CAPÍTULO 7: HOGWARTS, PRIMER CONTACTO

—No te preocupes, Hogwarts es el mejor lugar del mundo.

Helena intentó sonreírle de vuelta, pero sólo consiguió torcer la boca. De nuevo había tenido que empaquetar toda su vida, y esta vez se sentía muy vulnerable y con ganas de esconderse en una caja. «CUIDADO. FRÁGIL»

—¿Tú te quedarás aquí viviendo?— le preguntó a su padre.

—Ya sabes cómo es esto... y ahora tendré que hacer más viajes que nunca. Pero nos veremos más de lo que piensas.—anunció guiñándole un ojo.

—¿Qué significa ese tono misterios?— dijo escrutando la cara de Abeforth, intentado leer algo en su mirada— Mmmhhh... me lo puedo imaginar. Que sepas que no te veo dando clase a niños de once años.

—Anda, no digas tonterías y coge tus cosas. Nos están esperando.

Miró al suelo y no supo por dónde empezar. Tenía dos mochilas, una con libros muggles y otra con los de sexto curso, una maleta reventada con su ropa y un caldero que no había conseguido meter en ninguna parte.

—¿Estás segura de que has empaquetado todo?—preguntó mirando las maletas con ojo clínico—, por tu bien espero que esa maleta esté así de llena por toda la ropa de abrigo que llevas... porque trapitos para salir por la noche no has metido, ¿verdad?

—Vaya y yo que tenía pensado salir de juerga por las mazmorras del colegio...— respondió con tono irónico—. Papá, con esas sotanas tan bonitas que hemos comprado no echaré de menos mi ropa.

Abeforth miró con paciencia a su hija. Comprendía su resentimiento y se lamentaba profundamente por ser el causante. Él tampoco estaba contento con la situación, tenía la sensación de estar conduciendo a su hija a la boca del lobo. 'Después de tantos años escondiéndonos para que no le pasara nada...'.

—Ten mucho cuidado. No salgas del colegio. No te metas en líos... creo que es demasiado para decir esto, ya te has hecho amiga de Harry— añadió un tanto desesperado.

—Tranquilo, papá.

—Siempre alerta, recuérdalo.— sabía que su hija era lo suficientemente lista como para no necesitar oír eso, pero repetírselo una vez más tal vez le redimiera de su culpa, de no haber sido el buen padre que Helena se merecía.— Bueno, podría hacerle un hechizo de reducción a esto— dijo señalando los bultos con la varita— ¿sabrías devolverlos a su tamaño real?

Helena negó con la cabeza. Suspiró angustiada, no quería ni pensar en lo que le iba a costar ponerse al día con el nivel de sexto. La poca magia que hacía se podía considerar trucos de aficionado, lo sabía y eso le horrorizaba ¡tendría que aprobar los TIMOs en diciembre!

A menudo se preguntaba si no le vendría mejor hacer que la suspendieran en todo e involucrarse lo menos posible con la magia. Al fin y al cabo ella se consideraba muggle, siempre había vivido como tal... de hecho, jamás había visto en su casa una varita chisporrotear. Pero no podía negar que sentía una enorme curiosidad por ver cómo sería todo, siempre la había sentido.

—Por cierto, si ves a Harry dile que me he ido a Madrid todo el mes. No le cuentes nada, ¿vale?

—No hará falta, mañana vendrán a buscarle. Supongo que se lo llevarán a Grimmauld Place para que pase unos días con sus amigos.

—¿Y no podría ir yo también? Así iría poco a poco, tanteando el terreno y el cambio sería menos brusco.

—No. Necesitas estar en Hogwarts, porque sólo allí se puede hacer magia siendo menor de edad... y tú tienes mucho que aprender. Ya que te he metido en esto, lo mejor será que estés bien preparada.

Dicho lo cual, se puso a la espalda la mochila más grande y agarró el caldero, que inesperadamente, pesaba más de lo que aparentaba. Un maullido salió de dentro.

—Tampoco sabía dónde meterla.

Helena se alegró mucho al saber que Missy podía acompañarla. Se dirigieron a la cocina, y allí el tostador nuevo les sirvió de traslador.

Con todo el peso que llevaba, Helena no pudo mantener el equilibrio, por lo que se cayó estrepitosamente aterrizando en una caja llena de gusanos de gelatina, en el sótano de Honeydukes. Estaba tremendamente desorientada, primero había sentido como un gancho la atrapaba por el ombligo y tiraba de ella fuertemente, y ahora se encontraba rodeada de dulces pringosos que le hacían cosquillas en la punta de la nariz.

—¿Dónde estamos?— preguntó mientras se limpiaba.

—¿Abeforth, eres tú?— dijo la dueña desde lo alto de la escalera.

—Sí, ya hemos llegado. ¿Sabes si ha venido alguien a buscarnos?

Dumbledore había enviado a un profesor a esperarles. Pero por más que quiso, Helena no pudo prestar atención a nada de lo que decían su padre y él. El rabillo del ojo se le había llenado de envoltorios de colores llamativos, en su vida había visto un lugar tan repleto de dulces. Un fuerte carraspeo de su padre la sacó de su ensimismamiento.

—Todos sufrimos el mismo trance la primera vez que entramos en Honeydukes. Para empezar te recomiendo las brujas fritas y las ranas de chocolate.

Helena fijó la vista y vio a un hombre inmenso y robusto delante de ella, con trocitos de migas atrapados en la barba espesa. Pero pese a su temible apariencia, su cara redonda y sus mejillas coloreadas por el sol revelaban el interior de una persona bondadosa. Cuando se saludaron, Helena temió por su mano, que desapareció entre sus dedos con un chasquido. Hagrid, dijo que se llamaba, guardabosques y profesor de Cuidado de las Criaturas Mágicas. Éste saludó a Abeforth con mucho entusiasmo; tras aquel duro acento del norte Helena sólo pudo entender algunas palabras como: conocer a otro Dumbledore... buen hombre... muchas cosas por mí. Cuando volvió a dirigirse a ella, Helena se concentró en intentar comprenderle .

—Tu tío nos ha hablado mucho de ti.

Padre e hija hicieron varias compras y luego se despidieron, con la certeza de que se volverían a ver pronto. Entonces Hagrid y Helena comenzaron un bonito paseo por el pueblo de Hogsmeade.

—Verás, Hogsmeade es el único pueblo en Gran Bretaña que está solamente habitado por magos... ¿quieres que hables más despacio?— preguntó abrumado cuando se acordó de que era extranjera; Helena dijo que sí con la cabeza y Hagrid continuó, aunque hablando mucho más alto:— ES UNA SUERTE QUE ESTÉ TAN CERCA DE HOGWARTS, ASÍ LOS ALUMNOS PUEDEN VISITARLO VARIAS VECES AL AÑO Y PERMITIRSE ALGÚN CAPRICHO.

Entraron en la Casa de las Plumas, en la Oficina de Correos, en la tienda de artículos de broma Zonko y vieron de lejos la Casa de los Gritos.

—¿Hay más gente pasando el verano en Hogwarts?

—Sí, pero lo de este año es un caso excepcional... como quien-ya-sabes ha regresado, muchos padres se sienten más seguros si sus hijos se quedan a cargo de Dumbledore.

—¿Entonces nunca ha pasado nada en el colegio que haga desconfiar a los padres?

—Bueno.. eh... es un sitio bien vigilado, pero sí han ocurrido cosas. Harry Potter viene también a este colegio y eso no hace las... ¿has oído hablar de él, no?

—Claro, el niño que vivió, además...—pero fue interrumpida por Hagrid.

—Mi alumno favorito ¡y un chico muy valiente! Todos los años ha demostrado ser un gran mago... Pero sí, es verdad que han sucedido cosas terribles, por eso no me extraña tampoco que muchos otros padres hayan borrado a sus hijos del colegio. Este año hay muy pocos que empiecen primero.—saludó a dos magos que pasaron a su lado y prosiguió— Pero déjame pensar... he visto a un buen grupo de alumnos de séptimo de Ravenclaw.

—¿Ravenclaw es una de las casa?

—Sí, generalmente a esa casa van los más inteligentes. —respondió Hagrid automáticamente—Como te decía, hay muchos de séptimo, también de otras casas, porque se están preparando para los ÉXTASIS. Y hay bastantes slytherins de todas las edades (que es la casa de los magos que se interesan por las artes oscuras y la pureza de la sangre).

—¿Artes oscuras? ¿A todos los que tienen lago que ver con ellas los mandan allí?—preguntó y al instante se le secó la garganta.

—Sí, pero la mayoría son inofensivos.

Sin embargo Helena no estaba preocupada por los slytherins precisamente.

—El-que-no-debe-ser-nombrado utiliza todo tipo de chantajes, así que los hijos de antiguos slytherins van a pasar aquí mucho tiempo... y hacen bien. Aunque también los hay que están ahora en Hogwarts porque sus padres han sido encarcelados por ser mortífagos ¡no se me ocurre por qué tu tío deja que se queden aquí! Pobre Harry... Pero hablemos de otras cosas.

Esas Otras Cosas no mejoraron el humor de Helena. Por lo visto al día siguiente tendría una prueba de nivel de todas las asignaturas.

—Así podremos ayudarte mejor. No será nada difícil, sólo queremos saber cuánta habilidad natural tienes para la magia... y tus padres son, han sido, de los magos más grandes del siglo. No te preocupes por nada, lo harás muy bien... lo llevas en la sangre.

Sangre. Eso le sonó muy Slytherin.

Cruzaron las verjas de hierro y la inmensidad de los campos de Hogwarts se desbordó ante ellos. Pese a la oscuridad Helena pudo contemplar la grandiosidad del castillo, los invernaderos, el lago, el campo de quidditch y una pequeña cabaña recortada sobre un bosque sombrío.

—Habéis tardado mucho en llegar. He mandado a la profesora Sprout a buscaros—dijo una bruja con voz severa desde la entrada.

Helena la miró y pensó que no sólo su tono era estricto, sino toda ella: el moño del que no se escapaba ningún cabello, la espalda recta como una tabla, el rostro tenso, la boca apretada en una fina línea... Pero cuando la bruja posó los ojos en su nueva alumna el ceño se le desfrunció y una sonrisa se dibujó a lápiz en su cara.

—Es un placer tenerte por fin en Hogwarts, Helena. Soy Minerva McGonagall, subdirectora de Hogwarts, jefa de la casa Gryffindor y profesora de Transformaciones.

Gryffindor. Recordó entonces los cuentos que le contaba su padre cuando era pequeña... como aquél en el que su casa ganaba la copa de Quidditch..

—Muchas gracias, Hagrid, ya me encargo yo.

Y el semigigante dejó sus pertenencias y se encaminó hacia la cabaña.

—Tu tío no ha llegado todavía, pero me ha mandado una lechuza para que te dijera que estará por la mañana durante tu prueba. Hagrid te ha hablado de ella, ¿no?

Helena asintió. ¿Es que nadie tenía otro tema de conversación?

—Es un poco tarde, pero si tienes hambre pueden prepararte algo.

—No, gracias— tenía el estómago lleno de brujas fritas.

—Bien, entonces te enseñaré tu habitación. Te hemos buscado un lugar amplio en esta planta para evitar que te pierdas los primeros días. Mañana, cuando te levantes, ve al Gran Comedor. No tiene pérdida, se entra desde el hall.

Se pararon delante de un tapiz que representaba a un brujo calvo y rechoncho, que tenía toda la pinta de estar borracho.

—Buenasss nochiess, Minerva.

La profesora McGonagall alzó una ceja y lo miró con desaprobación, con una expresión parecida a la que había puesto al fijarse en la ropa muggle de Helena.

—Ya sabe que aquí no se puede beber, sir Derec.

—¿Quién ha habbbl-bllado de beberrrr? ¡Hip!

La profesora chasqueó la lengua y cambió de tema:

—Esta es Helena Dumbledore, acuérdese de ella, porque cada vez que cambie la contraseña tendrá que decírselo. ¿Entendido?

Helena estaba absorta, cada vez que sir Derec se movía, miles de hilos del tapiz se levantaban del lienzo para seguir sus movimientos, mientras que los de su calva se coloreaban de rojo.

—Añada del 86— dijo McGonagall y el tapiz se corrió para dejar paso a una habitación enorme, con una cama de cuatro postes, una mesa de estudio, un armario de madera... y la hamaca de Helena colgada al lado de un ventanal, que daba al campo de quidditch.—Nos vemos en el desayuno, descansa.

Cuando estuvo sola, miró más detenidamente su nuevo dormitorio y vio que su ropa ya estaba colocada, que tenía las zapatillas al pie de la cama y que sus libros estaban ordenados alfabéticamente en las estanterías. Exhausta, se dejó caer en la cama y Missy la acompañó.

—¿Qué te parece? No está tan mal como pensábamos, ¿eh?

La colcha de la cama era suave como la seda y a Helena se le comenzaron a cerrar los ojos... pero enseguida vio que sería incapaz de dormir. El comentario de Hagrid sobre sus padres le había hecho suponer que esperarían mucho de ella. Con el corazón en un puño saltó de la cama y sacó su móvil en busca de apoyo moral. El ánimo se le fue cuando vio que el aparato no daba señales de vida.

Cuando aceptó que no podría llamar por teléfono a Alex ni a ninguno de sus otros amigos, decidió que lo mejor sería ponerse a estudiar algo para mañana.

—A ver, Cuidado de las Criaturas Mágicas... no tiene ningún misterio, o eso espero. Pociones... ya he practicado en casa con Severus: «.sólo admito a aquellos con un EXTRAORDINARIO en los TIMOs». Defensa Contra las Artes Oscuras, qué ironía, creo que de eso algo sé. Transformaciones... —dijo pensativa mientras pasaba la mano por los libros— no, es demasiado difícil. ¡Encantamientos!

Abrió el libro por el índice y buscó lo que parecía más fácil:

Prólogo encantador.................................................pág. 4

Encantamientos simples y manejo de varita .............pág.13

—Sí, esto servirá para empezar. ¿Pero dónde está mi varita?

Missy y ella buscaron la varita por todas partes. 'No, por favor, no he podido perderla. ¿Qué voy a hacer?'

Mientras revolvía en la mesilla de noche oyó unos pasos al otro lado de la pared, aunque con los ronquidos de sir Derec era muy difícil saber de qué se trataba exactamente. A los pocos minutos, Helena pudo ver una silueta deslizándose sigilosamente fuera del castillo. Se acercó a la ventana y miró fijamente, pero no consiguió ver nada. Echó las cortinas y salió silenciosamente de su cuarto.

Cuando sus pies descalzos tocaron la hierba se preguntó si no se estaría metiendo en líos, pero de pronto una voz rompió el silencio:

—¡Arriba!

A lo que le siguió el ruido de un zumbido, como de un motor, que se elevó por el cielo.

Entonces la vio otra vez, la silueta negra estaba sobre una escoba surcando la noche estrellada. Helena echó a andar siguiendo su estela, y terminó sentándose en las gradas sin poder apartar la vista de aquel vuelo sinuoso. Podía ver a la persona que la montaba iluminada por la luz de la luna, con los brazos extendidos y dejando que el viento le azotara en la cara. Pero inesperadamente, cambió de dirección a toda prisa y se dirigió hacia donde estaba sentada.

Los dos gritaron asustados y él pudo aterrizar sin patirse nada unos bancos más arriba.

—Pansy, maldita bruja... voy a reventarte esa cabeza hueca.

Al segundo una varita la amenazaba a escasos centímetro de su cara.

—Te equivocas de bruja— dijo con voz firme.

—¡Lumos!— gritó el extraño, y una luz fría se encendió en la punta. De este modo Helena pudo ver al mago que sostenía la varita, era alto, de ojos claros, con el pelo largo y rubio platino revuelto por el viento.—¿Quién demonios eres y qué haces espiándome? Porque si te ha mandado Dumbledore que me sigas para tener motivos para echarme, le daré uno muy bueno— dijo acercándose más a ella en un intento por reconocerla.

—¿Me estás amenazando?

Pero el joven no la contestó, tenía la mirada clavada en su cuerpo. Helena agarró fuertemente la mano con la que sujetaba la varita y la apartó. De nuevo la oscuridad se interpuso entre ambos.

—¡Nox!— dijo él, la luz se apagó y Helena le soltó— ¿Quién eres?

—Helena, soy nueva.

—No puede ser— dijo avanzando hacia ella— no hay nuevos a tu edad— sus caras estaban tan cercas que Helena supo que había estado bebiendo.—¿Helena qué más?

—¿Ahora quién está acosando a quien?

—De acuerdo, Helena. Yo soy Draco y como habrás podido ver estoy en medio de una celebración, así que...

—Si no me hubieras despertado con esos andares de ganso no estaría aquí— y se volvió para señalar su ventana.

Malfoy sonrió maliciosamente como encajando piezas dentro de su mente.

—¿Y qué, vas a darme un trago de lo que tengas y dejar que monte en tu escobas o prefieres quedarte aquí solito, esperando a Pansy?— le preguntó matizando la última palabra.

—Sí, vámonos antes de que llegue Parkinson. Por aquí, chica nueva.

Draco se puso la escoba al hombro y se encaminó hacia los vestuarios. Helena le seguía a cierta distancia. Se sentaron en un banco y Malfoy sacó de su túnica una botella de ron añejo. Leyó en alto su etiqueta y se la pasó a Helena.

—¿En qué curso estás?— le preguntó después de otro trago.

—Sexto, con seis TIMOs muy aceptables y dos extraordinarios.— respondió tremendamente orgulloso de sí mismo— ¿Y tú?

—Supuestamente en sexto, pero mañana decidirán qué hacer conmigo.

—Si fuera tú estaría durmiendo.

—¿Cuándo vas a dejar que me dé un paseo?

Malfoy sostuvo su mirada penetrante.

—¿Has montado antes?

—No—confesó con una sonrisa. Malfoy tuvo la impresión de que el ron ya le había llegado a la sangre.

—¿Y quieres que te deje mi Numbus 2001?

—No, sólo quiero que me digas cómo funciona.

Cogió la Nimbus del suelo y salió corriendo con ella al centro del campo. Cuando Malfoy la alcanzó, le quitó la escoba de entre las piernas y se puso detrás de ella.

—Es muy sencillo, verás— le contó mientras la dejaban en la hierba— sólo tienes que extender el brazo y ordenarle que suba.

—¡Arriba!— dijo y la escoba voló hasta su mano.

—Bien...ahora pasamos una pierna al otro lado... no te des la vuelta, mira al frente.— Malfoy pasó los brazos alrededor de ella y colocó las manos sobre las suyas. Cuando continuó con la explicación Helena sintió sus labios rozándole la oreja:— Para despegar sólo hay que dar una fuerte patada. A la de tres.

Golpearon la tierra con tanta energía que enseguida salieron disparados hacia el firmamento. Helena reía a carcajadas mientras se apoyaba en el torso de Malfoy, preocupada por si se caía. Cuando dejaron de ascender, le enseñó cómo hacer para que la escoba girara, diera volteretas en el aire y acelerara.

—¿Comprendes ahora lo que estaba celebrando?— su voz sonó grave y profunda.

Helena asintió, perpleja ante la maravillosa sensación de volar.

—Nada puede compararse con esto... salvo alcanzar la snitch.

—¿Eres buscador?— preguntó volviendo la cabeza.

Entonces alargó el brazo y atrapó una luciérnaga.

—Y muy bueno.

De repente se abrieron las puertas del colegio con un terrible golpe. La luciérnaga se escapó.

—¡BAJAD DE AHÍ EN SEGUIDA O TENDRÉ QUE LLAMAR A MCGONAGALL!

—Ese estúpido squib... Agárrate bien y no dejes que te vea la cara.

Helena estaba al borde de las lágrimas. Qué le haría su tío si la pillaban en su primera noche volando y con alcohol. Tenía que ocurrírsele algo.

—Draco, da algunas vueltas alrededor del castillo para despistarle y poder meternos por la ventana de mi cuarto.

La señora Norris corrió tras ellos hasta vomitar varias bolas de pelo y Filch terminó pensando que habían aterrizado en algún lugar cerca de la torre Gryffindor.

—¡Alohomora!— dijo Malfoy sin comprobar siquiera si la ventana estaba abierta.

Y justo cuando la cerraron y se escondieron detrás de las cortinas, vieron dos luces amarillas husmeando la zona. Malfoy se llevó un dedo a la boca y permanecieron en silencio hasta que la gata se hubo marchado. Helena suspiró aliviada.

—¿Cómo se llama tu colegio de América?— preguntó Draco mientras echaba un vistazo a los libros.— ¿Y a qué os dedicabais ahí? Sin clases de escoba, con un nivel tan... bajo—añadió después de leer el índice de su libro de Encantamientos.

—Supongo que las palabras Historia Contemporánea, Matemáticas, Latín, Griego, Filosofía, Arte... no te dicen nada, ¿verdad?

—¿Qué es todo eso? ¿La lista de la compra? Apesta a muggle.

—¿Y tú a qué apestas? ¿Al barniz de tu Nimbus?

—Pues bien que te ha gustado— Malfoy caminó hacia ella lentamente.— ¿Quieres que te deje probar algo más?— añadió arrinconándola, apoyando las manos en la pared— ¿O temes que se te pegue el olor a barniz?

—Preferiría restregarme contra ese armario. Pero gracias.

—Un placer.

Entonces se despegó de la pared y se fue.


Cuando apareció la mañana siguiente en el Gran Comedor, todavía llevaba el pelo mojado. Apenas había logrado dormir y por más que lo intentaba no se llegaba a acostumbrar a la túnica.

Todas las cabezas se volvieron para mirarla y pronto se pusieron a cuchichear. Si no hubiera estado tan cansada tal vez se habría puesto roja, y tal vez hubiera buscado a Draco para sentarse con él, o tal vez lo más lejos posible. Ocupó el primer lugar que encontró libre y se sirvió zumo de calabaza y huevos revueltos.

—Perdona— dijo la chica que estaba sentada enfrente de ella— pero la mesa de profesores es esa de allí.

Helena se asomó entre los componentes de la larga mesa y al fondo pudo ver otra donde, efectivamente, estaban los profesores.

—¿Me ves cara de profesora?

—Claro que no— respondió el chico que tenía a su lado— No le hagas caso, Amy está en segundo y todavía no sabe lo que dice.— la chica se cruzó de brazos y miró para otro lado— Soy Ernie Macmillan, prefecto de Hufflepuff— dijo añadiendo una radiante sonrisa.

—Helena— dijo dudando si revelar o no su apellido. Entonces una exhalación seguida de una capa negra provocó el silencio en la mesa y que la mayoría volviera la vista a su plato. Era Severus Snape, el profesor de pociones, que aquella mañana llegaba tarde al desayuno.

—¡Buenos días, profesor!— saludaron a coro varios slytherins.

Al pasar por el lado de Helena vaciló unos segundos antes de parase.

—¿Qué modales son esos? ¿No piensa saludarme, Dumbledore?

Todos los alumnos giraron la cabeza esperando encontrarse al director en el marco de la puerta, pero en lugar de eso oyeron la voz de la nueva.

Una copa de cristal cayó al suelo. Se escapó de la mano de Malfoy que fue el primero en comprender. Helena Dumbledore. El estallido convirtió el cristal en motas de polvo brillante.

—Tendré que hechizar la vajilla otra vez—murmuró para sí Flitwick, consternado porque la copa no hubiera rebotado.

Cuando Helena salió acompañada de Snape y el resto de los profesores, un zumbido de cuchicheos se elevó por todo el primer piso.

—Mi preciosa Helena— dijo Dumbledore cuando la estrechó entre sus brazos— por fin estás aquí. ¿Te gusta mi colegio?

Anduvieron un buen rato antes de llegar al calabozo que Snape había preparado. Helena seguía a grandes zancadas el paso de su tío, con la cabeza agachada iba pensando en lo que acababa de ocurrir en el comedor. 'Lo que me faltaba, ahora pensarán que soy la hija del director...'. Resignada, se llevó las manos a los bolsillos y ¡sorpresa! Dentro encontró su varita.

"Veintiséis centímetros, madera de olivo y pelo de unicornio, semirígida" dijo la voz de Ollivanders en su cabeza.

Se sentaron en una larga mesa, con velas encima para iluminar la oscura estancia. Helena permaneció delante de ellos, de pie y sin saber qué pasaría.

—Bien, antes que nada quiero daros las gracias por estar aquí, no en todos los colegios admitirían a una alumna a estas alturas...— comenzó Dumbledore— pero esta es más bien una cuestión de seguridad. Creo que todos habéis recibido un informe— los profesores se pusieron a revolver entre sus pergaminos— sobre las circunstancias que llevaron a mi hermano a esconderse en otro país y entre muggles.

Todos miraron con compasión a Helena, a quien no le hizo nada de gracia que conocieran su vida.

—Y ahora que necesitamos a su padre de vuelta no podemos darle la espalda a Helena.

Se oyó un murmullo de aceptación.

—De acuerdo entonces, comencemos con la evaluación.

—¿Me enseña su varita, joven?— preguntó la profesora Sinistra. Ella y Flitwick asintieron a la vez, mirándola detenidamente y se la devolvieron.

—¿Cuáles han sido tus últimas experiencias con la magia?—preguntó McGonagall

Helena miró a su tío, buscando su mirada para saber si debía contarlo o no.

—Prendí fuego.

"Fuego", repitieron muchos.

—¿De qué color?—preguntó la profesora Vector.

—Verde.

Muchos se alarmaron.

—Es algo normal, profesora, que una bruja en plena adolescencia a la que no le han enseñado cómo controlar su poder, haga ese tipo de cosas.— justificó Dumbledore

—Enséñame las manos, querida—interrumpió la profesora Trelawney, quien examinó concienzudamente sus palmas.—Ah, sí. Veo un terrible accidente con una fregona bailarina...

Pero no pudo continuar con su absurdo pronóstico porque la profesora McGonagal agarró sus manos y con su varita fue tocando cada uno de sus dedos, haciéndolos resplandecer con una luz plateada. Cuando hubo terminado alzó la vista y dijo:

—¿Sabrías mover esta vela sin tocarla?

Helena extendió los brazos y puso sus manos a poca distancia del objeto. Cerró los ojos y tomó una bocanada de aire, al instante la vela se elevó de la mesa y se quedó levitando delante de la cara asombrada de McGonagall.

—Haz que dé una vuelta a tu alrededor.

Siguiendo el camino que marcaba Helena, la vela se paseaba a un ritmo lento. No comprendía por qué un truco tan tonto creaba tanta expectación.

—Perdón, pero... ¿podría saber qué hay de especial en esto?

—Verás, Helena, las varitas se crearon para canalizar mejor el poder de los magos. Con la varita sólo se necesita un poco de puntería para controlar bien la magia—explicó Snape.— Pero con el tiempo terminamos por acostumbrarnos tanto a ellas que nos hicimos incapaces de hacer nada sin varitas.

—Excepto cuando nuestros sentimientos superan a la magia misma—continuó Dumbledore.

—La única persona que conozco capaz de realizar lo que acabas de hacer era tu madre.—añadió McGonagall.

Helena sonrió.

—¿Qué tal si empezamos con algo básico?

Flitwick le explicó el encantamiento Reducio y cómo realizar el movimiento de brazo. Al tercer intento Helena consiguió reducir el tamaño de una pluma a la mitad. También le pidieron que transformara un caracol en un botón, que burlara a un grindylow, que leyera los posos del té, alimentar a un doxy sin ser envenenada con su mordedura, preparar el Filtro de los Muertos y distinguiera las lunas de Júpiter.

Les llevó todo el día, pero cuando terminaron sabían exactamente qué apoyo extraacadémico necesitaría para poder alcanzar a sus compañeros. Al parecer había alcanzado un cierto nivel con las clases particulares de Snape y creyeron que sería posible que el año que viene realizara los ÉXTASIS como una más.

Le echó un vistazo a su horario de verano y vio que, no sólo no iba a tener tiempo para merodear por el castillo y conocer a sus nuevos compañeros, sino que no iba a tener tiempo ni para dormir ¡porque tenía clases las veinticuatro horas del día!

—No te preocupes por eso. En cuanto recibamos el permiso del Ministerio te conseguiremos un giratiempos.


Se despertó cubierta de ásperos pergaminos llenos de definiciones, ejercicios y ejemplos. Al otro lado de la puerta sir Derec conversaba con alguien.

—Podríamos pedir otra caja de ese whisky irlandés.

—Me parece bien. Ven mañana por la mañana para que firme la carta... pero ten cuidado de que ésta no te pille— dijo el hombre y echó una mirada a su espalda.

Demasiado tarde. En ese momento estaba saliendo Helena y se encontró de bruces con Malfoy.

—No te preocupes, no se lo diré.

—¿Cómo quieres que me fíe de ti?

Helena puso los ojos en blanco y se dirigió al Gran Comedor dejando a Malfoy detrás. Cuando entró vio que todos menos ellos dos estaban en la mesa esperando a que apareciera la comida. En ese momento su tío se levantó para decir unas palabras. Helena se temía lo peor.

—Queridos alumnos, antes de empezar con la cena me gustaría presentaros a alguien. Viene de otro país y no sabe tanta magia como vosotros así que espero que le prestéis ayuda cuando la necesite. Ah, Draco, pasa. Pensaba que no faltaba nadie más— Malfoy se fue directo a su sitio, protegido a ambos lados por Crabbe y Goyle—. Es mi sobrina Helena, irá a clase con los de sexto curso.

Helena permaneció todo el rato con la mirada fija en los cubiertos, esperando que el discurso se acabara enseguida.

—Y otra cosa más. El profesor Snape no regresará hasta comienzos de septiembre, así que las clases de duelo quedan suspendidas— muchos alumnos se quejaron.

Durante la cena Helena se vio rodeada de alumnos de sexto: Lavander Brown, Dean Thomas, Michael Corner, Anthony Goldstein, Lisa Turpin, Susan Bones... Los alumnos de Slytherin se quedaron a un lado, mirándola de reojo. Pansy se reía a carcajadas de algo que Blaise había dicho, hasta que Malfoy la hizo callar con un hechizo silenciador.

Después de una larga cena, donde se encargaron de poner al día a Helena sobre los chismes del colegio, Dumbledore se acercó a ella.

—Severus me ha dicho que no se te dan muy bien las pociones.—carraspeó e hizo una señal con la cabeza— Señor Malfoy, venga aquí.

Con una mirada desafiante llegó hasta donde estaban, pensando que Helena se habría chivado sobre sus trapicheos con sir Derec.

—¿Se acuerda de lo que hablamos al principio del verano?

—Sí, que si me quería quedar aquí tendría que ser de utilidad.

—Pues bien, el profesor Snape ha insistido en que usted le diera clases a Helena, al ser su alumno más avanzado. Pónganse de acuerdo con los horarios y venga a verme si tiene algún problema.


Como Snape había cerrado con llave su despacho y su clase, Malfoy se vio obligado a recurrir a la Sala de los Menesteres. Cuando por fin entraron vieron una habitación pequeña, cuyas paredes estaban cubiertas con estanterías repletas de infinidad de ingredientes. En el centro había un caldero y en frente una pizarra.

—Siéntate y abre el libro por la página 113, Dumbledore— dijo remarcando su apellido.

Pero en vez de obedecerle se quedó de pie con los brazos cruzados.

—Si no haces lo que te digo comenzaré a quitarte puntos.

—Ah ¿si? ¿Y a qué casa se los vas a quitar?

—No necesito que ningún sombrero parlante me lo confirme. Si eres una Dumbledore entonces eres de Gryffindor, no hay más vueltas que darle.

—Todavía puede ser que te sorprendas, Malfoy.

Se dio una vuelta por la clase, examinando las estanterías.

—He cambiado de idea. Vamos a realizar algo más complicado.— cogió un libro ruinoso y lo abrió por el final— Veritaserum.

Helena leyó la introducción en voz baja: «esta poción de la verdad nada tiene que ver con el suero de la verdad que sólo arranca las mentiras a medias. Su elaboración es compleja y dura todo un ciclo lunar. Tan sólo tres gotas bastan para revelar los secretos más profundos. Su uso queda restringido al Ministerio de Magia según el decreto...»

—¿Crees que serás capaz de sorprenderme?—dijo en tono burlón.

—¿Qué ocurrirá si alguien se entera?— preguntó ella muy preocupada.

—¿Qué más te da, si eres la sobrina del director?

¡PLAF! Helena le pegó tal bofetada que dejó el contorno de su mano en la cara de Malfoy. Este se puso rojo como el pelo de un Weasley, agitó su varita y gritó: ¡DESMAIUS! Pero las chispas fueron a parar a un frasco que contenía escamas de dragón. Helena tardó en reaccionar, no podía creerse que hubiera hecho un hechizo contra ella. Entonces se acordó de uno que había visto ejecutar cuando era pequeña; se trazaba un círculo en el aire, después se partía y se decía: CRU...

—¡Expeliarmus!— rugió Malfoy. La varita de Helena voló por los aires y él la agarró por la túnica levantándola unos centímetros del suelo.—¿PERO QUÉ DEMONIOS ESTABAS HACIENDO?

—¡Suéltame!

—¿Ibas a torturarme? ¿Pensabas hacerme la maldición cruciatus?—gritó fuera de sí.

—¡¿Qué?!—preguntó Helena asustada mientras le caían ríos de lágrimas por las mejillas.

—Conozco ese movimiento, lo he visto miles de veces en mi casa. ¿Cómo es que sabes hacerlo si ni siquiera sabrías reparar ese frasco?

Helena no pudo contestar. Malfoy la estaba ahogando. Se dio cuenta y tras unos segundos la soltó.

—¿Quién te lo ha enseñado?

—Yo, no quería... —dijo desde el suelo, todavía seguía morada.

—Lo has visto en tu mente, ¿verdad? Y ni siquiera eras consciente de lo que estabas haciendo.

—¿Cómo lo sabes?—preguntó entre ataques de tos.

—La clase de hoy ha terminado.

Malfoy recogió su varita, se la tiró y se fue con un portazo.


¡Esto es todo amigos! De momento, claro. Muchas gracias por los reviews.

Padfoot: bueno, aquí tienes la respuesta a tu pregunta... si Helena no fuera a Hogwarts dónde estaría la gracia? Espero que este capítulo también te guste ¡y que dejes un review!

GaRrY: por fin ¡ya soy libre! No he tardado ni un día en escribir este capítulo (je, tenía unas ganas de continuar el fic que no veas). A ver qué te parece.

Nelly Esp: ya va quedando menos para que Harry se entere. ¡Nos vemos!