¡Hemos llegado al final! Gracias a todos los que me han acompañado en esta aventura que ha durado casi 16 meses. Nos vemos en la próxima :)
Capítulo Cuarenta
Epílogo
Unos meses después
El sol brillaba en lo más alto del cielo. Era el primer día soleado en semanas.
Hermione desabrochó un par de botones de su abrigo mientras descendía por el callejón Diagon, esquivando a las personas que lo recorrían en busca de las mejores ofertas.
La llegada de la primavera significaba el comienzo de las rebajas en el mundo mágico y en muchas de las tiendas había gente esperando en las puertas para poder entrar.
Sonrió al pasar por la entrada de Sortilegios Weasley, deteniéndose junto a una de las ventanas. George y Angelina estaban dentro, atendiendo a las decenas de clientes que se agolpaban frente al mostrador.
Ella había sido un gran apoyo para George. Ambos se habían vuelto amigos inseparables y se ayudaban mutuamente a aceptar la ausencia de Fred.
Hermione suspiró, dando un paso atrás y siguiendo su camino.
El callejón serpenteaba a lo largo de varios kilómetros, aunque no tardó mucho en llegar a su destino. La sonrisa volvió a sus labios al leer el nombre que Draco había elegido para su tienda de pociones.
Una campana sonó en cuanto abrió la puerta, adentrándose en El Brebaje Dorado. Gracias a la publicidad que le habían hecho en El Profeta y El Quisquilloso con la ayuda de Luna empezaba a tener una clientela fija que lo visitaba cada semana para ver sus nuevas creaciones.
En ese momento había varias personas recorriendo los estantes mientras leían las etiquetas de las pociones con curiosidad.
Al pasar por la estantería dedicada a la poción anticonceptiva, Hermione vio que estaba vacía otra vez. Había sido todo un éxito, tal como ella había previsto.
Brujas de todos los rincones del país visitaban la tienda para comprar la primera poción que les permitía no preocuparse durante cuatro semanas. Draco, siguiendo la recomendación de Percy, había patentado la receta de inmediato para que ningún otro negocio pudiera robarle la idea.
Y habían empezado a llegarle pedidos de otros países europeos.
Las primeras semanas habían sido difíciles pero poco a poco la gente estaba dejando de ver a Draco como el mortífago que no consiguió matar a Dumbledore. Ahora era el chico que tomó malas decisiones y que había conseguido cambiar.
Hermione se detuvo al llegar al mostrador, tamborileando sus dedos sobre la madera mientras esperaba a que él saliera del estudio de pociones que había montado en la habitación trasera.
Draco apareció un minuto después, peinando hacia atrás los mechones que caían sobre su frente y con veinte frascos llenos de líquido transparente flotando a su espalda. Una gran sonrisa se extendió por su rostro al verla y agitó su varita, haciendo que las pequeñas botellas flotaran hasta la estantería vacía y se repartieran por los estantes.
—Acabo de preparar otro caldero —comentó, dejando su varita sobre el mostrador y rodeándolo hasta estar frente a ella. —Todavía me cuestra creer la demanda que tiene.
Ella arqueó una ceja.
—Te lo dije.
Él sujetó su mano izquierda, pasando el pulgar por encima de su anillo y dedicándole una sonrisa torcida.
—Sabelotodo.
Miró a su alrededor, comprobando que no había nadie cerca del mostrador, y tiró de ella hasta que los dos estuvieron dentro del estudio.
Ocho calderos de gran tamaño estaban humeando, llenando la pequeña habitación de olores que Hermione no conocía. Draco colocó sus brazos a su alrededor, apoyando su frente en la suya y mirándola a los ojos.
—¿Estás nerviosa?
Ella sintió que su corazón se aceleraba al pensar en lo que iba a pasar en unas horas. Pero no estaba nerviosa.
—Que tu madre se encargue de todo me deja mucho tiempo libre —contestó en voz baja, levantando la barbilla y rozando su nariz con la suya —Y quería verte antes de esta tarde.
Él levantó las dos cejas, apretando los labios para no sonreír.
—¿No me dijiste que los Muggles creen que vernos justo antes da mala suerte?
Hermione puso los ojos en blanco.
—No creo que en nuestro caso importe.
—Mmm, no —Draco se inclinó, rozando sus labios. —Ya eres mi mujer.
Ella sonrió y lo besó, suspirando cuando todo su cuerpo tembló y sus manos se enredaron solas en sus mechones rubios.
—He estado pensando —Hermione abrió los ojos, observando cómo sus iris grises recorrian cada centímetro de su rostro y se detenían en las pecas de su nariz. —Quiero ver tus llamas otra vez.
Los ojos de Draco chispearon.
—No sé cómo lo hice —suspiró, dando un paso atrás y cruzándose de brazos. —Tendría que volver a ponerme furioso.
Ella se mordió el labio inferior, escondiendo una sonrisa, y él arqueó una ceja.
—Me ha escrito Viktor esta mañana.
Los ojos de Draco se entrecerraron.
—¿Ah, sí?
—Me ha dicho que me ha comprado un bono para esta temporada y que quiere que vaya a ver todos sus partidos.
Él apretó los puños y sus ojos cambiaron de color, volviéndose plateados.
—¿Y qué más? —preguntó entre dientes.
Hermione sonrió. Era demasiado fácil hacerlo enfadar.
—Quiere quedar conmigo este fin de semana —comentó mientras paseaba alrededor de la habitación, fijándose en el caldero donde burbujeaba un líquido de color azul intenso. —Para ponernos al día.
Draco cuadró la mandíbula y ella pestañeó con inocencia, enredando un rizo en su dedo y deteniéndose a su lado.
—Tal vez quiere recordar viejos tiempos.
Aquello fue demasiado. Draco gruñó y sus alas salieron de su espalda, extendiéndose a su alrededor mientras todo su cuerpo se rodeaba de llamas.
Hermione lo miró detenidamente. El fuego lamía su piel y su ropa, dándole un aire malvado y poderoso que la dejaba sin aliento.
—Pareces un ángel que ha caído al infierno —añadió en un susurro.
Colocó una mano en su rostro, sintiendo la calidez de las llamas sobre su propia piel, y se puso de puntillas para dejar un beso en sus labios.
El fuego desapareció al instante y las manos de Draco se enredaron en sus rizos, atrayéndola más hacia su cuerpo. Recorrió su mejilla con la punta de su nariz, bajando hasta su cuello.
—¿Algo de lo que has dicho era cierto?
Hermione cerró los ojos, conteniendo el escalofrío que bajó por su espalda al sentir sus labios en la garganta.
—Me ha escrito para felicitarme.
Draco resopló, levantando la cabeza.
—Eres tan cruel como hermosa —dijo, pasándose la lengua por los dientes y sonriendo. —Serás una gran Malfoy.
Ella frunció el ceño.
—No voy a cambiarme el apellido.
—Granger-Malfoy entonces —rectificó él, encogiéndose de hombros. —O solo Granger. Me da igual mientras pueda decir que eres mía.
Hermione se rio suavemente, enroscando los brazos alrededor de su cuello.
—Lo soy desde hace tiempo.
Draco tiró de sus rizos, obligándola a levantar la barbilla, y reclamó sus labios.
—Y no sabes cómo me gusta.
El ruido de la campanilla que había sobre el mostrador los interrumpió y Hermione dio un paso atrás, jadeando suavemente mientras intentaba recuperar el aliento.
Draco respiró profundamente, cerrando los ojos, y sus alas desaparecieron.
—Tengo que atenderlos.
Ella asintió.
—Debería irme.
—No —la detuvo antes de que pudiera salir de la habitación. —Quédate un poco más.
Hermione sonrió y salió tras él, paseando entre los pasillos repletos de pociones de todos los colores mientras Draco atendía a los clientes.
No habían pasado ni quince minutos cuando la puerta volvió a abrirse y entraron tres rostros conocidos. Theo fue el primero en reconocerla y sonrió. Tenía su brazo alrededor de los hombros de Pansy, que frunció el ceño al verla.
—Tú no deberías estar aquí.
Hermione se cruzó de brazos con una ceja levantada.
—¿Por qué no?
—Se supone que estás arreglándote —dijo ella, arrugando la nariz. —Deberías hacer algo con ese pelo.
—¿Qué le pasa a mi pelo?
—Nada —contestó Draco, que acaba de llegar a su lado. Besó su frente y miró a sus amigos. —Ignórala.
Blaise se rio entre dientes, apoyando la espalda en la pared, y Pansy chasqueó la lengua.
—Cállate, Draco —le dedicó una mirada de advertencia y volvió a girarse hacia Hermione. —Granger, ¿has estado alguna vez en la boutique de Madame Geraldine?
Ella se mordió el interior de su mejilla.
—No.
—Pues es el momento —Pansy sonrió, avanzando hacia ella y enroscando su brazo alrededor del suyo. —Tiene un tratamiento que te deja la piel limpia y suave durante todo un año. Vamos, te invito. Es mi deber como tu dama de honor.
Hermione la miró fijamente mientras caminaban hacia la puerta.
—No tengo dama de honor.
—Claro que tienes, y más de una. ¿Por qué crees que la chica Weasley y yo hemos pasado semanas eligiendo un vestido para ti? —Pansy arqueó una ceja, examinando su rostro con interés. —Creo que Geraldine también tiene una poción para definir los rizos.
—Pansy...
—Nos vemos en unas horas, Draco —añadió ella, abriendo la puerta y mirando hacia atrás. —Aseguraos de que se pone el traje que compré para él.
Hermione le lanzó una última mirada desesperada a Draco, que no podía dejar de sonreír.
—Nosotros nos encargamos —respondió Theo, sacudiendo la cabeza cuando ambas se alejaron por el callejón a toda velocidad. —Lleva toda la mañana histérica.
Draco torció los labios.
—Mi madre también está nerviosa.
—Las dos quieren que todo salga perfecto —comentó Blaise, encogiéndose de hombros.
—No entiendo por qué le dan tanta importancia —murmuró Draco, poniendo los ojos en blanco. —Es solo una pequeña ceremonia.
Theo palmeó su hombro, compartiendo una mirada cómplice con Blaise.
—Parece que no conoces a tu madre —dijo en tono divertido. —Será tan impresionante como si hubiera miles de invitados.
Draco dejó salir un largo suspiro y miró a Blaise.
—¿Al final vas a ir solo?
Su amigo desvió la mirada, metiendo las manos en sus bolsillos.
—Estuve hablando con Lovegood y hemos decidido ir juntos.
Theo y Draco cruzaron una mirada y el último arqueó las cejas.
—Deberías empezar a llamarla Luna.
—¿Sigue tan chiflada como siempre? —preguntó Theo, golpeando su brazo para llamar su atención.
Blaise siseó, volviendo a mirarlos.
—No está chiflada —gruñó entre dientes. —Ve las cosas de forma distinta y tiene un sexto sentido increíble. Creo que es mucho más inteligente que nosotros.
—Vaya —Theo abrió mucho los ojos, ladeando la cabeza. —Veo que ya has caído.
Blaise hizo una mueca.
—Cállate.
Draco y Theo se rieron, sacudiendo sus cabezas, y Blaise decidió cambiar de tema.
—¿Ha habido algún incidente más?
Draco apretó los labios.
—De vez en cuando viene alguien con ganas de insultarme, pero no ha pasado nada grave —murmuró, cruzándose de brazos y desviando la mirada a la puerta. —Las barreras que han puesto Potter y Granger alrededor del local mantiene a los que tienen ganas de problemas a raya.
Theo sacó su varita y la agitó. El cartel que colgaba del cristal giró, anunciando que la tienda estaba cerrada.
—Hora de irse —dijo, guardando su varita y moviendo las cejas. —Hay varias botellas de whisky esperándonos en tu piscina.
Draco entrecerró los ojos.
—No pienso emborracharme el día de mi boda, Theo.
Él puso los ojos en blanco, acercándose a una de las estanterías y cogiendo tres frascos de poción para la sobriedad.
—Problema resuelto —las guardó en su bolsillo, ignorando la mirada de odio que le estaba lanzando Draco. —Vamos. Celebremos tus últimas horas como soltero.
Él salió del local tras sus amigos con mala cara.
—Solo es una excusa para beber.
Blaise y Theo soltaron una carcajada, agarrando los brazos de Draco y apareciendo ante la puerta principal de su mansión.
—Y una muy buena —comentó Blaise, abriendo la puerta.
Aquella misma tarde, Draco se quedó sin palabras cuando salió al jardín de la Mansión Malfoy del brazo de su madre.
Narcissa se había superado a sí misma.
El camino de piedra estaba adornado con pétalos de flores que llegaban hasta el pequeño altar que habían montado a los pies del sauce, donde caían los rayos del atardecer. Habían apartado sus largas ramas cubiertas de hojas verdes, creando dos cortinas a los lados y un pequeño espacio en el medio donde estaba el mismísimo Ministro de Magia esperando, con las manos cruzadas delante de su cuerpo y sujetando su varita.
Kingsley sonrió al verlos avanzar por el sendero y la banda de música que había a la izquierda del gigantesco árbol empezó a tocar una música suave que se extendió por todo el jardín.
A unos metros del Ministro había sillas repartidas a ambos lados donde estaban las personas que Hermione y él habían querido que asistieran.
Harry estaba en la primera fila, con una silla vacía a un lado y la madre de Hermione al otro. Draco tragó saliva al ver que Jane tenía lágrimas en los ojos.
El padre de Hermione estaría con ella en su cuarto, ayudándola a terminar de prepararse.
Ron Weasley y Padma Patil estaban en la siguiente fija, acompañados por Blaise y Luna Lovegood.
Draco desvió la mirada a las sillas del lado derecho, sonriendo al ver a Theo solo. Pansy probablemente también estaría con Hermione.
Los Señores Weasley estaban sentados detrás, acompañados de Fleur y Bill. George, Percy y el otro Weasley cuyo nombre no era capaz de recordar también estaban sentados allí.
Draco no pudo evitar arrugar la nariz. Aquello parecía una reunión de pelirrojos.
Su corazón se saltó un latido al ver a su tía en la primera fila, con un niño de cabello azulado en su regazo y una silla vacía a su lado para su madre.
Había conocido a Andrómeda unos días después de volver de Italia, a petición de Hermione. Y, al contrario de lo que él pensaba, ella había sido amable y comprensiva. No guardaba rencor ni a él ni a sus padres, y las dos hermanas Black volvían a estar tan unidas como cuando eran pequeñas.
Recuperar una pequeña parte de su familia era un regalo que Draco no había esperado recibir nunca.
Los dos recorrieron el pequeño pasillo que había entre las sillas adornado con flores de color morado y blanco, y Narcissa besó su mejilla antes de dejarlo solo frente a Kingsley.
Draco se colocó bien las solapas de su chaqueta, mirando a su alrededor con nerviosismo.
Quería ver a Hermione ya.
Cruzó una mirada con Harry, que estaba sonriendo, y carraspeó mientras juntaba las manos en su espalda.
La música cambió y todos se giraron cuando las puertas de la mansión volvieron a abrirse.
Hermione y su padre bajaron por las escaleras de piedra, seguidos de Ginny y Pansy que llevaban vestidos a juego.
Su sonrisa era tan grande que podía verla desde allí.
Draco contuvo el aliento mientras ella se acercaba, contemplando el vestido blanco que encajaba perfectamente con su figura y las flores que adornaban sus rizos, que caían formando tirabuzones por su espalda.
Alguien se aclaró la garganta y Draco miró a Harry con mala cara, que le hizo un gesto para que cerrara la boca.
Le lanzó una mirada de odio y volvió a mirar a Hermione que ya estaba a unos pasos de distancia.
Llego hasta su lado con la mirada fija en su rostro y sin dejar de sonreír. Su padre lo miró a los ojos.
—Sé que vas a cuidar bien de ella.
Peter palmeó su hombro y se alejó, sentándose al lado de su mujer.
Hermione cogió su mano izquierda y entrelazó sus dedos, girando la cabeza hacia el Ministro. Él comenzó a dar un discurso sobre el amor, la magia y el gran ejemplo que aquella unión iba a ser para el mundo magico al que Draco no prestó atención.
Solo podía mirar los ojos marrones de Hermione, que estaban más brillantes que nunca y de vez en cuando buscaban los suyos.
Los dos siguieron las instrucciones de Kingsley, sacando sus varitas y juntando las puntas. Un lazo plateado salió de ellas, enroscándose alrededor de sus brazos y transformándose en miles de chispas que flotaron en el aire, esparciéndose con la suave brisa primaveral.
—Vuestras vidas quedan unidas a partir de este momento.
Draco miró a Hermione de reojo.
«Ya lo están desde hace mucho.»
La escuchó reir entre dientes y volvió a mirar al Ministro, asintiendo antes de dar media vuelta y mirar a sus invitados.
Una lluvia de pétalos cayó sobre ellos y Teddy saltó del regazo de Andrómeda, siguiéndolos y riendo sin parar mientras su pelo azul se cubría de flores.
Draco acarició una de las ramas de su sauce antes de alejarse.
Ambos regresaron hasta la mansión seguidos por sus amigos, llegando a la gigantesca sala de baile donde Narcissa y los elfos habían organizado un pequeño banquete.
La música seguía sonando y había bandejas flotantes repartidas por la habitación llenas de comida y bebida.
Draco soltó la mano de Hermione para abrazar a Pansy, que seguía muy emocionada.
—¡Lo has conseguido! —ella rodeó su cuello con los brazos, apretando demasiado. —Espero que seais muy felices juntos, Draco.
—No habría podido sin tu ayuda, Pansy. —murmuró él en su oreja, besando su mejilla. —Gracias.
Siguió saludando al resto de invitados muy sonriente hasta que una cabellera pelirroja se interpuso en su camino.
—Hay muggles en tu casa, Malfoy —comentó Ron, señalando a los padres de Hermione con la mirada y riendo suavemente. —El infierno debe haberse congelado.
Draco hizo una mueca de desprecio.
—Veo más sorprendente que haya tantos Weasleys.
Ron se rio más fuerte, sacudiendo la cabeza y golpeando su brazo.
—Cuídala bien.
Draco asintió con una pequeña sonrisa, aceptando el abrazo que Harry le quería dar.
—Bienvenido a la familia.
—Gracias, Potter.
Hermione estaba cerca, abrazada a sus amigas y presentando a Luna y Pansy. Blaise no se separaba de la chica rubia y en cuanto ella terminó de saludar la guió hasta la otra esquina de la sala para darle la enhorabuena a Narcissa.
Draco suspiró aliviado al quedarse un momento a solas con Hermione, apartando algunos rizos de su rostro e inclinándose para presionar su frente contra la suya.
—Mía.
Ella sonrió.
—Mío.
Se besaron unos segundos, apartándose cuando escucharon silbidos.
—Para siempre —susurró Hermione, sujetando su rostro y acariciando sus mejillas con sus pulgares.
Draco no pudo contestar. Ella tiró de su brazo, llevándoselo hasta un rincón y lanzando un hechizo muffliato a su alrededor.
Detectó una chispa de nerviosismo en sus ojos cuando volvió a mirarlo que no le gustó.
—Tengo un regalo para ti.
Draco alzó las cejas.
—¿Tú? ¿Un regalo?
—Pero antes necesito que contestes a una pregunta —añadió Hermione con gesto serio.
Él asintió con el ceño fruncido, sujetando su mano.
Parecía preocupada.
—¿Crees que tu padre ha cambiado?
Aquella era la última pregunta que esperaba. Draco abrió mucho los ojos, observando el rostro de Hermione en busca de alguna explicación, pero ella no se movió.
—Al principio no —carraspeó, pasándose una mano por el pelo. —Pero tras acompañar a mi madre un par de veces más cuando lo visita he cambiado de opinión. No es el mismo Lucius que adoraba al Señor Tenebroso.
Hermione se mordió el labio inferior, asintiendo.
—¿Y crees que de verdad me ha aceptado como tu compañera?
—Quiere que seamos felices juntos —Draco se encogió de hombros. —La sangre ya no le importa como antes.
Ella lo miró fijamente y él colocó un dedo sobre su labio, obligándola a liberarlo.
—He decidido recurrir la sentencia de tu padre —dijo Hermione, agarrando su mano y apartándola. —Voy a ayudaros a reducirla.
Draco pestañeó. ¿Había escuchado bien?
—¿Qué?
—He estado investigando en los archivos y creo que con una buena defensa podríamos conseguir que esté fuera de Azkaban en un par de años —añadió ella, suspirando y apretando su mano. —Aunque no puedo prometer nada. Si te parece bien se lo contaré a Narcissa y...
—No sé por qué el universo cree que merezco una compañera como tú —la interrumpió Draco, rodeándola con sus brazos y hundiendo el rostro en su pelo. —Pero nunca me cansaré de agradecérselo.
Hermione lo abrazó, acariciando los mechones cortos de su nuca.
—Te mereces que te pasen cosas buenas, Draco —susurró, besando la curva de su mandíbula y alejándose para mirarlo. —Y esto es solo el principio.
Draco sonrió, girando con ella entre sus brazos y besándola profundamente sin importarle que todos sus amigos y familiares los estuvieran observando.
El principio de una nueva vida sin dolor ni remordimientos. Una vida junto a ella.
FIN
No soy muy romántica y no sé cómo he sido capaz de escribir una historia como esta. Espero que os haya gustado.
Ahora mismo estoy escribiendo otros dos dramione muy distintos. En uno de ellos Draco es un vampiro (Un Secreto Que Puede Matar) y en el otro los dos se odían muchísimo (Matrimonio Maldito). Os invito a echarles un vistazo.
¡Gracias por todos los comentarios!
