La primavera la primavera estaba por comenzar.

El suave y agradable aroma del pan recién horneado llegó hasta él despertándolo con suavidad. Abrió los ojos con lentitud, mientras los tibios rayos del sol ingresaban por las aberturas que la cortina no alcanzaba a cubrir. Miró a su lado, esperando encontrar a la Hyuga durmiendo tranquilamente, pero solo encontró las sábanas vacías y frías. No tuvo mucho tiempo para pensar, el agradable olor a comida, más un leve ruido en la cocina, terminaron por hacerlo despertar.

Se sentó rápidamente en la cama, miró fugazmente el reloj en su velador que marcaba las 10 —como nunca había dormido más de lo habitual— y salió de la habitación.

Ella estaba ahí, con ese largo y oscuro cabello siguiéndola en cada paso que daba; con su figura delgada y grácil moviéndose mientras acomodaba la mesa y servía té; realizando aquellas pequeñas tareas como si nada fuera más importante que eso, como si el mismo tiempo avanzara lento solo para esperarla en su andar.

Se detuvo al sentir su presencia, y llevó sus ojos claros como las nubes hacia él, mientras sacaba una bandeja del horno con pan para desayunar.

—La…lamento haberte despertado—dijo, visiblemente avergonzada y nerviosa—, no me di cuenta del ruido que hacía.

Negó, rápidamente, y se acercó.

—¿Cómo te sientes?

Su expresión se suavizó al escuchar su pregunta y le hizo una seña para que se sentara a la mesa mientras ella llevaba lo último que faltaba y lo acompañaba.

—Mejor—respondió—, gracias por permitirme estar aquí. Después de esto, volveré a mi departamento.

Dejó su taza de té en la mesa al escucharla hablar de volver a ese hogar que ya no existía, y la miró intentando buscar las mejores palabras para decirle la situación. No quería herirla más pero sabía que, tarde o temprano, ella se enteraría de la verdad.

—No…—intentó—no creo que deberías…

Ella, al ver como intentaba decirle algo que se le hacía incómodo supo, inmediatamente, cual era la razón. Se lo imaginaba, conocía a su clan, ex-clan.

—Entiendo—le dijo, llevando su mirada a la mesa—, ya no es posible.

Un breve silencio se instaló entre los dos mientras él intentaba encontrar qué decir y ella volvía a recuperar la compostura luego de entender que de verdad, ya no tenía donde ir.

No tenía nada.

Nada.

Apretó sus puños debajo de la mesa, frustrada por aquella penosa situación; cerró sus ojos un momento para encontrar las fuerzas y luego los abrió con decisión. Había llorado suficiente la noche anterior, había expulsado todo su dolor y ahora, solo tenía que volver a comenzar.

Empezar, seguir, moverse… avanzar.

Solo debía encontrar un punto de partida, dentro de la nube de temores e incertidumbres que nublaban su corazón.

—Lo diré una vez más—habló Sasuke, llamando su atención y provocando que ella lo mirara—. Quédate conmigo.

Su voz se oyó segura y sus ojos buscaron los blancos de su acompañante para mostrarle que no mentía. Porque si aún no podía decirle lo que sentía, al menos podía ser sincero en lo que quería.

Al menos podía gritarle en el silencio que su petición guardaba una declaración sutil, que se dibujaba entre aquellas palabras que decían mucho más de lo que aparentaron. Porque si la tormenta no continuara nublandole el corazón, si ella hubiese estado más atenta, habría entendido que él había hecho una clara declaración de intenciones; le estaba pidiendo que lo eligiera.

Dudó.

Por un instante, por un momento, notó como esos ojos la miraban como si quisieran decirle algo más.

Desde la lejanía, un tímido susurro llevó su nombre en el viento y se perdió en la oscuridad

Pero así como aquel pensamiento llegó, rápidamente lo desechó, no era posible, no habían otras intensiones en sus palabras y acciones; él solo estaba siendo amable.

Negó y sonrió con suavidad.

Él era una buena persona, y ella no podía quedarse por mucho tiempo más en ese lugar, su amiga estaba enamorada de ese hombre y no quería causar un mal entendido. Los sentimientos de Sakura en algún momento lo alcanzarían y sería feliz a su lado.

—Muchas gracias—indicó—, pero no puedo aceptar. Me quedaré unos días con Shino o Kiba mientras consigo dine…

—¿Por qué no?—replicó, impresionado de su propia insistencia—puedes hacer lo mismo estando acá.

Lo miró sin poder ocultar la sorpresa de escucharlo insistir así, no se lo esperaba y por un momento, se quedó en blanco mientras veía la expresión seria de Sasuke.

—Porque…necesitas tu espacio—respondió—, y no te voy a seguir incomodando.

Frunció el ceño y negó, para luego tomar un sorbo de su té, en plena tranquilidad, y responder.

—No me incomodas—dijo—. Me gusta que estés aquí.

Lejos de sentirse avergonzada ante la confesión del Uchiha, Hinata notó como una cálida sensación la recorrió por completo haciéndola sentir tranquila, en calma, como nunca antes se había sentido.

Quizás, porque era primera vez que alguien (aparte de Kiba y Shino) le decía algo así; o tal vez, porque ya no necesitaba ocultarle nada.

Y sonrió.

Suave, dulce y tímida, una pequeña sonrisa se asomó por sus labios después de toda la tormenta, sorprendiéndolo.

—Muchas gracias—respondió mientras realizaba una profunda reverencia que le provocó una puntada de dolor en su frente, que disimuló—, me quedaré unos pocos días.

Él asintió, un poco avergonzado por lo que había revelado y por como ella le había agradecido y no dijo nada más.

Y aquel primer día, después de la gran tormenta, avanzó lento…

La brisa, suave y algo más cálida del medio día en esa primavera que llegaba, avanzó ligera por las calles de la aldea y como si se tratara de una travesura inocente, ingresó por la ventana de aquel despacho y removió algunos papeles que se encontraban en la mesa grande y de madera.

Un cansado suspiro se escuchó al interior, y con movimientos lentos y distraídos, sin prestar mucha atención, una mano tomó un lapicero solitario que se encontraba en la mesa y lo colocó encima de los papeles que amenazaban con volar.

Dejó escapar un segundo largo suspiro mientras levantaba la vista de su libro favorito y miraba hacia la puerta principal.

La visita que esperaba había llegado.

Frunció el ceño, depositó en el cajón del escritorio ese tomo del Icha Icha Paradise que ya estaba por terminar, y aguardó.

Tres golpes secos, lentos y con la fuerza moderada para ser escuchados, indicaron que ya estaba ahí.

—Adelante.

A paso lento, postura firme y con ese aire tranquilo pero imponente que lo caracterizaba, el joven muchacho ingresó en silencio y se abrió camino por la oficina para llegar frente al escritorio.

—Hokage —saludó, realizando una pequeña reverencia.

—Kazekage —respondió de igual manera e imitando sus gestos.

Se miraron un momento en silencio y sin necesidad de que Gaara dijera algo más, Kakashi habló; ambos sabían el motivo de la visita.

—No lo logramos.

Los ojos aguamarina del Kazekage mostraron la sorpresa ante la noticia que no esperaba recibir; había acomodado su agenda rápidamente para viajar al momento en que recibió el mensaje desde Konoha.

—Explícame la situación la que nos encontramos—indicó, cruzándose de brazos.

Pasó una mano por su alborotado cabello plateado, algo incómodo, y comenzó.

—El clan puso el sello en Hinata—indicó—y luego la exiliaron.

Mantener la compostura, ante tal noticia, fue imposible.

Quedarse para escuchar el resto de la historia, fue un acto que requirió la mayor disciplina posible; no se suponía que llegarían a ese punto, habían hecho todo para evitarlo.

Iban a sacar a Hinata de Konoha antes de que el clan la sellara y él había ido a buscarla porque tenía todo arreglado para que ella se volviera una ninja de la arena.

Había llegado tarde.

Había sido incapaz de ayudarla.

—Hanabi fue quien le puso el sello —continuó el Hokage— cuando vio que ya no había forma de evadirlo y luego la exilió, porque…

—Cuando tus cadenas son tu familia, el exilio es la libertad — completó Gaara.

Kakashi asintió, mientras miraba con respeto a ese chico que había comprendido a la perfección la situación; quizás, él era el único capaz de entender el peso de aquella declaración.

Apretó los puños, y su mirada aguamarina se perdió en aquella ventana que mostraba la aldea, mientras intentaba contener las emociones que amenazaron con nublar su corazón.

Él se había transformado en un arma para demostrar su existencia, para ser reconocido, para encontrar aprobación; ella se había transformado en una moneda de cambio, en una herramienta que el clan podía usar a su disposición, para lograr la aceptación de su familia. Y ninguno de los dos había tenido opción, era el único camino que conocían.

Entendía. Comprendía demasiado bien.

—¿Dónde está?

Su voz sonó extraña, alterada, incapaz de ocultar aquella demandante necesidad de verla, de encontrarla y sacarla de ese oscuro lugar en el cual podía caer.

Porque ella era más que la novia de Naruto para él; ella era su amiga.

Y todos aquellos momentos que los acercaron, esas conversaciones largas cuando iba de visita y todos se juntaban a cenar, esas compañías silenciosas cuando intentaba escapar del ruido en las juntas, esas sonrisas cálidas que recibió cuando se sentía fuera de lugar, no hicieron más que recordarle que esta vez, era su turno de ayudar.

Hinata le había ofrecido un refugio agradable y sin ataduras, cada vez que él lo necesitó.

—Se está quedando donde Uchiha Sasuke.

Asintió, y después de una leve reverencia a modo de despedida, giró sobre sus talones y caminó hacia la salida.

Su destino estaba claro y su objetivo no había cambiado, a pesar de las circunstancias; le ofrecería su ayuda.

Él también quería ser un lugar seguro.

Y el día continuó mientras el sol, timido, avanzaba hasta su posición más alta en ese cálido primer día de primavera.

El aire frío de la media mañana rozó sus mejillas como una caricia que se sentía agradable en medio del extenuante dolor de cabeza que la afligía.

Ajustó la chaqueta, verde oscuro, cerrando los broches hasta el cuello y se colocó la capucha sobre la cabeza mientras cerraba la puerta con suavidad.

Sasuke había salido a realizar sus tareas diarias y ella se dirigía a la torre del Hokage para buscar alguna misión, necesitaba juntar dinero.

Tenía que armar su vida, otra vez.

Aún cuando se sintiera incapaz de hacerlo; y a pesar de que no sabía como enfrentar las miradas de los demás.

Tragó fuerte y duro, intentando dejar atrás aquella sensación que la hacía sentir disminuída, pequeña y culpable, e trató no repasar los hechos vividos el día anterior. No tenía caso analizar una situación que no cambiaría su realidad, ni tampoco quería quedarse atrapada en el pasado.

Debía empezar, seguir, moverse… avanzar.

Tenía que avanzar.

Se miró en el reflejo de una vitrina y se ajustó el flequillo que cubría su frente nerviosamente; aquella marca debía permanecer oculta y olvidada, para que ojalá, ella no pudiera recordarla.

Y caminó.

Las calles, alegres y coloridas de la aldea, de alguna forma se volvieron largas y aterradoras con cada paso que daba. Las voces, comenzaron a escucharse como suaves y agudos murmullos indescifrables que se sentían acusadores, como si se refirieran a ella aun cuando sabía que no era así. Y las miradas, se sentían pesadas, como si se tratara de un juicio que desnudaba todos sus errores, aun cuando entendía que no la veían.

Apretó sus puños, ajustó la capucha de la chaqueta y revisó que su flequillo no dejara ver más allá. Sabía que todo era parte de su propia imaginación pero no podía evitarlo.

Y entre pasos rápidos y nerviosos, la torre del Hokage apareció frente a ella mostrandose mucho más imponente que antes.

Había llegado el momento de enfrentar miradas que probablemente sabían lo que había ocurrido, susurros que juzgarían su suerte. El mundo ninja no era gentil y ella lo sabía muy bien.

Ingresó.

Cabeza en alto, hombros y postura erguida, y mirada al frente, avanzó por la entrada principal como si se tratara de cualquier otro día; como si aún fuera una Hyuga con un gran orgullo que mantener.

Ella, luego de tantos años, había aprendido a utilizar esa mascara indiferente, impenetrable, que podía esconder sus emociones a voluntad.

Las escaleras se hicieron eternas y el acto de fingida naturalidad se volvió más difícil de mantener con cada paso que daba, pero no se rindió.

—Necesito hablar con el Hokage—dijo a los guardias que resguardaban la entrada de la oficina.

Como esperaba, abrieron la puerta rápidamente y la anunciaron.

Seis pasos le tomó ingresar a la oficina mientras cerraban la puerta a sus espaldas, hizo una leve reverencia en señal de un respetuoso saludo, tal y como debía ser ante un sensei y Hokage y habló.

—Vengo a solicitar una misión.

Su voz se escuchó lo suficientemente segura y controlada como para hacerle sentir casi orgullosa del primer paso que estaba dando para comenzar de nuevo, pero la mirada de su receptor le indicó que algo no estaba del todo bien.

Frunció el ceño levemente al escuchar la petición de Hinata, y miró con fallido disimulo un rollo que estaba encima de su escritorio, que contenía el símbolo del clan Hyuga.

Y ella también lo vió.

No había forma de maquillar con palabras bonitas lo que se veía obligado a decir.

—Hinata—comenzó—, necesito que… entregues tu banda ninja.

No necesitó mayor explicación. No era necesario que Kakashi dijera algo más porque ella sabía, entendía demasiado bien lo que había en la cabeza de los ancianos del concejo.

Orgullo.

Eran demasiado orgullosos como para permitir que una exiliada continuara siendo ninja de la misma aldea en la que vivían.

No pensó que llegarían tan lejos, no creyó que su influencia sería tan grande; no estaba preparada para algo así.

En el silencio, pesado y frio que vino despues de que habló, el Hokage pudo ver, por pocos segundos la mirada herida y confundida que Hinata no logró ocultar.

Él sabía. Oh dios, sabía muy bien todo lo que ella había pasado desde su niñez, todo lo que le había costado llegar a donde estaba y todo lo que el clan le había hecho a ella y Neji. Y por eso, porque la había visto crecer, dolía aún más tener que aceptar la solicitud del clan.

No tenía más opciones, como Hokage, debía elegir muy bien que batallas pelear; no podía ir en contra de un clan tan poderoso.

— El clan...—trató de explicar Hatake, sintiendose culpable de la situación.

Pero ella negó, volviendo a recuperar la compostura, y caminó hacia él mientras se quitaba la banda.

No iba a llorar.

No iba a rogar.

No en ese lugar.

—Entiendo—interrumpió, con voz suave y calmada.

No quería escuchar una explicación que ya sabía.

Así que miró, con una extraña calma esa banda que tanto costó conseguir, el titulo que representaba, y antes de darle más vueltas al asunto la dejó en la mesa del Hokage.

Hizo una pequeña reverencia para marcharse, notando que él quería decir algo más, pero apurandose a dejar el lugar.

Ya no quería estar ahí.

Ya no habían motivos para continuar en esa oficina.

—…Habla con Gaara—escuchó mientras salía—, tiene algo que decir.

Asintió, con un leve y ausente movimiento de cabeza a lo que fuera que el Hokage le dijo en ese momento y salió.

No importó.

Nada podía importar más que salir de ese espacio que comenzaba a sentirse hostil, ajeno; que la afixiaba más y más con cada paso que daba.

Estar ahí era la última prueba de que ya no tenía nada.

Nada para ofrecer. Nada para dar.

¡Nada!

Corrió, porque no tenía nada más que hacer en ese lugar al cual ya no pertenecía, y dolía.

Huyó, porque los recuerdos de todo lo que costó avanzar hasta lograr sus objetivos se clavaban en su corazón como espinas.

Y continuó avanzando, porque la realidad se volvía insostenible y ella ya no quería enfrentarla.

No más.

Por favor, no más.

No quería perder nada más.

Ya no quedaban luces que iluminaran el camino, ni alas para volar.

El suelo, húmedo e irregular del bosque, la hizo tropezar con violencia y cayó sin ofrecer resistencia.

Estaba cansada, de luchar, de avanzar, de perder y de llorar.

Abrió los ojos, que por instinto había cerrado, y se incorporó levemente quedando de rodillas frente a un charco de agua.

Y lo vió.

Vio aquella realidad de la cual escapaba.

Vio aquel, en aquel reflejo, lo que trataba de olvidar; de esconder.

Vio el sello, en su frente.

Y la rabia, que había mantenido a raya, que había pretendido ocultar, explotó en aquella tormenta que no había menguado.

Gritó.

Porque odiaba haber sido marcada de esa forma injusta y no haber sido capaz de detenerlo.

Golpeó, con todas sus fuerzas el agua, porque no quería ver ese reflejo que mostraba que ya no era nada.

Y volvió a gritar con más fuerzas, porque no lo soportaba, porque le habían quitado el único camino que le quedaba y ya no sabía que hacer.

Odiaba el sello.

Odiaba su situación.

Odiaba sentise impotente.

Odiaba ese rostro que evidenciaba un linaje que no podía esconder, una familia que jamás la había querido.

—El sello no te define.

Esa pausada y característica voz llegó a sus oídos mientras sus manos, que habían golpeado el charco de agua eran envueltas en finos granos de arena que la detuvieron.

Gaara, lo reconoció de inmediato.

Y sus claros ojos, cegados por la tormenta, encontraron esos aguamarina que la atravesaron sin necesidad de decir algo más; sin hacer nada más que enfrentarla con una simple verdad que ella no sabía aceptar.

—Nuestras marcas—continuó, mientras se agachaba frente a ella, quedando a su altura y sin apartar su mirada—no nos definen

Su voz, se oyó suave y completamente segura de lo que decía, como si él supiera todo lo que estaba sintiendo y fuera un secreto entre los dos.

Quizás lo era.

Tal vez, él realmente entendía su situación.

Y ella, que había explotado con una furia descontrolada que evidenciaba lo mucho que continuaba guardado en su interior, cedió.

"el sello no te define"

No, no lo hacía.

Ella era más que un pajaro enjaulado.

Ella era más que un ninja fracasado.

Ella era mucho más que una exiliada de su propio clan.

Hinata lo sabía, pero su corazón no lo comprendía.

No podía aceptarlo, porque hacerlo, sería aceptar que estaba asustada.

Asustada de la soledad, del futuro, de no saber como avanzar, de no encontrar un propósito para continuar.

Toda su vida habia girado entorno al clan, al mundo ninja, a Naruto y no sabía mirar nada más.

"Hinata, eres libre"

Y aquella voz, esas palabras simples volvieron a su corazón como un eco perdido, lejano, que ella había temido enfrentar.

Porque tal y como Hanabi le había dicho, el exilio le había dado la libertad, y el sello no era más que un simple tatuaje en su frente para recordarlo, no la definían. Y con esa libertad, ella podía encontrar otros caminos que recorrer.

Apretó con fuerzas sus ojos e instintivamente, su mano se aferró al puño de la chaqueta de Gaara, mientas trataba de hablar.

Reconocerlo no era facil, pero era momento de aprender a aceptar la realidad.

Necesitaba hacer las paces con su nueva situación para poder avanzar.

—No sé—soltó en un susurro débil y timido—, no sé como continuar.

Más que palabras, más que cualquier otro gesto, fue la forma en que él, gentilmente soltó su mano que se aferraba a su puño y la tomó.

Seguro, sin miedo, juntó sus manos en un agarre calido que intentó transmitirle que no estaría jamás sola.

Porque él estaba ahí.

Porque sus amigos también estaban ahí.

Y ella saldría adelante como él también lo logró.

—¿Cómo—habló ella con timidez— puedo volver a empezar?

Gaara, que notó como su rostro se mostraba más calmado, sonrió con suavidad.

—Creo que puedo ayudarte con eso.