-Presunción de inocencia-
Capítulo 7. Cuentas pendientes
Sabía quién era. Lo supo desde que escuchó los gritos desesperados de los guardas, que, completamente sobrepasados, no podían detenerla. Se concentró en sentir su ki en el mismo instante que oyó el primer ruido. No sabía bien qué hacía ahí, pero sí que estaba bastante enfadada y desilusionada.
Se miró los pies mojados y la capa de agua que cubría el suelo. Genial, si ese sitio de por sí ya era horrible, ahora también tendría que lidiar con aquella pequeña inundación.
La vio a lo lejos, entre las sobras, pero llevaba prisa, así que pronto se apareció ante él con mirada decidida. Era increíble lo que había cambiado desde que la reclutó en su orden.
Noelle siempre había tenido un inmenso potencial y él lo sabía desde la primera vez que la vio. Por ese entonces, no lograba entender por qué su hermano mayor quería mantenerla apartada de su orden. Había oído algunos rumores, pero no sabía nada de forma concreta. Se suponía que ella no era digna de pertenecer a las Águilas Plateadas, así que Yami tomó una decisión: sería una más de los Toros Negros.
Después de todo, cumplía con todos los requisitos necesarios para serlo. En su familia parecían no quererla cerca y él no iba a permitir que tanto poder, tanto futuro, que la hija de Acier Silva fuera desperdiciada y relegada a simplemente ser una noble que toma el té, se casa y tiene hijos.
Recordaba perfectamente su primer encuentro. Fue terriblemente incómodo porque ella presentaba una actitud soberbia que con el tiempo descubrió que era simplemente una máscara para que nadie más le hiciera daño.
Sin embargo, pronto, la máscara cayó. Noelle, que llegó a la orden sin siquiera poder controlar adecuadamente sus inmensos poderes, terminó siendo una de las guerreras más destacables del Reino del Trébol y una de las compañeras más queridas en la orden de los Toros Negros.
Yami lo había visto todo un poco desde la distancia, solo haciendo las intervenciones que consideraba oportunas para que pudiera tropezar, pero también ser capaz de levantarse. Se sentía un poco como su padre —aunque nunca lo reconocería en voz alta—, así que ver su progresión a lo largo de los años había hecho que se sintiera muy orgulloso de ella.
Noelle había hecho su vida, tenía dos hijos, era la esposa del Rey Mago actual y uno de los grandes y principales apoyos dentro de los caballeros mágicos.
Pero también sabía que era alguien impulsiva y que siempre actuaba según su corazón dictaminara, así que no podía decir que no se esperaba que estuviera allí. Probablemente, en otros tiempos, más de uno de los integrantes de la orden que él capitaneaba estaría allí, pero el tiempo había volado, los años habían pasado y prácticamente todos habían formado familias y habían madurado. Actuar con el arrojo y la irracionalidad del pasado ya no tenía sentido.
La menor de los Silva se aproximó a la celda y se preparó para lanzar un ataque que la desmoronara, pero se detuvo al ver la sonrisa afable de su capitán.
—¿Qué estás haciendo aquí, mocosa?
—Nadie actúa, así que lo haré yo. Échate hacia atrás para que pueda abrir.
Yami, al contrario de lo que Noelle le había dicho, se acercó más a las rejas, haciendo que ella frunciera el ceño con molestia.
—Noelle, vete de aquí antes de que te vea alguien más.
—¡No! —gritó con rabia. Las lágrimas empezaron a acumularse con furia en sus ojos y el mentón le tembló—. Todavía… todavía recuerdo cuando fuimos a rescatarte al Reino de la Pica. No nos importó absolutamente nada. Solo supimos que teníamos que ir y lo hicimos. ¿Por qué ahora no?
—Porque el tiempo ha pasado y habéis aprendido a pensar —argumentó Yami mientras sonreía, con gesto sereno—. Eres la esposa del Rey Mago y, lo más importante: tienes dos hijos. ¿No te importan?
—Más que nadie en el mundo y lo sabes bien.
—Entonces, date la vuelta, cúbrete como puedas y vete sin que nadie te vea. Con suerte, esos que habrás dejado tirados en el suelo no se acordarán mañana de que eras tú.
Noelle sintió una lágrima cayendo por su mejilla. En el fondo, sabía que todos tenían razón, pero no consideraba que por ese motivo ella tuviera menos. Era una situación extraña y completamente frustrante.
Tras meditarlo algunos minutos y después de darse cuenta de que debía hacerle caso a Yami, bajó los brazos. Se acercó un par de pasos a la reja y se quedó mirándolo. Se había dejado llevar por sus impulsos y no había meditado bien la situación, pero eso no significaba que fuera a dejar de luchar para que su capitán saliera de esa celda.
Con o sin la ayuda de Asta, de los demás, aun si tenía el reino entero en contra… lo iba a lograr. Sabía que era probable que Charlotte estuviera en las mismas, así que tal vez era buena idea ir a hablar con ella para realizar un plan conjunto.
Asintió mientras miraba los ojos de Yami y se juró a sí misma que esa no sería la última vez que lo vería con vida. Después, se marchó.
Él, aliviado porque no le había costado hacerla entrar en razón, suspiró. Se llevó la mano al bolsillo por hábito para buscar su paquete de tabaco pero no lo encontró. La próxima vez que viera a Charlotte tenía que decirle que le trajera más cigarrillos.
Miró a su alrededor. El suelo seguía empapado, pero supuso que ya se encargarían de eso los empleados de la prisión. Se sentó en la cama y, algo hastiado, se quitó las botas y se tumbó, posando sus brazos detrás de su cabeza y cerrando los ojos.
—No entiendo por qué nadie se da cuenta —escuchó desde dentro de la celda. Entreabrió un ojo y lo vio apareciendo a través de una sombra que había formado en el suelo.
—Al fin sales —dijo mientras cerraba de nuevo los ojos—. ¿Nadie se da cuenta de qué?
—De que estás aquí porque quieres.
Yami abrió entonces los ojos completamente. Se incorporó y finalmente se levantó de la cama. Miró a Nacht serio. Él solo se limitaba a sonreír tenuemente.
—¿A qué te refieres? —preguntó, aunque sabía perfectamente la respuesta.
—Todos conocen tu cantidad de poder mágico y tu fuerza. Se empeñan en sacarte de aquí sin darse cuenta de que, si quisieras salir, ya lo habrías hecho. Probablemente, ni siquiera habrías dejado que te encerraran. ¿Qué pretendes con este comportamiento?
—No quiero que Charlotte ni mis hijos paguen por algo que es solo mi responsabilidad.
—¿Paguen?
—Si saliera de aquí por la fuerza, tendría que irme del reino. Tendría que escapar. ¿Crees que Charlotte me va a permitir que lo haga solo? Vendría conmigo y con los mocosos y no puedo permitir que dejen atrás sus vidas.
—¿Y prefieres que te dejen atrás a ti?
—Sí —contestó Yami, y lo hizo con tanta rotundidad que Nacht alzó las cejas y su sonrisa se desvaneció, debido a la sorpresa.
—¿Charlotte estará de acuerdo con esto?
El Capitán de los Toros Negros miró al suelo. Claro que no iba a estar de acuerdo. Y le dolía saber que probablemente Charlotte estuviera angustiada, tratando de encontrar la forma de sacarlo de prisión para nada, porque él ya había asumido su culpa y la pena que tendría que pagar. Y estaba bien con eso. Pero se le rompía el alma al imaginar el momento en el que ella se enterara.
—No he sido capaz de decírselo aún.
—Mhmm… curioso. Aunque no creo que porque se lo digas se rinda. Ella no es así.
—No lo es. Pero dentro de poco se celebrará un juicio y los dos sabemos cuál será la sentencia. La trataré de convencer como sea.
Nacht asintió sin mucha confianza. Intercambió algunas palabras más con Yami, que le pidió que se encargara de la orden, y se fue.
Yami, por su parte, volvió a sentarse en la cama, sintiendo esta vez los pies mojados, sin ser capaz de encontrar una manera para afrontar la conversación en la que debía decirle a Charlotte que sus preocupaciones y todos su esfuerzos serían en vano.
Miró la fachada de su casa. Era tan grande e imponente como la recordaba. Dudó unos segundos antes de entrar, pero finalmente lo hizo.
Charlotte se había pasado el día ocupada, resolviendo asuntos pendientes que había dejado a medias de su orden y que no podía seguir posponiendo más. Tras ir a visitar a Yami, se encargó de dejarlo todo arreglado y sorprendentemente las horas se le pasaron bastante rápido.
Pero el momento que más había temido había llegado. Era su decisión ir a hablar con su padre, pero aun así le incomodaba mucho volver a una casa en la que nunca había sido feliz.
Su maldición había llegado cuando apenas era una niña y, a partir de ese momento, sus padres solo la habían presionado constantemente para que encontrara un hombre que pudiera librarla de ella.
Sin embargo, antes de que la maldijeran, no recordaba ningún momento de su niñez en el que sus padres la hubiesen tratado con amor. Normalmente, estaba rodeada de criadas y nodrizas, pero ni siquiera recordaba una sola ocasión en la que su madre la hubiese peinado o su padre le hubiese leído un cuento antes de dormir.
Con el paso de los años, la relación de Charlotte con sus padres fue empeorando poco a poco.
Ellos conocían bien las condiciones por las que su maldición se rompería, y el hecho de que nunca les hubiese querido contar quién era el hombre que le había robado el corazón hizo que se distanciaran mucho.
Charlotte se centró cada vez más en su trabajo, mientras lidiaba con su amor —que pensaba que era no correspondido— por Yami, la apatía de su padre para con ella y la insistencia de su madre para que encontrara un buen candidato para casarse, como si las personas fueran simples objetos de un inventario en el que eliges el que más te gusta y te lo llevas a casa.
Cuando sus padres se enteraron de que Yami Sukehiro, conocido por su mala fama y costumbres más que cuestionables en todo el reino, era su pareja, tuvieron una gran discusión. Pero a Charlotte no le importó. Nunca habían pensado realmente en su felicidad, así que le daba igual si la apoyaban con su decisión o no, porque no le importaba en absoluto la opinión de dos personas que estaban ligadas a ellas a través de la sangre, pero con las que no compartía ningún vínculo afectivo.
La relación con su madre cambió cuando Hikari nació. Desde ese momento, la mujer se volvió mucho más cercana con su hija y después con todos sus nietos cuando fueron naciendo. Incluso tenía una relación cordial con Yami.
Pero ese nunca fue el caso de su padre. Siempre repudió que su hija, la única heredera de la casa Roselei, vinculara su vida a la de un plebeyo extranjero que no tenía linaje noble.
Por ese motivo, Charlotte llevaba años sin hablarse con él. Iba a su casa, pero solo se quedaba en el jardín para que Hikari, Hana y Einar vieran a su abuela. Llevaba más de dieciséis años sin recorrer los pasillos, sin entrar a su antiguo cuarto y sin ver el despacho de su propio padre.
Y era una persona bastante orgullosa, así que supuso que nunca más tendría que dirigirle la palabra, pero estaba desesperada y conocía su influencia en las altas cúpulas del reino.
Tocó a la puerta con fuerza y decisión, aunque sabía que en realidad le temblaban los dedos por los nervios, y esperó a que la ama de llaves le abriera. La mujer, cuyo cabello cubrían ya las canas, volviéndolo completamente blanco, se sorprendió mucho al verla allí.
—Señorita Charlotte, ¿en qué la puedo ayudar?
—Necesito hablar con mi padre —declaró, entrando justamente después.
Mientras iba camino al despacho de su progenitor, una voz femenina la detuvo. No quería tener que lidiar con ese momento, pero no le quedaba de otra. Se dio la vuelta y vio a su madre acercándose hacia ella con gesto preocupado.
—Charlotte, cariño, qué alegría me da verte aquí —dijo la mujer a trompicones mientras le sujetaba las manos—. ¿Qué ha pasado?
Charlotte la miró. No quería tener que darle explicaciones de ningún tipo, porque no tenía las fuerzas suficientes para hacerlo. Apretó el agarre levemente y miró sus ojos.
—Mamá, he venido a hablar con papá.
La vio componiendo un gesto lleno de sorpresa y no era de extrañar. Llevaban tantos años sin hablarse y sin apenas verse que no creía recordar bien ni su cara ni su voz.
—Pero, hija…
—Es urgente —dijo mientras soltaba sus manos e iba hacia la habitación en la que sabía que su padre se encontraba.
Entró tras dar tres toques secos a la puerta, pero sin esperar a que le diera permiso para hacerlo.
Cuando cruzó la puerta y se quedó seria y de pie enfrente de su escritorio, su padre se limitó a mirarla de reojo, mientras seguía enfocado en unos documentos que estaba leyendo. Iba a hablarle, pero él se le adelantó.
—Sé por qué estás aquí.
—¿En serio esto es lo que me vas a decir después de tantos años sin hablarnos?
—Sí, porque no quiero que me hagas perder el tiempo —espetó directo.
Charlotte apretó los dientes. Odiaba tener que hacer eso, odiaba tener que pedir un favor a un hombre que sabía que no la quería de ninguna de las formas en las que se puede amar a un ser humano. Pero no le quedaba de otra.
—Eres el único que me puede ayudar. Con tus influencias, podríamos sacar a Yami de la cárcel.
—No pienso hacer eso.
Se apoyó con fuerza en el escritorio, haciendo que su padre la mirara. No veía nada en sus ojos azules, solo soberbia y aires de superioridad. Lo detestaba con tantas fuerzas que no comprendía cómo podía estar allí, enfrente de él, sin empalarlo con sus zarzas.
—¿Si fuera yo la que estuviera en esta situación, me ayudarías?
—Claro que sí. No puedo permitir que el apellido Roselei se manche. Pero no es el caso.
—Yami es mi pareja desde hace muchos años.
—Pero no estáis casados —sostuvo, fijando su vista en los ojos claros de su hija por primera vez durante más de cinco segundos seguidos—, así que no haré nada. Me debo a los mandatos del Rey Mago y a nada más.
Charlotte se rio con ironía mientras se incorporaba y se cruzaba de brazos. Tanta hipocresía estaba haciendo que sintiera un nudo amargo en el estómago, pero no se quedaría callada.
—¿Te debes al Rey Mago? ¿A Asta? Sabes perfectamente que si fuera por ti y por los nobles pretenciosos de este reino, él nunca habría escalado hasta ese puesto.
El hombre le dedicó una mirada afilada que no la achantó en absoluto. Miró de nuevo los papeles, dando por terminada la conversación.
—Aunque Yami no pertenezca a los Roselei, es el padre de tus nietos.
—¿Padre…? —susurró de forma sarcástica.
Charlotte entonces enfureció. Apretó uno de sus puños y decidió que lo mejor era irse inmediatamente de ahí, porque realmente era una pérdida de tiempo intentar que un hombre que nunca se había preocupado por ella ayudara a alguien a quien no podía soportar.
—Yami es infinitamente mejor padre de lo que tú fuiste, eres y serás jamás —le aclaró con decisión—. Tal vez deberías preguntarte a ti mismo si alguna vez te mereciste ser mi padre.
No lo miró más ni tampoco se despidió de su madre, que había ido a la cocina a preparar té. Simplemente, salió a paso apresurado de ese edificio que nunca había considerado como su hogar.
Sí, había perdido el tiempo, pero al menos había descartado otra posibilidad. Ese fracaso no iba a hacer que se rindiera, porque de un modo u otro, iba a encontrar la manera de hacer que Yami volviera a casa. Con sus idiotas. Con sus hijos. Con ella. Costara lo que costase y asumiendo todas las consecuencias que tuviera que asumir.
—Hikari, ¿puedo hablar un momento contigo?
La chica simplemente asintió, viendo a su madre entrando a su habitación y sentándose a su lado tras dejar la puerta cerrada. Hacía algún tiempo desde la última vez que habían hablado a solas. Sabía bien que Charlotte estaba bastante ocupada y agobiada, así que no había ido a buscarla desde que Yami fue encarcelado.
Le sujetó las manos entre las suyas y le dio un ligero apretón. Esa semana era la segunda de visitas y, aunque tenía muchísimas ganas de ver a su padre, no le pediría a su madre que renunciara a estar un rato con él por puro egoísmo. No lo merecía. A fin de cuentas, ella se sentía completamente responsable de aquellos acontecimientos, así que no se veía con derecho de solicitar nada.
—Hoy vas a ir tú a ver a tu padre, ¿de acuerdo?
Ante las palabras de su madre, Hikari alzó las cejas. No se esperaba que le dijera eso, aunque en el fondo la hacía muy feliz. Pero la inseguridad que sentía por la culpa que la estaba consumiendo poco a poco fue la que habló por ella en lugar de su ilusión.
—¿Cómo es eso? Yo… no creo que sea adecuado que no vayas tú.
—Ha sido él quien ha pedido verte.
La joven sonrió tímidamente y después miró los ojos, exactamente igual de azules que los suyos, de su madre. La abrazó mientras colocaba su rostro en su clavícula y empezó a acariciarle un mechón de pelo rubio con dos de sus dedos.
—Mamá, no te he dicho aún esto, pero lo siento mucho.
Charlotte sujetó entonces a su hija por los hombros para que la mirara. Estaba seria, pero no seria como cuando se enfadaba, sino con el gesto lleno de determinación y seguridad que solía tener.
—No tienes que disculparte.
—Pero es mi culpa que…
—No —interrumpió la mujer—. Nada de lo que ha pasado es tu culpa. Entiendo que te sientas así y por eso yo también creo que es buena idea que vayas y hables con él, ¿no te parece?
Hikari vio entonces a su madre sonriéndole y ella, con lágrimas pendiéndole de los ojos, no pudo hacer otra cosa que devolverle el gesto y abrazarla con fuerza. Se le había olvidado que su mayor apoyo era su madre y que siempre lo había sido. Si hubiera hablado antes con ella, se habría sentido mucho mejor.
—Vale —aceptó mientras se separaban de nuevo y sonreía. Charlotte le quitó las lágrimas del rostro y Hikari rio un poco—. Le diré que al menos así dejará de fumar.
Charlotte acompañó la risa de su hija y le acarició la mejilla izquierda. Le alegraba verla más alegre, bromista como ella era y con un poco de brillo en la mirada por fin.
Tras un rato más charlando, Hikari se fue. Su madre no le había dicho nada de forma explícita, pero sabía que estaba urdiendo una especie de plan para sacar a Yami de la cárcel. Quería participar, pero sabía que ella se lo negaría, así que antes debía plantearle su ayuda de una forma que no pudiera rechazar.
Su magia era bastante curiosa. Tenía magia de oscuridad y usaba una katana para que no fuera tan lenta, justo como hacía su padre, pero ella tenía la particularidad de que podía abrir portales espaciales con la katana y podía viajar a sitios en los que había estado antes.
Así que no necesitó mucho tiempo para llegar. No podía negar que estaba algo nerviosa, pero también tenía unas ganas enormes de ver a su padre. No sabía bien qué actitud debía tener para con él en esa situación, pero lo dejaría al momento. Solo cuando lo viera y comenzase a hablar con él lo sabría.
Bajó las escaleras junto con el guarda mientras sentía su ki, que estaba bastante sosegado. De un momento a otro, brincó de felicidad, porque sabía que ella estaba cerca.
—Tienes diez minutos.
Hikari asintió y, al llegar, la estampa que vio le enterneció el corazón. Cuando era pequeña y se enfadaba, normalmente se iba al jardín trasero, se sentaba y se cruzaba de brazos sin querer hablar con nadie. Su padre iba a buscarla, se sentaba pegando la espalda con la suya y, cuando se le pasaba un poco el enfado, hablaban. Y en ese momento, Yami se encontraba sentado con la espalda contra los barrotes de la celda, esperando que ella apoyara allí también la suya.
Se sentó. Sintió la espalda tibia y reconfortante de su padre, pero también la dureza fría del hierro, que hacía que su mente volviera a la realidad.
—Mocosa, ¿me has traído cigarrillos?
Una carcajada espontánea y sorprendida salió de los labios de la joven, que no se esperaba para nada que la conversación comenzara de esa manera tan peculiar. Pero realmente, si había una palabra que podía definir a Yami Sukehiro, esa era 'peculiar', así que no era tan raro.
—Claro que no. Le he dicho a mamá antes de venir que deberías aprovechar para dejar de fumar.
—Bueno, mamá me trajo el otro día algunos.
—¿En serio? —preguntó ella con sorpresa, porque sabía que su madre odiaba ese hábito—. Wow, lo que hace el amor.
—Desde luego —admitió Yami y después se quedó en silencio.
Hikari se mordió el labio inferior y jugó con sus dedos un poco antes de hablar. Era difícil expresar en palabras todo lo que su corazón sentía, pero quería hacerlo porque se lo debía y porque sabía que así se quedaría mucho más tranquila.
—Papá, siento mucho que estés aquí. Debí haber pensado las cosas mejor, haber reaccionado a tiempo, haber sido menos ingenua. Todos los días me despierto pensando en eso. Que todo esto esté pasando por mi culpa me hace sentir muy mal. Todos te echan de menos, mamá no duerme apenas y sé que Hana cree que le escondemos algo y está preocupada. Y ya no sé cómo actuar ni qué hacer para revertir o cambiar toda esta situación.
Mientras escuchaba su discurso, Yami pensó muchas veces en interrumpirla para dejarle claro que estaba equivocada. Pero finalmente no lo hizo, porque quería que expresara sus inquietudes, sus preocupaciones y sus miedos más profundos. Quería que se desahogara para que empezara a sentirse mejor, a afrontar ese suceso de una manera menos nociva para su salud mental y para que así pudiera ayudar y apoyar a su familia.
—Hikari, no sé si te he dicho esto alguna vez, pero quiero que, a partir de hoy, lo tengas siempre presente: las acciones de los padres nunca son responsabilidad o culpa de sus hijos. Nunca. Necesito que lo entiendas.
La chica asintió débilmente. Se levantó entonces y su padre la imitó. La miró tranquilo y eso hizo que ella se sintiera igual. Le sonrió débilmente y después asintió con más energía.
—¿Me harás un favor? —le preguntó Yami.
—Claro que sí.
—Cuida a tu madre y a tus hermanos, ¿vale?
—Papá, no hables así. Esto no es una despedida.
Yami la observó. No quería herirla ahora que había logrado que se animara un poco más, así que suprimió su ki, para que la fluctuación que se produciría al mentir no lo delatara, deseando con todas sus fuerzas que su hija no estuviera pendiente de él.
—Lo sé. Solo quiero que cuides de ellos mientras yo no esté. No quiero que tu madre se exceda ni que los mocosos se preocupen de más al notar el ambiente raro.
—Los mocosos estarán bien, de eso me encargo yo —exclamó la joven con entusiasmo—. Lo de mamá… sabes que es más difícil.
—Ya —admitió Yami—. Inténtalo al menos, ¿vale?
Hikari asintió con el gesto y luego vio a su padre sacando la mano entre los barrotes para despeinarla ligeramente mientras le acariciaba la cabeza. Ella fingió molestia, como siempre hacía, pero después sonrió, mucho más aliviada por haber podido hablar aunque fuera un rato pequeño con él.
—Deberías irte ya.
—Sí. Nos veremos pronto, papá.
—Claro. Recuerda lo que te he dicho.
—Por supuesto.
Se despidió de su padre y se marchó. Ahora que estaba más animada, tenía muchas más ganas de afrontar ese reto. Ya había trazado un plan, en el que eran necesarios Alistar y su madre. Solo le quedaba convencerla a ella de llevarlo a cabo… y esa era la parte realmente difícil.
Vanessa se acercó hasta el sofá con una copa de vino en la mano. Llevaba un tiempo pensando en dejar el alcohol, pero finalmente siempre se arrepentía, porque nada le sentaba mejor que beber enfrente de la chimenea en una medianoche cualquiera.
Al sentarse, miró a su acompañante de reojo. Estaba observando fijamente unos planos que habían conseguido en el mercado negro. En ellos, se detallaba cada uno de los centímetros que componían la prisión del reino, también la de máxima seguridad, donde Yami se encontraba.
Echó la espalda hacia atrás e incluso inclinó levemente la cabeza para mirar al techo. Le daba vueltas, pero no porque estuviera borracha —de hecho, ese día y aunque pareciera increíble, no había bebido aún ni una gota de alcohol—, sino porque las situaciones muy tensas y de mucho estrés le producían mareos.
Se irguió para sentarse apoyando la espalda y mirando hacia el frente. Dejó la copa de vino intacta sobre la mesa y se acercó levemente para poder observar el plano.
Finral, al darse cuenta, sonrió medio incómodo e incluso se hizo ligeramente a un lado, sin darse cuenta de que el acercamiento había sido propiciado por ella a consciencia.
Se sentía muy aturdida. Llevaba años dándole vueltas a lo que sentía, pero jamás había estado tan segura como en ese momento. Estaba enamorada de Finral. Enamorada, esta vez de verdad. Porque no se sentía en absoluto como cuando pensó que lo estaba de Yami, sino que era algo mucho más fuerte, más trascendental y, también, más pesado.
El mago espacial había pasado una época muy mala, prácticamente devastadora, y eso no era un secreto para nadie en la base. Ella simplemente quería ir acercándose poco a poco, pero no era alguien de medias tintas, así que no sabía bien cómo hacerlo y, por eso, intentaba crear un muro de distancia invisible. Sin embargo, esa noche y sin esperarlo ninguno de los dos, el muro se derrumbó.
—Nunca he estado dentro de la prisión, así que no podemos colarnos con mi magia. Esto va a ser complejo. Tal vez podríamos consultarlo con el vicecapitán Nacht.
—Sí, tal vez…
Vanessa miró su perfil, iluminado por la luz tenue del fuego. No podía concentrarse bien cuando se quedaban solos, pero intentaba obligarse a pensar en que eran amigos y nada más, y nunca serían algo más. Sin embargo, eso no le daba consuelo en absoluto, sino más angustia.
—¿Quieres tomar algo? Puede que te venga bien.
Finral se giró y, sonriendo, negó con la cabeza. Después, se echó hacia atrás también, dejando los papeles por fin de lado.
—Mañana tengo que hablar con Gauche sobre el plan. Bueno, sobre el prototipo del plan…
—Antes hacíamos las cosas de otra forma, ¿verdad? —preguntó Vanessa con nostalgia.
—Sí. Éramos más jóvenes y Asta no era el Rey Mago. No podemos comprometerlo demasiado.
—Es verdad.
—¿Sabes? —empezó a decir él, en un ataque de sinceridad—. Siento que en estos últimos años nada me va bien.
—Todos sabemos por lo que has pasado —admitió Vanessa y se acercó para acunar su rostro con sus manos, ante la mirada atónita de Finral—. Pero estamos para ti. Yo estoy aquí, para ti.
El cruce de miradas propició un silencio que lo llenó todo. Pareció que no existían los problemas, las trabas del destino o el tiempo tal y como lo solían conocer.
Vanessa se había jurado que el muro de distancia que había forjado era indestructible. Porque no era el momento para intentar derribarlo, la situación era compleja, las dudas que le nacían de la boca del estómago le producían unos nervios indescriptibles y no tenía sentido un acercamiento bajo esas circunstancias.
Sin embargo, todo dio igual. El muro se fragmentó y después se disipó repentinamente. Y Vanessa lo supo en cuanto, por pura inercia motivada por el deseo y por el amor, acercó la cara de Finral a la suya y lo besó despacio.
Él correspondió sin ninguna duda e incluso llevó la mano a su cuello para intensificar el beso. Tras algunos roces de labios igual o más intensos, ella se separó un segundo para mirarlo y le preguntó si quería que fueran a su habitación con la voz entrecortada debido a su excitación.
Finral solo asintió. Subieron las escaleras entre besos húmedos y roces de piel, hasta que llegaron al cuarto y, tras entrar, Vanessa se echó en la cama después de quitarse el sujetador.
Se acercó a la cama mientras la veía allí tumbada, se puso encima de ella, con los brazos a los lados de su cuerpo, y entonces lo sintió. No quería estar ahí ni que fuera Vanessa quien lo acompañara. Todo estaba mal, era erróneo y superficial, y él simplemente se había dejado llevar por el deseo sin pensar en lo demás.
—Lo siento —musitó mientras miraba su abdomen desnudo, que no paraba de moverse por su agitada respiración—. No puedo seguir con esto… No es esto lo que quiero. No eres tú quien quiero que esté aquí, conmigo.
Continuará...
