Dicebant mihi sodales, si sepulchrum amicae Visitarem, curas meas, aliquar tulum fore levatas.

Ebn Zaiat



Un nuevo fic nacido del fondo de una mente perturbada por las constantes lecturas de el primer maestro del relato corto, en especial del suspenso y terror, el fic lamentablemente no es original mío, es solo una adaptación literaria del relato nacido de la estremecedora vida de Edgar Allan Poe, una novela con una soberbia construcción, sobresalido por la morbidez de su inventiva.

Tomando nuevamente a los personajes de CLAMP para dar vida a esta readaptación de la novela del escritor, poeta y critico estadounidense, aclarando que los personajes presentados aquí no fueron usados con fines de lucro, si no más bien… con fines de entretenimiento

Recordando al lector que esto es solo una de las historias que adaptare para hacer de este un fic más que perturbador…

PERTURBADOS
Primer relato: Meiling

Basado en las novelas de Edgar Allan Poe

(Relatado por: Tsuki lunita)

Meiling y yo éramos primos y crecimos juntos en la mansión de nuestros antepasados. Pero crecimos de modo distinto: yo, enfermizo, y sumergido en la tristeza; ella, ágil, graciosa, llena de fuerza; suyos eran los paseos por la colina; míos, los estudios del claustro; yo, viviendo encerrado en mí propio corazón, y entregado en cuerpo y alma a la intensa y penosa meditación; ella, vagando sin preocuparse de la vida, sin pensar en las sombras del camino ni en el silencioso vuelo del alado cuervo de las horas. ¡Meiling! —Invoco su nombre—

Y a mi llega la imagen que fue suya el día que mis ojos la vieron por primera vez… estando encerrado yo en la biblioteca… como era mi costumbre, ella irrumpió ruidosamente… como era su costumbre… llamándome a jugar y presentándose como una prima mía, de mi misa edad, un poco mas baja que yo y ¡claro! Desconocida para mi, se suponía había vivido en Japón con su madre y padre, pero al morir ambos en un accidente había sido traída a mi casa, no crean que fui yo quien obtuvo esa información, mas bien fue ella que de la mas natural manera me lo informo, como si el hecho no le afectase en lo mas mínimo… sin embargo en sus ojos vi yo aquella sombra de pesar que ese color rubí sabia esconder muy bien…

¡Meiling! Y entre las ruinas de mi memoria se agitan a ese llamado mil tumultuosos recuerdos. ¡Ah, acude vívida su imagen a mí, como en sus primeros días de alegría y de dicha! ¡Oh esplendente, aunque fantástica belleza! ¡Oh sílfide entre las florestas de Arnheim! ¡Oh náyade entre sus fuentes! Y después..., después todo es misterio y terror; una historia que no debería ser narrada. Una enfermedad, una fatal enfermedad, cayó como el simún sobre su cuerpo; y hasta mientras yo la miraba, el espíritu del cambio se deslizaba en ella, apoderándose de su animo, sus trajes y su carácter, y de la forma más sutil y terrible, perturbando hasta su identidad. ¡Ay! El destructor iba y venía, y la víctima..., ¿dónde estaba? ¡No la conozco o no la conozco ya como Meiling!

Entre el numeroso cortejo de enfermedades que siguieron a la que efectuó tan horrible revolución en el ser moral y físico de mi prima, hay que mencionar como la más angustiosa y obstinada en su naturaleza, una clase de epilepsia, que terminaba frecuentemente en catalepsia, estado muy parecido a la extinción de la vida, del cual, en la mayoría de los casos, se despertaba de forma brusca y repentina. Mientras tanto, mi propio mal, pues me han dicho que no debería llamarlo otro nombre, mi propia enfermedad, digo, crecía con extrema rapidez, asumiendo un carácter monomaníaco de una nueva y extraordinaria forma, ganando vigor de hora en hora, y de momento en momento, y obteniendo, por fin, sobre mí un incomprensible ascendiente. Esta monomanía, si así tengo que llamarla, consistía en una mórbida irritabilidad de esas cualidades del alma, conocidas en la ciencia metafísica por cualidades de atención. Es más que probable que no me explique; pero temo, en realidad, que no me sea posible transmitir a la generalidad de los lectores una idea adecuada de esa nerviosa intensidad de interés, con que en mi caso (y en el mío) las potencias meditativas, para no emplear tecnicismos, se hundían en la contemplación de los objetos mas comunes del universo. (No me miren raro, es una enfermedad y ya, no tengo la culpa de que el tipo ese me describa)

Cavilar infatigablemente horas enteras, con la atención fija sobre alguna frívola observación encontrada en el margen o en la tipografía de un libro; quedar absorto, durante la mayor parte de un día de verano, contemplando una fantástica sombra que caía oblicuamente sobre la tapicería o el pavimento; olvidarme a mi mismo toda una noche, velando la monótona llama de una lámpara o las chispas del carbón encendido; soñar varios días con el perfume de una flor; repetir, estúpidamente, alguna palabra vulgar, hasta que el sonido, por la frecuente repetición, cesara de representar una idea cualquiera; perder toda conciencia de movimiento o vida física, por medio de un largo reposo, obstinadamente prolongado; tales eran lagunas de las mas comunes y menos preciosas fantasías producidas por una condición de las facultades mentales, que aunque no sin ejemplo, desafía ciertamente el análisis o la explicación.

Voy a tratar de hacerme entender, sin embargo. La irregular, intensa y morbosa atención así excitada por objetos frívolos por naturaleza, no tiene que ser confundida con esa propensión a meditar, común en todos los hombres, y a la que se abandonan más las personas de ardiente imaginación. Tampoco era, como pudo suponerse al principio, una situación grave ni la exageración de esa tendencia, sino primaria y esencialmente distinta, diferente. En general, el soñador o entusiasta, estando interesado por un objeto normalmente no frívolo, lo pierde de vista de una manera imperceptible y merced de deducciones y sugestiones que proceden del objeto mismo, hasta que al fin, a la conclusión de esa quimera, a menudo llena de lujuria, encuentra el incitamentum causa primera de sus cavilaciones, eternamente desvanecido y olvidado. En mi caso, el objeto primario era invariablemente frívolo, aunque adquiría, mediante mi visión perturbada, una importancia imaginaria. Pocas deducciones o ninguna eran hechas; y esas pocas volvían pertinazmente hacia el punto de partida. Las meditaciones nunca eran agradables jamás, la primera causa, lejos de perderse de vista, había alcanzado ese interés sobrenaturalmente exagerado; que era la fisonomía predominante de la enfermedad. En una palabra, la potencia intelectual mas ejercitada en mí, como he dicho antes, era de la atención mientras que en el soñador, es la especulativa.

(Muy bien, con eso me quedo claro que yo solo soy una soñadora, mi capacidad mental no es tal que me permitiese perderme a tal grado de olvidarme de mí por días)

Mis libros, en esa época, si no servían realmente para aumentar el desorden, participaban, como se verá, por su naturaleza imaginativa e inconexo, las características peculiares del desorden mismo.

Recuerdo muy bien, entre otros, el tratado del noble italiano Coelius Secundus Curio, De amplitudine beati regni Dei, la gran obra de san agustin, De civitate Dei [La ciudad de Dios], y la de Tertuliano, De carne Christi [La carne de Cristo], cuya sentencia paradójica: Mortuus est Dei filius: credibile est quia ineptum est; et sepultus resurrexit: certum est quia impossibile est, ocupó durante muchas semanas de inútil y laboriosa investigación todo mi tiempo.

De esta manera, parecerá que, agitada en su balanza sólo por cosas triviales, mi razón tenia similitud con ese peñasco marino del que nos habla Ptolomeo Hephestión, que resistía firme los ataques de la violencia humana y la furia más feroz de las aguas y de los vientos, pero temblaba a simple contacto de la flor llamada Asphodel.

Y aunque para un pensador negligente, pudiera parecer fuera de toda duda que la alteración producida en la condición moral de Meiling por su desgraciada enfermedad me habría proporcionado muchos temas para el ejercicio de esa meditación intensa y anormal, que he tenido tanta pena en explicar, no era eso, sin embargo, lo que me acontecía, en los intervalos lúcidos de mi mal, su enfermedad, es cierto, me causaba dolor, y lamentando profundamente por la ruina total de su hermosa y dulce vida, no dejaba de meditar con frecuencia, amargamente, sobre los maravillosos medios de que se había valido para presentarme una resolución tan extraña. Pero estas reflexiones no participaban de la idiosincrasia de mi mal, y eran como las que se hubieran presentado, en circunstancias semejantes, al común de los mortales. Fiel a su propio carácter, mi desorden se alimentaba con los menos importantes, pero más importantes cambios operados en el físico de Meiling, con la singular y espantosa desaparición de su identidad personal. Durante los más brillantes días de incomparable belleza, es seguro que yo no la había amado todavía. A causa de la extraña anomalía de mi existencia, las simpatías no han tenido nunca origen en mi corazón, y mis pasiones han procedido siempre de mi espíritu.

A través de las nieblas de la madrugada, entre las cruzadas sombras de la selva, al mediodía y en el silencio de mi biblioteca por la noche, ella había flotado ante mis ojos, y yo la había visto, no como la viviente y tangible Meiling, sino como la Meiling de un sueño; no como un ser de la tierra, corpóreo, sino como la abstracción de ese ser; no como algo para admirar, sino para analizar; no como un objeto de amor, sino como tema de la más abstrusa aunque inconexa especulación. Y ahora, ahora me estremecía en su presencia y palidecía cuando se acercaba; sin embargo, lamentando amargamente su desconsoladora enfermedad, recordé que ella me había amado mucho tiempo, y, en un mal instante le hablé de matrimonio.

Y al ultimo, el periodo de nuestras bodas se estaba próximo, cuando, una tarde de invierno, en uno de esos días intempestivamente cálidos, tranquilos y nublados, que constituyen la nodriza de la bella Alcíon estaba yo sentado (y creía encontrarme solo) en el gabinete interior de la biblioteca y, al levantar los ojos, vi a Meiling ante mí.

¿Fue mi propia imaginación excitada, la influencia de la atmósfera brumosa, el incierto crepúsculo del cuarto, o las vestiduras granate que caían a lo largo de su cuerpo lo que le presento un contorno tan vacilante y tan indistinto?

No podría decirlo. Meiling no dijo una palabra; y yo por nada del mundo hubiera despegado mis labios. Un helado estremecimiento cruzó mi cuerpo; me oprimió una sensación de insufrible ansiedad; una curiosidad devoradora invadió mi alma, y, reclinándome en la silla, me quedé un rato sin aliento ni movimiento, con mis ojos clavados en su persona. ¡Ay! Su extenuación era excesiva, y ni un vestigio del ser primitivo quedaba en una sola línea se sus contornos. Mis ardieres miradas cayeron por fin sobre su rostro.

La frente era alta, muy pálida, y singularmente placida; lo que en un tiempo fuera cabello negro azabache caía parcialmente sobre la frente y sombreaba las sienes hundidas con innumerables rizos de un color cenizo (contrastando con su cabellos que anteriormente, además de azabache, eran completamente lacio y no rizados en las puntas), que contrastaban discordantes, por su matiz fantástico, con la melancolía de su rostro. Sus ojos color rubí no tenían brillo y parecían sin pupilas; y esquivé involuntariamente su mirada vidriosa para contemplar sus labios, finos y contraídos. Se entreabrieron; y en una sonrisa de expresión peculiar los dientes de la desconocida Meiling se revelaron lentamente a mis ojos. ¡Quiera Dios que nunca los hubiera visto o que, después de verlos, hubiera muerto!

El golpe de una puerta al cerrarse me distrajo, y, al levantar la vista, descubrí que mi prima había salido del aposento. Pero de los desordenados aposentos de mi cerebro, ¡ay!, no había salido ni se podía apartar el blanco y horrible espectro de los dientes. Ni una mota en su superficie, ni una sombra en el esmalte, ni una mella en sus bordes había en los dientes de esa sonrisa fugaz que no se grabara en mi memoria. Ahora los veía con más claridad que un momento antes. ¡Los dientes! ¡Los dientes! Estaban aquí, y allí, y en todas partes, visibles y palpables ante mí, largos, finos y excesivamente blancos, con los pálidos labios contrayéndose a su alrededor, como en el mismo instante en que habían empezado a crecer. Entonces llegó toda la furia de mi monomanía, y yo luché en vano contra su extraña e irresistible influencia. Entre los muchos objetos del mundo externo sólo pensaba en los dientes. Los anhelaba con un deseo frenético. Todos las demás preocupaciones y los demás intereses quedaron supeditados a esa contemplación. Ellos, ellos eran los únicos que estaban presentes a mi mirada mental, y en su insustituible individualidad llegaron a ser la esencia de mi vida intelectual. Los examiné bajo todos los aspectos. Los vi desde todas las perspectivas. Analicé sus características. Estudié sus peculiaridades. Me fijé en su conformación. Pensé en los cambios de su naturaleza. Me estremecí al atribuirles, en la imaginación, un poder sensible y consciente y, aun sin la ayuda de los labios, una capacidad de expresión moral. De mademoiselle Sallé se ha dicho con razón que tous ses pas étaient des sentiments (Que todos sus pasos eran sentimientos), y de Meiling yo creía seriamente que toutes ses dents étaient des ídées. Des idées!(Que todos sus dientes eran ideas. ¡Ideas!) ¡Ah, este absurdo pensamiento me destruyó! Des idées! (¡Ideas!)¡Ah, por eso los codiciaba tan desesperadamente! Sentí que sólo su posesión me podría devolver la paz, devolviéndome la razón.

Y la noche me tomo de esa manera; y vino la oscuridad, duró y se fue, y amaneció el nuevo día, y las brumas de una segunda noche se acumularon alrededor, y yo seguía inmóvil, sentado, en aquella habitación solitaria; y seguí sumido en la meditación, y el fantasma de los dientes mantenía su terrible influencia, como si, con una claridad viva y horrible, flotara entre las cambiantes luces y sombras de la habitación. Al fin irrumpió en mis sueños un grito de horror y consternación; y después, tras una pausa, el ruido de voces preocupadas, mezcladas con apagados gemidos de dolor y de pena. Me levanté de mi asiento y, abriendo las puertas de la biblioteca, vi en la antesala a una criada, deshecha en lágrimas, quien me dijo que Meiling ya no existía. Había sufrido un ataque de epilepsia por la mañana temprano, y ahora, al caer la noche, ya estaba preparada la tumba para recibir a su ocupante, y terminados los preparativos del entierro.

Con el corazón lleno de angustia y lleno de temor, me dirigí con repugnancia a la recamara de la difunta. La recamara era grande y muy sombría (No era lo que yo recordaba… antes esa era la recamara mas colorida de la casa y la que mas luz del sol recibía); a cada paso que yo daba me encontraba con los pasos de la sepultura. Las cortinas del lecho, según me dijo un criado, estaban cerradas sobre el féretro, y en el féretro –añadió en voz baja- yacía lo que quedaba de Meiling.

¿Quién, pues, me pregunto si deseaba ver el cuerpo? No vi que se movieran los labios de nadie; sin embargo, se me había formulado aquella pregunta y el eco de las ultimas silabas resonaban aun en la recamara. Imposible rehusarse, y, con un sentimiento de opresión, me coloque al lado del lecho. Levante poco a poco los oscuros paños de las cortinas; pero, al dejarlas caer de nuevo bajaron sobre mis espaldas, de tal manera que, separándome del mundo de los vivos, me encerraron en la más estrecha comunión con la difunta.

Toda la atmósfera de la recamara olía a muerte, pero el aire peculiar del féretro me hacia daño y me imaginaba que ya el cadáver exhalaba un olor deletéreo. Hubiera dado todo un mundo por escapar de allí, por huir de la perniciosa influencia de la mortalidad, por respirar una vez más el aire puro de los cielos eternos. Pero no me podía mover, mis piernas vacilaban y era como si hubiera echado raíces en el suelo en tanto que contemplaba fijamente el cadáver rígido extendido a todo lo largo en el féretro abierto.

¡Oh dios mío! ¿Será posible? ¿Mi cerebro se habrá desquiciado, o será verdad que se movió un dedo de la difunta, que se movió dentro del velo blanco que lo encerraba? Trémulo de inexpresable pavor, levante lentamente la vista para contemplar el rostro del cadáver. Una banda de lienzo sostenía sus mandíbulas, pero quien sabe como, se habían desnudado. Los labios lívidos se torcían en una especie de sonrisa, y, a través de su triste abertura, los dientes de Meiling, blancos, relucientes, terribles, me miraban aun con una realidad demasiado viva. Me retire convulsivamente del lecho, y, sin pronunciar palabra, salí rápidamente como un maniático de aquella recamara de misterios, horror y muerte.

Me encontré sentado en la biblioteca, y de nuevo solo. Parecía que había despertado de un sueño confuso y excitante. Sabía que era medianoche y que desde la puesta del sol Meiling estaba enterrada. Pero de lo que había pasado en ese lúgubre periodo, no tenia un recuerdo bien positivo, un conocimiento definido. Sin embargo, el recuerdo de ese intervalo estaba lleno de horror, horror más horrible por ser vago, terror más terrible por ser ambiguo. Era una página espantosa en la historia de mi existencia, escrita con recuerdos siniestros, horrorosos, ininteligibles. Luché por descifrarlos, pero fue en vano; mientras tanto, como el espíritu de un sonido lejano, un agudo y penetrante grito de mujer parecía sonar en mis oídos. Yo había hecho algo. Pero, ¿qué era? Me hice la pregunta en voz alta y los susurrantes ecos de la habitación me contestaron: ¿Qué era?

En la mesa, a mi lado, brillaba una lámpara y cerca de ella había una pequeña caja. No tenía un aspecto llamativo, y yo la había visto antes, pues pertenecía al médico de la familia. Pero, ¿cómo había llegado allí, a mi mesa y por qué me estremecí al fijarme en ella? No merecía la pena tener en cuenta estas cosas, y por fin mis ojos cayeron sobre las páginas abiertas de un libro y sobre una frase subrayada. Eran las extrañas pero sencillas palabras del poeta Ebn Zaiat: Dicebant mihi sodales, si sepulchrum amicae visitarem, curas meas aliquantulum fore levatas. ¿Por qué, al leerlas, se me pusieron los pelos de punta y se me heló la sangre en las venas?

Sonó un suave golpe en la puerta de la biblioteca y, pálido como habitante de una tumba, un criado entró de puntillas. Había en sus ojos un espantoso terror y me habló con una voz quebrada, ronca y muy baja. ¿Qué dijo? Oí unas frases entrecortadas. Hablaba de un grito salvaje y extraño que había turbado el silencio de la noche, y de la servidumbre reunida para averiguar de dónde procedía, y su voz recobró un tono espeluznante, claro, cuando me habló, susurrando, de una tumba profanada, de un cadáver envuelto en la mortaja y desfigurado, pero que aún respiraba, aún palpitaba, ¡aún vivía!

Señalo mis ropas; estaban manchadas con sangre coagulada. Yo no hablaba, y el me tomo suavemente de la mano; en ella había impresiones de uñas humanas. Llamo mi atención en un objeto que estaba apoyado en la pared; era una azada.

Dando un grito salte sobre la mesa, y tome la caja de que he hablado. Pero no pude abrirla; y en mi temblor, se deslizo de mis manos y cayo pesadamente, y se hizo trizas; y entonces se escaparon de ella, rodando con un ruido metálico, algunos instrumentos de cirugía dentaria, mezclados con treinta y dos cositas pequeñas, blancas, al parecer de marfil, las cuales se derramaron acá y allá sobre el pavimento…

Eran… ¡Los dientes de Meiling que yo le había arrancado en su tumba!

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¿Qué les pareció? Perturbador ¿no? Introduje en la más baja demencia al pobrecito y guapito de Shaoran, necesita una terapia de regreso al mundo real… y yo me encargare de eso

(Tsuki abre la puerta de su cuarto y aparece Kass que toma a Shaoran y se lo lleva)

No confiaría en nadie más pa que cure a mi lindo Shaoran… je je en las notitas de autora se me olvida que este es un fic serio o al menos eso parece… espero sus reviews y también sus propuestas, voten damas y caballeros… voten por la próxima historia… aquí están los nominados:

"Guillermo Wilson"……………………… que será cambiado a ¿Eriol o Clow?

"El corazón delator"…………………… que conservara su nombre

Nota importante: Ambas historias serán protagonizadas en esta ocasión por Eriol H. y como personaje secundario estará Clow L.

Voten, voten y díganme cual será la obra que en la próxima actualización perturbara sus sentidos…

Y no se olviden dejar sus reviews, que al final para eso escribimos nosotros, para ustedes y para saber que es lo que esperan de nosotros o que es lo que opinan de nosotros, por favor no olviden sus reviews…

También le ruego al lector no me pida que traduzca lo que esta en negritas ya que yo misma no se latín

Ya saben que L.Q.1.CH…

La de siempre: Tsuki lunita (Tsuki pa los kuates)