Hola! Antes que todo MUCHÍSIMAS GRACIAS por sus reviews. Aprecio un montón que se tomen el tiempo de escribirme sus opiniones, pues, además de motivarme a continuar más rápido esta historia, sus comentarios también me han servido mucho más de lo que se imaginan. Ustedes me han abierto más perspectivas respecto a este fanfic, dándome argumentos que ni yo mismo había pensado. De hecho algunas cosas escritas en este capítulo las saqué directamente de sus reviews, ya que me sirvieron para ampliar la discusión que habrá entre Sasuke y Hinata. Para mí es sumamente enriquecedor leer opiniones tan dispares, así que infinitas gracias por eso. También me alegro mucho de que la tormenta de emociones que traté de plasmar en el capítulo anterior les haya llegado =D
Por cierto, por razones que no viene al caso contar no he podido contestar todavía sus reviews, pero este fin de semana me pondré a ello sin falta. Espero sepan disculpar a este humilde servidor por su tardanza de un mes ^^u. También agradezco mucho los comentarios anónimos, mil gracias de verdad.
En cuanto a este capítulo me ha gustado mucho hacerlo porque hacer chocar a Hinata contra Sasuke me es una delicia por lo diferentes que son, razón por la que me he hecho muy fan esta pareja. Espero que les guste y vayan preparándose para el siguiente episodio porque será decisivo.
Para finalizar quiero dedicarle este capítulo a una de mis lectoras más fieles, ChiChi-San34. Muchísimas gracias por tu apoyo constante, tus reviews tan entusiastas siempre me sacan una sonrisa y espero que disfrutes esta pequeña retribución que tienes merecida de sobra. Además eres fan de Dragon Ball Z igual que yo, así que tienes doble merecimiento :P. Te envío mis mejores vibras para este mes de noviembre y lo que resta de año ;D
Vocabulario:
Mohíno: Triste, melancólico, disgustado.
Bonhomía: Afabilidad, sencillez, bondad y honradez en el carácter y en el comportamiento.
Pertinacia: Obstinación, terquedad o tenacidad en mantener una opinión, una doctrina o la resolución que se ha tomado.
Exhortar: Incitar a alguien con palabras a que haga o deje de hacer algo.
Serranía: Espacio de terreno cruzado por montañas y sierras.
Hondón: Lugar profundo rodeado de terrenos más altos.
Eriazo: Dicho de una tierra o de un campo: Sin cultivar ni labrar.
Ahincadamente: Con ahínco.
Hombruna: Dicho de una mujer: Que por alguna cualidad o circunstancia se parece a un hombre.
Aljaba: Caja portátil para flechas, abierta por arriba y con una cuerda o correa con que se colgaba del hombro.
Carcaj: Aljaba.
Esclava Sexual, Capítulo Trigésimo noveno
Hinata sintió que su alma colgaba de un precipicio, que unas profundas ganas de llorar la acosaban, que el mundo desaparecería bajo sus pies de un momento a otro. A su imaginación, masoquista por naturaleza, llegó la imagen de Ino besándose con Sasuke, de aceptar alegremente su pedido de matrimonio, de la celebración de la boda siendo acompañados por el júbilo de la multitud que los apreciaba como héroes de guerra. Como estocada de gracia se los imaginó en la cama justo antes de hacer el amor, pero entonces, abrumada por el martirio de los celos, cortó la secuencia desastrosa en la que se había sumergido.
Tenía tantas ganas de rogarle, de suplicarle que le diera otra oportunidad, de querer desahogarse llorando hasta que los ojos le quedaran resecos...
La mujer que era antes quizás lo hubiese hecho, pero ahora era diferente y por eso enfrentaría a Sasuke con la cabeza alta. «Sé digna» le repite su mente una y otra vez como si se tratara de un mantra que debía seguir al pie de la letra. Sí, reconocía que se equivocó feamente, pero Sasuke había sido demasiado duro con ella. No sentía que se mereciera tanto rencor, tampoco recibir palabras tan tóxicas como que Ino era mejor que ella...
Sabía de primera mano que la rubia era carismática, de carácter indómito, guerrera, espía y florista... ¿Cómo podría competir contra alguien así? Era iluso siquiera pensarlo, ¿pero era necesario darle un golpe tan dañino a su modesta autoestima? ¿Era necesario restregárselo en la cara? Ella también podría decirle que Naruto era mucho mejor que él, pero jamás lo hizo. Lo que menos deseaba era realizar nocivas comparaciones. Nunca se le ocurrió siquiera.
Sus ganas de llorar se reanudaron, empero, nuevamente escuchó en su mente la voz de «Sé digna».
Y lo sería. Sí que lo sería.
—Por si no lo recuerdas Ino también se equivocó y de una manera peor que yo. —Su voz emergió mucho más segura de lo que ella misma esperaba. Del sufrimiento todavía habían rastros, pero la determinación que expresaba eclipsó lo anterior—. Ella estuvo a punto de matarte y no la trataste como a mí.
Sasuke la miró con dosis de sorpresa. Era algo que ya se había cuestionado durante el mes de búsqueda, pero repensarlo ahora lo llevó a una conclusión que antes no apareció: debido a que Hinata es la mujer que ama, es incapaz de tomar la opción de disculparla como sí lo hizo con Ino.
¿Era extraño, no? ¿Por qué le era más difícil perdonar a la persona que más amaba? ¿No debería ser al revés? ¿No debería ser más fácil perdonar a quien se ama?
—¿Sabes por qué pude perdonar a Ino? Porque ella no me hizo tanto daño como me lo hiciste tú. Por eso es —lanzó lo recién reflexionado mientras se tomaba el pecho en su parte más central—. Yo te amaba, Hinata, y eso multiplica el maldito dolor por cien. —Sus negros ojos, reviviendo el abandono ocurrido en la playa, parecieron caer en una profunda languidez. Segundos después ésta mutó hacia un renovado rencor que añadiría algo más—. Como si eso fuera poco Ino estaba presionada porque todo su clan iba a ser asesinado, tenía una razón mucho más válida para hacerme lo que hizo. En cambio tú diste marcha atrás a lo nuestro sólo porque te dejaste manipular por una niñata caprichosa y malcriada.
La zurda de Hinata friccionó la uña del dedo medio contra la del pulgar. No conforme todavía, tuvo que hacer un esfuerzo para no mordérselas.
—Pues esa niñata caprichosa y malcriada sigue siendo mi hermanita. Tú, que amabas tanto a Itachi, deberías entender cuánto significa un hermano. —Ella vio como Uchiha aligeraba levemente la dureza de sus facciones—. Yo la creía muerta, no la veía desde el fin de la guerra, entonces hace un esfuerzo para ponerte en mi lugar siquiera una vez y tratar de entender porqué me equivoqué. Verla sana y salva me nubló el juicio.
Uchiha arrugó su nariz un par de segundos.
—Como sea. Yo no me voy a arriesgar de nuevo a que te equivoques y pasar de nuevo por el mismo dolor.
—¿Por eso quieres devolverme el daño usando a Ino, verdad? ¿No te parece bajo usarla a ella para ese fin?
—¿Qué sabes tú de lo que siento por ella realmente?
—¿Me estás diciendo que un mes amas a una y al otro mes amas a otra? —criticó decididamente—. ¿Así eres tú, Sasuke?
Silencio por varios segundos. El cuestionamiento de Hinata vulneró su lógica de réplicas rápidas. ¿Se podía amar a una persona y luego a otra en un ciclo tan breve? Ni siquiera él lo sabía, pero hurgando por una respuesta terminó llegando hacia otra pregunta, misma que arrojaría como un certero alegato.
—¿Y desde cuándo existe un tiempo límite para enamorarse? Te recuerdo que a ti te amé en dos semanas —espetó con su tono más mordaz—. En cambio a Ino la conozco hace ocho años y, además, este mes que pasamos buscándote me sirvió para conocerla aún mejor. ¿Por qué no podría amarla?
Esta vez fue el turno de Hinata para quedar muda por un lapso más que considerable. El golpe en forma de argumento fue fuerte, como todos los que daba Sasuke. Reflexionó antes de dar marcha a su lengua de nuevo, buscando afanosamente alguna respuesta que le sonsacara al soldado la honestidad que su resentimiento le prohibía mostrar.
—¿Me estás diciendo que tras ocho años recién te diste cuenta que la amabas? ¿No te parece poco creíble? —Encajó sentidamente—. ¿Por qué no admites que quieres vengarte de mí utilizando a la señorita Ino?
Uchiha se entregaría a la verdad, aunque sólo parcialmente.
—Quizás no sienta por ella todo lo que llegué a sentir por ti, pero Ino sí me da algo que tú no: confianza. —La miró acusatoriamente antes de continuar—. Salta a la vista que sin eso es imposible mantener cualquier tipo de relación. Y, desgraciadamente, la confianza que alguna vez te tuve ya se perdió.
Hinata se tiró una de sus patillas. No era algo propio de ella, pero ese hombre, gracias a las grandes frustraciones que le estaba propinando, consiguió un nuevo gesto de su parte. Y seguramente obtendría más.
—Sasuke..., de corazón te pedí mil disculpas por eso, pero pienso que estás excediéndote. ¿Acaso por un solo error me condenarás al infierno?
—¿Y cómo quieres que confíe en ti si podrías abandonarme otra vez en cuanto Hanabi te lo diga?
—Sé que lo que hice fue grave, pero por lo menos podrías hacer el intento de disculparme. Una persona que ama perdona.
—No, Hinata, en primer lugar una persona que ama no te abandona —aclaró al instante, con ojos tan llenos de seguridad que en ningún momento mostraron siquiera un ápice de vacilación—. Y te lo demostré viniendo a rescatarte a pesar de cuán dolido estaba contigo. —En la mirada blancuzca de su primer amor, él clavó su indignación como si fuese un arpón.
Los rasgos de Uchiha lucían tan recriminadores que ella supo que nunca podría olvidar esto en lo que le restaba de vida. Abatida y con pensamientos que deambularon entre la culpa y lo inmerecido, Hinata sacó fuerzas desde la mezcla de ambos sentires a fin de replicar estoicamente.
—Yo sé que cometí un error grave, pero, sólo por rencor, tú vas a cometer otro que nos separará definitivamente. No uses a Ino para hacerme daño —insistió poniendo aún más énfasis en su voz—. Ni ella ni ninguna mujer se merece eso.
La comunicación fue sólo visual por un largo lapso. Objetar la verdad era más complicado de lo que Sasuke pensaba, pero aun así lo hizo.
—¿Y por qué crees que voy a usarla? —cuestionó finalmente, dispuesto a emplear la pertinacia de un abogado de nuestros días—. ¿Sigues pensando que no puedo amarla? ¿Acaso tú eres la única que puede recibir mi amor?
—¿Entonces de verdad la amas? —interrogó al instante, preparándose a recibir una dolorosa confirmación—. ¿O sólo insistes con eso para hacerme daño?
—¿Cuál respuesta quieres escuchar? Al fin y al cabo sólo creerás lo que quieres.
—Quiero la verdad únicamente, quiero que me digas que lo tuyo por lady Ino no es por venganza sino porque la amas sinceramente. Si es así nada objetaré; quizás ella siempre fue la mujer indicada para ti, quizás la felicidad siempre la tuviste frente a tus ojos sin querer verla. —Su voz exhaló un modo muy triste, pero, por el lado contrario, su aspecto mostraba una resiliencia admirable.
Uchiha colocó el índice y el pulgar de su diestra en la frente, abarcándola a lo largo. De una forma lenta, empezó a masajearla desde los extremos hasta hacer que ambos dedos se unieran justo en medio. Repitió el proceso varias veces al sentir que unas molestas puntadas surgían por dentro de su cabeza, debido, probablemente, a la falta de sueño uniéndose a la acalorada discusión que estaba sosteniendo. Si en sus tiempos existieran las aspirinas, se habría tomado tres.
—No la amo —admitió al tiempo que su diestra volvía a anclarse en su cadera—, pero puedo hacerlo en un futuro —concluyó dejando espacio a la duda.
—Ya veo... —musitó sin añadir más. Antes de enviar una respuesta sustentable, necesitaba superar el torbellino de contradictorias emociones que lo dicho le causó. La entristecía mucho perder a Sasuke, pero también le alegraba que Ino pudiera ser la destinataria de su amor. Sin duda la soldado podría lidiar con él y hacerlo feliz. Por su parte, en cambio, ya estaba cansada de nadar contra las corrientes del destino y de sufrir por un amor tan lioso. Quizás el camino de la separación era el mejor tanto para Sasuke como para ella.
Uchiha, como intentando justificarse ante la amargura que veía por delante, aprovechó su silencio para seguir descargándose.
—A pesar de ser tan orgulloso te permití conocer mis miedos y mis esperanzas —interrumpió las tribulaciones de su otrora prometida—, te abrí mi alma como nunca lo hice con nadie y te compartí mis secretos mejor guardados... Pero todo eso me lo pagaste abandonándome en el momento en que más te necesitaba... —Su bruna mirada pareció sumergirse en un mar de pesar.
—Lo siento muchísimo —reiteró conmoviéndose—. Yo jamás pensé que el término de nuestra relación te iba a afectar tanto —le tiritó la voz—. Te veo siempre tan fuerte, tan invulnerable, que no fui capaz de medir el daño real que te estaba causando.
El militar negó con un movimiento de cabeza mientras sus labios se volvían más tensos.
—¿Sabes lo que se siente que te traicione la persona en la que más confías? Yo si lo sé, Hinata. —Se indicó a sí mismo—. Yo si lo sé —reiteró clavándose los dedos en el pecho—. No sabes cuánto duele. Y créeme que no exagero, eso es lo que en realidad siento y esta vez no pienso reprimirme. Estoy harto de hacerlo siempre.
Ella, mohína, suspiró en busca de bajar su nivel de empatía. Si ésta se atrevía a aumentar sólo lograría que Sasuke no admitiera que también estaba cometiendo un gran error.
—Sé perfectamente que te fallé. Y no sólo a ti, sino también a mí.
Sasuke comprimió la frente, volviéndose ceñoso.
—¿A qué te refieres?
—Al ceder ante Hanabi eché por la borda el progreso que llevaba mi carácter hasta ahora. A mi padre lo enfrenté sin vacilar, pero no pude hacer lo mismo con mi hermanita porque ella es como un tesoro para mí. Aun así me arrepiento por haberme dejado manipular. —Exhaló sentidamente tras decirlo. El frío que aumentaba con el correr del crepúsculo transformó en vaho su aliento—. Sin embargo —dijo alzando la voz para recalcar algo importante—, creo que también estás siendo injusto conmigo. Entiendo todo lo que sientes, pero tu castigo está siendo muy desproporcionado —chilló casi enrabietada. Se dio un profundo respiro a fin de no perder los estribos, entonces continuó rápidamente pues tuvo la impresión que Sasuke tomaría la palabra antes que ella—. Por favor no pienses que deseo sacarte en cara cosas del pasado, pero te pido humildemente que recuerdes que yo te perdoné cosas peores.
—Pues yo no perdono, no tengo tu nobleza y tampoco quiero tenerla. —A lo dicho sumó una mueca de repulsión, cosa que terminó por disgustar a Hinata. Pese a todo trataba de ser conciliadora, pero con expresiones así era difícil mantener esa dinámica—. Te lo advertí infinitas veces —prosiguió él—: yo llevo un demonio por dentro, uno que está arraigado con uñas y dientes en lo más profundo de mi ser. El que me la hace me la paga y eso jamás lo cambiaré —sentenció fulgurando expresiva saña, aunque todavía no estaba conforme con eso—. Y si fuera el de antes no dudes que te castigaría encerrándote con llave por muchos días o incluso dándote un par de bofetadas.
Hinata separó sus párpados, indignadísima con las dos cosas recién dichas.
—¿Entonces mi hermana estaba en lo correcto, verdad? A pesar de ser sólo una niña Hanabi siempre fue quien tuvo la razón.
—¿De qué razón hablas? Ella te obligó a abandonarme por venganza, por nada más que eso.
—Sí, lo hizo por venganza, pero también porque me ama. Ella me lo dijo, Sasuke, me dijo que alguien como tú no era capaz de cambiar, me advirtió que me volverías a hacer daño, me repitió que me destrozarías el corazón. La culpé, incluso la odié por momentos al haberme separado de ti, pero a final de cuentas mi hermanita siempre tuvo la razón. La vi como una villana, pero se me olvidó que el villano siempre fuiste tú.
El general percibió el dolor de ella plenamente, tan tangible como si pudiera tocarlo con las manos.
—Pues este villano estaba dispuesto a darlo todo por ti. Si eso cambió fue solamente por culpa tuya —la acusó de nuevo, apuntándola con su natural ferocidad.
Hinata abrió su boca dispuesta a responder, mas Uchiha prosiguió antes de que sucediera.
—Sabes lo vengativo que soy y eso no se me va a quitar en un par de meses, es algo que tengo tan enraízado en mi ser que nunca podré erradicarlo —dijo su verdad con más rabia que antes, ojos enardecidos mediante—. Si mi rencor ha reflotado es por culpa tuya. ¿O lo vas a negar?
La fémina cerró sus párpados un largo momento y, como si pesaran kilos enteros, los abrió muy lento después.
—No lo niego, justamente por eso acepté mi culpa y te pedí perdón por lo mismo, ¿pero qué más quieres? —espetó hastiada como nunca se le veía—. ¿Tanto te gusta verme sufrir que necesitas hacerme más daño todavía? ¿Cómo crees que me siento yo cuando dices que vas a pedirle matrimonio a Ino? Dimelo, Sasuke —exigió entre dos temblores continuos que se encargaron de sacudirle en primer lugar el cuerpo y en segundo lugar el alma—. No te imaginas cuán hermoso es para una mujer que le pidan eso, que alguien te considere para pasar el resto de tus días a su lado es precioso, que la persona que amas te valore al punto de querer envejecer junto a ti es bellísimo; es algo con lo que soñé desde niña y muy significativo para mí. Yo quería formar una familia contigo, quería tener tus hijos... ¡Pero a ti te importa un rábano! ¡Y te importa un rábano usar a Ino y mentirle asquerosamente con tal de vengarte de mí! ¡Sabes perfectamente que no la amas! —chilló a tal punto que quedó jadeando. Tantas emociones desatándose en ráfaga la hicieron hiperventilar.
Rebuscando en sus recuerdos, Sasuke supo que jamás la había visto así de enrabiada salvo con la muerte de Neji. Evidentemente aquella vez fue peor pues incluso trató de matarlo, pero lo de ahora no se quedaba muy lejos. Estar de ese modo no era propio del carácter de Hinata, lo que consecuentemente lo asombró. Unos minutos atrás fue enérgica, pero sin dejar de ser mediadora y paciente. Ahora, en cambio, toda la frustración acumulada terminó convirtiéndose en una avalancha de recriminación. Al igual que sucedió con él, los pesares forjados por el amor la habían sobrepasado.
La dejó recuperar su ritmo normal de respiración, observándola atentamente en el entretanto. Tal vez se equivocaba, pero por un momento llegó a sentir que Hinata tenía ganas de golpearlo. Dio cuenta, entonces, que su anuncio de querer casarse con Ino fue más lacerante de lo que esperaba...
Se dispuso a mover sus labios sin tener mucha noción de qué palabras saldrían por ellos. Me excedí. No me casaré con Ino. En realidad no quiero perderte. Tres opciones que tal vez podrían arreglar las cosas llegaron a su mente, pero, justo cuando escogería una, Hinata lo interrumpió.
—Si quieres estar con tu aliada de siempre, ¿qué más puedo hacer yo? —preguntó mostrando un claro agotamiento—. Sólo desearte felicidad porque yo también estoy harta de todo —confirmó verbalmente lo que su semblante ya expresaba—. Eso sí, quiero decirte algo importante: si Ino es mucho mejor que yo, créeme que Naruto también es mucho mejor que tú. A diferencia tuya, él nunca me habría hecho daño —espetó con un rencor que no pudo aguantar más. Ella no era vengativa sino un alma caritativa, pero el dolor le fue tan insoportable que necesitó retornárselo. Lo mismo ocurrió cuando Neji falleció y es que Sasuke tenía la exclusiva facultad de poder sacar lo peor de Hinata a flote.
Si segundos atrás hubo alguna posibilidad de arreglo, ésta se esfumó por completo apenas Uzumaki saltó a la palestra. El hijo de Mikoto volvió a contaminarse con el odio vehemente que su archirrival le provocaba, imaginando que lo trozaba con su espada.
—¿Dañan las comparaciones, verdad? —preguntó ella firmemente, sin bajar el tono de confrontación.
Contrario a la reacción que esperaba Hinata, el soldado esbozó una serenidad impropia de la situación. Masajeó el tabique de su nariz mientras la miraba fijamente.
«Entiendo que quieras desquitarte. Yo, mejor que nadie, sé porqué sucede eso. Tampoco pude controlar mis palabras contra ti, aunque me hubiese gustado hacerlo...»
—¿Es placentero devolver el daño, verdad? —En vez de lanzar sus primeros pensamientos, retrucó forjando una media sonrisa de lo más sarcástica.
Hinata apretó su boca al notar que el pelinegro la había puesto en jaque. Suspiró frustración por haberse dejado llevar.
—Pues a mí no me gusta ser así de hiriente. Hasta te pediría una disculpa por lo que dije, pero ya me ha quedado muy claro que tú no perdonas. ¿Qué sentido tiene hacerlo entonces?
—Ninguno. Tal como ningún sentido tiene seguir discutiendo.
El nuevo tono usado por el guerrero, uno menos duro que los anteriores, no fue suficiente como para apaciguar la combustión de emociones que erizaban el alma de la Hyuga. Ella quería seguir la contienda de argumentos, incluso ofenderlo si era necesario, pero no postergaría esto hasta mañana. Uchiha tendría que reconocer que se le había pasado la mano o irse a los brazos de la soldado, cualquiera de las dos opciones le sería válida mientras la lesiva incertidumbre no perdurara.
—Tú iniciaste esto, Sasuke, así que ahora lo terminaremos —exigió con inusual fuerza—. Quiero ver como le pides a Ino ser tu esposa, quiero verlo con mis propios ojos para olvidarme de ti lo antes posible. Me duele demasiado amarte, me quema como no tienes idea, porque si la tuvieras no me habrías dicho tantas cosas feas... —Su voz, como fatigada tras un esfuerzo sobrehumano, emitió un par de gallitos en sus últimas frases.
—Este no es el momento ni el lugar apropiado.
—Si alguna vez me amaste —expresó poniendo en duda que lo haya hecho— díselo de una vez. Así me será más fácil superarte. Lo mejor para sanar las heridas que tengo en el corazón es que termines de matar el amor que todavía siento por ti.
Sasuke entendió que Hyuga, al igual que él, estaba cansada de sufrir. Siendo honesto, lo de pedirle matrimonio a su compañera lo dijo más que todo para vengarse, para darle sufrimiento a su ex-prometida, pero ésta lo sorprendió exigiéndole que hiciese lo que tenía planeado en vez de suplicarle que desistiera. Aquello lo desconcertó en un primer momento, aunque luego, sintiéndose desafiado por el tono de confrontación usado por ella, dejó que su orgullo tomara entera posesión de su ser.
—Muy bien, si eso es lo que quieres eso es lo que haré. Así podrás olvidarme de una vez por todas y correr hacia ese tarado que según tú es mucho mejor que yo —cerró enardeciéndose al pensar en ese maldito. Su semblante mostraba una convicción tremenda respecto a dejarla ir, pero, como solía suceder, lo aparente ocultaba lo íntimo. Hinata, a través de su exigencia, le hizo ver la realidad: no quería perderla por nada del mundo, pero su odio interior, fusionándose con su orgullo, se empeñaron en no dar marcha atrás.
—Yo no quería mencionar a Naruto —explicó aunque ya no fuese necesario—, pero me haces tanto daño que necesitaba sacarlo de mi sistema de algún modo —arguyó para luego forjar una mueca difícil de interpretar—. ¿Y sabes qué más? Eres muy egoísta porque sólo piensas en el dolor que has recibido tú, ¿pero qué hay de mí? ¿Qué hay de mí, Sasuke? —iteró, temblorosa por entera—. Yo también he sufrido muchísimo, yo también lo perdí todo y sólo contaba contigo, el hombre que más me dañó y que a la vez más cosas me ha hecho sentir.
El joven pero avezado militar, conservó el silencio prolongadamente. Como muy pocas veces le sucedía, se había quedado sin respuesta.
—Pero ya se acabó. Una vez que le pidas matrimonio a Ino me perderás para siempre y te juro que nunca me volverás a ver —dijo negando con su cabeza por inercia—. No voy a dejar que me humilles y tampoco permitiré que rebajes algo tan significativo como una boda sólo para satisfacer tus ansias de venganza.
Tan segura por fuera, tan trémula por dentro. Estaba haciendo un gran esfuerzo para no lanzarse a los brazos del hombre que seguía queriendo con locura, pero también tenía que amarse a sí misma. Y si eso significaba perder a quien tenía enfrente, a ese hombre que tanto le importaba, pagaría el precio.
«La dignidad vale más que el amor», se repite constantemente cual frase sagrada.
«Quería darte sufrimiento, quería dura venganza, pero la espada terminó rompiendo la vaina. En vez de verte llorando o suplicándome amor, me exiges que una mi destino al de Ino. No pensé que esto de verdad se terminaría y lo lamento aunque no sea capaz de revelarlo. Lo único bueno de todo esto es que ahora eres una mujer mucho más fuerte, me lo has demostrado con creces»
—Que lo nuestro se acabe de una vez entonces —dijo sin más, en un tono neutro y esbozando un rostro indiferente.
—Que así sea.
«¿Por qué me haces esto, Sasuke? ¿No te das cuenta que te amo, que te necesito como una loca?»
Blancuzcos y negros, puros e impuros, tiernos y agresivos, se enlazaron de un modo férreo que gritaba sufrimiento a partes iguales. Ambos seres eran opuestos, siempre lo fueron, pero, a pesar de sus infinitas diferencias, sus luceros eran espejos que reflejaban el mismo sentimiento: amor. Uno venenoso, tóxico, enfermizo, probablemente irrealizable, tal vez sadomasoquista, pero amor a fin de cuentas. Esa era la clave de todo: en el fondo se amaban tanto que cada choque se amplificaba por mil. Era tremenda e increíble la energética pasión que desataban estando juntos, aunque esta vez desfogándose para mal. El problema del amor radicaba ahí: era capaz de asociarse con la dulzura más cariñosa como también con el orgullo herido. A partir de entonces viajar hacia el odio era sumamente fácil, pues, por lo general, quien mucho ama también puede odiar mucho.
No pasó demasiado tiempo cuando, a lo lejos, se escuchó una cabalgata lenta que venía por los pastizales que se extendían por delante de la loma. Sasuke no logró ver a su compañera, a diferencia de Hinata quien la vislumbró incluso antes de oírla. Sus ojos albinos le vieron un rostro serio, el que solía tener en su faceta de soldado. El silencio, sólo quebrantado por algunos grillos que cantaban alegres por la inminente llegada de la noche, hizo que los cascos de Trébol aumentaran su volumen de modo paulatino. Finalmente, unos cinco minutos después, Ino llegó junto a ellos. Sin desmontar intentó informar algo, pero «chicos» fue lo único que alcanzó a decir antes de ser interrumpida.
—Dile lo que quieres decirle, Sasuke —exhortó Hinata con una vehemencia que sorprendió a la rubia, obligándola a parpadear dos veces rápidamente.
El joven general reprimió un suspiro y lanzó su mirada al horizonte de maleza. Mientras Yamanaka inspeccionaba a su compañero con extrañeza, él se tomó varios segundos antes de dar rienda suelta a su lengua.
—Ino —dijo clavándole los ojos—, sé que no es el momento adecuado ni el lugar propicio, pero tengo que decirte algo muy importante.
«¿De verdad lo harás, Sasuke? ¿De verdad no darás marcha atrás? Si tan sólo dejaras tu rencor atrás me olvidaría de todo y me arrojaría a tus brazos como una loca sedienta de ti. No lo hagas o nos condenarás a la infelicidad a los dos, no lo hagas porque sí lo haces me perderás para siempre...»
La soldado volvió su gesto de contrariedad aún más pronunciado. Observó a Hinata nerviosa y tan lívida que, de no conocerla, habría pensado que era hermana de Sai. Confundida, alzó una ceja mientras sus rojizos labios permanecían en una línea recta.
—Pues te oigo, Sasuke. ¿Qué quieres decirme?
Vas cabalgando hacia tu destino mucho más lento de lo que te gustaría. Tu mano izquierda se posa en tus costillas del lado contrario, sin saber todavía si tienes rota una, dos, o tres. Tu respiración es dificultosa, pero sabes que los huesos no se desviaron hasta el punto de perforarte el pulmón o ya estarías muerto. Maldices a Deidara y a su martillo meteoro, arma maldita que estuvo a un tris de matarte, pero por suerte el golpe llegó disminuido al bloquear el impulso de su cadena con tu espada. Aun así te arde como fuego del infierno.
Mientras aprietas los dientes para soportar el punzante dolor, te das cuenta que por fin llegas a tu infame destino: La Fosa. Haciendo un esfuerzo te bajas de tu corcel y lo atas al palo medio desgastado que cumple la función de amarradero. Te quitas la mano de la zona magullada, aunque hacerlo te conmina a pensar que tus costillas terminarán deslizándose hacia el hígado o el páncreas. No obstante, eres Gaara de la arena y tienes terminantemente prohibido mostrar debilidad o dolor. Por eso yergues tu espalda y caminas invocando tu aire soberbio de siempre.
A lo lejos, en el horizonte, ves una serranía de mediana altura. A lo cerca, por delante tuyo, ves un camino recto de tierra ocre y árida que va entremetiéndose entre dos laderas. Era un hondón que se iba haciendo más y más profundo a medida que se avanzaba por él.
No tardas en ver gente transitando por el camino, mujeres en su mayoría. De seguro se trataba de familiares de los leprosos, ya que llevan canastas con comida, mantas para el frío, ropa para el invierno; suministros en resumidas cuentas.
Prosigues tu marcha sintiendo que este sendero está poniendo a prueba tu paciencia: es mucho más largo de lo que te gustaría. Las personas que estaban atentas a su entorno te reconocieron rápidamente, abriéndote paso con dosis de miedo pintando sus rostros. La voz se corre como suelen hacerlo los rumores: a velocidad de relámpago. «Es Gaara de la arena», «sigue vivo», «es intimidante», logras escuchar algunos tímidos susurros.
Sigues rebasando a quienes se quedaron detenidas y finalmente llegas a la caseta de cinco guardias que custodian la entrada. Los ojos desmesuradamente abiertos al verte, ponen de manifiesto que tu arribo les resulta asombroso.
—Deidara vino hasta aquí trayendo a una chica llamada Temari. Vengo a sacarla —anuncias con tu voz oscura de siempre. Tuviste que hacer un esfuerzo para no delatar el calvario que martillaba tu costillaje.
Los cinco centinelas parpadearon entre sí, consultándose sólo empleando la mirada. El de mayor antigüedad en el servicio tendría que tomar la palabra, aunque presientes que intentará tener el mayor tacto posible. Tú eres de esos hombres a los que no se les puede dar negativas o peligrosas consecuencias pueden aflorar.
—Mi general —dijo haciendo uso del saludo militar—, tenemos órdenes estrictas del rey de prohibir que alguien salga de aquí. Por el bien de la nación todos los leprosos están en cuarentena eterna o podrían propagar una epidemia.
—La chica que busco no tiene lepra. —Te das el tiempo de dar una explicación porque no se te antoja entrar en combate teniendo las costillas fracturadas—. Fue arrojada aquí injustamente.
Los hombres volvieron a verse entre sí. El mismo de antes volvió a tomar la palabra.
—Aunque estuviese sana al llegar, es seguro que ya está contagiada. Además, una vez que alguien entra aquí ya no puede salir. Esa es la ley, mi general.
Reconoces que el tipo que tienes enfrente tiene los pantalones bien puestos. La voz no le tirita y su semblante luce seguro pese a darte una negativa. De ser otra ocasión lo habrías invitado a servir en tu legión.
—Pues mi ley dice que si no me abren el paso, ustedes cinco muy pronto serán cadáveres. —Para dejarlo todavía más claro, desenvainas tu espada lentamente—. Contaré hasta cinco —adviertes con tu peor cara asesina—. Uno...
Ves como el quinteto pierde su compostura militar, intercambiando nerviosas miradas que no se esmeraron en ocultar. Aquello te gusta, pues, aunque ya no eres el demonio de antes, causar miedo es un arma que todavía disfrutas usar.
—Perdónenos, señor, sólo tratamos de cumplir bien nuestro trabajo —dijo inclinando su cabeza humildemente a sabiendas que utilizar otro modo podría costarle la vida—. Si desea entrar, hágalo; nosotros no somos capaces de detener a un guerrero de élite, pero, con su debido permiso, le diré esto por su propio bien: si entra es muy probable que termine contagiándose.
—A los demonios no nos afecta ninguna peste de mierda. Ahora quítense de una vez antes de que se me acabe la poca paciencia con la que nací. Sus cabezas ya estarían decorando el piso si fuese el mismo de antes.
Los soldados, ya completamente diligentes, te abren el cerco y te dejan el paso libre haciéndose a un lado. Entonces caminas a la vez que sientes una nueva punzada en tu zona costillar derecha. Quieres decir un improperio entredientes, pero te aguantas «a lo macho».
Rápidamente desaparece el declive de la senda, volviéndose el suelo horizontal del todo. Estás en el borde del hondón y entonces el panorama de La Fosa se te abre por delante claramente. Tus ojos enfocan un valle de tierra que era incluso más árida y más pálida que la del sendero. No hay rastros mínimos de vegetación, lo cual te recuerda al desierto que rodea tu aldea natal. Al fondo, a unos veinticinco metros, se ven varias grutas que se introducen en la sierra. Curiosamente ningún apestado se ve al aire libre... ¿Pero por que se escondían? De la lepra sólo sabes lo básico, pero supones que la luz del astro rey causa un profundo dolor en la carne abierta.
De pronto tragas saliva al imaginarte a Temari deformada, sintiendo un retortijón en el centro de tu pecho. Ignoras lo anterior y te dispones a clamar el nombre de tu hermana, pero el solo hecho de intentarlo te sentaría como un golpe directo a las costillas. Parecía que no, pero un grito fuerte requería más esfuerzo pulmonar del que pensabas. De todos modos colocaste tus manos a un costado de tu boca a fin de amplificar la voz.
—¡Temari, vine a buscarte! —resonó tu grave voz, la cual produjo ecos a través de las paredes de la cóncava serranía—. ¡Soy yo, Gaara!
Tu aguzado oído te permite escuchar movimientos dentro de las cuevas, pero pasan muchos segundos y nadie responde a tu llamado. ¿Por qué?
Una retahíla de elucubraciones llegan para responderte, pero la peor de todas es la que termina dominándote: el rostro de tu hermana ya es un residuo de lo que era y por eso no quiere mostrarse ante ti. Normal; en su caso tú harías lo mismo.
Te pones a pensar detenidamente. La gente a tus espaldas, específicamente en el portón de entrada, cuchichean como si tuviesen miedo de que los escucharas. Ignoras el murmullo y piensas exclusivamente en Temari. Si ya tiene la lepra no tiene sentido tratar de rescatarla, sólo herirías su orgullo en vano y tú te contagiarías de una enfermedad incurable que deformaría tu cara al extremo de hacerla irreconocible.
Lo lamentas, pero has hecho lo humanamente posible para salvarla. Es imposible entrar a las cavernas porque corres el riesgo de enfermar tú también. Si se tratara de cualquier otra afección no lo dudarías, pero contraer la lepra, sentir paulatinamente como la cara se te va cayendo a tiras, se te haría insoportable.
Giras sobre tus talones y entonces el silencio del vulgo presente se hace absoluto. Desvían sus miradas temerosamente mientras las observas. Vuelves a fijarte que de sus brazos colgaban canastos con comida y enseres que, para sus familiares y amigos, debían hacer más llevadera la estancia en La Fosa. A pesar de que los contagiados eran socialmente marginados, la gente que los quería no los abandonaba. Seguían trayendo, seguramente de un modo constante, aquello que les permitía que sus horripilantes existencias no fuesen tan miserables.
Aprietas el puño fuertemente cuando esa última palabra rebota en las paredes de tu mente. ¿Quién era el miserable realmente? ¿Un enfermo de lepra o un hombre capaz de abandonar a su propia hermana cuando ella más lo necesitaba?
En cuanto obtuviste la respuesta miras de soslayo hacia el eriazo valle. Si habías llegado hasta acá, ¿por qué desperdiciar el viaje? ¿Por qué no darle a Temari los cuidados que le urgían? Ni siquiera necesitas tocarla, simplemente convencerla de que se aisle en un lugar más apropiado y cómodo. Nada mejor que el hogar para morir en paz. Ella se lo merecía y aún más después de exponer su vida para tratar de vengarte.
Si ella demostró quererte mucho más de lo que creías... ¿Por qué no puedes devolverle el mismo afecto entonces?
—Esta Temari me está volviendo imbécil —comentaste para terminar gruñendo—. Muchas veces oí que los sentimientos volvían tontas a las personas... Parece que es cierto.
Resignándote, abandonas el soslayo girándote completamente. Al tiempo que lo haces te preguntas cómo se contagia realmente la lepra. ¿Es sólo a través de contacto físico o puede esparcirse por el aire? Dudas de nuevo, reflotando el temor natural a infectarte. No quieres terminar con un rostro horrendo; sólo un demente podría desear algo así. No obstante, ¿qué clase de hermano serías si te rindieras ahora? ¿Merecerías recibir esa palabra que tanto significado tenía?
Sin querer hundirte en renovadas dudas, te convences de que no tocarla será suficiente para no contagiarte. Más bien dicho ansías que eso sea suficiente.
Caminas hasta quedar a unos seis metros del inicio de las cuevas. Desde ahí atisbaste algunos ojos curiosos que al verte se retraen velozmente hacia el fondo, temerosos de que los escrutes, avergonzados, quizá, de seguir vivos portando faces tremebundas.
Respiras profundo. Luego, hablas al tono más alto que tu condición actual te permite sin que sientas dolor.
—Temari, escúchame atentamente: soy Gaara, estoy vivo todavía y vengo a sacarte de aquí. No me obligues a entrar para buscarte.
Pese a tu insistencia no hubo respuesta.
—Muy bien: si quieres que me contagie de lepra para sacarte de aquí, lo voy a hacer.
No es una amenaza; es una advertencia, pues la cumples enseguida. Caminas hacia la oscura entrada que apenas dejaba mirar, esperando que la diosa fortuna te prestara ambas manos, sus brazos e incluso sus pies.
De pronto, cuando ya estabas a mitad de camino, escuchas una voz femenina que te era inconfundible.
—No avances más o te contagiarás —la escuchaste preocupada—. Me alegra mucho ver que sigues vivo y que has venido por mí, con eso me basta para estar bien.
—¿Ya tienes los síntomas? —Fuiste directo al meollo queriendo ahorrarte patéticos sentimentalismos, aunque, eso sí, no pudiste evitar cierto temblor en tu voz al imaginar una contestación afirmativa.
—No es necesario que lo sepas.
—Déjame verte.
—¿Qué pasó con Deidara? —Eludió con una pregunta.
Tus dientes se apretaron apenas recordaste a ese demente. Tu gran orgullo no te permitiría detallar que debiste suspender el duelo porque el artista tenía mayores probabilidades de ganarlo. Él quedó con un hombro perforado, pero la desventaja de un brazo inutilizado se compensaba de sobra con las costillas rotas que ralentizaban tu movilidad.
—Te fui a buscar a su mansión apenas recordé las últimas palabras que me dijiste. Nos herimos el uno al otro, casi nos matamos mutuamente, pero me retiré porque si caía nunca podría sacarte de aquí. Y como Deidara quiere lucir su arte matándome con espectadores presentes, no tuvo reparos en postergar la lucha. —Ocultaste una señal de frustración convirtiéndola en desprecio—. Aun así, la próxima vez nada lo salvará —puntualizaste cerrando un puño.
—¿Estás bien? —preguntó evidentemente preocupada—. Tu voz sale más baja de lo normal.
De ser el antiguo Gaara le habrías mentido, pero ser sincero era uno de los principales cambios que deseabas implementar con tu hermana.
—Me duelen mucho las costillas, estoy seguro de que tengo dos rotas por lo menos.
Ella musita tu nombre, afligida.
—Así que no me hagas hablar de más, cada vez que lo hago siento aguijones pinchándome.
—No te preocupes por mí, yo ya estoy perdida. Ve con algún médico enseguida.
—Te voy a sacar de aquí aunque tenga que arrastrarte del pelo —advertiste amenazante. Sin embargo, al darte cuenta de que sonaste más agresivo de lo conveniente, quieres explayarte en un tono más conciliador. De lo contrario Temari, sintiéndose desafiada, intentaría llevarte la contraria ahincadamente. La conoces demasiado bien—. Te explicaré la razón: casi morir en altamar me ha hecho darme cuenta de todo lo mal que me comporté contigo y con Kankuro. Él ya no está, pero tú sí y quiero resarcirme por el daño que te he hecho.
—No tienes nada que resarcir, Gaara. Entiendo por todo lo que tuviste pasar desde niño, así que puedes irte en paz. Te lo digo de verdad.
—Aunque me lo repitas un millón de veces no cederé. Tengo una enorme deuda que saldar contigo, así que vendrás conmigo por las buenas o por las malas.
—¿Quieres tener la lepra también?
—Traje una larga capa para envolverte entera. Y como puedes ver ando con guantes, un turbante, una capucha y una bufanda que me servirá para cubrirme el rostro hasta los ojos. Infectarme es imposible —aseguraste mostrando plena confianza en ello. Las dudas anteriores se te desvanecieron, o, por lo menos, pretendías con todas tus fuerzas que así fuera—. Sólo quiero que estés en el lugar que te corresponde, tu casa. Allí estarás mucho más cómoda.
—No puedo, ya estoy desfigurada. —A su afirmación, te das cuenta que su voz se rasga aunque no quiera.
—No me importa el aspecto que tengas, sigues siendo mi hermana.
—Ni siquiera yo sería capaz de verme en un espejo. No podría.
—Si es necesario romperé todos los espejos del reino.
—Aun así no quiero que me veas así. ¡No quiero! —explotó sin poder evitarlo—. Entiéndelo por favor. Mi cara se está cayendo a pedazos, incluso sonreír me provoca un dolor horrible —lamentó chillando, quebrándosele el temple de siempre—. Y la piel en el resto de mi cuerpo también empieza a lacerarse.
—Temari..., estar aquí es como ser enterrada viva —dijiste tras ingerir saliva, sufriendo por tu hermana y maldiciendo a Deidara. —Si pudiera cambiar lugar contigo, créeme que lo haría.
—Te creo porque siempre supe que un día reaccionarías, siempre supe que tenías bondad en tu alma. Ver que estaba en lo cierto me basta para estar conforme.
—Pero abandonarte aquí nunca me dejará conforme a mí. Temari —le das un tono más grave a su nombre—, te exijo que no me hagas hablar más. Incluso el simple hecho de respirar ya se me hace difícil.
Silencio por incontables segundos.
—Pero Gaara..., entiende que puedo contagiarte. ¿No te das cuenta de que yo no quiero eso para mi hermano?
—No me acercaré a ti durante todo el trayecto, te lo prometo.
Una nueva mudez se hizo presente, aunque esta vez fue quebrantada por varios susurros que provenían desde el interior de las cuevas. Tratas de aguzar al máximo tu oído; en un principio sólo escuchas murmullos incomprensibles, pero una voz de mujer anciana sí se te hizo audible. Luego arribaron más. «No lo pienses más, vete con tu hermano». «Sale de aquí porque cualquier lugar es el paraíso comparado con este». «Tú sí tienes la posibilidad de irte, aprovéchala por favor». Eran el resto de leprosos que, desde el fondo, la aconsejaban cariñosamente.
Muchos asociaban a la lepra con un castigo divino, pero, al escuchar a esa gente, comienzas a preguntarte por qué algún dios querría condenar a personas que parecían tan amables.
—Está bien, Gaara, me iré contigo —acepta por fin tu única hermana—. Sólo dame un poco de tiempo para embozar bien mi rostro y ponerme, además, una especie de velo que hice por mi cuenta. Así sólo podrás verme los ojos; no quiero mostrarte cuán desfigurada estoy.
—Si eso es lo que quieres, adelante —dijiste comprensivo como jamás lo eras, dado que ella se merecía eso y mucho más.
No hubo más plática. A pesar de oír que no podrías mirarle la cara, sostuviste una ansiedad que ni los feroces combates contra Deidara te causaron. Te ajustas más la bufanda y la despliegas hacia arriba para cubrirte la boca y la nariz. Aseguras el nudo del turbante que llevas en la cabeza y te sacas la capa que pronto le entregarás a tu hermana. A pesar de todas tus precauciones sigues temiendo el hecho de contagiarte, pero no darás marcha atrás. No después de aceptar, por fin, que Temari es parte de tu sangre y que la amas por ello.
De pronto tus cavilaciones se interrumpen al verla emerger desde la gruta. Aparece tal como te lo dijo antes: cubierta de pies a cabeza igual que una musulmana. La única diferencia radicaba en que el traje de Temari había sido confeccionado de una manera evidentemente improvisada.
Avanza hacia ti a paso moderado y tú la esperas pacientemente. Se detiene a unos siete metros de ti, siéndote imposible leer el tono de su mirada verdinegra. Por un momento te sientes desbordado por las emociones y deseas darle un abrazo sin importar nada más. Al diablo el contagio y las eternas cuarentenas, sólo quieres hacerle saber cuánto te alegrabas de verla con vida todavía, demostrarle que estar tan cerca de la muerte te había transformado en un hombre nuevo.
Como si se independizara de tu cerebro, uno de tus pies te traiciona y da un paso hacia delante. ¿Así sucedía cuando te dejabas llevar por el corazón en vez de la razón? Como si tu otro pie quisiera darte una respuesta, avanza al igual que antes lo hizo su homólogo.
Sí, necesitas hacerle ver que te arrepentías de tu crueldad para con ella... ¿Pero tan grande es tu deseo que incluso piensas estrecharla entre tus brazos? Al parecer sí, porque das nuevos pasos hacia ella sin importar nada más.
Temari, sin embargo, te formula una pregunta antes de que prosigas. La distancia aún sigue siendo considerable.
—¿De verdad quieres acercarte a mí y llevarme a casa? —Su tono desataba incredulidad.
Y antes de que puedas contestarle te detiene poniendo una mano en su improvisado velo, el cual empieza a quitarse. Notas que su cabello ha perdido algo de color, luciendo, asimismo, más reseco y exánime. ¿La lepra también afectaba al pelo? ¿O era un efecto colateral producido por el estrés? No lo sabes y tampoco tienes tiempo de pensarlo: tu hermana comienza a sacarse lentamente la tela burdeos que le cubre la boca.
Tus ojos deciden mantenerse tan firmes como siempre, pero, cuando Temari finaliza su acción, un expresivo horror poseyó tu semblante por entero. Los mismos pasos inconscientes que diste para avanzar, ahora los diste para retroceder. Y si no fueras un soldado entrenado que ya ha visto un sinfín de cadáveres degollados, decapitados, destripados o mutilados, habrías desviado la mirada siendo inundado por algo muy parecido al pánico.
La cara de tu querida hermana, antaño preciosa y llena de jovial lozanía, ahora lucía macilentos pedazos de carne. Unos colgaban como tiras, otros se abrían sanguinolentos como pulpa molida. A pesar del poco tiempo que había pasado desde el contagio, Temari apenas era reconocible. Más que una persona, parecía un monstruo sacado de una horripilante pesadilla. Sus llagas eran tan profundas que reconstruir su faz sería imposible hasta para el mejor cirujano plástico del siglo veintiuno.
—¿Todavía deseas acercarte a mí? ¿Todavía quieres llevar a este engendro deforme a casa?
—No puede ser... —musitaste, anonadado—. ¡No puede ser!
Gaara despertó irguiendo su espalda en la cama. Su respiración era agitada y su frente estaba sudorosa. Se tomó unos segundos para normalizar el resuello que padecía y pasarse el antebrazo por la zona que sentía más transpirada, su frente. Cumplido esto, estiró su mano con cuidado a fin de alcanzar la cortina y la desplazó a fin de ubicarse en el tiempo mirando a través de la ventana. En primer lugar pensó que ya había amanecido, pero lo cierto era que la noche recién llevaba poco más de una hora.
A pesar de que lo anterior fue una pesadilla, no se trataba sólo de una simple fantasía creada por su imaginación, sino más bien un recuerdo de lo sucedido un mes atrás cuando partió en búsqueda de su hermana mayor. Todo había pasado tal cual, de hecho la única diferencia entre lo onírico y lo verdadero estuvo en el espantoso final. Afortunadamente, en la vida real Temari todavía no presentaba señales de la enfermedad, aunque la autosugestión la llevó a pensar, en repetidas ocasiones, que ya tenía úlceras faciales. Esto, afortunadamente, no pasaba más allá de ser una impresión errónea. Sin embargo, aquello no aseguraba su bienestar, pues los síntomas de la lepra podían aparecer incluso varios meses después.
Se tanteó suavemente la zona costillar, notando que el horrible dolor de un principio iba esfumándose a través de los días. Después de todo ya había pasado un mes desde la lesión provocada por Deidara. Aunque ese maldito bastardo no consiguió matarlo, sí lo sacó de la insurrección por todo el tiempo que le tomara a sus huesos recomponerse. Y ello implicaba un par de meses a lo menos.
—Maldito remedo de artista... La próxima vez te acabaré aunque deba sacrificarme para lograrlo... —refunfuñó imaginando que tarde o temprano se daría la tercera y definitiva batalla.
Queriendo orinar, se vio obligado a levantarse de un modo muy lento. Así eran todos sus movimientos actualmente: empleando una parsimonia digna de una tortuga.
Abrió la puerta del baño que estaba en su habitación y dio rienda suelta a su vejiga. Luego se lavó las manos y decidió ir a ver a Temari unos segundos para verificar que estuviese durmiendo bien. Con ese fijo propósito en mente salió de su aposento y avanzó por el estrecho pasillo que llevaba hacia su hermana. En cuanto se detuvo frente a la puerta, se dio un profundo respiro y se masajeó la frente unos segundos antes de entreabrirla. Al hacerlo comprobó que allí estaba su pariente, cubierta hasta el cuello por las colchas. Suspiró aliviado entonces. No sabía por qué, pero, además de la pesadilla recién ocurrida esta noche, también había tenido otras en que Temari aparecía colgada desde el techo con una soga. Tratándose de ella un suicidio era improbable, pero la sola posibilidad le aterraba. No deseaba perder al único ser querido que le quedaba, no cuando tenía muchas cuentas afectivas que saldarle.
—Ojalá no tengas la lepra... —musitó ansiando que así fuese, aunque también necesitaba estar preparado para lo peor.
Desde su posición no alcanzaba a observarle el rostro, pero tampoco quiso ingresar para satisfacer su curiosidad. Ello se debía a que Temari le puso una sola condición para permanecer en este sitio: que respetara su cuarentena, pues lo que menos deseaba era contagiarlo.
Volvió a cerrar la puerta y, dispuesto a comerse alguna fruta antes de volver al lecho, tomó el pasillo que dirigía hacia la cocina. Justo en el desvío que también podía llevar hacia la sala de estar, vio, de reojo y entre penumbras, a una desvelada Matsuri mirando por la amplia ventana.
Se detuvo a verla pensando una vez más en lo extraña que le resultaba esa mujer que, gracias a sus conocimientos de enfermería, había resultado muy útil cuidándole sus fracturadas costillas.
De pronto, la escrutó con más atención al darse cuenta de que estaba con bata de dormir en vez de sus anchos vestidos de siempre. Por inercia su mirada bajó hacia sus glúteos esperando descubrir si estaba bien dotada en tal aspecto, pero la soltura de la prenda le impidió su propósito. Aun así, era evidente que esa fémina comenzaba a llamarle la atención más allá de su rara personalidad. Por esto decidió entablarle una conversación que no consistiera en sus habituales monosílabos, bisílabos o trisílabos.
—¿Qué haces levantada a esta hora? —preguntó él sin aviso previo. Al parecer la castaña estaba muy distraída, ya que su honda voz la había sorprendido de lleno. Dio un notable respingo por eso—. ¿Sueles sufrir de insomnio como yo? —añadió en cuanto ella se dio vuelta para mirarlo.
—Oh, señor Gaara, ¿despertó porqué le volvieron a doler sus heridas? —indagó con una preocupación que Gaara no alcanzaba a entender. Esa mujer exhalaba una especie de devoción hacia él que le resultaba inentendible.
—No —añadió un movimiento de cabeza—. Yo suelo desvelarme desde niño —explicó mientras se le acercaba. A medida que lo hacía vio que ella había dejado una taza humeante en el alféizar—. ¿Tú también padeces lo mismo?
—N-no es algo común en mí, pero hoy ando insomne por alguna razón —tartamudeó al sentirse un poco nerviosa. Era inevitable experimentar eso cada vez que Gaara se le aproximaba más de lo normal—. Como no podía dormir me hice un té de manzanilla, desde chiquita me ha servido para relajarme —contó con una expresión avergonzada, pues, aunque Gaara le había dado permiso para hacerse infusiones y comidas a su entero gusto, seguía considerando que tal vez abusaba de su confianza.
Él se posicionó a su lado, cruzó sus brazos sobre el pecho como acostumbraba y enfocó su vista en las afueras. A unos trece metros, enfrente de la cerca de madera pintada de blanco, hacían guardia los soldados más leales de su legión. Era un resguardo necesario, pues Danzo ya estaba enterado de que seguía con vida. A fin de ganar tiempo le había enviado una carta diciéndole que necesitaba sanar unas costillas rotas y que apenas estuviera disponible entraría a combatir contra la rebelión de Uchiha Sasuke. Sin embargo, el monarca no tenía un pelo de tonto, de modo que, como precaución, podría enviarlo a matar ante la posibilidad de que se aliara con el pelinegro.
—Por cierto —dijo Matsuri, preparándose a romper el mutismo comunicando algo muy importante—, lady Temari todavía no presenta los síntomas de la lepra. Yo creo firmemente que no alcanzó a contagiarse porque, según me contó, los contagiados se portaron muy bien con ella. No se le acercaron en ningún momento.
—Ojalá esté sana. —Su intención era hablar más de lo acostumbrado, mas no iba a ser algo fácil. Siempre fue un hombre parco y de pocas palabras.
—¿Quiere que le cambie las vendas? —preguntó con un rubor coloreando su rostro, mismo que la oscuridad nocturna ocultó parcialmente. A pesar de que Gaara tenía un moretón enorme en la zona de su lesión, no podía evitar la admiración que su trabajado y varonil cuerpo le provocaba. No sabía cuánto tiempo más podría usar la excusa de vendarlo para deleitar su vista, dado que su mejoría avanzaba a grandes pasos. Por eso deseaba aprovechar cada día antes de que se restableciera completamente.
Ignorando la pregunta anterior, el retoño de la arena le clavó su aturquesada mirada. Ésta poseía un claro matiz interrogativo.
—Desde que nos conocimos has sido muy atenta conmigo. —A lo dicho por él, Matsuri sintió que sus mejillas ya no sólo se pintaban de carmín, sino que además se incineraban por el exceso de calor. ¿Se habría dado cuenta, por fin, de lo que sentía por él? No iba a ser capaz de mirarlo a la cara si así era, por lo tanto sus pupilas bajaron en dirección al piso mientras se mordía la uña del pulgar izquierdo—. De hecho, tú eres la primera mujer que no me ve como un demonio. ¿Por qué?
La castaña, presintiendo que arribaría una plática que podía ser clave, ingirió saliva antes de responder. Por suerte su acto no generó ningún sonido al pasar por su garganta o le habría dado aún más vergüenza.
—Porque nunca he creído que usted sea un demonio.
—¿Lo dices en serio? —cuestionó incrédulamente.
—En serio —confirmó sin dudarlo, alzando su negra mirada—. Dicen que su honorable madre era una persona muy buena, por eso no creo que hubiese dado a luz a un demonio.
Él nunca conoció a quien le dio la vida porque había muerto durante el parto, pero sí oyó muchas veces que destacaba por ser una mujer llena de bonhomía. ¿Cuán diferente pudo ser su vida de tenerla a su lado?
—Me sigue pareciendo extraño que nunca me hayas tenido miedo. ¿Por qué? —volvió a insistir.
Matsuri tenía noción de que Gaara apenas le sacaba poco más de un año, pero ahora mismo se sintió como una niña pequeña e inexperta ante él. No es que fuese una chica tímida, se consideraba de carácter fuerte inclusive, pero aquello se desvanecía como azúcar en agua ante el hombre que tenía a su lado. Aun así respiró profundo; sabía que tarde o temprano ambos tendrían que hablar respecto a su inusitado comportamiento.
—Seguramente no lo recuerda porque yo soy sólo una chica del montón, una simple anónima, pero usted hizo algo demasiado valioso por mí hace casi cinco años —dijo con una voz más firme de lo que ella esperaba. Sí, podía enfrentar este momento como toda una adulta y por eso decidió mantenerle la mirada, para que él pudiera ver la honestidad que sus brillantes ojos azabaches portaban—. Y cuando éramos niños pequeños también me ayudó. Sé que para usted ambas ocasiones no significaron nada, pero yo siempre le estaré muy agradecida.
Gaara comprimió el entrecejo, notablemente contrariado. ¿Él la había ayudado y además en dos ocasiones? Ni siquiera recordaba haberla visto alguna vez. Es más: ni siquiera recordaba haber ayudado a alguien.
—Cuéntame entonces. Quiero saber a qué te refieres.
Matsuri, conmovida por los recuerdos que la asaltaban, comenzaría a relatar el motivo de su particular devoción...
Sasuke se disponía a cumplir su ya irretractable venganza, esa que de concretarse le provocaría dolor a la Hyuga y dolor a él. Sin embargo, en lo más hondo de su alma deseaba que su compañera de mil batallas rechazara su propuesta nupcial, que le dijera «No te amo» para que el asunto quedara zanjado definitivamente.
¿Pero por qué no cortar el tema antes de iniciarlo? ¿Por qué no simplemente retractarse?
Justo cuando le diría a Ino cualquier otra cosa, su demonio interno, disfrazándose de cordial consejero, haría un último esfuerzo para convencerlo de que su aliada le daba más posibilidades de ser feliz, susurrarle que el amor tan apasionado que sentía por Hinata tenía fecha de vencimiento. A toda costa tenía que separarlo de esa mujer tan compasiva, pues era la única que podía exterminar su crueldad de raíz. En cambio la blonda era menos peligrosa; ella no podría hacer que Sasuke se redimiera.
»Tarde o temprano lo que sientes por Hinata se acabará por culpa de ese pasado sangriento que los unió. De hecho, el amor de por sí es finito en la gran mayoría de casos, imagínate en una situación tan compleja como la de ustedes. Por otro lado el sentimiento que te une a Ino es indisoluble, de eso puedes estar seguro. No la amas, seguramente ella tampoco a ti, pero, mientras buscaban a Hinata, la relación avanzó en un mes lo que no pudo avanzar en años. ¿Por qué no podría prosperar más todavía?
Volvió a dudar, aunque decantándose, paulatinamente, hacia Ino como eterna compañera de vida. Maldito diablo de venganza que se aferraba a su ser con garras y colmillos. Se preparó a mover sus labios, pero justó entonces algo se clavó en su mente como una estaca.
«Si le pides matrimonio me perderás para siempre y te juro que nunca volverás a verme»
El sufrimiento que le produjo recordar esa frase le impidió lanzar la proposición, conservando un silencio que a Hinata le pareció torturador.
»Qué manera de complicarte la vida. Pídele matrimonio a Ino y deja que Hinata se largue de una vez. Tú le haces demasiado daño. Ella mismo te lo ha dicho.
»Cállate.
Como el misterioso mutismo perduraba, Ino decidió tomar la palabra al no atisbar la real trascendencia de lo que estaba en juego. Antes que saciar su curiosidad prefirió tratar de distender la pesada tirantez que percibía atestando el aire. Casi podía ver a las energías negativas que fluían por doquier.
—Eh, ustedes dos andan muy raros... ¿Qué onda? —preguntó muy extrañada, en su frente colándose una arruga por tal sensación—. Por si acaso les recuerdo que tendrán todo un mes para arreglarse, así que a mí no me metan en sus peleas de casados —advirtió medio en serio, medio en broma. Y antes de recibir alguna réplica continuó con un anuncio—. En fin, yo venía a informarles que este lugar está infestado de serpientes.
—¿Serpientes venenosas? —repitió Hinata con sorpresa, olvidándose momentáneamente de todo lo demás.
—Es muy probable —confirmó al tiempo que reacomodaba su rojizo pasador de pelo—. Aunque no vi ninguna, encontré huellas y caca fresca por todas partes. Y como este lugar tiene maleza tupida podrían colarse fácilmente.
Uchiha supo, quizás por primera vez, que la buena suerte sí existía. Había sido salvado por la campana en el momento más conveniente, puesto que no deseaba perdirle matrimonio a Ino mientras su mente era hostigada por voces bipolares dignas de un enajenado. Antes que todo necesitaba poner orden a su caos y reflexionar profundamente una serie de cosas fundamentales. Entre todas ellas destacaba que Hinata, a través de sus palabras tan sentidas, le hizo ver que un casamiento no debía ser menospreciado y que tampoco era un juego de venganza. Al contrario, debía pensarse y repensarse por la suma relevancia que en realidad tenía.
En honor a la verdad, atar el resto de su vida a su compañera de armas no le sonaba tan tentador como hacerlo con Hyuga Hinata. Y, yendo más allá de lo anterior, en sus sesos aún martillaba la gran resolución que ella exhaló en su amenaza de que la perdería para siempre. No se le antojaba cometer un error del que podría arrepentirse por el resto de sus días. Algo tan serio necesitaba meditarse concienzudamente.
—¿Sasuke? —lo llamó Ino por segunda vez. Al parecer las divagaciones del varón habían tomado más de la cuenta.
—Vámonos de una vez. —El aludido reaccionó dando una rápida orden—. La idea es poder acampar sin tener que vigilar a cada segundo —añadió a su modo marcial. Sin perder tiempo fue hacia el morral que colgaba del costado derecho de Shakma, sacando una antorcha de ahí. La embadurnó con grasa y la prendió enseguida.
Tras veintinueve minutos, ya con las estrellas engalanando el firmamento, llegaron a otro cerro poblado por alerces en vez de pastizales. Esta vez fueron los tres viajantes quienes se dieron el tiempo de inspeccionar los alrededores en silencio, siempre cuidándose de no provocar un incendio por accidente. Al finalizar el registro y ver que no habían amenazas cercanas, volvieron a la cima para establecerse allí. Ino, en tanto lo hacían, retomaría el tema que quedó pendiente. No quiso mencionarlo durante los minutos de trayecto, mas, siendo sincera, la curiosidad conquistó un amplio rincón de su mente.
—Y bien, ¿qué deseabas decirme, Sasuke? —Tras su pregunta, amontonó una frazada que le serviría como asiento.
El Uchiha, ya en total y fría calma, sintió que discutir con Hinata le había servido para sacarse la cólera que llevaba encima, pero, asimismo, debía admitir que se reconcomía por haberle dicho cosas que se pasaron de hirientes. Le echó una mirada a la que llegó a considerar como su musa, esperando a que lo presionara de nuevo empleando la misma rabia impulsiva de antes. Sin embargo, aquello no sucedió; sólo le vio una carita de lo más amargada mientras su mirada lunar se perdía fijamente en uno de los rugosos troncos.
—Te lo diré mañana —le dijo por fin a su socia—. Es un asunto extenso y ahora mismo tengo demasiado sueño —utilizó aquella excusa para evadirse.
Hinata no quería más guerra por el día de hoy, lo cual la orilló a no formular ningún alegato al respecto. A pesar de su impetuosa exigencia inicial, la verdad se sintetizaba en lo siguiente: ver al hombre que amaba pidiéndole matrimonio a Ino terminaría de reventar su corazón. Éste ya estaba hecho pedazos y precisaba algo de tiempo para reconstruirlo. Mañana, tenía la seguridad, aguantaría mejor la proposición de unión eterna. Podría resistir, sin llorar, el ser testigo de aquello que tanto dolor le causaría. Sí, mañana podría tolerar mejor el golpe, pues lo que más deseaba era ser digna y felicitar a los futuros esposos con hidalguía, demostrarle a Sasuke que su sañudo desquite le sería más perjudicial a él que a ella. Hoy, en cambio, presenciar eso significaría no ser capaz de contener por más tiempo la eclosión de lágrimas que se anidaban en sus luceros.
—¿Quieres dejarme en suspenso? —preguntó Ino al no obtener una respuesta satisfactoria. Ello la contrarió por varios segundos, dado que Uchiha no era de esos hombres que dejaban temas pendientes.
—Tómalo así.
—¿Pero no es algo grave, verdad?
—No.
—Bueno, me esperaré hasta mañana entonces —aceptó dando un suspiro con tenor a resignación. Sabía de antemano que Sasuke y Hinata no se reconciliarían enseguida, era iluso pensar lo contrario, pero sospechaba que aquí había un asunto más grave del que supuso en un principio. Sus rostros taciturnos no dejaban lugar a dudas—. Yo haré la guardia nocturna y Hinata me reemplazará si me da sueño. Aprovecha de dormir todo lo que puedas, lo has hecho poco durante este mes.
—Eso haré —concedió enseguida el varón, pues no era mentira que tenía un agotamiento extremo y que, por causa de sus desvelos, le dolía la cabeza también. Asimismo, aprovechó el frío de su palma para calmar el molesto calor que sentía acosando su frente. Terminada su acción afirmó su espalda contra el tronco del árbol más cercano, disponiéndose a dormir sin arreglos previos.
La rubia soldado, entretanto, comenzó a sacarse el calzado mientras su cara empezaba a dibujar una agradecida mueca de alivio.
—Perdonen si sale olor a pata —dijo tan espontánea como siempre—, pero llevo desde el alba sin sacarme los botines y hoy me sudaron mucho los pies —añadió una explicación para después tirar lejos sus calcetines. Luego estiró y encogió sus pequeños dedos exhalando tanta satisfacción que parecía ser la primera vez en su vida que los dejaba libres.
Hinata quedó desorientada en un principio, aunque luego tuvo que hacer un esfuerzo para no reírse, agradeciendo, a su vez, el tener a Ino como compañera de viaje. Su actitud desvergonzada era el complemento perfecto para la tímida personalidad suya y la habitual acritud de Sasuke. Así aceptara la futura propuesta de matrimonio, jamás la culparía por ello y mucho menos la vería como una enemiga. Todo lo contrario: le desearía lo mejor junto a él.
Dispuesta a darle una alegría a sus pies tal como lo hacía Ino, comenzó a desabrocharse sus zapatos. Sin embargo, la blonda le daría un consejo antes.
—Cuando te los saques pone ojo al suelo. En esta zona no hay serpientes, pero pueden haber arañas y alacranes que también son venenosos. Por eso Sasuke duerme con los zapatos puestos. —Indicó al susodicho, quien ya tenía los párpados cerrados—. Sólo los airea un lapso durante la mañana y otro durante la tarde.
Hinata verificó que la militar conocía mejor las costumbres de Sasuke que ella. No en vano los dos habían compartido muchas batallas juntos, aunque igualmente eso le provocó una sensación rara; una en que deseó que ese conocimiento le perteneciera a ella y no a Ino. Desdeñó sus pensamientos a fin de proseguir el tema de los bichos.
—Me fijaré bien entonces, no quiero que algo me pique.
—Orochimaru debió advertirte que existía ese peligro, aunque, pensándolo mejor, nada bueno se puede esperar de él —precisó dando una mueca de reproche como si lo tuviese enfrente. Luego, por inercia, la frase recién dicha la llevó a temer lo peor por unos instantes. Queriendo sacarse la incertidumbre de encima, lanzó una pregunta—. Por cierto..., ¿él o sus hombres no te hicieron cosas malas? Si fue así sabes que cuentas con mi apoyo total. —Sabía que Hinata se veía lozana, pero el sufrimiento interno muchas veces se escondía del resto de personas.
—Lo que me aterraba de Orochimaru era su deseo de implantar mi cabeza en otro cuerpo para hacerme inmortal. —La reacción de la blonda fue separar sus labios notoriamente. Pocas cosas le sorprendían ya, pero el alquimista tenía la virtud de nunca dejar de asombrar—. Pero, más allá de eso, la verdad es que ni sus asistentes ni él me hicieron daño. De todos modos fue muy incómodo. Como prisionera tenía que hacer mis necesidades siempre amarrada a algún árbol y fue un martirio vivir mi menstruación rodeada por una docena de hombres. De todos modos sé que pudo ser mucho peor y debo reconocer que aprendí muchísimo de las lecciones que Orochimaru impartía a sus seguidores.
—Cotorras, hablen más allá —exigió Sasuke, interrumpiéndolas.
Las féminas no esbozaron protestas sólo por consideración a él; enredarse en alegatos podría quitarle el sueño. Se alejaron once metros hacia un pequeño montículo y entonces siguieron hablando por lo bajo de las locuras del alquimista, aunque después, cuando Uchiha pareció haberse quedado dormido por fin, aumentaron un poco el volumen de sus voces y cambiaron el tema.
—¿Y Sasuke duerme a plena intemperie sin siquiera ponerse una frazada? —Que lo dicho fuese apenas audible no impedía captar el explícito reclamo yacente en la pregunta—. Ya estamos en otoño y el frío es notorio.
—Tener una encima le quitaría tiempo de reacción en caso de un ataque sorpresa. Por eso tampoco duerme en sacos de dormir. Es una manía que se le pegó desde que fue perseguido y a estas alturas ya es imposible cambiarlo —lamentó encogiéndose de hombros—. En cambio yo no me hago problemas, prefiero que me maten antes que cagarme del frío. Soy media friolenta además.
—Ya veo... —musitó con cierta aflicción. Quisiera o no, su gran empatía seguía funcionando a pesar del daño que él le había propinado hace poco.
En cuanto la conversación se interrumpió un pequeño lapso, Ino aprovechó de largarse para darle rienda suelta a sus necesidades fisiológicas. «Voy a bajar de peso» le había dicho a Hinata, quien, nada acostumbrada a ese tipo de metáforas, tardó un poquito en entender a qué se refería. En el entretanto, sus luceros blanquinosos se encargaron de vigilar lo circundante, incluyendo a Sasuke. No tuvo dudas de que se veía más bello durmiendo que despierto, ya que ahora mismo no tenía esa cara antipática que solía lucir.
—Si tan sólo no tuvieras tanto odio en tu corazón... —Suspiró anhelando lo imposible.
Unos veinticinco minutos después la rubia soldado se hizo presente, caminando despacio a fin de no pisar alguna rama que pudiese despertar a su superior. Sabía mejor que nadie que si Sasuke ya tenía un carácter difícil de tratar, con sueño era aún peor.
—¿Quieres dormir, Hinata? —preguntó moderando sus decibeles.
—No, para nada —contestó en el mismo tono.
—¿Entonces te enseño a fabricar flechas? Como gasté más de la cuenta contra los hombres de Orochimaru necesito reponerlas.
Los luceros de Hinata brillaron entusiasmo instantáneamente. Estar ocupada le venía excelente.
—Por supuesto, me encantaría aprender.
—Eso es muy bueno. Si realmente quieres ser una gran arquera es imprescindible que sepas hacer tus propias saetas, pues no siempre tendrás una armería disponible.
—Pero como no puedo mover mi brazo derecho quizás haga un mal trabajo...
—Tranquila; sólo te enseñaré el proceso, no tienes que ponerlo en práctica enseguida. —Le guiñó el lucero izquierdo.
—Pero me gustaría ayudarla en algo. Con una mano todavía puedo ser útil.
—En ese caso talla estas varas hasta dejarlas lo más lisas posibles. —Se aproximó a la aljaba que había dejado al lado de una roca y extrajo unas ramas de pino a medio labrar—. Mientras más tersas y redondeadas queden, mejor. Así el aire les genera menos resistencia y eso se traduce en que alcanzan mayor velocidad y distancia.
—Haré lo mejor posible.
Yamanaka le entregó varias varillas a la futura arquera. Ésta puso una sobre sus muslos y dejó las restantes a un lado suyo.
—Luego te enseñaré a hacerles una ranura en un extremo. —Tomó una flecha que ya estaba casi lista, poniéndola delante de los ojos lunares—. Justo aquí —dijo indicando la muesca ya hecha— se insertan las puntas de metal.
—La observaré atentamente.
—Es fácil hacerlas, te acostumbras más pronto de lo que piensas. Por ejemplo yo jamás aprendí a tejer, pero fabricar flechas lo aprendí rapidísimo —contó muy animada.
Tras darle unas cuantas instrucciones más y dar el ejemplo terminando la flecha, Ino le pasó un tallador. Hinata puso su izquierda a la obra, tratando de eliminar todas las aristas que aún sobresalían de la rama. La coronela se abocó a lo mismo, aunque evidentemente sus años de práctica, sumándose a que tenía dos manos disponibles, hizo que le sacara mucha ventaja a su amiga civil.
—Por cierto: ¿qué onda con ustedes dos, Hina? —cuestionó mientras se daba una pausa del trabajo para beber un poco de agua desde su cantimplora—. Sasuke anda de terco, ¿verdad? —añadió al terminar el sorbo.
—Más que de terco, se puso su traje de demonio. Fue muy hiriente conmigo... —A pesar de que ambas susurraban, Ino de todos modos captó que el tono de la Hyuga se apagó aún más.
—Era obvio, está muy dolido contigo. —Dicho esto le ofreció agua a Hinata, quien aceptó gustosamente. Después la cantimplora regresó a su hogar en la mochila—. Dale unos días y verás que recapacitará. Sasuke sería un completo tonto si te dejara ir.
—No lo sé, señorita Ino, la verdad es que yo también estoy muy dolida ahora. Estoy tan triste, decepcionada, desilusionada, que no sé si quiera volver con él.
La soldado cambió su semblante relajado hacia uno más serio. Dio cuenta de que, tal como lo pensó antes, la discusión había sido más grave de lo conveniente.
—No quiero meterme en cosas ajenas, pero sabes que cuentas conmigo. Si quieres contarme algo soy todo oídos —dijo de un modo solemne, aunque unos segundos más tarde su lado bromista quiso salir a flote también—. Puedes llamarme Ino, la diosa de las reconciliaciones —infló pecho con una gran sonrisa traviesa.
Hinata se alegró un poquito inexorablemente. Yamanaka tenía la gran virtud de poder contagiar su habitual entusiasmo.
—¿No es una molestia para usted?
—Al contrario, me encanta el chisme. Sé que te sonará ridículo, pero esa es una de las razones por las que me hice espía. —Se dio un coscorrón a modo de reprimenda.
Hinata asintió con una curva mayor decorando sus labios.
—Entonces se lo diré. —Siguió usando el tallador lenta y mecánicamente mientras se concentraba en cómo iniciar la conversación. Dio cuenta de que era complicado admirar a alguien que podía terminar casándose con el hombre que, para su pesar, todavía amaba. —La verdad es que Sasuke sigue queriendo vengarse de mí.
—Es un bruto salvaje, como todos los hombres en realidad, pero sé que recapacitará.
—Sinceramente no creo que lo haga. Es más: se veía muy decidido a hacer algo que me dañará mucho... —lamentó profundamente.
—Supongo que te dijo que no volverán, que ya no te ama y cosas así.
—Sí, exactamente eso me aseveró. Pero peor fue espetarme que usted era mucho mejor que yo...; me comparó sólo para hacerme daño...
La de coleta miró al durmiente Sasuke, desaprobándolo con una expresiva mueca. Hasta tuvo ganas de buscar un pedruzco y arrojárselo a la cabeza.
—No le hagas caso, lo dice de puro dolido porque sabe que las comparaciones siempre son odiosas. Fugaku, su padre, siempre tuvo preferencia hacia Itachi por ser más disciplinado y perspicaz. Por eso Sasuke sabe muy bien cómo herirte. —De no estar a unos metros le hubiese puesto una mano en el hombro de manera cómplice. Aun así, su mirada celeste exhaló esa cualidad claramente—. A mí también me compararon muchas veces con mis primas resaltando que eran mucho más educadas, sumisas como debe ser una mujer, que ellas eran damas y yo una hombruna, y más blablá de ese tipo, y sí, molesta y duele en un principio, pero cuando te das cuenta de cuán valiosa eres lo que opine el resto da exactamente igual.
—Desearía ser como usted, pero yo siempre tuve problemas de autoestima precisamente porque mi padre me recalcó muchas veces que Hanabi era mejor que yo en todo sentido. Y que Sasuke me dijera algo parecido me hizo mucho mal porque reflotó todos los complejos que acarreo desde mi infancia. Quiera o no, yo sé bien que ni en cien años podría compararme con usted.
—Ni yo en cien años podría compararme contigo. Tú tienes muchas virtudes que yo no —subrayó con una seguridad a toda prueba. Luego se levantó y caminó hasta sentarse justo al lado de su amiga, quedando de piernas extendidas. Puso una flecha a medio hacer sobre sus muslos, aunque todavía no reanudaría la labor de tallarla. Prefirió enfocarse totalmente en Hinata, mirándola profundamente antes de proseguir su parlar. Sin embargo, ella se le adelantó.
—Sé que trata de consolarme, pero existen personas que destacan más que otras porque son especiales y usted es una de ellas. Yo nunca podré estar a su altura, sería tonto negar esa realidad.
—Pues te diré algo que contradice lo que afirmas: en un mes con Sasuke tú lograste lo que yo no pude en ocho años. —Como reacción a lo dicho las pupilas de Hinata se expandieron en exceso—. ¿Qué te dice eso? —continuó para redondear su idea—. Que todos somos especiales a nuestra manera y que la persona que te ame te aceptará tal cual eres. Puedes tener un sinfín de virtudes y defectos, pero siempre serás única para la persona correcta o desdeñable para la persona incorrecta. Eso fue algo que siempre me enseñó mi padre, que en paz descanse —dijo emocionándose mucho al recordarlo. Su celeste mirada esquivó las copas deshojadas por el otoño y se conectó al cielo, imaginando a Inoichi allí con la amplia y bella sonrisa que muchas veces le vio.
—Ojalá yo hubiera tenido un papá como el suyo —dijo varios segundos después, volviéndose emotiva también.
—Gracias. Sé que yo tuve mucha suerte porque padres buenos no hay muchos —sonrió con tremendo orgullo filial. Ambas guardaron un respetuoso silencio por inercia, hasta que Ino decidió continuar la charla—. Y volviendo al tema: como ya sabes yo conozco a Sasuke hace mucho y suelo posicionarme a su favor, pero en esto no puedo darle la razón: hizo muy mal al tratar de rebajarte con una comparación así —sentenció muy segura al tiempo que volvía a echarle una mirada reprobatoria al pelinegro—. Aun así puedo darte el consejo que me sirvió a mí: eres tú quien tiene el poder de superar sus palabras o de dejar que te afecten. Debes ser resiliente y te digo esto porque sé que puedes. No cualquiera tiene la fortaleza para lidiar con un tipo tan oscuro como Sasuke Uchiha y tú has podido hacerlo hasta ahora.
Hinata mantuvo un reflexivo silencio, el que Ino respetó sin darle prisas. De pronto tuvo la curiosa impresión de que era un pichón aprendiendo de un águila a cómo volar más alto. La exhortación de la soldado había funcionado.
—No voy a dejar que me sigan afectando las palabras de Sasuke —afirmó convencida y sintiéndose mejor que antes—, pero de todos modos no quiero seguir luchando para recuperarlo. Es una persona demasiado hiriente cuando se enoja.
—Igual creo que terminarán arreglándose porque ustedes se aman.
—Yo dudo que me ame —enfatizó moviendo la cabeza negativamente—. Y también dudo que esto se arregle.
—Vamos, ustedes no serán la primera pareja que se pelea de día y se ama de noche —dijo de forma traviesa mientras la codeaba con una sonrisa pícara—. Acostúmbrate porque eso te pasará seguido con Sasuke; su carácter peleonero lo traiciona.
—No creo que pueda acostumbrarme a una dinámica de pareja así. A mí no me gusta discutir y menos de formas tan vejatorias; yo prefiero la tranquilidad y Sasuke no puede darme eso.
—¿Entonces crees que ya no hay arreglo entre ustedes? —Parpadeó suma sorpresa tras su pregunta.
—Lamento decirlo, pero creo que sí. —La voz se le perdió al decir lo último; fue como si la entidad intangible llamada «decepción» le hubiera robado las fuerzas. No obstante, hizo un esfuerzo para recobrar las mismas—. Seguramente lo ame todavía, pero algo me ha enseñado todo esto: algunos amores, los que te hacen feliz, están hechos para prosperar. Y los otros, los que te hacen sufrir, para dejarlos ir.
—Uf, es más grave de lo que pensaba.
—Así es —dijo tras un larguísimo suspiro—. Lo peor no es lo que le conté recién, sino que me dijo algo que me dañó muchísimo más que esa comparación.
—¿Ese es el asunto que Sasuke quería decirme desde un principio, cierto?
—Así es. Fue eso lo que en realidad me ha hecho pensar que no debo amarlo. —Dejó a un lado el instrumento tallador y comenzó a juguetear con la flecha sobre sus muslos. Los dedos de su zurda la recorrían de punta a rabo, palpando su suavidad de una forma desconcentrada—. La verdad es que se trata de algo muy grave y que a usted también la involucra.
—¿A mí? —preguntó con un profundo tono de asombro.
—Sí.
—Pues dímelo de un sopetón. Ya me tienes con mucha curiosidad.
Se hizo un silencio abismal, Hinata sintiendo las ganas de retractarse pulsándole por dentro. Ino, por mientras, volvía a tallar la rama que se convertiría en flecha. Si no se ocupaba en ello le metería prisas a su amiga para que hablase de una vez.
—Ay, quizás no debería decírselo —arrojó finalmente al advertir que estaba a punto de cometer una indiscreción.
—¿Por qué?
—Porque no quiero influenciar su libre albedrío al respecto. No piense que trataré de manipularla o que me victimizaré, le juro que respetaré su decisión al cien por ciento.
—¿Mi decisión? —preguntó alzando una ceja, y, en cuanto la susodicha retomó su posición normal, llevó una mano para acariciársela—. ¿A qué te refieres y qué tengo que ver yo?
Hinata se rascó un pómulo con el índice. Luego colocó ese mismo dedo a lo largo de la línea recta dictada por sus labios y entonces se lo mordió de un modo sutil. Después, empero, aumentó la presión hasta dejarse marcados los dientes en la carne. Sólo cesó su acción cuando el dolor le advirtió que se estaba haciéndose más daño del tolerable.
—Lo que pasa es que Sasuke me dijo... —Se le cortó la voz y necesitó carraspear para continuar, mas, segundos después, volvió a pensar que iba a cometer un error—. Ay, es mejor que usted lo olvide, ya lo sabrá cuando él se lo diga.
—¿Eh? —Dicha su interjección, su semblante pareció erizarse—. No, ya me alumbraste el asunto, así que ahora me lo cuentas —exigió decididamente, poniendo énfasis en su zarca mirada—. No quiero quedarme con la curiosidad hasta mañana. Esto me quitará el sueño.
—Es que se me resbaló la lengua porque no me corresponde a mí decírselo. Es Sasuke quien debe hacerlo —precisó clavando el mentón en su cuello, abochornada de verdad. La habían traicionado las ganas de saber de antemano si Ino aceptaría o rechazaría la propuesta de matrimonio. Correcto o errado, necesitaba saberlo cuánto antes. ¿Era culpable por querer salvaguardar su corazón?
—Dime —demandó la espía otra vez—. Y no creas que podrás zafarte, te insistiré hasta que me lo reveles —advirtió a la vez que reanudaba el trabajo de crear saetas. Desde el carcaj sacó tres plumas de ganso y empezó el proceso de unirlas a la cola de la vara, amarrándolas con una cerda caballar.
Hinata, aprovechando lo que veía, quiso desviar el tema nupcial haciendo una pregunta. Dudaba que a Ino se le olvidara el tema anterior, pero nada perdía intentándolo.
—¿Por qué se le ponen plumas a las flechas?
—Porque ayudan a estabilizar a la flecha, haciendo que vuele lo más recto posible —contestó en piloto automático, aunque luego se explayó de una manera más espontánea—. Pareciera que no, pero sin esos factores las saetas caerían más rápido. Por eso es muy importante poner las plumas en la cola —aleccionó como la maestra arquera que era.
La hija de Hiashi quiso seguir indagando e Ino le disipó todas sus dudas magistralmente. La militar abordó, entre otras cosas, el uso de pegamento hecho de resina hasta enseñarle a utilizar, en casos de suma urgencia, sus propios cabellos para atar las plumas en la mejor disposición.
—Y bien, supongo que después de esta lección estás más relajada —acotó la blonda tras los minutos que pasaron—, así que puedes contarme lo que tenías previsto.
Hinata tuvo razón desde un principio: evidentemente ella no se olvidaría del asunto. Sintiendo que los nervios volvían de nuevo, respiró profundamente a fin de aquietarlos. Se tomó largos y necesarios segundos hasta que se dispuso a soltar lo inevitable.
—Él me dijo...
Para pesar de la soldado, una nueva mudez se adueñó del ambiente.
—Pero habla, mujer. —Hizo un gesto de impaciencia para después inflar una de sus mejillas como si fuese una niña—. Ya me tienes hasta nerviosa. —Prueba de ello, fue que agarró la flecha recién hecha como si quisiera romperla.
—Perdóneme. —Se excusó enseguida a sabiendas de que no estaba actuando de acuerdo a su edad—. Sasuke me dijo..., me dijo que iba a pedirle matrimonio...
La saeta de Ino cayó directo a sus rodillas, rodando desde allí hacia sus pies. Su diestra quedó petrificada, tanto así que los dedos siguieron separados como si aún sostuvieran lo que ya no estaba entre ellos. La mandíbula inferior se desplomó sin voluntad que pudiera detenerla, dejando ver, por incontables segundos, la campanilla al fondo de su garganta. Su cuerpo entero había quedado pasmado. Lo único que vulneró tal parálisis fueron sus luceros celestes, quienes, de un modo dramáticamente lento, pasaron de atónitos a obtener un significativo brillo de ensoñación.
¿Quién podría culparla? Lo que siempre quiso, lo que siempre deseó, la ilusión secreta que por tantos años mantuvo en su corazón, estaba por fin al alcance de su mano...
¿Aprovecharía su oportunidad?
Continuará.
