Capítulo 46

Ezio inspiró antes de abrir las puertas del gran comedor de su casa, encontrándose entonces con los rostros serios de los maestros de la orden, y Maquiavelo.

Todos cesaron en el leve murmullo que había entre algunos cuando entró el italiano. Por fin había llegado el momento, y a pesar de desearlo, no podía evitar aquellos nervios.

Ezio se sentó presidiendo la mesa, cerca de la puerta, teniendo a su lado derecho a Maquiavelo, y al izquierdo a Alba. Observó un segundo a Yan-Sen frente a él, contemplándolo fijamente con uno de sus guardaespaldas detrás, el cual le hacía de traductor cuando el italiano le superaba.

Oksana y Rèmy, por sus partes, esperaban pacientes y relajados que el anfitrión comenzara, sin mirarlo apenas.

-Gracias a todos por venir, y esperar a estar todos reunidos para tratar los temas que hoy nos ocupan. Intentaré ser breve para que esta reunión no se alargue mucho en la noche y podáis descansar, sobre todo tú, Alba; habéis hecho el viaje en tiempo récord desde Génova.

La morena asintió en muestra de gratitud con una sonrisa, y antes de que el florentino pudiera seguir, Yan-Sen intervino con un deje de tirantez y reproche en la voz.

-Creía que dijiste que solo los que somos maestros estaríamos aquí. Si vamos a tratar y deliberar temas sobre el futuro del fruto del Edén, nadie más puede estar aquí.

-Hay una buena razón para que Nicolás esté presente. Va a sucederme como maestro asesino en Italia. Después de vencer a Mendoza, pase lo que pase, me retiraré para siempre. -Agregó con firmeza Ezio, fijando sus ojos en los del oriental.

Todo el mundo, a excepción de Maquiavelo, quedó muy sorprendido ante la revelación, mirándolo al instante. Estaba más que seguro de sus palabras.

-Un maestro asesino no puede retirarse sin más. Lo dice el código. Sabe demasiadas cosas. -Recriminó el oriental, mostrando su desacuerdo y escándalo. Ezio no se reprimió al responder.

-No me retiro sin razones, Yan-Sen. Llevo desde los 17 años sirviendo a la hermandad, y 12 como maestro; pocas personas pueden decir que han dado tanto por esta orden, pero eso no importa si tenemos en cuenta la cruda realidad; ya no soy joven, y mi brazo diestro está seriamente dañado. Ni siquiera podré luchar contra Pedro Mendoza en unos días porque hasta un niño podría matarme a espada. He dirigido la hermandad en Italia para perdurar con o sin mí, y mi momento ha llegado. Maquiavelo es hombre de mi total confianza, totalmente válido y al tanto de todo. Será un gran maestro. En cuanto a tus otras preocupaciones, prefiero obviar tus insinuaciones sobre mi discreción, porque no he venido aquí a discutir sobre algo tan ridículo.

-Desde luego hay temas más suculentos para hacer insinuaciones, Yan-Sen. -Agregó en un murmullo irónico Oksana, refiriéndose a los rumores sobre la muerte del padre del hombre.

Antes de que el asiático pudiera devolverle el dardo a la asesina, Rèmy habló para calmar los ánimos y encauzar la reunión.

-Por favor, compañeros. No nos distraigamos ni sembremos espinas entre nosotros. Ezio, cuéntanos tus preocupaciones y pensamientos sobre los fragmentos del artefacto, por favor.

El mentado exhaló aire en un suspiro, que utilizó para calmar su fuero interno, tomando la palabra aún con leves trazas de rigidez.

-Es más que evidente que no podremos reunir los 4 fragmentos ante la inmensidad de territorio en el que está oculto el último. Además, teniendo en cuenta el extraordinario poder que albergan, incluso por separado, creo que lo más sensato sería deshacernos de ellos para que nadie pueda usarlos jamás.

El traductor de Yan-Sen terminó segundos después de murmurar en su oído, haciendo que al terminar el chino se levantara furioso, golpeando con los puños la mesa, mientras alzaba la voz.

-¡Inadmisible! ¡Eso es una locura! ¡¿Después de todo el tiempo y esfuerzo en encontrarlos? ¿¡Ahora que tenemos la herramienta para acabar con todos esos malditos templarios, con todos nuestros enemigos!?

-¡También nos destruirá a nosotros, al mundo entero! Míralo con tus propios ojos. Esta es la realidad que ya advirtieron los antiguos sobre el artefacto. Estos son los dibujos que copiaron en la India como os conté.

Ezio cogió el papel y lo desenrolló sobre la mesa, apuntando los dibujos esquemáticos que auguraban el fin de la civilización por el uso del Fruto del Edén. El silencio se manifestó durante unos instantes, hasta que Alba habló.

-Es demasiado peligroso conservarlos, pienso igual. Podrían robarlos y crear un gran caos. -La mujer dirigió la mirada a Yan-Sen, hablando igual de calmadamente. -¿Qué sentido tiene jugar con fuego? Nunca podremos usarlos ante tal peligro.

-Podemos aprender a controlarlos y ser los más poderosos. Nunca volverían a tratar de molestarnos, ¡nadie! Además, ¿cuál es tu plan, Auditore? Ese artilugio no es de este mundo, no podrá ser destruido por simples mortales.

-Lo sé, Yan-Sen. Por eso creo que deberíamos esconderlos donde jamás puedan ser alcanzados. En el fondo del océano, el desierto. Algo así.

El hombre se llevó las manos al rostro con incredulidad, y un nuevo silencio sobrevoló a los presentes, hasta que Oksana habló.

-Todos estamos de acuerdo con esto. Nadie quiere ser el más poderoso si el precio es liquidar el mundo en el que vivimos. Tú mismo lo has dicho. No es un poder de este mundo, y por tanto, nadie podrá controlarlo sin perjuicios. Quizás deberías repasar el código de nuestra orden ahora, Yan-Sen.

El mentado inhaló con fuerza, y tras un instante, respondió sin alzar la voz al observar que los presentes secundaban la idea de Ezio, quedándose solo.

-Respeto el código, y por ello acataré esta mayoría, que de forma cobarde renuncia al conocimiento y a vivir en un mundo sin enemigos; pero, desde luego, no esperéis que esté de acuerdo.

Acto seguido, el hombre se levantó de su asiento y abandonó la estancia, inundada en un tenso silencio que rompió la rusa.

-Bueno, no ha ido tan mal como creíamos al final.

Rèmy sonrió levemente a su broma, observando como el resto, a excepción de Ezio, se relajaba tras la salida del maestro chino.


Nuray se incorporó con brío en la cama cuando la puerta del dormitorio se abrió, dando paso a su marido. Abandonó el libro que leía en la mesa de noche, sentándose al lado de Ezio.

-¿Qué ha pasado? ¿Tan mal ha ido? -Preguntó con un deje de temor, al ver el agotamiento en el hombre, así como su rostro gris.

-No. Ha pasado lo que preveíamos. Ha entrado en cólera, pero no ha tenido más remedio que aceptar la decisión. Sus palabras me han hecho pensar. Le gusta demasiado el poder, me temo. Y es un iluso. Se creé que acabaría dejando de tener enemigos, y eso es imposible en este mundo, a no ser que su plan fuera masacrar a todo el que lo contradiga. No sé, Nuray. No me gusta nada lo que veo.

-¿Crees que intentaría robar los fragmentos o algo así?

-No, no es tan imprudente, ni un estúpido. Aunque no lo conozco, no sé de qué sería capaz en realidad, y eso es lo que me asusta. Hay que tener cuidado, tú, los niños, y con Claudia, si quieren hacerme daño irán…

-Ezio, tranquilo. -Susurró la turca, agarrando una de sus manos para que la mirara. -Tu hermana está más que al tanto de todo, discretamente, como ya hemos hablado. Sabe defenderse muy bien, no debes preocuparte por ella, ni por mí. En cuanto a los chicos, cuando están en casa no dejo de vigilarlos. Ya les he dicho que no deben quedarse con nadie que no conozcan, ni siquiera si están en casa. No van a hacer tonterías, Ezio. Nadie volverá a hacer daño a nuestros hijos.

Nuray acarició la mejilla del florentino, sonriéndole levemente cuando el murmuró que la quería. La turca lo besó con fugacidad, para después hablar de nuevo.

-Cada día estamos más cerca de acabar con todo esto, y saldrá bien, vamos a conseguirlo, Ezio. Y cuando eso pase, al fin tendremos la vida que merecemos, juntos en familia y en paz. Yo seré la mujer de un adinerado agricultor amateur, y tú el marido de una exótica extranjera que se dedica a traducir escritos en la Toscana.

Ezio perdió rápido la sonrisa ante el tono burlón de ella, mirándola fijamente mientras murmuraba un qué incrédulo.

-Sí, lo he decidido después de pensar mucho. Será que me hago mayor también, o me has contagiado tu espíritu de anciano -se burló ampliando su sonrisa, para ponerse algo más seria-. Yo también he dedicado y sacrificado suficiente; ahora quiero vivir lo que no nos han dejado prácticamente. Pero, a pesar de todo el sufrimiento, siempre pensaré en esa etapa de mi vida como lo mejor que he tenido, porque aunque me ha quitado tanto, también me lo dio todo: me condujo a ti, Ezio. Gracias por esta extraordinaria vida de la que un día quise huir por miedo.

-No, mi amor, gracias a ti, siempre. Te amo, a ti y a nuestros hijos, y eso jamás cambiará.

La mujer sonrió de nuevo, acariciando brevemente el rostro de su marido antes de besarlo con todo aquel sentimiento desbordante, por el que ambos, cada día, daban gracias.