Hojaverde y el Amigo de los Elfos.
Por The Balrog of Altena
Capítulo 11ro: El Dragón Rukraf.
Ahora bien, empezaré por recordaros que aquella mañana Gandalf había llegado al Gran Bosque Verde montado en la grupa de Sombragrís, donde Legolas y Gimli le recibieron con gran alegría.
El Rey Elfo ya le había dicho una vez al Istari, cuando aún era llamado el Peregrino Gris, -¡Qué aparezcas donde más te necesiten y menos de esperen! ¡Cuanto más veces vengas a mis salones, tanto más me sentiré complacido!-, y cuando vio al mago casi dio un salto de alegría. Aunque su presencia no fue suficiente para que los Elfos olvidaran sus temores, lo fue para calmarlos y darles esperanzas.
Después tuvo lugar el concilio, donde asistieron varios Elfos nobles, y Gimli y Gandalf como consejeros. La conclusión de ése concilio que duró tres horas fue la siguiente: Los Elfos debían retirarse a un refugio seguro ahora que aun tenían tiempo y cuanto antes. Entre el Río del Bosque y el Viejo Camino del Bosque había las Montañas, que podrían servirles de protección. Pero estaban demasiado lejos y se necesitarían al menos tres días de viaje al galope para llegar. No sabían que el tiempo apremiaba, que el dragón estaba cerca de vuelta, pero sabían que no debían arriesgarse a tres días de camino donde serían vulnerables. Por eso se decidió que se utilizarían las Cuevas del Rey como refugio mismo. Como sabéis, las puertas de entrada están hechizadas; y tras los salones reales se encuentran los montes. Aquellos montes estén llenos de cavernas. No cavernas normales y corrientes, frías, sucias y oscuras; sino cavernas cubiertas de mármol tallado en suelo y paredes, grandes columnas y pilares que sujetan los techos, y antorchas en cada rincón para que sean encendidas cuando haya necesidad de luz. Estas cavernas servirían de refugio.
En el concilio también se repartieron los encargos de recolectar víveres, comunicar las nuevas a las familias, asegurarse de que todo el mundo llegaba al refugio y que nadie quedaba atrás u olvidado, y los caballos y otros animales de compañía (si había tiempo y espacio) serían también llevados al refugio, a una caverna distinta al de los refugiados.
No se planeó cómo podían atacar y matar al dragón, pues no se pueden hacer esos planes sin ver antes la inmensidad de su enemigo, pero se habló de los puntos débiles de un dragón, y de su peligros y de su forma de actuar y cómo logran engañar a la gente si uno escucha sus palabras llenas de mentiras.
Por último, no podrían salvar a los innumerables árboles y plantas del bosque en caso de incendio, mas si bañaban y rebañaban las casas y cabañas con agua, tal vez podrían impedir que éstas se incendiaran.
Pronto se pusieron manos a la obra. Todo el mundo trabajaba codo con codo y afortunadamente no hubo tumulto ni miedos, lo que hizo más fácil y ordenado el trasladar al pueblo y las provisiones a las cavernas. Gimli se ofreció voluntario para acompañar a los Elfos al refugio mientras que Legolas se unió a su padre el rey, y Gandalf estaba con ellos. Por eso los dos amigos no estaban juntos cuando el peligro llegó.
Todo iba bien cuando de repente aparecieron Silinde y dos Elfos más (que en aquel momento estaban de vigilancia) dando gritos. " ¡Amlug! ¡El dragón se acerca! ¡El dragón está aquí! ¡Corred al refugio! ¡Amlug! ¡Amlug!" - El cuerno de los Elfos resonó entre los pilares negros del bosque en señal de alerta. Tan sólo se apagó la última nota del cuerno apareció el dragón, batiendo sus alas poderosamente, rugiendo y escupiendo fuego.
Aun había muchos Elfos lejos de estar a salvo. Ni la mitad del pueblo había entrado en el refugio, y la llegada del dragón los hizo despavorir y hubo empujones porque todos trataban de salvar su vida. En un abrir y cerrar de ojos los árboles de los alrededores se habían incendiado y ardían salvajemente. A los pocos segundos las llamas se alzaban altas, y el aire se llenó de calor, cenizas y humo.
Gimli, quien en aquel momento iba en la búsqueda de más familias a las que guiar a las cavernas, observó atónito y aterrorizado como el dragón abría sus fauces y escupía fuego rojo y azul a los Elfos. Los gritos de agonía y dolor de los muchos que eran alcanzados eran horripilantes. Porque muchos fueron los que murieron calcinados vivos, y el fuego del dragón, a quien llamaremos Rukraf, era tan ardiente que para alguien alcanzado no le daba tiempo a revolcarse por el suelo en un intento de consumir el fuego encendido en su cuerpo, sino que en pocos segundos se derretía la piel y las venas coagulaban antes de secarse, y en un minuto del cuerpo sin vida sólo quedaban los huesos calcinados y negros, por lo que nunca pudieron enterrar aquellos cuerpos con un nombre para llorarlos.
Gimli se habría quedado ahí, aterrorizado por lo que estaba ocurriendo justo frente a sus ojos e inmóvil, si unos llantos infantiles no le hubieran llamado la atención. No muy lejos de él estaban dos pequeños; un niño y una niña de muy poca edad, abrazados y llorando a gritos, sin dejar de llamar a sus padres, que no pudo decir porqué en aquel momento no estaban ahí con ellos. "¡Nana! ¡Ada!"
Aun en el tumulto Rukraf oyó los llantos de los pequeños y con una sonrisa malvada se volvió a ellos, y en sus ojos amarillos brilló una sed de sangre inmensas, pues lo que más le deleitaban eran los niños; tan tiernos, tan chillones y tan temerosos de él. La maldad de Rukraf no tenía límites.
Rukraf batió las alas de murciélago una vez, alzando una ventisca de polvo. Le bastó para abalanzarse sobre los dos niños Elfos, que se agacharon y encogieron y gritaron bajo la sombra de la bestia alada. A Rukraf le gustaba aterrorizar a sus presas antes de comérselas, y por eso se quedó ahí, frente a los niños, mirándoles y sonriéndoles mientras se lamía el labio superior con la lengua roja. Entonces, una voz grave se alzó sobre los gritos.
"¡Eh, dragón apestoso! ¡Aquí! ¡Tontón, gordo! ¡Estás tan gordo que ni con unas alas tan grandes vuelas mejor que una gallina!"
Aquello, desde luego, enfureció al dragón, que olvidándose de los niños se volvió con ojos centelleantes de cólera para encontrarse con lo que menos se imaginaba: un Enano. El Enano estaba a dos pasos de él. Era extraño encontrar a un Enano entre los Elfos del Bosque, pero Rukraf no sintió curiosidad, pues estaba muy encolerizado.
Gimli, quien había estado haciendo bocina con las manos ante su boca, tomó su hacha de guerra más grande y pesada que poseía. Normalmente no la llevaba encima (sino una de más pequeña) pero aquel día había tenido el extraño presentimiento de que la necesitaría. Se acababa de dar cuenta de su error, de que no tendría escapatoria; mas estaba decidido a no morir sin haber rasguñado antes la cara del dragón.
Sin embargo, tan pronto había empuñado el hacha y separado las piernas en posición de guerra, Rukraf se abalanzó sobre él y le agarró con sus garras delanteras. Una de sus afiladas uñas se clavó en el estómago de Gimli, causándole una punzada de dolor que luego se convirtió en algo más intenso, que te quitó la respiración, y pronto comenzó a sentir la sangre caliente manando de su herida y escurriéndose entre sus piernas. El hacha cayó de sus manos y chocó con estruendo la piedra del suelo.
Rukraf abrió sus fauces, y aquel habría sido el final de Gimli si Sirion no hubiera aparecido con su arco. El hombre de porte dura y ojos verdes como la hierba del prado tensó su arco y disparó justo cuando Rukraf abría la boca. La flecha se clavó en la fofa carne entre los dos dientes del dragón. Sirion estaba lejos de haberle derrotado así, pero esa flecha le causó un dolor de muelas que el dragón no olvidó. Rukraf, lleno de rabia por haber sido herido de un modo tan avergonzosa, dejó caer al Enano y se volvió. Rukraf no supo quien había sido el atrevido, porque Sirion se había ocultado rápidamente, así que extendió las las y alzó el vuelo hacia los Elfos ( y pocos Elfos vivos había ya a la vista, por cierto).
La ramas de una haya habían detenido la caída de Gimli, que ahora colgaba de ellas. De hecho aquello fue una gran ayuda, porque más lastimado habría salido aun de haber caído al duro suelo desde tanta altura. Desgraciadamente el árbol se incendiaba (como todos los de los alrededores) y Sirion lo tuvo difícil para subir a buscar al Enano. Pero él era un hombre valiente. Subió a pesar del intenso calor y del humo que le sofocaban. Resbaló una vez con las cenizas, se arañó y los hayucos encendidos en rojo fuego le quemaron en varios puntos de los brazos y las piernas. Al fin llegó hasta Gimli, colgado como una presa muerta olvidada para los carroñeros. Sirion le envolvió en su capa élfica para evitar que se quemara y se lo cargó sobre los hombros, pues necesitaba al menos una mano para poder descender de la copa.
El Elfo creía que el Enano estaba inconsciente, o quizás muerto, y por eso casi perdió el equilibrio sobre las ramas ardientes cuando oyó un quejido sobre su hombro. Al parecer el Enano estaba sufriendo.
"Aguante Señor Enano." - se oyó decir Sirion, con voz consoladora - "Le voy a sacar de aquí. Se va a poner bien."
Gimli no respondió, pues en aquel momento cayó en un profundo sueño oscuro.
Ahora volvemos con Legolas. Pero por si alguno de vosotros aun se lo pregunta, los dos niños aterrorizados fueron encontrados por su padres finalmente, y por cierto que se salvaron.
Legolas, como he dicho antes, estaba con su padre en el momento en que llegó el dragón. Thranduil tenía una arco grande en la mano, al que llamaban Exterminador de Orcos, y ceñía su espada Dagnir-torog en la cintura. El Rey Elfo miró seriamente a su hijo. "Ve al refugio. Ahora."
"Iré." - dijo Legolas - "Pero antes debo ir a buscar a Gimli y a Elen."
"No lo harás." - le respondió Thranduil alzándole la voz, pero se dijo que debía tranquilizarse cuando vio un brillo de preocupación en los ojos de Legolas. Le habló entonces más gentilmente - "No te arriesgues, hijo. Quizá estén ya en el refugio. Hazme este favor y vé allí. Quédate en el refugio, donde estarás seguro. Hazlo por mí."
"Ada, yo..."
"¡Es una orden!" - le interrupió. Sin esperar una respuesta de su hijo, Thranduil se dio la vuelta y se fue, sin decir a dónde hiba ni qué se proponía. Legolas permaneció ahí, pensativo, hasta que se decidió por subirse a la grupa de Arod y salir en busca de sus amigos.
Acababa de salir al valle, donde Rukraf aterrorizaba con su aliento, cuando se cruzó con Elenshael, quien hiba a caballo de Epona. Legolas sonrió al verla, pero se alarmó al ver que la Elfa tenía una gran quemadura en el brazo, y que su bello rostro se deformaba en una mueca de dolor.
Legolas bajó de la grupa y corrío a Elenshael y le tomó la mano. "¡Elen! ¡Estás herida!"
Elenshael sólo asintió. Legolas le besó la mano y la tranquilizó diciéndole que ahora iban al refugio, y que ahí la curarían. Elenshael sonrió tristemente.
Cabalgaron velozmente hacia el refugio. Atravesaron las puertas mágicas y se precipitaron hacia el interior de las cavernas con gran estrépito. Tan pronto como atravesaron las últimas grandes puertas que llevaban al interior de las montañas cavernosas desmontaron de sus cabalgaduras. Nunca antes había visto Legolas tal alborotado en aquel lugar; ni siquiera hace unos mil quinientos años, cuando hubo una terrible sucesión de terremotos y todo el pueblo se vio obligado a permanecer en las indestructibles cavernas sujetas por altos pilares hasta que el desastre natural desapareció con un último y más débil temblor.
La gente se llamaba a gritos y unos a otros se daban empujones para buscar a sus familiares y amigos en algún lugar de aquel motín. Otros eran más trabajadores y se encargaban de conducir a los caballos en un lugar apartado o repartían lamparas de aceite y mantas para todo el mundo. Algunos lloraban desconsoladamente, en silencio o a gritos, porque no habían encontrado a sus seres queridos, mientras que otros les consolaban torpemente. Los niños se aferraban a la falda de sus padres y miraban con ojos muy abiertos, algunos temerosos y otros confusos. Muchos de ellos lloraban en el abrazo de sus madres. A fuera, el dragón lanzó un poderoso rugido de ira y cólera que los estremeció de pies a cabeza.
Legolas y Elenshael miraban de un lado a otro desconcertados. Mientras que la Elfa de ojos de miel buscaba a sus padres entre la multitud, los ojos azules de Legolas no daban con Thranduil ni con Gandalf. Tampoco había señales de Gimli en aquel lugar. La última vez que vio al Enano fue justo antes de aparecer el dragón, batiendo sus alas poderosamente y soplando su aliento abrasador.
Entonces llegaron Elenmenel y Saëra, que abrazaron a su hija y la riñeron por haberse marchado sin decir nada a nadie en un momento tan peligroso como ese. Dieron un grito ahogado al ver la herida de su hija, y le dijeron que marchase a la segunda caverna, donde se atendían los heridos, pues ellos dos tenían algo entre manos.
"La Señora ha sugerido que cerremos las puertas con hechizo más poderosos." - les explicó Elenmenel - "Tu madre y yo vamos a echarles una mano."
"No he visto a mi padre por aquí. Y no me dijo donde estaría." - dijo Legolas desconcertado - "¿No le han visto ustedes?"
Elenmenel y Saëra le miraron con gravedad mas no supieron responderle. Los Noldor se fueron ( en verdad ellos eran de los Noldor, y habían visto el Mar e inlcuso vivieron el Tol Eressëa y en Aman con los Altos Elfos y en las costas con los Falmari, los Elfos Azues, antes de llegar a la Tierra Media e instalarse en el Gran Bosque Verde, donde dieron luz a su hija Elenshael.) y tanto Elenshael como Legolas les siguieron hasta las puertas, donde La Señora y los demás Elfos del Bosque que dominaban muy bien la magia estaban preparando los hechizo más eficaces para impedir la entrada al dragón, y sólo los Elfos y amigos podrían entrar y salir a su voluntad.
La Señora no era otra que Rielle, hija de Annariel e Istarion, la madre de Dambëth, la Noldor más poderosa y sabia del Bosque. Según decían, Dambëth ocultaba poderes mucho mayores que los de su madre, pero hasta ahora sólo los había demostrado con la curación, pociones y otros brebajes.
Por eso a Rielle por respeto la llamaban La Señora, porque era la Maestra de los Maestros, La Curandera de los Curanderos, la más Sabia de los Sabios. No creais que exagero, pues a pesar de todo no era tan poderosa como Galadriel de los Galadrim. Aunque un parecido había entre las dos mujeres.
Era alta y de cabellos de cobre dorado, que descendéan en trenzas y rizos hasta su esbelta cintura. Sus ojos eran verde oliva, hermosos y a la vez misteriosos como la noche. Era de blanca piel como la luna y su manos eran largas y bellas. Mucha gente la comparaba a un ave, pues era atenta como un mochuelo, temerosa como un águila y a la vez delgada y frágil como un canario.
Rielle y los Elfos parlamentaban cuando Legolas y los tres Noldor llegaron a toda prisa. El Capitán de la Guardia estaba con ellos.
"¿Dónde está el Rey?" - preguntó Legolas al Capitán. El vigoroso Elfo le miró con seriedad.
"Su majestad y el Mago salieron al encuentro del dragón, y todavía no han regresado."
Legolas quedó un instante en suspenso, como un hombre herido en el corazón por una flecha en mitad de un grito. Palideció, y de repente una furia mortal se alzó en él. Tomó las riendas de Arod y salió al galope. Elenshael dio un grito y trató de ir tras él, pero sus padres la detuvieron. Ella volvió a gritar el nombre de Legolas cuando su amigo se alejó despareciendo de su vista y el trote de los cascos de Arod se apagaron en la distancia.
Rielle sonrió cálidamente a la Elfa y le habló con su voz cantarina como los pájaros, clara como el agua y poderosa como los cimientos de la tierra. "No temas pequeña. Él volverá."
Elenshael quedó en silencio, apretando los puños y mordiéndose el rosado labio inferior.
Legolas Hojaverde no prestó atención al desastre que le rodeaba. Gran parte del pueblo se había incendiado. Al aire libre el calor era insoportable, como si en lugar de un oscuro bosque se encontrara en un desierto abrasador. El aire que respiraba era humo y las llamas ardientes que se alzaban alto desprendían una lluvia de cenizas y brasas que le picaba dolorosamente en los ojos y se los nublaba de lágrimas. La noche se había teñido de rojo.
El dragón estaba erguido, totalmente quieto, al otro lado del río. Era un lagarto enorme, de por lo menos el doble tamaño de un Troll de las Cavernas. La bestia alada se sostenía sobre sus cuatro patas, que terminaban con cuatro garras de fuertes pezuñas curvas como dientes de serpiente. Su cuerpo estaba formado de duras capas de escama color carmesí con reflejos anaranjados que parecían centellear como llamas. No era robusto, sino gordo, y su poderosa cola de lagarto tenía como unos diez metros de longitud. Su cuello era largo y curvo como el de una cigüeña o un guanaco; más tarde Legolas comprovaría que el dragón podía mover aquel largo cuello blindado tal como lo hace una serpiente el deslizarse. La cabeza era de lo más extraña: parecida a un león, pero sin guedeja y con el hocico estirado. Los orificios de la nariz lo tenía muy abiertos, por los cuales escapaban humeradas negras. El dragón abría la boca en una repulsiva sonrisa, y podían verse los colmillos amarillentos y afilados como cuchillas, y una lengua roja de serpiente que danzaba como encantada. Los ojos amarillos almendrado chispeaban como el relámpago y paralizaban a uno con sólo su mirada peligrosamente atrayente.
El dragón desplegó las grandes alas de murciélago negras como la pez y duras como el plomo, y el terreno que ensombrecían parecía desmoronarse y pudrirse bajo una maldición. Su mirada estaba fija en algo, y ése algo era una diminuta figura (en comparación con el tamaño del dragón) que permanecía de pie, altivo y arrogante, frente a frente con el dragón. Era un Elfo, y sujetaba un arco en la mano y tenía una espada enfundada en la cintura.
Legolas se quedó paralizado en la grupa de Arod cuando se dio cuenta de que ese Elfo era Thranduil. El Rey Elfo no se movía en absoluto y su mirada era dura y arrogante. Tenía las hermosas ropas desgarradas y quemadas, y el pelo dorado se le removía suelto en el viento ardiente. Miraba al dragón de frente, pero no directamente a los ojos. Y eso no era por cobardía, sino por sensatez. Todo el mundo sabe que algunos dragones son capaces de paralizar a su enemigo si sus ojos llegan a encontrarse, como el legendario Foalókë de Turambar.
Entonces el dragón lanzó un rugido, que podía haber sido una especie de risa o un bufido, y preguntó con voz de cuerno y trueno. "¿Quién eres tú, que no corre despavorido y se esconde como los demás? ¿Quién se atreve a hacerme frente a mí, al más ardiente de los dragones?"
"Yo soy quien acabará con tu vida." - respondió Thranduil imponente - "¿Y quién eres tú, quien osa atacar a mi gente, quemar nuestros bosques, y destruir nuestros hogares sin piedad?"
El dragón resopló humo por el hocico y una ventisca negra y sofocante envolvió al Rey, pero éste no se inmutó. "Soy Rukraf, el Más Ardiente. Devora-hombres me han llamado algunos, aunque también me gusta devorar mujeres y niños." - dijo chupándose los labios con la larga lengua roja y rasposa, y se rió para sí mismo como si acabara de contar un chiste.
Los ojos de Thranduil brillaban de cólera. "Entonces has de saber, Rukraf, el Más Ardiente, que yo, Thranduil, hijo de Oropher, no permitiré que causes más daño a mi pueblo. Ésta será la última de tus maldades. Por mí en el fuego que arde nuestro bosque también arderán tus restos."
Entonces Thranduil tensó el arco y a una velocidad increíble apuntó entre ceja y ceja del dragón y disparó. Rukraf, que por estar gordo era lento en pasos pero no en reflejos, abrió las fauces y lanzó una llamarada tan poderosa y ardiente que consumió y convirtió en polvo a la flecha antes de que ésta le diera alcance. El mortífero aliento del dragón avanzaba irreversiblemente hacia el Rey, y habría podido arderle hasta los huesos si en aquel momento un fuerte remolino de viento helado no se hubiera interpuesto en su camino, esparciendo las llamas como olas que golpean las rocas en la costa. El Rey Thranduil dio un salto atrás y las llamas no le hirieron pero la cercanía fue suficiente como para que su suave piel quemara y enrojeciera.
Aquel remlino, por supuesto, había sido obra de Gandalf. El Mago Blanco llegó al galope de Sombragrís, quien no tenía el menor temor al dragón. Se había quitado el manto gris y sus vestiduras blancas resplandecían, y no mostraban señales de quemaduras, a pesar de que la crin plateada de sombragrís se había manchado de cenizas negras.
En aquel momento también llegó Legolas, cabalgando al rescate de su padre, quien con una mano enrojecida por el calor se enjugaba el sudor de la frente. "¡Adar!" - le llamó.
"¿Legolas?" - se sorprendió el Rey Elfo - "¡¿Qué haces aquí?! ¡Deberías estar en el refugio!"
Rukraf dio un paso en frente. A cinco pasos de él estaban Thranduil y el joven Elfo que acababa de llegar al galope. Abrió las fauces y se preparó para lanzar una segunda llamarada, pero un dolor inmenso se apoderó de él, como si un rayo le hubiera partido, y en su lugar rugió de dolor y furia. Gandalf estaba ahora a sus pies, y con la vara alzada le había hechizado con un relámpago. Aquello no podía matar a un dragón de fuertes escamas como aquel, pero fue suficiente como para enfurecerle ferozmente.
Así que Rukraf olvidó de momento a los dos Elfos y se volvió al anciano Istari. Legolas llegó junto a Thranduil y no detuvo el galope de Arod, pero el Rey Elfo se subió a la grupa de un salto y ambos huyeron hacia el refugio, tras las puertas mágicas del Reino. Gandalf alzó la vara una vez más. "¡Atrás!" - gritó y una potente luz blanca cegó al dragón, que asustado ante ese enemigo inesperado alzó al vuelo y huyó batiendo las alas tan poderosamente que alzó el polvo como en una tormenta de arena. Gandalf aprovechó la ocasión para marcharse y reunirse con los Elfos en el refugio. Poco después cabalgaba junto al Príncipe y el Rey del Gran Bosque.
Las puertas del refugio ya habían sido hechizadas con una veintena de encantamientos. Éstas se abrieron solas cuando cuando llegaron los tres jinetes. Los Elfos del Bosque dieron gritos de alegría al ver entrar a su rey, sano y salvo. Elenshael se abrió paso entre la gente y dio un fuerte abrazo a Legolas, quien se lo devolvió con la misma fuerza. Al parecer su amiga había estado llorado, porque tenía los ojos muy brillantes y las mejillas más sonrojadas.
"¿Estan todos dentro?" - preguntó Thranduil a Togódhal, quien se había ofrecido para buscar a los Elfos extraviados por el pánico y conducirlos hasta el refugio en las cavernas.
"Todos los supervivientes están ya a salvo, Tarinya." - respondió Togódhal tristemente, pensando en los muchos habían muerto antes de tener oportunidad de escapar al dragón.
El recuerdo de Gimli volvió a la mente de Legolas. Temiendo obetener una respuesta funesta, Legolas se aproximó a Togódhal para preguntarle qué noticias tenía de su amigo Enano, pero de repente Thranduil se interpuso en su camino y comenzó a mirarle y a tocarle de pies a cabeza comprobando que no tuviera herida alguna. Aquello incomodó a Legolas y dio un paso brusco hacia atrás liberándose de las manos de su padre. Ya no era un niño que debía ser vigilado continuamente por su padre.
"Estoy bien, adar. Déjalo." - se quejó el Elfo de los Nueve. Thranduil le tomó con fuerza por los hombros tan repentinamente que empujó a su hijo un paso atrás.
"Si no recuerdo mal, te dije que permanecieras aquí y que no te movieras de este lugar por nada del mundo." - dijo el Rey Elfo furioso - "¿Por qué nunca haces lo que te digo?"
"¿Y tu por qué tenías que salir ahí y poner tu vida en peligro?" - contestó Legolas en el mismo tono de voz.
"¡Mi deber como rey es el de proteger a mi pueblo! ¡Tu deber es hacer lo que yo ordene!" - gritó Thranduil.
"¡Yo amo a mi pueblo y os amo a vos, por eso quiero protegeros!"
"¡Y yo también te amo a tí, Legolas! ¡¿Y cómo voy a protegerte si no obedeces mis órdenes?!"
Entonces padre e hijo se abrazaron mutuamente. Y permanecieron así un momento, en silencio, hasta que la voz le Legolas le habló a su padre en susurros. "Creí que no llegaría a tiempo... que ése maldito dragón iba a quitarte la vida... a alejarte de mí sin que nada hubiera podido hacer..." - balbuceó Legolas casi al borde de las lágrimas, con la cara hundida en el cuello de su padre y fundiéndose en su regazo.
"Aranna enni, melda nin." - susrró él, abrazando fuerte a su hijo. Apoyando el rostro en su melena rubia. - "Mi pequeño Hojaverde..." - suspiró. Sabía que Legolas le perdonaría, pero no podría perdonarse a sí mismo; había puesto su vida en grave peligro por su pueblo, pero en ningún momento había pensado en el destino de Legolas si el dragón le hubiese matado por su valiente pero insensata acción. Legolas era joven -aun para un Elfo- y le necesitaba. Nunca tuvo la oportunidad de tener madre, por eso necesitaba a su padre más que nunca.
Pocas veces Thranduil le llamaba por ese nombre con que solía llamarle cuando era un pequeño niño Elfo, 'pequeño Hojaverde'. La gente que los miraba había olvidado el horror del desastre que había caído sobre ellos y sonreían. Nunca habían visto a su rey y a su príncipe mostrándose mutuo cariño. Al menos nunca lo hacían en público, pues el rey es un hombre de gran orgullo y a veces severidad. Y su hijo Legolas, hasta donde le conocían, no lo era menos que él. Gandalf también les miraba y sonreía.
"Im aranna le, ada." - respondió el otro.
Entonces hubo conmoción a su alredor: un Elfo acababa de entrar en el refugio, y llevaba a un herido en brazos. Legolas tuvo que contener un grito cuando vio al herido, inconsciente o muerto, en los brazos del Elfo de claros cabellos castaños, ojos verdes como la hierba del prado y porte dura pero triste. Elenshael echó un grito ahogado. Era Gimli.
Legolas se precipitó a su lado y tomó la mano del Enano apretándola con fuerza, que seguía en los brazos de Sirion (pues él era quien le había salvado y llevado hasta allí) sin moverse en absoluto. "¡Gimli! ¡Gimli!" - gritó Legolas, por poco arrebatando al Enano de los brazos de Sirion, quien, un poco aturdido, procuró que el Elfo no sacudiera a su amigo Enano y entre los dos le tumbaron cuidadosamente sobre el suelo, junto a los curanderos.
"¡Ay, Gimli, mellon nin! ¡Qué te ha pasado! ¡Gimli! ¡Ay!" Gandalf y Thranduil le estaban apartando del lado de Gimli para dar espacio a los curanderos que trataban de ayudarle. Pero Legolas estuvo un rato luchando para acercarse a él. Había visto la sangre que manaba del costado de su estómago. Sin embargo, los ojos de Legolas estaban fijos en el rostro pálido de ojos cerrados de su amigo. Nunca antes le había visto herido de tanta gravedad.
Viéndole así, Legolas sollozó. "Dartha ah enni, mellon nin..."
Rielle fue la primera que tocó la frente del Enano, y cuando la retiró, dijo suavemente, "Está vivo. Su corazón palpita, pero débilmente."
Legolas expiró aire, consolado, y Thranduil le soltó la mano, que había tomado entre las suyas para ofrecerle su apoyo y amor en aquel difícil momento. Cuando Legolas levantó la vista y quiso dar las gracias al salvador de su amigo, Sirion ya no estaba allí. Se había ido sin decir nada.
Rielle y los Curanderos se llevaron a Gimli. Legolas se quedó ahí, inmóvil, perdido y sin saber que hacer. Elenshael le rodeó la cintura con el brazo sano y le besó la mejilla, pero él no se movió; sólo sus ojos que no miraban en ningún sitio parpadearon. Thranduil le miró gravemente y se fue, pues debía asegurarse del bienestar de su pueblo y consolarles con sus palabras. También debía discutir asuntos con Gandalf, quien confiaba en el poder de los Elfos para sanar a Gimli.
Dambëth se acercó a Elenshael y le habló dulcemente. "Vamos a aliviarte ésa quemadura." - le dijo y la tomó de la mano. Legolas, un poco aturdido, siguió a las dos Elfas a la caverna donde trataban a los heridos de menor gravedad.
Dambëth trató bien la herida de Elenshael, y lo hizo con el más extremo cuidado. Pero Legolas vio como su amiga luchaba contra las lágrimas, entrecerrando los ojos y mordiéndose los labios.
Legolas sintió compasión por ella y en un arrebato de amor le besó tiernamente la mejilla. Ella casi sollozaba.
"Está bien, Eli." - le dijo Legolas - "Llora todo lo que quieras. Yo estoy aquí si me necesitas."
Entonces Elenshael rompió en lágrimas y se aferró a su amigo. "Duele mucho, Legolas..."
Él le acarició el pelo y la besó otra vez. "Lo sé, Eli. Pronto pasará." - respondió, con un nudo en la garganta.
Unas horas más tarde, Gimli recuperaba la conciencia. Cuando despertó no supo dónde estaba. Se encontraba recostado en cómodas almohadas y envuelto en suaves sabanas de lino. Una voz dulce habló.
"¡Mirad! Ha despertado." - dijo la mujer de cabellos rubio cobrizo trenzados, ojos de olivo y piel blanca como la pálida luz de la luna, que estaba sentada a su lado. La mujer, sonriendo, le dio un vaso con algún tipo de medicina o infusión a Gimli - "¡Beba esto, Señor Enano. Le hará sentir mejor!"
Rielle se puso en pie y se marchó. Gimli, algo confuso, pues no sabía como había llegado hasta allí y lo último que recordaba eran los terribles ojos amarillos del dragón mirándole, se llevó la mano al estómago, que tenía envuelto en vendas y compresas. En realidad no le dolía demasiado. Entonces un grito le sobresaltó, porque el lugar donde descansaban los heridos estaba en profundo silencio.
"¡Gimli!" - Era Legolas. El Elfo corrió a su amigo Enano y tomó su mano áspera entre las suyas largas y suaves. En el rostro de Legolas se dibujaba una sonrisa de par a par, pero en sus ojos había cansancio y pena.
"¡Legolas!" - le sonrió el Enano, quien no dijo nada pero se alegraba de veras de ver que su amigo Elfo estaba sano y salvo.
"¿Cómo te encuentras?"
"Mucho mejor."
Legolas no parecía estar convencido. Un Elfo que estaba allí, recogiendo trapos, hierbas y otras cosas utilizadas para curar al Enano, les sonrió y dijo: "¡No se preocupe, Legolas Thranduilion! ¡Su amigo se pondrá bien pronto! ¡Al final no fue nada grave! Tan sólo fue una herida en la carne. Es bueno que su amigo sea gordo, o, a juzgar por la profundidad de la herida, podría haberle atravesado las costillas. ¡Tiene usted suerte de ser gordo! ¡A uno le han de sobrar grasas para ir bien!" - rió.
"¿A quién llamas gordo? ¡Esto es todo músculo!" - dijo el Enano tocándose la panza orgullosamente. El Elfo se fue riendo. Legolas salió corriendo tras él.
"¿Estas seguro de que se pondrá bien?" - le oyó decir.
Mirando en la dirección donde el Elfo y Legolas habían ya desaparecido, sonrió y se recostó para intentar dormir. A pesar de los continuos y lastimeros lamentos élficos que llegaban en ecos desde refugio, llorando por quienes habían perdido la vida aquella noche.
The Balrog of Altena: ¡Fin del capi! Espero que éste haya sido mejor que el último. Jeje Thranduil se ha lucido en este cap, ¿verdad? ¡Adoro a Thrnaduil!
Quiero dedicar este cap a Vania Hepskins por siempre darme su opinión de cada capitulo. ¡Muchas gracias mellon! Y a ver si escribes otro cap de Aurora, ¿eh? ^_^
Dejadme vuestros reviews, por favor! ;_;
~ Vania Hepskins: Tienes razón, pero más que una cátedra del Silmarillion fue una cátedra de Los Cuentos Perdidos... Espero que éste cap te haya gustado más.
~ RyU-nO-KeN: Estic moltíssim contenta de que t'hagi agradat! Segueix llegint, si us plau! Les teves opinions serán ben rebudes.
Namárie, an sí.
* Rielle = Doncella enguirnalada con resplandor (en Qwenya.)
* Annariel = Doncella Engalanada con Don (En Qwenya, Anna = Don/Regalo; -riel=Doncella enganalada)
* Istarion = Hijo del Sabio ( En Qwenya, Istar = Sabio / Mago; -ion = Hijo de)
* Foalókë = "foa", es "acumular" o "atesorar"; "lókë", es "serpiente". Foalöke es el dragón Glorund.
* Rukraf = Rugido aterrador (en Qwenya "Ruk" significa "Terror"; "raf " proviene de la forma pura "ráve" que significa "rugido".)
* Tarinya = Mi Rey ( en Qwenya)
* Aranna enni, melda nin. = Perdóname, mi querido (en Inglés "my dear"). (En Sindarin.)
* Im aranna le, ada = Te perdono, papá.
* Dartha ah enni = Quédate conmigo.
* Amlug = Dragón ( en Sindarin.)
* Nana = Mamá (en Sindarin, Naneth = Madre)
* Dagnir-torog = Exterminador de trolls (en Sindarin)
