Capitulo 8: Preguntas
Eran las vacaciones de Pascua, una semana de descanso entre aludes de trabajos, deberes y exámenes que se avecinaban. A Severus se le hacía difícil considerarlo un respiro.
Pero su problema no es que tuviera mucho trabajo, ni que le dieran unas inaguantables ganas de retorcer pescuezos cada vez que avistaba a Potter por algún lugar del colegio, y por supuesto, no tenía nada que ver con Lupin. El hombre lobo no había aparecido por su despacho desde el incidente con aquel pergamino tan sospechoso. De hecho, las pasadas semanas apenas lo había visto. Si Severus se hubiera dejado llevar por su lado paranoico –¿paranoico quién?- seguramente habría pensado que se estaba escondiendo de él.
Las coincidencias eran demasiadas, aunque no tan obvias para alguien que no estuviera dispuesto a interpretarlas de ese modo: Lupin entraba al Gran Comedor o mucho antes o mucho después que Snape, y por alguna razón acababa sentado al otro lado de la mesa. Nunca le veía un pelo en los pasillos, ni en la biblioteca. En la sala de profesores, Lupin siempre tenía una excusa inverosímil para irse ("tengo que dar clase a Harry Potter", "¡anda! ¡se me fue de la cabeza! ¡tengo que recoger un grindylow en Hogsmeade!", "¿se ha hecho muy tarde, no?") y en las contadas ocasiones en que el profesor de pociones iba al despacho del otro a dejarle la poción matalobos, no había nadie sentado detrás del escritorio.
Severus hacía muecas de desagrado al vacío: esta vez no le seguiría el juego, por supuesto que no, de todos modos no le importaba, Lupin tenía su vida, que hiciera con ella lo que le diera su... maldita gana, no voy a irle detrás como perro al amo.
Aún así en ocasiones se encontraba a sí mismo observando atentamente los movimientos de Lupin, siguiendo sus pasos al salir del Gran Comedor o dando vueltas por el castillo sin rumbo alguno. En una ocasión se detuvo a varios pasos de la puerta de la oficina del condenado hombre lobo y casi no recordaba haber llegado hasta allí. Con los puños apretados tan fuerte que las uñas se le clavaban dolorosamente en la carne, se alejó del lugar tan rápido como podía hacerlo sin correr.
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"Ya estoy harto" pensó Snape por milésima vez. Caminaba de nuevo por los oscurecidos pasillos de Hogwarts, con una energía furiosa que espantaba a cualquier estudiante que se le pusiera por delante. Hasta aquel momento, ya había hecho salir huyendo (más o menos disimuladamente) a una manada de pequeños estudiantes de primero, varios más de tercero, quinto e incluso a dos muchachos de séptimo curso más fornidos que Crabbe y Goyle.
Y aún así, no conseguía reunir la energía suficiente para salir de las mazmorras, subir unas escaleras y entrar en cierta oficina...
Y tampoco podía dejar de pensar, tampoco podía concentrarse en sus pociones ni en planear sus clases; ni siquiera podía corregir la pila de ensayos que le esperaban sobre su escritorio.
Tenía que hacer aquella pregunta que lo torturaba, pero- pero- ¡no podía! Sus entrañas hervían como una poción que estaba en su punto; el calor era tan insoportable que le llegaba al cerebro.
Se detuvo bruscamente. Un par de Slytherins que venían caminando cautelosamente detrás suyo saltaron del susto, y apenas lograron recobrar su compostura para pasar al lado del profesor sin hacer ruido y apresuradamente. Severus los ignoró por completo: estaba muy ocupado respirando hondo y recomponiéndose.
"Lo que necesito- pensó- es una copa. O dos."
Las imágenes en su mente salían a borbotones; las palabras dichas y no dichas se quedaban suspendidas en medio de su conciencia unos segundos antes de esfumarse para aparecer de nuevo, más brillantes que nunca.
"Que sean tres."
XXX
Al mismo tiempo, Remus Lupin está sentado en su silla, inclinado sobre un libro sobre Criaturas Oscuras, leyendo la misma frase una y otra vez.
Sube la vista, se toca los ojos, suspira, vuelve a leer.
Cinco minutos más tarde, sigue leyendo la misma línea. Se levanta y prepara un té, al tiempo que se masajea las sienes. Dos cucharadas de azúcar, un chorrito de leche, la dulce bebida le quema los labios pero no importa, no importa.
Pero si no le importa, ¿por qué no puede concentrarse?
Necesita una respuesta. Pero dentro de sí mismo sólo encuentra más interrogantes, un coro de dudas, una canción de desconfianzas.
"Tal vez- piensa, cuando se lleva la taza a la boca sólo para descubrir que está vacía- he estado solo demasiado tiempo." Mirando la tetera, que es azul gastado, antes era muy bonita, cuando me la regaló James por Navidad, Remus decide que tal vez haga falta algo más fuerte. Mucho más fuerte, si puede ser.
XXX
¿Cerveza de mantequilla? ¿No tiene algo más fuerte...? Sí, un whisky de fuego estaría bien... gracias. ¿Eh? Sí, sí, estoy perfectamente bien, no se preocupe... sólo necesito un respiro...
¿Puede servirme otra copa? ... Gracias. ¿Cómo dice? ...más o menos, pero no me quejo. Por una vez que consigo un trabajo decente... pero no, no me parece demasiado trabajo, siempre había querido ser profesor...
¿Otra copa, por favor? Así está mejor, mejor... ¿sabe? Hacía tiempo que no venía a "Las Tres Escobas", me hacía falta... recuerdo... ¿recuerda usted también? ¿Cuándo venía con mis amigos? ...sí, sí, qué tiempos aquellos.
Me vendría bien otro poquito... así. ¿Cómo le va el negocio? ... cierto, supongo que con tanto dementor rondado por la ciudad... sí, sí... casi siempre se cura con un poco de chocolate, sólo eso. ¿No lo sabía? Pues funciona de maravilla, últimamente llevo siempre una barra encima, por si acaso... sí... de nada, mujer.
¿Me sirve otra, por favor? No suelo tomar tanto, no. Últimamente ando cansado por la vida... ¿problemas de qué? Mm-no, esposa todavía no... digamos que, que no soy hombre de matrimonio... ¿solterón? algo así... Aunque... bueno, no se lo diga usted a nadie, pero creo que hay alguien, alguien que no está mal. Pero. No sé.
¿Le importaría servirme otra copa? ¿Cómo que no, cuántas llevo ya? ...por una más... muy agradecido. Pues, le decía. Hay alguien. ¿Usted se casó hace tiempo, verdad? Ah, sí, recuerdo, sí, sí, fuimos a la boda... bueno, con esa persona, lo que pasa, no es muy agradable. Estoy, ¿cómo se dice?... ah, sí, confundido. Un poco, sí. No estoy seguro si fiarme de lo que me dice, tampoco sé qué es lo que quiero de e-esa persona. Además, quiere que lo nuestro sea un secreto, y bueno. Oh, pero si se lo estoy contando a usted. Qué mal. Bueno, sí, ya sé que es usted muy discreta, Rosmerta. Sólo le pido...
...otra más. La última. Y me marcho, prometido. No, no, ya sé que no molesto, pero vea... muchas gracias. ¿Me da rabia, sabe? Me da rabia estar metido con esta persona, ¿por qué él? ¿precisamente él? siempre me está insultando, y además yo... estaba hace tiempo con otro-otra persona, y... así es, olvidar es difícil... ¿puede repetir? Ah. Sí, lo soy. ¿No le importa? ... Menos mal. Usted no sabe cuánto discrimina la gente hoy en día, cómo te tratan como basura sólo por ser lo que eres... ¡exacto! Sé que comprendería usted. Es una buena mujer, sí... vaya, si me lo he acabado todo.
¿Podría...? ¿no? Ya no más, sí, sí, lleva razón... pues me dice lo que le debo y me marcho de aquí... ¿cómo dice? ¿eh? ¿el hombre de la esquina, qué pasa con...? Ah. Eh. Hola, Severus.
XXX
Ninguno recordaba con claridad cómo encontraron el camino de vuelta al colegio. Había llovido hace unas horas, no mucho, pero el camino estaba lodoso y se les resbalaban los pies al subir la cuesta. Andaban con lentitud y en silencio, concentrados en mantener el equilibrio. Para cuando llegaron a la entrada de los terrenos, ya era de noche y las enormes puertas de hierro del castillo estaban firmemente cerradas.
-¿Son las diez, ya?- Remus hizo un esfuerzo por no arrastrar demasiado las palabras.
-Pasadas, Lupin. Faltan- Snape miró su reloj- quince minutos para las once.
-¿Tanto?
-Sí.
-Vaya. Ahora tendremos que... ¿qué?
-Llamar a la puerta.
Se hizo un silencio bastante incómodo. Ninguno tenía ganas de llamar a la puerta y que Filch los viese en aquel estado: ¿qué dirían los demás profesores? Remus se puso al lado del camino y se reclinó sobre un árbol, con la cara hacia arriba.
-¿Lupin? ¿Qué haces?
Tardó varios segundos en contestar-: Esperaré aquí un rato, a ver si se me pasa...
Severus caminó hasta llegar a su lado. En el cielo oscuro no se veía ninguna estrella, y al poco rato comenzó a lloviznar suavemente. Ni los alfileres de agua helada que se estrellaban contra su rostro podían aclarar su mente, que parecía hervir con un solo deseo.
Remus tenía los ojos cerrados. Estaba pálido por el frío, aunque tenía las mejillas sonrojadas por los efectos de todo lo que había tomado. En la penumbra, sus labios parecían negros.
Tal vez fuesen tantos días sin su compañía, con el deseo carcomiéndole por dentro, tal vez lo hiciera a propósito, para provocarle. Tal vez sólo estaba borracho; el caso es que Severus se acercó a Lupin con un solo movimiento, y lo besó en los labios antes de que el otro hombre pudiese reaccionar.
Remus se quedó inmóvil. Severus le siguió besando con insistencia, juntando sus caderas, rodeándole con los brazos, presionando su entrepierna dura contra Remus, buscando alguna respuesta-
En ese momento Severus sintió un dolor agudo en la mandíbula, y la tierra lodosa dio un salto y le golpeó en los hombros, la cara, el pecho, le cortó la respiración. Estupefacto, se quedó varios segundos mirando el marrón oscuro de un charco fangoso, manchado aquí y allá con puntitos escarlata... Entonces, lentamente, levantó la vista.
Sobre él, Remus lo miraba pálido, tembloroso, apuntándole al rostro con la varita. Sus ojos ámbar brillaban en la oscuridad como los de un lobo hambriento en el bosque, momentos antes de caer sobre ti y desgarrarte la tierna carne del cuello.
-¡Lupin!
-No me toques. No te he dado permiso.
Severus nunca hubiera sospechado que Lupin pudiera hablar con esa voz tan fría.
-¿Por qué?
Finalmente escapó de sus labios aquella pregunta. No habría soportado un minuto más con aquella duda dentro de sí; sentía la irreprimible necesidad de sacársela de encima, desnudarla frente a los ojos de Lupin.
La respuesta: el silbido del viento entre las hojas del árbol que los cubría, el repiqueteo de las gotas –cada vez más intenso- sobre los charcos ya formados en el camino, el silencio sepulcral de todo lo demás.
-¿Lupin? ¿Lupin?
No sin vacilar un momento, el hombre lobo bajó la varita, mirando absorto las hojas grises del árbol. Por la cara le resbalaban las gotas de lluvia. Si Severus no supiera mejor, habría dicho que parecían lágrimas.
-Déjalo- susurró con la voz ronca.
La suave llovizna se estaba convirtiendo en una tormenta. Gotas de agua del tamaño de ojos de sapo azotaban las copas de los árboles, explotaban en los charcos lodosos y les golpeaban el rostro, los hombros, los enfriaban hasta la médula de los huesos.
Lupin, con el cabello y la túnica empapados, estaba temblando. Severus sentía el agua helada correrle por la espalda y las mejillas ahuecadas. De un movimiento tan brusco que sobresaltó a su acompañante, Lupin se acercó a la entrada y llamó a la puerta, empujando el ojo que le sobresalía a un horrendo grabado de una cara que decoraba el pilar izquierdo de la verja.
Severus se tocó la boca, aprovechando que Lupin estaba de espaldas. Tenía varios dientes flojos y le salía sangre. El frío del chaparrón que le caía encima le despejaba la cabeza, pero no hacía nada para detener la repentina tentación de devolverle el puñetazo al muy hijo de-
"Un día de éstos- decidió- lo haré pagar por triplicado." El maldito licántropo se arrepentiría, sí señor.
Un relámpago atravesó el cielo oscuro a lo lejos; Severus sintió retumbar el trueno en sus huesos. Se acercó a Lupin, que esperaba inmóvil junto a la entrada de Hogwarts.
-¿Sabes qué, licántropo? No sé qué es lo que quieres, pero si el sexo no te satisface...
Lupin no contestó. Seguía sin moverse, dándole la espalda al profesor de pociones. Severus sintió cómo se le retorcían los dedos en movimientos bruscos, como si estuvieran muriéndose de ganas de cerrarse en torno a aquel cuello fresco...
-Sé que estás tramando algo- le dijo.
-Se que eres tu quien deja entrar al fugitivo a Hogwarts.
-¿Acaso también quieres matar a Potter?
-Eres una amenaza, Lupin.
-Si por mi fuera, te quedarías ahora mismo de patitas en la calle.
No hubo respuesta.
-Lupin- dijo con voz tan débil que parecía un suspiro.
De pronto, escucho su voz-: Buenas noches, Argus. Vaya tormenta que tenemos encima, ¿verdad? - saludo amablemente- ¿nos abres la puerta, por favor? Me temo que nos hemos tardado un poco mas de la cuenta en Hogsmeade. Oh no, solo acompañaba al profesor Snape a comprar unos ingredientes para pociones. Gracias.
Entraron silenciosamente en el castillo. Lupin ni siquiera le dio las buenas noches.
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Notas de la autora: Este capítulo estuvo a punto de ser el último de este fanfic. La verdad es que ya no quería seguir escribiéndolo, porque se me hizo demasiado cliché, soso e incoherente. Pero entonces empecé a arreglar una cosita de aquí, a borrar partes que me disgustaban, y al final logré añadir unas cuantas palabras para terminar el condenado capítulo.
La pregunta que te estás haciendo ahora mismo es, ¿lo seguiré escribiendo?
En realidad, yo no tendría muchas esperanzas. Pero ya sólo me faltan dos capítulos. No quiero prometer nada ya, pero igual si un día estoy inspirada me pongo a escribir el final. Lo que pasa es que ahora mismo hay otras cosas que quiero escribir, entre ellas una especie de "secuela" o "reescritura" de Luna Llena, que con suerte se acercará más a lo que quería hacer con Lupin y Snape.
En fin, ya veremos.
P. D. Antes de empezar a afilar los cuchillos para matarme, recomendaría que más bien pensaras qué te desagrada del fanfic, en términos de caracterización, narración, estilo, etc.; qué cosas no funcionan, qué cosas deberían omitirse y qué debería agregarse. Si el fanfic es una mierda, es culpa mía, pero tú me puedes ayudar a mejorar. Una larga y detallada crítica constructiva me animará más a seguir escribiendo que un "me encanta tu fanfic, sigue escribiendo si no me corto las venas" o un "te odio porque has tenido que dejarlo te matar".
