoc llamó a Pippin , y se lanzaron a enfrentarles. Y, entonces, viendo que su propio jefe era herido mortalmente por el joven Brandygamo, el resto de los hombres ya solo pensaron en matar y morir como animales acorralados.
Tanto el número como la organización de los hobbits eran muy superiores y el resultado de la lucha fue evidente casi desde el principio, pero los hombres estaban desesperados y enloquecidos, y no eran capaces de detenerse.
Sam, el granjero Coto y sus hijos, defendían la zona que les correspondía, con tranquila determinación.
Junto a ellos y en un principio, Frodo se mantuvo expectante. Después, sus temores de un combate sangriento se fueron confirmando. Así pues, cuando observó que algunos hobbits se dejaban llevar por el odio acumulado en aquellos meses y por la rabia de ver muertos a algunos de los suyos, también él se lanzó a la refriega con las manos vacías, seguido por Sam.
En aquellos interminables minutos, la innegable autoridad de su rostro severo y pálido se interpuso más de una vez entre la venganza de sus compatriotas y los derrotados, a los que protegió cuando rindieron sus armas, aún a costa de escudarles con su propio cuerpo. En consecuencia, recibió un buen número de miradas furiosas y frustradas por parte de los granjeros y campesinos transformados en guerreros, que él ignoró, pero que helaron el corazón de Sam.
Finalmente, la lucha cesó y los únicos sonidos en el camino embarrado fueron los lamentos de los heridos y moribundos.
Merry y Pippin corrieron entonces hasta sus compañeros. La excitación del combate aún brillaba en sus semblantes, pero sus ojos mostraban una contención y seriedad inusuales.
Frodo, con la ropa manchada de sangre, y Sam, les abrazaron sin palabras.
-¿Estás bien?, ¿No te han herido?- preguntaron con preocupación los jóvenes capitanes a su primo.
-No. La sangre no es mía...-respondió él con dificultad. La expresión de su rostro era de desolación y sus ojos estaban nublados por lágrimas no vertidas.
Merry bajó la vista y murmuró:
-Lo lamento, querido Frodo. No he podido impedir las muertes...ya has visto que no quisieron entregar las armas. Eran ellos o nosotros.
El Portador del Anillo asintió y volvió a estrecharles entre sus brazos. Luego dijo:
-Voy a llevar a los prisioneros y a los heridos a algún sitio seguro, con ayuda de Sam y los Coto y algún hobbit más...Pero es necesario calmar a nuestra gente... Merry, Pippin, ¿podéis ocuparos de ellos?
-Así lo haremos. Y también nos ocuparemos de la atención a los heridos y del entierro de los muertos.- dijo Merry mirando alrededor y suspirando suavemente.
Y una lluvia helada comenzó a caer sobre los campos y el camino, arrastrando el barro empapado de sangre...
