Hojaverde y el Amigo de los Elfos.

Por The Balrog of Altena




Capítulo 12do: La caída del dragón y del rey.

Gimli resopló airadamente. Hacía diez minutos que Legolas estaba sentado al lado de él, insistiendo una y otra vez sin cansarse.

"¿Seguro que estás bien? Estas cavernas son frías..; podría traerte alguna manta más. ¿Es cómoda esa almohada? ¿Tienes sed? ¿Quieres agua? ¿...O prefieres vino? ¿O tal vez estés hambriento? Pide lo que quieras y yo te lo traigo. Si te duele la herida, puedo pedirle a Dambëth que te prepare una infusión de hierbas medicinales, o una pócima." - Legolas miró tímidamente al Enano recostado que le miraba con exasperación - "Puedo cantarte una canción... si lo deseas..."

Esto ya empezaba a ser el colmo. Pocas veces eran las que Legolas cantaba en voz alta y para alguien, pues a él le gustaba tararear para sí mismo. Nunca cantaba si alguien se lo pedía, sólo si él quería. Como el día en que la Compañía del Anillo llegó al Nimrodel: Legolas se sintió tan feliz al tocar las cristalinas aguas del río que cantó para ellos; pero si alguna otra vez le pidieron una canción, él se negaba en rotundo o disculpándose, como hizo en Lothlórien cuando le pidieron que cantara por Gandalf (diciendo que el dolor que sentía era demasiado reciente para cantarlo en versos).

Legolas abría la boca para volver a hablar, mas Gimli le calló, llevando su gran dedo índice contra los finos labios del Elfo. "Ssshh. ¡Es suficiente, Legolas! Te he dicho más de una vez que estoy bien y que no necesito nada. Lo único que quiero es ponerme en pie, estirar la piernas, ¡y cortarle la cabeza a ése maldito dragón de una vez!"

Gimli se puso en pie súbitamente. Tanto que Legolas, quien estaba arrodillado, por poco cayó hacia atrás, aturdido. En seguida se levantó y tomó a Gimli por el brazo. "¡Gimli!"

"¡Por Elbereth, Legolas! ¡Qué pesado puedes ser cuando te lo propones! Deja a Gimli en paz." - Elenshael llegó con el ceño fruncido. Su brazo herido estaba envuelto en vendas.

Legolas se cruzó de brazos desviando la mirada a un lado. Tan sólo quería ayudar. Gimli, al verlo, sintió remordimientos. Tendría que haber sido más paciente con el Elfo. Después de todo, su amigo sólo estaba preocupado por él.

"Alas, no pasa nada. Soy yo quien pierde la paciencia con demasiada rapidez. Te agradezco que quieras ayudarme, Legolas, pero no necesito tu ayuda." - Gimli se tocó la herida del estómago - "Fue profunda pero no grave. Ya estoy en condiciones para levantarme, y quisiera salir a dar un paseo por las cavernas. ¿Me acompañarías?"

Legolas hizo una pequeña sonrisa y asintió. Gimli se vistió y Legolas tímidamente le ofreció el brazo para darle el apoyo que le ayudara a caminar. Gimli se tragó las ganas de gruñir enfadado y sólo renunció a su ayuda con un gesto con la mano.

"¿Vienes con nosotros, Elen?" - le preguntó el Enano. Elenshael asintió sonriente y de la mano de Legolas salieron de la caverna de los heridos. Querían pasear por las cavernas más recónditas y solitarias, pues así no verían el sufrimiento que había marcado los rostros de los refugiados; pero de repente un poderoso rugido retumbó en las paredes, tan poderoso que algunos se cubrieron los oídos y sólo los más valientes no se encogieron. Rukraf rugía desde el exterior en plena cólera e impoténcia. Sólo los Elfos espías que el Rey Elfo había mandado a fuera para hacer un reconocimiento de la posición del dragón sabían a qué se debía aquel bramido: Rukraf no encontraba el modo de entrar en la cueva del Rey, donde se hallaba el gran tesoro que tanto ansiaba. Las puertas de los Elfos son mágicas y no pueden ser transpasadas por cualquiera. Tampoco podía derrumbar las paredes pues estaban talladas en roca viva y hechizadas por sus conjuradores.

De esto le informaron al Rey Thranduil y a Gandalf el Blanco: tras horas y horas de dar coletazos a las puertas e intentar quemarlas con su aliento abrasador, Rukraf parecía haberse dado por vencido y extendiendo las alas se había alejado volando al norte, donde le perdieron de vista tras los montes. No sabían qué se preponía, ni si volvería o abandonaba, o si tan sólo iba a tomarse un descanso o quería esconderse y parar una emboscada a los Elfos desprevenidos que salieran de su escondrijo.

"Los dragones no son tontos," - insistió Gimli - "Són criaturas astutas y mentirosas. No matará a ningún Elfo, por ahora, porque sabe que sólo un Elfo le puede guiar hasta el tesoro. Probablemente en estos momentos estará planeando algo diabólico para engañaros." - Lo que no sabía Gimli es que si había un Elfo al que Rukraf quería engañar y asesinar, ése era Thranduil, el único quien se había atrevido a amenazarle de muerte y quien se le opuso, hablándole sin temor en la voz.

"Sabias son las palabras de Maese Gimli." - dijo Gandalf - "Y en verdad creo en ellas. Pero ahora no hay tiempo que perder. Debo salir. No os pido que me acompañéis si no lo deseáis."

"¿Pero qué os proponéis, Mithrandir? Ay, pero ya no sois el Peregrino Gris, sino el Caballero Blanco." - dijo Thranduil, y Gandalf asintió sonriendo, pero el Rey Elfo siguió hablando, su hermoso rostro élfico preocupado - "¿Por qué salir ahora y arriesgarse a perecer? Pues a pesar de lo que ha dicho Maese Gimli, vos no sois Elfo. Gran esperanza me dio tu llegada, ¿pero qué esperanza nos quedará si caes cuanto más te necesitamos?"

Mas Gandalf no pareció escuchar sus súplicas, y marchó diciendo "No hay nada que discutir. Si no es ahora, será demasiado tarde."

"Magos..." - se dijo Thranduil - "; siempre hablando en enigmas. ¿No podrías explicarte al menos?" - le preguntó, pero ya había decidido marcharse con él.

Legolas quiso seguirles también, y con él Gimli y Elenshael. Sin embargo, Thranduil se volvió a su hijo. "Quédate aquí, Legolas."

El príncipe quiso protestar, pero no dijo nada, y vio con ojos decepcionados como su padre y el anciano Istari que cayó en la oscuridad y regresó de la muerte se marchaban.

Thranduil, Gandalf, y algunos Elfos valientes y leales que les habían seguido contemplaron con horror el desastre causado por Rukraf. La hierba verde que antes cubría sus campos se había marchitado y teñido de rojo, y se había convertido en un cementerio de cadáveres calcinados. Algunos no podían distinguirse entre hombre o mujer, pero pequeños huesos negros cubiertos de piel quemada eran claramente niños a sus ojos. Niños Elfos que nunca tuvieron ni tendrán la oportunidad de vivir una vida inmortal.

El Río del Bosque, que antes fluía con aguas claras y tranquilas, fluía ahora con aguas rojas y negras por las cenizas del bosque y de los muertos. El jardín de rosas blancas, margaritas y violetas donde los Elfos bailaron felizmente en la celebración del regreso de Legolas de la Guerra del Anillo, había marchitado también, y había gotitas carmesí en los pétalos que aun se conservaban blancos. Las grandes y hermosas hayas que los Elfos cuidaban con tanto amor estaba ahora en llamas, y su antes corteza gris y sus hayucos antes verdes y sus nuevos brotes de primavera eran negros. Las llamas se alzaban altas, y el aire era gris y polvoriento y el cielo rojo, y el humo y el hedor a cadáver calcinado eran insoportables. Las cabañas habían sido mojadas con abundante agua inútilmente, pues yacían ahora en escombros humeantes. El incendio se había extendido por gran parte del norte del Eryn Lasgalen. El Más Ardiente lo había quemado todo a su paso.

Los Elfos bajaron su cabeza en profunda pena, y lloraron. Pero Gandalf dió unos pasos en frente y levantó la vara. Entonces su ropas parecieron resplandecer más que la nieve al sol, y su ser se asemejaba a un rayo de sol que cruza las nubes negras para dar una nueva esperanza y un nuevo día de esplendor.

"Lumbo, lasto beth daer, untúpe Anarnen huinessen. Lantae nénen! Nár sintarye! Lumbo, lasto beth lammen!" - habló Gandalf, con voz tan poderosa y penetrante que los Elfos se sorprendieron de que salieran de aquellos labios barbados.

Así pues, los Elfos alcanzaron a oír el tumulto de unos truenos lejanos, y el cielo se ennegreció de nubes grises que al entrecruzarse estallaron en una batalla de relámpagos. Entonces comenzó a llover a cántaros, y parecía que las aguas caían sólo donde el fuego lo abrasaba todo, pues ninguno de los presentes se mojó.

Así fue como Gandalf, observado con sorpresa y deleite por Thranduil y los Elfos, apagó el incendio del Gran Bosque Verde.

Elenshael observaba curiosa el pequeño baúl de oro con pequeñas hojas de Mellyrn talladas en mithril a su alrededor y con la tapa de reluciente cristal, rodeada por topacios amarillos y diamantes, que Gimli sujetaba entre sus manos con mucho aprecio. El Enano sintió la mirada intensa de Elenshael, y la miró divertido al darse cuenta qué era lo que estaba llamando tanto la atención de la doncella guerrera.

"Es muy bonito." - dijo ella - "¿Lo has hecho tú? Si es así, tienes unas manos muy hábiles y dotadas."

"Lo he hecho yo, sí, pero no es tan hermoso como el tesoro que contiene en su interior; el presente que me dio la Dama Galadriel del Bosque de Oro."

"En el Bosque de Oro veo que te inspiraste para hacer tan bello joyero, pues al tallar las hojas las asemejaste a las del Mallorn y las piedras preciosas son amarillas como el techo del Bosque Lothlórien. ¿Pero qué regalo es ése, que guarda en su interior?" - preguntó Elenshael con más curiosidad aun y con los ojos muy abiertos, inclinándose para ver mejor cuando Gimli le acercó la cajita. A través del cristal vio algo que al principio creyó ser finos hilos de oro. Su cara cambió de la curiosidad a la extrañeza cuando se dio cuenta de que en realidad eran cabellos rubios.

"Éstos son los Tres Cabellos de Galadriel." - en los ojos de Gimli brillaba una luz, luz del amor - "Le pedí un cabello de su dorada melena... y ella me dio tres."

Elenshael sonrió con gracia y sorpresa. Nunca había sabido que un Enano podía querer y reverenciar a un Elfo por sobre la amistad. Un grito furioso les interrumpió el mágico momento.

"¡¿Qué quieres decir con que 'su majestad ha ordenado'?! ¡Él no tiene derecho a encerrarme aquí! ¡Te ordeno que me abras paso!"

Era Legolas. Tres guardias armados con lanzas le impedían el paso a la salida del refugio.

"Pero, mi Señor, su majestad el rey dijo que..."

"¡Me da igual lo que dijera! ¡Apartaos de mi camino si no queréis que os obligue a hacerlo a la fuerza! ¡No quisiera hacerlo pero lo haré!" - Legolas sujetaba la empuñadura de su cuchillo blanco. Gimli y Eleshael se espantaron, no menos que los guardias.

"Legolas..."

Elenshael y Gimli llegaron hasta él. Gimli tomó la mano que Legolas empuñaba el cuchillo entre las suyas. Entonces Legolas pareció despertar de un extraño sueño y, abatido, se dio media vuelta y se fue, sin levantar los ojos hacia las miradas tristes y asustadas de los refugiados. Ya habían visto suficiente muerte en un día (muchos de ellos por primera vez) y las palabras amenazantes de Legolas les habían hecho temblar, pues ahora eran frágiles y sensibles. Los niños (quienes querían a Legolas con cariño, pues él los trataba con ternura y gentileza) se aferraron a sus parientes y lloraron.

Elenshael quiso seguir a Legolas, pero Gimli la detuvo. "Iré a hablar con él," - le dijo - ", de hombre a hombre." - Ella asintió.

Gimli encontró a Legolas sentado inmóvil a la luz de una antorcha en un rincón alejado de las cavernas desoladas. Estaba acurrucado con los brazos rodeándole las piernas y la barbilla descansando sobre sus rodillas.

Gimli se acercó a él sigiloso y se sentó a su lado. Restaron así unos minutos, sin decir nada. Cuando Gimli creyó que la cosa no avanzaría si no daba el primer paso, y empezó a dudar de que Legolas realmente estuviera despierto , el Elfo habló, con enojo en su voz pero más llena de pesadumbre.

"Nunca tiene en cuenta mis sentimientos." - le dijo.

A eso Gimli pensó: -¿Y tuviste tú en cuenta los suyos cuando te uniste a la Compañía? ¿O ayer, cuando desobedeciste sus órdenes?- pero el Enano estaba demasiado sorprendido por lo que acababa de oír.

"¿Qué? ¿Por qué dices eso?"

"Pocas veces me ha herido, pero éstas pocas heridas siempre han sido profundas."

"Legolas, amigo, no tiene sentido para mí lo que estás diciendo. Os he visto a ti y a tu padre juntos, y si eso que veo no es amor, no sé qué será."

Legolas rió, pero de forma desagradable y exasperante. Aquello perturbó a Gimli. Legolas se estaba comportando de una forma muy extraña.

Entonces el Enano cayó en la cuenta: algo ocurrió entre su amigo Elfo y el rey hace mucho tiempo. Algo de lo que Thranduil no debió percatarse, pero que ha Legolas le afectó profundamente.

"¿Por qué me dijiste aquella vez que creías que te odiaba?"

Legolas se volvió a él, y el azul grisaceo de sus ojos ahora era frío como el hielo. "Él así lo dijo."

Casi en seguida Legolas apartó de nuevo la mirada del Enano con una expresión de tristeza, como si se arrepentiera de haber hablados esas últimas palabras. Gimli le tocó el hombro animándole a que continuara.

"Cuando era pequeño, alguna vez vi a mi Señor llorando a escondidas;" - comenzó a explicar Legolas - "Lloraba por mi madre, pues la añoraba y sigue haciéndolo. Una vez fui a buscarle a su habitación, pero oí sus llantos desde el otro lado de la puerta. Me hubiera marchado como hacía siempre, pero aquel día fue distinto: abrí la puierta suavemente, tan sólo para hechar una ojeada. Y entonces...le oí decirlo." - concluyó Legolas en un murmullo.

"¿Pero qué le oiste decir exactamente? ¿Es que dijo tu nombre? Puede que entendieras mal..."

"¿Por qué nuestro hijo fue la causa de tu muerte?¡Eso fue lo que dijo!" - Legolas se encogió sobre sí mismo, sus brazos abrazando fuertemente sus piernas - "También dijo... Jamás olvidaré lo que le oí decir después..."

"¿Qué fue?"

"¿Por qué te apartó de mi lado? ¿Por qué? ¡Le odio!"- titubeó el Elfo. Hubo un momento de silencio. Legolas suspiró - "Después de ello me fui. Recuerdo que pasé el resto del día llorando en el bosque. Hasta él me encontró y me llevó en brazos hasta su dormitorio; pues de pequeño me dejaba dormir con él cuando no podía conciliar el sueño o no me encontraba bien. Dijo... que me habia estado buscando todo el día."

Gimli había escuchado atentamente lo que su amigo Elfo le acababa de contar, pero restaba en silencio ahora, porque no sabía qué decir, ni tampoco qué pensar: había posibilidades de que de pequeño Legolas hubiera interpretado mal las palabras de su padre y en su mente las podría haber cambiando a su modo de entenderlas, o culaquier otra cosa. Pero Gimli se negaba en rotundo a creer que Thranduil odiaba a su hijo. A demás, podría ser que en ese momento de gran dolor y tristeza Thranduil no supiera lo que dijera, y que se arrepentiera después por pronunciar aquellas palabras.

Legolas volvía a apoyar su cabeza en las rodillas, y medio cerraba los ojos, como si estuviese agotado. Finalmente los dos se levantaron en silencio, y aun no habían intercambiado palabras cuando se unieron a los refujiados, justo en el momento en que Thranduil, Gandalf y los Elfos entraban de nuevo en las cavernas. Legolas miró a su padre con desinterés, y no dijo nada ni fue a darle su bienvenida.

Ahora bien, tampoco Thranduil prestó atención a su hijo, y habló al pueblo con palabras suaves pero abrumadoras. Pidió que los que creyesen poder soportar el horror que les esperaba ahí fuera, saliesen juntos para dar entierro a los muertos; al menos hasta que todo terminara y pudieran rendirles un entierro digno, con amargos lamentos.

Muchos salieron, mujeres incluso y muchas, pero a los niños no les dejaron salir del refugio, y madres y algunos pocos hombres se quedaron con ellos para vigilarlos y cuidarlos. Gimli, Legolas, Elenshael, Silinde y Malenlas salieron. Dambëth y Rielle se quedaron para cuidar de los heridos mientras que los demás curanderos optaron por salir al exterior al entierro. Merilin y Togódhal se quedaron también con los niños.

Fue un duro trabajo el tener que dar entierro a tantos cuerpos. Lo hicieron en silencio, y si se hablaban lo hacían sólo en susurros, como no queriendo despertar a los eternamente dormidos. Algunos rezaban o cantaban suavemente mientras hacían el trabajo, pero ya no lloraban; habían derramado todas sus lágrimas, o el dolor era demasiado fuerte como para expresarlo en llanto.

Al caer el crepúsculo del atardecer, cuando el sol ya se ocultaba en el firmamento acariciando con su últimas luces anaranjadas las tierras de Eregion y el más allá dejándoles en el desolado paisaje nocturno, los Elfos habían terminado, y permanecían cabizbajos donde reposaban sus parientes, en una colina tras los jardines quemados, que a partir de entonces llamaron Amon Îdh-uireb, o la Colina del 16 de Lothron, o más conocido como Amon Naeg-arnin, porque no se lloró durante el entierro como se ha dicho anteriormente. La colina siempre fue bendecida con hermosas flores de grandes pétalos rojos que se alzaban como llamas en Primavera y que no morían hasta la próxima estación de flores cuando el viento se llevaba los pétalos para dar espacio al crecimiento de los nuevos brotes. A esas flores las llamaron Líkuma, pues eran los cirios que durante todo el año velaban por las almas que allí reposaban.

Pasaron las horas. La noche era avanzada. El Rey Elfo y Gandalf estaban reunidos con varios Elfos del pueblo, discutiendo su próximo movimiento. Pero se encontraban en un camino sin salida, y no hallaban el modo de parar los pies a Rukraf el Más Ardiente. No podían mandar mensajes de socorro a los Hombres del Lago o a los Enanos de Erebor porque sus águilas y palomas mensajeras habían huido de las llamas. No valía la pena enviar a un hombre, porque el camino era largo y la espera no convenía ser larga. Debían actuar de inmediato; tarde o temprano Rukraf encontraría el modo de entrar(pues los hechizo no resisten eternamente contra la fuerza de un dragón gigantesco) y ése sería el final para ellos, a no ser que encontraran el modo de vencerlo.

Legolas se esforzaba pero no encontraba solución al gran problema. Gimli estaba silencioso y pensativo; el Enano sabía que el punto débil de los dragones era el estómago (el cual no está protegido de duras escamas como el resto del cuerpo). Sin embargo, ¿cómo lograrían herirle en ése punto? ¿Quien podría acercarse y hundirle la espada en la fofa carne sin ser calcinado antes por las llamas o aplastado por esas enormes patas de garras curvas como colmillos de serpiente? Y lo más importante: ¿podría una sola flecha dar muerte a esa bestia alada? La respuesta, evidentemente, era no. ¿Valdría un ataque masivo de flechas mientras Rukraf vuela?, eso era lo que ahora se preguntaba Gimli.

Thranduil, agotado físicamente y psíquicamente de sufrimiento, no pudo hacer más que sentarse y hundir la cara en sus manos, cerrando los ojos. El Rey Elfo estaba perdiendo toda esperanza. Legolas le miró tristemente, pues nunca había visto a su padre así; él nunca antes se había rendido.

Gandalf le miró también, y sintió lástima, porque ante sus ojos un noble rey estaba cayendo. El Istari le habló entonces, mirándole largamente y apoyándose en su bastón. "No dejes que el desánimo llene tu corazón, Rey Thranduil, porque "cuando todo está perdido, llega a menudo la esperanza." - Una pequeña sonrisa se formó en los labios de Thranduil: esas palabras solía decirlas él, cuando hablaba de la desastrosa batalla de Dagorlad donde su padre Oropher murió y él volvió a sus bosques con sólo un tercio del ejército de Elfos que había partido a la guerra. Entonces había creído que todo estaba perdido, pero le llegó la esperanza, y finalmente, tras muchos trabajos y sacrificios, el Bosque Negro fue renombrado Eryn Lasgalen, y prosperó.

"Y no olvidemos que el daño del mal suele volverse contra el propio mal." - dijo Dambëth, en realidad hablando para sí misma. Entonces comprendió y de improvisto para todos gritó - "¡Ésa es la respuesta!"

La miraron con los ojos muy abiertos y preguntaron qué se le había ocurrido. Pero ella no respondió a su preguntas y quiso que su rey, Gandalf, Legolas, Gimli y Togódhal la acompañaran. Éstos no estuvieron hablando con ella mucho tiempo hasta que volvieron con una respuesta a sus problemas. La idea con la que regresaban era peligrosa, pero eficaz.

Se extendía la noche avanzada cuando partieron hacia las montañas del norte del Reino de Thranduil. Llevaban con ellos un gran número de piezas y joyas del amado tesoro del Rey Elfo, aunque no llegaba a la mitad de sus posesiones. Debían llegar y dejar el tesoro antes del amanecer, pero Thranduil reunió un gran ejército de Elfos por si el plan fallaba y Rukraf les atacaba en la oscuridad. También llevaron antorchas, pero no las encendieron; habían de ser cautos y sólo el velo nocturno y las capas élficas que los encapuchaba de negro les protegía. La noche no les preocupaba, pues Togódhal era quien los guiaba, y el Elfo conocía cada rincón de las montañas como la palma de su mano.

Así les vieron partir el pueblo de los Elfos del Bosque, como sombras de la noche errantes bajo el cielo nocturno sin estrellas. Las nubes de tormenta las cubrían, y la tenue luz de la luna no podía traspasar sus gruesas capas grises. La noche era nefasta y fría, hasta helada para los caminantes, y el viento soplaba fuerte del norte y bufaba y silbaba como lamentos en las laderas de las montañas.

Elenshael estaba entre los presentes a la partida, mirando con enfado y congoja como se alejaban, pues no le habían permitido a ella acompañarles. No por no ser apta en las artes de la guerra, sino por el brazo herido, que aun tenía envuelto en vendas, y porque, como su padre le había dicho, orcos y dragones son dos cosas muy distintas.

Ahora bien, ella no estaba dispuesta a quedarse atrás, y sin que nadie se diera cuenta tomó su arco y su carcaj de veinte flechas, y escondiéndose en una de las cavernas desiertas trató de dejar la quemadura libre de vendajes. Así fue como Merilin la halló.

Merilin era una de esas personas a las que les gusta pasar un tiempo en soledad, y eso era precisamente lo que buscaba cuando encontró a Elenshael.

"¿Qué estás haciendo?" - le preguntó, perdiendo su típica timidez porque estaba preocupada y aun enfadada al ver que la otra se quitaba los vendajes sin cuidado.

"Me voy." - respondió Elenshael sin levantar la vista hacia Merilin, como concentrada en lo que hacía.

"¿A dónde?" - le preguntó acercándose.

"A buscar el dragón."

Merilin se alarmó entonces, y tomándola por los hombros exclamó "¡No pudes ir! ¡Es demasiado peligroso para ir sola!"

Sin hacer caso alguno, Elenshael se libró de las manos de Merilin, se cubrió por completo con la capa élfica negra, ocultando su rostro, y se fue. De todos modos, no permaneció sola por mucho tiempo, pues Merilin, aunque no posee conocimientos en manejo de armas, se unió a ella, y nadie se percató de las dos figuras negras que se alejaron del Reino y se perdieron en la noche.

Mientras Legolas caminaba con su padre y el tesoro, Gimli, Gandafl, Malenlas Roval, Silinde y Ettelion se habían separado de la compañía para cumplir la parte de su misión: Esos cinco debían encontrar el dragón y (guiados por Ettelion, compañero de Togódhal) atraerlo hasta el tesoro a la llegada de los primeros rayos del amanecer. El tesoro se encontraría entonces sobre una cima, y al margen de ella, ocultados entre los árboles y abedules, le esperarían algunos Elfos para disparar sus flechas cuando Rukraf bajara la guardia prendado por el hechizo de las joyas, plata y oro resplandecientes en las primeras luces del día. Gimli, Silinde, Roval y Ettelion debían transmitirle éste mensaje al dragón: -"El Rey Elfo desea hacer una tregua: ésta dispuesto a entregarle el oro por las buenas si abandona toda opción a dañar a su gente o a su hogar."-

Una niebla espesa y blanca envolvía a los cuatro caminantes, que ahora andaban a pasos cautelosos, no alejándose más de tres pasos entre ellos. Fue un trabajo duro, porque no sabían donde buscar y la húmeda niebla los empapó y empezaron a tiritar de frío caminando contra el fuerte viento helado.

Gimli aferraba con sus manos la grande hacha (la misma que había perdido al ser atrapado por Rukraf y que Gandafl había recuperado de los escombros), pensando que tarde o temprano le sería útil. Al pobre Enano se le había congelado la nariz y le goteaba; a demás tenía los ojos llorosos a causa del viento que soplaba en su contra, y con la niebla en aumento no se dio cuenta de que poco a poco iba perdiendo de vista al Elfo que caminaba frente a él.

Fue así como, sin saber donde pisaba, tropezó y rodó cuesta abajo, sintiendo cada golpe en la roca, hasta que cayó de bruces en unos matorrales espinosos que se le enredaron en la barba. Gimli se incorporó repentinamente y miró alrededor. Nada. Sólo niebla. Sin perder la calma se detuvo a escuchar, pero tampoco oyó nada; ninguna señal de sus cuatro compañeros.

"Malditos Elfos," - pensó - "¿por qué tienen que ser tan silenciosos? "

No pudo hacer otra cosa que ponerse en marcha y encontrar a los demás o buscar el dragón por sí mismo. Fue cuando al cabo de un tiempo escuchó a sus espaldas un extraño murmullo sobre el bufido del viento. Sonaba como un ronquido profundo o respiración. No se sorprendió al descubrir una gran hendidura en los cerros, de la cual provenía una misteriosa luz anaranjada y por donde se arrastraba un olor nauseabundo. No e sorprendió porque comprendió que había encontrado lo que andaban buscando: Rukraf, sin duda alguna, estaría ahí dentro.

"¿Qué debo hacer ahora?" - se preguntó Gimli, consternado - "Podría volver atrás y buscar a los demás, pero de este modo podría perderme y no encontrarles nunca. Por otro lado, si me quedo aquí, ellos me encontrarán de algún momento a otro."

La curiosidad venció a Gimli, que no sólo se quedó ahí, sino que siguió de frente, acercándose a la luz. A medida que avanzaba, ésta crecía y crecía, hasta que el anaranjado se convirtió en una luz roja y viva. A pesar de que el Enano se había helado en la intempérie, ahora estaba caluroso; se encontró caminando entre vapores y comenzó a sudar. El extraño ruido que había oído antes era cada vez más claro y audible, como un burbujeo o el ronroneo de un gato gigantesco, que finalmente se convirtió en un gorgoteo.

Gimli se detuvo en seco. Frente a él apareció Rukraf, que yacía con las enormes alas negras de murciélago plegadas. Por fortuna, estaba de espaldas a él, y Gimli tuvo tiempo de esconderse tras una roca sin que Rukraf le viera. El Enano, como arrastrado contra su voluntad, asomó la cabeza pelirroja sigilosamente. Con asombro abrumador se quedó mirando al horrible dragón inmóvil, olvidando del todo el peligro. Hasta ahora no se había dado cuanta de la magnificencia de la bestia que estaba frente a él. Las escamas carmesí con reflejos de cristal naranja desprendían ese resplandor rojo. Rukraf no estaba dormido, porque a pesar de estar de espaldas al Enano, Gimli podía ver su cabeza de león desguedejado firme sobre su largo cuello.

Rukraf se movió, y fue cuando Gimli recordó el peligro y quiso volverse atrás, mas la mirada penetrante del dragón ya se había fijado en él (o en el escondite tras la roca en la que se encontraba) antes de que pudiera escapar.

"¡Te huelo, rastreador! Sal de tu escondrijo si no quieres que te abrase con mi aliento ardiente."

Gimli salió entonces, sintiéndose hechizado bajo la mirada perversa del dragón, cuyos ojos centelleaban como rayos. En seguida Gimli detuvo la vista a sus pies, no atreviéndose a mirar el rostro indulgente a la mentira de su enemigo. Se quedó plasmado en el suelo, pero Rukraf, moviendo el largo cuello como una serpiente acercó el pescuezo al Enano y entornó los ojos. Entonces Rukraf rió.

"¡Un Enano, justo como pensaba! Esclavo de Elfos, ¿no?" - se burló y los orificio redondos de su nariz escupieron humo negro.

"¡No soy un esclavo!" - dijo Gimli levantando el hacha involuntariamente, pero manteniendo sabiamente la mirada a los pies del dragón. - "¡Soy invitado y amigo de los Elfos del Bosque!"

"Ajá." - dijo Rukraf - "Así que los Elfos del Bosque mandan a su "amigo" a destruirme con su hacha."

Gimli bajó repentinamente el hacha. "¡No, oh, Rukraf, el Más Ardiente! Sólo deseaba echar un vistazo a tan grande dragón, quien, si me permite el atrevimiento, es más magnate y poderoso que el legendario Smaug."

"Tienes buenos modales para ser un Enano. Conoces mi nombre, aunque yo no conozco el tuyo. Pero creo que ya nos hemos visto antes." - dijo Rukraf. Gimli tragó saliva, deseando que Rukraf no recordara los insultos que le había echado en su último encuentro. - "¿Quién eres y de dónde vienes, si puedo preguntar?"

"¡Puedes, oh, Rukraf! Yo soy quien viene de bajo la montaña y por debajo de las montañas y por arriba de ellas he llegado hasta aquí. Yo soy el Portador del Rizo."

"Interesante, pero no me parece que te llamen así comúnmente."

"Yo soy el que suma Nueve, el Tercer Cazador, el Amigo del Elfo."

"¡Bonitos nombres! Pero no muy verosímiles." - se mofó Rukraf el dragón.

"Yo soy el que halla pies peludos, el vencedor con cuarenta y dos cabezas, el jinete acompañado, el que cruzó y salió con vida del sendero donde sólo cruzan y salen los Muertos."

"¡Este último no está nada mal!" - dijo Rukraf entusiasmado. Gimli sabía muy bien la forma de dialogar con un dragón; hablándole en acertijos si no quieres revelar tu verdadero nombre ni hacerle enfurecer. A los dragones les gustan mucho los acertijos, y nunca se resisten a ellos. En verdad, aquerlla charla con Gimli le parecía fascinante. Rufraf hubiera querido perder el tiempo y la cabeza intentando resolver aquellos acertijos, pues no los comprendía en absoluto, pero un malvado plan empezaba a rondar por su cabeza. Al fin y al cabo, era un Enano (de la Montaña Solitaria, había descubierto ya), y la enemistad entre Enanos y Elfos es legendaria, por no decir "heredada" de padres a hijos. A demás, los Enanos son codiciosos y desean las riquezas tanto o más que él.

"Muy bien, Amigo del Elfo, supongo que tú también estás aquí por el tesoro del Rey Elfo."

Gimli no supo que responder. En verdad estaba ardiendo más que Rukraf por salir de aquel aprieto. "No sé a qué se refiere, oh, Rukraf."

Rukraf bufó una risa. "¿No lo sabes? Entonces eso quiere decir que no te han ofrecido un precio por tu trabajo."

"¿Trabajo?"

"¡Por supuesto! Como Enano que eres sabes mucho sobre dragones, ¿verdad? ¿Y qué precio te ha dado el Rey Elfo por tus servicios? ¿Con que te recompensará cuando vuelvas y le digas dónde me escondo? ¡Con nada! De eso estoy seguro. ¡Ése Elfo presumido es más codicioso que tú y yo! Y de veras creí que eras su esclavo, porque él encarcela a los Enanos, ¿sabes? Muchos Enanos de la Montaña Solitaria han sido atrapados y encerrados en sus mazmorras cuando cruzaban el sendero del bosque hacia su hogar. Y algunos incluso han llegado a su vejez y han muerto solos en su cárcel. ¿Y eso por qué? Simplemente porque a ése Thranduil no le gustan los Enanos; porque envidia sus riquezas."

Aquellas palabras le recordaron a Gimli como su padre Glóin fue apresado por los Elfos del Bosque y encerrado cruelmente por Thranduil hace muchos años atrás. Había algo de razón en esas palabras, pero también algo de mentida. Gimli se propuso no dejarse engañar tan fácilmente.

"Al contrario de lo que dices, a mí no me han encarcelado ni tratado sin respeto. No necesito más recompensa que su agradecimiento y amistad."

"¡Entonces admites que fuiste enviado para encontrarme!" - rió Rukraf - "¡Pero eso que has dicho lo dudo! ¿Amistad de una raza que durante eras os ha maltratado? ¡Eso no es una recompensa justa! Sin embargo, me caes bien, y creo que podemos llegar a un acuerdo. Tú y yo. Qué te parece esto: Muéstrame la forma de llegar hasta el tesoro, y será nuestro. Mío y tuyo. Yo me encargaré de esos Elfos odiosos y crueles." - Rukraf se lamió los labios con la larga lengua roja y rasposa. - "¿Trato hecho?"

Gimli se encontraba ahora realmente en un aprieto. No podía decidirse si seguirle el juego o negarselo rotudamente. El Enano empezó a temblar, y Rukraf se dio cuenta, sonriendo malévolamente para sus adentros. Para ese entonces ya empezaba a entender que los Elfos y él habían trazado un plan en su contra.

"¿Qué garantía tengo de que no me matarás y tendrás el tesoro para ti solo?" - titubeó Gimli.

"¡Un movimiento agudo!" - exclamó Rukraf hechándose a reír - "¿Te lo ha enseñado ése Mago vestido de blanco? Qué por cierto...¿por dónde anda ahora?"

"No lo sé ni quisiera saberlo. ¿No se dice, No te entrometas en asuntos de Magos, que son gente astuta e irascible?" - Gimli se encontraba totalmente perdido. El plan parecía ahora un desastre, pero de alguna forma debía procurar qu el dragón no saliera de su escondrijo antes del amanecer.

"¡Mentiras!" - rujío Rukraf, quien temió al Mago Gandalf desde el momento en que le atacó con su magia. A demás estaba desconcertado, porque el Enano no era tan fácil de engañar como había pensado en un principo. - "¡Mentiras y más mentiras! ¡Algo os lleváis ése viejo y tú entre manos!"

"¡Los Elfos no han planeado nada contra usted!" - gritó Gimli, lleno de pánico por haber sido descubierto. Y, como os habréis dado cuenta, habló demasiado. Aunque se dice que no se puede hablar con un dragón sin cometer un grave desliz.

Rukraf rugió ferozmente y Gimli se encogió. "¡Con que "los Elfos", ¿eh?! ¿Por qué no admites "los Elfos, el rey, el mago y yo" y asunto concluido?" - Entonces Rukraf extendió las alas y se arrastró al exterior. Gimli saltó a un lado para que el enorme y obeso dragón no le aplastara. Salió corriendo tan pronto como oyó el batido de las grandes alas: Rukraf acababa de alzar el vuelo. Se alejaba rugiendo y escupiendo fuego como loco.

Gandalf, Silinde, Ettelion y Malenlas no estaban muy lejos ya de aquel lugar, y gracias a los rugidos del dragón encontraron a Gimli. Si hubieran llegado antes tal vez habrían podido seguir con el plan. Pero ahora tenían entre manos una nueva misión: alertar a los demás antes de que Rukraf los encontrara con las manos en la masa.

La noche aun se extendía y los Elfos habían llegado a la colina. Encendieron sus lámparas y se disponían a transladar el tesoro colina arriba cuando un familiar rujido les estremeció. Legolas se volvió. Allí lejos unas llamas rojas danzaban en el cielo como pájaros de fuego.

"¡Raug! ¡Amlug! ¡Amlug! ¡Raug!"

Antes de que pudieran evitarlo el dragón ya estaba sobre ellos. Rukraf no prestó atención a las piedra preciosas y la plata y el oro cuando vió el gran ejército de Thranduil, dispuesto a acabar con él. Rápidamente los muchos arcos estaban siendo tensados. A Rukraf le bastó un poderoso batido de alas, y el viento huracanado que provocó detuvo los disparos. Lleno de cólera abrió sus fauces y su ardiente aliento consumió a muchos Elfos.

Pero cuando los ojos de Rukraf encontraron al Rey Elfo, altivo y orgulloso desenvainando su espada, todo el odio y la rabia se volvieron hacia él. Avanzó hacia Thranduil sin prestar la mínima atención a las flechas que rebotaban en sus duras escamas, para él no más molestas que unas moscas. El Rey Elfo empuñó su espada de doble filo, esperando a su contrincante. Legolas estaba junto a él, y tenía el arco preparado.

"Apártate, Legolas."

"¡No! ¡Lucharé a vuestro lado!" - y mirando al cielo suspiró - "Elbereth Githoniel!"

La flecha de Legolas dio entre las cejas de Rukraf, mas su cabeza también estaba protegida por varias capas de escamas y de nada sirvió.

Thranduil empujó a Legolas a un lado cuando Rukraf se abalazó sobre ellos, mostrando su mandíbula, pues su intención era sentir la sangre caliente del Rey Elfo entre sus dientes. Le parecía injusto el tener que desperdiciar su arma de fuego con tan patético adversario; él quería probar su sabor, poder recordar eternamente el sabor de la tierna carne y sangre élfica noble.

Thranduil blandió la espada con un rápido movimiento, dando directamente en la horrenda cara del dragón, quien de un mordisco se la arrebató, dejándole desarmado e indefenso. Rukraf hechó una carcajada, deando un paso en frente. Su victoria estaba cerca.

Extendiendo su largo cuello se abalanzó sobre Thranduil. Pero el Rey Elfo era hábil y rápido, y con un movimiento tan ligero que los ojos de Rukraf no alcanzaron a ver, esquivó el ataque saltando a un lado y sacó un cuchillo blanco que guardaba en el cinturón. Con él, y echando un grito de guerra, atravesó el ojo amarillo felino de Rukraf.

Entonces el dragón se cubrió el ojo con sus zarpas, y en un ataque de dolor y locura, comenzó a lanzar ardientes llamaradas a diestro y siniestro de forma muy peligrosa. La mayoría de ellas daban al cielo, pero los Elfos se arrastraron por los suelos, cubriéndose con sus capas élficas.

Fue así como en la oscura noche iluminada sólo por el fuego de El Más Ardiente apareció una nueva luz, blanca, más resplandeciente, como un rayo de esperanza. Aquella luz era Gandalf el Blanco, quien cavalgando a lomos del magnífico Sombragrís había llegado al rescate.

Alzó la vara mágica y en su punta chispeó una gran luz blanca parecida a una antorcha flamenate, que de inmediato ganó fuerza y esplendor, estallando en rayos cegadores. Todos cerraron los ojos. Pero cuando los abrieron, Rukraf estaba silencioso, con los ojos amarillo almendrados totalmente abiertos en sorpesa, y sus labios parecían contener un grito. Estaba como paralizado pero se balanceaba, como si de un momento a otro fuera a desplomarse.

Rukraf cerró los ojos, y alzando la cabeza al cielo escupió fuego hasta que sus pulmones se vaciaron. Entonces, comenzaron a oir un extraño murmullo, que poco a poco se convirtió en una dulce voz, una voz que cantaba sin pronunciar palabras.

En aquel momento llegaron Gimli y los Elfos (que habían corrido jadeantes hasta ahí) y al igual que todos se volvieron en la dirección de aquella hermosa y frágil voz que desconocían. Allí, en lo alto de la cima donde según el plan de Dambëth debían haber colocado el tesoro y atraído el dragón hasta él, estaba Merilin, de pie frente al sol que comenzaba a amanecer, los primeros rayos refulgiendo en su melena rizada y rubia como los limones y sus ropas removiéndose en el viento. En verdad, asombrados por su belleza y la hermosura de su voz, algunos la tomaron por una Valie.

Rukraf, oyendo el canto élfico de la doncella, se sintió ofendido. ¡Cómo se podían atrever a burlarse de él de este modo! El dragón, perdiendo del todo la razón, alzó el vuelo y como bestia salvaje y depredadora que era voló hacia Merilin.

Todos gritaron, suplicándole a Merilin que escapara de algún modo, pero la doncella Elfa no se movió. Sin embargo, nadie se había percatado que Elenshael, por fortuna o por casualidad, había llegado hasta el pie de la colina y, escondida entre las ramas de un alto árbol, tenía su arco en mano y no apartaba los ojos de color miel verdosos de su enemigo.

Así, el estómago de Rukraf se posó por encima de Elenshael, ofreciéndole el perfecto blanco arrugado y pestilente a muerte, húmedo de baba gris e inmundicias de todo tipo. La doncella de ojos miel reunió coraje entonces, y pensando con odio en todos los males y penas que había causado esa endemoniada bestia, tensó el arco y disparó, con tanta potencia y fuerza que la flecha atravesó por completo la fofa carne, siendo esa la primera flecha que Elenshael no podía recuperar.

Entonces Rukraf gritó y rugió de dolor y todos los montes temblaron bajo sus pies. De la herida chorreó sangre negra y algunas gotas cayeron sobre el hermoso rostro de la Elfa, quien gimió adolorida, pues la venenosa sangre de un dragón puede ser tan ardiente como su aliento.

Las enormes alas de murciélago cedieron y Rukraf se desplomó agónico, retorciéndose en el polvo. Los orificios de su nariz desprendían humeradas negras y pestilentes a azufre, pero el fuego de su garganta se había secado, y el Más Ardiente dejó de serlo, porque ya no podía escupir llamas.

Rukraf agonizaba con los ojos cerrados, y fue por eso que no supo que el Rey Elfo estaba frente a él, y que levantaba su espada élfica de doble filo. "¡Malvadas han sido tus acciones, Rukraf, el Más Ardiente! ¡Y por ellas el Rey Elfo no te perdonará! ¡Ahora, como te prometí en nuestro primer encuentro, sentirás el filo de mi espada! ¡Arrodíllate frente a Thranduil Oropherion!"

Y diciendo ésto hundió la mortal arma en el corazón del dragón, que repentinamente por el golpe abrió los ojos chispeantes y moribundos.

Mas Rukraf miró con sus ojos funestos a Thranduil, clavándole la mirada en los ojos azules celestiales, y Thranduil sintió el mismo dolor del dragón: el helado filo de la espada en su coazón. No gritó ni hizo una mueca de dolor. Sino que palideció como un cadáver y sus ojos seguían abiertos pero no podían ver nada. Restaron largos segundos así, los azul celestes ojos de Thranduil mirando fijamente los amarillos de Rukraf, uno de los cuales había ennegrecido y goteaba sangre por la anterior apuñalada del rey. El dragón, que aun clavaba la maldita mirada en el Rey Elfo, le sonrió malvadamente torciendo la boca en burla, y fue cuando Thranduil se desplomó como un viejo tronco arrancado por las hachas. Pero no era un viejo tronco lo que los ojos de los presentes vieron caer, sino un noble elfo de gran belleza; y esa visión los llenó de horror y estallaron gritos de angustia.

Tras la caída del Rey, el dragón cayó muerto también, su largo cuello blindado sepultando el cuerpo del Elfo inmóvil y tal vez muerto por el maldito hechizo.

Ya no sintieron miedo al dragón, pues el amor que los Elfos sentían hacia su rey era mucho más grande y poderoso que cualquier temor, así que corrieron a él. Legolas se abría paso ferozmente, y mientras corría las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Gimli el Enano le seguía rápido como los Elfos no creían poder un Enano correr. Cuando Legolas llegó a su padre caído, los ojos ya estaban completamente nublados por las lágrimas. Se agachó junto a él, y sólo medio cuerpo del Rey Elfo sobresalía de la prisión en la que se encontraba.

"¡Ada! ¡Ada!" - gritó Legolas, sacudiendo el hombro de su padre sin saber que más hacer. Los Elfos, Gimli y Gandalf movieron entonces la garganta del dragón, dejando libre el cuerpo de Thranduil.

"¡No, ada! ¡No me dejes solo en este mundo! ¡No te vayas donde no pueda seguirte! ¡Despierta! ¡Despierta!" - imploró Legolas tomando a su padre en brazos y besándole los labios fríos. Su cuerpo estaba helado como la muerte, y no se movía. Los elfos estallaron en estridentes lágrimas, y Gimli se cubrió los ojos al sentir que las suyas se deslizaban por sus mejillas rechonchas también. Sirion estaba allí también, pero volvía su espalda a Legolas y al Rey Thranduil. Gandalf agachó la cabeza con pena "Hiro hon hîdh ab 'wanath."

Y mientras todos lloraban la muerte del Rey Elfo, Legolas se aferraba más a su padre. Y juntando su mejilla caliente por las húmedas lágrimas con la pálida y fría mejilla de su padre, se lamentó. "No...no...avo...avo...avo" - repetía una y otra vez, meciendo a Thranduil en su regazo y sollozando lastimosamente. Legolas hablaba en élfico entre sus sollozos. Gimli no necesitó saber el lenguaje para entender que hablaba de profundo dolor y tristeza.

Y así fue como lo encontraron Elenshael y Merilin, que acababan de llegar, pues la pena de lo que había ocurrido frente a sus ojos le había hecho el paso lento y pesado, tan abrumado de dolor como su corazón. Y a Elenshael ya no le importaban las quemaduras de su cara, a pesar de que ellas le escocían con las saladas lágrimas.

"Aad-daa-aa...¿Poor-por-quée...?"- sollozó Legolas, su voz temblando al mismo tiempo que su cuerpo, tan aferrado a su padre que sus cabellos dorados y lisos se entrecruzaban con los más largos del otro de tal manera que les cubría el rostro a los dos. Cuando el Elfo de los Nueve lloró a gritos de nuevo, Thranduil aspiró profundamente y despertó como habiendo respondido a la llamada de su hijo. Los Elfos dieron un grito de sorpresa y alegría (Gimli no gritando menos que ellos) y Legolas se quedó paralizado, mirando con ojos sonrojados y húmedos a los de su padre, cansados y serenos.

El rostro mojado en lágrimas de su hijo le recordó a aquella vez (hace muchos años) en que halló al pequeño Legolas con ése mismo rostro lastimoso, después de estar buscándole durante horas, pues no había aparecido en todo el día y le creyeron perdido en los bosques. Recordó como después de tumbar al niño en su cama le cantó una nana hasta que la tierna criatura cayó dormida, y después le besó la frente, diciéndole -Te quiero, mi pequeño Hojaverde- Mas él nunca le dijo el porqué de su llanto ni porqué se escondió durante todo el día. Thranduil le dio entonces las gracias a Eru porque le había encontrado sano y salvo, sintiendo también remordimientos por haber hablado de odio hacia el Único anteriormente aquel día.

Legolas se había quedado sin palabras viendo a su padre despertar tras creerlo muerto. Thranduil le sonrió.

The Balrog of Altena: Fiu! este cap me ha salido larguito! Espero que al menos haya valido la pena, porque si lo he hecho largo y aburrido...¡menudo desastre!
Os quereía hacer una preguntita a vosotras, mis lectoras, ¿debería concluir la historia de Sirion en los proximos caps, o espero a terminarla en la segunda visita de Gimli al Bosque Negro? Es que no estoy muy segura...
Reviews please! Estoy apunto de llegar a los 50 y sería algo increíble para mí!

VaniaHepskins: Aiya! Bueno, aquí tienes la actualización. Espero que ésta te haya gustado tabto o más que la última. Una preguntita: ¿crees que he dado a entender bien el final? es decir, que Thranduil se refería a Eru cuando dijo "¡Le odio!" pero Legolas creyó que lo decía por él. Dáme tu opinion, please!

Arashi = Me alegro que te gustara Siempre estoy contenta de saber que a alguien le interesa mi fic! Sigue leyendo, y hannon le!

Grissey Key: Aiya! Tu review me ha hecho una chica feliz! Oh, yo nunca le haría nada malo a Gimli...(anuque dentro de un par de capítulos o así...algo muuuuyyyy grave le ocurrirá! MUAJAJAJAJAJAJAJA!!!) Oh sí, ¡adoro a Thranduil! y a Rielle también Espero que este cap no te haya hecho llorar mucho ;-)

Namárië, an sí, mellyn.

Lumbo, lasto beth daer, untúpe Anarnen huinessen. Lantae nénen! Nár sintarye! Lumbo, lasto beth lammen!= Nubes oscuras, escuchad la Gran Palabra, cubrid el sol en tinieblas. ¡Cae, agua! ¡[Que se] apague el fuego! ¡Nubes oscuras, escuchad la palabra de mi Lengua!

Oronwen = Doncella de la Montaña (en Qwenya. "Oron" = "Montaña"; "-wen" = "Doncella de")

Amon Îdh-uireb = La Colina del Eterno Reposo. (En Sindarin. "Amon" = "Colina"/"Cima"; "îdh" = "eterno"; "Uireb" = "Reposo"/"Descanso" y pertenece al Antiguo Sindarin: en élfico común sería "Uiripa")

Amon Naeg-arnin = La Colina del Dolor Sin Lágrimas. (En Sindarin. "Amon" = "Colina"/"Cima"; "Naeg" = "Dolor"; "Nin" = "Lágrima", por lo tanto "Arnin" = "Sin lágrimas"

Lothron = Mayo (en Sindarin.)

Líkuma = Cirio (en Qwenya.)

Hiro hon hîdh ab 'wanath = [Que] encuentre paz después de la muerte. (Sindarin. "Hiro" imperativo de "-hir" = "encontrar". "Hon" = "Él"; "Hîdh" = "Paz"; "Ab-" = "Después"; " 'Wanath" = "Muerte", proveniente de "Gwanath", que significa "Acto de morir".)

Avo = No (imperativo de "ava" en Sindarin.)

Eru = "El Único"/ "El Que está Solo" (Llamado Ilúvatar en Arda, quien creó a los Ainur, y con su ayuda en la Música creó a los Elfos y, posteriormente, a los Hombres.)

Ettelion = Hombre Extrangero (En Qwenya.)

Raug = Una criatura poderosa, hostil y terrible, un demonio. (en Sindarin.)