La cruzada de la última DunBroch.
Capítulo XVI.
Las morenas manos de Alberto movían levemente de un lado a otro uno de los delgados y largos brazos de Tadashi, por debajo la fina sábana el mayor de ambos filósofos se remueve levemente, no lo suficiente como para que siquiera Mérida, quien dormía abrazada a él, sintiera cambio alguno en la posición. El monstruo marino vuelve a mover un poco el cuerpo de su amigo hasta que este logra, aparte de apretar más el cuerpo de la muchacha contra el suyo, entreabrir solo uno de sus ojos. Tadashi emite un leve gruñido al darse cuenta de que Alberto intentaba hablar con él, el mayor separa los labios con dificultad y suelta una simple pregunta.
–¿Qué pasa, Alberto? –logra decir ese poco con una rasposa voz mucho más grave que su voz normal.
Alberto susurra lo mejor que puede. –Voy a ir a nadar un rato, ¿vale? –avisa con algo de temor en la voz. A Tadashi casi se le forma una sonrisa. Había sido hace dos semanas que Alberto había salido por la mañana a un chapuzón de varias horas sin avisar a nadie y Elsa, como la mayor de las muchachas y la más angustiada por la seguridad de todos, estuvo media hora entera regañándole Tadashi por no tener ni idea de dónde estaba su amigo, y cuando Alberto finalmente subió al barco desde el agua, Elsa se pasó dos horas enteras preguntándole de todas las maneras posibles en qué diantres estaba pensando al salir de esa manera sin que nadie supiera donde estaba.
Y como Tadashi realmente no había tenido culpa alguna y a Alberto no se le podía castigar "quitándole a alguien", Elsa decidió que Alberto se quedaría tres días enteros sin tan siquiera mirar el mar –lo cual fue todo un horror luego de que el muchacho se costumbrara otra vez a darse al menos un paseíto por las aguas saladas.
La cosa es que Alberto había aprendido la lección, por lo que Tadashi solo asintió sin pensarlo mucho a espera de lo que siempre pasaba cada vez que él se levantaba de la cama mucho más temprano que el resto del grupo.
–¿A dónde vas? –ambos escuchan la voz rasposa de Elsa por lo bajo desde la otra punta de la enorme habitación que pudieron concederles en el Inevitable. Alberto pega un brinco al escucharla y Tadashi solo se ha reacomoda para seguir durmiendo con su reina abrazada a él puesto que ya el asunto era tema de alguien más, el mayor realmente todavía no comprendía por qué Alberto no se esperaba la pregunta que Elsa repetía cada mañana.
Alberto avanza rápidamente hasta la litera en la que ella y el resto de los niños nórdicos duermen, Hans y Anna en la parte de abajo mientras Hiccup y Elsa se quedaban la parte de arriba. Tadashi escucha los gruñidos del vikingo a la par que atiende al leve crujir de madera. Abre nuevamente los ojos un poco para ver como Elsa intenta inclinarse hacia abajo para hablar con Alberto mientras Hiccup la intentaba apretujar de regreso hacia él.
–Voy a ir a nadar un rato –repite con un poco más de temor. Elsa extiende una de sus manos y acaricia el enrulado cabello de Alberto, no le ve la cara, pero Tadashi sabe que el monstruo marino sonríe ante la caricia.
–Desayuna primero, ¿vale? –le dice con un tono firme aunque cariñoso y algo preocupado, como una madre que está demasiado acostumbrada a ver a sus hijos liándola de maneras originales e ingeniosas.
–Vale –responde con una voz más infantil de lo habitual para él.
–Y asegúrate de volver a tiempo para almorzar, ¿de acuerdo?
Le ve asentir. –De acuerdo.
–Bien, diviértete, Alberto –concluye para que finalmente Alberto se despida en un susurro y salga emocionado, pero aún en silencio de la habitación.
Tadashi se aguanta las risas al escuchar y ver como Elsa regresaba al abrazo de Hiccup mientras le llamaba consentido y mimado. El vikingo parece estar a punto de quejarse, pero el beso que le dan en los labios lo calla para que siga durmiendo a gusto.
El mayor de todos, por otro lado, decide que ya puede volver a enfocarse en lo bien que se siente tener para sí solo a su reina en una cama. En los bosques, cuando vagaban por diferentes paisajes, todos solían dormir en grupos grandes para evitar el terrible frío de las noches o se agazapaban un poco contra los niños con poderes de hielo para aliviar el terrible calor, la idea de no dormir abrazados o extremadamente cerca de todos se había convertido en una locura momentánea o en algo terriblemente incómodo y solitario. Pero ya llevaban tres semanas en el Inevitable, donde les habían cantado las cuarentas por mover todo el tiempo las literas que les habían concedido, así que la idea de dormir de dos en dos, que era la cantidad que cabía en cada uno de los colchones, tenía sentido y lógica. Incluso había ocasiones en la que alguno dormía solo, pues en el centro habían colocado a última hora una cama un tanto más pequeña al darse cuenta de que la cantidad de niños era impar. Mayormente era Alberto quien dormía solo para no molestar a nadie cuando se levantara, pero había noches que Rapunzel se iba a dormir con alguno de sus padres por lo que el monstruo marino y el niño muerto terminaban compartiendo cama no por mucho tiempo pues Alberto se acostaba el último y salía de la habitación el primero.
El tema es que ahora Tadashi tenía a su reina para sí solo, y sus instintos de un chaval de dieciséis años no estaba ayudando en lo más mínimo.
Claro que todo el tema de cambios por culpa de su madurez habían empezado hace casi dos años, cuando empezó toda su aventura lejos de su hogar, pero hasta ahora no había tenido realmente un despertar sexual que pudiera causarle problemas. Sabía que un par de erecciones involuntarias era lo normal, incluso los padres de Rapunzel se lo habían confirmado así, el cuerpo formaba esas reacciones con la única función de comprobar que todo allá abajo estuviese funcionando correctamente. El problema era que esas reacciones, sobre todo cuando dormía junto a Mérida, ya no eran tan involuntarias.
Su cuerpo reaccionaba a ella, claro que reaccionaba a ella, no había muchacha más hermosa en el mundo que ella. Pero él se sentía como un idiota enfermo y pervertido cada vez que sus instintos más bajos hacían un incómoda aparición en sus zonas más bajas. Realmente le gustaba más la vida cuando su corazón se limitaba a acelerarse y llevar sangre extra a sus mejillas y no a su entrepierna.
Se aleja un poco del cuerpo de Mérida para no incomodarla, pero los delgados brazos de su futura reina no parecen estar dispuestos a dejarlo ir tan sencillamente. Es apretado nuevamente contra el cuerpo de Mérida y eso no hace otra cosa que emocionarlo más.
Maldito sea el cuerpo masculino y su tendencia a ser tan inoportuno.
Tadashi sabe a la perfección que hasta que su reina no se levante no tendrá forma alguna de separarse lo más mínimo de su cuerpo, así que no encuentra ninguna otra solución que tomar aire profundamente y soltar un suspiro pesado, fingir que no estaba ocurriendo absolutamente nada con su cuerpo y sus tontos instintos primarios (en el futuro susodichos instintos serían mejor llamados hormonas, pero el pobre muchacho de inicios del siglo XIV no tenía manera de tener conocimientos tan adelantados a su época). Quiere intentar volver a dormirse, pero su mente de momento a otro se llenan de imágenes demasiado subidas de tono de todo lo que su cuerpo necesita hacer para aliviar sus necesidades.
Sacándole un gruñido a Mérida de por medio, Tadashi se levanta con brusquedad. El mayor del grupo le pasa su almohada a la dormida Mérida para que tenga algo que abrazar, suelta un suspiro al ver que aquella treta había funcionado a la perfección.
–¿Y ahora tú por qué te levantas?
El mayor pega un respingo al oír la voz de Elsa desde el otro lado de la habitación. La muchacha está medio levantada, aún con los brazos de Hiccup rodeándola lo máximo posible, con el ceño fruncido y una mueca en un lado de su rostro.
–¿Eres consciente de lo mucho que rechinan estas camas y los molestos ruidos que hacen? –pregunta con algo de rabia, frunciendo cada vez el ceño.
–Perdona –balbucea mientras intenta levantarse con más delicadeza–, solo… ah, solo necesito tomar algo de aire.
Cuando finalmente tiene los pies sobre el suelo tembloroso, alza la mirada y ve a Elsa señalando la ventana abierta de par en par que muestra el vasto océano y permite la entrada de la brisa salada tan característica. Tadashi hace una mueca.
–Más aire –responde tontamente–, es que… bueno… –el muchacho se detiene a sí mismo para poner sus manos a cada lado de la cadera–. Espera, ¿por qué te doy explicaciones? Soy mayor que tú, más sabio y experimentado, aparte de que en el futuro seré tu rey –añade con cierto orgullo forzado–, ahora regresa a dormir y deja de cuestionarme.
Pero Elsa no le deja en paz.
–Vaya, presumiendo de una corona de adorno, que sabio y experimentado, vaya que sí –responde burlonamente mientras lo ve encaminarse hacia la puerta.
Algo hace clic de mala manera dentro de Tadashi justo en el momento que tiene el pomo en las manos. Se voltea bruscamente, cruza los brazos y, con el mentón alzado, cuestiona a Elsa.
–¿A qué te refieres con eso? –pregunta casi permitiendo que su voz deje de ser un susurro. Escucha a la menor suspirar pesadamente y su indignación aumenta al verla poner los ojos en blanco.
–Serás solo un rey consorte, eres el esposo de la reina, no el rey con todas las letras. Vale que quieras usar la carta de ser el mayor para mandarme, pero la de rey no te va muy bien, sobre todo teniendo en cuenta que, si quisiera, yo podría reclamar mi puesto como reina de Arendelle.
Tadashi se aguanta el pequeño pinchazo de rabia y lo camufla con una sonrisa levemente burlona. –¿Hablas del puesto al que solo puedes acceder al desposarte con un hombre?
Elsa hace una nueva mueca mientras sus mejillas se ponen rojas por la vergüenza.
–Eso ha sido un golpe bajo.
–Lo tuyo también lo fue –refuta cruzándose de brazos–. En fin, voy a darme una vuelta por el barco, realmente necesito despejar mi mente por un momento.
–Eres consciente de que acaba de amanecer, ¿verdad? –pregunta volviendo a apuntar a la ventana–, ¿por qué tenéis esta tendencia a dormir nada?
Aquello era una buena pregunta, en verdad que lo era. Podía ser tal vez por un tema de costumbre, a pesar de que estaban a punto de cumplirse dos años desde que su aventura había comenzado, todos los catorce años de costumbres familiares propias de su entorno y su patria no se había ido en lo absoluto, tal vez estaba más abierto al pensamiento europeo y a la forma en la que ellos veían la vida, pero temas culturales muy importantes todavía seguían presentes en su forma de comportarse. No le gustaba dormir hasta tarde, incluso cuando su cuerpo se merecía un buen descanso luego de días notoriamente intensos que lo dejaban física y mentalmente desgastado, Tadashi no podía sentir cierta culpabilidad al descansar hasta muy tarde. Estaba acostumbrado al día de sus padres, despertarse demasiado temprano, pasarse todo el día trabajando en el campo, alimentarse por poco tiempo y dedicar horas y horas al estudio incesable. Memorizar libros palabra por palabra, comprender las palabras que antiguos sabios habían dejado plasmadas, practicar por horas y horas su caligrafía. Era una vida extenuante, pero en aquel entonces no había conocido nada mejor.
Las memorias le inundan la cabeza, se limita a responderle a Elsa hundiéndose de hombros para salir rápidamente del cuarto, dejando a la princesa tan confundida que se ve obligada a suspirar pesadamente, quitarse el fuerte agarre de Hiccup de encima y seguir al mayor del grupo. Escucha las quejas de un medio dormido vikingo, por lo que le da un nuevo beso corto en los labios y le acaricia el cabello para tranquilizarlo, aún en sueños, Hiccup sonríe como tonto y cesa sus quejas, permitiendo así que Elsa pudiese irse.
Para cuando está afuera lo encuentra recargado levemente en uno de los barandales del barco, con la brisa helada matutina del mar revolviéndose el peinado que se negaba a cambiar a pesar de las insistencias del resto del grupo de verle con una apariencia diferente. Elsa nota que como siempre, mantiene la espalda recta a pesar de estar inclinado y que cada vez que flexiona un poco una pierna la regresa a su sitio correspondiente, como si tuviera algo tirando de su rodilla al mínimo movimiento.
Tadashi no nota la presencia de Elsa, su cabeza está demasiado sumida en recuerdos que, ahora que se detiene a analizarlos, en verdad no eran tan maravillosos. Se había ido de su hogar, de su patria, con la excusa de que buscaba algo –mejor dicho a alguien, a Mérida– y que su pequeño pueblo no tenía mucho más que ofrecerle. Había mantenido por mucho tiempo sentimientos que había considerado infantiles y ridículos guardados bajo llave en las partes más profundas de su corazón.
Se había sentido desplazado en cuanto su hermanito, Hiro, aquel pequeño niño prodigio, al verlo entender y memorizar las lecciones con una rapidez y facilidad jamás antes vista, antes de darse cuenta Hiro ya estaba a su nivel y no era eso lo que le había motivado a irse, le encantaba que su hermano menor no tuviera que pasar por ninguna dificultad para instruirse, el problema fue que, con la misma rapidez en la que Hiro lo alcanzó, con la misma rapidez sus padres parecieron haberse olvidado de que tenían un hijo mayor. Se fue porque sabía que así sería más sencillo para los cuatro, se fue porque no quería que en su interior naciera un resentimiento injusto contra su hermano, realmente quería irse antes de arruinar por completo la visión que tenía con respecto a su familia.
Pero ¿acaso la necesidad de irse antes de odiarlos no significaba que sabía que los odiaría si se mantenía a su lado? Si la repuesta era afirmativa, ¿podría él considerar que sus padres eran buenos padres?
La mano fría sobre su hombro hace que pegue un respingo.
–¿Todo bien? –pregunta frunciendo el ceño levemente por la preocupación, Tadashi aprieta los labios hasta dejarlos blancos al no saber cómo responder.
–Solo… ah, solo tengo demasiadas cosas en mi cabeza ahora mismo –farfulla mientras juguetea con sus manos y desvía su mirada lejos del rostro pálido de la muchacha–. Me he puesto a sobre pensar por algo que preguntaste, solo eso.
Elsa se siente culpable en ese preciso momento. –¿Por lo de rey consorte? No pretendía ofenderte, solo…
–No, no, no es eso… es un tema con respecto a mi familia –Tadashi entonces suspira pesadamente–. No puedo evitar preguntarme si eran buenos padres en verdad.
–Me apostaría varias cosas a que no.
Tadashi se pone a la defensiva ante la simple y desganada respuesta de Elsa.
–¿Y tú cómo podrías saberlo? –pregunta ofendido, los ojos azules de Elsa se centran en él revelando cierta obviedad, como si él fuera tonto por no ver lo mismo que ella veía.
Gira por unos momentos los ojos antes de responder. –Por el simple hecho de que estás aquí, a varios países y mares de distancia, planeando toda tu vida sin tenerlos en cuenta lo absoluto. La gente que tiene padres buenos no hacen eso con tanta facilidad, Tadashi. Somos un grupito de padres muertos o horribles, la naturaleza de nuestra situación no acepta ninguna otra forma –él quiere contradecirla por el simple hecho de que seguía apreciando y respetando a su familia, pero Elsa continúa–. La única vez que te has cuestionado algo referente a tu familia fue para preocuparte de cómo estaría yendo la crianza de tu hermano menor y tu miedo de no estar allí para hacer de su figura paterna, lo cual no deberías de hacer porque ya tenéis padres y porque eres solamente un adolescente, y ahora, preguntando si acaso tus padres son buenos padres. La respuesta, por tanto, es no. No, Tadashi, tus padres no eran buenos padres.
Pero el joven asiático filosofo no se siente contento con esa terrible respuesta.
–No puedes comparar a padres como el de Alberto y el de Hiccup con los míos. Es terriblemente diferente y cuando los tomas en cuenta mis padres parecen incluso santos. Por lo tanto podríamos decir que no son malos padres. Por ejemplo, nunca fui maltratado de ninguna forma, ni psicológica, ni emocional, ni física.
Elsa se muestra espantada ante las palabras del muchacho mayor.
–Madre mía, eso sí que es tener la barra muy abajo –la escucha murmurar–. Los padres normales, ni siquiera decentes no, normales, no maltratan a sus hijos, Tadashi. Que no te hayan abandonado en un bosque por horas o que nunca te hayan perseguido con antorchas y trincheras solo significan que eran decentes. De verdad, ¿cómo hemos rebajado tanto tus mínimos?
–No es un tema de rebajar mínimos –defiende rápidamente sus argumentos–. Solo digo que cuando comparas…
Elsa lo interrumpe. –¿Por qué comparar? El hecho de que nuestros tutores hayan sido unos malditos desquiciados no significa que no tengas derecho a reconocer que los tuyos también fueron malos –al ver que seguía sin querer escucharla del todo, Elsa suspira–. Mira, no conozco a tus padre y realmente no entiendo qué parte de tu crianza te hizo creer que, incluso con ellos alrededor, tú también eres responsable de la crianza de tu hermano menor. Solo digo que tu facilidad para aceptar ser parte de una maldita cruzada de recolección de soldados para una maldita guerra y la elaboración de un futuro que no toma en cuenta en lo absoluto a tus padres no es una gran prueba a favor de sus métodos o formas. ¿Por qué estás aquí, Tadashi? ¿Por qué te fuiste de casa?
Él aprieta los labios.
–Quería irme antes de que algo malo pasara –responde mientras voltea el rostro para nuevamente perder la mirada en algún punto insignificante del inmenso azul frente a él–. Quería irme antes de que la importancia que mis padres le brindaban a Hiro se convirtiera en resentimiento en contra él. Es un niño extraordinario, ¿sabes? Es normal que le dieran mucha más importancia a él que a mí.
Elsa, sin embargo, alza una ceja mientras sonríe con algo de sorna.
–También soy una niña "extraordinaria", Tadashi –responde a lo que el mayor reacciona frunciendo el ceño por la confusión–, pero mi hermana no sintió la necesidad de irse por toda la atención que mis padres me daban. Procuraron que, a pesar de que investigaron durante años cómo controlar mi magia y de dónde venía, Anna jamás se sintiera olvidada o menos importante.
–Eso es injusto –asegura firme Tadashi–. No creo que sea posible comparar lo que podían hacer tus padres con lo que podían hacer los míos.
–¿Y por qué no?
–Recursos –responde con simpleza, alzando un dedo para reforzar su idea–. Un matrimonio de la realeza tiene más recursos y formas de cuidar de sus dos hijos que un par de campesinos. Mis padres querían brindar una gran educación, pero no podían permitirse la formación necesaria, es completamente normal que se centraran en aquel que mostrara más habilidades de memorización y aprendizaje. Tus padres no hubieran conseguido el mismo resultado si no hubieran tenido los recursos para daros una vida digna a ambas.
Tadashi vuelve a soltar un pesado suspiro mientras Elsa retira la mirada un poco avergonzada.
–No… no había tenido eso en cuenta –confiesa avergonzada.
El mayor, para aliviar la tensión de la situación, decide hacer una leve broma. –Ya, a vosotros la realeza se os suele olvidar que la gente no suele tener tanto dinero.
Elsa, comprendiendo la intención de Tadashi, le sonríe de la misma manera burlona.
–Eh, que sepas que Arendelle siempre nos aseguramos de que incluso la gente menos pudiente estuviera en excelentes condiciones de vida, teníamos muchas leyes para evitar que nadie tomara ventaja de ellos.
Él rueda los ojos con cierta gracia. –Vaya, ¿dónde está tu premio de mejor princesa del mundo?
–Eso mismo me pregunto yo –responde con falsa pedantería.
El sonido de la puerta abriéndose llama la atención de los mayores del grupo. Encuentran a Hiccup restregando con algo de brusquedad uno de sus ojos y a Mérida, con un puchero en el rostro, abrazando con fuerza la almohada que hace varios minutos Tadashi le había tendido para poder salir de la habitación.
–¿Qué hacéis? –pregunta con cierto recelo Mérida, como si realmente fuera a pasar algo entre esos dos.
Tadashi y Elsa se dedican una mirada en un intento de no reírse por la reacción de sus parejas, pues en esos precisos momentos parecían unos niños pequeños renegando porque les han quitado sus juguetes favoritos… en cierto punto era asombroso lo correcta que era esa comparación.
–Ah… ¿tomando aire? –responde con cierta gracia Tadashi, la antigua princesa de Arendelle aprieta sus labios para no soltar una carcajada–, ¿qué tal habéis amanecido?
–Sin ti a mi lado, así que fatal –farfulla Mérida indignadísima de que su pareja no se imaginara ya cuál sería su respuesta a esa pregunta tan tonta.
–A mí me faltaba cierta princesa con poderes de hielo –dijo entonces Hiccup, mirando acusatoriamente a Elsa, quien, entre leves risillas, le hace señas para que se acerque y acepte un abrazo como disculpas. Tadashi no tiene tiempo a proponer lo mismo porque Mérida ya está avanzando hacia él.
Cuando, aún mosqueado, Hiccup la aprieta contra su cuerpo, Elsa comenta burlesca. –Sois unos mimados –dice a lo que Tadashi asiente fervientemente a pesar de que estaba ya mimando de mimos y caricias a su futura reina.
–Ya, ¿y quién tiene la culpa? –contrataca Hiccup, apretujándola más, intentando contener una sonrisa al sentir como Elsa le acariciaba delicadamente la espalda, estaba demasiado enfurruñado como para dejar pasar todo aquello tan fácil.
Mientras Mérida asiente a la pregunta acusativa de Hiccup, Tadashi alza una ceja. –¿Vuestros traumas que os han convertido en niños dependientes de la primera persona que os ha mostrado el más mínimo amor romántico?
Elsa finalmente deja escapar una risa mientras los dos pecosos menores se preparan para exigir un poco más de respeto y seriedad –y de mimos, que eso siempre viene de maravilla tanto para la britana como para el vikingo–, pero un repentino ruido seco seguido por un alargado grito desesperado alarma a los cuatro por completo.
Los cuatro lanzan sus miradas a la popa del barco, donde, en el suelo y completamente abierto, encuentran un libro de blanquísimas páginas a tan solo unos centímetros del barandal, a punto de caerse por el movimiento de la marea. Por simple instinto, Elsa rápidamente crea un muro de hielo entre los agujeros de los barandales para evitar la caída del libro.
Los cuatro corren hacia aquel libro, intentando descubrir si, dentro de su mundo de locuras, alguien que no podía ser visto ni tan siquiera por Elsa había soltado tal terrible grito o había sido cosa de aquel misterioso libro.
Tadashi toma el libro entre sus manos mientras Hiccup se inclina demasiado sobre el barandal para ver si aún se podía encontrar a alguien en el agua. Al no hallar absolutamente nada en el inmenso cuerpo de agua salada, el vikingo regresa su atención donde el resto la tiene: en el misterioso libro.
No hay ni una sola palabra escrita en ni una sola de las páginas. El mayor cierra el libro de porrazo para ver lo que pone en la tapa. Tampoco hay nada a excepción de un símbolo que los tres más jóvenes no conocen en lo absoluto pero Tadashi identifica de inmediato.
–Adam –logra susurrar, espantado, el resto frunce el ceño con confusión–. Elsa, necesito una soga que no me raspe las manos, ahora –le dice apresuradamente, espantando un poco a la menor.
–¿Piensas bajar? –pregunta incrédula.
–¡Ahora! –insiste desesperado, sin estar convencida en lo absoluto, la muchacha le hace caso, crea directamente una soga de hielo atada a la barandilla que empieza a extenderse y extenderse por todos los metros de altura del Inevitable. Sin estar del todo segura como evitar que la soga no le hiciera daño, Elsa le entrega un mantel de hielo a Tadashi que el muchacho anuda en sus manos mientras comienza a pasar por encima del barandal.
–No puedes ir en serio –es todo lo que puede decir Mérida mientras Tadashi se acomoda para bajar.
–Es una amigo, está en peligro –explica mientras toma toda la valentía posible para descender tanta altura.
–¿Cómo ha aparecido de la nada? –cuestiona alterado Hiccup.
Tadashi niega. –Ni idea, pero id avisando a la tripulación, va a necesitar mucha ayuda. Quedaos al menos uno para poder ver cuando intente volver a subir, ¿de acuerdo?
Los menores aprietan con fuerza sus labios, completamente inseguros, pero asienten ante el mayor. Tadashi toma aire y da los primeros pasos hacia abajo en completo silencio de todos los presentes. Desciende tanto hasta que su cabeza está a la altura de los pies de sus amigos. Elsa, tremendamente angustiada, crea una soga, una más corta, que mantiene la cintura de Tadashi pegada a la cuerda principal.
–Ten cuidado –pide Mérida–. Hiccup y yo iremos por ayuda, ¿de acuerdo?
Tadashi asiente forzando una sonrisa.
–Ten cuidado, por favor –le repite apretando la madera.
Él le dedica una sonrisa un poco más confiada. –Lo tendré, te lo prometo.
–Llévame junto a Alberto Scorfano y Tadashi Hamada –recita seriamente tal y como la hechicera le indicó. Un calmado torbellino dorado y blanco, algo similar al que surge mientras él mira hacia el futuro, empieza a rodearlo, dejándole entrever en pequeños espacios como el lugar a su alrededor cambiaba poco a poco, como si la realidad se estuviera construyendo según sus deseos de dónde quería estar. Sintió la potencia de esa magia incomprensible elevándolo unos cuantos centímetros sobre la tierra, la magia fluía por todas partes y era sencillamente… maravillosa.
Aparecer de la nada unos metros encima del barandal de un inmenso barco, caer abruptamente sobre susodicho barandal y descender entre horribles gritos hacia el mar… nada de eso fue precisamente maravillo. Estamparse contra el agua de tal manera que todo el cuerpo le ardía como si se estuviera quemando vivo… eso tampoco fue precisamente maravilloso.
Ni que decir sobre su desmayo luego de tener cara a cara a una bestia marina del tamaño de quinientas casitas.
Sencillamente, nada de eso fue maravilloso. Y Alberto había sido un buen testigo de todo ello. A un lado de Roja, tan diminuto que era completamente normal que Bruno Madrigal no lo hubiera visto en lo absoluto, Alberto se quedó boquiabierto al ver cómo, luego de caer bruscamente, el señor Madrigal se había topado de frente con Roja y se había desmayado por la impresión. El joven monstruo marino hizo una dolorosa mueca provocada por pura empatía antes de nadar lo más rápido posible hacia el pobre profeta desmayado. Le apretó el torso con uno de sus cortos y escamosos brazos, rogando para que el agua aliviara un poco el peso muerto del hombre. Nadó con todas sus fuerzas y, felizmente, pudo subirlo sin problemas.
Se asustó un poco al ver que, a pesar de ya estar con la cabeza en la superficie, Bruno Madrigal todavía no respiraba ni hacia amago de despertarse. Se confundió y asustó aún más al ver a Tadashi, amarrado a una cuerda de hielo con otra cuerda de hielo, a punto de zambullirse en el mar. Parpadeó un par de veces antes de lograr decir nada.
–Supongo que viste al señor Madrigal cayendo –es todo lo que logra decir mientras su piel se va secando por los rayos del sol y las esquemas y la piel humana se van combinando. Alberto se angustia al ver a Tadashi tan confundido.
–Espera, ¿no se trataba de Adam? –cuestiona completamente confundido. Alberto alza las cejas mientras remueve un poco el cuerpo inerte del profeta.
Con algo de sorna, pregunta. –¿Este te parece Adam? –al ver como Tadashi seguía serio, el menor decide seguir cuestionando algunas cosas–, ¿cómo crees que ha llegado hasta aquí y de esta manera? ¿lo han lanzado por una catapulta gigante o qué?
Tadashi, por el frío que empieza a recorrerle a causa del hielo que lo rodea y lo mantiene atado al barco, sonríe con algo de dificultad ante las bromas de su amigo.
–No, ha sido por el libro, ¿te acuerdas? El libro mágico de Adam, ese que te podía llevar a cualquier parte del mundo, el que usamos para encontrar a esa hechicera, lo vi en la cubierta y por eso pensaba que se trataba de él.
Antes de presentar teorías, Alberto sonrió burlesco mostrando todos sus colmillos. –¿Y por eso saltaste tan rápido a salvarle? –cuestiona alzando y subiendo las cejas, provocando una mueca aburrida en Tadashi–, ¿debería Mérida estar celosa?
–Oye, en lugar de hacer bromas ridículas, revisa que esté respirando –lo manda a callar mientras apunta a Bruno. Tadashi observa todos los metros de barco que hay por encima de ellos–. ¿Crees que puedas llevarlo hasta arriba?
–No, está desmayado es casi peso muerto, no puedo con tanto –niega rápidamente pues él también había pensado en esa posibilidad–. Puedo subir rápidamente y pedirle ayuda a Jack, seguramente con alguien que vuela esto será mucho más sencillo.
Tadashi entonces cae en cuenta de algo importante, aun apoyado en la madera llena de corales, se da un leve golpe en la cabeza con la palma de la mano. –Seré idiota, me he dejado el libro allá arriba, con eso sí que podríamos subir sin problema alguno.
–Insisto con que Jack es una buena opción –comenta Alberto mientras intenta apoyar el cuerpo de Bruno Madrigal en el barco pues los brazos se le estaban cansando–, o tal vez Chimuelo, aunque no creo que le de mucha gracia subir a un completo desconocido –Tadashi asiente ante eso.
–Podríamos intentar subirlo entre los dos –murmura el mayor, viendo ahora al cuerpo del profeta, confirmando que seguía respirando por el leve movimiento que había en su pecho. El mayor de aquel grupo de niños problemáticos y extraños intenta calcular cuánto les costaría a los dos subir hasta la cubierta a aquel hombre, intenta acordarse de lo delgado que se veía, intenta acordarse de que tanta diferencia de estatura habían tenido casi dos años atrás. No recuerda mucho, y realmente no sabe cómo compararlo a los cambios físicos que la versión marina de Alberto y su propia madurez corporal suponían.
Antes de siquiera llegar a una estimación decente, Jack aparece volando entre los otros dos jóvenes.
–¿Y ese quién es? –pregunta, sacándoles gritos asustados a los jóvenes filósofos–. Perdón, creía que me habíais visto llegar –se disculpó apresuradamente, desviando la mirada por la vergüenza al verlos tan espantados.
Luego de regular sus respiración, Tadashi se disculpa honestamente para calmar un poco al muchacho fantasma antes de pedirle que por favor ayude a subir al desmayado hombre hacia la cubierta del Inevitable. Jack insiste en preguntar quién era aquel sujeto, pero cuando le explicaron que era un profeta llamado Bruno Madrigal el pobre solo se quedó mucho más confundido que antes, así que se hundió de hombros, supuso que luego habría una explicación mejor que esa así que sencillamente aceptó la petición.
–Gracias, Jack –le dice Tadashi con una sonrisa empática–, perdona que te hayamos tenido que despertar por esto.
Mientras se eleva un poco, Jack ladea la cabeza con una sonrisa algo burlona dedicada al mayor de todo el grupo.
–Tadashi, yo no duermo –recuerda entre risillas, el mayor vuelve a golpear su frente.
Con una mueca y avergonzado de siempre olvidar ese dato, Tadashi balbucea una disculpa. –Tienes razón, perdona.
–Ustedes los vivos estáis tan obsesionados con todo el tema de dormir, hacéis que me pregunte que tendrá de bueno –dice antes de despedirse con una mano para finalmente llevar al cuerpo inconsciente de Bruno Madrigal hacia la cubierta del Inevitable.
Luego de suspirar aliviados, Alberto se vuelve a zambullir rápidamente para humedecer nuevamente todo su cuerpo y comienza a trepar como una garrapata aferrándose con sus garras a la madera del barco.
–¿Puedes subir? –pregunta de momento a otro cuando se da cuenta que Tadashi no ha hecho amago alguno de empezar a escalar.
El mayor de los muchachos intenta apoyar sus piernas en la madera, pero la humedad, los corales y el moho de la parte más baja del Inevitable hacen que el joven filosofo asiático no pueda subir tan siquiera un tablón. Alberto hace una mueca conteniéndose la risa, rueda los ojos y asegura que subirá rápido para decirles que tiren de la cuerda.
–¿Por qué bajaste si no sabíais luego como alzarte? –pregunta en tono alto pues ya se ha elevado bastante.
–Me preocupe, ¿de acuerdo? –confiesa avergonzado–, pensé que Adam y que le había vuelto a pasar algo con la hechicera como para aparecerse con el libro de momento a otro.
Alberto finalmente se permite reírse. –Primero, voy a contarle a Mérida lo angustiado que estás por Adam.
–Cállate.
–Segundo, si a Adam le hubiera vuelto a pasar algo, ¿no crees que nuestra Bella hubiera hecho algo ya? Sabes perfectamente que le tiene un gran cariño a Adam y que no le tiembla la mano para dar de ostias a quien haga falta, y a su padre tampoco le da pena hacer lo que haya que hacer para proteger al bueno de Adam.
Una risilla se le escapó a Tadashi al recordar las amenazas de Maurice contra todo aquel pueblito de Francia cuando descubrió cómo trataba todo la gente a su única hija, sabía que ese palo que había arrancado de cuajo para aterrorizar a todo el pueblo seguía bien guardado en su habitación dentro del palacio del príncipe Adam.
Que ganas tenía de volver a verlos.
–Bueno –dice Alberto de repente, sacándolo de sus memorias–, te veo arriba –se despide antes de escalar con gran rapidez hasta la cubierta.
Mérida estaba de morros aun después de que Tadashi la apretujara contra sus brazos y se disculpara varias veces. Su futuro esposo se había lanzado tan solo con una cuerda metros y metros hacia abajo, hacia el mar abierto sin importarle en lo absoluto si era capaz de subir, ni de si era capaz de aguantar el cuerpo desmayado de la persona que había caído al mar o no. Y encima le había dicho que no le pasaría nada, ese filosofo mentiroso que a veces era prudente y a veces no.
Y todo para salvar a alguien que ni siquiera era ese amigo suyo llamado Adam, un muchacho que ella no conocía pero que Alberto, a pesar de las quejas de Tadashi, le había advertido de que debería estar celosa. Todo por un sujeto bastante mayor, con la piel bronceada pero al mismo tiempo desteñida por la falta de sol, grandes ojeras y extraña ropa verde que le cubría todo el cuerpo. Todo por un sujeto que, Dios sabría cómo, se curó cada una de las heridas que se hizo comiendo algo circular con sal que tenía muy buena pinta, lo presentó como arepa con queso, pero un nombre tan raro hizo que ninguno de los niños se atreviera a probarlo.
Bruno Madrigal era un hombre rarísimo, tan raro que incluso la tripulación del Inevitable y los padres de Rapunzel, con todas sus rarezas y anormalidades que presentaban, coincidían con que aquel hombre era extraño.
–Lamento todos los sustos, no me gusta eso de preocupar a la gente –comenzó a disculparse mientras tiraba su negro y ondulado cabello hacia atrás, salpicando un poco la madera pues el hombre seguía empapado de pieza a cabeza–. Bueno, es un gusto volver a veros, Tadashi y Alberto.
Todas las miradas se centraron en los dos aventureros filósofos. Tadashi saluda algo incomodo y Alberto le sonríe al profeta ignorando la mirada inquisitiva del resto de los presentes.
–Díganos, señor Madrigal, ¿para qué ha venido hasta aquí? –pregunta Tadashi.
El monstruo marino asiente. –¿Y de dónde ha sacado el libro de Adam? ¿Le ha pasado algo?
El señor Madrigal sacude su mano izquierda para restarle importancia. –Oh no, el príncipe Adam está más que bien, felizmente no le ha pasado nada malo –explica, mientras da repetidos toques en la madera para luego susurrar algo que no llegan a escuchar.
–¿Qué hace con la madera? –cuestiona Anna señalando su mano.
–Es una costumbre de dónde vengo, cuando dices algo malo que puede pasar se tiene que tocar la madera para espantar la mala suerte.
Hiccup hace una mueca. –Qué raro.
Hans frunce el ceño. –Tu gente le pone nombres feos a sus hijos para espantar a los demonios, Hiccup.
El vikingo niega. –Eso es diferente.
–No lo es –contradice Anna, frunciendo levemente el ceño. Hiccup está a punto de insistir en su defensa, pero Bruno soltó una tos falta para interrumpir la leve discusión entre esos jóvenes nórdicos.
–Bueno, respondiendo a tu pregunta, Tadashi –empieza a responder con calma, aun sacudiéndose el agua del cuerpo–. He viajado hasta aquí con una imitación del antiguo libro del príncipe Adam pues ha habido un importantísimo cambio en el futuro.
Elsa pega un respingo mientras el resto se miran entre uno y otro con los rostros confundidos.
–Veréis, no sé si habíais caído en cuenta, pero, en tan solo unos días os habéis cargado un red de tráfico de esclavitud infantil en la capital de uno de los países más importantes del continente europeo, habéis regresado al trono a un príncipe que, por edad, iba a perder su derecho a gobernar, habéis convertido al palacio del príncipe heredero en un orfanato que intenta descubrir la manera de curar traumas mentales, habéis obligado a que el mundo dé sus primeros pasos hacia la investigación con respecto a la salud mental, habéis hecho todo eso por vuestra cuenta, casi por accidente, en tan solo unos días –Bruno espera unos segundos por algún tipo de reacción, pero al ver a los muchachos tan calmados, se frustra un poco–. ¿Os parece normal que un montón de críos hayan cambiado las formas de un país entero en unos días?
Mérida se hunde en hombros. –Bueno, solo hicimos lo que vimos lógico, si no lo hubiéramos hecho nosotros, otras personas hubieran hecho todas esas cosas que usted ha mencionado.
–Tal vez alguien con un poquito de más experiencia –añade Rapunzel–, y no niños que iban dando tumbos a ver si acertaban en algo
Bruno suelta una risilla nerviosa mientras rasca levemente una de sus mejillas.
–Ahí está la cosa, niños –dice señalándolos–. Habéis hecho lo que nadie iba a hacer.
Los niños fruncen el ceño por la confusión en ese preciso momento.
–¿Qué? –escupe Mérida sintiéndose repentinamente insultada–. ¿Nadie iba a acabar con el tráfico de niños esclavos en París?
–No –responde Bruno con simpleza.
–¿Nadie iba a ayudar a Adam? –pregunta Alberto entonces, con un poco más de indignación en su voz.
–No sabían de él, así que no.
–¿Nadie se iba a poner a investigar de los problemas mentales causados por experiencias traumáticas? –cuestiona ahora Rapunzel.
–No hasta dentro de unos quinientos años.
Espantados, los niños se miran entre ellos por unos segundos.
–¡Pero son cosas lógicas! –brama Hiccup tirándose del cabello–. ¡Preocupaciones del día a día! ¿Cómo que quinientos años para que alguien haga algo?
–Bueno, esa es la cosa… ya no. Habéis forzado una inmensa revolución, niños, una revolución que, si continuáis, se extenderá en otros ámbitos –asegura sonriente, dejándose llevar por la emoción–. Política, economía, referente a la naturaleza y su cuidado, religiosa, social… Estáis comenzando algo grande… por eso he venido, no solo porque quiero verlo en primera fila, sino también quiero asegurarme de que no os desviéis en lo absoluto, que no creo que pase, pero siempre es bueno tener a un profeta que os diga si estáis haciendo lo correcto o no.
Mérida parpadea gravemente confundida, intentando analizar todo lo que aquel sujeto desconocido le estaba contando.
–Entonces, ¿nos va a decir que va a pasar?
Bruno pega un leve respingo lejos de ellos.
–No, en lo absoluto –responde con simpleza y con una sonrisilla en el rostro–. Son vuestras visiones, vuestras vistas al futuro, no las mías. Es cierto que os quiero guiar, pero no quiero escribir vuestros andares, todas estas grandiosas cosas que habéis hecho, vosotros mismos me lo acabáis de decir, lo habéis hecho siguiendo vuestra lógica. Puedo responderos vuestras dudas, pero mostraros vuestro futuro podrá alterarlo por completo, y no sé si el mundo está preparado para tantos cambios bruscos –al verlos confundidos, el hombre busca otra manera de explicarse–. Confío en que vosotros mismos llegaréis a las correctas conclusiones, pero, si hiciera falta, yo estaría como "línea de defensa" por si llega a ser necesario.
Gunter entonces da unos pasos hacia Bruno, colocándose delante de sus niños.
–Espere un momento, señor de lindo cabello.
–¿Cómo? –suelta Bruno, con un leve sonrojo en las mejillas.
–¿Lindo cabello? –repite Rapunzel mirando a su padre con una ceja alzada.
Mientras algunas risitas se generan en el resto de los rufianes, Gunter remota la palabra. –¿Por qué seriáis necesario? Ya estamos nosotros aquí cuidando de estos niños y guiándolos correctamente, ¿qué más podrías aportar que no aportemos ninguno de nosotros? Que somos más de cincuenta, ¿sabes?
Bruno sonríe con un poco de picardía. –¿Alguno ve el futuro? Porque, bueno, sí es así entonces no tengo problema alguno en irme.
Frustrado y no queriendo dar su brazo a torcer, Gunter refuta. –Ni siquiera sabemos si en verdad ves el futuro.
–Sí que ve el futuro, Gunter –es Alberto quien responde, el hombre resopla.
–Pudo haberos engañado, quiero pruebas vi…
Antes de concluir su petición, los ojos de Bruno brillaron en un potente verde, sus orbes marrones oscuros se tornaron de un color verde fluorescente que provocan temblores y uno que otro paso hacia atrás, lejos de su figura intimidante y al mismo tiempo hipnotizante. A su alrededor se genera un pequeño remolino de arena que todos podían asegurar que antes no estaba allí, un remolino que también muestra fogones de luz verde.
En las manos del profeta se genera un cristal traslucido verde que muestra una imagen blanca que Bruno presenta a Gunter.
Lo que los rufianes, aglomerados en el espacio personal de Gunter, llegan a ver es la imagen brillante de una Mérida más adulta, sentada en un inmenso trono, con una espléndida y elegante corona reposando sobre su melena incontrolable, sujetando una espada imponente con el mentón alzado como la digna reina que llegaría a ser. Lo reconocieron, aunque no lo habían visto, como el trono que la esperaba en DunBroch, paciente a la llegada de su verdadera reina.
Cuando Hiccup hace amago de echar un vistazo, Gunter mueve bruscamente el cristal y lo oculta dentro de su chaleco blanco de piel. El hombre vuelve a mirar con el ceño fruncido y con recelo al profeta.
–Así que… solo quieres asegurar esto –dice moviendo levemente la profecía, Bruno asiente con una sonrisa.
–Nuevamente digo que confío plenamente que estos niños serían capaces de llegar a ese futuro por sí mismo, pero si llegaran a tener dudas, si llegaran a dudar de lo que es correcto, espero poder estar allí para guiarlos hasta el mejor futuro.
Nuevamente los adultos presentes, sobre todo los rufianes, los padres de Rapunzel, se quedan en silencio pensando si realmente permitir que este completo desconocido empiece a formar parte de la vida esos niños necesitados de buenas figuras paternas es una buena idea. Los niños se ven emocionados, convencidos por la idea de tener a alguien que viera el futuro de su bando. A los adultos les cuesta más, sobre todo a Gunter, pero terminan accediendo.
–Oh, claro, además de todo esto, cuando llegue el momento adecuado –empieza a decir con una sonrisa orgullosa– os puedo llevar con mi familia a París, tengo un par de sobrinas que tienen una buena idea de técnicas de pelea y teoría bélica, además de los soldados instructores que el príncipe Adam está dispuesto a prestaros.
–¡Genial! –brama Mérida contentísima–. ¡Menudos pasos que estamos dando de golpe! Un profeta, ciudadanas experimentadas, soldados instructores, seguramente también algunas armas que no nos vendrían nada mal.
–Ya, sobre todo teniendo en cuenta que –asiente Hiccup–, sin contar la espada de Hans, solo tenemos una espada para rituales que no tiene filo alguno y un arco que solo tú usas –concluye señalando a Mérida con cierto desdén a lo que la futura reina responde con una mueca.
Maisie entonces llama la atención con una tos falta y unas fuertes pisadas hacia los más jóvenes. –Pero bueno, ¿os estáis olvidando que tenéis a la grandiosa tripulación del Inevitable para también entrenaros en el noble arte de las trampas en batalla? –pregunta con una sonrisa ladina con un tono juguetón que arranca una que otras risas–. Eso sin tener en cuenta a Roja y a todos los monstruos marinos que logréis encantar –añade lo último dedicándole un guiño a Hiccup–, si podéis con dragones, podréis con esos gigantones.
–Y también a toda mi gente que quiera unirse –suma Alberto, lleno de emoción, todavía con algunas partes de su cuerpo con escamas–, tenemos tan rabia y rencor que sin duda alguna estaremos de acuerdo en defender a la primera monarca que nos asegura una nación donde podamos vivir en paz y como iguales, donde finalmente no nos persigan.
Mérida, dando brinquitos de emoción y adrenalina. –Dos chicos con poderes de hielo, una domadora de lobos, un domador de caballos, un domador de dragones, dos filósofos, uno de ellos siendo de otra especie completamente diferente, una chica con poderes mágicos en su cabello, antiguos cazadores de monstruos marinos, un profeta, más de cincuenta antiguos rufianes, y una gran cantidad de instructores bélicos –la futura reina empieza a respirar frenéticamente una vez concluye el conteo de sus alianzas, con lagrimillas de felicidad picándole los ojos–. Voy a recuperar mi reino… voy a recuperar el reino de mis padres… mi hogar.
Antes de que la niña se rompiera a llorar, el mayor de ellos, su futuro rey, la tomó entre sus brazos y la apretujo con cariño y delicadeza.
–Y además de todo eso –le susurra entre besos tiernos que reparte en su cabeza ante la mirada enternecida de todos los presentes–, tenemos a una futura soberana que se convertirá en la mejor reina de la historia, una fantástica líder que nos otorgaran un hogar seguro para todos nosotros.
Cuando los primeros sollozos de Mérida se escuchan, sus primeros seguidores, Jack y Rapunzel, se lanzaron para unirse al abrazo, tirando de camino del brazo de Elsa, quien luego hizo señas al resto para que se unieran. Los rufianes apretujaron rápidamente a sus niños en un asfixiante abrazo de miles y miles de extremidades mientras Bruno soltaba algunas risas y la tripulación del Inevitable canturreaba y zapateaba contenta por las promesas de un brillante futuro que les estaban presentando. Los animales, incluso desde el bloque de hielo aferrado al barco que Elsa y Jack habían hecho para ello, notaron la alegría de los humanos, por lo que Chimuelo emitió un poderoso rugido contento, los lobos aullaron al cielo mañanero despejado los caballos brincaron y relincharon entusiasmados y Nix dio leves brincos a los lomos de Angus, el único de los enormes animales que parecía siempre vigilar que nada le ocurriera a la conejita.
–¡Celebremos pues! –ruge Jacob una vez el inmenso abrazo se disuelve–. ¡Por la promesa de un futuro mejor para todo el mundo!
El resto de la tripulación vocifera en asentimiento, emitiendo tal grito comunal que parece tener la fuerza suficiente para partir en millones de pedazos al poderoso manto celestial.
La señora Merino anuncia que es hora de avanzar hasta el gran comedor para tener una buena comida, los rufianes y la tripulación siguen contentísimos la ruta que la mujer de rojo cabello marca con sus pasos. Antes de que los niños iniciaran su caminar siguiendo los pasos de los adultos, Tadashi se detiene a preguntarle a Bruno.
–¿Y cuál es la siguiente aventura, señor Madrigal? –pregunta con gran inocencia, esperando alguna respuesta que dejara en claro que no tendrían nada grande que hacer hasta dentro de unas cuantas semanas.
Pero de pronto una voz masculina se escucha a babor del barco, donde no estaba el bloque de hielo para los animales. –¡HOLA! ¿ALGUIEN ME ESCUCHA? ¡NECESITAMOS AYUDA!
Los niños tiemblan al escuchar los gritos de ayuda, los adultos se detienen de inmediato. Bruno señala la zona de dónde vienen los gritos de auxilio. –Ahí está vuestra siguiente aventura –dice sonriente a pesar de la expresión de horror de los niños–. Espero que soportéis bien el calor de los pueblos árabes, muchachos, también necesitareis la ropa adecuada.
Un escalofrío recorre la espina dorsal de Hans. –¿Cómo que árabes? No hemos tenido buena relación con los árabes.
–Creedme, esto será muy bueno para todos ustedes.
.
.
.
Convertir poco a poco a Elsa a la madre del grupo está siendo tremendamente divertido. Siento que ya con estos casi dos años de proceso de sanación ha dejado muy atrás su constante temor hacia si misma que le infundió su abuelo, por lo que ahora, como la mayor, está tomando fuertemente el papel de cuidadora para el resto del grupo. Lo veo muy interesante cuando lo comparo con Tadashi. Para Elsa cuidar de los demás es ir sanando poco a poco y para Tadashi es una consecuencia directa de su tipo de crianza y, por tanto, algo que tiene que ir sanando poco a poco.
Con respecto a los dos temas que he tratado de Tadashi en este capítulo. El más importante, el tema de sus padres, esto ha sido más una ayuda para mí que para el personaje, llevaba bastante tiempo intentando decidirme si realmente los padres de Tadashi tal y como los represento en este fanfic podrían ser considerados como malos padres tomando en cuenta los primeros capítulos, y, como veis, la conclusión es que sí. Luego, con el tema de hormonas, tomando en cuenta las edades actuales de todos ellos (os las voy a volver a dejar en esté capítulo) nuestro querido filosofo aventurero ya tiene edad para empezar a tener este alboroto de hormonas.
Estamos llegando a la parte importante con respecto a ciertos personajes y estoy emocionada.
Tadashi – 16 años.
Elsa – 15 años (unos meses mayor que Hiccup.)
Hiccup – 15 años
Mérida – 14 años (unos meses mayor que Hans.)
Hans –14 años
Alberto – 13 años (unos meses mayor que Jack y Rapunzel.)
Jack –13 años (más o menos, que recordemos que es un fantasma, por lo que pondríamos también ponerle 2 años.)
Rapunzel – 13 años.
Anna –12 años.
