Hojaverde y el Amigo de los Elfos.

Por The Balrog of Altena



Capítulo 18vo: Los Secretos de Orthanc.


"¿Qué diantres es esto?"

Eso mismo se preguntaba Gimli cuando miraba aquel recinto oscuro, enrejado y, hay que mencionar, maloliento.

Era su primer día de trabajo en Orthanc, y Aragorn había anunciado que comenzarían la inspección de la torre por el subsuelo; habían llegado a sótano descendiendo por una estrecha escalera de caracol oculta en un escotillón construído con la misma piedra negra de Orthanc para que a simple vista no pudiera ser reconocida, pues se confundía con el suelo. La mitad de la compañía había bajado con ellos, mientras que la otra mitad (incluído Legolas, Elladan y Elrohir) había salido afuera y, dirigidos por el Señor de Ithilien, se encargaban de restaurar el gran jardín de Isengard.

"Es una mazmorra." - respondió Faramir de forma obvia a la pregunta del hombre de Rohan.

"¡Pues nunca había visto una mazmorra semejante!" - insistió el otro. Faramir no se lo reprochó; tampoco él había visto nunca algo semejante, sin embargo estaba convencido de lo que era. Una vez, en uno de sus muchos libros de erudición, había leído algo sobre las mazmorras de Angmar en los tiempos de Morgoth. Eran testimonios de Elfos (no de los Elfos que estuvieron prisioneros en esas mazmorras, porque esos murieron todos, sino de los Elfos que una vez fueron esclavos de Morgoth y afortunadamente fueron rescatados y regresaron con su gente.). Faramir dio un paso adelante, sus manos agarrando los barrotes del enrejado.

"Mirad." - dijo - "Como podéis ver, ahí dentro las paredes no estan protegidas de la humedad como todas las otras, de lo contrario; este tipo de piedra es el adecuado para absorver la humedad. ¿No notáis el aire húmedo si os acercáis?"

En efecto, una vapor de agua salía arrastrándose desde esa 'mazmorra'. El enrejado estaba completamente empapado, pero inteligentemente protegido por una capa antioxidante. Porque si los barrotes se oxidaran, los prisioneros fácilmente hubieran podido romperlos y de éste modo escapado.

"No es que Saruman se olvidara de construir unas paredes sólidas, no." - continuó hablando Faramir - "Lo que pasa es que no se le ocurrió una tortura más terrible, como tampoco se me ocurre a mí." - dijo, con una sonrisa irónica pero triste.

Los otros le miraron expectantes, esperando que se explicara.

"Fijaos en el suelo." - dijo, y todos se apoyaron curiosos contra el enrejado para poder ver mejor. - "¿De qué material creéis que está hecho?"

Estaba muy oscuro ahí dentro, por lo que poco podían ver. Aun así, respondieron como evidentemente,

"De la misma roca negra que el resto del edificio." Faramir les sonrió astutamente, como si hubiera adivinado que ésa sería la respuesta que le darían.

"Traed una luz." - dijo, y en seguida acercaron una lámpara de aceite, y con ella volvieron a mirar. Lo que vieron dejó a los hombres boquiabiertos. - "¡Fango, sí!" - rió Faramir sombríamente - "Como podeís ver, el suelo tiene froma de 'V', por lo que todo el fango se acumula en el centro en un charco." - El semblante de Faramir se volvió grave y siniestro - "Cuando los presos eran lanzados adentro, todos se quedaban amontonados en el centro, en el charco de fango. No podían escalar para alejarse del gran charco, porque el barro es escurridizo y por más que lo intentaran siempre caerían abajo." - Faramir suspiró - "Era cuestión de días que los prisioneros muriesen; por hipotermia, por envenenamiento (pues si no se comían el pan huntado en fango, no comían nada), por cualquier enfermedad debida a la suciedad (como la lepra y la peste negra)... si no se volvían locos antes y se mataban entre ellos, claro."

Por un momento nadie habló. Gimli, Aragorn, Éomer y sus hombres estaban horrorizados, imaginando tan horripilante tortura. Gimli hasta se alegró de que Legolas no se encontrara con ellos: de haber oído la crueldad con que Morgoth trató a sus Elfos prisioneros, sin niguna duda Legolas se hubiera conmocionado.

"¿Pero qué prisioneros podía tener Saruman?" - preguntó uno de los hombres en un susurrro, no apartando los ojos de la mazmorra frente a él. Faramir se encogió de hombros.

"Uruks-hai descontrolados, hombres cetrinos desobedientes o traidores, tal vez algún prisionero de guerra..."

Inconscientemente todos se alejaron uno o dos pasos de la mazmorra, creyendo adivinar el espantoso olor nauseabundo que provenía de ahí dentro. Una mezcla de barro, carne putrefacta y huesos, que sin duda estaban enterrados bajo el charco de fango.

Aragorn, lleno de incertidumbre, se preguntaba qué podría hacer con ése lúgubre lugar: ¿llenarlo y cubrirlo con piedras? ¿Limpiarlo y revestir paredes y suelo de mármol para darle un uso noble y justo? Aragorn negó con la cabeza. ¿Cuál de sus hombres estaría dispuesto a hurgar en el fango para sacar los cadáveres, arriesgándose en el proceso a ser contagiados por alguna horrenda enfermedad?

Decidiendo que ya se lo pensaría y lo consultaría con Faramir en privado, Aragorn dio la orden de alejarse de esa mazmorra y seguir con su trabajo registrando de palmo a palmo cada pasadizo y sala del sótano, por gran alivio de los hombres (quienes también habían pensado en eso de limpiar la mazmorra y ninguno de ellos se sentía dispuesto a hacerlo.)

Pronto comprobaron que el sótano era más extenso de lo que habían esperado. Estrechos pasadizo oscuros se extendían por el subsuelo como túneles en un hormiguero. Pero más salas que pasadizos había, y algunas eran inmensas; en esas se encontraban grandes hornos y pozos y algunos restos de madera de Fangorn (Gimli las reconoció en seguida como las herrerías donde trabajaban orcos y hombres construyendo armas para la guerra.). Las demás salas eran todas armerías, vacías o casi vacías en su mayoría. No hallaron ninguna mazmorra más.

Gimli cada vez se sentía más entusiasmado. Al principio no le había gustado la idea de que él y Legolas trabajaran por separado, pues había añorado su compañía durante mucho tiempo y ahora sentía que le extrañaría otra vez, si él estaba encerrado en la alta torre mientras que el otro se pasaba el día al aire libre en los jardines.

Gimli no se había molestado en pedirle a Legolas que le acompañara, porque sabía muy bien cual hubiera sido su respuesta; y aunque a regañadientes se había separado de él, ahora ya no le importaba. Gimli se encontraba en una de las más grandes obras creadas por la mano del hombre; cualquier Enano se sentiría feliz de estar allí, y sin duda algunos en las Cavernas Centellenates le enviadiaban en esos momentos.

Gimli observaba detenidamente cada bóveda, cada sala y cada pasadizo con el que se topaba. Contínuamente se paraba y ponía su oído contra una pared, la oreja muy pegada a la piedra negra y fría, escuchando detenidamente; otras veces las tocaba cuidadosamente con las manos o golpeaba suavemente con el hacha para ver si producían un sonido hueco. Aunque ese día y muchos otros que vinieron no encontró nada que estuviera oculto a los ojos, Gimli nunca perdió los ánimos y la ilusión.
La mañana había despertado sin sol y, aunque el mediodía era triste, gris y nublado, los tres Compañeros del Anillo se sentaban juntos en las largas escaleras de la entrada de Orthanc. No hablaban entre ellos. Aragorn y Gimli habían sacado sus pipas, se habían arrebujado las capas, y se habían tumbado boca arriba, estirando las piernas; de vez en cuando dejaban escapar hebras de humo entre los labios. Legolas, en cambio, observaba el jardín de Isengard con una mirada serena y tranquila, y canturreaba para sus adentros una canción élfica de Eryn Lasgalen. Los demás, conscientes de la fuerte amistad y compañerismo que había entre esos tres, les habían dejado para que disfrutaran de un momento solos.

Habían pasado cuatro días desde su llegada a Isengard. El gran jardín aun no había mejorado mucho su aspecto, pero eso no era porque Legolas y los otros no trabajaran; en realidad las manos largas y pálidas de Legolas estaban cubiertas de arañazos causados por los espinos, hiedras venenosas, y las malas hierbas que había arrancado. Amablemente Gimli le ofreció un par de sus guantes para trabajar, y Legolas los aceptó agradecido.

La vegetación había crecido muy salvaje, y había pozos cubiertos con una espesa capa de hierbas y plantas, lo cual era muy peligroso: un paso en falso y sin darse cuenta podían caerse en uno de ellos. No hacía ni cinco horas que los Medio-Elfo gemelos, siguiendo con su fino oído el murmullo del agua, habían encontrado un arroyo verde oculto entre la maleza, tan escondido que por poco Elrohir se cae en él.

Por otro lado, Aragorn y Gimli ya habían inspeccionado las tres primeras plantas de Isengard. No habían hallado nada de interés, y los únicos objetos de valor fueron los hallados en lo que parecían ser el estúdio y los aposentos del Mago Saruman. Era una sala misteriosa, completa de armarios y estantes llenos de frascos y botellas de cristal que contenían extraños líquidos de colores vivos y brillantes en su interior. Había también frascos que conservaban sapos, lagartos, y lenguas animales en un líquido amarillento. Lo más interestante fueron los montones de libros que encontraron. Esos libros el Rey Elessar los leyó uno por uno; cada uno de ellos tenía información valiosa sobre los Anillos de Poder, pero sobretodo sobre el Anillo Regente y su posible localización. Había algunos que parecían estar escritos a puño y letra por el mismo Saruman. Y Aragorn no se sorpendió al encontrar también un viejo libro polvoriento que hablaba de la Dinastía de los Reyes de Númenor, y del Anillo de Barahir que debía estar en la posesión del futuro Rey de Gondor, así como los fragmentos del Narsil.

También habían hallado mapas; en su mayoría eran de la Comarca y de lo ancho y largo del Río Anduin. En ellos se habían pintado líneas e indicaciones a tinta roja que probablemente indicaban los pasos de Saruman cuando éste vigiló el País de los Medianos y las orillas del Gran Río en busca del Único.

Pero lo más horripilante que la Compañía del Rey halló en esa sala fueron unos manuscritos escritos en élfico, por lo visto por el mismo Mago Multicolor, de como se había llevado a cabo la creación de la raza Uruk-hai. Las barbaridades que se habían escrito ahí eran atroces. Aragorn mandó inmediatamente que quemaran todos esos manuscritos, pues de este modo el secreto de la creacíon de los Uruk-hai caería para siempre en el olvido. Él en persona fue testigo de como les prendían fuego, y observó satisfecho como los escritos se consumían sin dejar ni rastro.

Aragorn dejó escapar otra hebra de humo de entre sus labios. Tenía una mano metidadebajo de la capa, jugueteando con la misteriosa llave negra entre sus dedos. Nunca se separaba de ella. Por gran decepción suya, el Rey de Gondor no había encontrado aún su especial uso. Creyó que lo encontraría en los aposentos de Saruman, pero ahí no le había servido de nada. No halló ni una sola cerradura que encajara con la llave.

Una suave ráfaga de viento sopló. El humo de las pipas de Aragorn y Gimli se vio arrastrado suavemente como un jirón de nube hasta donde se encontraba Legolas, que justo en aquel momento había cerrado los ojos y respiraba profundamente la fragancia fresca del viento. Tan pronto como los vapores de hierba le llegaron al fino olfato, el Elfo se incorporó de un salto y tosió varias veces, una expresión de disgusto y asco en su bello rostro. Aragorn y Gimli rieron suavemente, nunca apartando sus pisas de la comisura de los labios.

Entonces oyeron unos pasos rápidos a sus espaldas, que se acercaban de prisa desde el interior de la Torre de Orthanc. Se dieron la vuelta algo malhumorados por ser interrumpidos en aquel buen momento, para ver llegar a un hombre de Gondor, Anborn el montaraz explorador.

"Su Majestad, mis Señores;" - les saludó, inclinándose respetuosamente ante ellos a la usanza de Gondor, agachando la cabeza con las manos en el pecho. - "Hemos encontrado algo en la cuarta planta que creemos que puede ser de su interés."

No tuvieron necesidad de intercambiar más palabras para que Gimli y Legolas siguieran a Aragorn y Anborn al interior de la torre y escaleras arriba.

Mientras subían, Gimli se percató que el paso del Elfo era más lento que el suyo y que lo estaban dejando atrás. Volviéndose, el hijo de Glóin le llamó, viendo como Legolas miraba sus alrededores de pared a pared y de suelo a techo con una mezcla de asombro y desconfianza, escudriñando cada rincón. Como quien observa una obra hermosa pero que al mismo tiempo le da miedo.

"¡Vamos, Legolas! ¿A qué esperas? Te dejaremos atrás, si no te das prisa."

Legolas se apresuró entonces a llegar junto a Gimli. "Es la primera vez que entro aquí, ¿recuerdas?"

En efecto, Gimli había olvidad que Legolas se pasaba el día en el jardín de Isengard y que sólo entraba en el interior de la torre para comer y dormir en la gran sala principal de la entrada, siempre cerca de las grandes puertas abiertas a la luz brillante del sol o pálida de la luna.

"¿Y qué te parece?"

Legolas pareció pensarse un momento la respuesta que debía dar, echando un último vistazo a los oscuros alrededores.

"No me gusta este lugar." - dijo finalmente. Gimli sonreía como si ya hubiera sabido la respuesta incluso ante de haber formulado la pregunta.

"Ah, pero eso también pensaste cuando te llevé a ver las cavernas de Erebor, y al final cambiaste de opiníon, ¿no es así?" - entonces el Enano le sonrió malicioamente - "Se me acaba de ocurrir que mañana al atardecer podríamos subir solos tú y yo hasta lo más alto de la torre. Te gustaría, como aquella vez en la Montaña Solitaria. Sólo que esta vez iríamos hacia arriba en lugar de hacia abajo."

"¡No! No te molestes... No quisiera robarte tu precioso tiempo..." - dijo Legolas con ua sonrisa forzada, silenciosamente suplicando a los Valar que Gimli no le obligara a acompañarle a las entrañas de Orthanc.

"No es ninguna molestia." - respondió Gimli, disfrutando al ver la incomodidad de su amigo Elfo. Palmeó las manos una vez. - "¡Entonces está decidido! Mañana después del mediodía vendrás conmigo. Deberías estar agradecido de estar aquí y de tener un Enano como guía. ¡Ah...! Cualquier Enano pagaría oro puro para poder estar aquí."

"Y yo pagaría oro puro para poder salir de aquí..." - musitó Legolas entre susurros.

"¿Decías algo?"

"Decía que Aragorn nos está dejando atrás." - respondió el Elfo rápidamente, y apresurándose a seguir al Rey de Gondor. Gimli le siguió sonriente.

El Rey de Rohan y el Senescal de Gondor ya estaban ahí, esperando a Elessar, cuando ellos llegaron. Aragorn, Gimli y Legolas observaron con ojos muy abiertos el maravilloso tesoro que los hombres habían encontrado forzando una puerta de acero cerrada con llave y que ahora estaban transportando a la presencia del Rey de la Marca. Pues aquel tesoro no eran otra cosa que las joyas y relíquias de Éorl, que habían sido robadas de Edoras durante el declive del Rey Théoden.

"Debí suponer que Lengua de Serpiente estaba detrás de todos esos robos." - musitó Éomer entre dientes, mas feliz de haber encontrado tan preciados y estimados objetos. También había otras riquezas más antiguas y más bellas, sacadas de túmulos y tumbas: sólo alguien tan retorcido y malvado como Gríma podía haber profanado las tumbas de los Reyes para apoderarse de sus tesoros.

Como agradecimiento, Éomer les ofreció a Aragorn, Faramir, Legolas, Gimli y a los Hijos de Elrond escoger una entre las muchas relíquias para ellos; pues largo tiempo había ansiado encontrarlas, aborreciendo la idea de que estuvieran en manos de ladrones, y no menos alentador era que estuvieran acumulando el polvo en Orthanc.

Aragorn aceptó agradecido un anillo de oro y diamantes que se asemejaba a una flor Elanor para su amada Arwen, como recuerdo del lugar donde se prometieron amor eterno. Gimli tomó un gran y pesado brazalete de oro y plata para su prometida, aunque el arte de Rohan no podía superar al arte los Enanos, decía él. Escuchando el consejo de Éomer, Faramir tomó un sencillo pero elegante collar de oro con zafiros azules engastados para Éowyn. Éomer dio un regalo de bodas a Faramir, y no dijo nada pero también tomó un colgante de gran valor y belleza para cierta noble doncella de Dol Amroth.

Elladan y Elrohir no quisieron tomar nada, al igual que Legolas (pues ya sabéis lo que dicen los Elfos sobre 'hurgar en las montañas sin dar nada a cambio'.) Pero a Legolas finalmente le convencieron de que escogiera algo para dar como regalo a su padre el Rey de los Elfos, pues él ama los tesoros y las riquezas.

Escogió un broche de plata con una perla blanca gigante engarzada en el centro. Legolas nunca había visto una perla de semejante tamaño, y estaba convencido de que su padre el rey tampoco. El hijo de Thranduil observó detenidamente la hermosa joya y sonrió para sí mismo, convencido de que a su Señor le iba a encantar el regalo: Thranduil sentía un amor especial por las perlas porque le traían buenos recuerdos de su primer hogar y lugar de nacimiento en Lindon, La Tierra de la Música.

Entre la alegría y la maravilla nadie se percató del hombre Rohirrim que, como al descuido, tomó un gran anillo dorado de tres rubíes y se lo guardó en el bolsillo debajo de la túnica. Aquel anillo había pertenecido al Rey Théoden, y sin duda Éomer ya lo habría visto y lo tendría en gran estima.

Aquel hombre de rostro severo, alto, de largos cabellos y barba rubia, ojos claros y una dinstintiva cicatriz en la ceja derecha, se alejó tranquilamente, uniéndose a los demás hombres que iban de aquí a allá, transportando las relíquas encontradas con respeto.
A la mañana siguiente las pregarias de Legolas no habían sido respondidas. Gimli no había olvidado el 'acuerdo' que habían alcanzado el día anterior. El Enano estaba ansioso por explorar la torre de Orthanc con él. Durante el desayuno, Gimli no paró ni un minuto de hablar sobre lo que harían aquella tarde y las muchas salas hermosas que le enseñaría. Legolas en realidad no le prestaba mucha anteción, y sólo le respondía afirmando con la cabeza o diciendo algún que otro -mm hum-, con la mirada perdida en su desayuno en lugar de devolverle la mirada a Gimli. Cualquiera podía decir que no estaba entusiasmado en lo más mínimo con los planes que Gimli había echo para ellos dos.

"Ya verás, amigo mío." - le decía, con un brillo de emoción en sus ojos oscuros - "Será como en los viejos tiempos. Como en nuestra visita a Fangorn y las Cavernas Centelleantes. Estoy deseando compartir contigo esta maravilla, amigo Legolas." - le sonrió el Enano con ternura, y cuando Legolas le miró y vió esa sonrisa y esos ojos llenos de entusiasmo y emoción el Elfo sintió un nudo en la garganta.

Legolas había comprendido ahora que la ilusión de Gimli no tenía mucho o nada que ver con explorar la torre, sino de pasar un tiempo a solas con su mejor amigo, que tan raramente había tenido un momento para estar con él desde que se instaló en Aglarond y el otro en Ithilien.

El Elfo sintió una punzada de culpabilidad en el corazón por el hecho de haber estado ignorando el gesto de amistad de Gimli, únicamente por la incomodidad que sentía en lugares cerrados y despoblados de la naturaleza como era el Monte del Colmillo.

Una larga sonrisa se formó en sus labios élficos, "Y yo también, Elvellon, lo estoy deseando." - le dijo al Enano suavemente, y Gimli levantó las cejas clavándole una mirada de sorpresa, extrañado también por el repentino cambio en el Elfo. Hacía un momento Gimli creyó que Legolas estaba más que desilusionado por pasar aquella tarde con él, pero ahora los ojos azules del otro brillaban con tanto o más entusiasmo que el suyo.

Gimli aun le estaba mirando sorprendido cuando Legolas se puso en pie de un salto.

"Bien, amigo mío. Me retiro ahora, que el jardín está esperando. ¡Nos vemos esta tarde, no lo olvides!"

Y diciendo ésto el Elfo cruzó las grandes puertas, su esbelta figura como una sombra recortada frente a la luz del día. Y se marchó en un andar de alegres movimientos que mostraban su contento.

"Elfo loco..." - murmuró Gimli sonriendo para sí mismo, sacudiendo la cabeza ligeramente y poniéndose en pie para unirse a Aragorn y a Faramir, que ya estaban preparados para un nuevo día de trabajos.

Aquel día la compañía iba a inspeccionar la cuarta planta, y Gimli tenía el fuerte presentimiento de que algo encontrarían allí, para bien o para mal. Aquel presentimiento era debido a un sueño que tuvo anoche, cuando todos los hombres ya se habían quedado dormidos y el sonido de sus suaves ronquidos era acompañado de alguna que otra murmuración en sueños y el ululo de la lechuza que cada noche se posaba junto la torre, los ojos redondos y luminosos vueltos siempre hacia la entrada, como vigilando a los nuevos residentes.

Gimli no recordaba muy bien lo que había visto en ese sueño. En su memoria sólo había una pared negra que de pronto se abría como si de una puerta se tratase; pero de lo que vio dentro no se acordaba, sólo que era sombrío.

Cuando la gran llave negra entró en la cerradura y abrió las puertas que permitían el paso al cuarto piso, Aragorn y los demás se toparon con una sala oscura (pues no había ventanas) y como pudieron encendieron las antorchas que colgaban de la pared. Entonces se sorpendieron al encontrar que aquella planta solamente constaba de una enorme sala redonda, en lugar de estar dividida entre tres y cinco recintos como las demás hasta ahora. No había mobiliario. Nada, salvo una puerta que, forjada de acero negro como las demás, se alzaba al otro extremo del recinto.

La compañía no le dió mucha importancia a eso, y cruzaron la sala sin muchos miramientos hacia la siguiente puerta, que Elessar abrió con la misma llave que había utilizado durante estos cinco últimos días y que al parecer tenía acceso a todos los recintos de Orthanc. Los hombres estaban subiendo ya a la quinta planta, pero Gimli se quedó atrás. Faramir, que había caminado junto a él, se percató de ello, y le esperó en silencio mientras observaba como el Enano contemplaba e inspeccionaba detenidamente la pared de la sala.

Lentamente, con una mano Gimli tocaba la pared de roca negra, sus ásperos dedos acarciando cada ángulo y rincón de los tallos (pues las paredes de Orthanc no eran lisas, sino talladas de forma que el edificio parecía estar cubierto por una fuerte armadura de placas de acero oscuro), hasta que se detuvo en un punto, y entonces se acercó más, mirando atentamente la piedra, tan cerca que casi la tocaba con la punta de su nariz.

Faramir observó curioso como Gimli acercaba su oreja a la pared, y ahí se quedó durante un minuto, escuchando cautelosamente, tan quieto que hasta parecía haberse quedado dormido, hasta que de pronto se incorporó y, cuidadosamente, golpeó la pared con el filo de su hacha. Faramir ahogó un grito cuando los golpes de Gimli fueron respondidos con un sonido hueco.

Gimli se volvió al Príncipe de Ithilien con una sonrisa triunfal en el rostro barbudo.

Rápidamente, Faramir corrió en busca de su rey mientras Gimli, rebosante de orgullo por haber descubierto algo que nadie más habría advertido, volvía de nuevo su atención a la puerta secreta, pues de eso estaba convencido que se trataba.

"¡Ja!" - se dijo Gimli - "¡Ya verás cuando se lo cuente a Legolas! ¡Aragorn no habría encontrado esta sala escondida de no haber contado con las sútiles habilidades de Gimli el Enano!"

Era semejante a las entradas a recintos secretos que su pueblo utilizaba en la Montaña Solitaria. Una entrada invisible parecía, pero en realidad era una simple puerta construída de tal manera que se confundía con la pared. Ahora debía descubrir cómo abrirla, y las posibilidades eran muchas. La treta más común en los últimos tiempos era la contraseña o palabra mágica que, al ser pronunciada, la puerta se abría por sí sola. Probablemente Saruman habría utilizado esa artimaña, siendo un mago. Si era así, entonces sería muy difícil encontrar la palabra mágica correcta, por no decir casi imposible.

Sin embargo, los fuertes dedos de Gimli hallaron de improviso un pequeño agujero entre las esquinas de la piedra negra. El agujero se confundía con los tallos ensombrecidos de la pared, por lo que no podía ser visto. En aquel momento llegaron los Reyes de Gondor y de la Marca seguidos por sus hombres a toda prisa.

"¿Qué has encontrado, Gimli?" - preguntó Aragorn acercándose al Enano y mirando la pared que tenían en frente como tratando de ver algo que estaba ahí, a la vista de todos.

"Creo que aquí hay una cerradura." - dijo Gimli, indicándole a Aragorn que posase los dedos allí donde el Enano tenía los suyos. Aragorn así hizo, y él tambien sintió el vacío de un agujero, que bien como decía Gimli podía ser una cerradura. Instantáneamente Aragorn tomó la gran llave de Orthanc y trató de entrarla, pero en vano. El agujero era no mucho más pequeño, y la llave no sirvió. Cuando Aragorn negó con la cabeza, guardándose la llave de nuevo, Gimli sintió una gran decepción. Debí imaginármelo, se dijo, que Saruman no nos lo pondría tan fácil. Pasarían días, semanas, o meses aun, hasta que encontraran la contraseña que les abriera las puertas.

Mas de improviso a Aragorn se le iluminó el rostro, y he aquí que volvió a sacar la llave. Pero no era la misma de antes, sino la otra, que al principio le había inquietado tanto y en estos últimos días había olvidado por completo a causa de su desuso; la más sencilla y no tan grande pero aun así demasiado ligera para su tamaño.

Los labios de Aragorn y Gimli se curvaron en una sonrisa cuando la llave entró y se oyó el -cric cric- de la cerradura que giraba. Rápidamente tuvieron que echarse atrás porque la puerta se abrió hacia afuera de repente, dejando al descubierto la entrada a una sala secreta.

Con el corazón saltándoles en el pecho y las manos sudadas Aragorn y Gimli fueron los primeros en entrar. Observaron con ojos muy abiertos que acababan de entrar en una cámara de acero. No era muy grande, y estaba practicamente vacía. Sólo había un alto estante, y sobre ese estante había un cofre.

Bajaron el cofre y lo dipositaron en el suelo cuidadosamente. Aragorn fue el que tuvo el honor de abrirlo. Dentro encontraron dos cosas. La primera, una pequeña cajita de oro atada a una cadena; estaba vacía y no tenía ninguna letra o símbolo. Ninguno de los presentes salvo Aragorn y Faramir supieron que era, pues para ellos dos era indudable que en un tiempo aquella cajita dorada había colgado del cuello de Isildur, conteniendo el Anillo Único en su interior. Así lo habían leído en uno de los muchos libros hallados en los aposentos del mago Saruman.

Mas lo que hizo que los hombres se quedaran sin aliento fue el segundo objeto, que reposaba al lado de esa cajita dorada: un tesoro no poco amado, muy llorado, porque se había perdido para siempre: el Elendilmir.

Gimli, cuyos ojos estaba acostumbrados a ver grandes y bellos tesoros, se puso de pie de un salto dejando escapar una exclamación de maravilla al ver la hermosa estrella blanca de cristal élfico engarzado en un aro de mithril, que en un tiempo muy lejano había unido Silmariën a Eléndil y que él adoptó como símbolo de la realeza en el Reino del norte.

El Elendilmir se había perdido con la muerte de Isildur, y casua del dolor de su pérdida los herreros de Imladris habían forjado otra como regalo a Valándil, el último hijo de Isildur, y todos los reyes y capataces del clan que gobernaba Anor portaron el nuevo Elendilmir hasta Elessar. Pero esa joya no poseía tan gran belleza como la original, ni tenía la antigüedad ni la poténcia de aquel que se perdió cuando Isildur huyó en la oscuridad y no volvió nunca más.
Aragorn, quien se había quedado muy silencioso y doblado por una mezcla de emoción y profunda pena, tomó ahora la joya con reverencia.

"Elendilmir," - dijo Aragorn con un suspiro - "La Estrella Blanca de Eléndil, objeto de reverencia, y mucho por encima de mi valor; cuarenta cabezas lo han portado antes."

Y aunque había alegría en ese hallazgo, también había pesar, y los hombres se sintieron desfallecer. Porque, ciertamente, aquellos objetos no se habrían podido encontrar si no era en el cuerpo de Isildur que se ahogó. Si hubiera muerto en aguas de corrientes fuertes como decían las historias, los tesoros habrían ido muy lejos con el tiempo, y posíblemente llegado al Mar, perdidos para siempre. Pero estaban aquí, en la torre de Orthanc en Isengard. Así pues Isildur no debió caer en corrientes profundas, sino en aguas poco profundas que le debían llegar a los hombros.

Una gran duda y un temor asaltaban a Faramir contemplando aquellos dos objetos largamente perdidos.

"Si Saruman logró encontrar el Elendilmir y el colgante en el río, ¿por qué nosotros, habiendo pasado una Edad, no encontramos rastro de los huesos de Isildur?"

La respuesta que Faramir esperaba era tan funesta como la que dijo Elessar.

"Ahora recuerdo, los mapas que hallamos en los aposentos de Saruman. Uno de ellos era del Anduin, y había señales y líneas que parecían rutas pintadas a tinta roja por la mano de Saruman." - el rostro de Aragorn se ensombreció - "Temo que él encontró los restos de Isildur antes que nuestros antepasados lo hiciesen, al igual que el colgante y la joya; y más temo que polvorizó los huesos quemándolos con deshonor en los fuegos de sus hornos. Si es así, fue un acto vergonzoso, pero no el peor de los suyos."
"...y así fue como yo, el mejor Enano experto en diseño y construcción de puertas, encontré la entrada oculta a la cámara secreta."

Le explicaba Gimli a Legolas cuando aquella tarde se paseaban solos por la torre de Orthanc. Gimli le estaba enseñando a Legolas cada una de las salas que había visto hasta el momento en la compañía de Aragorn, explicándole su función, sus útiles usos, y el perfecto diseño y construcción de la torre en sí. Mas no le llevó al sótano, pues Gimli sabía muy bien que ése lugar no le gustaría al Elfo, y tampoco quería que su querido amigo viera la horrible mazmorra. Profundamente Gimli deseaba que Legolas nunca supiera sobre tan horripilante y abominable tortura, que trágicamente había sido la causa de muchas muertes de hermosos e inocentes Elfos en los tiempos de Morgoth.

Legolas, por su parte, estaba disfrutando el paseo más de lo que había creído que haría en un principio. Pero eso únicamentee se debía a la compañía de Gimli, que siempre le aligeraba el corazón y le llenaba un pequeño vacío. El Elfo miraba al Enano a su lado con ojos brillantes de alegría.

"Nunca he dudado de tu talento, Gimli, y Aragorn tampoco, sobretodo después de haber visto el excelente trabajo que hiciste en Minas Tirith." - respondió Legolas dedicándole una sonrisa sincera.

"Al igual que yo tampoco dudo tus habilidades como jardinero." - respondió Gimli, sintiéndose halagado. -"He oido decir que los jardines que diseñaste para Faramir y la Señora Éowyn están ganando gran renombre en el Oeste, y que cada vez más viajeros de pueblos lejanos vienen hasta Ithilien sólo para poder echarles una ojeada."

Legolas se sonrojó suavemente. "Me esforzé mucho en esos jardines. Deseaba hacer algo que estuviera a la altura del Príncipe y la Princesa de Ithilien. Y lo mismo ansío lograr en Isengard. Hay muchas buenas plantas aquí, Gimli, verdes, florecidas, jóvenes y hermosas que hasta me apena tener que tocarlas para replantarlas en otro lugar mas adecuado. Deberías verlo, Gimli, la maravilla que ha nacido aquí bajo la luz del sol; un jardín multicolor. Y cuantas más malas hierbas arrancamos, más y nuevas flores silvestres aparecen. Romaní que crece aquí y allá, llenado el aire con aromas perfumados, Vidalbas, Allasas blancas, Lotus, Margaritas, Barlias, Ophrys, Daphnes, Madre-selva, Rosellas... Y eso no es todo, porque mi pueblo nos llevará más flores que perfumarán el aire y llenarán de color la negra torre. He hecho una lista, Gimli, y un plano que indica dónde sembraremos cada espécie. Prímulas, Allamandas, Azaleas, Begonias, Camelias, Campanulas, Lobelias, Geranios, Alegrías, Rosas, Amapolas, Gladiolos, Jacintos, Dalias, Lirios, Narcisos y Tulipanes-"

"¡Ya basta!"- le interrumpió Gimli, riendo apaciblemente - "Entiendo lo que quieres decirme. Mañana vendré a visitar tu dichoso jardín, si eso te complace."

"Me complace de veras." - rió Legolas.

Aragorn había tenido la bondad de prestarle la llave de Orthanc a Gimli para que él y Legolas pudieran subir hasta el tejado, pues desde ahí Legolas quería contemplar el paisaje y las diminutas estrellas al anochecer. Se las había prestado con la condición de utilizarlas sabiamente y de no abrir más puertas de las necesarias. Pero la segunda llave, la que había abierto la cámara de acero secreta, Aragorn se la guardó.

La compañía de Elessar solamente había inspeccionado la torre hasta la cuarta planta, por lo que Legolas pensó que a partir de la quinta dejarían las exploraciones para ir directamente a la pulida cima de Orthanc. Sin embargo no fue así, porque Gimli, al encontrase frente nuevas salas inexploradas, se detenía amenudo y abría más puertas de las que debía.

"Sólo voy a hechar un pequeño vistazo." - le decía Gimli a Legolas, cuando éste le recordaba que Aragorn les había prestado las llaves con la condición de no abusar de ellas, y que no tenían tiempo para exploraciones.

Por su parte Legolas comenzaba ya a incomodarse, y estaba deseando llegar pronto a la cima y bajar en seguida. Las nuevas salas eran oscuras (pues las ventanas estaban cerradas y las antorchas apagadas) y el aire era viciado, por haber permanecido cerradas durante tan largo tiempo.

Pronto Gimli, atraído y maravillado por las nuevas salas que salían a su paso, había olvidado que Legolas estaba con él, y el Elfo había empezado a sentirse solo.

"¿Podemos volver ya?" - le preguntó una vez al Enano, que al parecer estaba demasiado ocupado para responder a su pregunta. - "¿Gimli?"

"No. Aun no."

"Pero... ¿y si nos perdemos?" - insistió el Elfo. Gimli se volvió entonces a él, exasperante.

"¡Soy un Enano! Al igual que tú no puedes perderte en el bosque, yo no puedo perderme aquí dentro." - dijo severamente. De improviso, el semblante de Gimli volvió la cabeza de izquierda a derecha, sus semblante confuso. "Eh... ¿Dónde estamos?"

"¡Gimli!" - se alarmó el pobre Elfo, a quien no le gustaba ése lugar sombrío y triste en el que se encontraban.

El Enano, viendo la cara de espanto de su amigo, estalló en una larga carcajada.

"¡Estaba bromendo, Legolas! Sé exáctamente dónde nos encontramos."

"Bueno," - respondió el Elfo, aliviado pero no muy contento - "Está anocheciendo ahí fuera, y aquí dentro la oscuridad es muy profunda. ¿No sería mejor si subiéramos al tejado a contemplar las estrellas en el firmamento un rato?" - sugirió, esperanzado.

Por gran alivio suyo, el Enano accedió. "De acuerdo. Tienes razón; hay demasiada oscuridad aquí dentro. Vayamos directos a la cima. Esta vez te prometo que no me retrasaré más." - dijo, y se puso en marcha. De repente se detuvo y Legolas, que caminaba detrás suyo, casi choca con él. - "¡Espera un momento!" - dijo, y corrió hacia una de las paredes, acariciándola con sus manos. Legolas gimió y suspiró disgustado.

"¡Pero Gimli! Acabas de decir que-"

"¡Ssshhh!" - le mandó callar el Enano. - "Creo que aquí hay algo. Otra puerta oculta."

"Bueno, ¿y qué? No podemos abrirla sin el consentimiento de Aragorn." - respondió Legolas, mas Gimli parecía no escucharle. Continuaba tocando la pared con detenimiento.

"¡Ai-oi! ¡Legolas!" - exclamó - "¡Creo que he encontrado la cerradura! ¡Y mira! ¡La llave sirve!"

"¡Gimli, no! ¡No la abras! ¡Si quieres bajamos e informamos a Aragorn sobre tu nuevo descubrimiento, pero no la abras sin el consentimiento del rey!" "¿Por qué?" - preguntó al Enano, volviéndose al Elfo con el ceño fruncido, - "¿De qué tienes miedo?"

Legolas le miró, y sus ojos decían que se había sentido insultado. "Yo no le temo a nada." - dijo fríamente.

"Entonces ven aquí, y comparte este descubrimiento conmigo."

Pero Legolas no se movió, y miraba la negra pared con duda y temor.

"Tienes miedo..." - dijo Gimli. Aquello irritó mucho al Elfo; no sólo las palabras en sí, sino la forma con la que Gimli las había pornunciado: suave y compasivamente. Legolas no soportaba que nadie, y aun menos su amigo Enano, sintiera compasión por él.

"¡Está bien!" - dijo el Elfo enfadado, plantándose al lado de Gimli, - "¡Ábrela!"

Con una sonrisa de triunfo, Gimli entró la gran llave en la cerradura y la giró. Legolas observó sorpendido como la negra pared (que en realidad no era una pared, sino una puerta) se abría, al principio muy lentamente y con un grave quejido, y ellos dos, impacientes, se inclinaron hacia adelante, tratando de ver por la pequeña abertura.

Hasta que, de repente, las puertas se abrieron con violencia, como si un poderoso viento del Norte las hubiese empujado desde dentro, y Gimli y Legolas se vieron tirados de espaldas al suelo a causa del fuerte golpe que recibieron.

El Elfo y el Enano se incorporaron rápidamente para mirar con ojos alarmados la entrada de la sala abierta que, de forma antinatural, lanzaba un vendaval contra sus rosotros aterrorizados. Era un viento frío, casi helado, que silbaba en los oídos de ellos como si de un lamento se tratase. A Legolas le pareció ver, aunque no estaba seguro de ello, que un hálito negro, como una sombra, salía arrastrándose a través de las puertas y se les abalanzaba encima, acercándose a ellos inexorablemente, cubriéndolos como un manto negro. En el momento en que la amenazadora sombra les daba alcanze, Legolas cerró los ojos, encogiéndose sobre sí mismo. El viento cesó repentinamente. El lamento se alejó y calló. La entrada al recinto estaba ahora calmada e inerta, como una boca que se queda sin aliento después de lanzar un largo grito.

Legolas no abrió los ojos hasta que Gimli posó una mano sobre su hombro.

"¿Legolas?" "¿Qué... qué ha sido eso?" - preguntó el Elfo, asustado.

"No lo sé. Pero fuera lo que fuese, ya pasó." - respondió Gimli, acariciándole el hombro en un gesto de ternura, pues podía ver la gran inquietud en el bello rostro élfico.

Pesadamente se pusieron en pie. Intercambiaron una mirada y, con mucha incertidumbre, se acercaron a la cámara recién abierta, como temerosos que de un momento a otro volviera a estallar en una fuerte ventisca. Grande fue su sorpresa y desconcierto cuando vieron que, en realidad, aquello no era la entrada secreta a un sala; porque el espacio que habían dejado al descubierto era diminuto, y estaba completamente vacío. Sólo el delgado cuerpo de Legolas podía caber ahí, estando de pie, y aun así sería un lugar estrecho para él, como una jaula.

A fuera, los caballos de los hombres se inquietaron, y comenzaron a tironear de las riendas, sudando y mostrando el blanco de sus ojos.

Un mal augurio cayó sobre Gimli y Legolas, y sus corazones desfallecieron. ¿Qué hemos echo? ¿Qué hemos... liberado?


The Balrog of Altena: Fiu! me ha qeudado un poco larguito! He tenido que reducir el capítulo y dejar lo eliminado para los próximos capítulos. Lo de la mazmorra de fango no me lo he inventado, una mazmorra así existió en el Castillo de Consuegra, en Castilla la Mancha, España. Oh, bueno, si he mencionado lo de la mazmorra, es porque tendrá algún malévolo uso en el fututo ;-)

Allison Black: Aiya! Bueno, no he sido muy rápida, pero más que la última vez. Pues ya sabes que puerta abría la llave :-) ¡Muchas gracias por tu review!

VaniaHepskins: Aiya! pues tengo el placer de decirte que Éomer no se queda solito en los escritos de Tolkien Él se casa com Lothíriel de Dol Amroth y tienen un hijo, Elfwinë, que en Rohírrico significa 'Amigo de los elfos' ¡Muchas gracias por tu review!

Usagi-cha: Sí, saludaré a Gandalf de tu parte! Yo tengo cinco gatitos (bueno, los otro ya son grandotes) son mi razón de vivir! XD Me alegro que te haya gustado el cap, y que hayas encontrado bonito lo de que Gimli y Legolas acordaran esos nombres para sus hijos. Ah! esa canción la compuse yo XD patética no? no soy muy buena haciendo rimas... Por cierto, tengo aun muchas malvadas fechorías más en mi maquiavélica mente... XD ¡Muchas gracias por tu review!