Harry Potter y el regreso a Casa.
Capitulo 8°: Una muy Mala noticia.
Unos pies pesados resonaron en el corredor. un hombre alto de cara hermosa y noble, cabello oscuro y ojos grises, de mirada orgullosa y seria. Se lanzo contra la puerta y la cerró empujándola con el hombro; luego la sujetó acuñándola con hojas de espada quebradas y astillas de madera. La Compañía se retiró al otro extremo del cuarto. Pero aún no tenían ninguna posibilidad de escapar. Un golpe estremeció la puerta, que en seguida comenzó a abrirse lentamente, rechinando, desplazando las cuñas. Un brazo y un hombro voluminosos, de piel oscura, escamosa y verde, aparecieron en la abertura, ensanchándola. Luego un pie grande, chato y sin dedos, entró empujando, deslizándose por el suelo. Afuera había un silencio de muerte. Boromir saltó hacia adelante y lanzó un mandoble contra el brazo, pero la espada golpeó resonando, se desvió a un lado y se le cayó de la mano temblorosa. La hoja estaba mellada. De pronto, y algo sorprendido pues no se reconocía a sí mismo, Frodo sintió que una cólera ardiente le inflamaba el corazón. -¡La Comarca! -gritó y saltando al lado de Boromir se inclinó y descargó a Dardo contra el pie. Se oyó un aullido y el pie se retiró bruscamente, casi arrancando a Dardo de la mano de Frodo. Unas gotas negras cayeron de la hoja y humearon en el suelo. Boromir se arrojó otra vez contra la puerta y la cerró con violencia. -¡Un tanto para la Comarca! - gritó Aragorn -. ¡La mordedura del hobbit es profunda! ¡Tienes una buena hoja, Frodo hijo de Drogo! Un golpe resonó en la puerta y luego otro y otro. Los orcos atacaban ahora con martillos y arietes. Al fin la puerta crujió y se tambaleó hacia atrás y de pronto la abertura se ensanchó. Las flechas entraron silbando, pero golpeaban la pared del norte y caían al suelo. Un cuerno llamó en seguida y unos pies corrieron y los orcos entraron saltando en la cámara. Cuántos eran, la Compañía no pudo saberlo. En un principio los orcos atacaron decididamente, pero el furor de la defensa los desanimó muy pronto. Legolas les atravesó la garganta a dos de ellos. Gimli le cortó las piernas a otro que se había subido a la tumba de Balin. Boromir y Aragorn mataron a muchos. Cuando ya habían caído trece, el resto huyó chillando, dejando a los defensores indemnes, excepto Sam que tenía un rasguño a lo largo del cuero cabelludo. Un rápido movimiento lo había salvado y había matado al orco: un golpe certero con la espada tumularia. En los ojos castaños le ardía un fuego de brasas que habría hecho retroceder a Ted Arenas, si lo hubiera visto. -¡Ahora es el momento! - gritó Gandalf -. ¡Vamos, antes que el troll vuelva! Pero mientras aún retrocedían y antes que Pippin y Merry hubieran llegado a la escalera exterior, un enorme jefe orco, casi de la altura de un hombre, vestido con malla negra de la cabeza a los pies, entró de un salto en la cámara; lo seguían otros, que se apretaron en la puerta. La cara ancha y chata era morena, los ojos como carbones, la lengua roja; esgrimía una lanza larga. Con un golpe de escudo desvió la espada de Boromir y lo hizo retroceder, tirándolo al suelo. Eludiendo la espada de Aragorn con la rapidez de una serpiente, cargó contra la Compañía, apuntando a Frodo con la lanza. El golpe alcanzó a Frodo en el lado derecho y lo arrojó contra la pared. Sam con un grito quebró de un hachazo el extremo de la lanza. Aún estaba el orco dejando caer el asta y sacando la cimitarra, cuando Andúril le cayó sobre el yelmo. Hubo un estallido, como una llama, y el yelmo se abrió en dos. El orco cayó, la cabeza hendida. Los que venían detrás huyeron dando gritos y Aragorn y Boromir acometieron contra ellos. Bum, bum continuaban los tambores allá abajo. -¡Ahora! -gritó Gandalf -. Es nuestra última posibilidad. ¡Corramos! Aragorn recogió a Frodo, que yacía junto a la pared, y se precipitó hacia la escalera, empujando delante de él a Merry y a Pippin. Los otros los siguieron; pero Gimli tuvo que ser arrastrado por Legolas; a pesar del peligro se había detenido cabizbajo junto a la tumba de Balin. Boromir tiró de la puerta este y los goznes chillaron. Había a cada lado un gran anillo de hierro, pero no era posible sujetar la puerta. -Estoy bien -jadeó Frodo-. Puedo caminar. ¡Bájame! Aragorn, asombrado, casi lo dejó caer. -¡Pensé que estabas muerto! -exclamó. -¡No todavía! -dijo Gandalf -. Pero no es momento de asombrarse. ¡Adelante todos,escaleras abajo! Esperadme al pie unos minutos, pero si no llego en seguida, ¡continuad! Marchad rápidamente siempre a la derecha y abajo. -¡No podemos dejar que defiendas la puerta tú solo! - dijo Aragorn. -¡Haz como digo! - dijo Gandalf con furia -. Aquí ya no sirven las espadas. ¡Adelante! Ninguna abertura iluminaba el pasaje y la oscuridad era completa. Descendieron una larga escalera tanteando las paredes y luego miraron atrás. No vieron nada, excepto el débil resplandor de la vara del mago, muy arriba. Parecía que Gandalf estaba todavía de guardia junto a la puerta cerrada. Frodo respiraba pesadamente y se apoyó en Sam, que lo sostuvo con un brazo. Se quedaron así un rato espiando la oscuridad de la escalera. Frodo creyó oír la voz de Gandalf arriba, murmurando palabras que descendían a lo largo de la bóveda inclinada como ecos de suspiros. No alcanzaba a entender lo que decían. Parecía que las paredes temblaban. De vez en cuando se oían de nuevo los redobles de tambor: bum, bum. De pronto una luz blanca se encendió un momento en lo alto de la escalera. En seguida se oyó un rumor sordo y un golpe pesado. El tambor redobló furiosamente, bum, bum, bum y enmudeció. Gandalf se precipitó escaleras abajo y cayó en medio de la Compañía. -¡Bien, bien! ¡Problema terminado! - dijo el mago incorporándose con trabajo-. He hecho lo que he podido. Pero encontré la horma de mi zapato y estuvieron a punto de destruirme. ¡Pero no os quedéis ahí! ¡Vamos! Tendréis que ir sin luz un rato, pues estoy un poco sacudido. ¡Vamos! ¡Vamos! ¿Dónde estás, Gim1i? ¡Ven adelante conmigo! ¡Seguidnos los demás, y no os separéis! Todos fueron tropezando detrás de él y preguntándose qué habría ocurrido. Bum, bum sonaron otra vez los golpes de tambor; les llegaban ahora más apagados y como desde lejos, pero venían detrás. No había ninguna otra señal de persecución, ningún ajetreo de pisadas, ninguna voz. Gandalf no se volvió ni a la izquierda ni a la derecha, pues el pasaje parecía seguir la dirección que él deseaba. De cuando en cuando encontraban un tramo de cincuenta o más escalones que llevaba a un nivel más bajo. Por el momento este era el peligro principal, pues en la oscuridad no alcanzaban a ver las escaleras, hasta que ya estaban bajando, o habían puesto un pie en el vacío. Gandalf tanteaba el suelo con la vara, como un ciego. Al cabo de una hora habían avanzado una milla, o quizás un poco más, y habían descendido muchos tramos de escalera. No se oía aún ningún sonido de persecución. Hasta empezaban a creer que quizás escaparían. Al pie del séptimo tramo, Gandalf se detuvo.
-¡Está haciendo calor! -jadeó-. Ya tendríamos que estar por lo menos al nivel de las puertas. Pronto habrá que buscar un túnel a la izquierda, que nos lleve al este. Espero que no esté lejos. Me siento muy fatigado. Tengo que descansar aquí unos instantes, aunque todos los orcos que alguna vez han sido caigan ahora sobre nosotros. Gimli lo ayudó a sentarse en el escalón. -¿Qué pasó allá arriba en la puerta? -preguntó-. ¿Descubriste al que toca el tambor? -No lo sé -respondió Gandalf-. Pero de pronto me encontré enfrentado a algo que yo no conocía. No supe qué hacer, excepto recurrir a algún conjuro que mantuviera cerrada la puerta. Conozco muchos, pero estas cosas requieren tiempo y aun así el enemigo podría forzar la entrada. »Mientras estaba ahí oí voces de orcos que venían del otro lado, pero en ningún momento se me ocurrió que podían echar abajo la puerta. No alcanzaba a oír lo que se decía; parecían estar hablando en ese horrible lenguaje de ellos. Todo lo que entendí fue ghash, "fuego". En seguida algo, entró en la cámara; pude sentirlo a través de la puerta y los mismos orcos se asustaron y callaron. El recién llegado tocó el anillo de hierro y en ese momento advirtió mi presencia y mi conjuro. »Qué era eso, no puedo imaginarlo, pero nunca me había encontrado con nada semejante. El contraconjuro fue terrible. Casi me hace pedazos. Durante un instante perdí el dominio de la puerta, ¡que comenzó a abrirse! Tuve que pronunciar un mandato. El esfuerzo resultó ser excesivo. La puerta estalló. Algo oscuro como una nube estaba ocultando toda la luz, y fui arrojado hacia atrás escaleras abajo. La pared entera cedió y también el techo de la cámara, me parece.
»Temo que Balin esté sepultado muy profundamente y quizá también alguna otra cosa. No puedo decirlo. Pero por lo menos el pasaje que quedó a nuestras espaldas está completamente bloqueado. ¡Ah! Nunca me he sentido tan agotado, pero ya pasa. ¿Y qué me dices de ti, Frodo? No hubo tiempo de decírtelo, pero nunca en mi vida tuve una alegría mayor que cuando tú hablaste. Temí que fuera un hobbit valiente pero muerto lo que Aragorn llevaba en brazos. -¿Qué digo de mí? -preguntó Frodo-. Estoy vivo y entero, creo. Me siento lastimado y dolorido, pero no es grave. -Bueno -dijo Aragorn-, sólo puedo decir que los hobbits son de un material tan resistente que nunca encontré nada parecido. Si yo lo hubiera sabido antes, ¡habría hablado con más prudencia en la taberna de Bree! ¡Ese lanzazo hubiese podido atravesar a un jabalí de parte a parte! -Bueno, no estoy atravesado de parte a parte, me complace decirlo -dijo Frodo-, aunque siento como si hubiese estado entre un martillo y un yunque. No dijo más. Le costaba respirar. -Te pareces a Bilbo -dijo Gandalf -. Hay en ti más de lo que se advierte a simple vista, como dije de él hace tiempo. Frodo se quedó pensando si esta observación no tendría algún otro significado.Prosiguieron la marcha. Al rato Gimli habló. Tenía una vista penetrante en la oscuridad. -Creo -dijo - que hay una luz delante. Pero no es la luz del día. Es roja. ¿Qué puede ser? -Ghash! -murmuró Gandalf -. Me pregunto si era eso a lo que se referían, que los niveles inferiores están en llamas. Sin embargo, no podemos hacer otra cosa que continuar. Pronto la luz fue inconfundible y todos pudieron verla. Vacilaba y reverberaba en las paredes del pasadizo. Ahora podían ver por dónde iban: descendían una pendiente rápida y un poco más adelante había un arco bajo; de allí venía la claridad creciente. El aire era casi sofocante. Cuando llegaron al arco, Gandalf se adelantó indicándoles que se detuvieran. Fue hasta poco más allá de la abertura y los otros vieron que un resplandor le encendía la cara. El mago dio un paso atrás. -Esto es alguna nueva diablura -dijo Gandalf - preparada sin duda para darnos la bienvenida. Pero sé dónde estamos: hemos llegado al Primer nivel, inmediatamente deba o de las puertas. Esta es la Segunda Sala de la Antigua Moria y las puertas están cerca: más allá del extremo este, a la izquierda, a un cuarto de milla. Hay que cruzar el puente, subir por una ancha escalinata, luego un pasaje ancho que atraviesa la Primera Sala, ¡y fuera! ¡Pero venid y mirad! Espiaron y vieron otra sala cavernosa. Era más ancha y mucho más larga que aquella en que habían dormido. Estaban cerca de la pared del este; se prolongaba hacia el oeste perdiéndose en la oscuridad. Todo a lo largo del centro se alzaba una doble fila de pilares majestuosos. Habían sido tallados como grandes troncos de árboles y una intrincada tracería de piedra imitaba las ramas que parecían sostener el cielo raso. Los tallos eran lisos y negros, pero reflejaban oscuramente a los lados un resplandor rojizo. Justo ante ellos, a los pies de dos enormes pilares, se había abierto una gran fisura. De allí venía una ardiente luz roja y de vez en cuando las llamas lamían los bordes y abrazaban la base de las columnas. Unas cintas de humo negro flotaban en el aire cálido. -Si hubiésemos venido por la ruta principal desde las salas superiores, nos hubieran atrapado aquí -dijo Gandalf-. Esperemos que el fuego se alce ahora entre nosotros y quienes nos persiguen. ¡Vamos! No hay tiempo que perder. Aún mientras hablaban escucharon de nuevo el insistente redoble de tambor: bum, bum, bum. Más allá de las sombras en el extremo oeste de la sala estallaron unos gritos yllamadas de cuerno. Bum, bum: los pilares parecían temblar y las llamas oscilaban. -¡Ahora la última carrera! -dijo Gandalf-. Si afuera brilla el sol, aún podemos escapar. ¡Seguidme! Se volvió a la izquierda y echó a correr por el piso liso de la sala. La distancia era mayor de lo que habían creído. Mientras corrían oyeron los golpeteos y los ecos de muchos pies que venían detrás. Se oyó un chillido agudo: los habían visto. Hubo luego un clamor y un repiqueteo de aceros. Una flecha silbó por encima de la cabeza de Frodo. Boromir rió. -No lo esperaban -dijo-. El fuego les cortó el paso. ¡Estamos del mal lado! -¡Mirad adelante! - llamó Gandalf -. Nos acercamos al puente. Es angosto y peligroso. De pronto Frodo vio ante él un abismo negro. En el extremo de la sala el piso desapareció y cayó a pique a profundidades desconocidas. No había otro modo de llegar a la puerta exterior que un estrecho puente de piedra, sin barandilla ni parapeto, que describía una curva de cincuenta pies sobre el abismo. Era una antigua defensa de los enanos contra cualquier enemigo que pusiera el pie en la primera sala y los pasadizos exteriores. No se podía cruzar sino en fila de a uno. Gandalf se detuvo al borde del precipicio y los otros se agruparon detrás. -¡Tú adelante, Gimli! -dijo-. Luego Pippin y Merry. ¡Derecho al principio y escaleras arriba después de la puerta! Las flechas cayeron sobre ellos. Una golpeó a Frodo y rebotó. Otra atravesó el sombrero de Gandalf y allí se quedó sujeta como una pluma negra. Frodo miró hacia atrás. Más allá del fuego vio un enjambre de figuras oscuras, que podían ser centenares de orcos. Esgrimían lanzas y cimitarras que brillaban rojas como la sangre a la luz del fuego. Bum, bum resonaba el redoble, cada vez más alto y más alto, bum, bum. Legolas se volvió y puso una flecha en la cuerda, aunque la distancia era excesiva para aquel arco tan pequeño. Iba a tirar de la cuerda cuando de pronto soltó la mano dando un grito de desesperación y terror. La flecha cayó al suelo. Dos grandes trolls se acercaron cargando unas pesadas losas y las echaron al suelo para utilizarlas como un puente sobre las llamas. Pero no eran los trolls lo que había aterrorizado al elfo. Las filas de los orcos se habían abierto y retrocedían como si ellos mismos estuviesen asustados. Algo asomaba detrás de los orcos. No se alcanzaba a ver lo que era; parecía una gran sombra y en medio de esa sombra había una forma oscura, quizás una forma de hombre, pero más grande, y en esa sombra había un poder y un terror que iban delante de ella. Llegó al borde del fuego y la luz se apagó como detrás de una nube. Luego y con un salto, la sombra pasó por encima de la grieta. Las llamas subieron rugiendo a darle la bienvenida y se retorcieron alrededor; y un humo negro giró en el aire. Las crines flotantes de la sombra se encendieron y ardieron detrás. En la mano derecha llevaba una hoja como una penetrante lengua de fuego y en la mano izquierda empuñaba un látigo de muchas colas. -¡Ay, ay! -se quejó Legolas-. ¡Un Balrog! ¡Ha venido un Balrog! Gimli miraba con los ojos muy abiertos. -¡El Daño de Durin! - gritó y dejando caer el hacha se cubrió la cara con las manos. -Un Balrog -murmuró Gandalf-. Ahora entiendo. -Trastabilló y se apoyó pesadamente en la vara.- ¡Qué mala suerte! Y estoy tan cansado. La figura oscura de estela de fuego corrió hacia ellos. Los orcos aullaron y se desplomaron sobre las losas que servían como puentes. Boromir alzó entonces el cuerno y sopló. El desafío resonó y rugió como el grito de muchas gargantas bajo la bóveda cavernosa. Los orcos titubearon un momento y la sombra ardiente se detuvo. En seguida los ecos murieron, como una llama apagada por el soplo de un viento oscuro, y el enemigo avanzó otra vez. -¡Por el puente! - gritó Gandalf, recurriendo a todas sus fuerzas ¡Huid! Es un enemigo que supera todos vuestros poderes. Yo le cerraré aquí el paso. ¡Huid! Aragorn y Boromir hicieron caso omiso de la orden y afirmando los pies en el suelo se quedaron juntos detrás de Gandalf, en el extremo del puente. Los otros se detuvieron en el umbral del extremo de la sala, y miraron desde allí, incapaces de dejar que Gandalf enfrentara solo al enemigo. El Balrog llegó al puente. Gandalf aguardaba en el medio, apoyándose en la vara que tenía en la mano izquierda; pero en la otra relampagueaba Glamdring, fría y blanca. El enemigo se detuvo de nuevo, enfrentándolo, y la sombra que lo envolvía se abrió a los lados como dos vastas alas. En seguida esgrimió el látigo y las colas crujieron y gimieron. Un fuego le salía de la nariz. Pero Gandalf no se movió. -No puedes pasar -dijo. Los orcos permanecieron inmóviles y un silencio de muerte cayó alrededor-. Soy un servidor del Fuego Secreto, que es dueño de la llama de Anor. No puedes pasar. El fuego oscuro no te servirá de nada, llama de Udûn. ¡Vuelve a la Sombra! No puedes pasar. El Balrog no respondió. El fuego pareció extinguirse y la oscuridad creció todavía más. El Balrog avanzó lentamente y de pronto se enderezó hasta alcanzar una gran estatura, extendiendo las alas de muro a muro; pero Gandalf era todavía visible, como un débil resplandor en las tinieblas; parecía pequeño y completamente solo; gris e inclinado, como un árbol seco poco antes de estallar la tormenta. De la sombra brotó llameando una espada roja. Glamdring respondió con un resplandor blanco. Hubo un sonido de metales que se entrechocaban y una estocada de fuego blanco. El Balrog cayó de espaldas y la hoja le saltó de la mano en pedazos fundidos. El mago vaciló en el puente, dio un paso atrás y luego se irguió otra vez, inmóvil. -¡No puedes pasar! -dijo. El Balrog dio un salto y cayó en medio del puente. El látigo restalló y silbó. -¡No podrá resistir solo! - gritó Aragorn de pronto y corrió de vuelta por el puente-. ¡Elendil! -gritó-. ¡Estoy contigo, Gandalf! -¡Gondor! -gritó Boromir y saltó detrás de Aragorn. En ese momento, Gandalf alzó la vara y dando un grito golpeó el puente ante él. La vara se quebró en dos y le cayó de la mano. Una cortina enceguecedora de fuego blanco subió en el aire. El puente crujió, rompiéndose justo debajo de los pies del Balrog y la piedra que lo sostenía se precipitó al abismo mientras el resto quedaba allí, en equilibrio, estremeciéndose como una lengua de roca que se asoma al vacío. Con un grito terrible el Balrog se precipitó hacia adelante; la sombra se hundió y desapareció. Pero aún mientras caía sacudió el látigo y las colas azotaron y envolvieron las rodillas del mago, arrastrándolo al borde del precipicio. Gandalf se tambaleó y cayó al suelo, tratando vanamente de asirse a la piedra, deslizándose al abismo. -¡Huid, insensatos! -gritó, y desapareció. El fuego se extinguió y volvió la oscuridad. La Compañía estaba como clavada al suelo, mirando el pozo, horrorizada. En el momento en que Aragorn y Boromir regresaban de prisa, el resto del puente crujió y cayó. Aragorn llamó a todos con un grito. -¡Venid! ¡Yo os guiaré ahora! Tenemos que obedecer la última orden de Gandalf. ¡Seguidme! Subieron atropellándose por las grandes escaleras que estaban más allá de la puerta. Aragorn delante, Boromir detrás. Arriba había un pasadizo ancho y habitado de ecos. Corrieron por allí. Frodo oyó que Sam lloraba junto a él y en seguida descubrió que él también lloraba y corría. Bum, bum, bum, resonaban detrás los redobles, ahora lúgubres y lentos. Siguieron corriendo. La luz crecía delante; grandes aberturas traspasaban el techo. Corrieron más rápido. Llegaron a una sala con ventanas altas que miraban al este y donde entraba directamente la luz del día. Cruzaron la sala, pasando por unas puertas grandes y rotas y de pronto se abrieron ante ellos las Grandes Puertas, un arco de luz resplandeciente. Había una guardia de orcos que acechaba en la sombra detrás de los montantes a un lado y a otro, pero las puertas mismas estaban rotas y caídas en el suelo. Aragorn abatió al capitán que le cerraba el paso y el resto huyó aterrorizado. La Compañía pasó de largo, sin prestarles atención. Ya fuera de las puertas bajaron corriendo los amplios y gastados escalones, el umbral de Moria. Así, al fin y contra toda esperanza, estuvieron otra vez bajo el cielo y sintieron el viento en las caras. No se detuvieron hasta encontrarse fuera del alcance de las flechas que venían de los muros. El Valle del Arroyo Sombrío se extendía alrededor. La sombra de las Montañas Nubladas caía en el valle, pero hacia el este había una luz dorada sobre la tierra. No había pasado una hora desde el mediodía. El sol brillaba; la luz era alta y blanca. Miraron atrás. Las puertas oscuras bostezaban a la sombra de la montaña. Los lentos redobles subterráneos resonaban lejanos y débiles. Bum. Un tenue humo negro salía arrastrándose. No se veía nada más; el valle estaba vacío. Bum. La pena los dominó a todos al fin y lloraron: algunos de pie y en silencio, otros caídos en tierra. Bum, bum. El redoble se apagó.
-Ay, temo que no podamos demorarnos aquí -dijo Aragorn. Miró hacia las montarías y alzó la espada-. ¡Adiós, Gandalf! -gritó-. ¿No te dije si cruzas las puertas de Moria, ten cuidado? Ay, cómo no me equivoqué. ¿Qué esperanzas nos quedan sin ti? Se volvió hacia la Compañía. -Dejemos de lado la esperanza -dijo-. Al menos quizá seamos vengados. Apretemos las mandíbulas y dejemos de llorar. ¡Vamos! Tenemos por delante un largo camino y muchas cosas todavía pendientes. Se incorporaron y miraron alrededor. Hacia el norte el valle corría por una garganta oscura entre dos grandes brazos de las montañas y en la cima brillaban tres picos blancos: Celebdil, Fanuidhol, Caradhras: las Montañas de Moria. De lo alto de la garganta venía un torrente, como un encaje blanco sobre una larga escalera de pequeños saltos y una niebla de espuma colgaba en el aire a los pies de las montañas. -Allá está la Escalera del Arroyo Sombrío -dijo Aragorn apuntando a las cascadas-. Tendríamos que haber venido por ese camino profundo que corre junto al torrente, si la fortuna nos hubiese sido más propicia.
-----------------
Harry sintió que su cuerpo era tirado para todas direcciones inmediatamente, antes de que fuera todo negro... Un dolor de cabeza saludó a Harry cuando recupero el sentido. Al abrir los ojos, Harry pudo notar que no estaba en el lugar que debería, de hecho el no tenía ninguna idea donde estaba. Se había tratado de incorporar pero pudo ver que había aterrizado en un manojo de rocas, Una fuerte puntada en el pecho hizo que gimiera y llevara la mano al lugar del dolor, cuando se la miro se pudo dar cuenta de que estaba empapada en sangre y poco a poco fue recordando el suceso por el cual había aparecido en aquel extraño lugar, Haciendo una mueca de dolor Harry logro incorporarse apoyándose en un árbol para ayudarse, Miro lo parecían un campo enorme en el que se podía apreciar muchos árboles y hierba lo que lo hacia suponer que era un bosque. La hierba era casi tan alta que le llegaba casi hasta la cintura, se dio media vuelta y pudo apreciar el principio de un bosque oscuro enorme, los árboles embalados todo juntos firmemente y alcanzando para arriba hacia el del cielo, pero no se podía apreciar si era de noche o de día. Su primer pensamiento fue que quizás era el bosque prohibido pero lo descarto inmediatamente, ya que no reconoció nada alrededor de él y él había ido bastante profundo dentro del bosque prohibido antes. ¿Dónde estoy? se repetía una y otra vez en su mente, antes de que se adentrara mas en el bosque fue distraído por un quejido a no más de diez pasos a través de la hierba , Harry curioso se acerco lentamente hacia el lugar de donde provenían los quejidos, y se encontró a un aturdido Draco Malfoy con rastro de sangre en las manos y la cabeza . ... ¿Qué te ?... qué sucedió?? Pregunto el rubio tontamente, mirando las heridas que tenia el moreno en el pecho y la cabeza ¿ Acaso no recuerdas nada ?, el rubio negó con la cabeza, bueno creo que deberíamos investigar donde estamos, el rubio hizo un ademán de levantarse, pero al intentarlo cayo al suelo nuevamente, Harry lo apoyo en su hombro y se adentraron en el bosque.
Creo que seria mejor que te quedaras aquí afuera Ezellahen, dijo una melodiosa voz detrás de los chicos , Harry al escuchar su nombre en elfico, se volteo y se encontró a una hermosa mujer de cabellos dorados y profundos ojos grises, su rostro era joven y tenia una sonrisa en su rostro al ver al chico, pero aquella sonrisa la cambio por un rostro de preocupación al ver el estado en el que se encontraba el junto a el joven rubio, supuso que era un elfo por su aspecto. "{ Pero que les paso Ezellahen} ", pregunto preocupada la mujer. solo un "pequeño" percance, como han estado las cosas por aquí?, dijo el chico en la lengua común. Vengan por aquí, tengo aquí algunas de las hojas de athelas . Machaca una en agua ,lavate y luego pasas esto por la cabeza, es para que se te pase el dolor, dijo la mujer al chico rubio. ¡ Ezellahen, Ven aca deja que te cure esa horrible herida. -¡Yo estoy bien! -dijo Harry , con pocas ganas , solo necesito descansar un rato. - No me contradigas, Ezellahen, no se como no te a pasado nada con esa herida. - Creo que es por que soy un elfo y esto paso hace poco, dijo sarcásticamente., pero sin faltarle el respeto a aquella mujer. Ves estas listo no te paso nada, el chico vio que tenia vendado el pecho y no se habia dado cuenta por estar discutiendo con la bella mujer. Creo que deberíamos irnos a Rivendel, creo que ay estaran mas seguros, por lo que supe tus padres , Merwen y su hermano regresaran hoy mismo, junto a Miriel y Ally. Los dos chicos siguieron a la Mujer, De pronto salieron otra vez a un claro y se encontraron bajo un pálido cielo nocturno salpicado por unas pocas estrellas tempranas. Un vasto espacio sin árboles se extendía ante ellos en un gran círculo abriéndose a los lados. Más allá había un foso profundo perdido entre las sombras, pero la hierba de las márgenes era verde, como si brillara aún en memoria del sol que se había ido. Del otro lado del foso una pared verde se levantaba a gran altura y rodeaba una colina verde cubierta de los mallorn más altos que hubieran visto hasta entonces en esa región. Qué altos eran no se podía saber, pero se erguían a la luz del crepúsculo como torres vivientes. Entre las muchas ramas superpuestas y las hojas que no dejaban de moverse brillaban innumerables luces, verdes y doradas y plateadas. La mujer se volvio hacia los chicos y les dijo -¡Bienvenidos a Caras Galadon! – dijo una voz que no estaba muy lejana -. He aquí la ciudad de los Galadrim dondemoran el Señor Celeborn y Galadriel, la Dama de Lórien. – escucharon denuevo la misma voz, la mujer se alerto y siguió la voz, dejando a los muchachos atrás.
Los dos jóvenes siguieron caminando y vieron a un hombre qu golpeo y habló, las puertas se abrieron en silencio, pero Harry no vio a ningún guardia. Los viajeros pasaron los dos jóvenes entraron antes de que las puertas se cerraran de golpe. Estaban en un pasaje profundo entre los dos extremos de la muralla y atravesándolo rápidamente pero sin adelantar a los viajerosentraron en la Ciudad de los Arboles. No vieron a nadie mas que a las personas a las que seguían ni oyeron ningún ruido de pasos en los caminos, pero sonaban muchas voces alrededor y en el aire arriba. Lejos sobre la colina se oía el sonido de unas canciones que caían de lo alto como una dulce lluvia sobre las hojas. Recorrieron muchos senderos y subieron muchas escaleras detrás de los viajeros hasta que llegaron a unos sitios elevados y vieron una fuente que refulgía en un campo de hierbas. Estaba iluminada por unas linternas de plata que colgaban de las ramas de los árboles, y el agua caía en un pilón de plata que desbordaba en un arroyo blanco. En el lado sur del prado se elevaba el mayor de todos los árboles; el tronco enorme y liso brillaba como seda gris y subía rectamente hasta las primeras ramas que se abrían muy arriba bajo sombrías nubes de hojas. A un lado pendía una ancha escala blanca y tres elfos estaban sentados al pie. Se incorporaron de un salto cuando vieron acercarse a los viajeros, y Harry escucho que el hombre que anteriormente habia tocado la puerta hablo: -Aquí moran Celeborn y Galadriel -dijo Haldir-. Es deseo de ellos que subáis y les habléis. Uno de los guardias tocó una nota clara en un cuerno pequeño y le respondieron tres veces desde lo alto. -Iré primero -dijo Haldir-. Que luego venga Frodo y con él Legolas. Los otros pueden venir en el orden que deseen. Es una larga subida para quienes no están acostumbrados a estas escalas, pero podéis descansar de vez en cuando. Luego el hombre siguió su camino seguido por sus demas acompañantes, Draco y Harry siguieron el mismo camino que los visitantes, tratando de hacer parecer que venían junto a ellos efectivamente los guardias los dejaron pasar sin hacer preguntas. Una luz clara iluminaba aquel espacio; las paredes eran verdes y plateadas y el techo de oro. Había muchos elfos sentados. En dos asientos que se apoyaban en el tronco del árbol, y bajo el palio de una rama, estaban el Señor Celeborn y Galadriel. Se incorporaron para dar la bienvenida a los huéspedes, según la costumbre de los elfos, aun de aquellos que eran considerados reyes poderosos. Muy altos eran, y la Dama no menos alta que el Señor, y hermosos y graves. Estaban vestidos de blanco y los cabellos de la Dama eran de oro y los cabellos del Señor Celeborn eran de plata, largos y brillantes; pero no había ningún signo de vejez en ellos, excepto quizás en lo profundo de los ojos, pues éstos eran penetrantes como lanzas a la luz de las estrellas y sin embargo profundos, como pozos de recuerdos. Harry, habia visto solo una vez a aquella mujer y eso habia sido hace mucho tiempo el hombre llevo a un hombre de baja estatura, lo que Harry reconocio como a un Hobbit y el señor Celeborn le dio la bienvenida en su lengua . La Dama Galadriel no dijo nada pero contempló largamente el rostro de Frodo. -¡Siéntate junto a mí, Frodo de la Comarca! -dijo Celeborn-. Hablaremos cuando todos hayan llegado. Saludó cortésmente a cada uno de los compañeros, llamándolos por sus nombres. -¡Bienvenido, Aragorn, hijo de Arathorn! -dijo-. Han pasado treinta y ocho años del mundo exterior desde que viniste a estas tierras; y esos años pesan sobre ti. Pero el fin está próximo, para bien o para mal. ¡Descansa aquí de tu carga por un momento! »¡Bienvenido, Legolas hijo de Thranduil! Pocas veces las gentes de mi raza vienen aquí del Norte. Harry al escuchar aquel nombre, miro al hombre que estaba en frente y reconocio al principe del bosque negro, aquel que le habia recomendado volver con su madre cuando recien habia llegado a Tierra media. El chico siguió escuchando a el Señor celeborn hablar. »¡Bienvenido, Gimli, hijo de Glóin! Hace mucho en verdad que no se ve a alguien del pueblo de Durin en Caras Galadon. Pero hoy hemos dejado de lado esa antigua ley. Quizás es un anuncio de mejores días, aunque las sombras cubran ahora el mundo, y de una nueva amistad entre nuestros pueblos. Gimli hizo una profunda reverencia. Cuando todos los huéspedes terminaron de sentarse, el Señor los miró de nuevo. -Aquí hay ocho -dijo-. Partieron nueve, así decían los mensajes. Pero quizás hubo algún cambio en el Concilio y no nos enteramos. Elrond está lejos y las tinieblas crecen alrededor, este año más que nunca. -No, no hubo cambios en el Concilio -dijo la Dama Galadriel hablando por vez primera. Tenía una voz clara y musical, aunque de tono grave-. Gandalf el Gris partió con la Compañía, pero no cruzó las fronteras de este país. Contadnos ahora dónde está, pues mucho he deseado hablar con él otra vez. Pero no puedo verlo de lejos, a menos que pase de este lado de las barreras de Lothlórien; lo envuelve una niebla gris y no sé por dónde anda ni qué piensa. -¡Ay! - dijo Aragorn -. Gandalf el Gris ha caído en la sombra. Se demoró en Moria y no pudo escapar. Al oír estas palabras todos los elfos de la sala dieron grandes gritos de dolor y de asombro. Harry no podía creer aquello y Draco hizo una mueca como si quisiera recordar algo y le hizo una seña al joven que se encontraba a su lado, pero al no verlo se empezó a preocupar, ya que el sabia mucho acerca de los elfos pero de ese lugar nada.
Harry se acerco hacia donde se encontraban los viajeros, mientras un hombre muy parecido a Sirius relataba a el Señor Celeborn como había sido aquella gran catástrofe al joven le caían lagrimas rebeldes que no querían cesar, sintió que una mirada se posaba en el y al buscar con la vista se encontró con unos ojos grises , con una mezcla de culpabilidad y tristeza.
Continuara.............
---------
Se que no es mucha la información que doy en este capitulo, sino que me refiero mas a la "Muerte" de Gandalf, espero que les guste , se aceptan todo tipo de comentarios eso si no rompan mucho mi pobre corazón.- Perdon por no responder sus Reviews pero lo hara en el otro cap. Que tratare de que sea pronto. , a los que leyeron el libro, quiero pedirles disculpas por lo "parecido" o "igual" que es aquella parte pero es algo muy importante en esta historia.
Capitulo 8°: Una muy Mala noticia.
Unos pies pesados resonaron en el corredor. un hombre alto de cara hermosa y noble, cabello oscuro y ojos grises, de mirada orgullosa y seria. Se lanzo contra la puerta y la cerró empujándola con el hombro; luego la sujetó acuñándola con hojas de espada quebradas y astillas de madera. La Compañía se retiró al otro extremo del cuarto. Pero aún no tenían ninguna posibilidad de escapar. Un golpe estremeció la puerta, que en seguida comenzó a abrirse lentamente, rechinando, desplazando las cuñas. Un brazo y un hombro voluminosos, de piel oscura, escamosa y verde, aparecieron en la abertura, ensanchándola. Luego un pie grande, chato y sin dedos, entró empujando, deslizándose por el suelo. Afuera había un silencio de muerte. Boromir saltó hacia adelante y lanzó un mandoble contra el brazo, pero la espada golpeó resonando, se desvió a un lado y se le cayó de la mano temblorosa. La hoja estaba mellada. De pronto, y algo sorprendido pues no se reconocía a sí mismo, Frodo sintió que una cólera ardiente le inflamaba el corazón. -¡La Comarca! -gritó y saltando al lado de Boromir se inclinó y descargó a Dardo contra el pie. Se oyó un aullido y el pie se retiró bruscamente, casi arrancando a Dardo de la mano de Frodo. Unas gotas negras cayeron de la hoja y humearon en el suelo. Boromir se arrojó otra vez contra la puerta y la cerró con violencia. -¡Un tanto para la Comarca! - gritó Aragorn -. ¡La mordedura del hobbit es profunda! ¡Tienes una buena hoja, Frodo hijo de Drogo! Un golpe resonó en la puerta y luego otro y otro. Los orcos atacaban ahora con martillos y arietes. Al fin la puerta crujió y se tambaleó hacia atrás y de pronto la abertura se ensanchó. Las flechas entraron silbando, pero golpeaban la pared del norte y caían al suelo. Un cuerno llamó en seguida y unos pies corrieron y los orcos entraron saltando en la cámara. Cuántos eran, la Compañía no pudo saberlo. En un principio los orcos atacaron decididamente, pero el furor de la defensa los desanimó muy pronto. Legolas les atravesó la garganta a dos de ellos. Gimli le cortó las piernas a otro que se había subido a la tumba de Balin. Boromir y Aragorn mataron a muchos. Cuando ya habían caído trece, el resto huyó chillando, dejando a los defensores indemnes, excepto Sam que tenía un rasguño a lo largo del cuero cabelludo. Un rápido movimiento lo había salvado y había matado al orco: un golpe certero con la espada tumularia. En los ojos castaños le ardía un fuego de brasas que habría hecho retroceder a Ted Arenas, si lo hubiera visto. -¡Ahora es el momento! - gritó Gandalf -. ¡Vamos, antes que el troll vuelva! Pero mientras aún retrocedían y antes que Pippin y Merry hubieran llegado a la escalera exterior, un enorme jefe orco, casi de la altura de un hombre, vestido con malla negra de la cabeza a los pies, entró de un salto en la cámara; lo seguían otros, que se apretaron en la puerta. La cara ancha y chata era morena, los ojos como carbones, la lengua roja; esgrimía una lanza larga. Con un golpe de escudo desvió la espada de Boromir y lo hizo retroceder, tirándolo al suelo. Eludiendo la espada de Aragorn con la rapidez de una serpiente, cargó contra la Compañía, apuntando a Frodo con la lanza. El golpe alcanzó a Frodo en el lado derecho y lo arrojó contra la pared. Sam con un grito quebró de un hachazo el extremo de la lanza. Aún estaba el orco dejando caer el asta y sacando la cimitarra, cuando Andúril le cayó sobre el yelmo. Hubo un estallido, como una llama, y el yelmo se abrió en dos. El orco cayó, la cabeza hendida. Los que venían detrás huyeron dando gritos y Aragorn y Boromir acometieron contra ellos. Bum, bum continuaban los tambores allá abajo. -¡Ahora! -gritó Gandalf -. Es nuestra última posibilidad. ¡Corramos! Aragorn recogió a Frodo, que yacía junto a la pared, y se precipitó hacia la escalera, empujando delante de él a Merry y a Pippin. Los otros los siguieron; pero Gimli tuvo que ser arrastrado por Legolas; a pesar del peligro se había detenido cabizbajo junto a la tumba de Balin. Boromir tiró de la puerta este y los goznes chillaron. Había a cada lado un gran anillo de hierro, pero no era posible sujetar la puerta. -Estoy bien -jadeó Frodo-. Puedo caminar. ¡Bájame! Aragorn, asombrado, casi lo dejó caer. -¡Pensé que estabas muerto! -exclamó. -¡No todavía! -dijo Gandalf -. Pero no es momento de asombrarse. ¡Adelante todos,escaleras abajo! Esperadme al pie unos minutos, pero si no llego en seguida, ¡continuad! Marchad rápidamente siempre a la derecha y abajo. -¡No podemos dejar que defiendas la puerta tú solo! - dijo Aragorn. -¡Haz como digo! - dijo Gandalf con furia -. Aquí ya no sirven las espadas. ¡Adelante! Ninguna abertura iluminaba el pasaje y la oscuridad era completa. Descendieron una larga escalera tanteando las paredes y luego miraron atrás. No vieron nada, excepto el débil resplandor de la vara del mago, muy arriba. Parecía que Gandalf estaba todavía de guardia junto a la puerta cerrada. Frodo respiraba pesadamente y se apoyó en Sam, que lo sostuvo con un brazo. Se quedaron así un rato espiando la oscuridad de la escalera. Frodo creyó oír la voz de Gandalf arriba, murmurando palabras que descendían a lo largo de la bóveda inclinada como ecos de suspiros. No alcanzaba a entender lo que decían. Parecía que las paredes temblaban. De vez en cuando se oían de nuevo los redobles de tambor: bum, bum. De pronto una luz blanca se encendió un momento en lo alto de la escalera. En seguida se oyó un rumor sordo y un golpe pesado. El tambor redobló furiosamente, bum, bum, bum y enmudeció. Gandalf se precipitó escaleras abajo y cayó en medio de la Compañía. -¡Bien, bien! ¡Problema terminado! - dijo el mago incorporándose con trabajo-. He hecho lo que he podido. Pero encontré la horma de mi zapato y estuvieron a punto de destruirme. ¡Pero no os quedéis ahí! ¡Vamos! Tendréis que ir sin luz un rato, pues estoy un poco sacudido. ¡Vamos! ¡Vamos! ¿Dónde estás, Gim1i? ¡Ven adelante conmigo! ¡Seguidnos los demás, y no os separéis! Todos fueron tropezando detrás de él y preguntándose qué habría ocurrido. Bum, bum sonaron otra vez los golpes de tambor; les llegaban ahora más apagados y como desde lejos, pero venían detrás. No había ninguna otra señal de persecución, ningún ajetreo de pisadas, ninguna voz. Gandalf no se volvió ni a la izquierda ni a la derecha, pues el pasaje parecía seguir la dirección que él deseaba. De cuando en cuando encontraban un tramo de cincuenta o más escalones que llevaba a un nivel más bajo. Por el momento este era el peligro principal, pues en la oscuridad no alcanzaban a ver las escaleras, hasta que ya estaban bajando, o habían puesto un pie en el vacío. Gandalf tanteaba el suelo con la vara, como un ciego. Al cabo de una hora habían avanzado una milla, o quizás un poco más, y habían descendido muchos tramos de escalera. No se oía aún ningún sonido de persecución. Hasta empezaban a creer que quizás escaparían. Al pie del séptimo tramo, Gandalf se detuvo.
-¡Está haciendo calor! -jadeó-. Ya tendríamos que estar por lo menos al nivel de las puertas. Pronto habrá que buscar un túnel a la izquierda, que nos lleve al este. Espero que no esté lejos. Me siento muy fatigado. Tengo que descansar aquí unos instantes, aunque todos los orcos que alguna vez han sido caigan ahora sobre nosotros. Gimli lo ayudó a sentarse en el escalón. -¿Qué pasó allá arriba en la puerta? -preguntó-. ¿Descubriste al que toca el tambor? -No lo sé -respondió Gandalf-. Pero de pronto me encontré enfrentado a algo que yo no conocía. No supe qué hacer, excepto recurrir a algún conjuro que mantuviera cerrada la puerta. Conozco muchos, pero estas cosas requieren tiempo y aun así el enemigo podría forzar la entrada. »Mientras estaba ahí oí voces de orcos que venían del otro lado, pero en ningún momento se me ocurrió que podían echar abajo la puerta. No alcanzaba a oír lo que se decía; parecían estar hablando en ese horrible lenguaje de ellos. Todo lo que entendí fue ghash, "fuego". En seguida algo, entró en la cámara; pude sentirlo a través de la puerta y los mismos orcos se asustaron y callaron. El recién llegado tocó el anillo de hierro y en ese momento advirtió mi presencia y mi conjuro. »Qué era eso, no puedo imaginarlo, pero nunca me había encontrado con nada semejante. El contraconjuro fue terrible. Casi me hace pedazos. Durante un instante perdí el dominio de la puerta, ¡que comenzó a abrirse! Tuve que pronunciar un mandato. El esfuerzo resultó ser excesivo. La puerta estalló. Algo oscuro como una nube estaba ocultando toda la luz, y fui arrojado hacia atrás escaleras abajo. La pared entera cedió y también el techo de la cámara, me parece.
»Temo que Balin esté sepultado muy profundamente y quizá también alguna otra cosa. No puedo decirlo. Pero por lo menos el pasaje que quedó a nuestras espaldas está completamente bloqueado. ¡Ah! Nunca me he sentido tan agotado, pero ya pasa. ¿Y qué me dices de ti, Frodo? No hubo tiempo de decírtelo, pero nunca en mi vida tuve una alegría mayor que cuando tú hablaste. Temí que fuera un hobbit valiente pero muerto lo que Aragorn llevaba en brazos. -¿Qué digo de mí? -preguntó Frodo-. Estoy vivo y entero, creo. Me siento lastimado y dolorido, pero no es grave. -Bueno -dijo Aragorn-, sólo puedo decir que los hobbits son de un material tan resistente que nunca encontré nada parecido. Si yo lo hubiera sabido antes, ¡habría hablado con más prudencia en la taberna de Bree! ¡Ese lanzazo hubiese podido atravesar a un jabalí de parte a parte! -Bueno, no estoy atravesado de parte a parte, me complace decirlo -dijo Frodo-, aunque siento como si hubiese estado entre un martillo y un yunque. No dijo más. Le costaba respirar. -Te pareces a Bilbo -dijo Gandalf -. Hay en ti más de lo que se advierte a simple vista, como dije de él hace tiempo. Frodo se quedó pensando si esta observación no tendría algún otro significado.Prosiguieron la marcha. Al rato Gimli habló. Tenía una vista penetrante en la oscuridad. -Creo -dijo - que hay una luz delante. Pero no es la luz del día. Es roja. ¿Qué puede ser? -Ghash! -murmuró Gandalf -. Me pregunto si era eso a lo que se referían, que los niveles inferiores están en llamas. Sin embargo, no podemos hacer otra cosa que continuar. Pronto la luz fue inconfundible y todos pudieron verla. Vacilaba y reverberaba en las paredes del pasadizo. Ahora podían ver por dónde iban: descendían una pendiente rápida y un poco más adelante había un arco bajo; de allí venía la claridad creciente. El aire era casi sofocante. Cuando llegaron al arco, Gandalf se adelantó indicándoles que se detuvieran. Fue hasta poco más allá de la abertura y los otros vieron que un resplandor le encendía la cara. El mago dio un paso atrás. -Esto es alguna nueva diablura -dijo Gandalf - preparada sin duda para darnos la bienvenida. Pero sé dónde estamos: hemos llegado al Primer nivel, inmediatamente deba o de las puertas. Esta es la Segunda Sala de la Antigua Moria y las puertas están cerca: más allá del extremo este, a la izquierda, a un cuarto de milla. Hay que cruzar el puente, subir por una ancha escalinata, luego un pasaje ancho que atraviesa la Primera Sala, ¡y fuera! ¡Pero venid y mirad! Espiaron y vieron otra sala cavernosa. Era más ancha y mucho más larga que aquella en que habían dormido. Estaban cerca de la pared del este; se prolongaba hacia el oeste perdiéndose en la oscuridad. Todo a lo largo del centro se alzaba una doble fila de pilares majestuosos. Habían sido tallados como grandes troncos de árboles y una intrincada tracería de piedra imitaba las ramas que parecían sostener el cielo raso. Los tallos eran lisos y negros, pero reflejaban oscuramente a los lados un resplandor rojizo. Justo ante ellos, a los pies de dos enormes pilares, se había abierto una gran fisura. De allí venía una ardiente luz roja y de vez en cuando las llamas lamían los bordes y abrazaban la base de las columnas. Unas cintas de humo negro flotaban en el aire cálido. -Si hubiésemos venido por la ruta principal desde las salas superiores, nos hubieran atrapado aquí -dijo Gandalf-. Esperemos que el fuego se alce ahora entre nosotros y quienes nos persiguen. ¡Vamos! No hay tiempo que perder. Aún mientras hablaban escucharon de nuevo el insistente redoble de tambor: bum, bum, bum. Más allá de las sombras en el extremo oeste de la sala estallaron unos gritos yllamadas de cuerno. Bum, bum: los pilares parecían temblar y las llamas oscilaban. -¡Ahora la última carrera! -dijo Gandalf-. Si afuera brilla el sol, aún podemos escapar. ¡Seguidme! Se volvió a la izquierda y echó a correr por el piso liso de la sala. La distancia era mayor de lo que habían creído. Mientras corrían oyeron los golpeteos y los ecos de muchos pies que venían detrás. Se oyó un chillido agudo: los habían visto. Hubo luego un clamor y un repiqueteo de aceros. Una flecha silbó por encima de la cabeza de Frodo. Boromir rió. -No lo esperaban -dijo-. El fuego les cortó el paso. ¡Estamos del mal lado! -¡Mirad adelante! - llamó Gandalf -. Nos acercamos al puente. Es angosto y peligroso. De pronto Frodo vio ante él un abismo negro. En el extremo de la sala el piso desapareció y cayó a pique a profundidades desconocidas. No había otro modo de llegar a la puerta exterior que un estrecho puente de piedra, sin barandilla ni parapeto, que describía una curva de cincuenta pies sobre el abismo. Era una antigua defensa de los enanos contra cualquier enemigo que pusiera el pie en la primera sala y los pasadizos exteriores. No se podía cruzar sino en fila de a uno. Gandalf se detuvo al borde del precipicio y los otros se agruparon detrás. -¡Tú adelante, Gimli! -dijo-. Luego Pippin y Merry. ¡Derecho al principio y escaleras arriba después de la puerta! Las flechas cayeron sobre ellos. Una golpeó a Frodo y rebotó. Otra atravesó el sombrero de Gandalf y allí se quedó sujeta como una pluma negra. Frodo miró hacia atrás. Más allá del fuego vio un enjambre de figuras oscuras, que podían ser centenares de orcos. Esgrimían lanzas y cimitarras que brillaban rojas como la sangre a la luz del fuego. Bum, bum resonaba el redoble, cada vez más alto y más alto, bum, bum. Legolas se volvió y puso una flecha en la cuerda, aunque la distancia era excesiva para aquel arco tan pequeño. Iba a tirar de la cuerda cuando de pronto soltó la mano dando un grito de desesperación y terror. La flecha cayó al suelo. Dos grandes trolls se acercaron cargando unas pesadas losas y las echaron al suelo para utilizarlas como un puente sobre las llamas. Pero no eran los trolls lo que había aterrorizado al elfo. Las filas de los orcos se habían abierto y retrocedían como si ellos mismos estuviesen asustados. Algo asomaba detrás de los orcos. No se alcanzaba a ver lo que era; parecía una gran sombra y en medio de esa sombra había una forma oscura, quizás una forma de hombre, pero más grande, y en esa sombra había un poder y un terror que iban delante de ella. Llegó al borde del fuego y la luz se apagó como detrás de una nube. Luego y con un salto, la sombra pasó por encima de la grieta. Las llamas subieron rugiendo a darle la bienvenida y se retorcieron alrededor; y un humo negro giró en el aire. Las crines flotantes de la sombra se encendieron y ardieron detrás. En la mano derecha llevaba una hoja como una penetrante lengua de fuego y en la mano izquierda empuñaba un látigo de muchas colas. -¡Ay, ay! -se quejó Legolas-. ¡Un Balrog! ¡Ha venido un Balrog! Gimli miraba con los ojos muy abiertos. -¡El Daño de Durin! - gritó y dejando caer el hacha se cubrió la cara con las manos. -Un Balrog -murmuró Gandalf-. Ahora entiendo. -Trastabilló y se apoyó pesadamente en la vara.- ¡Qué mala suerte! Y estoy tan cansado. La figura oscura de estela de fuego corrió hacia ellos. Los orcos aullaron y se desplomaron sobre las losas que servían como puentes. Boromir alzó entonces el cuerno y sopló. El desafío resonó y rugió como el grito de muchas gargantas bajo la bóveda cavernosa. Los orcos titubearon un momento y la sombra ardiente se detuvo. En seguida los ecos murieron, como una llama apagada por el soplo de un viento oscuro, y el enemigo avanzó otra vez. -¡Por el puente! - gritó Gandalf, recurriendo a todas sus fuerzas ¡Huid! Es un enemigo que supera todos vuestros poderes. Yo le cerraré aquí el paso. ¡Huid! Aragorn y Boromir hicieron caso omiso de la orden y afirmando los pies en el suelo se quedaron juntos detrás de Gandalf, en el extremo del puente. Los otros se detuvieron en el umbral del extremo de la sala, y miraron desde allí, incapaces de dejar que Gandalf enfrentara solo al enemigo. El Balrog llegó al puente. Gandalf aguardaba en el medio, apoyándose en la vara que tenía en la mano izquierda; pero en la otra relampagueaba Glamdring, fría y blanca. El enemigo se detuvo de nuevo, enfrentándolo, y la sombra que lo envolvía se abrió a los lados como dos vastas alas. En seguida esgrimió el látigo y las colas crujieron y gimieron. Un fuego le salía de la nariz. Pero Gandalf no se movió. -No puedes pasar -dijo. Los orcos permanecieron inmóviles y un silencio de muerte cayó alrededor-. Soy un servidor del Fuego Secreto, que es dueño de la llama de Anor. No puedes pasar. El fuego oscuro no te servirá de nada, llama de Udûn. ¡Vuelve a la Sombra! No puedes pasar. El Balrog no respondió. El fuego pareció extinguirse y la oscuridad creció todavía más. El Balrog avanzó lentamente y de pronto se enderezó hasta alcanzar una gran estatura, extendiendo las alas de muro a muro; pero Gandalf era todavía visible, como un débil resplandor en las tinieblas; parecía pequeño y completamente solo; gris e inclinado, como un árbol seco poco antes de estallar la tormenta. De la sombra brotó llameando una espada roja. Glamdring respondió con un resplandor blanco. Hubo un sonido de metales que se entrechocaban y una estocada de fuego blanco. El Balrog cayó de espaldas y la hoja le saltó de la mano en pedazos fundidos. El mago vaciló en el puente, dio un paso atrás y luego se irguió otra vez, inmóvil. -¡No puedes pasar! -dijo. El Balrog dio un salto y cayó en medio del puente. El látigo restalló y silbó. -¡No podrá resistir solo! - gritó Aragorn de pronto y corrió de vuelta por el puente-. ¡Elendil! -gritó-. ¡Estoy contigo, Gandalf! -¡Gondor! -gritó Boromir y saltó detrás de Aragorn. En ese momento, Gandalf alzó la vara y dando un grito golpeó el puente ante él. La vara se quebró en dos y le cayó de la mano. Una cortina enceguecedora de fuego blanco subió en el aire. El puente crujió, rompiéndose justo debajo de los pies del Balrog y la piedra que lo sostenía se precipitó al abismo mientras el resto quedaba allí, en equilibrio, estremeciéndose como una lengua de roca que se asoma al vacío. Con un grito terrible el Balrog se precipitó hacia adelante; la sombra se hundió y desapareció. Pero aún mientras caía sacudió el látigo y las colas azotaron y envolvieron las rodillas del mago, arrastrándolo al borde del precipicio. Gandalf se tambaleó y cayó al suelo, tratando vanamente de asirse a la piedra, deslizándose al abismo. -¡Huid, insensatos! -gritó, y desapareció. El fuego se extinguió y volvió la oscuridad. La Compañía estaba como clavada al suelo, mirando el pozo, horrorizada. En el momento en que Aragorn y Boromir regresaban de prisa, el resto del puente crujió y cayó. Aragorn llamó a todos con un grito. -¡Venid! ¡Yo os guiaré ahora! Tenemos que obedecer la última orden de Gandalf. ¡Seguidme! Subieron atropellándose por las grandes escaleras que estaban más allá de la puerta. Aragorn delante, Boromir detrás. Arriba había un pasadizo ancho y habitado de ecos. Corrieron por allí. Frodo oyó que Sam lloraba junto a él y en seguida descubrió que él también lloraba y corría. Bum, bum, bum, resonaban detrás los redobles, ahora lúgubres y lentos. Siguieron corriendo. La luz crecía delante; grandes aberturas traspasaban el techo. Corrieron más rápido. Llegaron a una sala con ventanas altas que miraban al este y donde entraba directamente la luz del día. Cruzaron la sala, pasando por unas puertas grandes y rotas y de pronto se abrieron ante ellos las Grandes Puertas, un arco de luz resplandeciente. Había una guardia de orcos que acechaba en la sombra detrás de los montantes a un lado y a otro, pero las puertas mismas estaban rotas y caídas en el suelo. Aragorn abatió al capitán que le cerraba el paso y el resto huyó aterrorizado. La Compañía pasó de largo, sin prestarles atención. Ya fuera de las puertas bajaron corriendo los amplios y gastados escalones, el umbral de Moria. Así, al fin y contra toda esperanza, estuvieron otra vez bajo el cielo y sintieron el viento en las caras. No se detuvieron hasta encontrarse fuera del alcance de las flechas que venían de los muros. El Valle del Arroyo Sombrío se extendía alrededor. La sombra de las Montañas Nubladas caía en el valle, pero hacia el este había una luz dorada sobre la tierra. No había pasado una hora desde el mediodía. El sol brillaba; la luz era alta y blanca. Miraron atrás. Las puertas oscuras bostezaban a la sombra de la montaña. Los lentos redobles subterráneos resonaban lejanos y débiles. Bum. Un tenue humo negro salía arrastrándose. No se veía nada más; el valle estaba vacío. Bum. La pena los dominó a todos al fin y lloraron: algunos de pie y en silencio, otros caídos en tierra. Bum, bum. El redoble se apagó.
-Ay, temo que no podamos demorarnos aquí -dijo Aragorn. Miró hacia las montarías y alzó la espada-. ¡Adiós, Gandalf! -gritó-. ¿No te dije si cruzas las puertas de Moria, ten cuidado? Ay, cómo no me equivoqué. ¿Qué esperanzas nos quedan sin ti? Se volvió hacia la Compañía. -Dejemos de lado la esperanza -dijo-. Al menos quizá seamos vengados. Apretemos las mandíbulas y dejemos de llorar. ¡Vamos! Tenemos por delante un largo camino y muchas cosas todavía pendientes. Se incorporaron y miraron alrededor. Hacia el norte el valle corría por una garganta oscura entre dos grandes brazos de las montañas y en la cima brillaban tres picos blancos: Celebdil, Fanuidhol, Caradhras: las Montañas de Moria. De lo alto de la garganta venía un torrente, como un encaje blanco sobre una larga escalera de pequeños saltos y una niebla de espuma colgaba en el aire a los pies de las montañas. -Allá está la Escalera del Arroyo Sombrío -dijo Aragorn apuntando a las cascadas-. Tendríamos que haber venido por ese camino profundo que corre junto al torrente, si la fortuna nos hubiese sido más propicia.
-----------------
Harry sintió que su cuerpo era tirado para todas direcciones inmediatamente, antes de que fuera todo negro... Un dolor de cabeza saludó a Harry cuando recupero el sentido. Al abrir los ojos, Harry pudo notar que no estaba en el lugar que debería, de hecho el no tenía ninguna idea donde estaba. Se había tratado de incorporar pero pudo ver que había aterrizado en un manojo de rocas, Una fuerte puntada en el pecho hizo que gimiera y llevara la mano al lugar del dolor, cuando se la miro se pudo dar cuenta de que estaba empapada en sangre y poco a poco fue recordando el suceso por el cual había aparecido en aquel extraño lugar, Haciendo una mueca de dolor Harry logro incorporarse apoyándose en un árbol para ayudarse, Miro lo parecían un campo enorme en el que se podía apreciar muchos árboles y hierba lo que lo hacia suponer que era un bosque. La hierba era casi tan alta que le llegaba casi hasta la cintura, se dio media vuelta y pudo apreciar el principio de un bosque oscuro enorme, los árboles embalados todo juntos firmemente y alcanzando para arriba hacia el del cielo, pero no se podía apreciar si era de noche o de día. Su primer pensamiento fue que quizás era el bosque prohibido pero lo descarto inmediatamente, ya que no reconoció nada alrededor de él y él había ido bastante profundo dentro del bosque prohibido antes. ¿Dónde estoy? se repetía una y otra vez en su mente, antes de que se adentrara mas en el bosque fue distraído por un quejido a no más de diez pasos a través de la hierba , Harry curioso se acerco lentamente hacia el lugar de donde provenían los quejidos, y se encontró a un aturdido Draco Malfoy con rastro de sangre en las manos y la cabeza . ... ¿Qué te ?... qué sucedió?? Pregunto el rubio tontamente, mirando las heridas que tenia el moreno en el pecho y la cabeza ¿ Acaso no recuerdas nada ?, el rubio negó con la cabeza, bueno creo que deberíamos investigar donde estamos, el rubio hizo un ademán de levantarse, pero al intentarlo cayo al suelo nuevamente, Harry lo apoyo en su hombro y se adentraron en el bosque.
Creo que seria mejor que te quedaras aquí afuera Ezellahen, dijo una melodiosa voz detrás de los chicos , Harry al escuchar su nombre en elfico, se volteo y se encontró a una hermosa mujer de cabellos dorados y profundos ojos grises, su rostro era joven y tenia una sonrisa en su rostro al ver al chico, pero aquella sonrisa la cambio por un rostro de preocupación al ver el estado en el que se encontraba el junto a el joven rubio, supuso que era un elfo por su aspecto. "{ Pero que les paso Ezellahen} ", pregunto preocupada la mujer. solo un "pequeño" percance, como han estado las cosas por aquí?, dijo el chico en la lengua común. Vengan por aquí, tengo aquí algunas de las hojas de athelas . Machaca una en agua ,lavate y luego pasas esto por la cabeza, es para que se te pase el dolor, dijo la mujer al chico rubio. ¡ Ezellahen, Ven aca deja que te cure esa horrible herida. -¡Yo estoy bien! -dijo Harry , con pocas ganas , solo necesito descansar un rato. - No me contradigas, Ezellahen, no se como no te a pasado nada con esa herida. - Creo que es por que soy un elfo y esto paso hace poco, dijo sarcásticamente., pero sin faltarle el respeto a aquella mujer. Ves estas listo no te paso nada, el chico vio que tenia vendado el pecho y no se habia dado cuenta por estar discutiendo con la bella mujer. Creo que deberíamos irnos a Rivendel, creo que ay estaran mas seguros, por lo que supe tus padres , Merwen y su hermano regresaran hoy mismo, junto a Miriel y Ally. Los dos chicos siguieron a la Mujer, De pronto salieron otra vez a un claro y se encontraron bajo un pálido cielo nocturno salpicado por unas pocas estrellas tempranas. Un vasto espacio sin árboles se extendía ante ellos en un gran círculo abriéndose a los lados. Más allá había un foso profundo perdido entre las sombras, pero la hierba de las márgenes era verde, como si brillara aún en memoria del sol que se había ido. Del otro lado del foso una pared verde se levantaba a gran altura y rodeaba una colina verde cubierta de los mallorn más altos que hubieran visto hasta entonces en esa región. Qué altos eran no se podía saber, pero se erguían a la luz del crepúsculo como torres vivientes. Entre las muchas ramas superpuestas y las hojas que no dejaban de moverse brillaban innumerables luces, verdes y doradas y plateadas. La mujer se volvio hacia los chicos y les dijo -¡Bienvenidos a Caras Galadon! – dijo una voz que no estaba muy lejana -. He aquí la ciudad de los Galadrim dondemoran el Señor Celeborn y Galadriel, la Dama de Lórien. – escucharon denuevo la misma voz, la mujer se alerto y siguió la voz, dejando a los muchachos atrás.
Los dos jóvenes siguieron caminando y vieron a un hombre qu golpeo y habló, las puertas se abrieron en silencio, pero Harry no vio a ningún guardia. Los viajeros pasaron los dos jóvenes entraron antes de que las puertas se cerraran de golpe. Estaban en un pasaje profundo entre los dos extremos de la muralla y atravesándolo rápidamente pero sin adelantar a los viajerosentraron en la Ciudad de los Arboles. No vieron a nadie mas que a las personas a las que seguían ni oyeron ningún ruido de pasos en los caminos, pero sonaban muchas voces alrededor y en el aire arriba. Lejos sobre la colina se oía el sonido de unas canciones que caían de lo alto como una dulce lluvia sobre las hojas. Recorrieron muchos senderos y subieron muchas escaleras detrás de los viajeros hasta que llegaron a unos sitios elevados y vieron una fuente que refulgía en un campo de hierbas. Estaba iluminada por unas linternas de plata que colgaban de las ramas de los árboles, y el agua caía en un pilón de plata que desbordaba en un arroyo blanco. En el lado sur del prado se elevaba el mayor de todos los árboles; el tronco enorme y liso brillaba como seda gris y subía rectamente hasta las primeras ramas que se abrían muy arriba bajo sombrías nubes de hojas. A un lado pendía una ancha escala blanca y tres elfos estaban sentados al pie. Se incorporaron de un salto cuando vieron acercarse a los viajeros, y Harry escucho que el hombre que anteriormente habia tocado la puerta hablo: -Aquí moran Celeborn y Galadriel -dijo Haldir-. Es deseo de ellos que subáis y les habléis. Uno de los guardias tocó una nota clara en un cuerno pequeño y le respondieron tres veces desde lo alto. -Iré primero -dijo Haldir-. Que luego venga Frodo y con él Legolas. Los otros pueden venir en el orden que deseen. Es una larga subida para quienes no están acostumbrados a estas escalas, pero podéis descansar de vez en cuando. Luego el hombre siguió su camino seguido por sus demas acompañantes, Draco y Harry siguieron el mismo camino que los visitantes, tratando de hacer parecer que venían junto a ellos efectivamente los guardias los dejaron pasar sin hacer preguntas. Una luz clara iluminaba aquel espacio; las paredes eran verdes y plateadas y el techo de oro. Había muchos elfos sentados. En dos asientos que se apoyaban en el tronco del árbol, y bajo el palio de una rama, estaban el Señor Celeborn y Galadriel. Se incorporaron para dar la bienvenida a los huéspedes, según la costumbre de los elfos, aun de aquellos que eran considerados reyes poderosos. Muy altos eran, y la Dama no menos alta que el Señor, y hermosos y graves. Estaban vestidos de blanco y los cabellos de la Dama eran de oro y los cabellos del Señor Celeborn eran de plata, largos y brillantes; pero no había ningún signo de vejez en ellos, excepto quizás en lo profundo de los ojos, pues éstos eran penetrantes como lanzas a la luz de las estrellas y sin embargo profundos, como pozos de recuerdos. Harry, habia visto solo una vez a aquella mujer y eso habia sido hace mucho tiempo el hombre llevo a un hombre de baja estatura, lo que Harry reconocio como a un Hobbit y el señor Celeborn le dio la bienvenida en su lengua . La Dama Galadriel no dijo nada pero contempló largamente el rostro de Frodo. -¡Siéntate junto a mí, Frodo de la Comarca! -dijo Celeborn-. Hablaremos cuando todos hayan llegado. Saludó cortésmente a cada uno de los compañeros, llamándolos por sus nombres. -¡Bienvenido, Aragorn, hijo de Arathorn! -dijo-. Han pasado treinta y ocho años del mundo exterior desde que viniste a estas tierras; y esos años pesan sobre ti. Pero el fin está próximo, para bien o para mal. ¡Descansa aquí de tu carga por un momento! »¡Bienvenido, Legolas hijo de Thranduil! Pocas veces las gentes de mi raza vienen aquí del Norte. Harry al escuchar aquel nombre, miro al hombre que estaba en frente y reconocio al principe del bosque negro, aquel que le habia recomendado volver con su madre cuando recien habia llegado a Tierra media. El chico siguió escuchando a el Señor celeborn hablar. »¡Bienvenido, Gimli, hijo de Glóin! Hace mucho en verdad que no se ve a alguien del pueblo de Durin en Caras Galadon. Pero hoy hemos dejado de lado esa antigua ley. Quizás es un anuncio de mejores días, aunque las sombras cubran ahora el mundo, y de una nueva amistad entre nuestros pueblos. Gimli hizo una profunda reverencia. Cuando todos los huéspedes terminaron de sentarse, el Señor los miró de nuevo. -Aquí hay ocho -dijo-. Partieron nueve, así decían los mensajes. Pero quizás hubo algún cambio en el Concilio y no nos enteramos. Elrond está lejos y las tinieblas crecen alrededor, este año más que nunca. -No, no hubo cambios en el Concilio -dijo la Dama Galadriel hablando por vez primera. Tenía una voz clara y musical, aunque de tono grave-. Gandalf el Gris partió con la Compañía, pero no cruzó las fronteras de este país. Contadnos ahora dónde está, pues mucho he deseado hablar con él otra vez. Pero no puedo verlo de lejos, a menos que pase de este lado de las barreras de Lothlórien; lo envuelve una niebla gris y no sé por dónde anda ni qué piensa. -¡Ay! - dijo Aragorn -. Gandalf el Gris ha caído en la sombra. Se demoró en Moria y no pudo escapar. Al oír estas palabras todos los elfos de la sala dieron grandes gritos de dolor y de asombro. Harry no podía creer aquello y Draco hizo una mueca como si quisiera recordar algo y le hizo una seña al joven que se encontraba a su lado, pero al no verlo se empezó a preocupar, ya que el sabia mucho acerca de los elfos pero de ese lugar nada.
Harry se acerco hacia donde se encontraban los viajeros, mientras un hombre muy parecido a Sirius relataba a el Señor Celeborn como había sido aquella gran catástrofe al joven le caían lagrimas rebeldes que no querían cesar, sintió que una mirada se posaba en el y al buscar con la vista se encontró con unos ojos grises , con una mezcla de culpabilidad y tristeza.
Continuara.............
---------
Se que no es mucha la información que doy en este capitulo, sino que me refiero mas a la "Muerte" de Gandalf, espero que les guste , se aceptan todo tipo de comentarios eso si no rompan mucho mi pobre corazón.- Perdon por no responder sus Reviews pero lo hara en el otro cap. Que tratare de que sea pronto. , a los que leyeron el libro, quiero pedirles disculpas por lo "parecido" o "igual" que es aquella parte pero es algo muy importante en esta historia.
