Disclamer: Los personajes y parte de la trama son propiedad de Rumiko Takahashi y no mía.

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Nota: Segunda Parte de la trilogía "Los Hongos del Amor". Recomiendo leer esta trilogía en orden y estar alerta a los saltos en el tiempo. También os recomiendo ver de nuevo o por primera vez el capítulo del anime: "Vamos al Templo de los Hongos" para entender mejor como se desarrolla esta historia. Esta parte será un poco más larga, pero espero que os guste ^^

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Efectos Secundarios

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3.

—¿Sí? ¿Hola? —Decidió aumentar el tono de voz—. ¡Hola!

. ¡¿Me oye?!

—¿No te oyen? —preguntó Ranma a su lado. Akane frunció el ceño y le mando callar con un gesto, mientras apretaba el auricular contra su oreja intentando oír algo. Había una voz al otro lado de la línea, por lo menos una ruidosa respiración, pero algo fallaba en la conexión.

—¡¿Me oye?! —insistió—. ¡Quiero hablar con el monje del Templo!

—Pregunta por el experto en setas… ¡El experto!

Akane retrocedió, tratando de dejar espacio entre ella y el chico, cosa muy difícil en la estrecha cabina en la que se habían metido para llamar por teléfono. Bufó, agobiada.

—¡¿Está el experto en setas, por favor?! —Oyó algo. Palabras que se aclaraban y pudo comprender—. Solo va por el Templo cuando hay huéspedes y ahora no hay ninguno —Informó.

—Genial —se quejó Ranma.

—¡Eh, vosotros! —Un grito, junto a un golpe que hizo retumbar la cristalera que los envolvía les asustó. Ambos adolescentes miraron al otro lado de la puerta y se toparon con una ancianita que les miraba, enfadada, desde la calle—. ¡¿Qué hacéis ahí dentro?! —Sin dejarles tiempo para responder, volvió a golpear la puerta con su bastón—. ¡Una cabina no es lugar para hacer marranadas, ¿eh?!

—Pero, ¿q-qué dice? —Ranma se pegó al cristal y se puso a gesticular—. ¡Estamos haciendo una llamada!

—¡Shhhh! —Akane se giró todo lo que pudo, tapándose el oído libre con la otra mano—. ¡Bueno, pues déjeme hablar con el monje que lleva el Templo!

—¿Quién es?

—No lo sé, creo que alguien que se encarga de la limpieza cuando no hay huéspedes.

—¡Eh, eh! —La anciana golpeó de nuevo el cristal.

—¡Deje de dar golpes!

—¡Hay dentro solo puede haber una persona, ¿eh?! —Les retó. Golpeó otra vez y se señaló una oreja—. ¡Eh, eh! ¡¿Me habéis oído, marranos?!

—¡No somos unos marranos, señora!

—¿Te quieres callar que no oigo? —replicó Akane, molesta. De pronto, la voz al otro lado del aparato cambió—. ¿Es usted el monje? ¿Sí? ¡Hola, señor! —Saludó aliviada—. ¡Soy Akane Tendo, estuve ahí este fin de semana con mi familia! ¿Se acuerda de nosotros?

—¿Se acuerda? —quiso saber también Ranma.

—¡Eh, eh! —La anciana aporreó la puerta con sus manos blancas y arrugadas—. ¡Voy a avisar a la policía, eh!

—¡Llame a quien quiera, señora!

—Escuche, señor monje, ha pasado algo… ¡No, es que no le oigo bien! Hay mucho jaleo por aquí.

—¡Marranos, que sois una marranos! —insistía la señora, cada vez más alterada—. ¡Con lo temprano que es y haciendo ya estas marranas!

—Escuche, señora, nosotros no…

—Espere un momento —Akane abrió la puerta de la cabina de una patada y empujó a Ranma fuera—. ¡Discute todo lo que quieras ahí! —El chico cayó al suelo y ella volvió a cerrar la puerta con estrépito. Suspiró para calmarse y recuperó el auricular—. Disculpe, ya estoy aquí.

. Lo que pasa es que, tanto Ranma como yo hemos notado que…

Se dio cuenta de lo difícil que era describir lo que les estaba pasando, pero hizo un esfuerzo por sacarse de encima la vergüenza y fue lo más sincera posible con su relato. Le habló de sus propias sensaciones y le contó lo que le estaba ocurriendo a su prometido. El monje escuchó con paciencia y amabilidad, apenas la interrumpió para hacerle alguna que otra pregunta y después se sumió en un breve silencio que Akane no supo del todo cómo interpretar.

Finalmente, fue ella la que preguntó:

—¿Es posible que el hongo sagrado no hiciera efecto del todo?

—No, eso es imposible —El hombrecillo sonó contundente y fatal—. Con lo que comisteis era más que suficiente, incluso si hubiese sido menos habría resultado.

—Pero, quizás era demasiado tarde…

—En absoluto, aún había tiempo de sobra.

—Entonces…

—Puedes estar segura, querida, de que el hechizo de los hongos del amor se rompió de manera satisfactoria —Le dijo—. Del todo. Por completo. Para siempre.

. Lo que sea que estéis sintiendo ahora no tiene nada que ver con los hongos.

Pero no es posible protestó su mente al instante. ¡Algo nos está pasando, es evidente!

Por lo menos a Ranma…

En lugar de poner en palabras esos pensamientos, Akane tragó saliva y dijo.

—Está bien. Gracias por todo.

—No dudéis en volver a visitarnos pronto.

Sí, desde luego pensó al colgar el auricular. Después de todos los problemas que estaban teniendo lo que más le apetecía era volver a ese templo.

Akane se pasó la mano por la frente, no entendía nada ¡Tenía que ser cosa del hechizo! ¿Qué otra explicación podía haber? Sin embargo, no había razón para que el monje la mintiera, y le había sonado muy seguro.

Cuando abrió la puerta de la cabina para salir, se encontró de bruces con una escena de lo más increíble. La anciana se las había arreglado para arrinconar a Ranma contra un muro y no paraba de golpearle con su bastón; por supuesto, el chico jamás se defendería contra una pobre viejecita. Tampoco parecía que esta tuviera la suficiente fuerza como para hacerle daño, aunque la situación era ridícula y empezaba a atraer la atención de mirones.

Será mejor que vaya a rescatarle.

—Señora, disculpe —murmuró, acercándose a la susodicha. Está giró su arrugado rostro hacia la joven pero no dejó de golpear, parecía que tuviera el brazo enganchado a un resorte incapaz de detenerse o cambiar el movimiento—. La cabina ya está libre.

—¿Este pervertido es tu novio?

Akane desvió la mirada.

—Algo así.

—¡Que sepas que me ha mirado con lujuria! —exclamó la anciana. Ante lo cual, Ranma se puso en pie como una furia.

—¡Eso no es cierto! —gritó—. Vieja loca.

—¡¿Qué me has llamado?!

La mujer alzó de nuevo su bastón y Akane tuvo que aguantarse la risa. No sabía si le hacía más gracia la idea de que realmente esa mujer, que rondaría los ochenta años, creyera que alguien podía mirarla aún con lujuria o el modo en que había reducido al fanfarrón de Ranma, pero optó por mantenerse seria y dar un paso al frente.

—Lo siento mucho, señora —dijo, a toda prisa—. Perdone a mi prometido, es un poco pervertido.

—¡¿Qué?!

—Y perdone también que hayamos acaparado la cabina —Ignoró la mirada furibunda del chico e hizo una reverencia a la mujer—. Por favor, puede usarla ahora.

Su actitud calmada y sumisa logró templar el mal humor de la otra que bajó su bastón y se recolocó las solapas de su abriguito de paño, el cual llevaba a pesar del calor que hacía. Miró a uno y a otro, alzó su nariz soltando un irritante: ¡Hum! Y sin decir más, se dio la vuelta y se metió en la cabina.

—¡¿Por qué le has dicho eso?! —replicó Ranma—. ¡Yo no he mirado a ese vejestorio!

No me digas…

—¿Por qué te peleas con todo el mundo?

—¡Empezó ella acusándonos de cualquier cosa!

—Era una ancianita, Ranma.

—¡Era un demonio! —Se cruzó de brazos—. ¿Y qué? ¿Hablaste con el monje? —Ella asintió, pensando ya en qué palabras era mejor usar para explicarle que no había obtenido ninguna solución para su problema. ¡Que ni siquiera existía tal problema! La expresión de Ranma cambió, volviéndose más ansiosa—. ¿Te ha dicho que nos pasa?

. Por lo menos te habrá dado alguna solución, ¿verdad?

Parecía de pronto tan profundamente preocupado que Akane sintió un terrible estremecimiento y que ese frío maldito crecía en su interior, anclándose a su pecho. Podía anticipar la decepción de él, pero también lo nervioso que se pondría por la falta de respuestas. Y cuando Ranma se ponía así de nervioso perdía la cabeza y podía hacer cualquier tontería, como salir corriendo rumbo al Templo, coger al monje de los pliegues de su túnica y zarandearlo hasta que le dijera lo que quería oír.

Eso no era nada bueno.

—¿Akane?

Parpadeó, volviendo en sí.

—Me ha dicho que… que esto que nos pasa es normal —murmuró.

—¿Cómo?

—Me ha dicho que es habitual que aún quede algún rastro de los hongos de amor en nuestro cuerpo unos cuantos días después de haberlos comido —mintió—. Incluso si el antídoto funciona, es posible que nos sigan afectando.

—Entonces… ¿Realmente son efectos secundarios de los hongos?

—Sí, es justo eso —admitió, pretendiendo estar tranquila—. Se habrá pasado en unos pocos días.

—¿Cuántos días?

—Algunos.

—¿No te ha dicho cuántos exactamente?

—Eh… sí.

—¿Y cuántos son?

—¿Qué importa? ¡Lo he olvidado!

—¿Cómo has podido olvidarlo? —Ranma entrecerró los ojos, mirándola muy serio, tanto así que ella temió no haberle convencido hasta que sus hombros se hundieron—. ¿Y no se puede hacer algo más?

Akane intentó que no la afectara la desesperación que ese tonto demostraba por librarse de sus sentimientos hacia ella. Se recordó que como Ranma no la amaba de verdad, era lógico que sentirse así le resultara extraño y un incordio, pero eso no lograba extinguir el dolor.

—Pasará pronto —repitió de manera escueta—. Solo hay que disimular hasta entonces.

—Ya.

No soportó mirarle demasiado, así que buscó su maletín en el rincón olvidado donde lo había dejado y en cuanto lo tuvo en su mano, echó a andar.

—Venga —dijo—. Llegaremos tarde a clase.

Ranma no tardó en colocarse a su lado. A su lado, notó ella, en lugar de escalar el muro o ir dando saltos de farola en farola. Además, bastaron unos pocos pasos para que acortara la distancia entre sus cuerpos, a pesar de que ella se esforzaba por mantenerla, echándose a un lado.

También estaba molesta. ¡¿Se pensaba que para ella era divertido?! Por supuesto, él solo pensaba en sí mismo, como siempre. La amargura creció en su interior, así que aceleró el paso con la intención de llegar cuanto antes al instituto; solo quería rodearse por sus amigas e ignorar a su prometido el resto del día, mientras estuvieran cada uno en su pupitre estarían a salvo de cometer un error y ella estaría más tranquila.

Mi amor…

Akane notó un golpe en su corazón.

—¡Que no me llames así!

—¡Perdón! Se me escapa —Golpeó una piedra con su pie antes de volver a hablar, descargando una minúscula parte de la frustración—. Akane… —probó otra vez—. Esto también habrá que mantenerlo en secreto.

—Pues claro, nadie puede saberlo hasta que se haya pasado —convino ella.

—Habrá que tener cuidado en el instituto.

El instituto Furinkan, siempre repleto de cotillas que no les sacaban los ojos de encima porque parecían divertirse mucho con sus problemas. Además estaba Nabiki. ¡Y Ukyo, por supuesto! ¿Cómo disimularían frente a ella si en cuanto llegaban a la clase la cocinera se colgaba del brazo de Ranma y ya no le soltaba en todo el día?

No, en realidad eso no era tan importante.

Lo peor era no saber cuánto tiempo se prolongaría esa situación o si terminaría alguna vez. Akane quiso creerse sus propias mentiras y empezó a repetirse que lo más lógico era que en unos días todo terminara. Se aferraría a esa idea hasta que se le ocurriera algo mejor.

—¡Eh, cuidado! —exclamó Ranma, de pronto. Akane sintió un fuerte tirón en su mano y que su cuerpo rebotaba para después retroceder un paso, justo cuando se disponía a cruzar la calle sin mirar. Un enorme camión de reparto pasó frente a sus narices a gran velocidad, tocando el claxon con furia.

—¡Mira por dónde vas! —Le gruñó el hombre que iba al volante.

Se llevó la mano al pecho, impresionada. Iba tan concentrada en sus pensamientos, en llegar cuanto antes al instituto que ni siquiera se había dado cuenta de que estaba por bajar del bordillo.

—¡¿En qué pensabas?! —Ranma tiró de ella para apartarla un poco más del borde. La miró con los ojos muy abiertos pero con las cejas severamente fruncidas—. ¡Serás torpe! ¡Casi te atropella!

—¡Ya lo he visto! —replicó ella, más asustada que molesta. La respiración se le aceleró y entonces se fijó en algo—. ¿Cuánto hace que me has cogido la mano?

El chico frunció los labios.

—No estoy seguro —respondió y sin hacer ademán de soltarla, argumentó—. ¡Menos mal que lo he hecho porque si no…!

La verdad es que era un camión enorme. Si la hubiese dado de frente el daño habría sido terrible. Akane se ruborizó.

—Está bien, gracias —musito, avergonzada. Pero de todos modos soltó la mano de él y se cuadró justo cuando el semáforo cambiaba de color—. Venga, vamos.

Ranma bufó pero obedeció. Cruzaron juntos y ella se guardó la mano libre en el bolsillo por si acaso.

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Tal y como Akane había augurado, las primeras clases de la mañana fueron un placentero descanso para ella.

Llegaron sin más percances al instituto, aunque Ranma siguió caminando pegado a ella todo el tiempo. Fue casi un alivio cuando entraron en la clase y ella pudo sentarse en su mesa y respirar. Pudo hablar con sus amigas de temas sin importancia que la ayudaron a despejarse la mente de sus preocupaciones y después, centrarse en las lecciones de los profesores.

Durante esas horas fue como si todo lo anterior se hubiera desvanecido.

Aunque ese frío tan desangelado siguió oprimiéndola en todo momento. Intentó ignorarlo, pero resultaba casi tan difícil como ignorar las continuas y firmes miradas de Ranma. Cada vez que este le clavaba los ojos, Akane sentía un tirón en su nuca, en la base del cuello, como si algo la urgiera a girar la cabeza. Pero no lo hizo. Sabía que era él, no necesitaba comprobarlo y tampoco quería saber qué era lo que pretendía con ese acoso visual.

¡Cielos, ¿qué es lo que quiere de mí?!

También acertó en otra cosa.

—¡Ran-chan!

Ukyo ya les estaba esperando en el aula cuando ambos aparecieron. Apenas dos segundos después de que cruzaran el umbral, la chica se acercó muy contenta y Ranma y ella se pusieron a parlotear de algo que a Akane no le interesó descubrir en ese momento, aunque más tarde sus amigas le explicaron que la joven cocinera también había estado de viaje el fin de semana.

¡Seguro que tenía muchas historias para contar! Y por un segundo, uno efímero y absurdo, Akane fantaseó con la tonta idea de que Ranma le contaría también como había sido su fin de semana.

Resulta Ucchan que yo también he estado de viaje… ¿Dónde? Pues en un Templo especializado en hongos. ¿Quieres saber lo que pasó? ¡Es muy curioso! Akane y yo nos comimos, por error, unos hongos del amor y nos enamoramos locamente. Luego nos tomamos el antídoto, claro, pero fíjate que extraño. ¡Sigo notando que la amo con todo mi corazón! Tal vez Akane sea la chica a la que yo…

Movió la cabeza con fuerza, acallando esa molesta vocecita antes de que dijera algo aún peor. De nuevo, se las vio con esa horrorosa vergüenza por haber pensado algo así.

¿Sería por los hongos?

En realidad era porque el modo en que Ukyo trataba de adueñarse de Ranma cada vez que estaban juntos la seguía irritando, despertaba sus malditos celos y estos burbujeaban en su estómago como si fuera la acidez por haber comido algo picante. Sin embargo, ese día trató de tomarlo con calma, incluso quiso verle el lado positivo. Si Ukyo mantenía distraído a Ranma sería menos probable que metiera la pata y alguien se diera cuenta de lo que les ocurría.

Desde luego habría sido más productivo dedicar el tiempo de las clases a pensar en cómo iban a arreglar el problema sin la ayuda del monje del Templo, pero no podía dejar de notar que su mente también estaba, en parte, atontada por el efecto de los hongos. Puede que en Ranma fuera mucho más evidente, pero resultó que ella estaba padeciendo el mismo problema.

Recién terminada la segunda hora de clase su concentración empezó a flaquear y se adueñó de sus sentidos un impulso enfermizo de girar la cabeza para mirarle, quería levantarse en cada descanso e ir hasta su mesa para tocarle los hombros o simplemente hablarle. Su cerebro, abotargado, era un hervidero de tontas y cursis fantasías de amor en las que ellos dos eran los protagonistas.

Recordaba una y otra vez lo que había pasado en lo alto de la colina…

Cuándo bajemos de esta montaña, cuando nuestra familia esté bien… ¿Te casarás conmigo, Akane?

¿Por qué no se le iban de la cabeza esas estúpidas palabras que, en realidad, no significaban nada?

Las horas siguieron pasando, a veces lentas como orugas arrastrándose sobre el suelo, y otras, veloces como mariposas en pleno vuelo. Akane seguía perdida en sus ideas cuando una de sus amigas le indicó que habían llegado a la última clase de la mañana: educación física.

Debían cambiarse de ropa y salir al patio.

—¡Venga, vamos! —La animaron las demás, pero ella se levantó aburrida, sin ganas de nada, mentalmente agotada de tanto pensar en lo mismo. Alcanzó a ver a Ranma saliendo del aula junto a sus amigos y que este giraba la cabeza, buscándola, justo antes de cruzar la puerta.

El rostro se le encendió contra su voluntad.

¡Maldita sea, cálmate! Se decía mientras se dirigía a los vestuarios junto a las demás. Caminó apretando los puños y los dientes y siguió haciéndolo mientras cambiaba su uniforme por la ropa de gimnasia.

No podía dejar que esos gestos estúpidos la afectaran porque no eran reales. No quería emocionarse por algo que sabía que no iba a durar.

¡Estúpido, Ranma! ¡¿Es que no sabes disimular?!