CAPÍTULO 1: Memorias

Corrí hacia él... los lobos acechaban el pueblo y mataban a quien se les cruzara por el camino, si iba morir más valía que fuese viendo su hermoso rostro. ¿Qué quién era él?... No lo sabía en ese entonces, era demasiado inocente, no sabía nada de nada. Sólo sabía que me proporcionaba seguridad. "Me gustaría mirarlo para siempre", me decía una y otra vez... a mí misma, pues la voz no me salía desde "aquél incidente". Le traía unas gavillas en vueltas en hojas o alimentos, él decía que no le gustaban; pero, ¿qué otra excusa podía tener para acercarme a él? No era nadie ni nada... o eso pensé, hasta que me preguntó cómo estaba... que qué me había pasado, luego de recibir unos "cuantos" (mas bien bastantes) golpes de unos hombres que habían monopolizado los peces del río para ellos. ¡Qué dicha sentí al ver que cambiaba la expresión de su rostro y movía sus perfectos labios para dedicarme esa pregunta, para mostrar interés por mí! Seguramente no sabía que no podía hablar, me dijo que si no quería responderle estaba bien. Qué hubiese querido yo más que responderle... era una niña y ya lo sentía... era inevitable que mi corazón se llenara de tanta felicidad, si después de todo terminaría amándolo con cada fibra de mi ser.

Los lobos, ya están aquí, me tropecé y no puedo correr más... no lo conseguí... no conseguí morir viendo su cara. Era una pena. Llegaron los enviados del infierno a llevarse mi alma, pero no sólo se la llevaban. Antes de hacerlo me dieron el don de la comprensión... en ese momento descubrí lo ingenua y lo estúpida que había sido, ¡cómo pude ser tan tonta! Me odié a mí misma, mi alma dejó de tener esa sonrisa tonta... comencé a llorar, a llorar por dentro... a tenerme lástima. Aún seguiría así, más desdichada que en mi vida terrenal, en el mismísimo infierno de no ser por él. "Él", ¿creen que lo he nombrado demasiadas veces? Créanme que nunca serán suficientes.

De repente volví a mi cuerpo, abrí mis dos ojos, me paré y me toqué los dientes con los dedos. Mis heridas del ojo derecho se habían esfumado, mis piernas podían sostenerme y en mi boca estaban todos los dientes. ¿Rastros del ataque de los lobos? No habían. Seguramente terminé mi purgatorio por tonta y llegué al cielo... Al ver unos ojos amarillos observándome pensé que ese tenía que ser, pero de verdad, el paraíso. Tan ensimismada estaba que no me percaté de que se él se alejaba, hasta que sólo se veía como un punto su blanco traje... Mi cuerpo sólo atinó a seguirlo, corrí tras de él sin dudarlo, corrí tras mi amo Sesshoumaru.