A punto de dar la hora dada para escuchar la temida respuesta, Severus Snape terminaba de escribir en un pergamino. Dejando la pluma en el tintero pasó los ojos por las palabras escritas. Habiéndose preparado para el funesto "sí" que temía del muchacho, terminaba de escribir el… contrato que mantendrían. Sin ser un contrato mágico o un contrato con validez legal real, podía considerarse como el recordatorio de las obligaciones y derechos de ambas partes. Tal escrito ni siquiera tendría que ser firmado. Era, más que el recordatorio de particulares, un objeto que se sentiría formalizando una decisión. Una que pesaría como una realidad para las dos partes.
Tras enrollar el pergamino, abandonó el compacto escritorio en la esquina de la pieza para recorrer los libreros. Seleccionó tomos específicos y los separó sobre la chimenea, allí los ocultó con hechizos particulares. Con esto hecho, dio una vista general a la pieza y se sintió cómodo con la escasez que se mostraba entre las paredes de piedra.
En punto de la hora sintió la magia que rodeaba sus habitaciones privadas alterarse con la presencia de alguien. Relajó los hechizos para permitir se viera la puerta del otro lado de la pared y sólo entonces dos golpes anunciaron la presencia ajena. Dejó pasar al muchacho con una palabra.
El chico entró a la habitación, miró a su alrededor como si estuviera sorprendido por el espacio y, como si recordara algo, bajó la vista al piso sin dar un paso más para entrar.
—Acérquese, Potter —invitó llanamente con un gesto hacia el sofá frente a la chimenea—. Aprecio su actitud, pero aún no decidimos comenzar esta locura o abandonarla a tiempo.
Viéndose incómodo como pocas veces, el chico se acercó al mueble ofrecido, tropezó una vez con la alfombra y casi cae de bruces sobre el piso.
Fue difícil controlarse en ese momento, reconoció Snape mientras se forzaba a quedar impávido ante la torpeza del adolescente. Un comentario para humillarlo hubiera sido de lo más gratificante; pero, de nuevo, sus placeres personales tendrían que quedar fuera de la metafórica poción en la que estaba trabajando.
—Siéntase libre de hablar —le dijo cuando él mismo tomó asiento no en el sofá sino en el sillón—. Tome algo de té, a menos que prefiera otra bebida —ofreció.
A un movimiento de varita, hizo aparecer una mesa baja con servicio de té entre él y el muchacho. Con un segundo movimiento de varita el pergamino enrollado apareció en su mano libre. Dejó el pergamino a un palmo de la tetera sólo para tentar la curiosidad del muchacho.
—¿Qué es eso? —preguntó sospechoso.
Casi responde como lo hubiera hecho antes. Se controló sin embargo.
—Después tendremos tiempo de verlo. ¿Tiene ya su respuesta, señor Potter?
El joven negó devolviendo la mirada hacia el piso.
—Tengo muchas preguntas.
—Me lo imagino —dijo comprensivamente mientras sonreía calmado—. ¿Prefiere preguntarlas primero o me dejará hablar antes?
—¿Por qué me pregunta? —rezongó sin fuerza el joven—. Antes dijo que sólo usted importaba en todo.
—Será así sólo si acepta las condiciones, señor Potter.
—¿Por qué tienen que ser… esas condiciones?
Ante la pregunta, Snape suspiró suavemente y organizó sus argumentos.
—Ser espía es muy parecido a esas condiciones. Tiene que guardar sus pensamientos y quedar bajo las órdenes de otro a pesar de usted mismo; entender a otro para poder adelantarse a sus acciones y pensamientos y conseguir que baje la guardia estando a su alrededor. En cierto aspecto, es renunciar a uno mismo para seguir las órdenes de otro.
—¿Sna… Prof… Señor? —comenzó a atropellar sus propias palabras luciendo cada vez más confundido, más… afectado.
Snape tuvo que reír bajo. No era una burla sino una sincera diversión por la nerviosa confusión del joven.
—Tranquilícese. Rendir cada parte de su ser a los deseos de otro; entiendo que no es una decisión fácil para alguien con una… voluntad tan fuerte como la de usted.
—¿Por qué haría algo como eso? —retó con su espíritu de rebeldía cobrando fuerza—. Usted y yo no... —cortó de inmediato—. ¿Por qué algo así?
Esta vez suspiró intentando quitar todo el fastidio del gesto.
—Hay muchas razones por las que alguien entrega su voluntad. En cada caso, es una decisión personal.
—Pero… ¿toda mi vida?
No necesitó tomar tiempo para elegir la acepción que respondería de esa pregunta.
—Se puede marchar en cualquier momento.
—Pero… no es cierto, ¿verdad? —rezongó torciendo una sonrisa—. No puedo evitar hacerlo, no puedo evitar ser "El Elegido" —escupió el mote—, no puedo evitar… nada.
—Es cierto —le aseguró—, puede abandonar, al menos esta estrategia. Pero piénselo en su completa envergadura. Un espía puede abandonar su misión, sí; pero, ¿qué le pasaría? Lo buscarían hasta matarlo, tal vez; o tendría que vivir escondido el resto de su vida. Es una posibilidad. Pero, una vez dentro de… la misión, abandonar es una decisión sin retorno. Dígame, ¿cree en verdad que un espía puede decidir sus pensamientos cuando su objetivo le ordena hacer algo que no desea hacer? Cada decisión de un espía puede ser esa metafórica puerta de salida, puede ser el error que lo lleve a ser descubierto, o puede ser lo que lleve a completar la misión. Uno nunca sabe quién lo esté viendo, por ello cada gesto es importante; es imperante no delatar sus pensamientos o sensaciones con una reacción involuntaria. A veces, tiene que creer usted mismo que le gusta lo que antes le hubiera sido repulsivo; porque hay acciones que un espía debe tomar para ganarse la aceptación y la confianza del grupo. Así, debe proteger sus pensamientos en todo momento, controlar sus reacciones; pero al mismo tiempo, ser lo suficientemente libre para actuar por sí mismo.
—¿Voy a tener que matar? —preguntó con la voz resguardada.
—Probablemente —mintió mientras asentía. Todos sabían que Harry Potter debía ser quien matara al Señor Tenebroso; pero aún no era momento de decir aquella realidad en voz alta—. Me gustaría decirle que voy a estar ahí para protegerlo de que así suceda pero, de ser así, nada de esto tendría sentido. Necesita aprender a manejarse frente a sus enemigos aunque tenga que engañar a sus amigos para ello.
Vio al muchacho rumiar las palabras. Se estiró hasta la mesa baja y preparó su taza de té como excusa para darle al chico tiempo para pensar en lo que había escuchado hasta el momento.
—Lo que piden de usted no es fácil, se lo aseguro —interrumpió el silencio tras el primer trago de la bebida caliente.
—¿Qué es lo peor que ha tenido que hacer? —aventuró inquieto.
Sinceramente pensó en la pregunta. Tras tantos años con un pie en cada bando de la batalla no podía decidir qué era lo "peor" que había hecho bajo las órdenes de uno o de otro mago.
—Tuve que… —carraspeó una vez y se entretuvo con un trago a su bebida—. Engañé a una persona que… quería.
El gesto del muchacho le dijo lo que ya sabía: su respuesta decía poco y explicaba menos. Pero no iba a detenerse en explicar todas las circunstancias y relaciones personales que intervinieron en esos aciagos momentos… ni algo más, realmente. No era materia de la conversación y había accedido a responder únicamente para probarse como… confiable.
Si es que eso era posible.
—Comprendo que tenga dudas y… cierta necesidad de conocerme, señor Potter. No podría ser de otra manera. Ambos necesitamos hacerlo poco a poco. Irnos adaptando el uno al otro como parte de este entrenamiento y darle tiempo a que se dé cuenta cómo hacerlo para que pueda reproducirlo con otra persona. Estoy plenamente consciente que no se encuentra usted en una posición fácil al tener que someterse a su profesor más odiado. No espero que tantos años de mi constante antagonismo desaparezcan en cuestión de días. Lo que puedo asegurarle es que, modificada la estrategia para esta guerra, mi actitud hacia usted también va a cambiar.
—¿A qué se refiere con "modificada la estrategia"?, ¿cuál era la estrategia anterior?
—No puedo revelar todos los detalles. Considero que, mientras menos sepa usted, correrá menos peligro cuando se presente ante el Señor Tenebroso. Lo que puedo decirle es que contrario a esta nueva… aproximación, la anterior se basaba en nuestra enemistad.
—¿Cómo? —soltó confundido y claramente perdiendo la calma.
—El Señor Tenebroso lo quería muerto; ahora lo prefiere tener a su lado.
La respuesta del muchacho fue inmediata: se levantó del asiento con vehemente furia, varita en mano, y le dio la espalda. Presumiblemente para largarse de nuevo. Llegó hasta la puerta de entrada mas no la cruzó.
Aburrido por la reacción, Snape tomó otro sorbo de té. Vio al chico apretar los puños con fuerza a sus costados y dar media vuelta rígidamente. Cuando se dejó caer sobre el sofá una vez más, Snape se permitió alzar una ceja con interrogación pero nada más.
—¿De lado de… Voldemort? —escupió la pregunta—. ¡Él mató a mis padres!
Snape gruñó furioso.
—Temía que ese viejo chalado no le hubiera dicho lo necesario. Señor Potter, si desea seguir con esto, debe comenzar a llamarlo "Señor Tenebroso" —amonestó—. En caso que el Señor Tenebroso lea su mente, o que alguien lo escuche llamarlo por ese nombre maldito que sus seguidores jamás usarían, estaría exponiendo su posición de espía —explicó ante la réplica que se formaba en la boca del chico—. Tiene que asegurarse que sus acciones sean coherentes en todo momento. No puedo enfatizar lo suficiente cuán importante es mantener el secreto, Harry. Perdón —se corrigió de inmediato—, señor Potter.
La reacción del muchacho ante ese "desliz" fue inmediata. La piel tostada de su rostro se coloreó de rojo y una pequeña sonrisa tímida movió sus labios.
—"Harry" está bien —susurró el joven y el mayor sonrió.
Una vez el muchacho reveló de su boca misma que las palabras del Señor Tenebroso no habían sido tan vacías como le había parecido en algún momento, Snape esperó el siguiente movimiento ajeno.
—Y… ¿si no puedo hacerlo?
Supo que ese era el momento de moverse.
Snape cambió su lugar del sillón al sofá. Se sentó cerca del muchacho, pero no demasiado, y esperó a que este volteara a verlo.
—Para eso voy a entrenarlo —respondió llanamente cuando las miradas se encontraron.
El muchacho se cohibió de nuevo.
—No lo destruiré sin su permiso, Harry; y siempre que lo destruya lo reconstruiré.
—¿Por qué querría hacer eso?
—Porque tiene un objetivo, señor Potter. Ninguno de los dos estamos entrando en esta "dinámica" por afecto, confianza mutua; ni siquiera por deseo propio. Tómelo como…
—Como un deber más —interrumpió con un suspiro resentido.
Él iba a decir "experimento".
—Si así prefiere —suavizó el tono—. Tenemos que entrar en los temas más… personales, pero esto es algo que necesitamos dejar en claro, señor Potter: ni la vida de un espía le pertenece al espía, ni su cuerpo, ni sus reacciones ni su voluntad. El único lujo que un buen espía tiene es mantener resguardados sus secretos.
Usó el silencio resultante para alcanzar el pergamino enrollado y ofrecerlo al muchacho. Esperó hasta que el chico leyó el contenido completo. Cuando esos ojos verdes lo miraron de nuevo, afirmó en silencio a la pregunta no hecha.
—Seré su mejor amigo, a veces su único amigo, su maestro, su dueño, su amante, su juez y su verdugo, su mayor miedo y su mayor anhelo. Seré su todo. Me pertenecerá por completo en cuerpo, espíritu y mente.
—Pero dijo que mi mente sería mía.
—Sus secretos, señor Potter; no su mente —corrigió—. Su mente no le pertenece en este momento, no con la invasión del Señor Tenebroso a esta; no con las pesadillas. No cuando es tan fácil leer sus pensamientos en su gesto. No, señor Potter; su mente le pertenecerá cuando pueda dominarla. Únicamente aquello que domine podrá pertenecerle, ¿comprende?
—No —dijo sinceramente. Molesto por la mención del Señor Tenebroso en sus pensamientos—. No lo entiendo.
Con esa negativa como pie, Snape se inclinó hacia el muchacho para invadir un poco de su espacio personal; lo suficiente como para incomodar. Alineó sus labios con el oído del chico y apenas se burló con un suspiro.
—Está más nervioso que molesto —comenzó imprimiendo un ligero timbre de superioridad en su tono, aunque no falto de seducción—. No sabe si aceptar mis palabras. Tiene dudas de lo que voy a hacer si acepta estos términos y teme lo que pueda hacerle sufrir. Teme que me aproveche de usted, que lo humille más mientras esté obligado a servirme. Pero hay algo más allí, una… curiosidad que no puede aplacar. Hay un sentido de responsabilidad, una emoción por el reto que se le presenta; la esperanza de ver a su enemigo derrotado y el deseo de ser reconocido. El deseo de sentirse con un propósito más alto, y orgullo de grandeza. En verdad no quiere rechazar esta propuesta, pero tampoco se atreve a tomarla.
—¿Cómo lo sabe? —preguntó en un hilo de voz.
—Como dije —respondió abandonando su proximidad—, muestra sus pensamientos en su cuerpo y en cada una de las reacciones que tiene. En sus ojos. Es un libro abierto para el mundo.
Y, con eso dicho, el chico se derrumbó por completo.
Comenzó a temblar mientras se abrazaba a sí mismo. Se encogió aún más, pareciendo que deseaba desaparecer; pareciendo que se encogía como si para protegerse entre el sofá y las sombras.
Snape se acercó el espacio que los separaba y se acomodó para poner una mano sobre la espalda del muchacho. Tuvo especial cuidado en parecer inocente al tocarle la base del cuello y acariciarle la piel por encima de la ropa.
—Entiendo su reticencia, después de todo, sólo conoce la peor parte de mi carácter. Estoy dispuesto, si usted también lo está, a buscar un punto medio. En esta situación extraordinaria, le ofrezco un periodo de prueba de una semana; si en este tiempo se descubre confiando en mí y así lo decide, comenzaremos el entrenamiento; si al final de estos siete días no ha cambiado su opinión de mí, yo tomaré la decisión por usted.
El muchacho se vio más asustado tras estas palabras que tras cualquiera de las otras dichas. Sorprendido por la reacción, Snape apartó el pensamiento a un lugar en el fondo de la mente. Analizaría esa reacción después, cuando el chico no estuviera frente a él, para preguntarse por qué habría reaccionado así cuando más… cordial se estaba mostrando.
—La decisión de… —dejó inconcluso a propósito para que completara.
—Si en una semana su recelo hacia mi persona no ha disminuido lo suficiente para que su aceptación sea sin titubeos, de mi cuenta corre que ese viejo chiflado no vuelva a tener una idea… parecida.
—Pero Dumbledore dijo que…
—Dumbledore no es quién lo hará; no estará espiando, enfrentándose cara a cara con el Señor Tenebroso o siguiendo sus caprichos. Él no será quien participe en el entrenamiento y no va a ser la mano de Dumbledore la que lo premie o lo castigue, señor Potter. Dumbledore no es la víctima en estas estrategias ajenas.
—¿Cómo puedo estar seguro que usted está del lado de Dumbledore, cuando sé como es con Vol… con él?
Ante la pregunta se apartó del muchacho y volvió a su asiento en el sillón.
—En eso no puedo ayudarlo, señor Potter. Por más que pueda demostrarle con acciones todo lo que acarrean las palabras que he dicho hasta este momento, el siguiente paso ha de darlo usted y no yo.
—Puede llevarme hasta él y puedo atacarlo allí mismo.
—Y puede morir allí mismo, querrá decir —espetó con acritud—. Subestima al Señor Tenebroso al creerlo un idiota que no probará su lealtad en cuanto esté frente a él, al creer que no tendrá cada hechizo de protección puesto cuando el muchacho que puede derrotarlo esté frente a él. Subestima a sus seguidores al pensar que no protegerán a su Señor. Subestima los años que él tiene consiguiendo lo que quiere —terminó molesto de nuevo por la arrogancia del chico.
—No puedo hacerlo —dijo el chico entonces.
El rechazo, si tenía que ser completamente sincero consigo mismo, le sentó como una patada en las entrañas. Cierto, desde el primer momento en que al mago oscuro se le había ocurrido su nuevo capricho, él había sabido que no habría forma de cumplir la orden. Porque, realmente, el Señor Tenebroso no había pensado más allá de ponerlo a él a cumplirle cada sueño húmedo al chico. Lo cual, por supuesto, parecía ser más para un entretenimiento del mago oscuro que una estrategia real para tentar a su enemigo.
Sólo restaba una cosa más por hacer.
—Respeto su decisión, señor Potter —dijo frotándose con fuerza las sienes y poniéndose de pie.
Paseó por la habitación con pasos distraídos. No necesitaba fingir que pensaba porque, en esos momentos, la metafórica poción que preparaba estaba por hacer estallar el caldero que la contenía.
—¿Snape? —llamó tímidamente.
—Puede retirarse, Potter —lo despidió como si hubiera olvidado su presencia y apenas la recordara de nuevo—. Como lo prometí, me encargaré de que una propuesta tal no se repita. El resto ya no es de su incumbencia.
El aspaviento que lanzó el chico le dijo todo lo que necesitó saber sin siquiera ver cómo reaccionaba. Ofendido y dolido al ser apartado de la primera línea de batalla, el muchacho estaba cometiendo el error de dejarse provocar. Sonrió en la comisura de los labios y se obligó a mutar el gesto antes de voltear de nuevo a verlo.
El testarudo muchacho permaneció de pie entre el sofá y la chimenea, dándole la espalda a la puerta de salida de las habitaciones. Snape alzó una ceja con una fuerte advertencia al ser retado de esta manera. Aunque viéndose como un testarudo e insufrible idiota, el muchacho también se veía abrumado y abochornado. Humillado.
La corriente eléctrica que recorrió su cuerpo al ver así al chico sólo podía ser descrita como placer en su estado más puro. Era un placer no completamente sexual, tampoco sensual realmente; pero de igual forma alteraba la magia corriendo en sus venas haciéndola más poderosa.
Se forzó a mantenerse erguido y callado; mirando al frente con la orden de despedida aún pendiendo en el silencio. El muchacho sufrió aún más en el tenso silencio.
—No he tenido novia —masculló el chico apartando la mirada aún más en cada palabra.
Ante la confesión que le resultaba completamente irrelevante, se mantuvo en silencio.
—Ni siquiera he hecho "eso" con alguien por amor —masculló, avergonzandose más con cada sonido.
A eso sí que respondió con un aspaviento despectivo.
—Quítese esas creencias de la cabeza y, primero, comience a llamar las cosas por su nombre.
—Usted lo llama "Señor Tenebroso" —rezongó bajo, pero no tanto.
—Eso es una muestra de respeto —y no pudo evitar torcer el gesto. Apenas tuvo un segundo para agradecer que el chico no lo estuviera viendo.
—¿Por qué respeta a alguien como él? —retó de nuevo.
—Porque no se llega a una posición de confianza siendo beligerante y confrontando a la persona que se requiere espiar —gruñó.
—¿A qué se refiere con quitar esas creencias de mi cabeza? —preguntó mientras torcía la boca, pero sonando más tranquilo.
—El sexo es sólo sexo, Potter. Dos o más cuerpos extrayendo respuestas el uno del otro. Tanto puede ser usado para controlar, como puede ser usado para comunicar; para expresar amor u odio. El sexo, al final de consideraciones y tabúes, sólo es unir genitales. Se puede usar como arma, defensa, recreación o comunicación. Limitar el sexo sólo a lo que tiene que ver con amor es… en sí mismo, una perversión; una forma de control.
—Pero es la forma más profunda de amor que una persona puede tener con otra —rezongó de nuevo, casi con pasión.
—Aún así, padres e hijos se…
—¡No quiero escuchar eso! —gritó mientras se tapaba los oídos con las manos.
Casi suelta una carcajada. Sólo hasta preguntarse el qué había llevado al chico a reaccionar así ante sus palabras lo llevó a pensar en el incesto. Eso mató cualquier tipo de intención de reír. O el chico realmente pensaba lo peor de él, o bien tenía cosas realmente escabrosas en la mente.
Se acercó hasta sujetar las muñecas del muchacho y separó sus manos de los oídos que cubrían, entonces sonrió perversamente. El chico se retorció para liberarse, tal vez para cubrir de nuevo sus oídos.
—No quiero saber qué está pensando en este momento, Potter. Lo único que planeaba decir era que entre padres e hijos también llega a existir un lazo de amor muy profundo… sin la necesidad de compartir cuerpos entre ellos.
El chico se relajó entonces a pesar de seguir sujeto. Tuvo a bien sonrojarse aún más profundamente.
—Mi punto era hacerle ver que hay más posibilidades de las que tiene en la mente, pero tal vez estaba equivocado en mi suposición —dijo con diversión—. Usted debería comenzar a preguntarse de dónde provienen sus prejuicios, señor Potter.
—No son prejuicios. Hay cosas buenas y malas. Eso que dice que no iba a decir, eso es malo.
—Lo primero que tenemos que discutir, sin duda, parece ser el concepto de bien y mal que usted tiene, señor Potter. ¿Quién le ha dicho lo que es bueno y lo que es malo?, ¿por qué se lo han dicho? ¿No es, acaso, una forma más de control? —preguntó sin recibir respuesta. Aunque el chico parecía estar pensando, tampoco le pasó desapercibido notar que ya no sujetaba las muñecas del joven sino que las palmas estaban cada vez más cercanas a unirse. En vez de separarse del contacto, deslizó los dedos sobre la piel ajena mientras lo distraía con más palabras y un tono cada vez más terso—. Hablemos de cuándo algo se convierte en malo y cuándo algo se convierte en bueno, ¿le parece, señor Potter?
El joven tragó con dificultad y asintió sin voz.
—Así como le han dicho que hay magia buena y mala, magia de luz y magia oscura… ambas siguen siendo sólo magia. A veces es el fin lo que la estigmatiza en una u otra; generalmente se trata de las… decisiones políticas.
—¿Políticas? —frunció el ceño.
—Las tres maldiciones más infames por ejemplo. Cruciatus, Imperius, Avada Kedavra. Las tres ahora son penalizadas por el Ministerio de Magia, antes eran usadas por el mismo. Al final de todo lo que se ha dicho, o desde el principio, han sido penalizadas para controlar a la población mágica; para dividir a los "culpables" de los "inocentes", a los "buenos" de los "malos" bajo un marco de referencia que varía dependiendo del tiempo o de las circunstancias. Crean una división entre los que obedecen "las reglas" y aquellos que no lo hacen y, ¿quienes ponen esas reglas? —esperó un segundo para que el chico se respondiera la pregunta, pero no lo dejó hablar—. A pesar de haber sido sancionadas desde el año 1717, permitieron que fueran usadas de nuevo hasta poco después de tu nacimiento. Creo que sobra decir la razón. Etiquetas como "bueno" y "malo", en verdad, sólo son usadas por las esferas de poder para poder controlar.
—Para cuidar —rezongó el joven.
—Para restringir —devolvió casi sonando paciente.
El joven mago se quedó callado ahora y evitó su mirada.
—Nunca lo había visto así.
—Claramente —soltó arrastrando las sílabas y acercándose una pulgada al rostro frente a él—. La poción Amortentia, es otro ejemplo. Algunos magos llamarían a la poción una de mediano efecto y estarían equivocados. Mientras que se le llama la "poción del amor", no crea más que obsesión. Así, las personas son fácilmente manipulables por sus emociones; y, entre más fuertes son estas mayor es la sujeción que se tiene sobre ellos. Combinando estos efectos con otro tipo de hechizos y pociones pueden causar más daño que cualquiera de las maldiciones imperdonables, sin embargo, no están reguladas. Con las emociones en manos de alguien más —explicó cuando el chico abrió la boca para hablar—; cuando la mente está alterada y los sentidos adormecidos, sólo hay una voluntad, la ajena, controlando un cuerpo sin voluntad. Sólo una vez que el efecto ha pasado, la víctima de dicha poción se da cuenta de lo que ha hecho, pero ¿qué sucedería si esta poción se combina con un hechizo para borrar la memoria? Y, si a esto le sumamos pociones o hechizos de curación, no hay forma en que la víctima pueda saber qué se le ha obligado a hacer. La poción se vuelve mucho más perturbadora cuando existe un producto, un nacimiento, en la unión bajo la influencia de la sustancia. Alguien nacido en tales circunstancias jamás será capaz de sentir amor; incapaz de darlo e incapaz de recibirlo. Aún así, ¿cuántos estudiantes en este mismo Colegio usan pociones y filtros de "amor" para atraer a su objeto de deseo?
Sólo entonces dejó ir las manos del chico, como si probara su punto. Inconscientemente, el muchacho tocó la piel que le había acariciado y miró hacia abajo.
—¿Qué pasaría si digo que sí?... ¿cómo sería?
—Creí que ya había tomado su decisión —espetó hoscamente.
—No lo hice. Pero lo que escribió… es… no creo poder hacerlo.
Snape suspiró para relajar un poco la tensión que se había ido acumulando con las negativas que lo acercaban más y más a un peligro fuera de proporción. También con algo de frustración; aunque sabía bien que el muchacho no confiaba en él, este tipo de… convencimiento, nunca había sido su fuerte, sino el de Lucius.
Tendría que tomar algunas cartas prestadas de la mano del hombre.
—Así como me niego rotundamente a dejarlo presentarse ante el Señor Tenebroso con un ataque frontal, tampoco lo llevaría de inmediato a que trate de espiar al mago, Potter. Por eso, esto es un entrenamiento. Comenzaremos desde lo más básico, con cosas sencillas; después escalaremos en dificultad y complejidad. Es un proceso de aprendizaje, señor Potter; como cualquier otro en sus clases.
—Entiendo eso, pero usted nunca ha sido un profesor comprensivo, o el más paciente.
—En efecto no soy paciente, no soy tolerante y no soy permisivo. Una vez que doy una orden, se debe cumplir. Esto no es un juego, señor Potter… o tal vez lo es. Tal vez es un juego donde está apostando su vida y la de muchos otros. Cómo use las cartas que yo le dé, dependerá de usted. De cómo las juegue dependerá si al final del juego se queda con su vida o si la entrega.
El muchacho tomó de nuevo el pergamino y leyó por segunda vez una parte del escrito.
—Aquí dice que habrá un esquema de castigos...
Snape asintió
—Cuando cumpla mis órdenes de forma sobresaliente, tendrá un premio; cuando lo haga mal o cuando no obedezca una orden, incluso cuando incumpla las reglas establecidas, tendrá un castigo. Los castigos anularán los premios y viceversa. Me explico —detuvo al chico—, digamos que ha acumulado dos premios y se ha ganado un castigo: recibirá sólo un premio y ningún castigo pero si tiene tres castigos acumulados y un premio, no recibirá premio alguno y lo castigaré dos veces. Por supuesto, yo elegiré cómo premiarlo y cómo castigarlo. Serán premios que usted considere premios —aclaró viendo el gesto del chico—, aunque yo pudiera no considerarlos tal.
—¿Aunque usted no los considere premio?, no entiendo.
—Para usted un premio podría ser… aún no lo sé. Una escoba para Quidditch tal vez. Eso, yo, jamás lo vería como un premio, pero usted sí. ¿Comprende? Usted no es el único que tendrá que conocerme, Potter. Yo también he de aprender quién es usted, cómo vive, cómo siente, cómo se expresa, qué desea, qué anhela, con qué sueña; para poder dirigirlo de la mejor manera hacia el objetivo.
—Oh —dijo el muchacho sonando más calmado que en el resto de las conversaciones que habían mantenido, cohibido también. Pero eso, difícilmente era una sorpresa.
—Ahora, yo decidiré cuándo y cómo premiarlo o castigarlo, pero si tiene premios que no ha recibido puede pedir ser premiado cuando quiera. Salvo las transgresiones más graves o los aciertos más loables, castigos y premios serán dados y recibidos el mismo día y hasta las doce de la noche, momento en que comenzará un nuevo registro. Cada día comenzará con un premio y puede pedir lo que sea.
—¿Lo que sea? —hizo eco a la frase con un tono de incredulidad.
—Mientras esté dentro de mis posibilidades entregarlo. Así es.
—¿Qué son esos castigos? Dijo que no serían como lavar calderos o quitarle puntos a mi casa.
—En este entrenamiento y, por ahora, mientras esté en estas habitaciones, tiene que dejar de pensarse como un estudiante. Esto va más allá del Colegio. Para responder a su pregunta, los castigos dependerán del tipo de transgresión que cometa. Si la transgresión es de carácter físico, el castigo será de carácter físico; si es por comportamiento, el castigo será de carácter tal. Otra cosa, Potter. Aunque pueda darse el caso de que entre a su mente por alguna razón específica, no lo haré para ofrecerle cuidados. Elegiremos un momento específico para que usted pueda hablar libremente conmigo, un espacio libre de castigos o premios para que no se pierda en el entrenamiento. Lo cual me lleva a explicar otra parte de lo escrito. No es una orden, sino una recomendación: elija un objeto, material, y manténgalo fuera de este entrenamiento; en él deposite la persona que es usted para que, al terminar la misión, le recuerde el tipo de persona que era antes de… cambiar.
—¿Cómo se hace eso?
—¿Elegir un objeto? Sólo encuentre uno que tenga un significado especial entre sus pertenencias.
—¿El hechizo para hacerlo?
—No hay ningún hechizo para esto, Potter. Es comenzar a manipular su propia mente para obtener un beneficio específico.
—Lo haré, Snape… Señor. Haré la prueba, uhm… si está bien con eso.
—¿Esa sí es una decisión, señor Potter?
El muchacho asintió.
—Voy a necesitar una confirmación verbal —avisó.
—Sí, señor. Esta es mi decisión, señor. Haré la prueba que propone, señor.
Aliviado al mismo tiempo que fastidiado, Severus Snape asintió a las palabras.
—Para esta prueba, señor Potter. Voy a poner sobre su cuerpo ciertos hechizos centinelas.
—¿Qué es un hechizo centinela?... Señor.
A medias divertido, a medias arrepintiéndose ya de haber hablado, sacó su varita sin apuntarla al muchacho.
—Piense en este tipo de hechizos como una versión no permanente y, en cierto aspecto, inocua de la marca tenebrosa. Su versión llamada blanca, la encuentra como hechizo de uso frecuente en San Mungo. Con estos hechizos puedo localizarlo, saber si se encuentra bien o mal, saber si me obedeció o si me ha mentido. De cierta manera, me servirán para estar pendiente de usted. Al ser esto una prueba, los hechizos serán sencillos; los más básicos y, de lejos, los más poderosos de su tipo.
—Prof… Señor —tartamudeó viéndose incómodo y desagusto con la forma de llamarlo—, ¿se verán en la piel? ¿Como una marca o como una cicatriz? —explicó un segundo después.
—Las marcas centinelas sólo aparecen sobre la piel cuando son necesarias. ¿O ya se está arrepintiendo, Potter? —se burló con una sonrisa de lado.
El muchacho tragó fuerte.
—Dijo que tenía que mantener esto en secreto, si está en la piel… las duchas no son… privadas que digamos. Pero si no se ven… puede ponerlas donde quiera —terminó en un hilo de voz.
—¿Dónde desea que las coloque? —accedió en deferencia a la prudencia que hasta ahora mostraba el muchacho.
—No voy a desobedecer o a mentirle… señor. Puede ponerlas en mi cara, si eso quiere.
Con una ceja arqueada, miró al muchacho. Viéndose incómodo, resentido y, al mismo tiempo, resignado; por primera vez lo veía haciendo un esfuerzo.
—Póngase de pie y quítese la capa —ordenó tibiamente mientras veía con cuidado el cuerpo cubierto del chico—. La primera será en la espalda, levántese la camisa.
En cuanto el chico obedeció tocó la piel desnuda con la punta de la varita y recitó el hechizo mientras separaba la madera de la piel para unir el cuerpo con la magia.
—Este centinela une su cuerpo con el éter. Me indicará cuando esté en peligro. El siguiente lo pondré en la corva de la rodilla, levántese el pantalón —dejando caer la camisa, el muchacho obedeció de nuevo y él presionó su varita en la piel anunciada y, mientras recitaba el hechizo, tocó también la piel de su mano sin varita—. Éste me permitirá localizarlo. Los últimos irán en la parte de enfrente, cadera por la desobediencia y clavícula para ver si me miente.
Vio al muchacho enrojecer una vez más y dudar mientras sus manos iban a los pantalones. En un movimiento decidido, casi testarudo, bajó pantalones y calzoncillos al mismo tiempo. Mientras cerraba los ojos, apretaba la quijada y volteaba el rostro, también tomó la tela de la camisa para dejar expuesto su cuerpo desde la cintura.
Sin tener la cortesía de decirle que aquel despliegue de… lo que fuera, no era necesario, Snape se preguntó por primera vez si el muchacho tendría algún problema con su propio cuerpo desnudo. Decidiendo que era una parte importante de la información que necesitaba para la cocción de su proverbial poción se dijo que lo descubriría. Con su varita tocando la piel sobre el hueso derecho de la cadera puso el centinela que le diría si había desobedecido y para el último, no le advirtió con antelación.
Llegando lentamente hasta el cuello del muchacho, tocó la piel del cuello y deslizó la punta del dedo sobre la camisa. Desabotonó la prenda con lentitud y rozó con la yema del dedo la clavícula anunciada antes. El muchacho respondió de inmediato, su cuerpo deseando alejarse al mismo tiempo que acercarse más al toque. En ese ligero toque, notó el cuerpo del chico temblar ante la caricia. Sólo usó su varita para poner el centinela que se mostraría cada vez más mientras el muchacho le dijera más mentiras.
Una vez puesto el cuarto centinela sobre el joven cuerpo, Snape abotonó la camisa y se alejó para que terminara de vestirse él solo.
—Mi primera orden debería ser razonablemente fácil de seguir, señor Potter. Vuelva directo a su habitación, descanse esta noche y no ponga un pie más allá de la sala común de su casa hasta que mañana comience su día escolar. ¿Tiene alguna duda con mi orden?
—Ninguna… señor.
—Puede retirarse —lo apresuró al ver que no se movía.
Cuando el muchacho dejó sus habitaciones privadas, pudo al fin dejarse caer en el sofá. A un movimiento de varita apareció un vaso con el whisky de fuego que guardaba para malos tragos.
Si Severus Snape fuera un hombre dado al juego y a las apuestas, en ese momento apostaría que en menos de tres días Harry Potter habría hecho saltar no uno ni dos, sino los cuatro hechizos centinelas; que para el quinto día estaría lloriqueando a Dumbledore para que lo liberara de la "injusticia" de obedecer al "cretino grasiento" y que, para el séptimo día de la semana, se negaría rotundamente a seguir.
