Capítulo 5
EL DIVÁN
La oficina se había ido despejando poco a poco y los únicos que se quedaron era el velador, ella y Jakotsu. Que la miraba desde su cubículo con una sonrisa que para nada era discreta. Llevaba en los dedos una lima con la cual se alisaba las uñas.
Apagó su ordenador, tomó su bolso y se puso de pie. Alzó una ceja al ver el mismo movimiento reflejado en su compañero.
Cruzaron juntos el vestíbulo. El guardia al verlos los despidió y desde un botón que estaba debajo del mostrador les abrió la puerta.
Su compañero la tomó del brazo y fueron recibidos por una noche cálida.
― ¿No tienes nada mejor que hacer?
Él negó con una sonrisa pícara. Esa clase de sonrisa que quería decir:
"Cuéntame el chisme"
"Necesito saber completo el chisme"
― Estaba pensando en que no nos vendía mal una cena en tu casa. Ocupas contármelo todo, cariñito.
La joven negó, se abrigó un poco con su chamarra de cuero negro y se cruzó de brazos. Estaba más ansiosa por despedirlo antes de que su cita llegara y comenzara a acosarlo.
― No voy a contarte nada porque realmente no hay ningún contexto. Así de simple.
Él alzó una perfilada ceja en señal de no creerle nada. Desde luego, ese no tenía ningún pelo de tonto.
― Claro que sí. Soy tu mejor amigo y...
― Buenas noches.
Jakotsu cerró la boca al escuchar una voz profunda y ronca. Los dos voltearon al mismo tiempo y se encontraron con Inuyasha. Kagome aprovechó para ver a su amigo y no hacía falta saber en lo que estaba pensando. El muy descarado lo recorría de pies a cabeza. Es más, lo estaba desnudando.
Si supiera que desnudo se veía mucho mejor.
Pero él desde luego que no tenía ojos para nadie más que solo para dulzura.
― ¿Estás lista?
Esa simple pregunta la hizo estremecer, aguardando la noche que les esperaba.
Asintió, pero antes de que se pusiera en marcha, su compañero la empujo un poquito para quedarse frente a él. Extendió su mano, pero no en modo de saludo, sino para que él la tomara y le diera un beso.
― Hola, soy Jakotsu, pero tú me puedes decir Jacky.
Ante ese gesto Inuyasha se tensó. Extendió la mano y con la punta de sus dedos tomó los del chico en un gesto de saludo.
― Mucho gusto, Jakotsu – asintió – Inuyasha Taisho.
Pero desde luego ahí no terminaría todo, porque Jakotsu se acercó más de lo permitido. Casi invadiendo el espacio personal del peliplateado, lo que hizo que echara su cuerpo hacia atrás para evitar cualquier tipo de contacto.
― ¿Te han dicho que tienes unas pestañas muy hermosas? Grandes y risadas.
Inuyasha ya estaba un poco incomodo por el acoso del compañero de dulzura así que buscó su apoyo para que fuese a su ayuda. Frunció el cejo al ver que la mujer simplemente se contenía para no terminar riendo ante el cómico momento.
Pero se apeado de él cuando poso la mano en el hombro de su compañero.
― Jacky, devuélvele la mano al señor Taisho – dijo al final – Luego tendrás otro momento para conocerlo...― arrugó los labios, la verdad si le pesaba aguantarse la risa – Mejor.
A regañadientessoltó la mano al atractivo hombre. Debía aprovechar, no todos los días un hombre de esa talla visitaba a su amiga. Aunque al decir verdad había uno, el doctor Bankotsu, pero ella era muy boba y le daba largas para darle luz verde a ese bombón de chocolate como él solía decirle en privado.
Corría con más suerte que él, que Cada fin de semana iba a un club gay y no pescaba ni una mosca. Y ahora tenía dos. El doctor Morrison y el bombón de ojos dorados.
Solo le faltaba definir con cuál de los escogería. Aunque una vaga sensación le decía que ya había elegido.
Esa chica era una picara.
Así que era mejor acabar aquí la conversación y no quitarles más el tiempo. Se apartó un poco de la pareja, dispuesto a despedirse y permitir que se fueran. Ya que las miradas que se intercambiaban eran muy ardientes.
― Nos vemos mañana, Jacky.
Se despidió de Kagome con un beso de mejilla. Antes de que se fuera con aquel impecable hombre del cual no apartaba la vista, le susurró al oído:
― Llévalo al cielo por mí, cariño.
Kagome se apartó un poco y tuvo que morderse los labios para no reír en ese momento. Si de por sí ya era Incomodo.
Pero solo tuvo por respuesta un Guiño.
―Cuida a miamiguispor mí – utilizó su tono afeminado, pero con una clara advertencia oculto en esa frase – Quiero que llegue en una pieza mañana ¿Fui clara, tesoro?
El peliplateado hizo una mueca, pero asintió para tranquilizarlo.
―Pierde cuidado – respondió – Cuidaré muy bien de tuamiguis.
En esa última frase utilizó el mismo tono de voz que Jakotsu, algo que hizo que le arrebatara una risa. Pero no dijo más.
Jakotsu tomó camino al estacionamiento. Ahora que lo pensaba, era mejor si se iba en el suyo. Así después de esa noche, cada uno tomaría caminos distintos.
― ¿Estás lista, dulzura?
Esa forma áspera, varonil de pronunciar cada silaba bastaba como para erizarle toda la piel. Anticipando a la noche que les aguardaba.
Giró levemente el cuerpo y lo vio recargado en su coche con la puerta del copiloto abierta.
―De hecho, estaba pensando que es mejor que me des la dirección a dónde vamos a ir.
Lo vio alzar una ceja, señal clara de que la idea no le agradó.
―Eso no, Kagome – negó y abrió más la puerta – Vienes conmigo, en mi coche y eso no hay discusión alguna.
Empezó a caminar en su dirección y por alguna extraña razón sus tacones se sintieron pesados. Era como si se hubiesen adherido al maldito pavimento.
Tembló al sentir sus dedos tibios deslizarse por toda su espina dorsal y por último sus dedos descansar en su cadera.
Empezó a empujarla con cuidado hacía el auto.
―La verdad es que no me gustaría dejar mi coche aquí. Tendría que…
Tendría que tomar dos taxis, uno que la llevara de vuelta a su departamento y otro al día siguiente, cuando fuese a la agencia.
Jakotsu tendría más tema de que hablar al siguiente día y si de por sí ya era tedioso, esto lo haría ver aún más.
―Por eso no te preocupes.
Inuyasha tomó una hebra de su cabello y se maravilló con su sedosa textura.
Su principal expectativa era que probablemente la volvería a ver al día siguiente para dejarla en la agencia, pero no estaba lista para que la realidad la golpeara como un bate de béisbol.
―Después de nuestro encuentro te dejaré aquí. Así podrías regresar a casa en tu auto – finalizó.
Bueno, tal vez eso era razonable y de cierta forma mejor, así no sabría dónde vivía. Suficiente era con que tuviera su número móvil y que conociera en dónde trabajaba. Según él, esto iba a ser una sola noche, por lo que una vez que terminara dicho encuentro, ambos ya no tendrían contacto alguno. Ella misma ni siquiera se había molestado en guardar su número de celular por lo mismo.
―De acuerdo – asintió al fin – En ese caso, vamos.
Bastó con subir al coche para que los latidos de su corazón comenzaran a golpear su caja torácica. Ante la noche que resultaba prometedora.
XXX
Ni siquiera sabía que era lo que la hizo haber tomado la decisión para estar ahí, o, mejor dicho, conocía la respuesta solo que se hacia la tonta. Desde luego el arrepentimiento no figuraba ahí. De hecho, aún seguía incrédula de que tendría una segunda noche con ese hombre.
Tras dejar atrás la agencia de viajes se detuvieron en un hotel, desde luego no podían ir al palacio Zeus por que existían varias razones.
Uno, su cita no estaba pactada.
Dos, no se repetía la misma cita.
Tres, ella no era parte del Palacio Zeus. El cual, Kikyo fue muy explicita. Se debía tener prácticamente una cuantiosa suma de dinero en una cuenta bancaria para poder pagar la mensualidad.
Su móvil vibró dentro de su bolsa, frunció el cejo y lo sacó. Al ver el nombre de la susodicha cortó tajante la llamada. Ignorando por completo la única llamada que le había hecho su traidora amiga.
Estaba completamente segura de que ella pactó ese encuentro con aquel hombre. ¿Pero a qué costa? ¿Qué tenía que ver Kikyo con él?
Comenzó a sentirse nerviosa así que antes de regresar el móvil a la bolsa sacó de su interior dos pastillas Halls negras con frescura extra incluida. Retiró el envoltorio y se las llevó a la boca. La basurita la guardó junto al móvil.
La frescura le raspó la garganta, dejando una sensación placentera a su paso.
Una de las pastillas por poco se le iba a la garganta al escuchar la puerta cerrarse tras de ella. Seguido de unas grandes pisadas que se detenían justo detrás de su espalda.
¿Se consideraba una zorra por haber aceptado irse con él al primer hotel que hubiesen visto?
Eso era algo que no podía responder. Además, a quién engañaba, ella también quería continuar lo que se dejó a medias por eso no se había resistido tanto. En parte porque su dildo no había sido lo suficientemente potente como para remplazar el pene de este hombre y por más que aumentará la intensidad, no lo superaba en totalidad.
¡Ay pero que rayos pensaba!
― La primera vez yo te desnudé.
Cerró los ojos cuando su aliento cálido rozó su oído. Inuyasha sacó la lengua y la deslizó por el lóbulo del su oído. Enredó un brazo posesivo alrededor de su cintura y la pegó a su cuerpo. Kagome entreabrió los labios, reaccionando al mínimo contacto de él. Incluso se deleitó del roce de sus nalgas con su entrepierna.
― Así que me complacería mucho. Verte hacerlo. Así que desnúdate para mí.
Dio una fugaz mirada a toda la habitación e igual que la noche de su encuentro, solo estaba un diván, pero esta ocasión era de color amarillo. Sintió una corriente helada cuando él aflojaba su brazo y la soltaba.
Inuyasha pasó a su lado y tomó asiento exactamente en aquel diván. Acarició la tela de cuero con sus gruesos y largos dedos. Después, con una descarada sonrisa, alzó la ceja y levantó la vista para mirarla atentamente.
― En la habitación de Zeus tenía muchas ganas de usar uno de estos contigo, dulzura. Pero te marchaste antes de que eso sucediera. Tal vez incluso si podamos usar la regadera esta noche.
Kagome arrojó sin cuidado su bolso y se llevó las manos por detrás de su espalda para desabrocharse el vestido. Pero antes de bajar la cremallera y deshacerse de él, Inuyasha levantó la mano para interrumpirla brevemente.
― Hazlo lento, seductor. Quiero contemplar como esa tela cae por cada centímetro de tu piel.
Anhelando que la volviera a ver desnuda, que volviera estar dentro de ella. Así que, llevó a cabo las peticiones del "bombón" hasta estar únicamente con lencería blanca de encaje y en tacones.
Inuyasha estaba atento a cada movimiento. Había sido fascinante ver como la tela de su vestido verde se deslizaba por todo su cuerpo y se enredaba justo en sus caderas le bastó para tenerlo como una moto.
― No te quistes los tacones – interrumpió cuando ella estaba a punto de quitárselos – Y acércate.
Se detuvo a centímetros de él, su cabeza estaba a la altura de su abdomen.
Levantó sus ojos dorados y se cruzó con la líquida mirada.
Acercó sus labios y besó su tersa piel. Sus manos se anclaron en sus caderas, atrayéndola a él en un movimiento brusco.
Un cosquilleo la recorrió de punta a punta obligándolo a perder contacto visual.
Curvó el cuello y dejó escapar un jadeo intenso. Se agarró a sus hombros, temiendo que sus piernas le fallaran y terminara por caer.
― Dulzura…― sopló un cálido aliento en su húmedo abdomen – Eres un delirio para mí.
Se levantó y antes de que Kagome pudiera reaccionar, sus labios se encontraban devorando los suyos. En un movimiento rápido, ahora era ella la que ocupaba el lugar en el diván, justo en la curva.
Inuyasha se apartó, mirando a la mujer que estaba en lencería fina y en tacones. Era la cosa más lujuriosa que había tenido el placer de ver. Se quitó el saco y la camisa, sin perder el tiempo en observar donde aterrizaban.
― ¿Siempre usas ese tipo de lencería, Kagome?
Ella no pudo contestar, pues estaba más concentrada en contemplar su torso desnudo. Que era algo magnifico de ver. Cualquier actor de Hollywood se quedaría corto ante aquel hombre.
― Una nunca sabe cuándo se pueda usar – respondió traviesa.
― Qué suerte tenemos ¿No?
La frescura de las pastillas no había pasado efecto y únicamente asintió al verlo acercarse a ella con su endurecido pene. Adivinando exactamente lo que él quería de ella.
Abrió la boca y sacó la lengua, para luego pasarla por todo el tronco del pene. Sosteniéndolo con una mano fue dejando una estela de humedad a su paso. Inuyasha se tensó un poco al sentir la frescura de su saliva. Pero se curvo cuando se lo llevó por entero a la boca y fue ahí, que la sensación se hizo mayormente placentera. Conectando todos sus sentidos, mandando ondas a sus genitales. Incluso podía ver el puto cielo.
Hundió los dedos en su cabello y balanceó las caderas al mismo tiempo que ella acometía en su interior.
No había nada más placentero que una dulzura refrescante.
Kagome se retiró un poquito y sopló con delicadeza el glande. Si no la paraba podría incluso terminar rápido y en su boca.
―Dulzura…― jadeó con una voz ronca – Detente, si no…
Pero fue ignorado completamente por ella, pues en cambio, aumento sus acometidas. Llevándoselo más profundo a su boca, tocando incluso su garganta. Era una completa locura aquello, se dejó llevar y si, se vino el interior de su garganta.
Se retiró y por un momento llegó a pensar que los escupiría, pero no fue así, pues se había tragado su esperma sin ningún pretexto.
Acercó una caja de pañuelos y se la extendió. Kagome levantó la mirada y se limpió la boca con uno.
Inuyasha no apartaba la mirada de esa mujer, actuaba de manera normal. Normalmente eso no le ocurría con frecuencia, de hecho, desde que había estado en Zeus ninguna mujer se había aventurado tanto como lo hizo ella.
Kagome, se mordió el labio inferior y con una sonrisa victoriosa levantó la vista. Si, era la primera vez que cometía ese tipo de locura, pero por alguna extraña sensación ese hombre la hizo sentirse poderosa, sin inhibiciones. Había leído que varias mujeres no les gustaban tragarse el esperma, debido a la resequedad que eso generaba, pero no sintió tal cosa. Tal vez fue gracias a las halls que ahora yacen en su estómago junto con el esperma de ese hombre.
― ¿Pasa algo? – quería reír al ver su cara hecha un poema.
―Nada, dulzura – negó, mientras se acercaba a ella – Ahora me toca a mí.
Metió un dedo por debajo del sostén y se deshizo del broche liberando sus generosos pechos. Se arrodilló para tenerlos justo frente de su boca. Los amasó, los moldeo con ambas manos. Una corriente de places se desplazó por toda la columna vertebral de Kagome, logrando que se le escapara un gemido de los labios.
Inuyasha remplazó las manos con su lengua y ella se aferró al diván. Ahora sus largos dedos recorrían sus curvas en busca de sus bragas. Escucharla gemir hicieron que su miembro cobrara vida. Muriendo de agonía por estar ahora sí, dentro de ella.
De deshizo de esa pequeña prenda, pero maldijo cuando se enredó con la base de uno de sus tacones, pero al final se liberó de la diminuta prenda.
Después y sin perder más tiempo, con la punta de su dedo rosó el borde de su vulva y sintió toda la humedad que había ahí. Adentrándose más fue buscando su clítoris, estimulándolo, volviéndola cada vez más loca y excitada de lo que ya estaba.
Así como ella lo había vuelto loco con su mamada. Él quería devolverle el favor, pero doble. Inició un juego, trazando círculos en su interior. Sus flujos emanaban como si fuesen una cascada, aunque lo que más le excitaba era escuchar sus leves gemidos cerca de su oído. Apartó el rostro de sus hermosos pechos. Se permitió verlos, eran hermosos, redondos y firmes. Se relamió los labios al ver sus pezones rosados. Sacó la lengua y pasó la punta por uno de ellos. Todo sin dejar de penetrarla con sus dedos.
Kagome clavó las uñas al diván. Abrió más las piernas y darle libre acceso a su cuerpo cuando un segundo dedo siguió su exploración más allá de su interior.
Se permitió abrir los ojos y fue recibida por la erótica escena del momento. Tenía justo frente a ella su cabello plateado y sedoso. Un olor mentolado, deliberadamente delicioso desprendía por cada hebra. No pudo resistir la tentación de pasar sus dedos por su platinada melena.
Estaba más que húmeda, lista para entrar en ella. Así que retiró ambos dedos y la hizo girar en el diván. De modo que su caja torácica quedara pegada a la parte alta del sillón.
―No te muevas dulzura – susurró en su oído – En seguida regreso.
Kagome siguió sus movimientos, recargándose en el respaldo. Lo vi buscar un preservativo en el bolsillo de su chaqueta. Rasgó el envoltorio y se cubría el pene. Se mordió el labio, ya que esa acción resultaba tremendamente placentera. Él se dio cuenta que lo observaba, pues le guiñó al tiempo volvía y ocupaba un lugar del sillón de tras de ella.
Una vibra rica le mandó señales a todo su cuerpo en cuanto sintió la punta de su pene rosar sus nalgas.
―Levanta las caderas, dulzura.
Kagome las levantó de tal manera que sus caderas quedaran arriba de las caderas de Inuyasha. Se tensó de placer cuando poco a poco fue penetrándola. Empezó con movimientos lentos, un vaivén. Ella se balanceaba al compás de las acometidas. La fricción de sus cuerpos la excitaba más. Mandando hondas eléctricas por todos los rincones de su cuerpo.
Se aferró al respaldo del diván.
Inuyasha se perdió en la inmensidad de su espalda y de la forma tan erótica en la que balanceaba sus caderas. De como su pene de perdía entre la inmensidad de sus nalgas. Buscó sus senos y volvió amasarlos entre sus manos. Kagome se arqueó y terminó recargada en su abdomen. Inclinó la cabeza y él aprovechó para depositar un beso en la curva de su cuello. Ella, levantó sus brazos y buscó su cabello.
―Sigues igual de dulce, Kagome.
Por más que quisiera abrir las piernas, están yacían extendidas a ambos lados del diván.
―Y tú igual de excitante― respondió entre jadeos.
Dejó desatendido uno de sus pechos para continuar su exploración por su cuerpo y regresar al punto de partida. Su vulva estaba completamente abierta por lo que no se le dificultó encontrar su clítoris. De nueva cuenta la torturaba con esas deliciosas clarisas.
Sus cuerpos eran un auto reflejo de lo que pasaba en esa habitación. Sudorosos, queriendo alcanzar el climas al mismo tiempo.
―Dime que ya estas a punto de llegar, dulzura – susurró en su oído.
Porque él si lo estaba, pero había prolongado su propio placer para que ella lo hiciera primero.
―Si…
―Dime que ya estas a punto de llegar, dulzura – susurró en su oído.
Porque él si lo estaba, pero había prolongado su propio placer para que ella lo hiciera primero.
―Si…
Todo su placer comenzaba a concentrarse justo en la zona donde aún la seguía tocando. Comenzó primero con espasmos y luego una deliciosa ráfaga siendo liberada por todos los poros de su piel. Solo con sentir como su vagina se contraía al redor de su pene le bastó para llegar al orgasmo segundos después de ella.
Kagome se derrumbó en el diván y él hizo lo mismo, solo que recargó la cabeza en su espalda. Ambos luchaban por recuperar la respiración.
Minutos más tarde, Inuyasha se levantó a tirar el condón en la papeleta del baño.
Pero ella permaneció extasiada y complacida en ese cómodo lugar. Jamás había imaginado que un sillón de ese tipo realmente proporcionaba un placer mayor y eso que solo fue una posición, no se imaginaba como podrían ser las demás.
Aunque eso tendría que experimentarlo con otra persona, pensó amargamente. Ya que después de esa noche, ellos dos no se volverían a ver.
Frunció el cejo al escuchar la llave del baño, levantó la cabeza y lo vio en el marco de la cabeza.
― ¿Te apetece un baño de agua tibia, dulzura?
Era exactamente las dos de la madrugada cuando la dejaba en el estacionamiento de la agencia. Aquella noche habían iniciado en un diván, siguieron en la ducha, después en la cama para terminar donde comenzaron.
Como no quería extender más la despedida, se quitó el cinturón de seguridad y salió de su coche. Pero él en lugar de quedarse ahí, se bajó al mismo tiempo que ella. Tenía intención de seguirla hasta su auto y ella lo detuvo.
―No es necesario que lo hagas.
¿Por qué quería llorar?
No es que se hubiese enamorado, eso solo había sido sexo sin dejar el corazón en un cuarto de hotel.
―Podría pasarte algo – él se encogió de hombros.
Lo cierto es que no quería despedirse de ella.
―Esta el vigilante – señaló a Jaken, que daba sus rondines – No me pasara nada. Además, esto es la despedida. Ambos acordamos que solo sería una noche y ya.
Él asintió.
―Si, tienes razón. Esto solo sería una noche.
Kagome sonrió.
―Bueno – extendió la mano – Que tengas buena vida, Inuyasha.
Inuyasha se le quedó viendo a esa tersa mano que le había tocado su piel. Pero no quiso retenerla más, así que le devolvió el gesto.
―Lo mismo para ti, Kagome.
Ambos se miraron por última vez y fue la propia Kagome la que lo soltó y comenzó a andar hasta su auto. Suspiró, sabía que aun la estaba viendo y no quiso voltear a verlo. Subió al auto y escuchó el móvil.
Lo sacó de la bolsa y vio que era Kikyo.
― ¿Qué pasó?
― ¡He estado llamándote más de cien veces! ¿Dónde carajos estabas?
― ¿Por qué me vendiste?
Hubo un silencio, su amiga no respondía.
― ¿Kikyo?
― ¿De dónde concones a Inuyasha ¿Taisho?
Ella se recargó en el respaldo de su auto sin encenderlo aún. Él ya se había ido porque no se encontraban rastros de él.
―Es al que te ibas a coger en Zeus.
Y hubo un silencio sepulcral desde el otro lado de la línea.
