Advertencia: violencia implícita. Si eres sensible, mejor abstente de leer este fanfic.

Título: Cicatrices.

Autora: Meiko Akiyama.

Capítulo 1: "Aniversario".

Un día como hoy, hace cinco años atrás, la paz regresó al Mundo Mágico. En un día como hoy, luego de una cruenta batalla que duró poco más de un año, el Señor Tenebroso finalmente sucumbió y esta vez para siempre.

Con mucho esfuerzo y trabajo, las cosas han ido normalizándose poco a poco. Lo que más costó fue deshacerse de todos los seguidores del Lord Oscuro. Ahora pueden decir sin mayores temores; que la mayoría de ellos, o al menos los más peligrosos, se encuentran recluidos en la prisión de Azkaban.

Mientras por su mente divagan esos pensamientos, su cuerpo se pasea libremente por el Diagon Alley. Aún puede observar con claridad unos cuantos edificios destrozados, seguramente porque sus dueños murieron y nadie ha querido hacerse cargo de su reconstrucción.

En el camino ve rostros conocidos, ella les sonríe amablemente a todos y cada uno, pero sin detenerse a platicar. Sabe que todos los que están allí reunidos sólo harán una cosa: festejar. Sí, han tomado esta fecha como día festivo, nadie asiste a sus trabajos y todo es alegría y diversión. Ella también se siente alegre, decir que no festeja ese día sería mentirse a sí misma. Pero ella celebra en su interior, por alguna razón, siente que si sale a divertirse, a tomarse una cerveza, a bailar, sería casi como olvidar los verdaderos hechos. Las vidas que se perdieron durante la batalla…

-¡Hermione! ¡Eh, Hermione!- escuchó su nombre de una voz muy conocida. Giró sus talones, buscando el dueño de aquella voz tan familiar. Sus miradas se encontraron y ella arqueó sus labios en una sonrisa sincera.

-Hola Neville- ella miró al joven que tenía frente a sí. Si no le hubiera conocido en el colegio, jamás habría relacionado a aquel tímido niño Gryffindor con el sonriente chico que tenía frente a sí. No era un adonis, pero su sentido femenino tenía que reconocer que era bastante apuesto. Además, cada movimiento, cada paso suyo, irradiaba una seguridad que eclipsaría a cualquier chica. Claro, no culpa a Neville, después de todo, cualquiera en su lugar también habría madurado de golpe.

-Me alegra mucho haberte encontrado- comentó Neville alegremente, mientras les abría paso a ambos en medio de la multitud.

-A mí también- sonrió ella, quien iba tomada del brazo de su viejo amigo.

-¿Estás lista para regresar al trabajo?- le hizo un guiño gracioso, y Hermione no pudo contener una carcajada divertida.

-Pues, a decir verdad planeaba regresar hoy mismo al Castillo, lamento tener que admitirlo, pero dejé demasiadas cosas pendientes- comentó ella, un poco roja por aquella confesión.

-¡Oh, no te preocupes!- Neville le restó importancia, encogiéndose de hombros- yo tampoco estoy tan al día que digamos. Aún debo entregarle el informe anual a Dumbledore, de modo que lo más seguro es que vaya a hacerte compañía muy pronto-

Hermione sonrió, mientras lanzaba un suspiro. ¡Quién diría las vueltas que daba la vida! Luego de la guerra, el profesor Dumbledore estaba demasiado ocupado ayudando a restablecer el orden dentro y fuera del Colegio, que tuvo que pedirle a la profesora McGonagall que dejara la enseñanza, para que se dedicara plenamente al puesto de subdirectora. Aquel par sí que sabía cómo se trabajaba en equipo, y en un par de meses Hogwarts volvía a funcionar de manera casi normal. Claro, que durante ese tiempo necesitaron de alguien que enseñara Transformaciones, y le ofrecieron la materia a Hermione, porque según las palabras de Minerva "ninguna mejor que tú para desempeñar el cargo".

Ella aceptó porque el puesto sólo sería por unos cuantos meses. Sin embargo, ya llevaba varios años compartiendo la materia. Se encargaba de impartirla a los alumnos de primero, segundo y tercer curso. Mientras que la profesora McGonagall se encargaba de los últimos cursos.

Neville, en ausencia de la profesora Sprout, enseñaba Herbología. Él era más reciente, hace tan solo tres años que enseña en Hogwarts, pero es realmente excelente en la docencia, casi pareciera que nació para ello.

Hermione continuaba escuchando a Neville, quien parecía muy contento de haberla encontrado. Mientras él habla, ella sigue notando cuánto ha cambiado su amigo. Pero supone que es normal, ella es testigo presencial que la guerra ha cambiado a todos, de una u otra forma. Afortunadamente, a Neville lo cambió para bien, lástima que no todos hayan tenido la misma suerte…

-¿Hermione?- Neville arqueó ambas cejas, seguramente notando que su amiga no le estaba prestando real atención.

-Lo siento- las mejillas de la chica nuevamente se sonrojaron, al verse en evidencia- es sólo que… pensaba…-

-¿En qué pensabas?-

-Ya sabes… en que han sido unos largos cinco años- suspiró ella, bajando inconscientemente la mirada.

-Lo sé… ¿aún no se sabe…?-

-Nada- le cortó Hermione, sabiendo el tema que deseaba abordar- aún nada. Y Dumbledore sigue en ese silencio de hierro…-

-Él sabe por qué hace las cosas. Supongo que sus motivos tendrá- dijo Neville, en un esfuerzo por reconfortarla.

-Supongo que sí…- suspiró ella. Siempre tenía mezcla de sentimientos en este día: alegría, porque era un año más de paz; tristeza, por los caídos en batalla; odio, por Voldemort y todos sus aliados y, desesperación, por Harry…

-¿Regresas a Hogwarts a verle, no es así?- preguntó Neville, sin demasiados preámbulos- es por eso que vuelves ¿no?-

-Me propuse llevar flores a su tumba todos los años, en el aniversario de su muerte- suspiró ella tristemente-… quiero que sepa que nunca voy a olvidarme de él-

-Iré a llevarle flores en cuanto vuelva al Castillo- prometió Neville con firmeza, mientras miraba el reloj en su muñeca izquierda- si no me doy prisa no llegaré a San Mungo para la hora de visita-

-¿San Mungo?- preguntó ella, sintiendo un vuelco en el corazón.

-Sí, tengo que visitar a Ginny. Ya sabes, prometí a George que no la descuidaría mientras él regresa de su viaje- Neville se encogió de hombros- deberías visitarla tú también-

Por unos segundos, Hermione consideró la oferta de Neville. Pero luego, supo que se arrepentiría de ir a San Mungo, de ver a Ginny. No deseaba ponerse más nostálgica de lo que ya estaba. En este aniversario estaba especialmente susceptible, aún no sabe por qué.

-No, prefiero no asistir…- desvió la mirada hasta el suelo.

-Algún día debes de superarlo, Hermione, el que no vayas no hará que ella sane repentinamente. No te va a llegar una carta diciéndote que milagrosamente ha sanado…- puntualizó Neville, tomando a la chica del mentón y uniendo sus miradas.

-¡Tú no entiendes lo que significa para mí!- ella se separó de Neville con cierta brusquedad- tú lo aceptas sencillamente porque…-

-¿Porque lo mismo les ocurrió a mis padres?- terminó Neville la frase. Lo dijo con tanto dolor en sus palabras, que Hermione se llevó las manos a los labios, maldiciéndose por tocar un punto tan frágil para el corazón de su amigo. ¿Cómo pudo ser tan inconsciente?

-Neville, por favor, perdóname, yo…-

-No te preocupes, Hermione- él esbozó una débil sonrisa, disipando un poco la tensión en el ambiente- sé muy bien lo sensible que te pones en este día. Te hablo por experiencia, el alejarte de Ginny no hará que milagrosamente sane. A mí también me duele verla así, saber que por culpa de esos desgraciados jamás será la de antes. Lo único que puedo hacer, es brindarle toda la felicidad que esté en mis manos-

Hermione sonrió, mientras le daba un beso en la frente a Neville, a manera de agradecimiento. Neville le hizo un gesto de despedida y se perdió lentamente entre la gente. Él siempre velaba por ella, preocupándose cómo estaba, cómo se sentía. ¿Por qué?

Quizás porque tenían algo en común. Los dos eran los únicos que habían estado esa última noche, que presenciaron en vivo y a todo color la caída del Lord Oscuro. Los únicos vivos y cuerdos, al menos. Ginny también vivía, pero no sabe si hubiera sido mejor que también muriera aquella noche. La única mujer de los Weasley ahora tendría que vivir recluida en el Hospital San Mungo, para siempre. Un sin fin de maldiciones Cruciatus, diezmaron su cuerpo y su espíritu. Ella trató de protegerla aquella noche, pero no pudo, mortífagos la rodeaban y no logró llegar hasta Ginny cuando fue demasiado tarde. Cuando la encontró estaba en el suelo, con todas sus ropas rotas, su rostro sucio y con la mirada perdida. Al llevarla a San Mungo, diagnosticaron que perdió la razón por completo. Ahora vive en su propio mundo de fantasía, en donde todo es color de rosa, en donde sus padres aún viven, en donde sus hermanos sólo están allí para complacerla.

Es por ello que no puede ir a San Mungo, no puede enfrentar ver a su amiga convertida en un despojo de lo que fue en el pasado. Y porque al poner un pie en San Mungo, significaría ver a Luna, y eso sería peor. ¡Su pequeña Luna! Aún recuerda con insistencia cómo suplicó por ir con el grupo aquella noche fatídica. Cómo le rogó a ella, Harry y Ron, para acompañarles. Al final Harry aceptó a regañadientes, y se la encargó muchísimo a Ron. Luna… siempre tan dulce, tan inocente, una niña preciosa que no merecía vivir algo tan atroz. Lucius Malfoy se encargó de matar su alma, sí, eso fue lo que hizo. Lo único que dejó fue el cuerpo hueco de su amiga, que se mueve por inercia, pero es incapaz de sentir, incapaz de pensar, incapaz de hacer nada por sí mismo. Según los sanadores de San Mungo, Luna está desconectada permanentemente de la realidad. Hermione trató por todos los medios de hablarle, le visitaba a ella y a Ginny todos los días, esperando que alguna vez, Luna le respondiera. Pero jamás lo hizo, y Ginny simplemente le sonreía divertida, contándole cosas absurdas o trivialidades sobre el colegio o de la Madriguera.

oOoOoOo

El castillo de Hogwarts luce tan tranquilo aquella tarde, sin ningún alumno que corra por sus pasillos, o que ría en la Biblioteca, haciendo enojar a Madame Pince. Tampoco se encuentra Filch o la señora Norris, que surjan de las sombras implorando el orden en el castillo. Tampoco se encuentra Peeves, quien parecía siempre tener alguna broma bajo el bolsillo, con la cual hacer reír a los alumnos o hacer rabiar a Filch. Ese era el Hogwarts de sus tiempos de colegiala, en donde era común ver a Malfoy pavonearse por los pasillos, seguido muy de cerca por sus gorilas Crabbe y Goyle, o tomado de la mano con Pansy Parkinson. Donde era común ver a Fred y George buscando reclutas para ser sus conejillos de indias de sus últimos inventos. O encontrar a Hagrid, apacible en su cabaña, y el buen Fang a sus pies. Ese Hogwarts ya no existía, murió aquella noche. La batalla se llevó buena parte del ala oeste de Hogwarts, y les tomó unos dos años para volverla a reconstruir en su totalidad.

Sí, "su" Hogwarts era muy distinto del presente. Mientras piensa aquello, se posa en una ventana que da al lago, en donde se hacen unas pequeñas olas, producidas por el movimiento del calamar gigante. Entonces le parece ver tres siluetas, la de una menuda niña de cabellos enmarañados, a un delgado pelirrojo y a un tímido chico de cabellos azabache; los tres chicos van corriendo hasta cerca del lago, donde se sientan a conversar, desde allí podría escuchar sus risas, si de verdad estuvieran allí. Lástima que esos tiempos ya no volverán. Si en esos tiempos alguien le hubiera dicho que a sus veintidós años ya no estaría con Harry y Ron, se le habría reído en la cara.

-¿Muy nostálgica, Hermione?- dijo una voz desde sus espaldas. Ella sintió un escalofrío recorrer su espalda, no necesitaba voltearse para saber de quién se trataba.

Un hombre de cabellos largos y grasientos la observaba fijamente desde una distancia prudente. Tenía un par de arrugas pronunciadas adornando su rostro y varias canas que no podían ya esconderse de esos cabellos que una vez fueron muy oscuros. Mirándolo bien, Hermione no sabía por qué ese hombre les infundía tanto temor a los niños, porque ahora mismo no le inspiraba ningún tipo de miedo.

-¿No tengo derecho a ponerme nostálgica en este día, Severus?- a ella le encantaba responder a sus interrogatorios con más preguntas. Recordaba cómo le había costado llamarlo "Severus", después de tanto tiempo de dirigirse a él como "Profesor Snape" o incluso "Snape" a secas, pero le tomó bastante tiempo acostumbrarse a llamarle por su nombre de pila. Pero él mismo insistió en ello, después de todo, ahora ambos eran "colegas".

-No he dicho que no tengas ese derecho- dijo cortantemente, mientras se paraba justo a su lado, con las manos en la espalda, a mirar fijamente el horizonte-… la tarde está muy tranquila…-

-Todos los días son tranquilos, desde hace cinco años- sus labios se arquearon en una dolorosa sonrisa. ¡Cuánta sangre se derramó en el camino! ¡Cuántas vidas se perdieron! Gracias a todos los que se sacrificaron, ahora cada partícula de aire que se respiraba, olía a paz. Todos los días, cuando ve los rostros felices de los niños por las calles, cuando ve a las personas caminar con tranquilidad por la calle, se dice a sí misma que todo ha valido la pena.

Hermione miró a Snape de reojo. ¡Cuántas veces no deseó en silencio la muerte de él y no la de sus amigos! Los primeros meses, lo odió más aún. Habría deseado que Voldemort le matara, que se entretuviera con "el traidor", en lugar de divertirse destruyendo las vidas de Ginny, Luna… simplemente no lo consideraba justo. ¡Severus Snape debía morir en aquella batalla! Además, él estaba mentalizado para morir, para ser torturado. Los demás, como Ginny y Luna, no imaginaban realmente en lo que se estaban metiendo. Le costó bastante superar su repulsión por Snape, el no querer estrangularlo con sus propias manos cada vez que le veía, que cruzaba palabras con él. Pero poco a poco, esa rabia fue diezmando. Después de todo, Severus ayudó a salvar varias vidas, quizás sin él de su parte, se hubieran producido más pérdidas humanas.

-Sigues deseando que haya sido yo, en su lugar ¿no es así?- preguntó Severus sin mirarla aún al rostro. Hermione sintió sus mejillas sonrojarse de la vergüenza, por enésima vez en el día.

-Severus, yo sólo…-

-En realidad no vine aquí a sentar plática- le cortó las disculpas a Hermione- el director desea verte. Es mejor que no le hagas esperar-

Así, sin agregar nada más, Severus se fue caminando apaciblemente por el pasillo. Sin ningún gesto de ira o rabia en su andar. Hermione sólo se atrevió a dar unos pasos cuando sintió que el ritmo de su corazón se hubo tranquilizado.

Era curioso, pero Dumbledore siempre pedía hablar con ella en esa fecha. Y casi siempre era lo mismo, para hablar de Harry. Cada vez que tocaban ese tema, Hermione tenía que hacer grandes esfuerzos para no llorar suplicante ante Dumbledore. O para no gritarle y exigirle de una vez por todas que hablara con la verdad. Antes de entrar al despacho, se encontró con la profesora McGonagall, quien le hizo un gesto que se apresurara, como si Dumbledore llevara horas esperando hablar con ella.

Lo primero que vio al entrar en el despacho de Albus Dumbledore, fue a Fawkes durmiendo en su jaula. Sus plumas relucían cual fuego, alumbrando algo aquella habitación. Luego reparó en el Sombrero Seleccionador que también parecía dormitando, sobre uno de los estantes del despacho. Allí, sentado en su silla, se encontraba el director. Para él, parece que los años no pasan, porque, salvo un par de arrugas extras, Hermione lo ve exactamente igual al primer día que ella llegó a Hogwarts, hace tanto tiempo atrás. Él seguía teniendo esa apacible sonrisa, y esa mirada tan intrigante, como la que tiene justo ahora.

-Bienvenida a Hogwarts, Hermione. Minerva me ha dicho que tienes poco tiempo de haber llegado- Dumbledore tenía en sus manos una carta bastante extensa. Hermione se fijó con curiosidad en la letra, estaba segura que ha visto esa detallada caligrafía antes. Dumbledore no pudo evitar notar la especial curiosidad que ella ponía en la carta, por lo que la colocó hacia su derecha y le hizo un gesto a ella, invitándola a sentarse.

-Es carta de Remus- dijo, con su característica sonrisa.

-¿En serio?- Hermione sintió un vacío en el estómago- ¿y cómo va todo? ¿Ha sabido algo de…?-

Pero todas sus esperanzas se vieron deshechas cuando vio cómo la cabeza de Dumbledore se ladeaba de extremo a extremo.

-Lo ha estado buscando intensamente durante cuatro años seguidos. Al principio no dejé que lo buscaras porque yo creía que él necesitaba un año de reposo, ya sabes, necesitaba superarlo solo. Cuando encomendé a Remus su búsqueda, ya sabía yo que nos tomaría algo de tiempo, sí, pero esto ha superado mis expectativas. Eso me lleva a una sola conclusión…-

-¡Usted no va a creer que él está…!- pero Hermione se llevó las manos al rostro antes de terminar aquella frase. No, él no podía estar muerto. No él.

-No Hermione- Dumbledore sonada conmovido por la reacción de la joven-… él no está muerto, no te preocupes. Pero quizás, él no desea ser encontrado-

-¿Eh?- ella se descubrió el rostro, mirando fijamente a Dumbledore. ¿No quería ser encontrado? Luego de detenerse a pensarlo por unos minutos, negó firmemente con la cabeza- ¡Claro que no! ¡Es que Lupin no ha buscado bien!-

-Hermione, comprendo…-

-¡No, con todo el respeto, pero no comprende!- dijo ella, con voz temblorosa-… yo necesito saber de él. Saber que está bien, no tiene idea cuánto pienso en él… en este día-

-Hermione…-

-¡Necesito encontrarlo! ¡Es algo que necesito!- sólo cuando su mirada se tornó borrosa, ella descubrió que había empezado a llorar. Bajó la mirada, avergonzada que Dumbledore la viera en ese estado.

No ha dejado de pensar en Harry ni un minuto en los últimos cinco años. Siempre hay algo que se lo recuerda, siempre. Especialmente en esta fecha, en donde todo el mundo celebra, en donde todos alzan la copa por "el niño que vivió". Sin embargo, cuando terminan de brindar, todos murmuran acerca de su paradero. Y es que nadie supo qué ha sido del famoso Harry Potter. Sólo que pudo hacer cumplir la profecía, destruyendo al Lord Oscuro, retándolo como su igual y acabando con él para siempre.

Ella estuvo allí para presenciarlo, ella sabe que estuvo con Harry hasta el final; sin embargo, no recuerda con claridad lo ocurrido en los últimos minutos. Sólo recuerda cuando despertó en San Mungo, con todo su cuerpo adolorido, pero viva. Allí estaba la profesora McGonagall, quien dice que lo primero que hizo fue preguntar con Harry. Aún recuerda el rostro lastimero de McGonagall cuando negó en silencio. Hermione lloró mucho aquella noche, la primera de muchas que lloraría por todo lo ocurrido. Indagó a todos, a Severus, a Remus, a Dumbledore, pero la única que pareció compadecerse de su dolor fue Minerva McGonagall, quien le narró lo siguiente.

"Aunque Albus insistió que esa batalla sólo debía ser entre Potter y el Señor Tenebroso, cuando se enteró que ustedes habían decidido acompañarlo, fue rápidamente en su búsqueda. Cuando pudimos llegar, lo único que encontramos del Señor Tenebroso fue su vieja túnica, ensangrentado y el enorme cuerpo sin vida de la serpiente que le acompañaba. En el centro del recinto, se encontraba Potter, contigo en brazos. Tenía la mirada perdida, hasta temí que hubiera perdido la razón, pero en cuanto nos vio y reconoció, dio un par de pasos torpes hacia nosotros, Potter lucía realmente mal, temía que se desmoronara en cualquier instante. Lo primero que dijo fue que necesitabas ayuda de urgencia, yo te tomé en brazos y como estábamos decididos a mantenerte con vida, tuve que salir a buscar a un sanador para ti. Albus y Potter se quedaron solos entonces, nunca supe lo que hablaron. Cuando le pregunté a Albus sobre Potter, me respondió lo que a todos: que estaba vivo y bien, pero se había ido, porque necesitaba un descanso."

Si ella ha sufrido durante todo este tiempo, atormentada por pesadillas, sueños atroces que no la dejan tranquila ¿por cuánto habrá tenido que pasar Harry? Tan sólo imaginárselo duele. Ella tiene que encontrarlo, debe saber lo que pasó aquella noche, necesita saber por qué Harry la abandonó. Y si Remus o Dumbledore no pueden encontrarlo, entonces…

-Necesito encontrarlo, lo necesito- dijo, firme y decidida.

-He hablado con Minerva, dice que puede seguir dando clases a los de primero, segundo y tercero. Que ya está acostumbrada y no habrá ningún inconveniente con que te ausentes de tu puesto indefinidamente. Y recuerda que este siempre será tu hogar… estarán las puertas abiertas para cuando quieras regresar, con o sin Harry-

Hermione abrió sus labios, pero no encontró las palabras exactas para Dumbledore. Aquel hombre siempre parecía estar un paso delante de todos. Muchas veces, se preguntaba si no tenía dotes adivinatorios. Era como si le hubiera estado leyendo la mente. Hermione simplemente sonrió y, evitando que las lágrimas corrieran nuevamente por su rostro, le hizo un gesto de agradecimiento al director y, justo cuando Fawkes despertaba y emitía un chillido de alegría al reconocerla, ella cruzaba el umbral del despacho.

-Por favor, mantente comunicada con Remus…-

-Sí, señor- alcanzó a decirle antes que la puerta se cerrara.

Como si los años no hubieran pasado, Hermione empezó a correr por los desolados pasillos de Hogwarts, justo como lo hacía cuando estaba a punto de comunicarle algo de vital importancia a Harry y Ron. Una energía desconocida estaba apoderada de ella, haciéndola sentirse viva una vez más. Sí, ahora tenía un motivo por el cual seguir adelante: encontraría a Harry Potter. Al entrar a su habitación, encontró con sus cosas aún sin desempacar.

Hogwarts ha sido gran parte de su vida, pero ahora tiene que abandonarlo, porque jamás se perdonará si no encuentra a Harry. Sabe que él, esté donde está, necesita de su ayuda. Tanto como ella necesita de él. Sabe que cada uno necesita de la compañía del otro, aunque Harry no lo diga, aunque no lo admita.

-Vine a desearte buena suerte en tu viaje- Lavender estaba desde el umbral de la puerta, mirándola fijamente. Hermione no se sorprendió cuando, el año pasado, ella se presentó para la vacante de Adivinación.

-¿Te lo ha dicho el director?- preguntó Hermione, mientras tomaba sus maletas.

Lavender la examinó por varios segundos, como si Hermione en vez de hacerle una pregunta le hubiera dicho un insulto. Con el ceño fruncido y los labios apretados, espetó.

-¡Ha sido mi ojo interno!-

Hermione no pudo contener una risita. Siempre ha considerado la adivinación como una de las ramas más imprecisas de la magia. Y sin embargo, gracias a una profecía…

Suspiró hondo, tratando de no pensar en aquello ahora. Le sonrió atentamente a Lavender, quien pareció endulzar un poco su mirada, sólo poco.

-¿Te vas enseguida?- preguntó Lavender, curiosa. Hermione estuvo tentada a preguntarle si su "ojo interno" no le había revelado esa información, pero se contuvo, no deseaba empezar una discordia.

-Aún no, tengo algo que hacer antes de irme. Voy al invernadero, no creo que esté en la cena de profesores esta noche, ni creo que esté aquí para cuando los alumnos inicien clase. Y Lavender, ha sido un placer tener como colega…- dijo, antes de empezar a caminar con el pasillo, con sus maletas en ambas manos.

-Igualmente- dijo ella, desde la entrada de la puerta- y… Hermione…-

Hermione detuvo su paso, para arquear su cuello hacia donde estaba la joven profesora de Adivinación. Lavender le miraba fija, sin siquiera parpadear, Hermione se preguntaba si sería algún truco para llamar su atención.

-Pretende escapar de sí mismo, no de ustedes…- después de lanzar aquella frase, Lavender se dio media vuelta y caminó en dirección opuesta a Hermione, quien permaneció impasible por unos segundos, observando cómo Lavender se alejaba.

Hermione Granger no ha aprendido a creer en las artes adivinatorias, ni siquiera cuando la vida de alguien muy importante para ella dependió de una profecía. Y tampoco creerá en esta ocasión, o más bien, no intentará acomodar las palabras de Lavender a la situación actual. No hoy, no este día.

oOoOoOo

Como era profesora, tenía llave de acceso a todos los salones, incluyendo los invernaderos. Al retirarse la profesora Sprout, éstos quedaron en manos de Neville. Y Hermione tenía que admitir que su amigo ha hecho un trabajo excelente con los invernaderos. Incluso ha podido traer nuevas especies de las cuales el colegio carecía.

Observó con algo de detenimiento el pequeño huerto de mandrágoras que crecía a su alrededor. El colegio tuvo que plantar mandrágoras extras durante el tiempo de la guerra, siempre eran útiles. Recuerda que durante las cruentas batallas, los invernaderos del colegio habían quedado convertidos en una especie de enfermería, porque la verdadera no se daba abasto con tantos heridos. Miró el suelo a sus pies, tan limpio ahora, y tan teñido de rojo hace cinco años atrás. Meneó una vez más su cabeza, no era momento de pensar en ello.

Se fue hacia una esquina, en donde estaba plantado un pequeño rosal. Ella misma las había plantado, unos tres meses después de la última batalla. Las eligió blancas porque simbolizaban la paz, que por esos tiempos apenas era una novedad en el mundo mágico. Cuida religiosamente ese rosal durante todo el año, no deja que nadie más lo toque, ni siquiera Neville, pero su amigo parece respetar aquella extraña relación que lleva con el rosal y jamás ha intentado cuidarlo en su lugar. Tampoco deja que sus alumnos lo toquen cuando van al invernadero.

Cortó exactamente una docena de rosas, envolviendo sus tallos en un papel de seda. Las primeras veces siempre se cortaba las manos e iba donde Madame Pomfrey para que le aplicara algún ungüento curativo. Con el tiempo fue adquiriendo algo de práctica, y descubrió que el papel de seda era el mejor para protegerla de las espinas de los tallos.

Hundió su nariz en las rosas, aspirando su dulce aroma. Era un olor sutil, puro, siempre tenía un efecto algo terapéutico en todo su cuerpo. Neville solía decir burlándose que más bien era una especie de anestesia, e incluso escuchó alguna vez a Severus comentarle a Minerva que ese aroma más bien era una droga que la tenía enviciada. Sí, tal vez estuviera un poco adicta a ese aroma. Su despacho, que era bastante reducido, siempre estaba impregnado de ese aroma. Pero no le importaba el decir de los demás, amaba aquel aroma. Especialmente porque le recordaba a Ron.

-Ron…- cerró la enorme puerta del invernadero. Curioso, ahora ya no le parecía tan pesada como las primeras veces.

El castillo estaba tan silencioso, que hasta asustaba. Ya casi anochecía y los oscuros pasillos parecían más largos y misteriosos que hace unas horas atrás. Parecen esos pasadizos de los cuentos de terror que su madre le contaba cuando era más pequeña. Su madre adoraba contarle cuentos, a veces clásicos cuentos de hadas, su favorito siempre fue "La Sirenita", quizás porque era una chica que, por amor, debía enfrentarse a un mundo desconocido para ella. Se sentía algo familiarizada, después de todo, ella desde los once empezó a formar parte de un mundo que antes, sólo existía en sus sueños.

Era algo irónico, la primera noche que pasó en Hogwarts, se imaginó que cuando saliera de aquella escuela, sería una bruja a la cual todos recordarían por siempre. Y sí, al final lo ha conseguido, muchas personas la reconocen en la calle. Especialmente desde que su "amiga" Rita Skeeter publicó su famoso artículo: "Héroes de batalla. Los sobrevivientes". Nunca supo cómo aquella mujer consiguió su fotografía, ni tampoco de donde inventó tantas estupideces publicadas, pero imagina que se valió de alguna de sus artimañas tan famosas. Sí, es bastante común que los niños pequeños le sonrían, o las personas mayores murmuren a sus espaldan preguntándose "¿Será ella?" "Sí, creo que es ella". Su nombre perdurará por la historia, junto al de Harry, Ron, Dumbledore y muchos otros. Pero ha sido un precio demasiado alto. Durante sus vacaciones muggles, siempre escuchaba en la tele decir a las actrices famosas que para alcanzar la fama había que pagar un precio muy alto. Y sólo ahora, comprende la magnitud de sus palabras.

Faltaba para llegar a su destino, la tenue luz del cuarto creciente no le bastaba y sosteniendo la docena de rosas con una mano, buscó en el bolsillo de su túnica su varita.

-¡Lumos!- un brillante haz de luz iluminó un pequeño sendero de piedra. Respiró hondo y siguió el estrecho sendero, sintiendo sólo los latidos de su corazón y el sonido del viento como únicos compañeros.

Tal vez era el único ser viviente que fue capaz de leerse completo "La historia de Hogwarts" y tal vez por ello, se sorprendió cuando supo de la existencia de un cementerio en los predios del Castillo. Cuando pudo averiguar un poco más, le contaron que allí estaban enterrados los caídos durante la primera guerra. Entre ellos, se encontraban los padres de Harry; era lógico que los caídos en la segunda guerra fueran a descansar en el mismo sitio.

Sintió su corazón encogerse cuando empezó a vislumbrar las lápidas. Las primeras lucían más viejas, incluso ciertas espigas empezaban a crecer a su alrededor. Hermione miró hacia el frente, por alguna razón, sabe que no soportaría si encuentra las tumbas de Lily y James Potter.

Continuó caminando, hasta llegar a una tumba. "Su" tumba. No estaba llena ni de espigas, ni de ningún tipo de alimaña. Ella la ha estado cuidando regularmente para que se mantenga nítida. Aún se puede apreciar con claridad el color dorado de las letras. Se lee en preciosa y detallada letra cursiva: Ronald Weasley. A pesar que han pasado cinco años, su corazón aún da un brinco cuando relee el nombre, como si aún se estuviera sorprendiendo.

Con delicadeza colocó las rosas sobre la tumba. Casi por inercia, sus rodillas se inclinaron, tocando el suelo. Asió su mano a la fría piedra, dejando que su frente reposara en ella. Siempre que se colocaba en aquella posición, era como si sintiera la presencia de Ron con ella. Como si de la fría lápida surgieran un par de brazos y la acunaran con dulzura, y de las sombras apareciera una cabellera de peculiares cabellos rojos. En la mayoría de las ocasiones, no podía evitar llorar, como lo hace ahora.

-Tengo que dejarte…- susurró, acariciando la áspera pared de piedra.

Solía hablar con Ron, al principio se reprimió, pensando que el siguiente paso sería la locura. Pero luego se dio cuenta que hablar le resultaba tranquilizador y era una manera de no perder a Ron en los recuerdos.

-Sé que me perdonarás, porque se trata de Harry- sonrió amargamente, leyendo una vez más el nombre de quien en vida fue uno de sus mejores amigos.

-No sé nada de él Ron, temo que esté sufriendo. Pero eso no es novedad, porque todos lo hacemos; a todos nos duele Ron. Al profesor Dumbledore, quien se empeña en dejar que Harry siga su camino, pero sufre porque es tal su agonía, que se siente. Al profesor Lupin, quien teme perder el último recuerdo de sus mejores amigos. Y todos los demás, pero esté donde esté, Harry está solo. Necesita compañía y sé que tú no se la habrías negado-

Hermione cerró sus ojos, dejando que dos lágrimas solitarias se escabulleran por sus mejillas. Le dolía pensar en la muerte de Ron, en el terrible final que le deparó el destino. Estaba segura, casi segura, que la forma de su muerte fue un factor determinante en la desaparición de Harry.

-Tú no lo culpas- aseguró ella, hablándole fijamente a la tumba- ¿verdad? Sé que no culpas a Harry, y yo necesito hacérselo saber-

Instintivamente, se llevó las manos al cuello. Se desató una delicada cadena dorada que allí llevaba. En contadas ocasiones se había dejado ver con ropa que dejara sus hombros al descubierto, de modo que pocas personas conocían la existencia de aquella cadenita. La cadena servía para colgarse un anillo.

Le miró fijamente, la tenue luz lunar no dejaba ver con precisión todos los detalles. Pero no importaba, ella podría describir el objeto con los ojos cerrados. Era un simple anillo de metal, bañado en una muy delgada capa de oro. No valía muchísimo, pero ella sabe cuánto trabajo el costó a Ron adquirirla.

-¿Ron...? ¿Qué es…?-

-Es para ti…-

-¿Para mí? ¿Esto? ¿Por qué?-

-Cuando termine la batalla, te lo diré…-

-¡Pero Ron… y si…!-

-¡No lo digas! Estaremos bien, te lo prometo-

-Pero…-

-Sobreviviremos Hermione, confío en ti. Eres una chica fuerte…-

Justo en aquel entonces, sabe que debió aferrarse a sus labios y robarle un beso. Pero no lo hizo porque sus palabras le infundieron confianza, y pensó que pocas horas después, ambos estarían bromeando frente a la chimenea de la sala común. Lástima que ese episodio jamás ocurriría.

Miró el anillo en sus manos y, como en incontables ocasiones, intentó comprender su significado pleno. Una vez más, tenía un sin fin de posibilidades, todas igualmente fantásticas. Tal vez, una parte de sí deseaba dejar la duda flotando en el aire, si lo averiguaba tendría más cargo de conciencia.

-Supongo que nunca sabré lo que querías decirme, Ron. O tal vez, una parte de mí siempre lo supo- colocó el collar y el anillo junto al ramo de rosas blancas. Con su dedo índice repasó las letras doradas, lanzando un gemido de dolor. Fred y George siempre le pedían que recordara a su hermano como lo que fue: un héroe. Ella nunca vio a llorar a ninguno de los dos por la muerte de ningún familiar, y eso que han perdido bastantes. Dicen que se sienten orgullosos que todos los de su familia hayan muerto en combate, defendiendo al igual que ellos sus convicciones. Claro, menos Percy, pero ésa era otra historia.

Lo recordaba justo como si hubiera sido ayer. El Lord Oscuro tenía acorralado a Harry, justo cuando ella y Ron llegaron junto a él. Aún resuena en sus oídos la risa macabra de Voldemort, quien exclamaba si aquellos eran los valientes refuerzos de Harry Potter. Ella trató de hacer caso omiso de esas carcajadas que la intimidaban tanto e intentó acercarse a Harry. Justo entonces sintió un fuerte golpe en todo su cuerpo, reconoció al instante que se trataba de una maldición Cruciatus. Cuando sus sentidos se hubieron reestablecido, observó cómo Voldemort se alzaba maliciosamente hacia un malherido Harry. Hermione supo segundos antes que iba a pronunciar aquella terrible maldición, e intentó ponerse en pie, para ayudar a Harry como fuera. Sin embargo, Ron fue más rápido que ella. La imagen siguiente jamás se borrará de su mente.

-Y es así… como cae el niño que vivió… jamás debiste alzarte en mi contra, Harry Potter-

-¡Tú eres quien no ha debido meterse conmigo, Lord Voldemort!-

-Y tienes la osadía de pronunciar mi nombre abiertamente. Bien, quitándote del medio le demostraré a todos de qué madera estás hecho. Los seguidores de Dumbledore no tendrán más remedio que postrarse ante mí-

-¡Dumbledore jamás se doblegará ante ti!-

-¡Cállate, Weasley insolente! ¡Terminarás como tus hermanos más rápido de lo que crees!-

-¡Caerás, Voldemort, aún así sea lo último que haga!-

-¡Caerás Potter, caerás!-

-¡Harry!-

-¡Avada…!-

-¡Nunca lo tocarás!-

-¡…Kedavra!-

-¡Ron!-

-…-

-Potter ¿no estás cansado de ser tan cobarde? ¿Es que acaso usarás a todos tus amigos de escudo? Con razón siempre sobrevives, la parda de inútiles que te alaba siempre comete estupideces guiadas por… ¿cómo le dicen? Sí, corazón…-

-No, por favor, no…-

De hecho, la última imagen nítida que tiene es el cuerpo de Ron flotando en el aire, en cámara lenta, con un intenso haz de luz verde atravesándolo; para luego caer inerte ante los pies de Harry. El rostro inerte y sorprendido de Ron, unido al destello de terror y desolación en los ojos de Harry, quedaron grabados en su mente para siempre.

-Volveré, lo traeré de vuelta. Es una promesa, Ron…-

oOoOoOoOo

Continuar

N/A: no escribo muchos fanfics de Harry Potter, los pocos son historias cortas. Y ahora me he venido a meter con semejante responsabilidad. Pero la historia da para mucho y me encanta, porque es justo como me gusta, puro Angst.

Espero no herir sentimientos. Sie, antes que lo pregunten, me dolió en el alma matar a Ron, pero era determinante para la trama de la historia. ¿Dónde está Harry? En un lugar muy lejos de Hermione, eso se los puedo asegurar.

Dedicado a dos personas: mi querida hijita Amelia y a mi Neechan, a quien llevo rato sin ver.

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