Aunque sólo sea decirte que te quiero

Capítulo 1: sonrisa

Gustar... ¿qué significa realmente gustar? Me gusta la luz de la luna, la brisa nocturna, me gusta volar alto, me gusta dormir al abrigo de los árboles, me gusta el arrullo del agua, la suavidad del pelo de los gatos... me gusta su sonrisa.

Pero... pero hay algo... algo que no me cuadra... porque cuando acaricio un gato, noto un cosquilleo en la palma de mis manos, cuando esucho el agua me siento en paz, cuando duermo bajo un árbol me levanto tranquilo y descansado, cuando vuelo alto me siento el corazón me late con fuerza y la sangre se concentra en mi rostro, cuando siento la brisa en mi rostro se van mis temores y la luz de la luna simplemente me fascina y podría quedarme mirándole durante horas... pero ¿por qué su sonrisa es capaz de producirme todas esas sensaciones a la vez?

Porque cuando ella sonríe siento un cosquilleo que recorre mi piel desde la planta de los pies hasta la cabeza, mi alma se siente tranquila y en paz, pero a la vez el corazón se me acelera y me late con fuerza, toda la sangre se me agolpa en la cara. Cuando ella sonríe todos mis miedos y temores desaparecen, su sonrisa... me atrapa, me fascina, podría verla sonreir toda una eternidad sin cansarme...

Me gusta su sonrisa...

¿Cuándo me empezó a gustar su sonrisa? No me acuerdo... creo que siempre me gustó... creo que fue porque siempre sonreía. Parecía una persona frágil, pero siempre sonreía... las personas frágiles no sonríen siempre, no pueden: el miedo al dolor, a sufrir, su misma debilidad se lo impide. En cambio, las personas fuertes sí puede sonreir; no porque no tengan miedo, ser fuerte no significa no conocer el miedo sino aprender a vencerlo, a aceptarlo... las personas fuertes son las que sufren y aún así siguen sonriendo, las que se caen pero vuelven a intentarlo. Ella era una de esas personas.

Yo no sé mucho de sentimientos humanos, pero con el tiempo he aprendido a observarlos. Ella... al principio tendía a ignorar su existencia, no tenía nada que ver conmigo. No era necesario encontrarme con ella, ¿para qué? En mi mundo sólo existían mi Maestra, Keroberos el otro Guardián y el hermano de mi Maestra: el que me permitió conservar la vida.

Me gusta su sonrisa...

Era impensable ignorarla eternamente, claro que yo al principio no sabía eso. Yo me limitaba a observar a mi maestra, cada gesto, cada palabra, cada sentimiento... tenía que saberlo todo de ella para poder protegerla. Observándola noté como el cariño especial que sentía por el otro muchacho iba convirtiéndose en otra cosa... diferente. Observándola vi que quizás los humanos fueran interesantes, que pudiera ser que mi creador, el amo Clow, no se hubiese equivocado en sus palabras de despedida... que igual sí que merecía la pena vivir, tan sólo por el hecho de observara  la humanidad desde el punto de vista de un ser inmortal, una criatura creada por magia muy poderosa...

Pero se me pasó por alto una cosa: yo no era el único que observaba. Bajo la máscara de la amistad, tras esa sonrisa que yo aún no había percibido, había una criatura humana que también observaba a mi maestra, quizás con más detenimiento, con más profundidad, con "sentimientos". Y no sólo la observaba, sino que le entregaba todo sin dejarse nada para ella. Entonces fue cuando empecé a observarla también.

Al principio lo hacía sin darme cuenta, me parecía curiosa su devoción hacia mi ama, pero ya antes me habían resultado curiosas otras cosas que con el tiempo habían dejado de interesarme... pero no fue así, cada vez prestaba más atención. Quería entender por qué ella la observaba como yo. Nunca hablé con ella, pero aún así...

Sí, su sonrisa.

Una vez la vi llorar a escondidas, lo hacía desconsoladamente. Sola. Ella no se percató de mi presencia. Me quedé a su lado hasta que se calmó, entonces me vio. No dijo nada, yo tampoco. Y entonces... sonrió. No se molestó en secarse las lágrimas o en disimular el llanto, simplemente sonrió desde el fondo de su corazón.

- Me gusta tu sonrisa.

Lo dije con absoluta sinceridad, las criaturas como yo no tenemos necesidad de mentir. Ella no pareció sorprenderse. Se levantó de donde estaba sentada y me pidió que la llevara a casa. No le pregunté por qué lloraba. Tampoco necesitaba saberlo.

Su sonrisa tras las lágrimas era aún más brillante. Su sonrisa me gusta... su sonrisa.