Capítulo 3 (y último)

4 DE NOVIEMBRE, 1419 ( C. DE LA C.), AL AMANECER

... Inadvertidamente, el vagabundeo nocturno de Frodo le había llevado hasta las primeras casas de Delagua , en la últimas horas de oscuridad.

Con un sobresalto escuchó entonces el estallido de gritos estridentes, voces roncas y golpes. El ruido procedía sin duda del barracón donde el día anterior había sido encerrada la docena de hombres supervivientes de la batalla, a la espera de que se tomase una decisión sobre ellos. El mismo Frodo se había ocupado de escoltarles hasta allí y organizar una guardia que les vigilase y atendiera sus necesidades.

Mientras se acercaba rápidamente al lugar, el hobbit vio que un jinete salía al galope en dirección sur, y supuso que se dirigía a la granja de Coto en busca de instrucciones de los Capitanes.

-Bien,-suspiró- veamos qué sucede.

El ruido había sacado de sus casas a algunos vecinos que, a la luz de las antorchas y junto con los tres hobbits que hacían la guardia, miraban con el ceño fruncido y el gesto adusto la puerta del barracón. Dentro se oían alaridos e insultos, y los tablones de madera se estremecían con los golpes, a punto de venirse abajo.

Cuando habló Frodo, todos parecieron asustarse por su repentina aparición. Era como si hubiera surgido misteriosamente de la nada, en medio de las sombras de la noche.

Una costumbre bastante desagradable de los Bolsón, hacer este tipo de cosas...-pensaron algunos de los hobbits.

-¿Qué está pasando con los prisioneros?- dijo él, mientras sus pálidos rasgos brillaban reflejando la claridad lunar.

-¡Ah, señor Frodo!- respondió uno de los guardias - ¡Menos mal que está aquí!...Esos bandidos llevan un rato aullando como lobos salvajes.¡ Parece que se han vuelto locos y me temo que van a derribar la puerta!.

-¿Y cómo empezó esto?- volvió a preguntar Frodo, elevando la voz para hacerse oír en el redoblado alboroto.

-Dicen que alguno de los suyos está grave y reclaman que se les asista y que se les dé más comida. ¡Cómo si estuviésemos aquí para servirles, después de todo lo que han hecho, robándonos y aprisionando a nuestra gente, y atacándonos ayer, que si no hubiera sido por los Capitanes Meriadoc y Peregrin... y por usted, claro, Sr. Frodo, no sé qué hubiera pasado! –contestó el guardia, con indignación.

Frodo empezaba a comprender:

-Pero ayer, cuando los traje, di instrucciones para que se avisara a algún curador que atendiera sus heridas. ¿Es que no ha venido ninguno? ¿Y tampoco han recibido alimentos y agua?

-¡No! Jan Roblefirme y Margarita Tomillar han estado demasiado ocupados con los nuestros...y, además, todos tenemos miedo de entrar en el barracón.- contestó otro de los hobbits encargados de la vigilancia, añadiendo después con irritación:- ¡Y en verdad no merecen tantos cuidados!

Uno de los vecinos que habían salido de sus casas cuando empezó el jaleo, asintió con el rostro sombrío e iracundo:

-Quizás fuera mejor librarnos de ellos, quemar el barracón con todos dentro y solucionar esto de una vez.

Aquella amenaza fue oída por los prisioneros, y el griterío aumentó:

-¡Asesinos!¡Sois peores que wargos!¡Abrid, que nos estamos muriendo aquí dentro!- clamaban con desesperación, mientras golpeaban la puerta y los goznes comenzaban a salirse de su sitio.

Entonces Frodo alzó la voz con autoridad y dijo:

-¡Silencio! ¡No tratéis más de abatir la puerta, hombres, y entraré para hablar con vosotros!

A su alrededor, los hobbits empezaron a protestar, pero él les interrumpió y, fijando en ellos una mirada triste y severa, dijo:

-Alguien me enseñó una vez que no debía apresurarme en condenar a muerte, ya que no estaba en mi mano dar la vida ... y que no es tarea nuestra decidir quién merece vivir o morir. Así que no habléis más de fuego y venganza, y no olvidéis que nunca ha sido costumbre entre los hobbits matar a gente indefensa. Y ahora –añadió con tranquilidad-, por favor, permitidme que entre.

Los prisioneros habían obedecido las órdenes de Frodo y habían detenido sus golpes. Se hizo un tenso silencio, mientras dos guardias apuntaban con sus arcos preparados el hueco de la puerta y el otro la abría. Dentro del barracón se agolpaban sombras, con las siluetas apenas iluminadas por la luz de dos candiles, y solo el Portador del Anillo era capaz de distinguir los rostros desencajados y asustados de los hombres.

-¡No entre, Sr. Frodo!- insistió el guardia- ¡Están furiosos y le matarán!

-No me pasará nada, Rob...he estado en sitios peores y he vuelto.- sonrió.

A pesar de sus palabras, Frodo notó que el corazón le palpitaba con rapidez al atravesar el umbral del barracón. Creía poder apaciguar y calmar a aquellos hombres, por los que sentía una profunda compasión, alentada por su percepción de hermandad con los caídos, pero era consciente del peligro...

Tras él se cerró la puerta. Con decisión avanzó hasta el centro del oscuro recinto y los prisioneros le rodearon, altos e inquietantes. En un rincón vio tres o cuatro cuerpos yacentes, y escuchó sus gemidos y lamentos.

-Soy Frodo Bolsón, uno de los Viajeros que encabezaron la revuelta contra vosotros y vuestro jefe, Saruman, a quien llamabais Zarquino.

Ante esto se oyeron algunos murmullos amenazadores, pero el hobbit continuó con suavidad:

-Teméis por vuestra suerte...y con razón, diría yo, porque habéis causado un grave daño a nuestra tierra y a nuestra gente. Pero no es nuestra intención dejaros morir aquí encerrados. Aún más, si me prometéis marchar en paz y no volver más, conseguiré vuestra libertad.

-¿No nos estás engañando?¿Y qué va a pasar con los heridos?- se elevaron desconfiadas voces.

-No, no os engaño. Y trataré de conseguir un curador para vosotros. O haré yo mismo lo que pueda, pues algo he aprendido últimamente por experiencia. También me aseguraré de que os den suficiente agua y comida. ¿Qué me decís?

Tras unos segundos de silencio, uno de los hombres cogió el candil que colgaba de la pared y lo acercó a Frodo.

-Deja que te veamos la cara, mediano.

Los prisioneros escrutaron los rasgos del hobbit, que conservaban aún las huellas de las penalidades sufridas durante su misión. Adivinaron en ellos una extraña simpatía y ninguna intención engañosa, y finalmente asintieron:

-De acuerdo, Frodo Bolsón. Cumple lo que has prometido, porque ya no tenemos nada que perder y, si hay que morir, no lo haremos como ratas.

Apenas habían dicho estas palabras, la puerta se abrió de nuevo con estrépito, y la tenue luz del amanecer iluminó la escena.

-¡Frodo! ¿Estás sano y salvo?- preguntaron con preocupación Merry y Pippin, espadas en mano y fuego en la mirada.

Los hombres retrocedieron atemorizados, pues aquellos guerreros medianos, de brillantes yelmos y cota de malla resultaban imponentes a pesar de su estatura. Era como sus siluetas se agigantaran hasta superarles, sin saber cómo. Pero Frodo les empujó hacia fuera sin miramientos.

-No pasa nada- sonrió, secretamente divertido por la expresión de sus primos.

El número de espectadores había crecido en el intervalo, y todos parecieron sorprendidos de verle salir incólume. Así que, cuando Frodo dio instrucciones para que se atendiera debidamente a los rufianes presos, nadie protestó. Le miraban con cierto temor reverencial, no exento de dudas pues, ¿no era extraño que se entendiera tan bien con esos hombres?

Pero, cuando se quedaron solos, Merry dijo, refunfuñando:

-¿Te has vuelto loco, querido Frodo?¡Ha sido una absoluta temeridad meterte tú solo entre esa gente!...¡Son ladrones y asesinos, podían haberte tomado de rehén, o vengarse en ti por su derrota!

Y Pippin añadió, con aspecto aún algo congestionado:

-Veníamos dispuestos a contener a los bandidos, pero cuando nos han dicho que tú estabas dentro, tratando de calmarles, nos hemos dado un susto de muerte.

-Bueno, la casualidad hizo que yo pasara por aquí cuando empezó el alboroto...- dijo Frodo lentamente - y me involucré por temor a que hubiera más derramamiento de sangre...En fin, quisiera liberarles lo antes posible, en cuanto sus heridos puedan moverse. No estaría bien que sacáramos a nuestra gente de las Celdas y los sustituyéramos por otros prisioneros, ¿verdad?.

Los Capitanes le miraron con incertidumbre:

-¿Te fías de ellos, Frodo?

El Portador del Anillo pareció reflexionar, con la mirada perdida en el horizonte oriental, donde el amanecer se manifestaba con esplendor, y al cabo, contestó:

-No me atrevería a no hacerlo. Eso, al menos, he aprendido en este año: que el único camino pasa por arriesgarse a confiar...

Los tres se quedaron unos minutos en silencio, y finalmente Pippin dijo, pasando un brazo por el hombro al mayor de sus primos:

-Querido Frodo, si tú lo crees así, supongo que estará bien...Y, ahora, puesto que este asunto ya se ha solucionado, ¿qué decís de un desayuno?

Los otros hobbits mostraron su acuerdo con una sonrisa, y Merry suspiró, añadiendo en voz muy baja:

-Por favor, Frodo, no te alejes por caminos por los que no podamos seguirte...

Pero Frodo no contestó.

FIN