Disclaimer: Esta historia no me pertenece, los personajes son de Stephenie Meyer y la autora es iambeagle, yo sólo traduzco sus maravillosas palabras.

Disclaimer: This story doesn't belong to me, the characters are property of Stephenie Meyer and the author is iambeagle, I'm just translating her amazing words.


Thank you Meg for giving me the chance to share your story in another language!

Gracias a Yani por ser mi beta en esta historia.


Capítulo 27

POV Edward

Requiero un poco de esfuerzo de mi pierna rota, pero me muevo hacia el porche y espero ahí a Bella. Me acomodo en la mullida silla del patio y pierdo la cuenta de cuántos cigarros fumo. Son los suficientes para marearme, y para sentir que el puto estómago se me está pudriendo.

Me inclino hacia enfrente hasta que tengo la cabeza entre las rodillas. Siento una presión en el pecho y respiro para intentar ralentizar mis latidos.

Me enderezo después de poco más de un minuto. Y luego releo el mensaje que Sam me envió después de que Bella y yo colgamos.

Sam: Me he estado preguntando dónde has estado, amigo. ¿Quieres que nos veamos? Puedo ir a ti.

Él puede venir a mí. Me lo está facilitando. Ni siquiera tendría que salir de aquí. El enojo arde por un momento porque claro que él está haciendo que todo sea tan sencillo. Y no porque soy su amigo. No somos amigos. Soy su jodido pago garantizado. Soy dinero fácil.

En ese momento llega un segundo mensaje.

Sam: Tengo producto nuevo que puedes probar gratis.

Debe sentirse desesperado. Él no es de los que regalan muestras. Incluso cuando yo inhalaba su producto, siempre pagaba. Durante un breve momento me siento engreído. Como si fuera yo el que tiene el control.

En el fondo de mi mente sé que eso no es verdad. La cocaína está a cargo. El agarre que tiene en mí es jodidamente fuerte. No puedo respirar. El tan solo juguetear con la idea de responderle a Sam hace que se me calme la presión del pecho, solo un poco.

Es entonces cuando el carro de Emmett llega al camino de entrada.

—Hola —dice con cautela, sus ojos buscan algo en mi rostro al acercarse a mí en el porche—. Lo siento, hombre.

Miro hacia el patio.

—¿Qué cosa?

—Haberme ido… y por ser tan duro. —Escucho que se sienta en la silla a mi lado—. Solo intento llegar a ti. Pero no sé qué estoy haciendo.

—Está bien. Soy un niño grande —murmuro con amargura—. Debería ser capaz de aceptar tu honestidad.

—Llevar cuatro semanas limpio es algo grande. Estoy orgulloso de ti, E. Mamá y papá también. Es solo que creo que esto es más grande que tú y se va a requerir de mucho esfuerzo para hacerte llegar a un sitio saludable.

—Como sea. —Es lo más cercano que llegaré a estar de acuerdo con él.

En eso aparece el carro de Bella y se estaciona junto a la banqueta. Puedo sentir la mirada de Emmett en mí, pero no digo ni mierda.

—Ahora vuelvo —dice, luego corre para encontrarse con ella al final del camino de entrada.

Los miro hablar durante un par de minutos. Quién sabe qué carajos están diciendo de mí. No puede ser nada bueno.

Efectivamente, Em viene de regreso hacia el porche, pero Bella se queda donde está. Durante un segundo siento pánico al pensar que él la va a hacer que se vaya. Me enderezo, listo para reclamarle si ese es su plan.

—Ya me voy —dice Em, sorprendiéndome—. Los dejaré para que hablen. Pero llámame si necesitas que regrese, ¿sí?

—Seguro —digo inexpresivo.

Em entorna la mirada.

—Bella sabe que debe llamarme.

—No necesito niñeros —le recuerdo con amargura.

—Oye, eres tú el que le pidió que viniera —responde Em, me da la espalda al retirarse.

—Pensé que no aprobabas que yo hablara con ella —le digo cuando se va. No sé por qué estoy intentando desquiciarlo. Solo lo hago.

—Si no vas a hablar conmigo, al menos así estás hablando con alguien. Tomaré esto como una señal de victoria —responde con aprecio—. Para ti y para mí.

Bella y Em intercambian unas cuantas palabras más antes de que él salga del camino de entrada con su carro y ella se encuentre avanzando tentativamente hacia el porche. Mantiene su distancia con la mirada en mí.

Me pregunto si Ben sabe que hemos estado hablando. Me pregunto si siquiera está consciente de que ella está aquí ahora. Probablemente él le dijo que viniera. Incluso la animó. Probablemente le dio luz verde para atender a su exnovio que es un adicto porque esa es la clase de persona que es, y yo soy la clase de persona que es débil y necesita ayuda de alguien que ni siquiera es mía.

Me doy cuenta de que esta es la primera vez que he pensado en mí como un adicto y eso desata algo sombrío dentro de mí. Me siento sucio. Me siento indigno y manipulador.

—Hola —dice tentativamente, pero verla no es suficiente para detener la espiral en picada dentro de mi cerebro, y de pronto me siento estúpido por haberle llamado.

—Deberías irte —murmuro.

Mantiene el rostro neutral.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Perdón por llamarte. En serio. No sé qué carajos estaba pensando.

Me siento agitado. Reboto la rodilla izquierda. Estoy enojado conmigo, pero me desquito con ella. Es jodidamente injusto, pero no puedo detenerme.

—¿Acaso tú…? —Avanza un paso vacilante hacia mí, y me está mirando con demasiada atención para no comprender que me está preguntando si estoy drogado.

Dejo caer la cabeza entre mis manos, el yeso de mi escayola me raspa la cara.

—No estoy drogado si eso es lo que quieres saber. —Tengo los ojos cerrados y la cabeza todavía agachada, pero puedo sentir que se acerca más—. En serio, vete. Por favor. Estoy bien. Tuve un momento de debilidad, pero estoy bien.

—Creo que debería quedarme. Quiero quedarme, Edward.

Mi voz suena tensa.

—¿Por qué?

—Porque me importas —responde con suavidad, y ahora siento que se encuentra justo frente a mí—. Y estás herido. Y quiero ayudar.

Ella no debería preocuparse por mí. No puede ayudar. Nadie puede. Estoy a punto de decirle esto cuando pasa gentilmente sus dedos por mi cabello. Sus caricias son cariñosas y me derrito en ellas mientras ella me echa la cabeza atrás para hacerme verla.

Exhalo temblorosamente, clavando mi mirada en la suya.

—Está bien —me promete, relajándome.

—Sam me respondió y casi le contesté el mensaje —le digo con honestidad—. Quería hacerlo. Yo… yo quiero hacerlo, carajo.

Ella asimila esta información, pero sus caricias no vacilan, sus dedos siguen en mi cabello, calmándome.

—Sé que quieres hacerlo. Pero no lo hiciste, y eso es muy prometedor.

—¿Prometedor? —Quiero reírme—. ¿Qué va a evitar que lo contacte luego de que te vayas?

Ella lo considera.

—Vas a bloquear su número. De lo contrario, me voy a ir. —Lo dice con firmeza, sus manos dejan mi cabello—. Ya, Edward.

Frunciendo el ceño, saco mi celular y hago lo que me dice. Bloqueo su jodido número y eliminó nuestro historial de mensajes.

—¿Feliz?

—Sí. Gracias —murmura como si estuviera jodidamente orgullosa de mí.

Pero no debería estarlo.

No puedo detener las palabras que salen después, estoy seguro de que ahora sí se hartará de mí.

—¿Sabías que en realidad nunca lo dejé? —confieso porque ella dice que no me odia, pero necesita saber la verdad de todo. Tal vez entonces lo entenderá—. Ahora estoy limpio, pero antes cuando estábamos saliendo y dije que lo dejaría, te mentí. Durante años. Durante jodidos años. Lo intenté, y fue jodidamente difícil.

La comprensión aparece en su mirada como si ahora todo tuviera sentido. Como si pudiera entender todos los momentos entre nosotros que se sentían raros. Como si tuviera la razón tras mi comportamiento. Detrás de cada pelea. Detrás de mi falta de compromiso. No podía entregarme a ella porque estaba demasiado ocupado preocupándome por la siguiente línea, el siguiente viaje. No podía priorizarnos porque estaba demasiado metido en destruirme.

Contengo el aliento, esperando sus gritos. Esperando que me reclame y me culpe, como es su derecho.

—Gracias por decírmelo —dice suavemente, y frunzo el ceño.

—No lo entiendes, carajo —lloro con voz ronca—. Nunca lo entenderás.

—Sé que no lo entiendo —admite, sus propios ojos se llenan de lágrimas—. Pero lo estoy intentando, ¿de acuerdo? Quiero apoyarte. Déjame hacerlo, por favor.

Me limpio la nariz con el dorso de la mano y aparto la vista de ella. Aunque no me permite excluirla por mucho tiempo. Toma mi cara entre sus manos, obligándome a verla.

—Déjame apoyarte —susurra—. Déjame entrar.

Me abruma lo gentil que es. Me sorprende lo bien que se siente el tan solo… dejar que alguien más me toque y quiera cuidarme. Agarro su muñeca por instinto y entierro la cara en su estómago, inhalándola. Aprieto mi agarre en ella como si fuera a salvarme. Sé que no puede, pero me siento desesperado y necesitado mientras ella me abraza.

—No sé cómo dejarte estar aquí para mí —admito con la voz ahogada contra su cuerpo—. No sé, no sé —repito.

Ella murmura que está bien. Que lo descubriremos juntos.

Todo lo que puedo hacer es sostenerla con más fuerza y esperar que ella diga en verdad cada palabra, sabiendo con certeza que no me merezco su amabilidad.

XXX

Nos dirigimos a la sala y nos sentamos en orillas opuestas del sofá con mi pierna derecha elevada sobre la mesita de centro.

Ahora no sé qué hacer, pero la expectativa cuelga en el aire. Es tarde y la hice venir hasta acá. Se ofrece a prepararme un té, y acepto porque eso le da algo que hacer, y me da a mí un segundo para despejarme la cabeza.

Sin embargo, mi cabeza sigue hecha un puto caos. Empiezo a recordar todas las veces que la lastimé. Todas las veces que la decepcioné. Todo se repite como un video en mi mente y no puedo detenerlo.

Cuando ella regresa con dos tazas ya no puedo seguir soportando el silencio, ni el estar atascado en mi cabeza.

Le cuento lo difíciles que han sido las últimas semanas y la forma tan constante en que quería consumir. Le cuento la verdad, que si no estuviera quedándome en casa de mis padres, probablemente me habría reunido con Sam hace semanas. A pesar de que casi muero. A pesar de todos y de todo lo que ya he perdido.

—Debes pensar que soy jodidamente patético —digo eventualmente.

Chasquea la lengua y niega con la cabeza.

—¿Por qué lo dices?

No sé por qué.

—Porque yo lo estaba pensando —decido.

—Sabes, hubo una época en nuestra relación donde habría matado para que me contaras lo que estabas pensando —dice con una ligera sonrisa en los labios.

—¿No debí haberte contado todo eso? —Estoy seguro de que ahora piensa peor de mí.

—No, me alegra que me contaras. De verdad que sí. Es que… toda esta honestidad. Supongo que es algo nuevo. No estoy acostumbrada —admite, y antes de que pueda arrepentirme, añade—: Me gusta. Me hace sentir jodidamente triste, pero… supongo que agradezco que sientas que puedes abrirte conmigo. Y no creo que seas patético —dice genuinamente—. Creo que estás sufriendo por algo que está fuera de tu control.

Es una manera muy amable de decir que piensa que estoy enfermo.

—Mi familia también piensa que estoy enfermo —suelto de pronto. Al asentir hacia el panfleto que está en la mesita de centro, ella lo agarra. Es un centro de rehabilitación en Bainbridge Island del que Emmett no deja de contarme.

—¿No crees que estás enfermo?

—Ya no sé qué es lo que soy.

Es una manera muy amable de decir que estoy deprimido y perdido e inseguro de cómo sacarme de este hábito de autodestrucción.

—¿Has investigado este sitio? —pregunta mientras sus ojos escanean la información entre la hoja doblada—. Me refiero a por tu cuenta. Sin que Emmett ni tus padres te obliguen.

—Un poco.

—Se ve lindo —dice Bella, y esbozo una sonrisa—. ¿Qué?

—Es rehabilitación —digo secamente.

—¿Y?

—No es lindo. Es… vergonzoso.

—No es vergonzoso, Edward. Es lo que es. Y si decides ir, todos se sentirían jodidamente orgullosos de ti. Yo me sentiría orgullosa de ti —dice con seriedad. Tanta seriedad que trago y aparto la vista.

—Bueno, sí.

Suspira y deja el panfleto en la mesita.

—¿Es por eso por lo que dudas? ¿Crees que la gente te juzgará por ir a rehabilitación?

—Tal vez.

—Te tengo noticias, la gente te juzgará de todas formas. —Lo dice con tanta honestidad, tanta vehemencia, que casi me hace sonreír.

—Sí. Probablemente.

Pienso en todos los mensajes que he recibido la última semana de desconocidos en Instagram. La mayoría son amables. Me dan ánimos. Pero también está el cabrón anónimo santurrón que se deleita con hablar mierdas y esconderse detrás de una pantalla.

El manager de la banda me pidió que publicara una declaración hace unas semanas hablando de dar un paso atrás debido a mi salud mental. Lo mantuvimos muy vago, y probablemente no decía mucho, pero desde entonces empezaron a buscar a alguien que me remplazara en la gira. Pete todavía no me lo ha dicho, pero probablemente ya no me vayan a aceptar. Él no puede estar en recuperación y tener cerca a un puto adicto. Sin embargo, está siendo amable. Cauteloso. Como siempre. Tal vez no quiere enviarme más en picada, así que la banda se mantiene en silencio e intentan darme espacio. Pero no soy jodidamente estúpido.

Estoy al borde de no tener nada ahora. Es un sitio muy sombrío en el que estar nuevamente, pero sé que yo soy el único culpable.

—Es raro. Hace poco más de un año estaba casi en la misma posición. Sin un trabajo, en malos términos con una banda. No me encuentro exactamente indigente, pero me estoy quedando en mi habitación de la infancia. —No menciono que sigo sin tenerla a ella. Ambos ya lo sabemos.

Ella asiente, mostrándose cuidadosamente de acuerdo.

—Sí.

—Qué coincidencia —digo, encogiéndome de hombros.

—En realidad, no. Estas son decisiones conscientes que estás tomando una y otra vez. Es un patrón. Al menos eso fue lo que aprendí en terapia.

—¿Fuiste a terapia? —pregunto, me sorprende que haya compartido eso.

—Empecé a ir unas semanas después de regresar de Austin.

Empezó a ir a terapia por mí.

—Carajo. —Me paso una mano por el cabello—. Yo… mierda. Lo siento.

—No te puedes llevar todo el crédito del que yo necesitara terapia. —Se ríe—. O sea, las cosas entre nosotros no ayudaron, pero fue algo que debí haber iniciado hace mucho tiempo.

—¿Te ha ayudado?

—No al principio. Esperaba sanar repentinamente, pero tardé un tiempo. Es algo… —Hace una pausa y pone los ojos en blanco—. Es verdad cuando la gente dice que tienes que hacer el esfuerzo. Así que sí. La terapia me ayudó tremendamente. Pero siempre hay algo nuevo en qué enfocarse. Es un proceso continuo —dice con honestidad y tengo una rara sensación de orgullo por ella. Ha estado mejorando durante el último año. Y yo me he estado desgastando.

Se me ocurre que probablemente ya ni la conozco. No de la forma en que solía conocerla.

Apenas me conozco a mí mismo.

Tallándome la cara con una mano, suelto una risita sin humor.

—¿Qué? —pregunta Bella.

Me rasco la nuca y niego con la cabeza.

—Nada.

—No hagas eso —presiona—. Ya no te cierres a mí. Me has consentido mucho esta noche para volver a eso —dice con ligereza.

—Es que supongo que… ya no sé quién soy sin la cocaína. Y eso me aterra. —Sostengo su mirada, quiero apartar la vista con todas mis fuerzas. Esconderme. Pero no lo hago. Dejo que la vergüenza hierva en mi rostro y permito que mi corazón lata, lata, lata por estar tan abierto y vulnerable—. Tal vez eso es lo que me impide ir a rehabilitación. No me preocupa lo que otros pensarán de mí. Me preocupa que al fin me veré a mí mismo y no me agradará quién soy.

—Pero ¿siquiera te agrada quien eres ahora? —pregunta suavemente.

Me atrapó ahí.

—No.

—Creo que, después de rehabilitación, seguirás siendo tú, pero solo las mejores partes. Así que no permitas que esto te impida ir, Edward.

—Sí, tal vez —digo, quitándole importancia a la forma en que ella me hace sentir. Como si fuera bueno y no un fracaso. Como si todavía le importara como algo más que solo un amigo.

Aunque sé que no puede ser. Ella no podría. Incluso si de alguna manera pudiera seguir limpio, han pasado demasiadas cosas. La he hecho pasar por mucho. La he herido a propósito. Me aproveché de su amor por mí y su confianza en nosotros. El que ella esté aquí justo ahora solo demuestra más lo mucho que la he manipulado.

—¿En qué estás pensando? —pregunta, y apenas puedo verla a los ojos.

—Lo mucho que te he decepcionado —admito—. Sé que no debería estar pensando en esto, en nosotros… pero… carajo. —Estoy nervioso—. ¿Podríamos alguna vez…? —Ni siquiera sé qué estoy preguntando—. ¿Podrías vernos alguna vez…?

Se lleva las piernas al pecho y apoya el mentón en sus rodillas. Está tranquila y mis entrañas zumban con anticipación. Me siento tan jodidamente dividido. Quiero que diga que sí, que todavía hay una oportunidad para nosotros. Pero en el fondo necesito que diga que no. Que tenga autopreservación. Que me deje atrás. Que siga adelante, si es que no lo ha hecho ya. Que viva su vida. Que sea feliz, sin mí.

—No lo sé —dice al fin—. No como… no cuando estás así. No.

Su respuesta es más amable de lo que merezco.

Me hago hacia enfrente y agarro el panfleto, mirando las imágenes genéricas de gente que nunca en su vida ha consumido ni una puta droga.

—Tal vez podría… —toso. Siento el estómago revuelto tan solo al pensar en rehabilitación. En hacerme responsable. En no poder esconderme tras las drogas. Me da un putero de ansiedad, mis pensamientos de inmediato se van a la cocaína en mi bolsillo.

Sigue en mí.

Intacta.

—No sé. Tal vez podría ir a rehabilitación —logro decir al fin.

—Sí, podrías ir. Pero necesitas estar limpio por ti —dice Bella con amor firme y determinación—. No por mí. Ni por tu familia. Ni por nadie más. Tiene que ser por ti, ¿sabes? Así que, por favor, no hagas nada conmigo en mente.

Lanzo el panfleto de nuevo sobre la mesa y me río con amargura. Estoy a punto de decir que he hecho todo con ella en mente, pero esa es una puta mentira.

Solo pienso en mí.

Siempre lo he hecho.

Siempre he sido yo, yo, yo. Lo que me hace feliz. Lo que me hace sentir bien en el momento. Pero ninguna de las decisiones que he tomado ha tenido un efecto duradero. Sigo jodido. Sigo infeliz y perdido y tan jodidamente roto que ni siquiera sé por dónde empezar a repararme. Es por eso que no lo hago. Es por eso que siempre elijo otra línea, porque está garantizado que me hará sentir bien al instante.

La repentina claridad que tengo me hace moverme en el sofá, la urgencia de irme es tan jodidamente fuerte. Bella me mira con curiosidad mientras agarro mi muleta y lucho por levantarme para cruzar lentamente la sala.

—¿A dónde vas? —pregunta.

—Al baño.

Se mantiene extrañamente callada detrás de mí y eso me mata. Pero ella no sabe que tengo la cocaína conmigo. Si lo supiera, creo que intentaría detenerme.

Me dirijo al baño, enciendo la luz y cierro la puerta. Apoyo mi muleta en la pared y me agarro del lavamanos para sostenerme. Con una mano temblorosa, saco la bolsita de cocaína de mi bolsillo.

Siempre sentiré emoción al verla. Al sostenerla. Siempre tendré ese momento de anticipación justo antes de saber que estoy a punto de sentirme en un puto viaje.

Mi corazón late por ella y me sudan las palmas.

Me timbran los oídos.

Se me hace agua la boca. Me duelen las encías.

Mi garganta anhela el goteo, goteo, goteo.

La miro.

La abro.

La maldigo.

Podría hacerlo. En este puto momento. Nadie podría detenerme. Bella lo sabría, supongo, pero eso nunca me ha detenido antes.

Hasta ahora.

Por primera vez, pienso en alguien aparte de mí. En la chica que perdí y la familia que estoy destinado a perder. En las relaciones que tomé por garantizadas, y el caos que les he hecho pasar a todos.

Pienso en lo que me he hecho pasar a mí durante años. Trasnoches que se convirtieron en madrugadas. Despertar en sitios desconocidos. Sexo casual. Años desperdiciados. Dinero desperdiciado. Mi cuerpo… jodidamente desperdiciado y cansado y hastiado.

Pienso en ese momento verdaderamente aterrador cuando desperté solo en una habitación de hospital, inseguro de cómo había llegado ahí o por qué me dolía tanto el cuerpo, con el estómago envuelto en gasa. Inseguro de si había lastimado a alguien más en el proceso.

Y después de todo eso… después de casi morir, todavía quiero consumir.

Ninguna cantidad será suficiente nunca.

No hasta que lo joda irreparablemente.

No hasta que me mate.

Así que tomo una decisión.

Pasan uno, dos, tres segundos y luego vierto el polvo en la porcelana. Lo veo disolverse en nada antes de bajarle a la taza. Con ello se van todas las mentiras que he dicho. Todas las relaciones que he jodido. Con ello se va mi arrogancia. Mi deseo por destruir. Todo lo que queda es mi humildad y este corazón que late a medias.

Quiero decir que se siente bien. Que he recuperado un poco del poder. Como si hubiera empezado a recuperar el control de mi vida.

Pero solo me siento vacío y débil y tan jodidamente cansado. Solo me siento aburrido de mí mismo y enfermo del estómago.

Mis emociones se encuentran atrapadas en un limbo. No sé si reír o llorar. Decido que no soy merecedor de hacer ninguna de esas cosas, y abro la puerta del baño.

Me duele el pecho al ver a Bella ahí parada inmóvil. Tiene los ojos como platos. La boca en un mohín. Hay mucha decepción en su tierno rostro.

Pero al ver lo claros que están mis ojos, lo sabe. Cuando ve lo honesto y humillado que me siento, el alivio que se apodera de su expresión me hace querer llorar. Así que lo hago. Me doy este momento. Ya no estoy en un limbo. Las lágrimas caen por mis mejillas y son una mezcla de alivio y desprecio. Sé que nunca estaré curado, ni seré libre o bueno, pero justo ahora eso no importa porque lo que importa es la forma en que ella me mira.

Sin decir una palabra, se acerca a mí y me abraza. Entierra la cara en mi cuello. Puedo sentir sus lágrimas en mi piel y eso me causa todo un nuevo nivel de dolor.

Su abrazo se siente diferente.

Se siente cálido.

Se siente mejor que la alternativa de lo que hubiera metido en mi cuerpo.

Tengo treinta años y mañana es mi cumpleaños. Estoy enfermo. Soy un adicto. Y voy a ir a rehabilitación.